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Tenorio 1

María Tenorio

Profesor Abril Trigo

Español 865

10 de junio del 2002

Entre la letra y el deseo:

la soñada nación centroamericana en El Salvador Rejenerado, 1846.

No resultará anacrónico ni trasnochado en este momento hablar sobre la

integración de Centroamérica. Este discurso vuelve hoy a ocupar las columnas de los

periódicos de papel y las desplegadas en la pantalla multicolor del internet. Me atrevería

a decir que se puede llegar a poner de moda ser ‘centroamericano’ de corazón. En el

macro-relato de la globalización, la unión no sólo hace la fuerza, sino que es concebida

como la única vía para sostenerse ¿en pie? frente los embates de la economía

mundializada: “Si Centroamérica no se integra podría desaparecer arrastrada por esa

‘corriente universal’ o apenas sobrevivir ante los nuevos mega-bloques económicos, que

están prácticamente creando un nuevo orden económico internacional”, señala José A.

Poveda en su artículo publicado en La Prensa: El diario de los nicaragüenses hace poco

más de un año.

Uno de varios artículos publicados el 19 de mayo del año en curso en el diario

salvadoreño La Prensa Gráfica menciona con nombre y apellido a algunas de las fuerzas

que empujan el centroamericanismo del siglo XXI:

Desde 1821, Centroamérica viene hablando de integración, mucho antes

que la Unión Europea (UE). Paradójicamente, es esta última la que ha

logrado hacer realidad el sueño. Ahora, es la UE la que exige a la región


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que se presente integrada para negociar acuerdos comerciales. Pero el

pedido europeo no es único. También Estados Unidos lo está exigiendo,

ahora que ha ofrecido empezar a negociar un TLC (Ramos).

Pedir y exigir son los verbos; la Unión Europea y los Estados Unidos son los sujetos; la

integración regional, el objeto viable y potable para el mercado global. Acuerdos

comerciales, tratados de libre comercio, mercado mundial, presiones internacionales,

globalización: ¿una nueva palanca para empujar la integración centroamericana?

En este ensayo me propongo dar una respuesta negativa a esta pregunta mediante

la relectura del discurso desplegado en El Salvador Rejenerado en los ocho primeros

meses del año 1846. Este periódico –no tan ‘periódico’ en sus apariciones como los de

hoy en día- era publicado en San Salvador aproximadamente un par de veces al mes,

entre 1845 y 1847, y era una de tantas tribunas en que las élites debatían la

transformación política y social de lo que había sido el Reyno de Guatemala: “Una de las

características principales del periodismo salvadoreño en el siglo XIX fue el

doctrinarismo político. Páginas, cientos de páginas se dedicaron a la discusión, a la

polémica ideológica. La atención de los periodistas-escritores estaba puesta en el tema

político” (López Vallecillos 85). Las voces de El Salvador Rejenerado abogan clara y

repetidamente por la vuelta a la república federal, la re-unificación de la América Central

después de casi una década de haber quedado sin efecto la constitución política de 1824,

que unía a los cinco estados, desde Guatemala hasta Costa Rica en una misma entidad

política. Mientras el periódico va dando cuenta de los escollos para reunir en Sonsonate,

El Salvador, a delegados de los cinco estados y discutir las condiciones de la

reunificación, sus hojas se van llenando de correspondencia oficial, discursos de


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funcionarios públicos, editoriales, artículos de opinión y más, en torno al mismo tema de

la ‘nacionalidad’, como era conocido entonces el que ahora se llamaría integración

regional. En estos artículos políticos, por llamarlos de alguna manera, más que en los

anecdóticos de la fallida reunión o dieta de Sonsonate, me centraré en lo que sigue.

