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TRIBUNA

Una brújula posible para hacer ciencia


hoy en la Argentina
La creación del nuevo Ministerio de Ciencia y
Tecnología es un hito histórico. El momento es
oportuno entonces para reflexionar sobre cómo el
Estado, los científicos y la educación orientan de aquí
en adelante sus diferentes compromisos con el tema.
Por: Alberto Kornblihtt
Fuente: BIOLOGO MOLECULAR. PROFESOR TITULAR, FCEN - UBA.
INVESTIGADOR SUPERIOR, CONICET

A la ciencia, piloto de la industria, conquistadora de enfermedades, multiplicadora de


cosechas, exploradora del universo, reveladora de las leyes de la naturaleza y eterna
guía hacia la verdad". Este lema, que fue acuñado el siglo pasado por el astrónomo G.
E. Hale, en parte responde a una de las preguntas más polémicas sobre la actividad
científica de nuestro país. ¿Debe la Argentina, un país con altos índices de pobreza
pese a ser rico en recursos, fomentar la investigación básica? ¿Los científicos
argentinos debemos investigar sólo guiados por el afán de descubrir o las
investigaciones deben orientarse a resolver problemas acuciantes de nuestra sociedad?
¿Es la investigación científica una actividad cultural como las artes o una herramienta
tecnológica cuyos resultados deben derivar en productos o servicios?

Desde ya adelanto mi respuesta: la Argentina no puede darse el lujo de no hacer


ciencia básica, justamente porque tiene aún muchos problemas que resolver. ¿Cómo es
esto? Hay quienes defienden la investigación básica argumentando que la distinción
entre básica y aplicada no existe, que hay una sola ciencia, que se divide en buena o
mala según su calidad. Aunque a veces lo usé, nunca me convenció ese argumento.

Prefiero reconocer la existencia de los dos tipos de ciencia y entender que están
relacionadas dialécticamente, que no existe una sin la otra. Que la ciencia es a la vez
piloto de la industria y camino a la verdad; multiplicadora de cosechas y
reveladora de leyes naturales.

Así como la luz es a la vez partícula y onda, la ciencia tiene esas dos caras. El motor de
la curiosidad es tan poderoso como la necesidad de que lo que se busca tenga utilidad.
Más aún, pienso que la propensión a develar misterios y descubrir es inherente a la
condición humana. Quizás lo sea a la condición animal.

No se la puede reprimir. ¿O es que vamos a reprimir estudiar los dinosaurios de la


Patagonia, la tectónica de placas que forma los Andes, la historia medieval o el origen
de los rayos cósmicos porque no parecen tener una aplicación inmediata ni resuelven
problemas sociales? No podemos dejar que las leyes naturales las descubran los
países del Norte y que nuestro papel quede relegado a la búsqueda de lo aplicado, o
peor, a la mera aplicación de lo ya conocido. Si lo hiciéramos, fracasaríamos
estrepitosamente por haber desdeñado el poder de la investigación básica de generar una
forma de pensar crítica, rigurosa, donde no cabe el dogma, la fe ni el principio de
autoridad para sustentar un argumento. La ciencia básica nos entrena para resolver
problemas y no para aplicar recetas.

Las características mencionadas están en las raíces profundas comunes a las ciencias
"naturales" y a las "sociales". Ambas se nutren de la observación y el análisis crítico de
una fracción recortada de lo que nos rodea. En ambas debemos reconocer la presencia
de nuestra subjetividad (deseos, prejuicios, afectos, ideología) y cuidarnos de que
no influya desmedidamente sobre nuestras conclusiones. Pero sobre todo debemos
celebrar la capacidad de nuestra especie de razonar encadenando argumentos y llegar a
conclusiones fundamentadas, en lugar de librar una estéril batalla entre las ciencias
sociales y las naturales como la desatada recientemente frente a un comentario del
flamante ministro de Ciencia y Tecnología Lino Barañao.

Este había dicho con ironía en un medio que algunas investigaciones en ciencias
sociales le parecían "teología". Esto llevó a prestigiosos investigadores sociales a
manifestar su enojo a través de decenas de artículos en distintos medios.

