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EL POSITIVISMO EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA.

ABORDAJE DE ALGUNAS IDEAS DE CARLOS OCTAVIO BUNGE

Prof. Romina Soledad Bada *

Para comenzar…
Oscar Terán en su obra Positivismo y Nación en la Argentina, señala que como en otros países
latinoamericanos, también en la Argentina la ideología positivista desempeñó un considerable papel
hegemónico, “tanto por su capacidad para plantear una interpretación verosímil de estas realidades
nacionales cuanto por articularse con instituciones que - como las educativas, jurídicas, sanitarias o
militares- tramaron un sólido tejido de prácticas sociales en el momento de la consolidación del
Estado y de la nación a fines del siglo pasado y comienzos del actual”.

Y si bien el positivismo configuró la matriz mental dominante durante el período 1880-1910 en la


Argentina y en general en América Latina, en ese mismo período se asiste a una formidable
superposición de ideologías en cuyo seno convivían tendencias tan variadas como el vitalismo, el
decadentismo o el espiritualismo modernista que el Ariel del uruguayo Rodó propuso como paradigma
hispanoamericano de un éxito más que considerable a partir de su publicación en 1900.

En definitiva, el ensayo positivista construyó su intervención discursiva más exitosa en la doble


pretensión de explicar, por una parte, los efectos no deseados del proceso de modernización en curso
o también de comprender los consistentes obstáculos para que dicho proyecto pudiera desplegarse
con eficacia y, por la otra, hacerse cargo reflexivamente del problema de la invención de una nación.

En el marco de este contexto lo que se tiene por objetivo es marcar cuáles son los principios
positivistas que se evidencian en la obra de Carlos Octavio Bunge en Nuestra América.

El Positivismo Argentino: Carlos Octavio Bunge


En principio es notable observar que para Carlos Octavio Bunge la cultura hispanoamericana fue un
cualificado objeto de preocupaciones, dentro de una producción que recurrentemente apela al uso del
calificativo “nuestra” para identificar aquella entidad y sus consecuentes expresiones políticas locales.
De hecho el título de su obra Nuestra América (1903), es una enfática apelación a una inalterable
tensión que presenta su obra entre lo local y universal. Dicha tensión parece que no va a resolverse
directamente en los términos del programa civilizatorio sarmientino, sino a través de otras inflexiones
introducidas por un historicismo que lo insta a desestimar la validez de una cultura universal.

Si bien existe la aceptación implícita de un patrón normativo civilizatorio, desde donde Bunge
construye un racialismo que ubica la diversidad cultural en términos de gradación evolutiva, la
posición de cada pueblo obedece a un fatalista mandato del determinismo geográfico.

El contacto con las culturas más avanzadas no era entonces suficiente para sacar a los pueblos
“inferiores” del atraso en el que se encontraban. El cientista social debía antes valerse del método
inductivo-deductivo para comprender a esos pueblos atrasados y formular un diagnóstico clínico. Con
relación a esto es evidente que Bunge puso en práctica esta orientación en Nuestra América, donde
trató de penetrar en la “psicología colectiva” que engendra la política hispanoamericana. “Y, para
conocer esa psicología, analizo previamente las razas que componen al criollo. Conocido el sujeto,
expongo ya la política criolla, la enfermedad objeto de este tratado de clínica social, tratado que,
como sus semejantes en medicina, concluye con la presentación de algunos ejemplos o casos
clínicos” (Terán, O.:P. 137). Sus “casos clínicos” de la enferma política hispanoamericana, quedan
sintetizados en “tres grandes políticos”: el argentino Juan Manuel de Rosas, el ecuatoriano Manuel
García Moreno y el mexicano Porfirio Díaz.

También es patente que Octavio Bunge toma distancia de la Generación del ´80 advirtiendo que la
“hispanofobia” era “absurda”, porque renegar de nuestros padres significaba renegar de nosotros
mismos. Pero también de la incipiente reacción nacionalista que después de los episodios de 1898
derivó en la “hispanolatría”, una “ciega adoración de la desangrada España actual”. Sin embargo,
esta pretendida objetividad no logra desprenderse de una “oposición y agónica lucha entre las fuerzas
ilustradas, conscientes, europeas y blancas” con los “instintos irracionales unidos a la tierra salvaje y
a los sentimientos masivos del pueblo bajo, nativo, indio, negro y mestizo” (Ibidem; p.139).