“todo el mundo”

La gran preocupación y el deseo más caro expresados por aquellos letrados –voy

a llamar así a los “escritores-periodistas” de López Vallecillos- era formar dignamente

parte del mundo, encontrar un lugar que les permitiera ser y estar, desde su espacio

territorial y político, en una temporalidad promisoria de abundancia, felicidad y progreso,

en una palabra, entrar con pie derecho e instalarse en la modernidad:

“La lucha entre el poder y los pueblos; entre el despotismo y la libertad;

entre el progreso y el oscurantismo; entre las preocupaciones y la

civilización y entre las antiguas formas y las modernas instituciones, no

está circunscripta a cierto y determinado país; a esta o aquella nación, a

este o aquel pueblo; es de todo el mundo; es la raza humana la que ha

vuelto sobre sí, ha conocido sus derechos y los hace valer por do quiera

con la fuerza irresistible de la opinión.” (“Editorial.” El Salvador

Rejenerado San Salvador, agosto 24 de 1846: 354, énfasis añadido al

original)

La modernidad, entendida como la marcha de un solo mundo hacia el progreso

humano, puede leerse como una marcha agónica, de continua lucha, un estira y encoge

entre formas de ser y estar procedentes de distintas fuentes, de distintas tradiciones, de

distintas temporalidades. Parafraseando a Marshall Berman, ser moderno es encontrarse


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en un ambiente que nos promete aventura, poder, felicidad, transformación de nosotros y

del mundo, pero que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo

que sabemos, todo lo que somos (15). Ese sentimiento agónico entre el ser y el no ser, el

afirmarse y el borrarse, cobra un sentido claramente político cuando se percibe la

posibilidad de ser absorbidos geográficamente por otras naciones, ser expulsado del

mundo moderno antes de sentirse parte de él con toda propiedad:

“El territorio de la República, por casi toda su vasta circunferencia, y en su

porcion mas bella, mas productiva y mas interesante, está ahora usurpado

por los enemigos de Centro América por los que ansian ir carcomiendo

lenta, pero progresivamente nuestras costas y concentrarnos a los lugares

pobres y que nos privan de relaciones esteriores. Por todas partes estos

mismos enemigos naturales de ambos continentes ocupan nuestro

territorio. Los ingleses se han apoderado del Petén y nuestras costas sobre

el Océano Atlántico confinándonos sobre los áridos cerros en frente de la

China, cortándonos así nuestras relaciones directas con Europa, con

mengua de la civilización y perjuicio de la industria. Los mejicanos se

recuperan de sus pérdidas del Norte, apropiándose en el Centro, a Chiapas

y a Soconusco. La República de Nueva Granada posesionándose de las

playas de Costarrica en las cuales se halla el mas hermoso y seguro puerto

de Boca-Toro, acaba de completar nuestro encerramiento y concentración”

(“Nacionalidad.” El Salvador Rejenerado San Salvador, enero 20 de 1846:

95)
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Teme el letrado ante la amenaza de perder o desbaratar lo que hace a la América Central

frente al mundo: su territorio. De acuerdo con Arturo Taracena Arriola: “Sometida

Centroamérica desde 1822 a grandes crisis externas e internas, se pensó que el peligro de

verla devorada no solamente por México, sino por Colombia o las potencias europeas,

exigía ante todo que no reinase la anarquía interna” (47-8). Ese temor, pues, no era cosa

nueva en 1846 y era uno de los argumentos esgrimidos repetidamente para crear, entre las

élites políticas, un sentimiento de comunidad regional dentro de unos límites definidos

por la presencia de otras naciones. La unidad centroamericana se articularía en ese

imaginar su finitud, para jugar con las ideas de Benedict Anderson (7), como algo

plástico y vulnerable ante vecinos que compiten por ampliar sus propios espacios

nacionales.

El fragmento periodístico arriba citado reconstruye el mapa de una

Centroamérica, políticamente ya extinta, con el propósito de convocar su resurrección. La

región se debatiría contra una serie de fuerzas externas que ponen en riesgo su

comunicación con el mundo, sus costas y sus puertos. El argumento denuncia la carcoma

que puede terminar por borrar a la región como tal del mapa de la modernidad, mapa de

las rutas marítimas para el traslado e intercambio de bienes, mapa de caminos entrantes y

salientes de las zonas productivas para conducir a los puertos. El aislamiento, la pérdida

de los puntos de contacto de Centroamérica con Europa, ‘mundo’ por excelencia,

equivaldría a la muerte del proyecto nacional centroamericano. Este proyecto, según

