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Florescano, E. Historia de las historias de la nación mexicana.

2007 Taurus, México, pp. 117-127

LA OBSESIÓN POR LA ESCRITURA Y EL OLVIDO DE LOS


TRANSMISORES DE LA MEMORIA INDÍGENA

La obsesión por equiparar los registros históricos americanos con la escritura alfabética no sólo
impidió conocer la verdadera naturaleza de éstos, sino que restringió el análisis de la recuperación
histórica a sus formas escritas. Esta fijación en la escritura produjo una de las distorsiones mayores
en la comprensión de los sistemas aborígenes de registrar, almacenar y transmitir el pasado, pues
en Mesoamérica éstos han sido y son en la actualidad principalmente orales, visuales, rituales y
calendáricos. Sin embargo, por casi cinco siglos los estudiosos del pasado americano formados en el
canon occidental concentraron su atención en los testimonios escritos, dejando sin explorar el
continente de las tradiciones no escritas.
En contraste con la memoria del historiador contemporáneo, fija en el texto escrito y dependiente
de él, la memoria indígena imaginó diversas vías para rescatar el pasado y heredarlo a las
generaciones futuras. Entre esa variedad de artefactos sobresalen cinco modos de transmisión de
mensajes que han llegado hasta nosotros sin perder su fuerza evocadora.
Ritos y ceremonias. Uno de los principales difusores de símbolos y valores sociales fue el rito y las
ceremonias religiosas que se verificaban en épocas precisas del año. En esas ceremonias, el canto,
la danza, los discursos, la música y la escenografía que se desplegaba en los templos y plazas unían
al individuo con la colectividad. Al participar en estos actos multitudinarios, cada persona recibía
los mensajes que emanaban de la ceremonia y se convertía, a su vez, en un transmisor de la
memoria colectiva. De este modo, al repetir con regularidad el lenguaje y el simbolismo de la
ceremonia en fechas precisas, el rito vino a ser uno de los más fieles conservadores de las antiguas
tradiciones entre las nuevas generaciones. Por estas virtudes, el historiador judío Josef Yerushalmi
sostiene que la memoria colectiva se transmite más vigorosamente por medio del ritual que por las
formas escritas.
Las imágenes visuales. El lenguaje de la imagen fue otro portador de mensajes perdurables entre
los pueblos de Mesoamérica. Desde la fundación de los primeros cacicazgos, los gobernantes
produjeron poderosas imágenes plásticas para transmitir mensajes al conjunto de la población y
crear un sistema unificado de valores y comportamientos sociales. Quizá en los tiempos más
remotos los medios privilegiados fueron el rito y el mito, que se transmitían de manera oral. Mas
tarde, cuando surgieron las primeras ciudades, la arquitectura, la escultura, la pintura y otras artes
fueron los vehículos seleccionados para plasmar nuevos símbolos y transmitirlos a diversos sectores
de la población.
En La Venta, uno de los primeros poblados construidos por los olmecas, se edificó una gran pirámide
en forma de montaña, imitando la colina que según los mitos emergió de las aguas primordiales el
primer día de la creación. Estos mitos contaban que en el interior de la montaña había una cueva
que era el recinto donde se había gestado la humanidad y donde se guardaban los alimentos
fundamentales. El diseño geométrico de la pirámide reproducía los tres niveles del cosmos
(inframundo, espacio terrestre y cielo), y las cuatro direcciones o rumbos cósmicos. Su arquitectura
era una representación de los movimientos del sol en su desplazamiento anual. Esa función inicial,
la de ser una representación espacial del cosmos, se mantuvo a través del tiempo. Desde la
creación de los primeros reinos la pirámide se unió con la estela, la escultura, la pintura y el diseño
urbano para transmitir mensajes visuales dotados de gran fuerza (Fig. 47).
Figura 47. Centro ceremonial de Copán. A la derecha, la acrópolis, con los recintos y templos más sagrados. A la
izquierda, la gran plaza, con la escalinata de los glifos, el juego de pelota, la plaza ceremonial y las estelas con el
retrato de los gobernantes. Reconstrucción de Tatiana Proskouriakoff, 1946.

