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En la Florencia de comienzos del siglo XV viven tres hombres que constituirán la clave de
la revolución artística que ya se anuncia y que de una manera fulgurante va a imponerse en breve
lapso de tiempo. Estos tres hombres son Brunelleschi, escultor y arquitecto (1377-1446), Donatello,
escultor (1386-1466) y Masaccio, pintor (1401-1428). Estos tres genios superiores colocan las
piedras angulares del Renacimiento florentino. Por otro lado, León Bautista Alberti ocupa un
puesto destacado tanto en la historia de la literatura como en la historia de la arquitectura y la teoría
del arte. Su experiencia, singular e irrepetible si se analiza aisladamente, ha dejado una huella
indeleble en cada uno de estos campos, estableciendo algunos engarces entre uno y otro, que
cobrarán carta de naturaleza en la evolución posterior.
Pablo Álvarez Funes
Brunelleschi pero a todos derrotó Lorenzo Ghiberti (1382-1455) por la novedad de su invención, la
gracia delicada de sus figuras y la perfección del trabajo.
El fracaso movió a Brunelleschi a abandonar por un lado la escultura y por otro Florencia,
marchándose a Roma con Donatello para enfrascarse en el estudio de la arquitectura antigua. Allí
midió y excavó numerosos monumentos, midiendo y estudiando con delectación cuantos capiteles
frisos y cornisas desenterraba.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
En 1407 volvió a Florencia por motivos de salud y con ánimo de cambiar de aires. Pronto
se sintió atraído por el magno problema que obsesionaba a todos los florentinos y que hacía
estremecer a los maestros del oficio; el cerrar la bóveda del presbiterio de Santa Maria dei Fiori.
catedral del siglo XIV resulta semejante a las nueva construcciones proyectadas por Brunelleschi en
esos años y resume las aspiraciones de toda la vanguardia artística florentina.
En 1432 se discute la forma del anillo de cierre, se prepara una maqueta y se toma la
decisión de elegir el octógono. En 1436, Brunelleschi realiza el modelo de la linterna, y en 1438
comienza, a pie de obra, la construcción de los elementos de mármol; el montaje, que no se inicia
hasta 1446 –fecha de su muerte-, se concluye en 1471.
La elección de la forma octogonal para el anillo de cierre anticipa las características
fundamentales de la linterna, que recoge el haz de todos los nervios y remata el diseño de la cúpula.
Los nervios, al llegar al anillo, giran angularmente, rematando, en la parte alta, las superficies de
ladrillo rojo, y preparando una vasta plataforma, de la cual emerge el prisma octogonal de la
linterna, fuertemente retranqueado. Esta sensación de lejanía confiere un más acentuado carácter de
irrealidad y fantasía a las formas empleadas. Pero la correspondencia gráfica entre los pilares
angulares de la linterna y los nervios se evidencia mediante contrafuertes con ménsulas invertidas,
que montan sobre la plataforma y convierten en sugestivo a abanico espacial la simetría octógona
de la base. Esta compleja estructura cumple la función del eslabón que le faltaba a la imposta y hace
resaltar así la autonomía de la gran bóveda respecto de la iglesia. Los elementos macizos de la
linterna están deliberadamente engrosados en relación a los vanos, para que puedan destacar desde
lejos. La alternancia de masa y vacío concluye, en la parte superior, con el solemne avance de la
cornisa, la corona de hornacinas y pináculos, y la pirámide que sostiene el coronamiento de bola.
Los remates brunelleschianos dan a la cúpula un valor decorativo excepcional. El gallonado
octogonal se distingue con claridad desde vario kilómetros de distancia, mientras que el perfil
accidentado de la iglesia se confunde con los edificios circundantes; la cúpula queda suspendida
sobre la ciudad, y se prepara de su perfil para convertirse en el término próximo de un horizonte de
valles y montes, en cuyo paisaje se integra; su escala, mediando entre las que corresponden a las
obras realizadas por el hombre y las de la naturaleza, la convierte en un punto de referencia
indispensable de toda contemplación panorámica, dentro de los límites desde los que se alcanza con
la vista de la ciudad.
El tratamiento simple y grandioso de la bóveda, que tan gran eficiencia alcanza en lejanía,
compromete en cambio de cerca, de manera definitiva, la relación entre la cúpula y la iglesia que
está debajo. Sobre las cuatro fachadas libres del tambor, Brunelleschi construye en 1438 los
absidiolos, para completar de manera aproximada la simetría octogonal, y quizá lleva a cabo el
revestimiento en mármol del tambor, a nivel de los ojos de buey, aligerando así los motivos de las
taraceas inferiores; pero el contraste de escala entre la cúpula y el pie derecho resultó todavía muy
fuerte visto desde cerca, y el problema crucial del enlace decorativo con la imposta de la cubierta no
fue nunca afrontado con decisión, dejando en su primitivo estado la pared actual, de la que arrancan
los nervios, sin ninguna preparación.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
no es sólo el consultor a alto nivel de un cuerpo colectivo de ejecutores, sino el responsable único
de la forma, la decoración, la estructura y la organización general; señala, pues, la transición hacia
una nueva experiencia arquitectónica respecto de la cual el propio Brunelleschi está elaborando los
fundamentos metodológicos.
Los contemporáneos, y entre ellos León Bautista Alberti en primer lugar, se percataron
inmediatamente de la importancia que había de tener para la ciudad esta inmensa construcción, “tan
amplia que podría cobijar bajo su sombra a toda la población toscana. Esta obra fue para Florencia
y el Renacimiento en general lo que la Torre Eiffel ha sido para París y la arquitectura del siglo XX:
un referente claro del inicio de una nueva época.
♦ Las formas de los elementos arquitectónicos no son ideadas “a posteriori” para cada edificio,
porque están ya definidas “a priori”, con sus proporciones correspondientes y casi todas sus
particularidades decorativas. El margen de variabilidad queda cada vez más restringido dentro
de unos límites precisos, y no ha de comprometer la identificación de las formas. Esta
necesidad de normalización está tan acentuada en Brunelleschi, que le lleva a limitar los
modelos clásicos, utilizando prácticamente el orden corintio.
La idea de normalización se desconoce con anterioridad a Brunelleschi: todas las
decisiones, hasta el último detalle, se iban tomando en el curso de la obra y de acuerdo con
ella; y esta costumbre llega a producir una insostenible dispersión de las energías. Separando
los elementos arquitectónicos que se repiten en los distintos proyectos singulares, y
definiéndolos de una vez para todas mediante la referencia a los órdenes antiguos se obtiene
una nueva distribución de las energías, que permitió alcanzar la perfección ejemplar de los
modelos griegos y romanos. El proceso proyectivo resulta escalonado en varias fases: un
cierto número de elementos entran en el proyecto como términos sabidos, y son ajustados
mediante pequeñas correcciones. Empleando una serie de términos conocidos, el proyectista
puede siempre concentrar su atención en las incógnitas peculiares de su caso; estando
definidos los elementos, debe ocuparse de su montaje, y esta operación se convierte en el
punto cardinal del nuevo procedimiento de proyección.
♦ Los elementos normalizados sobre la guía de los modelos antiguos, no son partes
independientes, sino que resultan ligados entre sí por correspondencias proporcionales,
igualmente normalizadas, formando algunas asociaciones típicas que se denominan “órdenes
arquitectónicos”.
Limitada sí la casuística de las posibles asociaciones, la composición del edificio puede ser
analizada y reducida a un esquema geométrico lo bastante simple como para poder ser recibido con
claridad a través de la distribución de los elementos.