Héctor Lindo, se fundaba en la concepción de que la Centroamérica unida traería consigo

la diversificación de la economía, la ampliación del tamaño del mercado y un poder más

firme a la hora de comprar o vender productos al mundo exterior (Weak Foundations 49).
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El significante que viene a representar para los centroamericanistas de aquellos

tiempos la estabilidad, el progreso, la felicidad, el centro alrededor del cual todo gira, casi

el cielo en la tierra, es “Europa”. Europa es moderna. Europa es ilustrada. Europa es

sabia. Europa es arte. Europa es caminos. Europa es puertos. Europa es el centro del

mundo. En Europa-mundo priva el uso de la razón: “Aunque no faltan en todas partes

cuestiones de reformas, y disenciones en puntos de relijion, éstas no pasan de opiniones,

y no son motivo de guerras civiles. Los gobiernos solo intervienen para mediar y para

hacer guardar a cada cual sus respectivos derechos. Tal es el estado que los papeles

públicos presentan en el mundo europeo” (“Europa.” El Salvador Rejenerado San

Salvador, mayo 31 de 1846: 328). Ante la Europa-mundo el discurso es de admiración, de

anhelo, de afirmación del modelo a seguir:

“No hai duda que en todos los ramos se adelanta en las naciones

europeas. Portugal, la Béljica y la Grecia siguen entablando sus formas

representativas a imitación del sistema de la constitución inglesa. (...)

Productos de industria, exhibiciones de artes, adelanto en maquinaria, en

marina y caminos, y publicaciones nuevas, todo es objeto continuo de

atención de los gobiernos. Se acaba de verificar en Nápoles una reunión a

que concurrieron más de ochocientos sabios, y se les ha tributado

homenajes casi divinos.” (“Europa.” El Salvador Rejenerado San

Salvador, mayo 31 de 1846: 328)

Ante la Europa-mundo la sensación es de pequeñez, de atraso, de minoridad. Los

estados centroamericanos parecen observar la modernidad con un pie dentro y otro fuera,

o quizás mejor dicho, ni afuera ni adentro, sino en el umbral, en la frontera entre el ser
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por derecho propio y el no ser por invasión extranjera. Desde el umbral se cree

firmemente que hay un telos en la historia de la humanidad, lo cual implica dos cosas,

una, que hay una sola historia –una sola humanidad y una sola modernidad- y, dos, que

hay un camino predestinado –la prosperidad, la felicidad- para esa historia. No sé si la

metáfora del árbol –con tronco y ramificaciones- de José Joaquín Brunner sea la más feliz

para pensar la modernidad, pero me parece que la idea sirve: “lo que parece más

razonable es imaginar la modernidad como un tronco del cual aparecen ramas y

subramas, en las más variadas direcciones, que van conduciendo a la modernización por

un diversidad de caminos” (219). Nótese en la cita anterior de El Salvador Rejenerado

como incluso dentro de la misma Europa el tronco –inglés, para el caso- se diferenciaría

de las ramas - Portugal, la Béljica y la Grecia. Europa adelanta porque todavía tiene

regiones algo ‘atrasadas’.

Esa modernidad eurocentrada es inescapable. No hay forma de evadir ese macro-

relato, no hay forma de no ser mundano, no hay forma de no ser moderno. El estar afuera

amenaza con la destrucción, con la misma desaparición física o absorción de

Centroamérica por otras naciones más poderosas. La lucha por mantener/consolidar el

poder de gestión (político-económico) “ganado” con la independencia de España pasa por

el ingreso en la gran narrativa de la modernidad. Hay una conciencia clara de que, como

indica Ángel Rama, la modernidad es irrenunciable y negarse a ella es simplemente

suicida (71). En El Salvador Rejenerado se lee una idea semejante con estas palabras: “la

ilustración que cunde y se propaga por todas partes sin que haya poder humano que

pueda contrastarla” (“Editorial.” El Salvador Rejenerado San Salvador, agosto 24 de

1846: 354). El mundo es uno y grande, no hay poder humano que pueda contra sus
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fuerzas modernizantes. Además, en este momento y en este periódico, lo que preocupa a

los letrados no es ir contra esas fuerzas, sino ir con ellas, ir hacia el progreso.

