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Volumen 58
Etnicidad y poder
en los p a ís e s a ndi nos
Christian Büschges, Guillermo Bustos
y Olaf Kaltmeier
COMPILADORES
2007
La hispanización de la memoria
pública en el cuarto centenario
de fundación de Quito
Guillermo Bustos*
cimiento del Municipio español en Quito, ciudad india ocupada por los Castella-
nos. Así la fecha que debe conmemorarse especialmente es, a mi juicio, el 28 de
agosto.”5
Resulta de sumo interés apreciar la manera en que se intentó zanjar el deba-
te y las implicaciones que se derivaron del informe. Aunque la discusión incluía un
contenido histórico especializado, tuvo una amplia relevancia pública puesto que
el contenido de la conmemoración aludía directamente a cómo se asumía el lega-
do de España en territorio ecuatoriano. El hecho de que el informe haya sido soli-
citado a una personalidad del talante de Jijón y Caamaño, no se debió solo al he-
cho casual de que formara parte del Concejo, sino a que él combinaba las facetas
de historiador y político. Jijón y Caamaño había sido director de la Academia Na-
cional de Historia en diferentes ocasiones, fue además el principal discípulo del ar-
zobispo-historiador Federico González Suárez, acreditaba numerosas publicacio-
nes especializadas y era una figura intelectual de prestigio. Era descendiente de una
prominente familia de cuño aristocrático y abultada fortuna, así como conspicuo
militante del Partido Conservador. Por lo tanto, el pronunciamiento de Jijón y Caa-
maño venía acreditado por la autoridad del saber histórico (léase Academia Nacio-
nal de Historia) y por su prestigio social.
El informe incluía algunas sorpresivas conclusiones. Establecía con claridad,
por ejemplo, que los conquistadores españoles Almagro y Benalcázar no fueron los
fundadores de Quito, debido a que la ciudad tenía un origen indio. Se podía supo-
ner que la elección del 28 de agosto como fecha de la conmemoración representó
un alineamiento de Jijón y Caamaño con la postura del desaparecido arzobispo-his-
toriador. No obstante, me parece que hubo otra razón. Si la pregunta fundamental
era qué se debía conmemorar, la última parte de su argumentación designaba la res-
puesta: el “establecimiento del Municipio español en Quito”. Cabe recordar que el
cabildo era una institución muy representativa de la cultura española y para este
personaje fue una instancia nuclear en su universo histórico y político hispanista.6
No he encontrado reacciones críticas directas al informe de Jijón y aparente-
mente su pronunciamiento fue recibido ex catedra. Empero el decurso de los acon-
tecimientos vinculados a la conmemoración indica que finalmente las dos fechas
fueron celebradas tanto por el gobierno municipal como por el Congreso Nacional.
El mismo Jijón debió pronunciar sendas y solemnes alocuciones en agosto y di-
ciembre, respectivamente. Al comparar los festejos de ambas fechas, encontramos
que las actividades y ceremonias de diciembre denotaron mayor boato y participa-
5. Jacinto Jijón y Caamaño, “La fecha de fundación de Quito. Informe del comisionado del Ilustre
Concejo”, El Comercio, 31 marzo 1934, p. 3. Se puede ver el mismo informe en Gaceta Munici-
pal, No. 73, marzo de 1934.
6. En su obra Política Conservadora, publicada en 1929, desarrolla un análisis histórico, jurídico y
sociológico del cabildo.
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ción popular. Se puede conjeturar que la segunda fecha, tres meses después de la
primera, permitió ganar tiempo y organizar mejor las actividades de celebración.
La posteridad desatendió completamente la fecha de celebración que Jijón y
Caamaño propuso, así como algunos de sus razonamientos, no obstante la amplia
recepción que se dio a su perspectiva de celebración de los valores hispanos. Mu-
chas ciudades del Ecuador contemporáneo conmemoran con gran pompa sus festi-
vidades de fundación española. La festividad actual de fundación de Quito no pro-
viene directamente de la conmemoración de 1934, cuya memoria ha desaparecido.
Más bien, se origina en un proceso de invención de tradición ocurrido a finales de
los años cincuenta y que se mantiene anualmente cada 6 de diciembre. La desbor-
dante carga de hispanofilia que la fiesta contemporánea mantiene, activada por el
Municipio y alimentada por un conglomerado empresarial y comercial, proviene
precisamente de un proceso cultural de asimilación de la matriz histórica del pen-
samiento hispanista que se estructuró entre los años veinte y cincuenta.7
7. Esta descripción última no supone que el visible hispanismo de las festividades quiteñas se haya
mantenido incontestado. Aunque este no es el lugar para ocuparnos del tópico, cabe recordar que
en los años noventa, especialmente a propósito de la conmemoración de 1992, se produjo un de-
bate en la opinión pública sobre qué se celebraba cada 6 de diciembre y así surgió por un breve
lapso la conmemoración adicional del 5 de diciembre como “día de la resistencia”.