Ya en la época gótica, los proyectos de edificios imaginados en espacio tridimensional eran
frecuentemente representados mediante esquemas geométricos lineales. Peor el valor del esquema
está en ser una representación compendiada de la estructura tridimensional, de la cual no está nunca
netamente desligado. Pero los elementos constructivos y decorativos forman un sistema abierto,
donde ninguna cota ó elemento alguno prevalecen sobre los demás; todo trazado geométrico es
válido únicamente como indicación aproximada y, en el edificio construido, sólo podemos esperar
encontrarlo con un cierto margen de imprecisión.
En cambio, la partes de un orden arquitectónico forman un sistema cerrado, enlazado por
ciertas correspondencias internas, y todo en él está en relación con lo demás miembros del edificio,
mediante ciertas medidas principales, que solamente entran en juego respecto del esquema general,
el cual pede ser referido unívocamente al edificio concreto.
Pablo Álvarez Funes
Según los datos que poseemos, Brunelleschi estableció la distribución general del edificio y aporta
además un diseño del pórtico; los trabajos comienzan en 1421 y Brunelleschi los prosigue hasta
1424: los continuadores alteraron más tarde el proyecto original, pero no podemos distinguir las
intervenciones de estos últimos de las iniciales aportaciones del maestro.
El pórtico de entrada está formado por nueve “campatas”* de planta cuadrada, como se
deduce de la conformación de las bóvedas vaídas con las que Brunelleschi, a partir de entonces,
sustituirá casi siempre las habituales crucerías. En los arcos de medio punto, la relación entre las
luces y la flecha está fijada en el arranque, de manera que todas las cotas altimétricas dependen de
una sola medida: la altura del pie derecho de los arcos; de la misma manera las cotas planimétricas
dependen todas del lado de la “campata”, o lo que es lo mismo, del intercolumnio.
*
“Campata”: figura que se obtiene enlazando las cuatro impostas de la bóveda y, abajo, las bases de las
columnas y los puntos que en la pared de fondo corresponden a la columnas del pórtico
Historia de la arquitectura renacentista italiana
*
A escala bastante reducida, el uso de la braza como módulo (58´6 cm) se hizo necesaria por la
coincidencia con las medidas tradicionales del ladrillo; a escala mayor es significativo el uso de cotas que
expresadas en brazas corresponden a cifras redondas.
Pablo Álvarez Funes
De esta manera, las dos alturas principales –la de sustentación de los arcos y al total del
frontis- no resultan relacionables directamente, como sucedería si correspondiesen a elementos
plásticos similares.
El orden menor, con pilastras o con columnas, condiciona la articulación de todos los
ambientes que rodean la cruz mediana y basta para resolver todas las articulaciones de los muros a
excepción de los cuatro pilares en torno a la cúpula.
Sólo aquí interviene el orden alto para determinar la forma del pie derecho, ya que la
presencia de las dos pilastras mayores produce un deslazamiento de las dos menores, restringiendo
en casi media braza el arco que abre las naves laterales al transepto, respecto a los otros arcos que
separan las “campatas” de las mismas naves; este arco, al formar sistema con los otros que
enmarcan las capillas del transepto, determina indirectamente la medida de estos últimos. Las
variaciones de las luces de los arcos y los desniveles de las bases de las columnas y las pilastras
impiden establecer tanto una altura constante como una relación típica entre el intercolunio y la
altura del orden bajo.
La cornisa del orden alto, que corre ininterrumpidamente a lo largo de los cuatro brazos de
la cruz, está poyada sobre una serie de ménsulas que señalan los ejes de los elementos murales de
sostén. En algunos puntos aparecen unas singulares cabezas de pilastra, que unas veces (en la
conjunción de los pilares angulares) se encuentran a desplomo de las pilastras menores de sostén,
simulando su prolongación hasta el entablamento más alto, y otra (en las esquinas terminales del
transepto) no tienen ninguna correspondencia con los miembros del primer orden, es decir,
sugieren la imagen de inexistentes pilastras angulares que interfieren claramente la conformación
real del pie derecho.
En muchos lugares el proyectista se reserva la libertad de alterar las medidas altimétricas
independientemente de las planimétrica. De las cuatro pilastras adosadas a los ángulos, las dos
primeras que se apoyan en el
suelo son más largas que las
otras dos, que se apoyan en los
escalones del presbiterio. En
las naves laterales de la iglesia
las pilastras que enmarcan las
capillas menores resultan más
cortas que las columnas
correspondientes, y se elevan
sobre tres escalones; pero aún
más significativo es el hecho de
que las pilastras del orden alto
tengan la misma anchura que la
del orden bajo, siendo mucho
más altas; por eso los pilares
angulares al crucero, formado
por dos pilastras alta y dos más bajas, tienen una planta cruciforme.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
Esta solución, que aún está ligada a la tradición gótica debilita enormemente la consistencia
del orden mayor, cuyas pilastras resultan demasiado endebles, reduciéndolos casi a un contorno
decorativo que circunscribe los miembros del orden menor. La relación entre pilastras y
entablamento llega a 9:1. Se diría que las pilastras intervienen únicamente para justificar la presencia
de la cornisa que establece la cota máxima de todos los ambientes secundarios; esto quiere decir que
podrían haberse suprimido en todos los puntos, exceptuando los pilares del crucero, y precisamente
así lo hicieron los proyectistas de la fachada interna; esta decisión, que en alguno puntos resulta
antiestética puede ser atribuida más fácilmente al propio Brunelleschi que a sus continuadores,
precisamente por su significad teórico y programático. A Brunelleschi le interesaba estudiar las
consecuencias de un método riguroso antes de componer detalles singulares para alcanza una
forzada armonía.
de envolver el enlace mural entre los dos vanos, y determinar el espesor del muro de separación,
están dispuestos de modo que las aristas vivas correspondan a los vértices del cuadrado.
Los dos casquetes arrancan tangentes a los arcos de sostén, de modo que su volumen
queda determinado exactamente por las estructuras de soporte. El mayor está constituido a “cresta e
vele” (con aristas y vaída) para conseguir la corona de ventanas redondas en las lunetas e
independizar gráficamente, mediante los doce nervios, la amplia superficie hemiesférica; el menor es
ciego, sin resaltes, y pintado de oscuro.
La bancada formada por pilastra y los arco, que destaca gracias al contraste cromático entre
la piedra oscura y el enlucido blanco, determina las articulaciones del ambiente. Todos los
elementos secundarios resultan tangentes a los elementos principales para que su posición quede
claramente determinada.
Donde el arquitrabe corre entre dos pilastras demasiado alejadas, se apoya en ménsulas, que
dividen en partes iguales el espacio libre entre los fustes. Las ménsulas, como en la antigüedad,
sustituyen los apoyos eliminados y desempeñan aquí una función esencial: evitar un recargamiento
excesivo del entramado arquitectónico sobre las paredes secundarias, suprimiendo elementos no
esenciales para la articulación de los espacios.
En este primer ensayo de la nueva arquitectura brunelleschiana se ha buscado con
particular insistencia una fórmula geométrica que pueda define en abstracto las proporciones del
vano, independientemente de la conformación de las paredes.
Toda la composición depende de tres medidas: el lado de base del cuadrado pequeño y la
altura del orden arquitectónico que interviene en los dos ambientes, fijando la cota de imposta de
las cubiertas.
