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Del libro:
CULTURAR, Las Formas del Desarrollo
Héctor Olmos y Ricardo Santillán Güemes
Suele hablarse del desarrollo local como un fenómeno relativamente nuevo y podrá serio desde el
punto de vista de su tratamiento teórico, su planificación, ejecución y evaluación. Pero como
fenómeno en sí existe desde el principio de la historia; es más, podría decirse que fue el primer mode-
lo de desarrollo que vivió la especie: absolutamente adherido al suelo.
Con la aparición de la agricultura los grupos humanos se afincaron crearon comunidad, anunciaron
y formularon sistemas religiosos, estilos de vida, usos y costumbres, arte, tecnología y todo ese hacer
al que habitualmente llamamos cultura.
La domesticación de animales para transporte y carga primero, la navegación luego, las máquinas
a vapor, el automóvil y por último la aviación 11 dieron, progresivamente, a la experiencia humana la
dimensión planetaria a la que habitualmente llamamos globalización.
Pero hasta hace unos pocos siglos -apenas un episodio en la historia grande de la especie, diría
Kusch- o aún unas pocas décadas, según 1 perspectiva que se elija, la inmensa mayoría de las
personas basaban el desarrollo en una relación sacralizada con el territorio.
Incluso en las migraciones: el objetivo era instalarse y construir un hábitat mejor; expresión
concreta de antiguos relatos, la tierra prometida la Biblia o la Tierra sin Mal de los guaraníes por citar
dos ejemplos parad máticos de un repertorio infinitamente más extenso.
Es decir, pensando en la amplitud y profundidad histórica y símbolo del tema, nuestras vertientes
culturales, tanto la occidental como la americana originaria, tienen sobre el lugar donde transcurre la
vida una visión mítica común o, cuando menos, equiparable.
Claro que también hay otros discursos y otras prácticas. La modernidad occidental se inauguró con
la circunvalación del planeta y la invención los tipos móviles que permitieron transmitir información
y conocimiento prescindiendo, casi, del tiempo y el espacio: se podía llevar de Europa a América el
Quijote o los evangelios en unos pocos meses.
La más amplia movilidad laboral, la planetarización de los consumos y modelos culturales, la
despersonalización de los espacios públicos fueron arrinconando -en los siglos XIX y la mayor parte
del XX- a la ciudad y la aldea en lugar secundario de los discursos que organizaban la ecología
humana.
La explosión tecnológica que siguió a la implosión del estado soviet convirtieron al planeta en ese
objeto que sostiene a la lejana telaraña ml dial: world wide web (www).
Pero esto que parecía la consagración de la posmodernidad -el fin de historia en un extremo-
terminó replanteando nuevamente la relación en comunidad y territorio. Algunos autores llegaron a
plantear la recuperación del llamado "paradigma del no transporte": trabajar, estudiar, comprar di de
el hogar.
Quizás, y esa es la propuesta de este texto, debiéramos repensar el desarrollo local como un
proceso de recuperación de la comunidad de proyecto construida entre quienes comparten un hábitat
común.
Todas las culturas del orbe se han constituido sobre la base de una cierta comunidad de origen:
desde la genealogía bíblica que rastrea el origen hasta el primer hombre creado por Dios hasta el mito
de las cuatro humanidades sucesivas del Popol Vuh.
Pero también de una cierta comunidad de proyecto: "sobre la tierra levanta una nueva y gloriosa
nación", reza nuestro himno primero.
Subrayando, además, que la diversidad y multiculturalidad se h instalado definitivamente como
una característica inalienable de la experiencia humana. Cualquiera de los pueblos y ciudades del
territorio argentino registran hoy una increíble homogeneidad en su condición. Fiestas de las
comunidades donde se mezclan trajes de las más lejanas latitudes con tradiciones gastronómicas igual
de planetarias conviven creativamente con grupos folklóricos bolivianos y centros de inspira
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Héctor Ariel Olmos y Ricardo Santillán Güemes
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tradicionalista.
También -y especialmente a partir de la reforma constitucional de 1994 aparecen, cada vez con
mayor frecuencia, grupos que reivindican su condición de pueblos originarios.
Ciertamente cada pueblo, cada ciudad, cada municipio tiene su propio relato fundacional sobre el
que se van superponiendo otras experiencias de apropiación del espacio territorial.
Quizás se trata, y esto también es parte de las preocupaciones de texto, de realinear esa comunidad
de origen con una propuesta creativa abierta de comunidad de destino. Yeso ya es política cultural.
Objeto del accionar de una disciplina específica: la Gestión Cultural.
Para dar cuenta de este recorrido vamos a acudir a cuatro preguntas permitan interpelar diversas
experiencias:
•¿Tiene este espacio local un conjunto de normas, tradiciones, representaciones y conductas
reconocidas por todos sus habitantes como propias?.
•¿Tiene este espacio local un conjunto de recursos técnicos y económicos sobre los cuales puede
decidir en forma razonablemente autónoma?
•¿Otras comunidades reconocen en este espacio local una identidad diferenciada de otros
espacios?
•¿Tienen los habitantes de este espacio local una visión trascendente de sí mismos y de su
relación con el territorio?
Con este pequeño cuestionario vamos a recorrer algunas experiencias estudiadas en las provincias
de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, la ciudad Rosario -provincia de Santa Fe- y la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
No son, por cierto, las únicas experiencias posibles: simplemente se de utilizar una serie de
estudios realizados por diversos investigado que ofrecen una base de comparación suficientemente
amplia. Utilizan además, la obra del pintor Raúl Soldi en la hoy ciudad de Glew que constituye un
caso de gestión cultural adherido al suelo desplegado a lo largo de cuarenta años.
Partimos de una mirada muy amplia sobre el fenómeno cultural vinculada a la tradición socio
antropológica:
"Una forma integral de vida creada histórica y socialmente por una comunidad a partir de su
particular manera de resolver -desde lo físico, emocional y mental- las relaciones (fundantes)
que mantiene con la naturaleza, consigo misma, con otras comunidades y con lo que considera
sagrado, con el propósito de dar continuidad, plenitud y sentido a la totalidad de su existencia
(Santillán Guemes, 2000)".
Las cuatro preguntas intentan indagar el espacio local respecto a la verificación de aquellas
relaciones fundantes que describe Santillán Guemes como distintivas del fenómeno cultural.
Interpelación que busca, además, describir el grado de autonomía que el espacio local pueda tener
respecto de los ámbitos territoriales y jurisdiccionales mayores en que está contenido.
Se da por sentado que la ciudad, la aldea y aun el caserío más pequeño no son islas auto sostenidas
en el vacío sino un nodo dentro de una red compleja que, en un punto, conecta todas y cada una de las
experiencias humanas.
Que esa red no es un fenómeno meteorológico -y por tanto inasible, sino un resultado social e
histórico producto y productor de relaciones de poder asimétricas y de intercambios simbólicos y
materiales más asimétricos todavía.
