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Ensayo 1 DDHH & RI - Profesora O.

Hanashiro 1

Crisis del Humanitarismo Contemporáneo: un problema en la concepción y en la apropia-


ción social del discurso de los derechos humanos

El presente documento se presenta como una revisión a la coyuntura actual del debate
del humanitarismo contemporáneo, su economía de visibilidades y las posibilidades de
aplicación en contextos donde el Estado Liberal Moderno, es una imagen, una aspiración
o cuando menos una transición.

Para abordar el problema en discusión planteo las principales condiciones que nos permi-
ten afirmar que el humanitarismo contemporáneo esta en crisis; luego se discutirán los
principales conceptos que definen la crisis entre el discurso normativo y la práctica políti-
ca.

Finalmente se plantea una serie de retos y agenda de discusión en el campo de la protec-


ción y realización efectiva de los Derechos Humanos (DDHH) para los casos de Estados
emergentes o en transición.

1. Los nuevos contextos de aplicación de los DDHH

Los derechos humanos como categoría de análisis son una expresión de vieja data en los
debates de filosofía y teoría política, pero las tecnologías sociales derivadas de ellos son
un producto de posguerra (segunda guerra mundial), que en la historia más reciente (las
últimas 3 décadas) se han desarrollado exponencialmente bajo las llamadas “emergen-
cias complejas”, en el marco de dos tipos de confrontaciones bélicas: las de los conflictos
internos por motivaciones políticas y/o étnicas, y las intervenciones armadas bajo el crite-
rio de derecho a la defensa y mas recientemente, de guerra preventiva.

Este tipo de manifestaciones, contrario a las aspiraciones de la constitución de Naciones


Unidas, distan de favorecer la idea de la consolidación del proyecto de paz global. De he-

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cho, este tipo de fenómenos ha aumentado de cinco por año en la década de los años
ochenta, a más de 40 en la actualidad.

Este incremento no sólo manifiesta la creciente complejidad en la gestión de la paz y de la


guerra (las Naciones Unidas para el período de tiempo en referencia, han tenido que rea-
lizar 64 llamamientos para recaudar 11.000 millones de dólares para programas de soco-
rro, obteniendo 7.000 millones) (Fisas, 2004:65), sino también algún sentido de crisis y
obligatoria transición de la comunidad internacional en su participación en tales tipos de
conflictos.

Una posible explicación a esta situación se deriva de la transición de conflictos de primera


generación (interestatales o internacionales) y conflictos de segunda generación (internos
o intestinos) que tiene como frontera el fin del bipolarismo y el paso al unipolarismo cuan-
do lo que se auspiciaba era una idea de lo multilateral-multipolar. Esto también comporta
un cambio en la visión y respuesta de USA y de la comunidad internacional (Naciones
Unidas, Comunidad Europea, Otan) a la explosión y difusión de este tipo de conflictos.
Mientras USA responde con la estrategia intervencionista de “baja intensidad”, la comuni-
dad internacional intenta responder con las “operaciones de mantenimiento de la paz”
(Place Kipping Operations, PKO), que suponen un acuerdo mínimo entre las partes en
contienda. (Fisas, 2004:65)

Es como si la comunidad internacional (ONU) hubiese logrado evitar una tercera guerra
Mundial entendida como conflicto de primera generación, pero no hubiese logrado evitar
una conflagración del mundo en una galaxia de focos de conflictos internos (de segunda
generación) que hoy suman 43 en todo el planeta y no pocos de ellos con intervenciones
externas. ¿Hay un derecho-deber de la comunidad internacional para intervenir? ¿En cuá-
les casos? ¿En qué condiciones? ¿Es el humanitarismo la cara limpia del nuevo interven-
cionismo?

Este hecho pone de manifiesto lo que Alessandro Dal Lago (Bergalli y Rivera, 2005:27)
define “(...) como una ilusión. Según una tosca aunque significativa valoración, el número

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de víctimas causadas en el mundo entero por conflictos posteriores a 1945 es muy supe-
rior al causado por la primera guerra mundial”.