Las tres series de cotas
perecen, pues, originadas por tres
medidas fundamentales que,
expresada en brazas florentinas,
corresponden a números enteros y
deben considerarse objeto de
selecciones independientes. En
realidad, el magistral equilibrio de
esta arquitectura no necesita estar
apoyado en ningún teorema
geométrico latente; es esencial, en
cambio, que todas las relaciones
espaciales puedan ser leídas de
inmediato, en el entramado de los
elementos plásticos normalizados que articulan el organismo. La conformación fija de los
elementos (basas, fustes, capiteles, arquitrabes, frisos, cornisas, arquivoltas y ménsulas) y la
Historia de la arquitectura renacentista italiana
Lorenzo, el especialista es Donatello; pero su proverbial inspiración gótica le induce a acentuar, más
allá de lo necesario, el relieve de los medallones y, sobre todo, de las puertas secundarias, inscritas
en los arcos abocinados, que reproducen sin fundamento algunos los motivos de las hornacinas
sobre los muros contiguos a la escalera.
en parte, el fuerte desnivel existente entre los arcos y las ventanas que se abren en las paredes de la
nave central, sobre los techos de las naves laterales.
Sin considerar el plinto, el orden menor tiene 16½ brazas de altura, equivalente a once
veces el diámetro de base de las columnas (que miden 1½ brazas) y a una vez y media el
intercolunio. La correspondencia entre columna y entablamento es de 6:1, levemente menor que en
San Lorenzo y la Capilla Pazzi; parece evidente que Brunelleschi intentó distintas formulaciones de
estas correlaciones que posteriormente serían codificadas por los tratadistas.
Los arcos sobre el orden menor son perfectamente circulares, como es habitual, y la
decoración de la arquivolta equivale a la mitad del espesor del entablamento; así, la altura total del
sistema formado por el orden y por los arcos, medida sobre la arquivolta, es de 22 brazas (doble
que el intercolunio).
Las medidas planimétricas y altimétrica del Espíritu Santo forman un sistema unitario
subordinado a una sola cota: el intercolumnio de 11 brazas. Este resultado no es sino el desarrollo
del método de proyección para cotas enteras experimentales usado en las obras precedentes; en este
caso el submúltiplo no es l braza, sino una medida mayor: el intercolumnio de 11 brazas, o si e
prefiere, la mitad del intercolunio (5½ brazas). De esta última medida se deducen todas las cotas
principales del edificio, multiplicándola por la serie aritmética:
1 (profundidad de los absidiolos)
2 (intercolunio del orden menor)
3 (altura del orden menor y cota de imposta de las bóvedas de las naves laterales)
4 (altura hasta la clave de los arcos de las naves laterales e intercolunio del orden mayor)
5 (cota probable de imposta de las bóvedas de la nave mayor)
Los dos brazos de la cruz
latina formada por la nave central
se obtienen de la misma medida,
multiplicándola por 12 y por 24, y
los dos ejes de la iglesia,
multiplicándola por 18 y por 30.
Estas mediada de
conjunto están entre sí en la
misma relación (2:3:4:5) y se
pueden suponer obtenidas
multiplicando un módulo más
grande, que equivaldría a la suma
de las anchuras de las dos naves. La iglesia del Espíritu Santo es, pues, el prototipo de la
composición basada en relaciones simples –es decir, de la adición de elementos métricos iguales-
que se considera típica de la cultura renacentista.
Pablo Álvarez Funes
Las medias columnas a los lados de los absidiolos e convierten en cuartos de columna
donde el deambulatorio forma un ángulo cóncavo, y en tres cuartos de columna donde forma un
ángulo convexo; en este punto, si los absidiolos adyacentes al ángulo tuviesen la misma forma de
los demás, se introducirían el uno dentro del otro, razón por la que han sido deformados,
haciéndolos asimétricos y menos profundos para garantizar al muro un espesor mínimo allí donde
las curvas están próximas entre sí.
Esta deformación está
disimulada mediante una hábil
modificación del contorno de la
ventana del fondo; pudo ocurrir
que el problema se originara por
una modificación del perfil de los
absidiolos normales, introducida
por los ejecutores y quizá
relacionada con la discordancia de
los vínculos externos de que antes
hemos hablado.
La fachada planteó una
disparidad de criterios, pues Brunelleschi la preveía con cuatro puertas –sobre los ejes de las
“campatas” del deambulatorio, que debía doblar también hacia este lado- y que fue realizada no con
cuatro, sino contres puertas, de acuerdo con los cánones tradicionales.
depende siempre de tres mediadas (dos para la planta y una para el alzado) independientes y
expresables con números enteros, pero proporcionados de manera muy distinta.
Este recito fue construido sobre un solar, probablemente encajonado entre construcciones:
el muro perimetral de Santa Cruz a la izquierda y seguramente edificios conventuales a la derecha,
que debieron ser edificados ante de la intervención de Brunelleschi. Acaso en este terreno existiera
ya una precedente sala capitular, que fue totalmente destruida ara poder realizar la de Brunelleschi.
El intercolunio entre las pilastras adosadas a
los ángulos de la cúpula mayor es casi idéntico a los
que están en posición análoga en la capilla de San
Lorenzo y equivale a 19½ brazas; el diámetro de la
cúpula es, sin embargo, meno, porque los cuatro
ángulos de sustentación están totalmente
compenetrado en la imposta; dicho de otra manera, si
el vano cupulado fuese cuadrado, las cuatro pilastras
tendrían solamente el resalte correspondiente a su
espesor, como sucede en los vanos pequeños
de la sacristía y la capilla Pazzi; esta solución
está impuesta por el hecho de que le vano
mayor es rectangular y las pilastras están
desdobladas a lo largo del lado mayo del
rectángulo.
También la proporción entre los dos
vanos cupulados es distinta, porque el
intercolumnio de las pilastras que sostienen el
arco de comunicación tiene 9½ brazas en lugar
de 8; como consecuencia, los dos
intercolumnios laterales –que se repiten en el
exterior en correspondencia con las bóvedas de
cañón- son de 5 brazas en lugar de 5¾ brazas y no tienen ninguna puerta, sino sólo las ventanas
abiertas a la fachada, cuyos contornos se repiten como tema decorativo sobre todos los lados del
ambiente. Los intercolunios están indicados en el suelo, materializados por finísimas tira de piedra,
que dividen el pavimento enlosado.
Por tanto, no sólo el organismo obedece a una rigurosa construcción geométrica, sino que
las medidas fundamentales corresponden a números enteros y una de éstas se vuelve a encontrar
idéntica en el análogo organismo de la sacristía de San Lorenzo (a pesar de estar emplazada la
capilla en un área fija da de antemano).
Es probable que Brunelleschi seleccionara mentalmente un gran número de esquema
eligiendo el que se adaptaba a aquel espacio; y que estableciese después pequeñas variantes,
Historia de la arquitectura renacentista italiana
adaptables a las distintas soluciones decorativas a fin de obtener una correspondencia precisa. Otra
margen para pequeños ajustes deriva de la exigencia de engrosar los muros de la iglesia, a fin de
eliminar los resaltes góticos; los planos, sin embargo, han demostrado que estos engrosamientos
fueron
posición del ojo de buey comprendido entre lo dos arcos concéntricos, de forma que resulte
igualmente tangente a las dos molduras.
