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Freud expresó en 1915, nos recuerda Resta: "Nos atrevimos a abrigar otra
esperanza, de que los malentendidos se resolvieran por otras vías y que los
pueblos habrían adquirido comprensión de lo que les une y tolerancia para lo
que les diferencia". Esa esperanza fue, sin embargo, una ilusión, como lo
comprobó la cruenta guerra de las trincheras europeas. Ni los acuerdos entre
estados ni los compromisos por la paz fueron capaces de frenarla.
Son solo aquellos estados que han logrado institucionalizar plenamente sus
conflictos internos los que mejor están en capacidad de solucionar los
conflictos externos. Solo ello puede controlar las pasiones y pulsiones de
los líderes. Los temas de la paz y de la guerra requieren de un sistema
racional que aplaque justamente las pasiones cálidas y busque arreglos entre
pueblos, que en última instancia son hermanos, vecinos y complementos.
Nuestros dos países tienen en común este rol central de sus presidentes, con
sistemas institucionales de contrapeso débiles. Hay, pues, una gran
responsabilidad de Correa y de Uribe en encontrar solución al conflicto.
Pero las sociedades civiles deben presionar en esa dirección. Para que la paz
sea norma entre estados debe funcionar la polis interestatal. En el conflicto
Ecuador-Colombia constituyeron solución inicial, pero fueron ineficientes
para llevar a los estados a normalizar sus relaciones. Los buenos oficios de la
OEA y del Grupo de Río no han logrado pasar de una situación de conflicto a
otra de normalización. Pero esto también implica que los estados en conflicto
reconozcan la necesidad de un tercero.