Un trasfondo de época sobre el que no trata este texto pero al que deberemos volver una y otra vez
para recordar que muchos de los recorridos conceptuales que haremos no son técnicas neutras de
administración y gestión del territorio sino prácticas históricas sobredeterminadas por relaciones de
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1- Capital Económico descrito como stock de recursos financieros disponibles para invertir en el
territorio al que se califica, además, de crecientemente exógeno a aquel. Aparece aquí, claramente,
aquel trasfondo mencionado párrafos atrás: las redes financieras responden a una escala global cada
vez más alejada del territorio al que perciben más como oportunidad de rentabilidades contingentes
que como un lugar para asociarse hacia el largo plazo.
2- Capital Cognitivo definido como dotación de conocimiento científico y técnico disponible en
una comunidad.
3- Capital Simbólico propuesto como la capacidad de construir un imaginario del territorio.
4- Capital Cultural al cual, siguiendo a Bourdieu, el autor define como acervo de tradiciones y
modos de producción y productos materiales e inmateriales propios de una comunidad. Llama
también la atención, siempre siguiendo a Bourdieu, sobre el carácter profundamente conservador de
las instituciones más representativas de la función de reproducción cultural: la escuela y la familia.
Esta mirada -que el autor de la ponencia matiza- está claramente más enfocada hacia un sentido
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restringido del fenómeno cultural que no compartimos pero que, de todos modos, da cuenta de la
complejidad del fenómeno.
5- Capital Institucional como las capacidades de gestión de las organizaciones e instituciones que
regulan el territorio: "El tejido institucional y organizacional, esto es, el conjunto tanto de normas y
de estructuras, puede, dependiendo de su forma de funcionamiento, elevar o reducir los costos de
transacción3, dificultando o facilitando el proceso de crecimiento y de desarrollo. De aquí la
trascendencia para cualquier región de la "calidad" de su tejido institucional". Un estudio elaborado
por el COPE (Consejo del Plan Estratégico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) ilustra la
dimensión de este tema: 1m territorios del área metropolitana de Buenos Aires están sujetos a la
regulación de "más de veinte jurisdicciones que comparten el espacie metropolitano"(4). Complejidad
en las jurisdicciones intervinientes que ejemplifica la necesidad de fortalecer procesos que permitan
herramientas de cogestión local abarcativas de más de un sector.
Este problema ha sido, incluso, visualizado por el Constituyente de 1994 que dotó al ordenamiento
jurídico Constitucional de una herramienta efectiva de gestión que, salvo algunas pocas experiencias,
aún no ha sido utilizada en toda su dimensión y riqueza: las Regiones en tanto instrumentos para la
promoción del desarrollo económico y socialloca1 (5).
Otros recursos novedosos son los entes de gestión interjurisdiccionales para la resolución de
problemas comunes que exceden a la problemática de una única comunidad (Transporte, Seguridad,
Medio Ambiente etc.) Por caso el ETTOS6, como órgano tripartito de gestión entre la Ciudad de
Buenos Aires, la Provincia y la Nación es un modelo a examinar como as también la participación
consultiva y ejecutoria en su ámbito de las organizaciones de Usuarios y Consumidores. El desarrollo
de estas novedosas instituciones y su configuración como un verdadero "cuarto poder" en le gestión
pública resulta una cuenta pendiente en la generación de alternativas válidas para proveer soluciones
especificas a demandas de gestión concreta en el ámbito local.
6- Capital Psicosocial: se refiere a cuestiones ligadas al sentir y al saber la fe en las propias fuerzas
y la posibilidad de construirlas como obra colectiva, "capacidad para superar el individualismo y,
sobre todo, ganas de desarrollarse".
7- Capital Social: lo refiere básicamente, y siguiendo a varios autores, a la existencia de "actores
sociales organizados" y la posibilidad de establecer entre ellos "una cultura de confianza".
8- Capital Cívico: las instituciones políticas, la práctica misma de la democracia y la valoración del
espacio público como tal; "capital sinergético, capital social y capital cívico están inextrincablemente
vinculados, si bien cada concepto reclama su propia identidad. En tanto el capital social refleja un
dado nivel de confianza interpersonal, el capital cívico refleja la confianza organizacional".
9- Capital Humano: esencialmente la calificación productiva de las personas, medido tanto en
términos educacionales como de salud, oportunidades de mejora, etcétera.
Pero la clave es lo que el autor llama capital sinergético: las diez piezas del juego; capital
sinergético como elemento catalítico y nueve formas colectivas adicionales de capital que deben
entramarse para generar un sendero de desarrollo".
Por cierto podría problematizarse el número de formas de capital o hasta qué punto algunos de
ellos son posibles de ser incluidos en otros. El propio Boisier sugiere en una nota a pie de página en la
ponencia citada la posibilidad de abrir una décima forma de capital vinculada a la existencia de medios
de comunicación que examinen y expongan la escena local.
En otro texto(8) hemos llamado la atención sobre el proceso de concentración de medios ocurrido
en la Argentina por el cual la mayoría de nuestras ciudades han perdido sus pantallas locales, los
puestos de trabajo asociados a ellas y lo que es más preocupante: el espacio comunicacional necesario
para sentirse y pensarse a sí mismas. Debiéramos agregar que faltan -o no hemos podido encontrar-
estudios cuantitativos sobre el uso discrecional que hacen algunos municipios y provincias de sus
presupuestos publicitarios: cuesta mucho encontrar periodismo independiente en los espacios locales.
En suma, un conjunto de factores que pueden enfocarse de un modo más o menos agregado pero
cuya presencia es imprescindible a la hora de promover un proceso de desarrollo local.
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Héctor Ariel Olmos y Ricardo Santillán Güemes
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El capital sinergético definido como ': .. la capacidad societal (como expresión más totalizante) de
promover acciones en conjunto dirigidas a fines colectiva y democráticamente aceptados, con el
conocido resultado de obtenerse así un producto final que es mayor que la suma de los componentes"
resulta la clave de la construcción que propone este autor.
Una revisión de las diferentes formas de capital -fuere cual fuere su clasificación- organizados de
acuerdo a la distinción entre recursos endógeno y exógenos y calificados según su carácter cuantitativo
(capital económico, oferta de salud, educativos o científicos, por caso) o cualitativo (simbólico, social,
etcétera) da una idea cabal de la complejidad del problema.
A fin de visualizar esta trama posible proponemos el siguiente cuadro, al cual naturalmente le
faltan los elementos referidos a cada forma de capita que debieran verificarse en el campo:
Por ejemplo, la concentración de medios es una "amenaza" -y por tanto exógena- y la existencia de
instituciones científicas y educativas -una universidad nacional, por caso- una oportunidad. Una
estructura política clientelar, una debilidad y la existencia de una fuerte trama de organizaciones de la
sociedad civil, una fortaleza. Cada una de ellas podría tener aspectos cuantitativos -cantidad de
.proyectos de investigación vinculado: a la capacidad productiva el territorio- o cualitativos
-disposición de 1a universidad a involucrarse en requerimientos locales- para ejemplifica con el
mismo actor.
Una trama compleja -y en un punto caótica- que sólo puede ser puesta en movimiento desde la
construcción del capital sinergético que e autor propone.