Para resolver el problema del desnivel entre los dos vanos, Brunelleschi utiliza la tarima que
corre alrededor de todo el vano grande a la altura del vano pequeño. Esta tarima, que mide una
braza de altura y otro tanto de profundidad, se usa cuando la capilla cumple la función de sala
capitular, y proporciona además un plano de apoyo uniforme a las pilastras del orden
arquitectónico. El orden es aquí algo más alto que en la sacristía: mide en su conjunto 15 brazas,
con el plinto de base incluido; 13 brazas corresponden a la pilastra y dos al entablamento. La
relación entre el intercolunio menor -constante en todos los lados- y la altura es de 1:3,
condicionando el trazado de los elementos secundario de las ventanas y de los medallones. Los
arcos de la cubierta son todos perfectamente semicirculares y, como consecuencia, la forma de las
bóvedas está totalmente determinada desde la cota de imposta hasta la parte alta.
En la capilla Pazzi, el equilibrio entre los remates y los modelados decorativos están más
logrados que en la sacristía.
El pórtico en su parte externa fue completado en 1461, y debe considerarse una variante
del proyecto original. En un principio se proyectó una fachada lisa (cuya preparación ha sido
descubierta en el paramento frontal); las dos bóvedas de cañón (que conservan todavía una cubierta
de tejas extradosada) debían quedar vista para expresar externamente la conformación volumétrica
del edificio.
El pórtico fue construido inmediatamente después de cerrarse la cúpula mayor, por
iniciativa probablemente de los
continuadores ó siguiendo la pauta
de n dibujo de Brunelleschi.
Los intercolumnios del
pórtico son los mismos de la pared
interna, puesto que las columnas
deben enmarcar las mismas
ventanas que se abren al exterior;
es, sin embargo evidente que se ha
buscado limitar al máximo las
alturas para no dejar oculta la
cúpula. Las forma secas y leñosas
del ático sobre el entablamento
hacen pensar efectivamente en la
mano de otro proyectista.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
Pablo Álvarez Funes
En la ampliación del Palacio Parte Güelfa parte de la estructura toscana del siglo XIV,
basada ésta a su vez en el palacio fortificado del siglo XIII; ahora dejará de tener un aspecto
fortificado, suavizándose los paramentos.
Interesa aquí cómo la fachada no tiene mucha carga para la definición del entorno urbano.
Brunelleschi parte unas preexistencias (actúa en el cuerpo superior), y juega a definir cómo debe ser
la gradación entre el hueco y el vacío. Frente a las soluciones en las que el hueco es tangible,
Brunelleschi plantea grandes ventanales de poco grosor, creando una gradación ente macizo y
hueco que creará la composición de la fachada.
Compone la fachada a partir de cuatro huecos rematados por ojos de buey. Al ser par el
número de ventanas, la línea media pasa por el hueco entre dos de ellas, lo que facilita la visión en
escorzo que requiere el palacio, dado su anquilosamiento entre el resto de las estructuras urbanas.
Sin embargo, en el Palacio Pitti, dada la amplitud del solar, plantea una visión centralizada,
que permite su observación en la distancia. Así, encontramos huecos impares, que acentúan la
perspectiva centrada. Ni siquiera introduce molduras para diferenciar huecos de macizo, sino que
emplea el juego con la piedra: las dovela se funden con el plan d fachada, quedando así planteada la
resolución de la fachada.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
Esa obra sienta la base de la concepción de la fachada a partir del clasicismo, además de
crear el prototipo de palacio renacentista en tres plantas. Aquí el plano se convierte en una
representación del edificio en el entorno urbano. Intenta fundir los elementos renacentistas son las
tradiciones anteriores, tomando una serie de elementos normalizados de ese repertorio.
Pablo Álvarez Funes
Entre los objetos representables, Alberti considera la figura humana; la escultura puede
proponerse una reproducción genérica de los caracteres típicos del hombre, o bien una
reproducción específica de los caracteres individuales.
En todo caso, cualquier representación equivale a transferir una forma espacial de una
materia a otra, y puede ser descrita íntegramente en términos geométricos. Alberti pretende
establecer dos reglas que corresponden a esta representación.
• La medida, que es un “modo estable, estático y seguro de percibir y anotar, mediante el cual
se conoce y establece en número y medidas lo que es habitual, la proporción y las
correspondencias”.
• El colocar los términos, es decir “esa determinación y establecimiento que deriva de tirar
todas las líneas y desarrollarlas con acertado y preciso orden, en su lugar correspondiente”
El tratado De statua establece la noción de escultura como ciencia de la representación
tridimensional de los objetos, más específicamente de la representación proyectiva, es decir, del
pasar de una escala a otra, manteniendo fijos los caracteres proporcionales.
♦ De pictura
A diferencia del tratado De statua, el De pictura es un verdadero tratado sistemático. El
esquema expositivo se ajusta al de los tratados humanísticos de retórica –que a su vez tienen su
precedente en los textos latinos de Cicerón y Quintiliano- y de los tratados de poética que se basan
en Horacio; las fuentes originarias son la Poética y la Retórica de Aristóteles, que nos e traducen al
latín hasta finales de siglo. Los tres libros del tratado de pintura, en la edición latina, llevan los
títulos de “rudimenta” (bajo el que aparece la nueva perspectiva), “pictura” y “pictor”; debemos
observar, sin embargo, que los dos primeros libres entienden las normas sobre la manera de
representar, correspondientes a la “dispositio” y “elocutio”, y el tercero, los preceptos sobre el
contenido correspondiente a la “inventio”. El interés por la forma prevalece sobre el interés por el
contenido.
Esta audaz transposición de valores, no maquinal, sino libe y problemática, que se hizo
posible por la clara coincidencia de la precariedad de los compartimentos culturales heredados de la
tradición, no compromete la autonomía del arte, más bien al contrario, la subraya, aunque más tarde
(cuando los compartimentos culturales vuelvan a anquilosarse) se manifieste en sentido contrario.
Todas las cosas visibles no son más que superficies; las superficies tienen algunas
cualidades perpetuas (“orla” y “bulto”, es decir, el contorno y la conformación volumétrica) y
algunas cualidades variables “por mutaciones del lugar o de luces”. La pintura debe tener en cuanta
estas variaciones, pero precisando el mecanismo de ellas, a fin de establecer una relación exacta
entre la imagen pictórica y el modelo.
El conjunto de “rayos extrínsecos” que partes del contorno de la superficie y convergen en
el ojo, forman la “pirámide visual”; los “rayos medianos” llenan la pirámide, y transmiten al ojo las
cualidades luminosas y cromáticas, mientras el “rayo céntrico”, junto con la distancia, determina la
Historia de la arquitectura renacentista italiana
posición del observador respecto de la superficie; así, la tradicional operación del pintor que imita
los objetos sobre la tabla o sobre el lienzo, es interpretada como el resultado de una construcción
óptica que compromete el espacio entre el ojo del pintor y las cosas, y garantiza la correspondencia
entre imagen y realidad. Y la pintura será la intersección de la pirámide visual (según la distancia
dad, establecido el centro, y constituidas las luces) representada en una cierta superficie, con líneas y
colores artificiosos. Esto lleva a una representación puramente proyectiva de la realidad, en la que
toda variación es reducida a relaciones óptimas entre los elementos, relaciones reveladas por la
intersección de la pirámide con el plano de la pintura, y en la que todo valor se conoce “por
comparación”.
De ahí la posibilidad de concebir la ideación formal, no como incorporada a las distintas
operaciones técnicas, no como una actividad voluntaria e intelectual, independiente de las
precisiones métricas y ponderables que la colocan dentro del entramado de la experiencia material.
Quedan así establecidos el concepto del “arte” y su dignidad, y al mismo tiempo la primacía de la
pintura, que define y administra los valores fundamentales del nuevo universo cultural.