Los mensajes visuales difundidos por la pirámide, la estela y los templos erigidos en el centro
ceremonial comunicaban una idea sumaria del origen: del cosmos, el sentido de la vida humana y la
finalidad última de los reinos. Si juntamos los distintos objetos visuales que los olmecas, los mayas o
los teotihuacanos grabaron en el corazón de sus ciudades, veremos aparecer en forma sucesiva las
imágenes deslumbrantes de la Montaña Primordial donde se guardaban las semillas nutricias y las
aguas fertilizadoras, el árbol cósmico que reproducía los tres espacios verticales del universo, la
cancha del juego de pelota que celebraba la victoria de los Gemelos Divinos sobre las potencias
destructivas del inframundo, los templos dedicados a los dioses creadores y a los patrones de la
ciudad y las estatuas del gobernante en su triple papel de capitán de los ejércitos, supremo
sacerdote de los cultos, primer agricultor y dispensador de las cosechas.
Esta representación visual era una lección didáctica que describía a los pobladores de la ciudad y a
sus asombrados visitantes los momentos cruciales que le dieron forma a la nueva era del mundo, el
orden que había surgido de esa génesis y los valores que normaban la vida de los habitantes del
reino. Podría decirse que los pobladores de las ciudades de Mesoamérica, al igual que los de las
antiguas ciudades griegas, vivían en una suerte de ciudad museo, literalmente colmada de
monumentos y símbolos que aludían a los acontecimientos fundadores del reino. Fue ésta una
imagen que los gobernantes estamparon en cada ciudad que construyeron y cuya lección repetían
una y otra vez en las ceremonias que año con año celebraban el origen de los dioses, los seres
humanos, las plantas cultivadas y la grandeza del reino. La repetición de estas imágenes
identificaba a los pobladores con los rasgos propios de su etnia y desplegaba su singular tradición
histórica, distinta a la de los pueblos con quienes competían y convivían.
Los calendarios. Entre los conductores más efectivos de la memoria indígena sobresale el
calendario. Los ritos registrados en el calendario mesoamericano ponen de relieve dos tipos de
procedimientos nemotécnicos. El primero es un registro minucioso de las tareas agrícolas que
debían realizar los campesinos a lo largo del año para obtener una buena cosecha. Era la memoria
agrícola de la colectividad campesina condensada en un calendario ritual manejado por los
gobernantes. Según este calendario, las fases de la siembra y cultivo de las plantas estaban
dominadas por distintas divinidades a quienes se debía rendir culto y hacer ofrendas para obtener
sus favores. A su vez, los ritos que demandaban buenas cosechas eran acompañados por festivales
multitudinarios en los que los participantes solicitaban el favor de los dioses y les ofrecían
sacrificios y ofrendas.
Con el transcurrir del tiempo el antiguo calendario que prescribía las tareas agrícolas y festejaba a
los dioses de la fertilidad se unió con la memoria política del reino. Desde sus orígenes, los
creadores del calendario vincularon las tareas que aseguraban la supervivencia del grupo con la
recordación del origen del reino y el establecimiento del linaje gobernante. Se advierte, asimismo,
que el origen del calendario es inseparable de la fundación del reino, el poder que hizo del antiguo
calendario campesino una institución del Estado cuya normatividad se impuso al conjunto de la
población. Los actos y efemérides que celebraba este calendario indican que los ritos agrícolas se
habían convertido en celebraciones políticas.
El mito. Como se ha visto antes, el mito fue uno de los artefactos culturales más eficaces para
recoger la experiencia humana y transmitirla a otros grupos mediante un lenguaje económico y
seductor. Una primera cualidad del mito es su concentración en los acontecimientos relativos al
origen del cosmos y a las primeras fundaciones humanas. El mito revela, con el lenguaje maravilloso
de la simplicidad, los misterios del mundo sobrenatural y el significado de las acciones humanas.
Al fabular la creación primigenia del cosmos, el mito estableció también la clave para las creaciones
posteriores, pues para ser verdaderas éstas tuvieron que repetir el modelo original. De modo que el
relato de la primera creación del cosmos contiene la estructura narrativa, el lenguaje y los símbolos
que servirán para dar cuenta de las creaciones y fundaciones subsiguientes. Como sabemos, el mito
no explica nada. Pero a través de una narración sencilla, informa que el cosmos o los seres humanos
han sido creados; manifiesta el ordenamiento de las distintas regiones del universo; muestra cómo
los ancestros o las potencias sobrenaturales se hicieron presentes en el mundo terrestre; revela la
aparición de los dioses y precisa el ámbito de su influencia.
El mito comparte con la historia la obsesión por los orígenes. Pero a diferencia de ésta, no tiene
interés por los acontecimientos que siguen a momento primordial de la creación y que se
desenvuelven en el tiempo. Rechaza que el presente o futuro puedan alterar el sentido de la
primera creación. El cometido del mito es que el presente y el futuro se mantengan fieles al
pasado, al momento original en que se manifestó por primera vez el sentido último de las cosas.
Jan Vansina observó que los mitos que narran la creación del cosmos, los ritos que escenificaban el
comienzo del año agrícola o los cantos que relataban el origen del pueblo o la fundación del reino,
eran tradiciones orales concentradas en transmitir mensajes importantes para la colectividad. El fin
último de este mensaje, repetido y recreado incesantemente por cada generación, era fortalecer la
identidad del grupo étnico y los cimientos del reino.
El códice. La tradición occidental, tanto en su versión europea como americana, privilegió el
estudio de los códices o amoxtli, lo más similar al libro. Como se ha visto, en Mesoamérica se
crearon toda suerte de libros pintados con imágenes y glifos donde se guardó la memoria de los
acontecimientos que se deseaba transmitir a las siguientes generaciones. En los libros pintados se
había reunido el saber acumulado sobre los dioses, las ceremonias religiosas, los calendarios y
cómputos astronómicos, el conocimiento acerca de las plantas y animales, la dimensión geográfica
del territorio, el inventario de las riquezas del reino, la relación de las provincias sometidas y de los
tributos que pagaban, la genealogía de los reyes y familias nobles, y los relatos que narraban los
avatares del grupo étnico, desde los orígenes de la creación del mundo hasta los tiempos presentes.
Como advirtió el dominico fray Diego Durán, registraron en sus códices, por medio de caracteres y
figuras, el conjunto de conocimientos que les interesaba recordar:

