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“TEMPUS FUGIT”.

Hemos ignorado la lección arquitectónica del bambú.


En ella la flexibilidad y la resistencia, el interés de lo
humano y el proceder de la naturaleza, estarían
representados en una fundamental negociación.
Estamos hoy en día viviendo a nivel planetario una
situación crítica, debido a que la naturaleza está
pasando, con algo de mora una cuenta de cobro. No
superaremos la adolescencia de la humanidad, no
maduraremos como especie, cuando todo lo
construido por el hombre implique un consecuente
saldo destructivo. La ferocidad experimentada de la
naturaleza en las últimas décadas, no es otra cosa
que su respuesta a la ferocidad con la que hemos
abordado nuestra acción: hemos cambiado frondosos
bosques por labrantíos de papa, selvas por trigales,
hemos construido ciudades obstruyendo de forma
radical el flujo de los ecosistemas, hemos creado
materiales, maravillosas máquinas, cómodos
automóviles, que han envenenado el aire. Para
lucrarnos hemos masacrado a la fauna. Hemos
creado, pero a la par, hemos asesinado, hemos
desertificado. No existe, desde el inicio de la
revolución industrial, un ejemplo contrario de ello.
Nos hemos enamorado de nuestras creaciones, de
nuestros propios ídolos, sin reparar en la antinatural
transformación, en la basura que han generado a
nuestro alrededor. Hemos modelado el mundo a
nuestro antojo, a nuestra imagen y semejanza. Éste
ha llegado a ser un producto de nuestro egoísmo y
nuestros propios intereses. Hemos construido para
dejar caer en el vacio al entorno natural. El ego, la
vanidad, ha eclipsado en la creación humana, el

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sustrato natural del cual ha provenido. Somos peor
que los virus -decía el agente Smith- personaje del
film Matrix, propiciamos a la par la destrucción con la
autodestrucción.

Qué curioso, los países que violan los derechos


humanos, son los que regularmente agreden al medio
ambiente. ¿Reducirá USA las emisiones? ¿Qué daño
ecológico y social irreversible, acarreará en China la
construcción en el Yangtzé de la presa de las tres
gargantas? Nuestra insaciable sed energética ha
terminado en desastres como el de Chernobyl, hoy un
monumento mundial a la irresponsabilidad. Su
entorno natural devastado, su población muerta y
desplazada, genera una vergüenza, una desolación
comparable a la que se experimentaría con la infamia
de Auschwitz.

Todos sabemos que nos quedan veinte años de


combustible fósil, no nos digamos mentiras, las
energías alternativas no son alternativas, son la única
opción. ¿Cuántos años nos restan de agua potable?
Hoy tenemos una humanidad que en los últimos
cincuenta años ha aumentado su población de 2500
a 6500 millones, pero habría que ver también, que
con esta ha aumentado el 500% de producción de
desechos por persona, de los cuales el 60% no son
bio-degradables, (toallas, tampones, pañales, colillas,
etc.) Para que tengas durante tu vida papel higiénico
en tu baño, se necesitan talar en promedio veinte
árboles. No es alarmismo, cada segundo se tala una
extensión igual a la de un campo de futbol. (Nat Geo).

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La biosfera necesita 16 meses para recuperar lo que
la humanidad consume en un año. Esto significa un
déficit del 35%. En consecuencia el capital natural del
planeta se está agotando. Así estamos excediendo con
la huella ecológica de la humanidad, la capacidad
ecológica de la tierra. A partir del año 1975 se superó
el 100% de esta capacidad, con el agravante de que el
crecimiento de la curva de la huella es asintótico.

¿De qué sirven los informes de la comunidad


científica, sobre el calentamiento global, cuando los
gobiernos y la política no actúan sino ante la
catástrofe consumada? ¿Somos inocentes del verano
Parisino de 2003? ¿De la fuerza del Katrina, de la
multiplicación de la intensidad de los ciclones y
tornados? ¿De la proliferación del incendio forestal?
¿De la sequía amazónica de 2005? ¿Del ataque
criminal a oleoductos? ¿De cuánto “Prestige” aparece
naufragando en los mares, con su monstruosa carga
de crudo?