Continuado con Dal Lago:

En todo caso la ilusión del pacifismo europeo terminó inmediatamente después de


1989. Primero la latente desintegración de la federación Yugoeslava desembocó
en una serie de conflictos armados que involucraron a los Balcanes en su totali-
dad. A continuación varias coaliciones guiadas por Estados Unidos han interveni-
do en diversas partes del mundo en nombre de la legalidad internacional (Kwait,
1991), de la humanidad (Kosovo, 1999), de la libertad duradera (Afganistán,
2001), de la lucha contra el terrorismo (Irak, 2003). El estado de guerra perdura
desde hace ya 15 años y, sobre todo, parece destinado a continuar por tiempo in-
definido. Pero solamente hasta los ataques del 11 de septiembre de 2001 amplios
sectores de la opinión pública occidental se han dado cuenta de que la guerra,
aunque sea con un nuevo formato, ha reaparecido en el horizonte de la vida coti-
diana.

Lo que se evidencia es que la doctrina de la seguridad nacional (como un asunto de fuero


interno de los Estados para el período de guerra fría y posterior) se consolida y magnifica,
ahora con la idea de que la seguridad nacional es un asunto de geopolítica global y que la
“lucha contra el terrorismo” no reconoce fronteras y difícilmente soberanías.

En este sentido Dal Lago (Bergalli y Rivera, 2005:29), precisa que:

La presencia de la guerra en nuestras vidas no se limita al espectro del terroris-


mo. Antes bien, la misma produce una movilización que, lejos de constituir un es-
tado de excepción, reorienta establemente nuestros hábitos, es decir, las normas
en que se desarrolla ordinariamente la vida social. Algunos de estos cambios es-
tán a la vista de todos y se pueden sintetizar con la formula del primado de la se-
guridad: El primado de la seguridad significa en última instancia la militarización

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del control social, la gestión en términos militares (o incluso bélicos) de las ame-
nazas a las sociedades occidentales que provienen del exterior (infiltraciones te-
rroristas) o del interior (células terroristas durmientes). La militarización del control
comporta dos consecuencias: La primera es que ciertas categorías de humanos,
por ser sospechosas de connivencia con el enemigo, son despojados de las ga-
rantías jurídicas sobre las que Occidente ha construido su propia representación
de cuna del derecho. La segunda es la creación de un estado de acusación virtual
y real de estos grupos humanos.

Esta referencia a la nueva doctrina de la geopolítica global (definida por quienes se confi-
guran como enunciantes de ella: Estados Unidos y Europa) le imprime un nuevo escena-
rio a los distintos conflictos armados vigentes en el mundo, en general, pero muy particu-
larmente, al conflicto entre los Estados y la comunidad de naciones en la aplicación de los
sistemas de protección de los DDHH, sobre todo frente a la nueva lógica omnicomprensi-
va de esta etapa de la globalización, esto es la de la lucha contra el terrorismo.

2. Discurso normativo y práctica política de los DDHH:

A pesar de la muy sonada presencia del debate humanitario y del amplio compromiso
asumido por la mayoría de las naciones en el mundo de refrendar, sino integralmente, al
menos la estructura de base de los DDHH; es claro que este discurso, el de los DDHH y
en parte el del DIH (Derecho Internacional Humanitario) se debe diferenciar entre los
DDHH en su sentido de proyecto o de principios y los DDHH realmente existentes; así
como han existido diferencias entre el socialismo como propuesta y el que realmente se
asumió como sistema de creación de orden, y para no ir muy lejos, igual que el discurso
del desarrollo se basa en la idea de progreso y de bienestar para todos, pero su aparato
aplicativo sólo da cuenta de mas desequilibrio e inequidad.

