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En la tradición islámica, esos dos sentidos de la guerra así como la relación que
existe realmente entre ellos, están expresados del modo más neto por un hadîth*
del Profeta: “Hemos vuelto de la pequeña guerra santa a la gran guerra santa”
(Radjâna min el-djihâdi-l-ásgar ila-l-djihâdi-l-ákbar). Si la guerra exterior, pues, no
es sino la “pequeña guerra santa” [3], mientras que la guerra interior es la “gran
guerra santa”, ocurre por consiguiente que la primera no tiene sino importancia
secundaria con respecto a la segunda, de la cual es sólo una imagen sensible; es
evidente que, en tales condiciones, todo lo que sirve para la guerra exterior puede
tomarse como símbolo de lo que concierne a la guerra interior [4], como es en
particular el caso de la espada.
Para volver a la espada del jatîb, diremos que simboliza ante todo el poder de la
palabra, lo que por lo demás debería ser harto evidente, tanto más cuanto que es
una significación muy generalmente atribuida a la espada y no ajena a la tradición
cristiana tampoco, como lo muestran claramente estos textos apocalípticos: “Y
tenía en la mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada de dos
filos aguda, y su semblante como el sol cuando resplandece con toda su fuerza”
[9]. “Y de su boca [10] sale una espada aguda con que herir a las gentes…” [11]
La espada que sale de la boca no puede, evidentemente, tener otro sentido que
ése, y ello tanto más cuanto que el ser así descrito en ambos pasajes no es otro
que el Verbo mismo o una de sus manifestaciones; en cuanto al doble filo de la
espada, representa un doble poder, creador y destructor, de la palabra, y esto nos
reconduce precisamente al vajra. Éste, en efecto, simboliza también una fuerza
que, si bien única en su esencia, se manifiesta en dos aspectos contrarios en
apariencia pero complementarios en realidad; y esos dos aspectos, así como
están figurados por los dos filos de la espada o de otras armas similares [12], lo
están aquí por las dos puntas opuestas del vajra; este simbolismo, por otra parte,
es válido para todo el conjunto de las fuerzas cósmicas, de modo que la aplicación
hecha a la palabra no constituye sino un caso particular, pero el cual, debido a la
concepción tradicional del Verbo y de todo lo que ella implica, puede tomarse para
simbolizar todas las otras aplicaciones posibles en conjunto [13].
De una manera totalmente general, puede decirse que la razón de ser esencial de
la guerra, bajo cualquier punto de vista y en cualquier dominio que se la considere,
es hacer cesar un desorden y restablecer el orden; se trata, en otros términos, de
la unificación de una multiplicidad, por los medios que pertenecen al mundo de la
multiplicidad misma; esta manera, y sólo de esta, la guerra puede considerarse
legítima. Por otra parte, el desorden es, en un sentido, inherente a toda
manifestación tomada en sí misma, pues la manifestación, fuera de su principio,
luego en tanto que multiplicidad no unificada, no es más que una serie indefinida
de rupturas de equilibrio. La guerra, entendida como acabamos de hacerlo, y no
limitada a un sentido exclusivamente humano, representa pues el proceso
cósmico de reintegración de lo manifestado en la unidad principial; y es por eso
por lo que, desde el punto de vista de la manifestación misma, esta reintegración
aparece como una destrucción, tal como se lo ve muy netamente por ciertos
aspectos del simbolismo de Shiva en la doctrina hindú.
Incluso en su sentido exterior y social, la guerra legítima, dirigida contra los que
turban el orden y teniendo como fin el devolverlos a él, aparece esencialmente
como una función de "justicia", es decir en suma como una función equilibrante,
cualesquiera que puedan ser las apariencias secundarias y transitorias; pero no es
esta más que la "pequeña guerra santa", que solamente es una imagen de la otra,
de la "gran guerra santa", que es de orden puramente interior y espiritual. Podría
aplicarse aquí lo que hemos dicho muchas veces en cuanto al valor simbólico de
los hechos históricos, a los que puede considerarse como representativos, según
su modo, de realidades de un orden superior.
"La gran guerra santa", es la lucha del hombre contra los enemigos que porta en él
mismo, es decir contra todos los elementos que, en él, son contrarios al orden y la
unidad. No se trata, por lo demás, de aniquilar esos elementos, que, como todo lo
que existe, tienen también su razón de ser y su lugar en el conjunto; se trata más
bien, como decíamos hace un momento, de "transformarlos" devolviéndolos a la
unidad, reabsorbiéndolos en ella en cierta manera. El hombre debe tender ante
todo y constantemente a realizar la unidad en él mismo, en todo lo que le
constituye, según todas las modalidades de su manifestación humana: unidad del
pensamiento, unidad de la acción, y también, lo que quizás es lo más difícil,
unidad entre el pensamiento y la acción. Importa por lo demás subrayar que, en lo
que concierne a la acción, lo que vale esencialmente, es la intención (niyyah),
pues es sólo eso lo que depende enteramente del hombre mismo, sin que sea
afectado o modificado por las contingencias exteriores como lo son siempre los
resultados de la acción. La unidad en la intención y la tendencia constante hacia el
centro invariable e inmutable están representadas simbólicamente por la
orientación ritual (qiblah), al ser los centros espirituales terrestres como imágenes
visibles del verdadero y único centro de toda manifestación, el cual tiene, por lo
demás, su directo reflejo en todos los mundos, en el punto central de cada uno de
ellos, y también en todos los seres, en los que este punto central es designado
figurativamente como el corazón, en razón de su correspondencia efectiva con
este en el organismo corporal.
[3] Por otra parte, debe entenderse que no lo es cuando no está determinada por
motivos de orden tradicional; toda otra guerra es harb y no djihâd.
[7] Çâtapatha-Brâhmana, 1, 2, 4.
[8] En Japón, particularmente, según la tradición shintoísta, “la espada se deriva
de un relámpago arquetipo, de la cual es descendencia o hipóstasis” (A. K.
Coomaraswamy, ibid.).
[9] Apocalipsis, I. 16. Se observará aquí la reunión del simbolismo polar (las siete
estrellas de la Osa Mayor, o del Sapta-Rksha de la tradición hindú) con el
simbolismo solar, que hemos de encontrar igualmente en la significación
tradicional de la espada.
[10] Se trata de “el que estaba montado en el caballo blanco”, el Kalki avatâra de
la tradición hindú.
[13] Sobre el doble poder del vajra y sobre otros símbolos equivalentes (en
especial el “poder de las llaves”), véanse las consideraciones que hemos
formulado en La Grande Triade, cap. VI.
[14] [Ver nota del artículo “Les Armes Symboliques”] (Nota de M. Vâlsan).
[15] Sin poder insistir aquí sobre este asunto, debemos recordar por lo menos, a
título de ejemplo, la vinculación de ambos puntos de vista en el simbolismo griego
del Apolo hiperbóreo.