Parece ser, que con la inminente venganza de Gaia,


como civilización, hemos perdido la oportunidad de
llegar a ser ruina. Somos impelidos por la actividad
delirante del consumo, a una autodestrucción
inconsciente. Ésta nos ha negado al parecer, la
posibilidad de envejecer en el planeta dignamente. La
barbarie de lo civilizado se ha impuesto con creces a
la culturización de lo civilizado. Sin pensar en los
recursos que demandan, nos matamos, en una
infame rapiña, por tener un piso, un auto, un celular,
un computador y toda la diversión y el lujo que nos
pueden vender en la pantalla.

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¿Qué pensarán las ballenas de nosotros que hemos
tenido el poder, de cambiar para bien, el curso del
acontecimiento natural? Qué creerán los animales en
su inocencia, a quienes hemos esclavizado, matado y
explotado. ¿Porqué están desapareciendo las abejas?
¿Porqué se varan en las playas ballenas y delfines?
¿Suicidio provocado? A propósito, ¿Quién detendrá la
próxima matanza de 65.000 focas por parte de un
país tan civilizado como el del Canadá? ¿Suspenderá
el Japón la caza indiscriminada de ballenas? Nos
aterran los ataques del tigre de Bengala, la acción
destructiva de los elefantes, pero, ¿estamos
conscientes de la reducción drástica que hemos
provocado en su hábitat natural? Existen
actualmente 15.000 especies en vías de extinción.

Si no reversamos el hambriento consumo, parece ser


que no alcanzaremos a ponernos al día con el
planeta. Esta conciencia no puede ser animada por
ecopatías, ecolatrías, ni sentimientos románticos. Es
una cuestión de supervivencia. Según los informes
científicos, tenemos seis años para reducir las
emisiones de CO2 en un 50%. ¿Alcanzaremos esta
meta? ¿Cómo decirle a un planeta enfermo que
espere? De otra forma, en ciento cincuenta años
tendremos como especie una muerte segura.

Parece ser que las políticas desarrollistas de algunos


gobiernos, con la prepotencia y la autoridad que les
otorga tener en cuestión económica, “los pies sobre la
tierra”, pensaran: “Vivamos hoy que mañana
moriremos”, es más, ¡qué importa!, “mañana no
estaremos”. ¡Qué padres, qué abuelos!

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Con ésta perspectiva, el planeta digerirá como una
enfermedad curable nuestra gestión y mala
administración, llevándose de paso toda la biósfera y
restableciendo el equilibrio en una muerte
generalizada. ¿Qué son 200 millones de años de
invernadero de dióxido de carbono y metano global,
frente a cinco mil millones que tiene la tierra? ¿Qué
serían para la tierra los últimos segundos del
calendario cósmico de un año, en los que se ha
registrado nuestro inquilinato planetario?

Recordemos que la naturaleza procura la vida, pero


también con frecuencia la muerte. ¿A qué le estamos
apostando? El problema no es el planeta, éste por su
lado, inevitablemente recuperará en el futuro “la
condición estable” que fue favorable para nuestra
aparición. Como antaño, en el periodo cretáceo, la
tierra esperará los evos, para posibilitar un nuevo
génesis. Debemos ser conscientes que el desbalance
que hemos provocado, se ha efectuado con sus
materias integrantes. La naturaleza se valdrá de
nuestra ambición y torpeza para eliminarnos como un
experimento fallido.

En el presente somos la única conciencia planetaria.


Es nuestra responsabilidad la supervivencia de
plantas, animales y humanos. Pero es claro que no
podemos reducir el desastre global a unas políticas
ecológicas por parte de algunos estados. El planeta
es un organismo que no admite jurisdicciones, ni
exclusiones a la firma de protocolos. La globalización
del problema exige una respuesta global. El desastre
afecta de forma indiscriminada tanto a países ricos
como a países pobres de todas las latitudes.

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A pesar de todo, habría que enfatizarlo, si nuestras
prácticas negativas a nivel individual, inciden en el
deterioro del ambiente, nuestras acciones positivas
individuales lo mejorarán. No miremos si nuestros
semejantes lo hacen. Cualquier cosa que hagamos en
favor de nuestro planeta, por modesta que parezca,
será para su futuro una acción especialmente
significativa.

Pregúntate que haces tú y luego pregúntale a un


amigo.

David Francisco Llamosa Escovar.


Junio de 2008.

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