Estas normas, expuestas en los tres libros del tratado de la pintura, son como el resumen de
una primera exploración, realizada con apasionado interés en aquel mundo desconocido: la célebre
descripción de la trama perspectiva que debe conformar el cuadro, al que considera una ventana
abierta por donde se mira lo que en él será pintado; el descomponer el procedimiento pictórico en
tres fases, “circunscripción, composición y asimilación de la luz”; y las reglas sobre el contenido de
la representación, señaladas brevemente en el libro tercero.
♦ De re aedificatoria
El tratado De re aedificatoria presupone las experiencias concretas de su autor, hechas
extensivas a un cuadro cultural muy amplio, que ha sugestionado profundamente a escritores y
arquitectos, incluso de generaciones posteriores.
El tratado de arquitectura lo escribe Alberti tratando de resumir una larga serie de
experiencias y apoyándose en el tratado de Vitrubio. La obra de Alberti, a pesar de todo, resulta,
comparada con la de Vitrubio, mucho más lúcida y objetiva.
La definición de arquitectura con la que inicia el tratado es muy distinta de la definición de
pintura. En ella define el doble cometido del arquitecto: idear y realizar; la ejecución no supone,
como en el caso del pintor, emplear una técnica complementaria a la creación intelectual, sino que
es una operación especialmente diferencias, que pretende dar al edificio una función relacionada
con las necesidades humanas; la finalidad de la pintura procura alabanzas y fama a su autor; el
cometido de la arquitectura consiste además en satisfacer alguna de las necesidades materiales del
hombre.
La dignidad de la arquitectura depende de la ideación, y precisamente Alberti se esfuerza
por reivindicarla en este aspecto, contra la tradición medieval; sin embargo, al arquitecto
Pablo Álvarez Funes
corresponde “llevar a cabo” y realizar correctamente sus obras, utilizando a quienes “emplean sus
manos” como “instrumento” de trabajo.
Los dos aspectos del quehacer arquitectónico se traducen en dos operaciones: “diseñar y
construir muros”. “Toda la eficacia de los diseños consiste en saber, con orden bueno y perfecto,
adaptar y conjugar al mismo tiempo líneas y ángulos; para que la creación del edificio se conforme y
se comprenda”.
Estableciendo como premisa esta exigencia geométrica desde el principio de su exposición,
Alberti lleva la arquitectura al mismo campo intelectual que la pintura y las artes decorativas; pero el
diseño arquitectónico (al que está dedicado el libro primero) es consecuencia de una serie mucho
más significativa de sucesivas determinaciones, que incluyen todas las exigencias contemplativas y
práctica, que deben sintetizarse en al proyección.
1. La Región, es decir, el lugar elegido para edificar, considerando el clima, la seguridad, al
armonía y todo el ambiente natural y artificial.
2. El Sitio, ó área, es decir, la delimitación del terreno sobre el que debe implantarse el
perímetro del edificio, del que deriva una primera casuística de formas circulares,
poligonales, cuadradas, etc.
3. Los Compartimentos, “que dividen toda el área del edificio en espacios más pequeños” y
fijan el esquema distributivo.
4, 5 y 6. Los Muros, las Cubiertas y los Vanos, es decir, la conformación volumétrica de las
estructuras verticales, horizontales y de huecos abiertos en dichas estructuras.
En el segundo libro, Alberti describe los instrumentos que sirven para proyectas diseños y
maquetas, preocupándose, sobre todo, de la exacta correspondencia entre proyecto y ejecución, que
es la problemática crucial de la nueva arquitectura en esta fase inicial.
El valor de los modelos no depende de la perfección con que estén hechos, sino de su
funcionalidad en cuanto a prescribir la conformación del edificio construido, que es, en definitiva, la
finalidad de la arquitectura. El autor cuida de separar el proyecto y la ejecución para que en ningún
momento se confundan, aconsejando la discusión minuciosa del proyecto sobre los respectivos
diseños y maqueta, y dejando pasar incluso un cierto tiempo, una vez ultimado el proyecto, antes de
pasar a la ejecución; deben calcularse, pues, previamente todas las exigencias técnicas y económicas,
a fin de evitar las interpretaciones y cambios en el curso de la obra.
Continúa con un estudio de los materiales que han de emplearse en la construcción y de los
elementos componentes de la obra –cimientos, muros, carpintería, cubiertas y pavimentos- que
ocupan el final de los libros segundo y tercero. En la descripción de los trazados insiste en la
necesidad de recurrir a la geometría, de la que trata en el libro primero: aconseja trazar dos ejes de
simetría y deducir de ellos la posición de todos los demás elementos.
A partir del libro cuarto, y hasta el noveno, el tratado contiene una descripción tipológica
-primer intento hecho en esta época de las distintas clases de edificios (fortalezas, palacios, templos,
conventos, edificios públicos, casas privadas, villas) y de la ciudad que los contiene.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
La belleza es, por tanto, para Alberti, una armonía inherente al edificio, una armonía que,
como explica más adelante, no es fruto del capricho personal, sino del razonamiento objetivo. Su
característica principal es la idea clásica del mantenimiento de un sistema uniforme de proporciones
en todas las partes de un edificio, siendo la clave de las proporciones correctas el sistema pitagórico
de armonía musical.
El ornamento es el embellecimiento del edifico en el más amplio sentido de la palabra y
afecta a todos sus componentes. Alberti insiste en más de una ocasión en que “el principal
ornamento en toda arquitectura es sin duda la columna”. La columna, ocupa, por tanto, un lugar
destacado en la teoría estética albertiana, y a ella dedica largos apartados de su obra.
Al incluir la columna en la categoría de ornamento, Alberti incide en uno de los problemas
fundamentales de la arquitectura del renacimiento. Al centrar su atención en el muro, pensaba en la
columna como un elemento esencialmente decorativo. Desde luego, Alberti pensaba que su teoría
respondía al espíritu de la arquitectura clásica. No conocía los templos griegos, edificios en los que
la columna e el elemento fundamental. Su única guía será la arquitectura imperial romana, basada
ésta en el muro en la que se han asumido todos los compromisos necesarios para transformar
decorativamente los órdenes griegos, aunque en mucho caso todavía se advierta el primitivo
significado funcional de dichos órdenes.
En De re aedificatoria contradice sus afirmaciones cuando define la columna como “cierta
parte reforzada del muro que se erige perpendicularmente desde los cimientos hasta la parte más
alta” y declara que “una fila de columna s no es otra cosa que un muro discontinuo abierto en
varios lugares”. Para él, la columna es el residuo de un muro perforado, una idea diametralmente
opuesta a la de la arquitectura griega, en la que la columna siempre se consideró una unidad
estructural autónoma.
La definición que hace Alberti de la columna como parte integrante del muro remite a los
edificios protorrenacentistas toscanos del siglo XII, a su vez descendientes directos de obras
clásicas tardías y bizantinas.
La consideración de la columna como ornamento ó como residuo del muro no son las
únicas ideas incongruentes que Alberti plantea acerca de las mismas. Sin embargo, y pese a todo lo
dicho, Alberti conocía mejor el significado clásico de la columna que cualquier otro arquitecto del
Quattrocento. Resulta significativo que no aceptara el arco sustentado por columnas, uno de los
principales motivos introducidos en la arquitectura renacentista por Brunelleschi. A pesar de su
definición de la columna como parte de un muro, Alberti debió darse cuenta de que existía una
contradicción entre la columna de sección circular y el arco, el cual sí pertenece realmente al muro
del que ha sido recortado. Por ello, mientras que Alberti exige el uso de un entablamento recto por
encima de la columna, declara que los arcos deben ser sustentados por “columnae cuadrangulare”,
es decir, pilares.