Asimismo, en la psicohistoria de Bunge interactúan los factores étnicos y ambientales resultantes de


las pocas beneficiosas influencias españolas, indígenas y negras, que van a confluir en la psicología
del hispanoamericano para connotarla con los que van a ser sus rasgos distintivos: “pereza, tristeza y
arrogancia”, rasgos responsables de los sucesivos fracasos en la política criolla, a la que se oponía
victorioso el “hermano-enemigo” del Norte que revelaba su superioridad en una irrecusable vocación
y capacidad expansionista.

Siendo “todo mestizo físico” un peligroso “mestizo moral”, el mestizaje era en Hispanoamérica el
principal problema, un freno a la evolución que tenían los pueblos de la región. Sólo corrigiendo
eugénicamente esas asimilaciones inadecuadas, “Nuestra América” podía evolucionar y llegar a
colocar a sus pueblos en “relación a los europeos y a los yanquis”. De ahí que bendijera “el
alcoholismo, la viruela y la tuberculosis por los efectos benéficos que habrían acarreado al diezmar la
población indígena y africana de la provincia de Buenos Aires” (Ibidem; p. 144). Ciertamente, la
psicología colectiva que Bunge analiza es un claro reflejo de los componentes raciales del pueblo. La
raza contenía el principio y el fin, la explicación última y esencial del éxito o el fracaso de las
suciedades humanas. La raza contenía “la clave del Enigma”.

Básicamente es palpable que si bien Bunge suscribe el pensamiento positivista de su época, lo hace
con ciertas reservas. En sus Estudios filosóficos sostiene que se somete al “método Positivo” para
exponer sus ideas aunque no para concebirlas y agrega: “no comparto el horror a la metafísica de
muchos filósofos positivistas contemporáneos.” (Bunge, O: 1919; p. 28) Luego considera que si
hubiera nacido en otra época, tal vez no hubiera usado el método positivo. Sin embargo, hoy utiliza el
método de Comte y Darwin, pero sospecha que: “ya estamos dejando atrás el tiempo de Comte y de
Darwin.” (Ibidem; p. 28) Reconoce que existe algo más que la experiencia sensible en la que se
basan las teorías positivas. En un párrafo que creo que conviene transcribir completo dice lo
siguiente:
(...) La única noción nueva que parece haber fijado para siempre el positivismo en la filosofía, es lo
que Spencer llamó “lo incognoscible”, o sea aquello cuya realidad podrá concebir el espíritu humano,
pero nunca explicarla... Los filósofos anteriores no se habían atrevido a reconocer categórica y
definitivamente que hay algo que el hombre puede imaginar y no comprender; los teólogos lo
hubieran reconocido tal vez, de no haber confiado tanto en el poder de la revelación.” (Ibidem; p. 30)
Bunge considera que las ciencias naturales “de Lamarck a Darwin, y de Darwin a Haeckel, habían
realizado prodigiosos progresos. A la luz de este nuevo foco, filósofos de segundo orden, con ideas
harto menos profundas, concretaron el principio positivista, según el cual no debe admitirse nada que
no se haya demostrado inductivamente.” (Ibidem; p.32). También critica a los filósofos materialistas y
evolucionistas que buscan la unidad de los conocimientos humanos por medio de las ciencias físico-
naturales como base única. Con esto se puede concluir entonces que si bien Carlos Octavio Bunge
adhiere a los principios positivistas de su época, reconoce sus limitaciones para exponer la totalidad
de la realidad.

Nota
* Profesora de Historia. Adscripta a la cátedra Historia Americana Actual. Dpto. de Historia.
Universidad Nacional de Río Cuarto.

Bibliografía
Bunge, C. O.: Estudios Filosóficos. Ed. Casa Vaccaro. Buenos Aires. 1919.
Terán, O.: Positivismo y Nación en la Argentina. Ed. Puntosur. Buenos Aires. 1987.

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