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les, en su mayoría conservadores pero también liberales, pensó que España podía
recuperar algo de la posición internacional perdida, mediante la activa y sistemáti-
ca proyección de “su presencia espiritual en América”. Un postulado básico del his-
panismo fue la creencia en “la existencia de una ‘gran familia’ o ‘comunidad’ o ‘ra-
za’ transatlántica que distingue a todos los pueblos que en un momento de su histo-
ria pertenecieron a la Corona española.” En esta ocasión, España volvió nuevamen-
te sus ojos hacia Hispanoamérica e intentó poner en marcha un proyecto político y
cultural transnacional de restauración de una comunidad de naciones hispánicas, so-
bre las que intentaría ejercer un liderazgo (Pike, 1971; Pérez, 1992).
Esta postura obtuvo un importante apoyo estatal durante la dictadura fascista
de Primo de Rivera (1923-1930).8 El régimen se propuso regenerar España y esca-
lar posiciones en el ámbito internacional. Con la idea de reconquistar espiritualmen-
te América Latina, el régimen primoriverista estableció una constelación de institu-
ciones dedicadas a cultivar el panhispanismo. En este contexto se crearon el Centro
Internacional de Investigaciones Históricas Americanas, el Centro de Cultura His-
panoamericana, el Instituto Iberoamericano de Derecho Comparado, el Centro Ibe-
roamericano de Cultura Popular, la Junta de Fomento de Relaciones Artísticas y Li-
terarias Hispanoamericanas, y la Unión Iberoamericana. Se auspició varios congre-
sos internacionales en diferentes ciudades españolas y Sevilla fue la anfitriona de la
espectacular Exposición Iberoamericana de 1929 (Pérez, 1992: 15-23).
El discurso hispanista se dedicó a exaltar la cultura y civilización ibéricas, y
abogó por el desarrollo de un culto hacia ese legado espiritual que creaba un sen-
timiento de identidad transnacional. El hispanismo se estructuraba alrededor de
cuatro aspectos clave que funcionaban como pilares de una imaginada comunidad
hispana universal: la religión católica, el idioma castellano, la organización jerár-
quica o corporativa de la sociedad y un acentuado etnocentrismo cultural que pri-
vilegiaba las contribuciones del espíritu hispano en todas las interacciones con
pueblos diferentes (Bustos, 2001).
Esta elaboración intelectual peninsular obtuvo gran receptividad en el ámbi-
to cultural latinoamericano, particularmente en sectores ideológicamente ubicados
a la derecha. A pesar de que existen algunos trabajos pioneros sobre la cuestión de
cómo y por qué fue adoptado el hispanismo en América Latina (Pike, 1971; Pérez,
1992; Martínez Riaza, 1994), el tema demanda muchísima más investigación. El
impacto y el desarrollo del hispanismo en el Ecuador solo ha sido estudiado de for-
ma inicial en años recientes (Bustos, 2001; Capello, 2004). La historiografía del ar-
9. Sobre el debate político e intelectual que el concertaje suscitó en las primeras décadas del siglo
XX ver Prieto (2004: cap. 1).
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1934
Ese año fue parte nuclear de un ciclo de crisis política, protesta social y de-
sarrollo de una crítica (intelectual, ideológica y artística) del orden establecido. En-
tre los años veinte y cuarenta, un activo protagonismo de “los de abajo” desbordó
los marcos tradicionales e instaló en el centro de la esfera pública el “problema
obrero” y la “cuestión social”. El campo político, por su parte, se había tornado tan
volátil que entre 1931 y 1934 se sucedieron nada menos que siete jefes del poder
ejecutivo, entre encargados del poder y presidentes electos. La descalificación de
un presidente electo, en agosto de 1932, desembocó en un enfrentamiento armado
entre facciones militares, bautizado como la “guerra de los cuatro días”. Quito co-
mo ciudad capital sentía de manera directa la inestabilidad y experimentó doloro-
samente el sangriento enfrentamiento.