Alberti evitó sistemáticamente la combinación del arco y la columna en sus edificios
religiosos. Cuando utilizaba columnas lo hacía efectivamente bajo un entablamento recto; si
Historia de la arquitectura renacentista italiana
empleaba los arco, lo hacías descansar sobre pilares con o sin medias columnas adosadas como
decoración. Encontró los modelos en la arquitectura romana: la primera estructura (entablamento
sobre columnas) había sido transmitida por los griegos a los romanos, mientras que la segunda
(arco sobre pilares) era propiamente romana. El primer esquema se basa en un significado funcional
de la columna, el segundo en la cohesión y unidad del muro. En la práctica, por tanto, la
concepción que Alberti tiene de la columna es esencialmente griega, mientras que su concepción del
arco es esencialmente romana.
1447 y 1449 Sigismondo había añadido dos nuevas capillas en el lado sur de la iglesia medieval, y
sólo hacia 1450 concibió la idea de reelaborar enteramente el exterior y transformar por completo el
interior. No sabemos en qué momento se incorporó Alberti a la obra, ni hasta qué punto es
responsable del interior; lo que sí sabemos es que Alberti supervisó cuidadosamente desde Roma la
reforma del exterior; aunque la obra ya estaba bastante avanzada en el invierno de 1454, se
interrumpió tras la muerte de Sigismondo en 1466, y no llegó a terminarse.
Para el diseño de la fachada, Alberti se inspiró en el antiguo motivo romano del arco del
triunfo. Por el gran arco central se accede al interior de la iglesia; en los arcos laterales, más
estrecho, iba a haberse colocado los sarcófagos de Sigismondo y su amante, Isotta (con la que no
contrajo matrimonio hasta 1456). El cierre de estos nichos ha desdibujado la idea del “triunfo sobre
la muerte” concebida por Alberti, aunque algo de ella aún permanece en el lado derecho (sur)
donde los arcos albergan sarcófagos de los personajes ilustres de la ciudad.
Sepultar gente bajo la arquería exterior de una iglesia era una costumbre medieval. Pero al
disponer sarcófagos con inscripciones al estilo clásico bajo los sobrios arcos roanos, Alberti creó un
impresionante panteón para héroes más que un cementerio con sus tradicionales asociaciones
fúnebres.
de Pasti como arquitecto. Pero sabemos que Matteo obedecía a órdenes de Alberti, que este último
disponía de una maqueta de toda la estructura y que la parte oriental del interior que no llegó a
realizarse fue diseñada por él. Tal vez sea posible que Matteo de Pasti fuera el supervisor en vez del
arquitecto creativo. Si la responsabilidad única residió en Alberti, debió tener importantes razones
para no modificar demasiado drásticamente el carácter gótico de la vieja iglesia; similar situación de
complejidad resolvió más adelante en la fachada de Santa María Novella.
Para el exterior de la iglesia, Alberti dispuso de carta blanca. Construyó una estructura de
recubrimiento, una especie de caparazón, alrededor de la iglesia medieval, ocultando los viejos
muros con una pantalla de arcos romanos. Situó el “templo” entero sobre un alto basamento que l
permitió aislarlo de su entorno y conferirle un carácter distintivo, ya que uno de los requisitos
teóricos de Alberti era que los “templos” debían alzarse por encima de su entorno.
Al enfrentarse con el problema de las fachadas de las iglesias, los arquitectos del
Quattrocento se encontraban en una difícil posición, ya que no existía ninguna estructura clásica
que se adaptara con facilidad a este propósito. San Francesco es la primera fachada realizada en el
nuevo estilo; la inserción del motivo del arco del triunfo sobre un muro supone un intento de
encontrar una solución clásica coherente a un intrincado problema. A partir de entonces, el motivo
del arco triunfal iba a utilizarse en repetidas ocasiones para las fachadas de las iglesias.
Pero al dar a una estructura clásica una función enteramente nueva, Alberti se encontró
con una serie de dificultades para las que, en aquel momento, sólo pudo plantear soluciones de
compromiso. El arco del triunfo romano sólo tiene un piso; en la fachada de una iglesia, en cambio,
son necesarios dos pisos si se desea ocultar una alta nave situada entre naves ó capillas laterales. Al
ser éste el caso de San Francesco, Alberti tuvo que encontrar una forma de ampliar la estructura de
un piso y formar una de dos pisos. El segundo piso de San Francesco nunca llegó a terminarse,
pero sus rasgos básicos pueden reconstruirse a partir de una medalla que Matteo de Pasti realizó en
1450. Unos muros de escasa altura
rematados en curva ocultan el tejado sobre
los entrepaños laterales, y un segundo piso
completo sobre el entrepaño central
muestra un edículo arqueado coronado
por adornos florales; bajo el arco se abre
una ventana tripartita en el interior de un
alto nicho. Alberti siguió en este diseño
una conocida tradición que se remonta a
las iglesias tardogóticas de Venecia. En
1454 rompió con la vieja tradición en un
aspecto importante: fue entonces cuando proyectó los segmentos triangulares sobre los entrepaños
laterales, segmentos que iban a ser decorados con un diseño de volutas (no realizado), antecedentes
a su vez de las volutas infinitamente más imponentes de Santa María Novella.
Pablo Álvarez Funes
ineludible tarea de incorporar a su diseño tumbas góticas, las puertas laterales con sus arcos
apuntado, las altas arquerías ciegas y la gran ventana circular del piso superior.
Así, se celebra la habilidad de Alberti a la hora de dar a la fachada la impronta de su estilo, a
pesar de los múltiples inconvenientes que confieren a la fachada un aspecto casi medieval. Esto se
debe no sólo a los elementos medievales, bastante visibles, sino también al patente deseo de Alberti
de armonizar su propio trabajo con las partes ya in situ. Desde este punto de vista, la fachada se
presenta ante nosotros como una peculiar paradoja histórica: aunque Alberti intentó conciliar en
ella el pasado y el presente, el resultado fue una de las creaciones más importantes del nuevo estilo,
una fachada que, como es bien sabido, se convirtió durante mucho tiempo en modelo de la
tipología más frecuente de fachada eclesial.
Los escritos de Alberti nos
informan acerca de las ideas que le
animaban cuando se hizo cargo de la
continuación de la fachada gótica. Su
axioma básico era lograr la armonía y la
concordancia entre todas las partes del
edificio (“concinnitas universarum
partium”). Este principio también
implica una correlación de partes
cualitativamente diferentes –la “finitio” albertiana- y, por consiguiente, una cuidadosa reconciliación
de lo viejo y lo nuevo. Así, la lógica búsqueda del concepto clásico de “concinnitas” podía conducir
a resultados no clásico. Y esto no es mera teoría. Mientras se ocupaba de la construcción de S.
Francesco, Alberti envió desde Roma una famosa carta a Matteo de Pasti en la que le instaba a
“mejorar lo ya construido y no echar a pede lo que está todavía por hacer”. De la primera parte de
esta frase seduce que no debe perderse de vista el mutuo acuerdo entre las partes viejas y las nuevas.
La comedida modernización del interior gótico parece una perfecta ilustración de estas palabras.