En último análisis se trata de articular el acto de conocer -el contexto- con el acto de saber
establecer una agenda dinámica de compromisos comunes con el menor nivel de conflictos posibles.
Establecidos los diferentes aspectos que debiéramos alinear para conformar una estrategia de
desarrollo sostenible en el tiempo se trata de organizar una agenda de prioridades sobre las cuales ir
enfocando el grueso de los recursos de la comunidad.
El problema práctico que se plantea es obvio: ¿por dónde empezar? Y, menos obvio: ¿cómo
sostener la participación de aquellos actores cuyos intereses sectoriales no resultaran considerados
prioritarios?
En suma, ¿cómo construir un consenso sustentable que exceda la coyuntura? Y esto ya no es
reductible al debate académico sino más bien una proyección política. Pero no política como mera
competencia electoral sino como distribución crecientemente participativa del poder. Cuantos más
actores sociales y políticos se involucren mayores posibilidades de éxito habrá.
Y aquí es donde pretendemos anclar este texto ¿qué puede aportar la gestión cultural a la
construcción del capital sinergético necesario para desatar el proceso local de desarrollo? Partiendo de
la idea de que buena parte de sus componentes -si no todos- están íntimamente vinculados al
"Sin horizonte simbólico no hay gestión que valga sea cual fuere el carácter del mismo, el que
a su vez siempre se expresará a través de determinadas políticas. Políticas que habrán de
determinar el más específico mundo de la gestión cultural (Santillán Güemes-Olmos: 2004,
Pág.: 19)".
Más allá o incluso partiendo de la propuesta de Boisier, entendemos al capital sinergético como un
bien intangible cuyo nivel de presencia en una comunidad es determinante para la movilización del
resto de sus recursos. Pero cuya existencia es un subproducto del nivel de desarrollo del horizonte
simbólico de una comunidad determinada. Desarrollo simbólico como insumo critico del capital
sinergético, tal e1lugar que estamos proponiendo para la gestión cultural orientada al desarrollo local.
Cuando decimos desarrollo simbólico no pretendemos establecer una categoría conceptual -en este
texto cuando menos- sino describir un proceso que ocurre en el marco de aquella red de relaciones
asimétricas que mencionábamos párrafos atrás.
Basándonos, además, en el concepto de inculturación del territorio. Pero antes veamos un poco de
qué hablamos cuando decimos desarrollo.
Utilizando una metáfora biológica Rodolfo Kusch 10 sostenía que desarrollar es desplegar lo que
está arrollado de modo que si se tiene una semilla se puede obtener una planta desarrollada pero
nunca un animal. Luego el desarrollo no puede provenir de la modificación del ethos de un pueblo,
salvo cambiando las personas, lo cual reputaba inhumano. Entonces el desarrollo simbólico sólo
puede provenir del despliegue de ese ethos a través de las más diversas manifestaciones simbólicas
posibles.
Eso hacían los habitantes originarios de nuestra Patagonia cuando pintaban sus cuevas: poblaban
de símbolos el territorio para hacerlo propio, inculturándolo. Nada demasiado distinto hacemos en
nuestras ciudades o pueblos cuando nombramos sus calles o las poblamos de monumentos:
representamos, aunque a veces contradictoriamente, un ethos deseado o en construcción.
La obra de Soldi en Glew, localidad de la Provincia de Buenos Aires, es un caso de inculturación
que cabe analizar como expresión de un paradigma, en un punto, milenario.
Los frescos de la capilla recrean el mensaje evangélico en el espacio y tiempo del Glew que era el
de 1954 cuando se planificó la obra. Ocurre en lo que era entonces un pueblo “rururbano” respetando
las costumbres, los colores y los materiales propios de ese espacio cultural distinto del acontecer
histórico religioso.
Integra la tradición judaica a través de la historia de Ana y Joaquín, padres de María, y la tradición
cristiana en la evocación de Jesús.
El paisaje local, sus colores, sus frutas y personajes incultura n recíprocamente el milagro
evangélico en la ascensión del nuevo mensaje religioso. Un ángel negro, junto a uno blanco, certifican
y custodian la nueva convivencia.
Es que la inculturación opera como una dialéctica cuya superación estriba en la afirmación
convergente de dos culturas: una global -el evangelio, en este caso- y una local -la actual ciudad de
Glew.
Cuando ese desarrollo simbólico no se gestiona -no opera una voluntad cultural comunitaria-
ocurre la simple afirmación de lo global. Y su negación esgrimida como mera conservación de lo
local (la comunidad parroquia llegó a pedir que se blanquearan las paredes del templo) y la supe-
ración -si finalmente ocurre- ocurrirá como degradación y desplazamiento transitorio de un símbolo
en desmedro del otro.
Entonces el desarrollo simbólico -por no estar consumado- no deviene capital sinergético sino
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mero objeto artístico. Claro que permanece allí como disponibilidad creativa susceptible de ser
apropiado y, eventualmente, resignificado.
Visto así el capital sinergético es política y también cultura que se presiente, pero en un sentido
profundo en tanto es la posibilidad de imaginar una cultura que todavía no es pero puede ser en la
medida de la voluntad cultural puesta en juego por una comunidad (11).
La creación artística, el desarrollo simbólico o la existencia de organizaciones culturales son un
requisito necesario pero no suficiente para la existencia de ese capital sinergético. El caso de la obra
de Soldi en Glew es paradigmático en este sentido.
Un artista que crea, en esa ciudad, una obra monumental -los frescos de la Capilla Santa Ana-, una
biblioteca que, además, hace un importante aporte a la educación de adultos en su origen y una
fundación que atesora algunos de sus cuadros más valiosos y una sala auditorio para doscientas
personas 12.
Es cierto que la obra del artista pone a Glew en los mapas e incluso en los circuitos turísticos y sin
embargo no moviliza otros factores de capital hacia la ciudad. Un conflicto inicial con la comunidad
por el uso del espacio religioso y cierto desinterés de las autoridades del Municipio de Almirante
Brown -del que Glew forma parte- esterilizaron la posibilidad de construir capital sinergético.
De hecho, cuando se cumplieron los cien años del natalicio del pintor, su hijo Daniel -Presidente
de la Fundación Soldi- se quejaba de la falta de interés tanto de las autoridades parroquiales como de
las autoridades comunales (13).
Es que el capital sinergético, insistimos, necesita de una voluntad cultural explícita que sólo puede
ser construida por una comunidad que se reconoce como tal. No es la simple combinación de factores
que resultan en un todo superior a la suma de las partes.
El capital sinergético es una condición cualitativa que sólo puede construirse desde una decisión
cultural. Y eso es política cultural: fundar un ethos como sostenía Kusch. Yeso requiere de la
formulación de estrategias de Gestión Cultural hacia el largo plazo.
Disciplina, la Gestión Cultural, que por cierto no está exenta de sus propios debates. Toni Puig
Picart (1994) plantea una diferenciación entre Gestión y Animación Sociocultural:
"Gestión cultural y animación sociocultural son, hoy y en nuestro país, dos grandes
estilos de trabajo social desde la cultura. Uno pone más el acento en la creación de
productos culturales. El otro pone el acento en la creatividad social".