En 1934 Quito fue escenario de dos acontecimientos que se revelaron muy
significativos en el corto y mediano plazo. En ese año tuvo lugar la primera huel-
ga urbana protagonizada por un sindicato de obreros fabriles, que incluyó un im-
portante contingente femenino. El hecho ocurrió en la fábrica textil La Internacio-
nal, la más grande del país. Este episodio de la historia laboral no fue aislado, in-
tegró una onda expansiva de organización y movilización popular urbana y cam-
pesina.12 La huelga de La Internacional se volvió emblemática porque detonó un
ciclo de creación de organizaciones sindicales, de alianza con organizaciones arte-
sanales, de uso generalizado de la huelga y de legitimación de la lucha por efecti-
vizar unos incumplidos derechos laborales, mejora de salarios y desarrollo de una
nueva ética del trabajo (Bustos, 1991).
12. Tomando como referente la “lógica de organización sindical” aparecieron una diversidad de orga-
nizaciones en esos años: Sindicato de la Madera, Sindicato de Vendedores de Mercados, Sindica-
to de Empleados de la Caja del Seguro, Sindicato de Trabajadores de Farmacias, Sindicato de
Egresados de la Escuela de Artes y Oficios, Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador, una va-
riedad de organizaciones artesanales y hasta un Sindicato de Desempleados (ver Bustos, 1991).
Entre las movilizaciones indígenas y campesinas, en los años inmediatos, constan Simiátug (prov.
Bolívar, 1931), Palmira (Chimborazo, 1932), Pastocalle (Cotopaxi, 1932), Mochapata (Tungura-
hua, 1933), Rumipamba (Imbabura, 1934), Llacta-urco (Cotopaxi, 1934), Salinas (Bolívar, 1934),
ver (Almeida Vinueza, 1990: 179).
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En ese mismo año apareció impresa la primera edición de Huasipungo del es-
critor Jorge Icaza (1906-1978), narrativa de un realismo social y telúrico, de con-
tenido indigenista, que se convirtió en una de las obras más reputadas y controver-
tidas de la literatura ecuatoriana.13 Se trata de una narrativa de denuncia y protes-
ta sobre la opresión del indígena por parte del terrateniente, el cura, el teniente po-
lítico y el capital extranjero. La obra muestra que la vida del indio transcurre en
medio de un cuadro desolador en el que campea el hambre, el desamparo, la injus-
ticia social y el dolor colectivo. La fuente de la resistencia nace precisamente de la
negativa a aceptar el despojo del último pedazo de tierra que el indio posee (el hua-
sipungo), para cuya defensa el único camino que le queda es la revolución. Huasi-
pungo apareció como un documento social conmovedor de inspiración socialista,
que participó de la fundación de una “estética de lo horrible”. Junto a decenas de
obras que se publicaron en esos años,14 fue parte importante de la creación de un
lenguaje “más cercano de las hablas ecuatorianas” y de la incorporación al domi-
nio de las letras de “personajes, idiosincrasias y culturas hasta entonces menospre-
ciadas: las de los indios, los cholos, los montubios … los mulatos, los negros y los
habitantes suburbanos y proletarios del país”. Este ejercicio literario y político su-
puso la apertura de “una nueva visión de la historia, de la sociedad en general y de
sus múltiples conflictos.” (Cueva, 1988: 634-639; Ojeda, 1991: 39-45)
Me he detenido en esta cuestión porque ilustra directamente un aspecto cru-
cial del contexto de enunciación de la conmemoración de la fundación de Quito.
Aunque ambos acontecimientos, la huelga y la publicación, correspondieron a di-
mensiones diferentes de la realidad social, transmitieron un mensaje común, ape-
laron a un referente similar y compartieron un mismo “horizonte de expectativas”.
En el primer caso, se trata de nuevas prácticas sociales que produjeron “serios dis-
locamientos en las relaciones sociales existentes entre dominantes y dominados” y
condujeron a una “crisis de la autoridad paternal”. Los lenguajes a los que apela-
ron los subalternos ilustraron el proceso de transición que la sociedad experimen-
taba. Acudieron, de un lado, a una línea discursiva de deberes, derechos y recipro-
cidades propias de una sociedad más tradicional (una “economía moral” de los po-
bres); y, de otro, a fuentes más modernas como el socialismo, sindicalismo y co-
munismo. No se trataba de una sociedad plenamente moderna, con clases consti-
tuidas de rango nacional, sino de clases en formación, atravesadas por estructuras
13. Según Cueva (1986: 161), la novela alcanzó más de una veintena de ediciones en lengua españo-
la (incluyendo tirajes de hasta 50 mil ejemplares) y traducciones a 16 idiomas, algunas adaptacio-
nes al teatro y, de acuerdo al Diccionario de la Literatura Universal Laffont Bompiani, fue, a ni-
vel mundial, una de las cinco obras maestras publicadas en 1934.