Está claro, pues, que Alberti se empeñó en seguir siendo absolutamente fiel a sus principios
arquitectónicos sin por ello romper con el espíritu de los elementos ya existentes en al fachada. La
presencia de incrustaciones de mármoles de colores (paneles blancos enmarcados por banda verde),
un sistema de decoración que el gótico toscano había tomado del protorrenacimiento, parece
haberle permitido justificar una interpretación de la fachada entera en los términos de
protorrenacimiento “clásico”, y no en los del “bárbaro” gótico.
De hecho, el consistente trabajo de incrustación convierte la fachada de Alberti en un
miembro póstumo de la familia de edificios protorrenacentistas del siglo XII. Sin embargo, lo que
confiere a la fachada su carácter novedoso y puede decirse que revolucionarios son algunos detalles
no tan evidentes a simple vista y que resultan más difíciles de definir. En primer lugar nos
encontramos con el novedoso ático situado entre la parte inferior y la superior, que ayuda a superar
algunas de las dificultades irresueltas en S. Francesco de Rímini. Las pilastras centrales del piso
Historia de la arquitectura renacentista italiana
superior están situadas sobre las columnas del piso inferior, pero las pilastras laterales no remiten a
los miembros correspondientes en la parte de abajo. La presencia del ático permite disimular esta
diferencia, actuando como barrera horizontal y neutralizando la tendencia vertical del entablamento
que se proyecta sobre las columnas, el motivo que tantas dificultades había creado en S. Francesco.
Además, la fachada está coronada por un frontón clásico, igual que los órdenes cuentan con
entablamentos clásicos. Y la diferencia de anchura entre el piso superior y el inferior se salva
mediante las famosas volutas, de tal manera que se percibe una perfecta cohesión entre las partes
superiores y las inferiores.
Ante todo, Alberti volvió a utilizar columnas colosales para articular el piso principal, ya
que en este período todavía consideraba que las columnas eran el principal ornamento de la
arquitectura. Ellas confieren a al fachada un poderoso acento rítmico; al mismo tiempo, las dos
columnas laterales, audazmente conectadas con dos pilares, unifican la totalidad de la estructura.
Pablo Álvarez Funes
Las dos columnas centrales enmarcan la parte más elaborada de toda la estructura frontal,
la entrada. Las pilastras que sustentan el arco semicircular encierran un nicho lo suficientemente
profundo como para permitir la disposición de otras dos pilastras a cada lado. El entablamento
situado sobre las pilastras se prolonga a través del nicho; la puerta de entrada ocupa completamente
la pared situada bajo dicho entablamento. A menudo se ha insistido en el parecido de esta entrada
con la de S. Francesco. Sin embargo, el portal de la anterior iglesia carece de la concisión y la
precisión que observamos en S. Maria Novella. En S. Francesco se percibe cierta vaguedad en los
detalles (pues los capiteles que soportan el arco no coronan verdaderas pilastras, sino que están
embutidos en grandes pilares) y una especie de alegría ornamental (observable en las pesadas
guirnaldas que cuelgan del frontón de la entrada y el entramado de mármoles de colores debajo del
arco); y, sobre todo, la puerta parece flotar, por así decirlo, en el amplio espacio del nicho. La
misma diferencia de conceptos se observa en todas partes de los dos edificios, y su manifestación
más evidente es la coronación de S. Maria Novella con el austero frontón clásico frente al
inconcluso arco decorado de S. Francesco.
Se ha discutido a menudo la cronología de la fachada de S. Maria Novella. Algunos
investigadores plantean el año 1448 como fecha de inicio, basándose en indicaciones documentales;
otros hablan de 1456. Esta última fecha se acerca mucho más a la realidad, ya que, según un
documento conservado en los Archivos Rucellai, la construcción de la fachada comenzó en 1458. la
inscripción que figura en el entablamento superior remite al año 1470 como fecha de terminación,
pero el portal todavía no se había acabado en 1478. la entrada de S. Francesco, proyectada en 1450,
no es más que el primer escalón que conduce a al composición clásica plenamente desarrollada que
se despliega en S. Maria Novella.
Resulta significativo que en el diseño de la entrada de S. Maria Novella Alberti se inspirara
directamente en los rasgos básicos de la entrada de una obra de la Antigüedad clásica, el Panteón.
También aquí aparece el motivo de las dos pilastras formando ángulo recto con la entrada a ambos
lados de un profundo nicho; también encontramos una amplia puerta y sobre ella un entablamento
y una arco.
Está claro, por tanto, que Alberti integró en la vieja fachada numerosos motivos
directamente derivados de edificios antiguos. Esta integración se adecuaba su creencia expresa en la
posibilidad de mantener una continuidad entre las partes viejas y nuevas de un edificio, mejorando
al mismo tiempo la obra de sus predecesores.
Todos los nuevos elementos introducidos por Alberti en la fachada –las columnas, el
frontón, el ático y las volutas- no habrían sido más que rasgos aislados si no fuera por la armonía
general que servía de fundamento a su aparato teórico. La armonía, la esencial belleza, se basaba,
como hemos visto, en la relación d las partes entre sí y con el todo; en efecto, un único sistema de
proporciones impregna la fachada, definiendo el lugar y las dimensiones de cada elemento y cada
detalle concreto. Las proporciones recomendadas por Alberti son las sencillas relaciones de 1:1, 1:2,
Historia de la arquitectura renacentista italiana
1:3, 2:3, 3:4, etc., las relaciones propias de la armonía musical que Alberti encontró en edificios
clásicos.
Éstas fueron las
sencillas proporciones
empleadas por Alberti. La
fachada entera de S. Maria
Novella puede inscribirse
perfectamente en un cuadrado.
Otro cuadrado, cuyo lado mide
la mitad del lado del cuadrado
grande, definen la elación entre
lo dos pisos; el piso inferior
puede dividirse en dos de esos
cuadrados pequeños, mientras
que en el piso superior cabe uno
solo. En otras palabras, la
relación que se establece entre el
conjunto del edificio y sus
partes principales e de uno a dos, y esta proporción se repite en la relación existente entre la
anchura del piso superior y la del piso inferior.
La misma proporción 1:2 se repite en la subunidades de cada uno de los dos pisos. En la
parte superior, el entrepaño central forma un cuadrado perfecto cuyos lados equivalen a la mitad de
la anchura del piso entero; dos cuadrados del mimo tamaño encierran el frontón y el entablamento,
de manera que la altura de ambos elementos equivale a la de la estructura que los sustenta. Medio
lado de estos pequeños cuadrados equivale a la anchura de los entrepaños laterales superiores, así
como a la altura del ático. La misma unidad define las proporciones del entrepaño de la entrada en
el piso inferior. La altura de dicho entrepaño equivale a una vez y media su anchura, o lo que es lo
mismo, la relación ancho-alto e aquí de dos a tres. Las oscura incrustaciones cuadradas del ático,
por último, miden un tercio de la altura del mismo, y entre dicho cuadrados y el diámetro de las
columnas hay una relación 2:1. la totalidad de la fachada, por tanto, se levanta geométricamente a
partir de una progresiva duplicación –o por una progresiva partición- de las relaciones
proporcionales. Está claro que se ha cumplido aquí con el precepto teórico albertiano de mantener
la misma proporción en todo el edificio. La aplicación estricta de una serie ininterrumpida de
proporciones define el carácter no medieval de esta fachada pseudo-protorrenacentista y hace de
ella el primer gran ejemplo renacentista de euritmia (proporción y correspondencia) clásica.
Pablo Álvarez Funes
anchura del entrepaño central más una pilastra. En otras palabras, una pilastra situada en el centro
de cada entrepaño lateral divide a éste en dos entrepaños iguales del tamaño del entrepaño central.
