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Y de los danzones que podemos escuchar bailar por las parejas que
sacrifican la velocidad por el estilo, con movimientos sutiles y sin grandes
desplazamientos en la pista, dibujando un cuadro o dos cuadros seguidos con
los pies en el piso haciendo algunos giros. Pero cuando temas como “Nereidas”
de Amador Pérez Torres, “Pulque para dos” o “Acapulco” de Gus Moreno,
“Mocambo” de Emilio Renté, “Teléfono a larga distancia” de Aniceto Díaz,
“Paludismo agudo” de Esteban Alfonso, “La Negra” de Gonzalo N. Bravo,
“Plaza Suave” de Ernesto Domínguez, “Salón México” de Tomas Ponce Reyes
o “Acayucan” de Macario Luna hacen una pausa en la música, las parejas les
aplauden por un momento, las mujeres se echan aire con su abanico y los
hombres aprovechan para acomodar su ropa.
Las damas por su parte no pueden quedarse atrás, traen vestidos por
debajo de la rodilla, generalmente, medias, zapatillas, o coordinados de falda y
blusa, un abanico en la mano izquierda, el cual por supuesto combina con su
atuendo. A algunas de ellas les gustan los estampados y otras optan por los
atuendos lisos, pero lo que no puede fallar es el maquillaje, de algunas discreto
o ligero, y de otra parte de ellas un poco más cargado por si el baile se
prolonga hasta la noche.
Aunque no todos van muy elegantes, hay personas más sencillas que
ponen más atención en sus pasos y no tanto en su atuendo, porque su vanidad
no precisamente refleja su talento al bailar. Sin duda es un ritmo particular el
que este baile tiene, y aunque no hay propiamente un maestro al que todos
sigan, como en los demás géneros, es un poco difícil darse cuenta de quien no
lleva el ritmo, y entre todos van enseñándose una nueva vuelta, un nuevo paso,
la expresión corporal sin duda dice más que mil palabras.