“Centro América unida”

“¿Qué somos ni podemos ser, aislados, desunidos y desconceptuados para las

naciones civilizadas? (...) ¿Cómo aparecemos ante el mundo culto y que seremos para

él?” (“Nacionalidad.” El Salvador Rejenerado San Salvador, enero 20 de 1846: 96). La

unión centroamericana es, en el discurso de este periódico, la solución, una cuasi-

panacea, a los males de estos países que, desde su independencia de España veinticinco

años atrás se han mantenido en gran inestabilidad política y continuas guerras intestinas:

“Todos claman a una voz, Nacionalidad, porque ésta es la medida salvadora de nuestra

patria agonizante” (“Nacionalidad.” El Salvador Rejenerado San Salvador, febrero 7 de

1846: 101).

Esa realidad ‘patria agonizante’ se afirma, a ratos, como ya de una vez salva,

curada, redimida. Ante un corto período sin guerra, la palabra escrita toma cariz profético

cuando se ocupa de afirmar, repitiendo sin cansancio, la llegada de una nueva época de

paz, como si esta se consolidara de tanto ser escrita en letra de imprenta y opacara las

tensiones sociales, políticas, económicas, en una palabra la heterogeneidad conflictiva de

las sociedades centroamericanas:

Pasó felizmente la época en que se creia, que toda cuestion de política

debia tratarse con las armas en la mano ¡triste error que cuesta a Centro-

América millares de víctimas! ¡terrible legado de la barbarie de nuestros

mayores! ¡que la razon sea en lo de adelante el arma con que combatamos

los extravíos de la política y con la que discutamos los intereses de la


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patria! (“Editorial” El Salvador Rejenerado San Salvador, abril 21 de

1846: 318).

Se reclama desde esta tribuna la intervención de la razón –las luces- en una realidad

percibida históricamente como caótica, desordenada, anárquica, bárbara. Ante esa

herencia ‘de nuestros mayores’, la reunificación se elabora como la forma racional de ser

y estar en el mundo para los estados centroamericanos, la forma de ganarse el

reconocimiento y el respeto de las naciones ‘civilizadas’:

No se habre el oído al triste eco que hace fuera de la República la voz de

‘¿Quién gobierna en Centro-América? No se persuaden que se nos imputa

a caracter de barbarie, el no querer entrar a una concordia sólida: piensan

que no valua el mundo civilizado los pasos que damos para fijarnos, y que

nuestra misma lentitud en poner los medios de consolidarnos lleva en sí el

signo de la inestabilidad de nuestros actos (“Nacionalidad.” El Salvador

Rejenerado San Salvador, junio 26 de 1846: 334).

Unirse es la vía de ganar el crédito ¿perdido? ante la Europa-mundo. Unirse

marcaría la entrada en el tren de la modernidad. Unirse pondría a Centroamérica a la

altura de los tiempos que corren. Unirse significaría la superación de la barbarie. Unirse

unirse unirse: “Los Estados están convencidos de que la Europa no los ve como naciones,

ni para reconocer su independencia, ni para empresa de canal, y si su crédito pudiera

ganar algo fuera, sería dando pasos al establecimiento de un verdadero gobierno.”

(“Noticias extranjeras.” El Salvador Rejenerado San Salvador, julio 7 de 1846: 342).

Unirse para Europa, unirse para Centroamérica. Unirse para entrar en relaciones

comerciales bajo términos no humillantes. Unirse para que haya progreso y bienestar para
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todos. Unirse para estar a gusto en el mundo o, como lo pone Berman, “to get a grip on

the modern world and make themselves at home in it” (5). Unirse conduciría a la

realización y al despliegue de las potencialidades que estos estados tienen consigo en

forma embrionaria:

No solo los intereses y bienestar de todo Centro-América reciben de este

plausible suceso un beneficio inmenso, sino que el crédito del país en las

naciones estranjeras comenzará a restablecerse; y esto es mui importante,

no solamente por razon de seguridad, sino porque bajo los auspicios de la

paz y del orden puede fomentarse el comercio, que es fuente de tanto bien,

y otras empresas útiles que atraerán a nuestro suelo la riqueza y properidad

a que está llamado (“Nacionalidad.” El Salvador Rejenerado San Salvador,

enero 2 de 1846: 91-2).