Estas figuras [...] servían como de letras. Y siempre les sirvieron en general las pinturas de
letras para escribir con pinturas y efigies sus historias y antiguallas, sus memorables hechos,
sus guerras y victorias; sus hambres y pestilencias, sus prosperidades y adversídades: todo lo
tenían escrito y pintado en libros y largos papeles, con cuenta de años, meses y días en que
habían acontecido. Tenían escritos en estas pinturas sus leyes y ordenanzas, sus padrones,
etc. Todo con mucho orden y concierto. De lo cual había excelentísimos historiadores que,
con estas pinturas, componían historias amplísimas de sus antepasados. Las cuales no poca
luz nos hubieran dado, si el ignorante celo no nos las hubiera destruido.
Desde la época clásica, el libro pintado se había convertido en el instrumento privilegiado para
registrar y ordenar la memoria del pasado. Los restos que han quedado de esa tradición indican que
los mayas y los pueblos de la región de Puebla y la Mixteca oaxaqueña sobresalieron en la
manufactura de códices. En esa época, el códice era el utensilio ideal para almacenar la mayor
cantidad de conocimientos sobre el pasado, y un instrumento capaz de sistematizar información
especializada sobre cualquier área del ámbito sobrenatural o profano. Reunía las cualidades que hoy
apreciamos en el libro: economía de recursos para recoger y ordenar conocimientos diversos,
facilidad para actualizar y renovar la información acumulada, variedad de tamaños y formas, y
disponibilidad para la consulta y lectura.

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