14. Entre otros autores de esta época figuran Fernando Chávez, Pablo Palacio, Joaquín Gallegos La-
ra, Demetrio Aguilera Malta, José de la Cuadra y Humberto Salvador. En la línea de la producción
plástica ya sobresalían, entre otros, Pedro León, Camilo Egas, Leonardo Tejada, Galo Galecio,
Diógenes Paredes y Eduardo Kingman.
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15. Se trataba de una noticia remitida por un corresponsal. Ver “El monumento a Atahualpa”, El Co-
mercio, 23 de abril de 1934, p. 3.
16. “Atahualpa”, El Comercio, 25 de abril de 1934, p. 3.
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tos históricos (acaecieron porque tenían que ocurrir de esa manera). De otro la-
do, el presente (léase la condición de miseria en que estaban los indígenas) pro-
vee de una confirmación de la pretendida inferioridad de los vencidos y, por ex-
tensión, de los hechos pasados.
No he podido encontrar en la prensa de 1934 más alusiones significativas a
la cuestión del monumento de Atahualpa. Así, la memoria del último Inca mantu-
vo un bajo perfil público a lo largo de 1934. Las alusiones al Inca aparecían como
parte de la meta-narrativa de la conquista y del desarrollo de la “época hispánica”.
En este campo discursivo, la memoria del Inca frente a la de los conquistadores se
volvió irrelevante y el recuerdo de estos últimos copó toda la escena. Una prueba
de esto ocurrió el 28 de Agosto cuando el Congreso Nacional decretó que se debía
“perpetuar” el aniversario mediante la erección de una estatua al Mariscal Diego
de Almagro, al mismo tiempo que declaró fiesta cívica nacional a la fecha.17 ¿Por
qué se silenció la memoria de Atahualpa en el marco de la conmemoración de la
fundación de Quito? El tema de la celebración implicaba de forma inobjetable la
presencia de dos grupos de actores históricos: los indios y los conquistadores. ¿Có-
mo aparecieron representados unos y otros en las ceremonias de la conmemora-
ción? A responder este interrogante dedico los siguientes párrafos.
Una mirada a las ediciones extraordinarias que el principal periódico de la
ciudad, El Comercio, dedicó a celebrar el 28 de agosto y el 6 de diciembre, respec-
tivamente, nos permite explorar cómo se representaron a los actores históricos de
la conquista.18 Por razones de espacio solo me detendré en el análisis de las porta-
das de ambas ediciones y en menor medida de otros contenidos interiores.19 Ob-
servo estas intervenciones de la prensa escrita como ejercicios persuasivos y nego-
ciados de construcción de la memoria pública. El periódico El Comercio fue un
agente muy significativo en la promoción de la conmemoración y contribuyó no-
tablemente a dotar de sentido el aniversario. Además, fue una tribuna de exposi-
ción de las ideas de un conjunto de actores intelectuales, políticos y sociales que se
convirtieron gracias a estas acciones en “agentes de la memoria”.20
La edición del 28 de agosto desplegó los retratos de Carlos V y Felipe II, en
la mitad superior de su primera página. En medio de ellos se ubicó un titular que
anunciaba el Acuerdo del Congreso Nacional que confería a la conmemoración el
máximo estatus oficial. En él se aludía a la ciudad en términos de “Muy Noble e
Hidalga” y se exaltaba con rimbombancia los vínculos presentes y pasados con la
península ibérica: “Que a través del espacio y del tiempo, las fulguraciones del sol
21. El acuerdo legislativo fue firmado por el vicepresidente Adolfo Gómez y Santistevan y por el se-
cretario C. Puig V.
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22. Este artículo estuvo dedicado a Roberto J. Páez, como muestra de admiración por el gran amor
que este profesaba a Quito.