¿Quién llama a “nuestro suelo” a la unificación? ¿De dónde procede este “llamado”? Del

mundo civilizado, de la modernidad... de la razón misma. La reunificación

centroamericana respondería a la interpelación de la Europa-mundo, de la España, la

Inglaterra, la Francia, que piden ¿o exigen? tratar con ‘una autoridad general que

represente a toda la nación’:

El señor Martínez de la Rosa, Ministro español, dijo entonces, como antes

habia dicho, con ocasión del Cónsul nombrado por Guatemala, que era

necesario que el país (Centro-América) se organizase por medio de una

autoridad jeneral que represente a toda la nación. Esto mismo ha dicho el

Lord Aberdeen y Mr. Guizot. Lo han significado tambien los cónsules

residentes aquí en las cuestiones que han ocurrido por reclamos en asuntos
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de sus nacionales. ¿Y a tantas y tan fuertes indicaciones permaneceremos

insensibles aun? (“Centro-America. Reorganización del país.” El Salvador

Rejenerado San Salvador, julio 7 de 1846: 339).

La solución parecería estar al alcance de la mano. O al menos estos letrados lo tienen

muy claro. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, confirma la sabiduría popular.

“nosotros tambien tenemos costumbres”

Dentro del tema mismo de la integración se discute, en este periódico, sobre la

forma de llevarla a cabo. ¿Cómo pasar de la barbarie heredada a la civilización deseada?

El modelo indiscutible, valga la repetición, es la Europa-mundo:

El 25 del corriente, también en celebridad de la paz, se dio por un

particular un gran baile en que rivalizaron el buen gusto, la decencia, el

lujo y la abundancia: la flor de la juventud salvadoreña reunida en el

magnífico festín dio a conocer a los observadores cuanto adelantan cada

día nuestras costumbres y cuan rápidos pasos da este pueblo hacia la

civilización europea (“Situación actual.” El Salvador Rejenerado San

Salvador, enero 2 de 1846: 91, énfasis añadido al original).

Pero si bailar a la europea supone adelanto y civilización para los contados

ejemplares de esa ‘flor de la juventud’, el asunto del cambio cultural o transculturación,

no se mastica tan fácilmente cuando se refiere al régimen político de la unión

centroamericana. Incluso hay un articulista, quien firma bajo el nombre de ‘El tabaquero’

que señala la imitación de lo europeo a manera de calco como la causa principal de la

pobreza pública: “El prurito de dar leyes de imitación, sin consultar nuestro clima,

carácter, costumbres y el estado de civilidad pública, es lo que tengo por primera causa de
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nuestras desgracias.” (“Comunicado. Una causa de nuestra pobreza pública” El Salvador

Rejenerado San Salvador, agosto 24 de 1846: 355). De ahí que no sea tan fácil el remedio

como el diagnóstico lo adelantaba.

Para transculturarse, es decir para tener poder de gestión en la búsqueda del

propio lugar en el mundo moderno y no dejarse arrasar por las fuerzas irrefrenables de

este, hay que ‘consultar nuestro clima’, aclimatar, adaptar lo europeo a las características

del suelo propio. Transculturación aquí sería proyecto y proceso de aclimatación

modernizadora, y esto refiere a un conocimiento de la realidad propia acompañado por

las luces que da el saber europeo, saber universal. Hay una propuesta de cambio político-

cultural, una discusión sobre el sistema federal de gobierno, un intento de selección de

elementos culturales foráneos y de adaptación al clima y geografía propios. Se estaría

aquí frente a una transculturación de tipo cosmopolita, adaptando la propuesta de Rama,

proyectada desde la ciudad de San Salvador, desde miembros de su élite liberal,

alimentada por las ideas de los libros y los periódicos extranjeros, y desde la letra de un

periódico local. Aquí, como dice Rama, es “donde la pulsión externa gana sus mejores

batallas” (36).