"[...] tanto para el campo de la cultura como forma integral de vida como para el uso
más restringido del sector cultura: el gestor requiere una creatividad análoga a la del
artista. Un gestor cultural sin creatividad es menos que un burócrata porque 'la poesía
está llena de mundo' [...] para nosotros el gestor cultural es, fundamentalmente, un
operador de sentido y, en consecuencia, un factor clave a la hora de la decisión cultural.
"
Parten, los autores, de una revisión de las diferentes disciplinas y estilos que el hacer mismo de la
gestión cultural registra en nuestro espacio cultural. Citándose, entre otros, un trabajo de este autor
donde sostenía que:
"gestor cultural es quien reinstala la totalidad en el gesto; la totalidad de su cultura, la
integralidad de su propia condición humana. Un mirada basada en la figura del
nguenpin que en la organización comunitaria mapuche es 'el amo de la palabra: Es
quien conserva la memoria del grupo y, eventualmente, quien representa a la comunidad
en los parlamentos. Cuenta la historia conveniente en el momento que lo juzga
necesario: cuando su comunidad se enfrenta con alguna dificultad o situación nueva. Es
también quien proporciona los datos para que las tejedoras cuenten la historia de sus
linajes en los tejidos. El nguenpin informa la decisión cultural que toma la comunidad.
No reemplaza a la comunidad en su de- 1 cisión, la sirve desde su saber"14.
Pensada desde allí la gestión cultural adherida al suelo debiera: revelar, expresar y potenciar un
relato mítico del territorio tendiente siempre a su integración en redes de valor creciente.
Revelar en el sentido de explorar y poner en escena la profundidad de la experiencia humana
transcurrida en ese y no en otro suelo. Es decir aquello que por ser único la hace universal.
Expresarlo en un código comprensible por cualquier persona, capaz de movilizar al otro hacia ese
lugar único e irrepetible; capaz, en suma, de atraer recursos.
Potenciarlo en términos de inteligencia humana; aldea que describe al mundo; mundo que le
pertenece al más lejano de los humanos y lo compromete con su proyecto.
No se trata de crear monopolios simbólicos diferenciando públicos y productos como se propone
desde ciertas miradas marketineras -también en el mundo de la cultura- y que sólo pueden durar lo
que duren sus novedosos efectos. Se trata de captar lo único y universal que, a un tiempo, tiene toda
experiencia humana.
¿Por qué un relato mítico? Porque sólo el mito y su expresión, el rito, pueden hilvanar el tiempo y
el espacio 15.
Pero el mito no surge en el vacío absoluto. El mito se descubre o se revela -según la mirada sobre
lo sagrado- pero no se inventa ¿Es la relatividad el invento de Einstein? ¿O la perspectiva el de
Leonardo? ¿O ambos revelan el lugar de ~ humano en el cosmos?
y si el mito aparece con un elemento extraño al discurso de la gestión baste recordar lo que dice
Portantiero analizando el pensamiento de Gramsci sobre Maquiavello:
"A Gramsci, entonces, le interesa El Príncipe como "libro viviente" en el que ideología y
ciencia se fusionan bajo la forma del mito. Para Gramsci (como para Sorel, en quien se
inspiraba para estas consideraciones) la posibilidad de transformar un pensamiento
sobre la política en acción política devenía en la capacidad de constituir una ideología-
mito, «[ ... ] una ideología política -escribe- que no se presenta como fría utopía, ni
como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta
que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad
colectiva» "16.
Sintetizando, la gestión cultural adherida al suelo puede, y debe, hacerse estas y todas las
preguntas si, y sólo si, encuentra la forma de agregar valor al territorio que la sostiene y pretende
gestionar. Quizás el verso tanguero lo exprese mejor: ... la filosofía cruel de no pensar más en mi"
sino en el barrio, en el vecino, en ese otro que aun próximo elige la soledad en lugar de apostar al
mito común. Construir comunidad de destino revelando la comunidad de origen.
Es decir, la gestión cultural adherida al suelo debe hablar menos de sí misma y más del tejido socio
cultural que pretende gestionar. Y cuando hablamos de crear valor nos referimos, obviamente, a
aquellos nueve factores que tomábamos de Boisier y especialmente al capital sinergético como
catalizador del modelo.
Veamos, entonces, cuáles son algunos de los elementos de los cuales la gestión cultural debiera dar
cuenta desde esta mirada, recurriendo para ello a las cuatro preguntas formuladas al iniciar este texto.
No hay cultura sin sujeto social e histórico. Y por perogrullesca que pueda parecer, esta afirmación
pone sobre el tapete un profundo debate sobre los contenidos mismos del desarrollo local visto en su
dimensión cultural.
La cultura suele ser vista como un objeto dado de una vez y para siempre y que, en un extremo se
tiene o no. Esta es una visión esencialista que tiende a confundir totalidad cultural con
fundamentalismos varios.
Cuando se sostiene, para citar un caso más o menos conocido, que la sociedad norteamericana es
blanca, anglosajona y protestante -wasp, por sus siglas en inglés- se intenta congelar al sujeto
histórico en un momento fundacional que no puede someterse a critica histórica alguna y a la cual
deben subordinarse los cambios culturales y demográficos.
Durante mucho tiempo se afirmó que la Argentina debía ser católica e hispánica. Desde otro lugar
se afirmaba: los argentinos descendemos de los barcos. Y la verdad es que la más simple verificación
de nuestra geografía humana nos muestra una diversidad mucho más rica que eso.
Lo cierto es que, si como hemos afirmado páginas atrás la cultura es “... una forma integral de
vida creada histórica y socialmente...", es obvio que su sujeto es también "social e histórico" y, en
consecuencia, cambiante.
Insistimos en decir que estas afirmaciones son casi una obviedad para la mayoría de las corrientes
que han estudiado el fenómeno cultural y, sin embargo, cuando bajamos a la práctica concreta del
desarrollo local aparecen algunas contradicciones: apelaciones a los "nacidos y criados", a las
identidades únicas e inmutables, recortes más o menos interesados de la complejidad humana y
cultural de nuestros territorios.
Otra obviedad que conviene recordar es que en el sistema estatal argentino el municipio -con su
enorme diversidad de nombres, formas y competencias- es el primer responsable institucional del
desarrollo local. De tal modo, cuanto se diga de esta institución se dice sobre las capacidades del
espacio local para gestionar procesos de desarrollo.
También es necesario -abusando de ambas obviedades- recordar que el estado es, por sí mismo,
resultante histórico, social y cultural, concreto y específico.
Por supuesto que estas breves aproximaciones no pretenden reemplazar d necesario análisis de
esos procesos evolutivos específicos que en cada ciudad, en cada territorio han dado como resultante
un determinado tipo de práctica municipal y no otra.
Se pretende sí llamar la atención sobre la complejidad del vínculo entre as "capacidades
institucionales del gobierno local"17, la diversidad cultural de nuestras sociedades y lo que podríamos
llamar densidad organizacional del espacio local.
