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CAP. “LA MIEL DEL CONOCIMIENTO (Menú pitagórico)” Pags.

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Libro: “La cocina del pensamiento” de Josep Muñoz Redón. Ed. RBA Barcelona 2005

En la Grecia arcaica, lugar de nacimiento de la filosofía según la tradición occidental,


las mujeres se encargaban de la cocina. La base de la dieta clásica eran el pan, la
sémola, los copos de avena, las judías, el ajo, las lentejas, las zanahorias y los nabos.
Los filósofos, a pesar de que tomaban la mayoría de estos alimentos básicos, tenían
sus preferencias a la hora de comer. Los cínicos tenían predilección por el pescado. El
plato elegido por Epicuro era el queso, combinado con aceitunas y vino tinto.. Las
aceitunas también eran la debilidad de Platón, mientras que los pitagóricos ansiaban la
miel, las manzanas, los dátiles, los higos frescos o secos, las uvas, las peras, las
granadas y cualquier otra clase de frutas. Pero, a pesar de la ostentación por escrito de
esta variedad de gustos, los únicos que hicieron de la comida un verdadero estandarte
fueron los seguidores de Pitágoras.
Los hombres no entraban habitualmente en la cocina, pero solamente a ellos les estaba
permitida, en la Grecia antigua, la preparación de la carne en las celebraciones. Comer
carne, algo que no era muy habitual, tenía un significado religioso, como no comerla
pasó a tenerlo a partir de los pitagóricos. Originariamente, pues, el oficio de cocinero
estaba vinculado a la religión.