Si los políticos habrán de ser aquí mediadores o transculturadores, ellos tienen

que dominar dos registros, el de la tierra en que están parados y el de los libros que

ordenan de acuerdo con la razón. O, quizás, leer desde la racionalidad ilustrada el libro de

la naturaleza en que están parados. El caso de Eujenio Aguilar, uno de los redactores del

periódico que ocupa la presidencia de El Salvador por unos meses en 1846, resulta

esperanzador para quien escribe lo siguiente: “¿Y cuál es la situación política del

Salvador? Vos la conoceis como Salvadoreño, y veis como nosotros la triste languidez de
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nuestra cara patria (...) buen Ciudadano, teneis luces, y conoceis nuestras profundas

heridas: ¡que fundados son los motivos de nuestra esperanza!” (“Felicitaciones de los

pueblos del Salvador a su nuevo Presidente” El Salvador Rejenerado San Salvador, abril

1 de 1846: 315).

Para que el futuro sea esperanzador, discuten los preocupados por la selección y

adaptación del sistema político federal, no es suficiente ni saludable imponer un modelo

extranjero. Si bien los ojos de los letrados están vueltos hacia Europa, no hay acuerdo

sobre el sistema que más conviene a la Centroamérica deseada y más bien el debate sobre

el tema anuncia ser uno interminable que no ha podido cuajar y continúa abierto incluso

hasta estos días:

Enclavados en medio del continente, no es posible transplantarnos los

sistemas de las repúblicas europeas, ni amalgamar las modificaciones

republicanas con el mejor réjimen colonial (...). La nación será la que

elejirá el camino que debe tomar para llegar a los grandes fines de la

independencia, que son una libertad que corresponda a la ilustración y al

bienestar general; que avive las simpatías con las otras repúblicas; que no

nos haga temer la fuerza irreflexiva de las masas, cuando estas entiendan

como y porque están gobernadas (“Nacionalidad.” El Salvador Rejenerado

San Salvador, enero 20 de 1846: 96, énfasis añadido al original).

Nótese, en el fragmento anterior, que si bien ‘la nación’ ha de elegir el camino –es decir,

dirigir el proyecto transculturador-, las masas habrán luego de entender cómo y por qué

están gobernadas. La palabra ‘nación’ tiene aquí un uso marcadamente elitista, lo cual no

es exclusivo de esta región; tal como comenta Fernando Unzueta para los periódicos
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bolivianos, “‘la nación formal’ o escriturada obedecía a un proyecto elitista, por

definición” (42). ‘Nación’ equivale a comunidad ilustrada que, hacia el interior, sabrá

guiar a las masas irreflexivas hacia el bienestar, mientras hacia el exterior, sabrá llevar las

ineludibles y delicadas relaciones internacionales.

En cuanto a proyectos federales se refiere, se discute en El Salvador Rejenerado si

funcionaría mejor el modelo germánico o el de la confederación helvética, si se combina

un modelo apropiado a las costas con otro adecuado a las zonas montañosas, si se está

tomando en cuenta a todos los departamentos de la América Central en este asunto, si se

logrará acuerdo de todos o habrá voces inconformes o excluidas de este proyecto de

‘nacionalidad’:

¿los departamentos de Granada, Chiquimula, los Altos y otros, no son

tambien hijos de Dios para discurrir alguna vez y decir: la Alemania tiene

diez y siete círculos, la Suiza tan pequeña en poblacion que casi iguala a

Centro América, tiene veinte y dos cantones: nosotros tambien tenemos

costumbres, que segun ellos dicen es el primer elemento que se debe

consultar, ¿por qué políticamente no se nos deja ver por nuestros

elementos y bienestar y desarrollarnos como podamos con el nombre de

cantón o círculo? (“Noticias extranjeras.” El Salvador Rejenerado San

Salvador, julio 7 de 1846: 342-3, énfasis añadido al original).

La cuestión viene siendo como hacer compatibles el localismo con la nacionalidad, el

sentimiento de pertenecer a una región más amplia que la propia patria o tierra donde se

ha nacido:
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El localismo es uno de los afectos que la naturaleza ha inspirado al

corazón humano, es el amor mismo en la escala de su progreso. (...) el

localismo es el jermen del patriotismo, de esta virtud eminente que

produjo en la antigua Roma, los Régulos, los Horacios; y en la Europa

moderna ha hecho perfeccionar las artes y las ciencias de dos naciones

ribales, que se disputan a porfia, la gloria del mundo entero (“Nicaragua.