Es decir, la existencia en cada territorio de múltiples y, a veces intrincadas, relaciones de poder que
pueden, o no, expresarse en término de asociativismo organizado.
Donde un estado local vacío de capacidad de gestión resulta impotente para formular, sostener y
expresar una estrategia de largo plazo que contenga esa diversidad de intereses sin verse cooptado por
los más concentrados de ellos.
De allí, entre otros, el creciente reclamo por ampliar la autonomía municipal. Para citar un
ejemplo, en una serie de seminarios realizados en la provincia de Entre Ríos se sostuvo que en
términos de "aspectos identitarios y culturales" la autonomía supone la "posibilidad real de que cada
comuna pueda dictar las reglamentaciones correspondientes que tengan que ver con la idiosincrasia,
forma de vida, costumbres de las poblaciones en lo económico, cultural, demográfico, etc. (Fidyka,
2004: 97)".
El mismo autor llama la atención sobre la adecuación constitucional que respecto de las
autonomías municipales tienen pendientes las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Mendoza,
Santa Fe y Tucumán (Ídem: 111).
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Incluso en la mayor provincia argentina se ha formado una asociación para la creación de nuevos
municipios y se está debatiendo en su legislatura una adecuación de la ley que los rige.
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires está también transitando el proceso de creación
institucional de sus comunas como forma de descentralización de la gestión pública asociado al nuevo
estatus jurídico político que las reformas de los noventa asignaron a la ciudad capital de la república.
Estas breves experiencias demuestran que la modernización normativa del espacio local es un
proceso en marcha aunque no ocupe las primeras planas de los diarios. Modernización normativa que
seguramente no ocurrirá sin conflictos.
La pregunta es si esta reformulación de las normas que regulan nuestros espacios locales
responden a una necesaria adecuación administrativa -los municipios asumen hoy competencias
diferentes de aquellas que les dieron origen- o si, por el contrario, suponen una revalorización de lo
local.
Por algunas respuestas vistas en relación al espacio local en la provincia de Buenos Aires pareciera
ser que estamos a mitad de camino:
"Desde un sentido de arraigo e identidad, las provincias y sus municipios son el
entramado de base de este proyecto (nacional), que tiene los siguientes objetivos:
Fortalecer el Estado como proyecto político-social. Planificar y gestionar la cosa
pública en un contexto de progresiva y efectiva participación social que consolide los
valores democráticos y el proyecto nacional. Incorporar innovaciones de carácter
transformador en el ámbito público para aumentar su capacidad de acción. Formar
para el cambio cultural, tanto a los funcionarios del gobierno y los agentes estatales
como a los dirigentes políticos-sociales (Zanzottera, 2005)".
Estos objetivos en un contexto atravesado, según la autora, por el clientelismo político, la apatía
ciudadana, transgresiones a la ley, corrupción, etcétera.
Aparece aquí un claro desafío para la gestión cultural; debe aportar al desarrollo de las culturas
organizacionales de nuestros espacios locales: asistencias técnicas, intercambios, promoción de
espacios de gestión del conocimiento, exploración de nuevas técnicas, etcétera. En el sector estatal
desde luego que también pero, sobre todo, puede aportar en el espacio de lo público considerado del
modo más amplio posible.
Esto supone trabajar en la constitución de espacios de encuentro político y cultural capaces de
integrar a toda la comunidad. Y aquí conviene insistir sobre la necesidad de que estos espacios
integren la completa y compleja realidad humana de nuestras ciudades; valga al respecto la siguiente
experiencia:
"[ ... ] la identificación con un partido político determinado no les permitió esa
expansión basada en la objetividad que a mi entender debe tener un proyecto de
regionalización que incluya a todas las autoridades, tanto provinciales como
municipales, así como instituciones representativas de sus localidades. La necesidad de
reunión no puede ser presentada por una sola instancia política, ni plantearse como
propuesta de un solo partido (Petit, 2005) ':
ni exclusiones de ningún tipo. Ampliar la mirada y la práctica sobre quienes integran ese nosotros que
aspira a constituirse en protagonista del desarrollo local: promover foros, encuentros, espacios de
intercambio en suma.
Un sujeto histórico y social supone, volvemos a las obviedades necesarias, una población
integrada en un territorio común. Y cuando decimos integrada nos referimos a niveles de justicia
social y cultura política que hagan posible la convivencia.
No parece necesario demostrar que la sociedad argentina está muy lejos de esa situación y que, por
el contrario, tiene una estructura social con muy fuertes niveles de exclusión y marginalidad.
La gestión cultural no puede desentenderse de esta problemática: la inclusión de todos los
habitantes en el proyecto común es su primera responsabilidad. Entendiendo, además, que la inclusión
tiene dos dimensiones convergentes: la material, vinculada a la satisfacción de las necesidades básicas
de las personas, para la cual no hay más que urgencias y, la que es más propia del campo cultural, que
es la dimensión simbólica. La capacidad de legitimamos mutuamente en la convivencia.
Algunas investigaciones ponen en duda o reportan las severas restricciones que las herramientas
de planificación estratégica -en tanto instrumentos privilegiados de los modelos de desarrollo local-
tendrían para resolver la dinámica incluidos-excluidos dentro de las ciudades.
Esencialmente se plantea:
La autora se refiere a la experiencia del Plan Estratégico de la Ciudad de Buenos Aires que es el
objeto de análisis de su ponencia. Frente a esta visión podríamos preguntamos si la exclusión no
requiere de una apertura diferente donde se piense la coyuntura como el espacio desde donde
construir un puente hacia la dimensión más estructural de la pobreza que, efectivamente, es un
problema de planificación estratégica.
En definitiva la autora sostiene -y su ponencia lo demuestra hasta cierto punto- que la concertación
participativa del desarrollo local propia de la planificación estratégica ocurre entre las
representaciones orgánicas de aquellos sectores que ya son parte, ya están incluidos, dentro de la
estructura socioeconómica existente. Esto conduciría a una suerte de "consenso consensuado" que no
contiene las necesidades de los sectores marginados del proceso productivo.
Insistimos en que la exclusión tiene una dimensión material cuya inmediatez está fuera del alcance
de los ciclos largos que supone la gestión cultural. Hay, al respecto, una restricción que conviene tener
muy presente para no generar expectativas ilusorias.
Es precisamente esa urgente inmediatez la que permite la manipulación clientelar de la asistencia
pública y su instrumentación a favor de paternalismos variopintos -incluso académicos 18.
También ocurre que los sectores excluidos del entramado económico vigente suelen ser
fuertemente estigmatizados por algunos sectores de las comunidades locales. En un seminario que
hiciéramos en Lomas de Zamora sobre esta temática uno de los participantes planteó la imposibilidad
de establecer ningún tipo de diálogo con la gente de las villas de Cuartel Noveno 19.