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Tal vez el primer elemento que se pone en crisis en la conceptualización y aplicación de


los sistemas de protección de los DDHH 1 es que su existencia supone unos requisitos o
condiciones de partida que sólo se pueden entender normativamente, pero que en la
práctica comportan una construcción ahistórica. Me refiero a que suponiendo la existen-
cia de que la promulgación de los DDHH se pudiera asumir como un hipotético Contrato
Social (entendido a modo de lo que Rawls (1999) define como la concepción que cada
sociedad tiene sobre como debe relacionarse con otras sociedades y como debe condu-
cirse frente a ellas), aparece un conflicto de orden geopolítico y es aquel que indica que
las sociedades pactantes se suponen iguales pero no lo son, pues aquellos firmantes de
los primeros protocolos de protección a los DDHH, ocupaban un lugar un peso diferente
en la estructura geopolítica global. En ese sentido Cassese (1999: 149) advierte que los
DDHH se han proyectado desde el mundo occidental, con una visión única de sociedad
tipo y un mismo tipo de Estado. Aclarando que cuando este autor usa el término de so-
ciedad occidental se asume que refiere a los países cetro hegemónicos, o al menos a los
ganadores de la guerra.

Con una genealogía que parte de tal acontecimiento, es comprensible porque muchos Es-
tados, apenas emergentes o en transición, no han podido o querido en muchos casos, dar
paso a esa construcción de dicho contrato social al interior de sus fronteras nacionales.
En primer lugar es difícil para muchas sociedades que vienen de ordenes tribales y fuer-
temente definidos por prácticas colectivas, entender, aceptar y aplicar nociones como la
ley natural de los derechos individuales. Con ello no justificamos la violación de la digni-
dad humana en varios Estados o Pseudo Estados que montan sobre la desinformación, la
fragmentación social o las tradiciones, para justificar sus acciones y generar un beneficio
que es bastante cercano a los principios liberales del derecho a la propiedad y el usufruc-
to, con la diferencia que se asume el Estado o la sociedad toda como dicha propiedad al
beneficio de unos pocos.

1En adelante discutiré sólo algunos puntos centrales que creo no se plantearon explícitamente o en profun-
didad en las lecturas de Vincent, Donnelly, Cassese, Brown y Rawls.

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En ese sentido no creo que el argumento de Cassese (1999: 155) sea muy explicativo del
problema de la realización de los DDHH en los ámbitos nacionales. Este autor afirma que
el principal problema en la aplicación de los sistemas de protección de los DDHH es la fal-
ta de continuidad en el desarrollo de los acuerdos internacionales hasta el nivel nacional y
que con ello surgen contradicciones entre las declaraciones basadas en derechos indivi-
duales y la aplicación basada en los intereses nacionales. Considero que la lógica esta
invertida, es decir, no existe continuidad entre las realidades y la capacidades de los Es-
tados en conformación o en transición; y el establecimiento de acuerdos y pactos en el
ámbito internacional.

Con el argumento anterior, no niego de la posibilidad de universalizar algunos valores


enmarcados dentro de la sombrilla de los DDHH, sino que pretendo afirmar que es nece-
sario reconocer - en un adecuado desarrollo de políticas públicas - las tensiones sobre
relativismo y contextualismo (Brown, 2000: 117) y la paradoja de la universalización de los
DDHH, pues entre mas tendencia hacia la universalización esperamos, mayor la cantidad
de elementos particulares se hace necesario considerar.

También creo que este punto de partida asimétrico en términos de la distribución del po-
der para decidir y actuar con autonomía (pero no con heteronomía) trae consigo lo que
Brown (2000: 115) plantea cuando afirma que los problemas de la aplicación de los siste-
mas de protección de los DDHH, están casos en los que los Estados asumen las declara-
ciones (formalmente hablando) pero sin el desarrollo de instituciones y el fortalecimiento
de la sociedad civil. Producto de lo anterior es que la aplicación de los instrumentos de-
penden de los intereses de las super potencias, que en muchos caso subordinan el nivel
de prioridad de la protección de los derechos frente a otros intereses (el crecimiento eco-
nómico y el libre mercado).