A los pueblos del Estado.” El Salvador Rejenerado San Salvador, agosto 6

de 1846: 346-7, énfasis añadido al original).

Una vez más, el discurso letrado busca en la Europa-mundo la justificación del localismo

que se elabora aquí como no opuesto a la nacionalidad o patriotismo. “La noción de

patriotismo sería utilizada a nivel federal en el sentido de crear una comunidad de

hombres que debían velar por la estabilidad de la nación”, explica Taracena Arriola (48),

una especie de ciudad letrada centroamericana y centroamericanista. Mientras, de

acuerdo con el fragmento periodístico arriba citado, el localismo viene de la naturaleza y

es un afecto ya dado, el patriotismo se funda en ese afecto primero y natural, pero sería

algo construido estratégicamente para enfrentarse e inscribirse en el mundo moderno. Si

fuese algo aceptado como ‘natural’, no se hubiese escrito tanto en este periódico al

respecto de la necesidad de la integración.

La realización de la deseada unidad pasaría, según otro artículo del periódico en

cuestión, por la construcción de un ideario o imaginario común a los cinco estados. Para

que el cambio cultural no sea una “quimera”, sino “una cosa real y muy posible”, habría

que llevar a cabo un proyecto transculturador de las costumbres y los valores para

hacerlos cuajar en un espíritu o alma nacional:


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Mas suponiéndolas puras [las costumbres], otros opinan que es preciso

infundirles un espíritu público, opiniones generales, ideas o miras propias

y peculiares que le pertenezcan en común, que cimenten su union y que le

impriman el sello, o distintivo nacional. Que esto es lo que constituye, por

decirlo así, su alma y su vida. Que esta idea dominante sea el honor, la

gloria, la libertad, el poder, la riqueza, las ciencias, las artes, la industria o

la virtud, o cualquier noble electísmo, cualquier reunion brillante de varias

de estas cosas, que siempre es necesario que haya en él algun punto de

contacto, un foco comun de vida, y de poder de esta especie: que solo a

este precio es grande un pueblo, es como tiene la conviccion de su propia

grandeza, como es feliz, y como ocupa el puesto que le conviene en el

rango de las naciones, y en los designios de la Providencia.

(“Observaciones.” El Salvador Rejenerado San Salvador, agosto 13 de

1846: 351)

Para la viabilidad del proyecto integracionista modernizador del istmo es necesario

construir una hegemonía o, como explica Chantal Mouffe respecto de la noción

gramsciana, “la dirección intelectual y moral que una clase fundamental ejerce en un

sistema hegemónico consiste en suministrar el principio articulador de la visión unitaria

del mundo, el sistema de valores al cual se articularán los elementos ideológicos

procedentes de los otros grupos para formar un sistema ideológico unificado, es decir,

una ideología orgánica” (81). A esos elementos ideológicos que “cimenten” la

nacionalidad, “a esta clase de ideas debían los periódicos de la república dedicar las mas

de sus columnas”, según el mismo articulista.


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En mi lectura del fragmento arriba citado, la configuración del alma nacional

supone “cualquier reunión brillante” de ideas y valores, es decir, lejos de ser algo

‘natural’, es concebido como un constructo formado a partir de varios “puntos de

contacto”, lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe llaman puntos nodales (nodal points),

entendidos como aquellos elementos particulares que asumen una función estructurante

‘universal’ dentro de un determinado campo discursivo (xi). Aquí la propuesta

transculturadora va más allá de aclimatar, adaptar o combinar modelos políticos

europeos: se trataría de articular una “visión unitaria de mundo” (Mouffe 80) sin la cual

Centroamérica unida no pasará de ser una compulsión letrada, una ansiedad discursiva,

un proyecto fallido o, para repetir la palabra del periódico, “una quimera”.