De allí que consideremos, más allá de otros debates, como un aporte a tener en cuenta alguna de
las conclusiones que la autora plantea en su estudio sobre la ciudad autónoma de Buenos Aires:
"Son necesarias nuevas reglas institucionales y formales que posibiliten, que promuevan
e instrumenten mecanismos de representación, de consenso y participación entre las
organizaciones que se involucran en el diseño e implementación de un plan estratégico;
atendiendo fundamentalmente a cuestiones que hacen al empoderamiento de los actores
excluidos y las estrategias necesarias para un proyecto societario de desarrollo local
con características inclusivas (González Andrada: 2005: 32)".
Este proceso de empoderamiento (en adelante transferencia de poder, para evitar la traducción
directa y disonante del termino inglés empowerment) tiene, naturalmente, una dimensión política
cuyo análisis y expresión superan los límites de este texto. Es probable que un análisis pormenorizado
de los últimos resultados electorales en los municipios del conurbano bonaerense pudiera
proporcionar algunos indicios para una caracterización más afinada del problema.
De cualquier manera insistimos -y vale la pena subrayarlo- en que coincidimos con la autora: sin
transferencia de poder hacia los sectores excluidos difícilmente sus intereses logren ser expresados en
una planificación estratégica protagonizada por las representaciones orgánicas de los sectores
incluidos. Donde, dejar el proceso de transferencia de poder subordinado a la buena voluntad de unos
y la capacidad de auto organización de otros parece, cuando menos, ingenuo.
Sobre todo cuando muchas de las exclusiones tienen además un fuerte contenido territorial: los que
planifican viven en un territorio incluido y los excluidos son trabajadores20 provenientes de
municipios más o menos colindantes que viven de cartonear opulencias ajenas.
También manipulados, frecuentemente, por organizaciones rayanas en la delincuencia' o, cuando
menos, beneficiarias del amplio espacio de la economía negra constituida al margen de toda
normativa laboral, impositiva y, a veces, penal.
De modo que debiera ser una instancia política supra territorial la que impulse y garantice esa
transferencia de poder a favor de los sectores excluidos: los de los entramados socioeconómicos
locales. De lo contrario seguiremos asistiendo a paternalismos más o menos sutiles, pero siempre
clientelares.
Por fuera de los límites de este texto cabria preguntarse por la articulación entre demandas
coyunturales y planificación del desarrollo local y, en un extremo, si la sobrecarga coyuntural no
resulta una "amenaza" para procesos de planificación que, por definición, apuntan a resultados
medibles en el largo plazo.
Pero entonces, ¿cuál es el lugar de la gestión cultural frente a este conflicto? Transferir
capacidades organizativas, promover la visualización y facilitar la expresión de los intereses de largo
plazo de los sectores excluidos. Incluyendo, naturalmente, sus manifestaciones estéticas en tanto
representativas de una experiencia humana que no debe ni puede ser amputada de la comunidad.
y si esto último provoca algún escándalo baste recordar que el tango que hoy nos representa en el
mundo nació en los bordes marginales de la sociedad argentina del último cuarto del siglo diecinueve.
Además, la gestión cultural puede y debe plantearse la problemática de a recalificación laboral y la
ampliación de la población económicamente activa mediante la articulación de recursos de formación
profesional -institutos, universidades, etcétera- con organizaciones sociales y empresas creando
nuevas sinergias.
Repasados algunos de los debates referidos a la constitución del sujeto 'histórico y social" del
desarrollo local y sin pretender haberlos agotado cabría llamar la atención sobre un instrumento
clásico de la gestión cultural 11 que vale la pena repensar: la memoria.
Porque construir un sujeto social e histórico capaz de viabilizar una estrategia de desarrollo local
es, quizás primordialmente, asumir la creación le una memoria colectiva compartida -desde sus
distintas génesis- por toda a comunidad.
La memoria no es un hecho natural aunque luego la naturalicemos. Es, en realidad, una
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construcción cultural -supone la decisión de incorporar este o aquel elemento- y, como tal, requiere de
soportes que la conserven y difundan: publicaciones, representaciones, museos, archivos, bibliotecas,
etcétera.
Requiere de investigación académica -con la rigurosidad de la ciencia histórica. Y también del
rescate de sus formas populares: la tradición oral, a leyenda, el mito, etcétera.
Pero requiere, además, de lo que se ha dado en llamar "la generación del hecho emblemático"(21).
En primer lugar, ¿quiénes son esas otras comunidades frente a las cuales se consagra nuestra
identidad? Una respuesta posible es esta reflexión desde la experiencia del Plan Estratégico de
Rosario:
"Los temas que abordan las ciudades no siempre se limitan a sus límites
jurisdiccionales, por el contrario son cada vez más los que desbordan estas fronteras y
se vinculan con la región, con otras ciudades. Por lo tanto ciertos proyectos, ciertas
políticas deberán llevarse adelante con otros actores lo que plantea una situación di-
ferente, pero que será cada vez más un lugar común (Monteverde, 2000: 11)"23.
Cada tema que sea abordado desde una estrategia de desarrollo local supone un otro diferente.
Otro al que necesitamos como socio estratégico de nuestro propio modo de vida. Otro frente al
cual se puede competir por un mismo nicho de mercado o aún ecológico. El conflicto suscitado entre
los ciudadanos de Gualeguaychú y sus vecinos de la costa uruguaya por la instalación de las plantas
pasteras es un claro ejemplo de esto.
Estos aspectos tienen una dimensión que puede expresarse en acciones coyunturales concretas
pero ajenas al enfoque de este texto. Desde el punto de vista de su dimensión cultural el problema se
simplifica en la formulación y se complica en la ejecución: concebir al otro como un otro en legítima
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Quizá la clave esté en cómo concebimos la oportunidad. Si como simple oportunismo -de
cualquier naturaleza- habremos degradado la gestión a la mera espectacularidad: la foto que inaugura
instalaciones o la circunstancial declaración de apoyo de algún artista prestigioso que pueden
beneficiar 1 talo cual candidato o funcionario.
Vista desde allí -y la verdad es que sobran ejemplos- trabajar sobre la oportunidad es, como
sostiene Monteverde, "andar a tontas" sin plan ni programa.
Pero la oportunidad también puede ser pensada como vínculo creativo con el mundo y su compleja
y diversa geografía humana.
La capacidad de gestionar la oportunidad está íntimamente ligada a as matrices culturales de las
organizaciones que operan en y hacia el territorio. Una revolución en el modo de concebir, planificar,
ejecutar y evaluar el desarrollo local sólo es posible mediante una revolución cultural yeso no es
viable sin provocar una revolución en las organizaciones que lo protagonizan: ser capaces de concebir
al otro como una extensión complementaria de nuestra propia identidad; un nosotros extendido para
decirlo rápidamente.
Esta revolución cultural supone la ampliación creativa de los modelos organizacionales con que
nos movemos. El barrio y el mundo concebidos como anclaje el uno y como horizonte simbólico el
otro.
Supone reconfigurar el poder hacia dentro y hacia fuera de nuestras organizaciones. Pasar del
centralismo y la verticalidad propia de la modernidad hacia estructuras más reticulares construidas
sobre la base de liderazgos múltiples basados en el talento y la flexibilidad de los mapas mentales.