El pitagorismo parte de una postura contestataria, como mínimo dietéticamente


hablando. El vegetarianismo en la Antigüedad tiene su origen en el pitagorismo.
También prohíbe el vino, las habas, el laurel... Además, los seguidores de Pitágoras se
identificaban porque seguían una serie de preceptos de muy distinta índole: «no te
dejes poseer por una risa incontenible», «no creas nada extraño sobre los dioses o
sobre las creencias religiosas», y por las reducciones cabalísticas de la realidad que
comparten: la justicia es el número cuatro; la salud o buena fortuna, el siete; el
matrimonio, el cinco. Los números son verdaderos talismanes.
Es muy poco lo que se conoce realmente sobre la vida de Pitágoras. Se cree que nació
en Samos a inicios del siglo VI a.C. Abandonó su ciudad natal para huir de la tiranía y
se estableció en Crotona, en el sur de Italia, donde parece que alcanzó una posición
prestigiosa.
Uno de los capítulos más conocidos de su biografía es la creación de una comunidad
de adeptos, de unos trescientos miembros, que le veneraban. Con Pitágoras aparece la
nueva forma de vida de una comunidad cerrada, aglutinada por reglas comunes de
vida y por las mismas ideas sobre el alma y la sociedad. Pitágoras fue el primero que
aglutinó a su alrededor un círculo cerrado de discípulos que participaban de su
doctrina.
Entre las normas que obligatoriamente observaban estos seguidores estaban las
siguientes: apártate de los caminos frecuentados y camina por los senderos; vigila tu
lengua y sigue a los dioses; no revuelvas el fuego con un cuchillo (o instrumento de
hierro); ayuda al hombre que trata de levantar su carga, pero no al que la depone; al
calzarte, comienza por el pie derecho, y al lavarte, por el izquierdo; no hables de las
cuestiones pitagóricas sin luz; no pases nunca por encima de un yugo; cuando estés
fuera de casa, no vuelvas nunca la vista atrás; alimenta un gallo, pero no lo
sacrifiques, pues está consagrado a la luna y al sol; no permitas que una golondrina
haga su nido bajo tu tejado; no lleves anillo; no te mires al espejo junto a una lámpara;
no creas nada extraño sobre los dioses o las creencias religiosas; no te dejes poseer por
una risa incontenible; no te cortes las uñas durante un sacrificio; tras levantarte de la
cama, enrolla los cobertores y allana el lugar donde yaciste; no comas el corazón;
escupe sobre los recortes de tu pelo y las limaduras de tus uñas; borra de la ceniza la
huella de la marmita; abstente de comer habas; abstente de comer seres vivos.
La mayoría de estos preceptos tienen en la actualidad un significado ininteligible para
nosotros. No obstante, vamos a intentar encontrar una explicación sobre los que están
relacionados con la comida: no comas el corazón, no comas habas, no comas laurel,
no mates pollos, abstente de comer seres vivos. Para ello debemos exponer la doctrina
del alma de Pitágoras.
El alma humana, para este pensador, es inmortal y se encuentra ligada
accidentalmente a un cuerpo. La doctrina de la trasmigración de las almas, que tanta
influencia tendría después en Platón, afirma que las futuras reencarnaciones de esta
parte espiritual dependen de la existencia anterior. El renacimiento religioso había
devuelto a la vida la vieja idea del poder del alma y de que su vigor perdura tras la
muerte. El alma es un distinguido prisionero del cuerpo. Nuestro espíritu va
cambiando de cuerpo a medida que avanza la rueda de las reencarnaciones.
El alma tiene en su mano decidir la clase de cuerpo en el que va a introducirse, ya sea
humano, animal o vegetal. Por lo tanto, las almas podían reencarnarse en forma de
seres vivos distintos del hombre, también animales y vegetales. Lo que, a su vez,
sugiere el parentesco de todos los seres vivos. Tal vez por esta razón se pedía la
abstención de comer hojas de laurel y habas. Es muy posible que Pitágoras creyera
que era posible reencarnarse en forma de planta.
La práctica del silencio, la influencia de la música y el estudio de las matemáticas se
consideran valiosas ayudas para la formación del alma. La prohibición de comer carne
se debería probablemente a la doctrina de la metempsicosis, o estaría, por lo menos,
en conexión con ella. Como también lo estaría la prohibición de ofrecer sacrificios
sangrientos a la divinidad. El cuerpo se debe purificar y para hacerlo hay que atender
también a la alimentación.
Tras la muerte de Pitágoras parece que su escuela se dividió en dos sectas: la de los
llamados acusmáticos, que mantuvieron el aspecto místico de sus doctrinas; y la de los
matemáticos, que se ciñeron al campo científico. Los matemáticos serían los
privilegiados que podían acceder al conocimiento mediante el ejercicio de su propia
razón, mientras que los acusmáticos estaban condenados a tener que escuchar la
verdad revelada porque eran incapaces de encontrarla por ellos mismos.
La religión y la ciencia no eran para él dos compartimentos separados sin contacto
alguno, sino que más bien constituían los dos factores indisociables de un único estilo
de vida. Las nociones fundamentales que mantuvieron unidas las dos ramas, que más
tarde se separaron, parecen haber sido la contemplación, el descubrimiento de un
orden en la disposición del universo y la purificación del alma.
Los pitagóricos qué se dedicaron a las matemáticas fueron los primeros que hicieron
progresar este estudio. Para ellos, todas las cosas son cuantificables. Los pitagóricos
dicen: «¿Qué es lo más sabio? El número ¿Y qué es lo más bello? La armonía». Todo
el orden existente en la realidad se puede expresar mediante números.
Pero los pitagóricos no afirman sólo que todas las cosas se pueden expresar
numéricamente. Van más allá. Para ellos el sustrato material de la realidad también es
numérico. Pitágoras entendía los números como el arché del mundo. La estructura de
la realidad, según este pensador, dependía formal y materialmente de los números.
Evidentemente, tal doctrina no es de fácil comprensión. Se hace difícil decir que todas
las cosas son números. ¿Qué consideraban por ello los pitagóricos? En primer lugar,
¿qué entendían por números o qué es lo que pensaban acerca de los números? Los
pitagóricos consideraron los números espacialmente. La unidad es el punto, el dos es
la línea; el tres, la superficie; el cuatro, el volumen. Decir que todas las cosas son
números significaría que «todos los cuerpos constan de puntos o unidades en el
espacio, los cuales, cuando se los toma en conjunto, constituyen un número».
Esta costumbre de representar los números o relacionarlos con la geometría ayuda a
comprender por qué los pitagóricos consideraban las cosas como números y no sólo
como algo cuantificable: transferían sus concepciones matemáticas al orden de la
realidad material. Por la yuxtaposición de puntos se engendra la línea, la superficie es
engendrada por la yuxtaposición de varias líneas y el cuerpo por la combinación de
superficies. Puntos, líneas y superficies son las unidades reales que componen todos
los cuerpos de la naturaleza, y en este sentido todos los cuerpos deben ser
considerados como números.
A pesar de todas estas elucubraciones, los pitagóricos contribuyeron positivamente al
desarrollo de las matemáticas. Un conocimiento práctico del teorema de Pitágoras
aparece ya en los cálculos sumerios, pero fueron los pitagóricos los que rebasaron los
simples cálculos aritméticos y geométricos y supieron integrarlos en un sistema
deductivo. El dulce conocimiento de la armonía.
Tal vez a esto contribuyó el gusto por la miel de su máximo representante. La miel,
sin lugar a dudas, es el alimento energético por excelencia y un estupendo
reconstituyente para estudiar matemáticas. La espectacular acción positiva que
ejerce sobre el organismo se debe a sus componentes, como los azúcares, los
oligoelementos orgánicos y minerales, las hormonas y las vitaminas, sustancias
vivas que desempeñan un papel de poderosos catalizadores capaces de liberar la
energía contenida en potencia en otros elementos.
El simple consumo regular de miel ejerce una acción positiva sobre los corazones
castigados por el estrés. La miel es una fuente de ahorro para un corazón fatigado;
aumenta la cantidad de glucógeno disponible en el hígado y ejerce una acción
hepatoprotectora; tampoco requiere una digestión previa; actúa muy
favorablemente contra las enfermedades del estómago; su consumo regular
aumenta la tasa de la hemoglobina de la sangre al mismo tiempo que el peso del
cuerpo. La miel es un sedante que actúa sobre todo el cuerpo.
La miel no es sólo el gran complemento energético para el cultivo de las
matemáticas; también la encontramos presente cuando los pitagóricos exponen sus
opiniones sobre física celeste. Para ellos, la tierra no sólo era esférica, sino que no
ocupaba el centro del universo. La tierra y los planetas giraban -al igual que el sol-
en torno al fuego central. Todos los planetas, al girar alrededor del fuego central,
producirían una música dulcísima como consecuencia de la armoniosa rotación de
las esferas, que los hombres no podemos distinguir porque nos acompaña desde el
nacimiento, y que conocemos bajo el nombre de silencio. El silencio es, pues, el
melifluo sonido que provoca el armonioso engranaje del universo.
Debemos a los pitagóricos el perfeccionamiento del álgebra y de la aritmética, la
clasificación de los poliedros regulares, el teorema de Pitágoras, la
inconmensurabilidad de la diagonal y del lado de un cuadrado, la doctrina de la
«armonía de las esferas», pero nada es comparable con su obstinación por pensar la
realidad a través de la abstracción deductiva, el dulce conocimiento del orden de
las cosas que todos perseguimos. Tal vez por eso, según cuenta Diógenes Laercio,
cuando Leoconte le preguntó a Pitágoras « ¿Quién eres? », éste respondió por
primera vez: « ¡Soy un filósofo! ».

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