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La composición del cuadro siguió seguramente una serie de pautas con el pro-
pósito de representar la escena fundacional de manera plausible. Dejo de lado el
análisis artístico propiamente dicho y paso a considerar la representación visual co-
mo un ejercicio de imaginación histórica, dedicado a ilustrar y persuadir de algo. En
vista de que carezco de más información sobre el lienzo, su autor y, lamentablemen-
te, de cuál fue la recepción de la obra, me limito a intentar volver inteligibles las ba-
ses cognitivas y sociales del hecho histórico representado, valiéndome del análisis
de la disposición material que mantienen las imágenes en el espacio visual. ¿Qué fi-
gura u objeto está en el centro del cuadro y qué relación mantiene con los restantes
elementos? Es evidente que la composición gira en torno a la presencia del conquis-
tador (y su gesto), quien atrae la atención de todos los individuos presentes. Acom-
pañan al jinete una serie de figuras dedicadas a extender y cualificar el significado
del hecho representado. De un lado, estas figuras representan la presencia de la ley
(el notario), la religión católica y el respaldo divino (el cura), y el brazo armado (la
hueste conquistadora). De otro lado, constan las figuras indígenas guardando una
disposición que denota aceptación y sumisión ante la presencia española. De la
composición se desprende una actitud indígena de bienvenida a los castellanos.
Cualquiera que haya sido el entendimiento histórico que el pintor tuvo de la
conquista, se puede suponer que este fue constreñido por el evento de la conmemo-
ración y fundamentalmente por la visión dominante de la que precisamente se deri-
vaba. La representación visual de la fundación de Quito que hemos descrito funcio-
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histórico intitulado “Labor indigenista del cabildo en una época histórica”. Las es-
cuelas municipales, por su lado, participaron de un nutrido desfile con ofrendas
florales dirigido hacia el monumento de Fray Jodoco Ricke, un franciscano fla-
menco, con el propósito de recordar la hazaña de haber introducido el trigo en Qui-
to, por primera vez en 1535.
Según la prensa, las escuelas católicas, denominadas “escuelas particulares de
enseñanza libre”, protagonizaron “el número más suntuoso” de la conmemoración.
Más de treinta establecimientos educativos, regentados por diferentes comunidades
de monjas, hermanos cristianos y otras órdenes, desfilaron en espléndidos carros
alegóricos, por las principales calles del centro de la ciudad, con dirección a la pla-
za central para colocar una ofrenda floral. El Presidente de la República José María
Velasco Ibarra observaba el acto desde una tribuna especial. La audiencia que tuvo
la ceremonia fue multitudinaria. Se decía que “medio Quito” salió a las calles y la
gente se agolpó para mirar el desfile a lo largo de la mañana del 8 de diciembre.
Uno de los carros alegóricos escenificó una alegoría denominada “Abrazo de
dos razas”. Según la descripción de la prensa: “De un vergel de flores emergían dos
hermosas niñas: una blanca y otra bronceada. La primera en sitio superior, al pie de
la cruz del conquistador, y la segunda casi rendida entregando su suelo y sus rique-
zas”. Al pie se ubicaba un grupo de niñas en representación de “la raza vencida”.23
Las alegorías que correspondían a otros carros eran muy elocuentes: “Gloria
a España”, “España en Quito colonial”, “El primer cabildo quiteño”, “El primer
impresor”. Alumnos de la Escuela “Hermano Miguel” portaban retratos del Rey de
España y los primeros corregidores. Hubo una representación acerca de “La prime-
ra escuela mercedaria” en la que figuraba el primer maestro de esta orden, Padre
Martín de Victoria, catequizando a los indios que escuchaban en cuclillas. Final-
mente otra escuela escenificó la entrada de Benalcázar y su hueste, integrada por
más de doscientos individuos, que simulaban la posesión de los nuevos dominios.
El desfile fue calificado de “inolvidable” por la intensa emoción que desper-
tó. Se lo elogió como una manifestación del “espíritu cívico”, producto de la “con-
cordia, orden y buena voluntad”. Se puede afirmar que alrededor de un año de dis-
cusiones públicas sobre la historia de la fundación y conquista de Quito habían da-
do sus frutos. Los agentes de la memoria hispanista de Quito habían triunfado. La
entusiasta dramatización de los pasajes de la conquista, el esmero que se puso en
la preparación y realización del desfile, la encarnación de figuras históricas hispa-
nas en un espectáculo público validado por las autoridades locales y nacionales, y
el público de la ciudad, nos provee de un indicio importante acerca de cómo la co-
munidad había asimilado el mensaje de la conmemoración.
La conmemoración brindó, además, la oportunidad de reintegrar la comuni-
dad de la ciudad manteniendo sus jerarquías, estableciendo la calidad de sus miem-
bros, ratificando el orden social, consolidando simbólicamente una visión sobre los
derrotados y el lugar que la historia les asignaba. Las ceremonias cristalizaron una
memoria plagada de alegorías hispanistas y una adhesión profunda hacia esa visión
del pasado. ¿De qué política de la memoria se trataba?
CONMEMORACIÓN (Y OLVIDO) DE
UNA MEMORIA PARA LA NACIÓN
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