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Otro elemento importante que no aparece con la fuerza debida en el debate internacional,
es el de la subjetividad - y con ella la noción de sujeto - en las políticas y las instituciones
establecidas para la aplicación del sistema de protección de los DDHH. Esta dimensión
aparece subsumida o asumida como subyacente a otras discusiones que se presentan
como centralidad, a pesar que la aplicación de los principios de los DDHH está atravesa-
do fuertemente por la política de la subjetividad y la subjetividad de la política, veamos:

Un primer aspecto se menciona en Vincent (2001: 10), bajo la idea de unos principios on-
tológicos de los derechos humanos. Según este autor la existencia de unos derechos
universales supone que: 1. Todos los poseen, 2. los objetos de los derechos humanos
son de máxima importancia 3. El ejercicio de los derechos humanos aparecen mas restric-
tivos que los derechos civiles, 4. Los derechos humanos tienen un relación directa con el
lugar donde se realizan.

Es muy difícil esperar que este conjunto de principios puedan tomar el carácter como ta-
les, sino preguntarse por la idea de sujeto que subyace en ellos o por la manera que se
construye el sujeto para la efectiva realización de los mismos; pues al fin y al cabo no es
posible saberse poseedor de un derecho si no existe la conciencia de sujeto de derecho;
la asignación de máxima importancia es un principio que pasa por un proceso de selec-
ción y elección entre opciones subjetivas que definen el sentido de prioridad de una cosa
sobre la otra; y finalmente la relación entre la realización de los derechos con el sentido
de lugar es producto de una construcción intersubjetiva y un producto histórico.

Con las salvedades realizadas, creo necesario mencionar tres posiciones que se pueden
contraponer en la comprensión de lugar que ocupan los derechos humanos, y que a su
vez permiten abordar otros cuestionamientos sobre el lugar del sujeto y la subjetividad:
La que plantea Robert Nozick, quien considera que los derechos humanos tienen un al-
cance tal que ponen al Estado en permanente defensiva sobre hasta donde este puede

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actuar, en ese sentido para este autor la teoría política es el espacio dejado por los indivi-
duos para la sociedad. Por su parte Jhon Rawls asume los derechos individuales como
un punto de llegada no el de partida, pues para el la pregunta por la justicia esta a la base
de todas las teorías y los principios que regulan la estructura básica de la sociedad. La
tercera posición es la de Ronald Dworkin, quien describe los derechos individuales como
un paquete de recursos políticos para ser usados contra la imposición de los colectivos;
este posición se desarrolla en dos sentidos en la teoría de Dworkin: la primera es la in-
tensión del autor de contradecir tanto a los positivistas como a los utilitaristas, según la
cual el derecho de los individuos es apenas una decisión judicial que determina la exis-
tencia de los derechos políticos; la segunda intensión es defender la idea, dentro de la
teoría política contemporánea, de proteger ciertas opciones individuales como derechos
fundamentales - naturales - y en ese sentido no asumibles como prerrogativa de los ejer-
cicios legislativos, las convenciones o de contratos hipotéticos. (Vincent, 2001: 34)

En ninguna de las posiciones anteriores el sujeto tiene un lugar protagónico en cuanto tal,
pues Nozick esta preocupado por la reacción del Estado, Rawls por la justicia y el conse-
cuente orden social y Dworkin, quién tiene una mayor preocupación por el individuo, los
hace en tanto poseedor de ciertos paquete de derechos naturales, no en tanto sujeto - ac-
tor de esos derechos. De ahí la necesidad de reconocer que los DDHH establecen un ti-
po de relación particular entre el sujeto y el estado, todo bajo un tipo de acuerdos contex-
tuales que definen la manera en que cada sociedad responde ante determinados valores
fundamentales y no como derecho natural (Donnelly 1999)

Donnelly (1999: 87) también no recuerda que el exceso de centralidad del Estado termina
por tratar a las personas no como sujetos, sino como objetos, alguien por quien hay que
proveer, un receptor pasivo de los beneficios, desconociendo la capacidad de agencia de
los sujetos, la autonomía y la participación.