La pilastra encaja exactamente en el espacio existente entre la abertura arqueada y la abertura
rectangular adyacente. El resultado es una distribución de seis pilastras a intervalos iguales sobre el
plano de la fachada. Ésta es la característica más destacable del diseño de Alberti de 1460.
Pero la estructura inferior planteaba un nuevo problema. En la fachada tal como la vemos
hoy, después de la restauración de 1925, tres arcos dan acceso a una cripta que se extiende por
debajo de toda la iglesia, habiendo sido dos arcos laterales obstruidos por los modernos tramos de
escaleras. Antes de 1925 podían verse cinco arcos, aunque se encontraban tapiados y sus bases
estaban escondidas bajo el nivel del suelo. Hasta la restauración moderna, el único acceso a la iglesia
era la escalera situada a la izquierda de la fachada, que conduce a una pequeña loggia quattrocentista
en uno de los extremos del vestíbulo. La idea de agrega una escalera como ésa, que no guarda
relación con la estructura principal, es tan incompatible con el estilo de Alberti como los detalles
estilísticos de la propia loggia. No puede formar parte, por tanto, ni del proyecto de Alberti de 1460
ni del nuevo esquema de 1470. la reconstrucción moderna, no obstante, tampoco parece ser del
todo correcta, ya que los arcos ocultos por las escaleras seguramente debieron trazarse para ser
vistos. Y no contamos con ningún precedente para una fachada como ésta en la arquitectura del
Renacimiento.
muerte del fallecimiento del arquitecto, en 1478, muere Lodovico Gonzaga, y su hijo Federico
decidió finalmente no terminar el templo. Durante los veinte años siguientes el silencio es
prácticamente absoluto, hasta que en 1499 se nos informa de que el poco conocido arquitecto
Pellegrino Ardizoni recibe el encargo de terminar el edificio.
Sin conocer, evidentemente, los planes de Alberti, Ardizoni acabó la iglesia como mejor se
lo permitió su escasa pericia. A él se deben probablemente las arcadas abiertas de la estructura
inferior, así como la escalera de la izquierda; en ambos casos se trata de elementos secundarios.
También debió ser el responsable del pesado marco de la puerta central, parcialmente superpuesto a
las pilastras adyacentes. Poco cuidadoso y carente de imaginación, en este caso copió exactamente
el marco de la puerta central que conduce al interior de la iglesia desde el vestíbulo. Al parecer,
también debemos atribuirle algunos detalles menores, como el remate recto de la ventana del
entrepaño central, que probablemente debería haber terminado en arco como la correspondientes
ventana situadas en los otros brazos de la cruz griega.
Podemos concluir, por tanto, que la restauración moderna no responde ni a los planes de
Ardizoni –con cuyas arcas interfiere- ni al proyecto de Alberti. Fundamentalmente, no tenemos
ninguna prueba de que Alberti diseñara las arcadas de la estructura inferior. Si asumimos que él no
consideró tal elemento, entonces podemos situar la escalera donde le corresponde: delante de la
iglesia. Es tentador imaginar en su proyecto una gran escalinata que ascendía hasta el nivel del
vestíbulo y s extendía por todo el ancho de la fachada. Una sencilla observación apoya esta
hipótesis: las cinco aberturas de la fachada son verdaderas puertas y, obviamente, las puertas se
proyectaron para conducir a algún sitio. Si la escalera mencionada no existía, las puertas tendrían
que haberse convertido en balcones.
Esta suposición deriva sobre todo de las propia ideas y obras de Alberti, quien afirma que
las iglesias deben situarse sobre un alto basamento. En la Antigüedad, una gran escalinata ascendía
hasta el nivel del pórtico del templo. Alberti debió pensar en ello al diseñar la escalera de S. Andrea.
Su idea se refleja en algunas fachadas de iglesias construidas por arquitectos menores dependientes
de él en éste y otros aspectos. Así, podemos afirmas que el precedente de toda estas escalinatas fue
el proyecto de Alberti para S. Sebastiano.
Como resultado de todas estas pesquisas,
puede acometerse una reconstrucción aproximada
del diseño de Alberti de 1460. Su proyecto
presentaba una correcta fachada de templo, aunque
lógicamente adaptada a un solo plano mural.
Hay todavía un elemento que parece
perturbar la armonía clásica: la ruptura del
entablamento y la conexión de sus dos mitades
mediante un arco situado en el interior del frontón.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
La fusión que realiza Alberti de dos sistemas incompatibles en la Antigüedad no tiene nada
de clásica, y prepara el camino para la concepción arquitectónica manierista desarrollada durante el
siglo XVI. Hay que señalar que Alberti puso el mayor empeño en unificar los dos sistemas también
mediante un sutil tratamiento de los detalles. La moldura y los dentículos del entablamento sobre el
que descansa el frontón del “templo” se repiten en el entablamento del arco del triunfo, y la forma
Historia de la arquitectura renacentista italiana
de los capiteles de las pilastras laterales –que no coincide exactamente con la de las centrales- es
utilizada como modelos en los capiteles del orden menor.
Dado que el interior de la iglesia
guarda relación con la fachada, es necesario
detenerse brevemente en él. El gran espacio
abovedado de la nave con las tres capillas
abiertas a cada lado –un conjunto novedoso
y revolucionario- deriva de las impresiones
recibidas por Alberti en las termas romana o
en la basílica de Constantino. Pero las paredes
de este espacio romano han sido decoradas de
una manera muy poco romana. La articulación de la
fachada se repite aquí en una secuencia continua; se
preña, sin el frontón de remate, como una
alternancia rítmica de muros estrechos y grandes
vanos en una proporción de 3 a 4. Este motivo, que
ha sido denominado “rhythmische Travée” adquirió
enorme importancia tras su empleo por Bramante
en las dependencias vaticanas. Al repetir la misma
articulación en el interior y en el exterior, Alberti
estaba ofreciendo una evidencia visual de la
homogeneidad de su estructura mural; una
interpretación como ésta, sin embargo, era
inconcebible en la Antigüedad.
impedir la cubrición de toda la altura de la iglesia mediante una fachada de dos pisos, pero Alberti
quería recalcar la continuidad entre el interior y el exterior e hizo todo lo posible para que las
dimensione externas concordaran con las internas: la altura de la fachada (sin el frontón) equivale a
la del muro de la nave hasta el arranque de la bóveda, y su anchura es igual a la del “rhythmische
Travée” interno. Alberti prefirió dejar al descubierto el muro de la iglesia por encima de su fachada
antes de prescindir del colosal frente de templo. Por otra parte, también hay que decir que las
fotografía que solemos ver de la fachada están sacada desde un unto de vista elevado, y que el muro
desnudo apenas es visible desde la plaza que hay delante de la iglesia.
Historia de la arquitectura renacentista italiana
se abría hacia la iglesia en una de las paredes mayores, donde las pilastras estaban sustituidas por
columnas, fue ideada, por tanto, en función de este frente, y el largo de su hueco de entrada se
proyectó con detenimiento para trabar el ambiente. Las columnas y las pilastras de las paredes
mayores enlazan en la parte alta con las claves de los arcos que sostienen la cubierta de medio
cañón; es decir, forman una composición mural que envuelve el ambiente, aun siendo
independiente de él en cierto modo. El templete construido en medio de la capilla resulta del
montaje de paneles cuadrados, que se repiten en las paredes rectas y en al curva absidal; el orden
arquitectónico separa los recuadros, excepto en la pared curva, donde simples fajas blancas
sustituyen los resaltes.