Siempre se seguiría tratando de un proyecto transculturador cosmopolita, letrado

y excluyente: los ejemplos de “idea dominante” de las “Observaciones” son componentes

culturales de la Europa-mundo. Los elementos culturales indígenas o de origen africano

estaban fuera de la idea de nacionalidad, construida alrededor de “una minoría civil y

militar, con solvencia económica, que se expresaba por medio de los funcionarios e

intelectuales ligados al ejercicio del poder y al mecanismo de la elección indirecta”,

según Taracena Arriola (47). El articulista se mantiene dentro de esta concepción elitista

y reducida de nacionalidad, ya que busca promover las ideas dominantes a través de los

periódicos cuando la lectura era practicada por muy pocos en tierras centroamericanas y,

en un clima de guerra e inestabilidad política, la educación estaba lejos de ser una

prioridad. Para dar una idea del caso de El Salvador, hacia 1850, había menos de 7 mil

estudiantes en las escuelas primarias y la población total del estado era de 369 mil

habitantes (Lindo Fuentes “Las primeras etapas” 142), es decir, menos de un dos por
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ciento de la población estaba aprendiendo a leer y escribir. La oralidad seguía siendo el

distintivo de ‘las masas’, mientras la letra –léanse “las ciencias, las artes”- en el

fragmento de “Observaciones” eran esos puntos nodales sugeridos para la articulación de

una visión unitaria de mundo.

desde el umbral

No es nueva la quimera, no son nuevas las presiones para la reunificación

centroamericana. Quien sabe si ahora la globalización conseguirá lo que soñaron y

desearon estos liberales decimonónicos cuyo parto intelectual se quedó en palabras y más

palabras que pocos compartían, leían y entendían: “¿como disfrutaremos de los progresos

que llevan los conocimientos en Europa, sino poseemos los principios para entenderlos?”

(“Universidad.” El Salvador Rejenerado San Salvador, enero 20 de 1846: 98). Creo que

no estaba en cuestión lo que dice Rama sobre perder el alma, entendida como lo indígena,

lo original, la renuncia de sí mismo. Y ahora transcribo la cita que antes usé, pero

completa: “La modernidad no es renunciable y negarse a ella es suicida; lo es también

renunciar a sí mismo para aceptarla” (71). O al menos el ‘sí mismo’ de que habla el

discurso del periódico salvadoreño es otro bien distinto del que Rama plantea en su

Transculturación narrativa en América Latina. El nosotros que propone la pregunta arriba

dicha quiere modernizarse, ponerse a la altura de los tiempos, ser y estar a plenitud en el

mundo. Es el criollo que habla, y que siempre ha hablado castellano. Es el criollo que

siempre ha tenido al menos un dedo del pie en la Europa moderna (o en una de sus ramas,

la hispánica) y que sueña, delira, desea, ansía entrar de lleno en ese mundo de “obras

útiles y de ornato, caminos, marinas, fábricas y al mismo tiempo se cultivan y adelantan

las ciencias, de que se hacen muchas aplicaciones” (“Europa.” El Salvador Rejenerado


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San Salvador, mayo 31 de 1846: 328). Los otros no forman parte de ese nosotros. Están

afuera del discurso letrado del periódico sobre la nacionalidad, afuera del proyecto

transculturador cosmopolita.

Parafraseando a Néstor García Canclini, las estrategias para entrar y salir de la

modernidad no son un conjunto unitario, las hay variadas y los tiempos van abriendo y

cerrando puertos y puertas. Si el mundo no viene a la América Central, o a El Salvador,

para hablar en términos localistas, los salvadoreños sí pueden ir e instalarse en el mundo.

Muchos optaron por emigrar a los centros de poder y de riqueza e ingresar en la

modernidad sin andarse por las subramas ni las ramas. Ir hacia ella en vez de esperarla

llegar al hogar. Claro que estaría en discusión aquello de Berman de sentirse como en

casa. Por cierto, según Noelle Demyk, “en ninguna época se ha creado un territorio

unificado política y económicamente” en Centroamérica, “al contrario, predominan las

tendencias hacia la dispersión y la fragmentación” (17). Y, valga agregar, hacia la

desterritorialización, la expulsión, la emigración y la búsqueda de la felicidad y el

progreso fuera de los espacios nacionales, articulados política, económica y culturalmente

–tal como lo veían estos letrados del diecinueve- muy para y desde minorías.
Tenorio 20

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