Desde el lado de las naturales, quiero decirles a mis colegas de las sociales que algunas
investigaciones en nuestras disciplinas también parecen teología, que en todas
partes se cuecen habas, y que en todo caso la primera en ofenderse debería haber sido
la Iglesia, por el uso peyorativo del término teología.

Ningún investigador "duro" dejará de reconocer el carácter científico ni la validez de las


propias metodologías de las ciencias sociales. Sobre lo que naturales y sociales debemos
estar conjuntamente alertas es sobre el avance de la pseudociencia, la superchería y
el dogma disfrazado de razón.

Gracias a la ciencia básica los científicos argentinos sabemos hacer vacunas,


medicamentos, organismos transgénicos, reactores nucleares, biosensores, software de
computadoras. Sabemos estimar contaminaciones e impacto ambiental. Evaluar el
estado de los suelos y de la atmósfera, medir la riqueza biológica y mineral de nuestros
ríos, mares y montañas. Podemos conocer el impacto socioeconómico del monocultivo
de soja así como las raíces histórico-económicas de nuestra injusticia social.

Tenemos expertos en casi todas la áreas. Lo hemos aprendido en las universidades


nacionales públicas de magros presupuestos y en los centros de investigación estatales
del CONICET, INTA, CONEA. El problema es si la aplicación de todo este
conocimiento va a estar únicamente orientada hacia la industria privada, o si el
Estado decidirá utilizarlo para asumir un papel independiente del mercado que
genere bienes y servicios a bajos costos para los sectores más necesitados.

Entonces el problema saldrá del área de la decisión individual del investigador entre
hacer ciencia básica o aplicada y se ubicará en el terreno de las decisiones políticas
del Gobierno. Un ejemplo de esto último sería impulsar la producción pública de
medicamentos y la fabricación de las vacunas obligatorias que hoy se importan.
La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es un hito positivo en la historia de
la ciencia local que puede ser comparado con la creación del CONICET hace medio
siglo. Entre las tareas del nuevo ministerio estará la de llegar al ansiado 1% del PBI
(hoy nos encontramos en un 0,4%) para el presupuesto de CyT.

Para ello el Gobierno deberá aumentar el presupuesto genuino del área ya que hoy
la mayoría de los fondos destinados a la promoción no provienen del presupuesto
nacional sino de un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo. Estos créditos
imponen condiciones y además hay que devolverlos. El actual 0,4% no sólo nos ubica
debajo del porcentual asignado por EE.UU., Unión Europea, China y Japón, sino
también a la zaga de algunos de nuestros vecinos latinoamericanos. Pero quizás lo más
importante es que nos ubica muy por debajo de nuestras capacidades reales y de la
excelente preparación de nuestros jóvenes.

En efecto, pese a las medidas de jerarquización de los últimos 4 años, los montos de
nuestros salarios y becas siguen siendo bajos tanto a nivel internacional como interno.
Una manera de generar fondos estatales específicos debería ser un impuesto especial a
las empresas farmacéuticas multinacionales que no invierten en investigación en nuestro
país, pero se llevan la parte del león por la venta de medicamentos importados.

Por último, una reflexión referida a la enseñanza de las ciencias. Por sugerencia de una
comisión nacional convocada por el Ministerio de Educación, 2008 ha sido declarado
el año de la enseñanza de las ciencias. Para que no quede en lo meramente declarativo,
la comisión recomendó destinar presupuestos para mejorar la enseñanza de las ciencias
en las educaciones inicial, primaria y secundaria y fortalecer los institutos de formación
docente.

El fundamento es que la enseñanza de las ciencias no sólo sirve para despertar


inquietudes de futuros investigadores, sino que es importante para la formación
ciudadana, para la adquisición de una opinión pública informada y para fomentar
el pensamiento crítico.

Los científicos podemos hacer mucho en este sentido. Quizás sea una de las mejores
maneras de ser útiles a nuestra sociedad, saliendo de nuestra torre de marfil. Después de
todo, debo confesarlo, me importa más el compromiso social del científico que la
importancia social de su tema de investigación.

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