Puesto en estos términos la relación identitaria -consagrada ante ese otro lejano o próximo- se
convierte en una oportunidad en sí misma.
Un claro ejemplo de esto son las redes de emigrados que diferentes países en vías de desarrollo
están constituyendo para estimular sus sistemas científicos, la innovación productiva o el comercio
internacional.
Se trata de aprovechar la experiencia y formación de aquellos ciudadanos que, por un motivo u
otro, se han visto obligados a emigrar.
La Argentina tiene, desde el año 2000, una experiencia en ciernes que es el programa RAICES
(Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior)(25). Ciertamente se trata de un
proyecto sobre el que todavía no hay evaluaciones de largo plazo pero desde ya se trata de una
iniciativa relativamente novedosa y, nuevas tecnologías mediante, susceptible de ser replicada aún a
nivel de pequeñas ciudades.
Sobre la experiencia argentina dice un experto del Banco Mundial: "La diáspora argentina es
relativamente chica pero es muy emprendedora y está altamente motivada para ayudar al país. Esa
motivación no esta trasladada a proyectos concretos, sin embargo, por la debilidad institucional
argentina "(26).
Nótese que las dificultades que se reportan no se refieren a la carencia de recursos ni a
complejidades técnicas en los soportes de red ni a la falta de identificación de los emigrados con su
comunidad de origen sino a una debilidad de nuestro capital institucional.
Trabajar en la superación de esa debilidad es, sin duda, un campo posible para la gestión cultural.
En la medida que hagamos visible la oportunidad se hará más urgente superar las debilidades.
La gestión cultural puede desarrollar programas de promoción de la cultura emprendedora tanto en
términos de nuevas organizaciones como hacia adentro de las existentes.
Entrenar personas en la capacidad de explorar nuestros entornos en busca de oportunidades
estratégicas así como en la gestación de competencias organizacionales capaces de capitalizarlas.
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Podrá parecer extraña esta intromisión del discurso cultural en una problemática normalmente
percibida como parte del "capital económico". Sin embargo creemos que en términos de especificidad
de la gestión cultural está más ligado a la dimensión identitaria en tanto relación creativa con el otro:
cómo articulamos experiencias diferentes de un modo tal que resulten mutuamente beneficiosas.
Tiene, debe tener, un impacto económico medible pero, en tanto relación fundante se trata de la
capacidad de expresar la propia identidad le un modo confiable y atractivo tal que desate un flujo de
recursos, también monetarios.
Para decirlo con una pregunta: ¿Quién invierte sus recursos ante otro cuyos símbolos y
representaciones resultan crípticos o aún incomprensibles?
Se trata de explorar las infinitas interacciones simbólicas -también económicas- que propone el
espacio “glocal”: local y global a un tiempo. Y esto que decimos para ese otro lejano es también y
especialmente válido para ese otro que habita en las comunas más próximas.
La provincia de Córdoba -centro geográfico de la Argentina- está realizando un cambio
institucional de sus espacios locales que vale la pena considerar:
"A partir de un amplio acuerdo entre el gobierno provincial y los gobiernos locales de
todos los partidos políticos logrado en sucesivos debates en la Unidad de Trabajo
Provincia-Municipios, el 22 de diciembre de 2004 la legislatura de Córdoba sancionó la
Ley Orgánica de Regionalización Provincial N° 9.206 (Graglia: 2006)".
A partir de este cambio jurídico comunas y municipios de diferente tamaño poblacional y
económico y que además registran distintas identidades políticas conformaron comunidades
regionales que comparten recursos, responsabilidades y, sobre todo, planifican en conjunto su
desarrollo local todo esto bajo el impulso de la Provincia que delega parte de sus facultades en la
nueva instancia territorial.
Veamos, aunque sea someramente, el ciclo y la naturaleza de la rearticulación de competencias
territoriales que supuso esta norma:
1- Se construyó un espacio de diálogo entre los diversos - comunas, municipios, legisladores,
poder ejecutivo provincial, sociedad civil
2- Se diseñó, de común acuerdo, un nuevo paradigma, en este caso consagrado por una ley
provincial que pudo sancionarse en virtud del proceso participativo que supuso su elaboración.
3- Se establece un nuevo órgano de gobierno territorial integrado por todas las instancias político
administrativas preexistentes.
4- El nuevo órgano tiene facultades optativas no obligatorias - designar un administrador, rentarlo
o no, etcétera
5- La integración de los espacios locales al nuevo ámbito se define como voluntario.
Cinco pasos que podríamos sintetizar en tres momentos: diálogo, fijación del nuevo paradigma,
adhesión voluntaria.
Una experiencia estatal absolutamente novedosa fundada más en el consenso en tomo a pactar
nuevas capacidades de creación que en las amenazas coercitivas del presupuesto provincial.
Sin duda seguirá habiendo conflictos por la distribución del presupuesto o por el protagonismo
político de los actores pero en el marco de una asociación estratégica que involucra a todos los
sectores sociales, políticos y culturales.
Conflicto, cabe recordarlo, no es lo mismo que confrontación. Entre uno y otra media la decisión.
Podemos levantar un largo muro o promover la negociación.
y si bien es cierto que la historia registra más batallas que acuerdos no es menos real que la gestión
cultural tiene la obligación, incluso epistemológica, de explorar las posibilidades de encuentro y
negociación.
Quienes nos preciamos de tener por objeto de conocimiento el fenómeno cultural debemos saber, a
esta altura de los tiempos, que los viejos debates entre relativismo cultural y etnocentrismo están
superados por un valor no solo superior sino imprescindible: la convivencia.
Todo particularismo es legítimo a condición de no denigrar al otro. Toda denigración al otro
necesita ser rechazada por más valor cultural que pretenda invocarse. Lo contrario es aceptar, sin más,
el choque de civilizaciones que algunos impulsan.
De tal manera podríamos decir que la principal responsabilidad de la gestión cultural es, en
relación a ese otro lejano o próximo, construir creativamente un nosotros extendido capaz de
aprovechar las oportunidades que toda nueva situación propone a la experiencia humana. Y si algo
abunda en estos principios de siglo son las novedades, sólo necesitamos construir las herramientas
adecuadas.
Que los modos de relación del hombre con la naturaleza, en tanto obtención de los recursos
materiales para vivir, son constitutivos de su cultura está fuera de discusión, cualquiera sea la
perspectiva teórica desde la que se aborde el fenómeno.
Cierto es que la relación con la naturaleza es objeto privilegiado de los estudios económicos: la
aplicación de recursos escasos a fines múltiples; la compleja dialéctica entre expectativas y
disponibilidades.
En definitiva, todo aquello que, volviendo a la clasificación de Boisier, definíamos como Capital
Económico y las implicancias que sobre él tienen as restantes formas de capital.
¿Cuál es el lugar de la gestión cultural frente a la economía? Revelar aquello que la economía -en
tanto discurso especializado- esconde en su propia sombra. Ampliar las opciones sobre las cuales
habrá de operar la comunidad local.