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Ademas de los anteriores argumentos, en una revisión cuasi arqueológica del discurso de
los DDHH, se podría contrastar este vació en la reflexión sobre le tipo de sujeto y el lugar
de la subjetividad en la construcción social de dicho discurso. Tal vez el error fundamental
ha sido como el que plantea Donnelly (1999) cuando afirma que la declaración de los de-
rechos humanos, si bien refiere la protección de derechos individuales, sólo se han en-
tendido y aplicado como competencia del Estado, es decir, los DDHH han evolucionado
como arreglo al Estado mas que a los individuos; y en ese sentido mas como arreglo a
una estructura que como respuesta a una construcción intersubjetiva, y de ahí su crisis de
apropiación social después de 60 años de existencia.

3. Retos y agenda de discusión en el campo de la protección y realización efectiva de los


Derechos Humanos (DDHH) para los casos de Estados emergentes o en transición.

A diferencia de las mal llamadas “sociedades desarrolladas”, cuya característica común


es la implantación mas completa de la idea del Estado Liberal Moderno - me refiero a mo-
dernidad política -; las sociedades emergentes o mal llamadas “subdesarrolldas” tienen
como característica común lo opuesto a las primeras, es decir, la presencia incompleta o
diferencial del Estado Liberal Moderno. En este escenario la garantía por la realización
plena de los DDHH pasa no sólo por los asuntos del debate conceptual mencionado , sino
por la economía política o del componente social y económico de dichos derechos.

En ese sentido Cassese (1999: 159) nos recuerda que los principales riesgos derivados
de las precisiones anteriores son: ser incapaces de reconocer las causas que definen los
vacíos de aplicación de los DDHH; y en segundo lugar, pasar por alto el peligro de una
visión reducida que no tenga en cuenta la complejidad de la aplicación de los principios
de los DDHH, sobre todo en Estados emergentes, donde las limitaciones están no sólo
asociadas a los asuntos políticos sino económicos; para desde allí instrumentalizar el uso
de dichos principios con el propósito de convertirlos en una regla moral administrada sólo

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por los países desarrollados. Lo que subyase en este debate es la confortación resultante
de la relación entre los derechos civiles y políticos, frente a los derechos económicos, so-
ciales y culturales. Para este autor, sólo la realización de los segundos, será una real ga-
rantía para el mantenimiento de los primeros, a pesar que los Estados del occidental he-
gemónico privilegian los primeros como la garantía del desarrollo de un Estado moderno,
haciendo eco sólo a sus propios procesos históricos y no los de los Estados emergentes.

En este sentido Hanna Arendt (1995 y 1996) pone de manifiesto que la satisfacción de las
necesidades básicas es una condición pre-política de la participación ciudadana, que no
necesita ser discutida por su obviedad ante el sentido común, esto significa, que el Estado
no puede entrar a negociar los estándares mínimos de la calidad de vida y mucho menos
la ciudadanía. Estos deben garantizarse. Lo que sí entra en la discusión política y está
sujeto al acuerdo ciudadano es cómo implementar tales políticas, en qué grado y cuáles
serían los bienes básicos que los miembros de las comunidades requieren, ya que son
ellos, mejor que cualquier experto, quienes pueden dar una respuesta autónoma a la ma-
nera como desean administrar su bienestar (Múnera, 2005).

En ese mismo sentido, y retomando la preocupación por el componente subjetivo de la


política, Jurgüen Habernas (2000: 188-189) propone que, en la realización del principio
de soberanía popular, los miembros de la sociedad política no sólo serían los destinata-
rios de las reglas jurídicas sino también sus creadores, es así como el derecho adquiere
legitimidad. Para lograr la legitimidad del derecho, el principio del discurso adopta la for-
ma del principio democrático, este principio reza: “D: Válidas son aquellas normas (y sólo
aquellas normas) a las que todos los que puedan verse afectados por ellas pudiesen
prestar su asentimiento como participantes en discursos racionales”.

La institucionalización jurídica del principio del discurso es lograda por Habermas reali-
zando una reconstrucción que hace visible la génesis lógica de los derechos: primero, se

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efectúa una aplicación del “principio del discurso” a las libertades subjetivas de acción (li-
bertades individuales); segundo, se estipula en términos de derecho positivo las condicio-
nes para el efectivo ejercicio discursivo de la autonomía política; tercero, tras la institucio-
nalización de la autonomía política y de las garantías a las libertades subjetivas de acción
de forma abstracta pueden los ciudadanos decidir porque medios del derecho positivo
quieren ser regulados legítimamente, esto significa, que configuración quieren darle a las
leyes. Esta reconstrucción lógica de la génesis de los derechos introduce de manera abs-
tracta tres categorías de derechos: (1) Derechos fundamentales que resultan del desa-
rrollo y configuración políticamente autónomos del derecho al mayor grado posible de
iguales libertades subjetivas de acción. Estos derechos exigen como correlatos necesa-
rios: (2) Derechos fundamentales que resultan del desarrollo y configuración políticamen-
te autónomos del status de miembro de la asociación voluntaria que es la comunidad jurí-
dica. (3) Derechos fundamentales que resultan directamente de la accionabilidad de los
derechos, es decir, de la posibilidad de reclamar judicialmente su cumplimiento y del de-
sarrollo y configuración políticamente autónomos de la protección de derechos individua-
les (Habermas, 2000: 188).

A estas categorías de derechos se suma una cuarta: “Derechos fundamentales a partici-


par con igualdad de oportunidades en procesos de formación de la opinión y la voluntad
comunes, en los que los ciudadanos ejerzan su autonomía política y mediante los que
establezcan derecho legítimo”(2). Estos derechos van unidos a: ”(5) Derechos fundamen-
tales a que se garanticen condiciones de vida que vengan social, técnica y ecológicamen-
te asegurados en la medida en que ello fuere menester en cada caso para un disfrute en
términos de igualdad de oportunidades de los derechos civiles mencionados de (1) a (4)”
(Habermas, 2000: 189).

Es claro pues, que una nueva relación de interdependencia se tiene que establecer entre
los derechos civiles y políticos y los derechos sociales, económicos y culturales; pues su
visión fragmentada de de visibilidad pública asimétrica, en favor de los primeros y en de-
trimento de los segundos, sólo responde a un criterio de racionalismo pragmático econo-

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misista implantado por el centro hegemónico como estrategia de control político a los paí-
ses periféricos, sin importar el costo en gobernabilidad y legitimidad internacional de hacer
práctico estos principios en realidades tan adversas. Sólo dejo algunas preguntas que
creo siguen abiertas:

Es el enfoque de derechos accesible a toda las comunidades políticas, me refiero que si


la subscripción de los tratados sobre los DDHH, efectivamente ayuda a configurar un suje-
to de derechos, nuevos objetos de derecho, la protección de esos derechos y al final, la
realización cotidiana de todos los DDHH?

Cuáles elementos de la construcción social del discurso de los DDHH, deben pasar prime-
ro por el desarrollo o la constitución de la condición de sujeto de derechos sobre todo en
sociedades no caracterizadas por una presencia plena de la modernidad política?

Cómo lograr la equiparabilidad de los derechos civiles y políticos con los derechos socia-
les, económicos y culturales; y así evitar que los segundos sean asumidos sólo como
asuntos de legislación ordinaria de cada Estado, en donde estos son considerados ape-
nas con criterios técnicos y económicos bajo la excusa de la complejidad política de su
universalización?

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