Pero hacerlo no en términos de confrontación política -para lo cual hay discursos más apropiados-
sino proyectando síntesis más sustentables cada vez.
¿Significa esto que la gestión cultural debe rehuir los conflictos propios le la economía? No,
supone que la gestión cultural informa la decisión de a comunidad. Esto es: crear las condiciones para
decisiones comunitarias luego la gestión cultural no puede, ni debe tomar por sí misma.
Su lugar será, en cualquier caso, acompañar a la comunidad en la decisión que tome. Y si la
comunidad optara por la confrontación también allí revelar la sombra será un aporte crucial.
El concepto de sombra -que tiene una larga tradición en el campo de la psicología y la filosofía- lo
estamos tomando de Santillán Güemes. Postula la consideración de dos espacios analíticos que"
conforman una unidad dialéctica" y a los cuales identifica como "campo de la sombra" y "campo le lo
iluminado":
"[ ... ] 'el campo iluminado' está ocupado por los poderes culturales hegemónicos y su
espectacularidad mientras que en 'el campo de la sombra' interactúan, se mueven,
resisten, crean, se fecundan aquellos que son negados, reprimidos, simplemente
desplazados e ignorados por inofensivos o;" simplemente, están en su estar ahí
(Santillán Guemes, 2004: 20S}".
Destaca el "tremendo potencial creativo" que suele ser relegado a la sombra por políticas
culturales que a la hora de operar optan solamente por lo espectacular cuya "luminosidad" ya está
asegurada por el mercado.
Pensada así la tecnología se ve un poco menos nueva pero bastante más compleja. Es que de este
modo la relación tecnoecológica entronca con aquello que Kusch llamaba la "gran historia ", hunde
sus raíces en el devenir histórico de la especie humana, estableciendo interacciones de todo tipo con
los deseos, los sueños, los mitos y los miedos más profundos de la condición humana.
Pierden, las nuevas tecnologías, algo del vedetismo que algunos les endilgan pero ganan en
dimensión humana; se vuelven un poco menos virtuales. Y sobre todo más imbricadas con las
relaciones de poder que se expresan en el territorio.
En otro texto hemos puesto en discusión esta relación entre tecnología y territorio a la luz del
concepto de sombra que explicábamos párrafos atrás. Frente a los discursos más iluminados
verificábamos que esta relación no es tan neutra:
“... aunque todos nos refiramos a la red como si fuera un fenómeno homogéneo la
verdad es que las diferentes calidades de infraestructura a nivel de localización del
usuario determinan posibilidades de uso muy disímiles. Los derechos digitales no son
iguales para un habitante de Barcelona o Buenos Aires que para quien habita en un
pequeño pueblo de la mayoría de nuestros países27.
A los fines de este texto, y visto que nadie duda del peso que la tecnología tiene para el
desenvolvimiento económico de cualquier comunidad, nos importa hablar, en primer lugar, de la
estratificación territorial y social de la infraestructura mediante unos pocos ejemplos:
Como se ve, apropiar desde las propias necesidades no es lo mismo que copiar soluciones técnicas
ajenas.
Estos pocos ejemplos -que no agotan el punto- alcanzan para mostrar cómo la gestión cultural
puede abrir una perspectiva más amplia sobre aquella mediación secundaria de la naturaleza por la
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tecnología. Y formular ua agenda de inclusión tecnológica consistente con la ampliación del sujeto del
desarrollo local que postulábamos párrafos atrás.
En segundo lugar trabajar en la ampliación de lo que hemos dado en llamar "competencias
comunicacionales" entendidas como la capacidad de codificar y decodificar información:
Como se verá, la columna definida como campo de la gestión cultural perfila un listado de tareas y
temas que debieran incorporarse a la agenda de la actividad local.
Podríamos abundar en información sobre cómo nuestro estado -también a nivel local- está
promoviendo más la copia que la apropiación: baste recordar que en nuestras escuelas, y con fondos
públicos, se forma a los alumnos como clientes de un determinado sistema informático y sus
aplicaciones -windows, word, etcétera- en lugar de prepararlos para aprovechar la inmensa diversidad
del mercado -por ejemplo, las compilaciones de sistemas de código abierto (31).
Por último debiéramos pensar esta. relación tecnoecológica como dependiente de la innovación y
la creatividad.
Las capacidades para la innovación y la creatividad forman parte, naturalmente, del acervo del
Capital Cognitivo tal como lo postula Boisier. Pero también, y cada vez más, del Capital Económico.
De hecho, la "economía del conocimiento" es uno de los paradigmas más promocionados de los
últimos años.
Un estudio realizado en la provincia de Buenos Aires demuestra que el estado local puede innovar.
Aunque también reporta algunas restricciones. El autor estudió doce casos ocurridos en la Provincia
de Buenos Aires (Cravacuore: sfd).
Define innovación en términos de "originalidad", que mejora la "eficacia y la eficiencia" sin que
suponga necesariamente un producto totalmente nuevo sino "la combinación de elementos existentes
o de soluciones conocidas".
Entre las condiciones necesarias para esa innovación vamos a citar aquellas que, de alguna
manera, resultan más ligadas al campo de la gestión cultural adherida al suelo.
Por un lado destaca que fueron las unidades administrativas orientadas al desarrollo local las que
generaron más de un proyecto innovador. Es decir que derivan de un cambio previo en la visión que la
comunidad tiene del estado local: de administrador del espacio común a gestor del desarrollo.
Destaca que la innovación fue protagonizada por unidades dotadas de estructuras flexibles. Y que
además cuenten con personal altamente calificado -específicamente alude a formación universitaria e
incluso de postgrado.
Sobre el liderazgo dice el autor:
"... en once de los doce casos el proyecto innovador se originó en una decisión personal
de un funcionario municipal. Esto demuestra que existe una alta concentración del
poder de decisión en el líder innovador, que se propone el cambio gozando de poder y de
conocimientos suficiente para implementarlo".
En la literatura dedicada al estudio de este campo, la creatividad32 es descripta más como una
compleja interacción dialéctica.
Las características personales del talento que intenta el cambio, incluso paradigmático, el dominio
-conocimiento- del campo sobre el que opera -en este caso la sociedad local- y la gestión que debe
realizar para obtener el poder necesario son tres factores concurrentes que deben equilibrarse para que
la innovación sea posible. Este proceso es descrito como el triángulo de la creatividad.
Todas cuestiones vinculadas, como decíamos más arriba, a los modos de hacer y de organizar el
hacer.
Cravacuore agrega una dimensión de análisis clave para el quehacer de la gestión cultural: la
participación de la sociedad civil: "La falta de presión social por la innovación apareció corroborada
en once de los doce casos".
Atribuye esto a "la debilidad de la sociedad civil"; a las prácticas políticas de los funcionarios
municipales y al "monopolio de los recursos de los que goza el municipio".
Sostiene que las organizaciones de la sociedad civil son convocadas, frecuentemente, para proveer
de "una malla de acuerdos informales que favorecen al líder en términos electorales",
Llegado el momento de la gestión de los proyectos innovadores la participación fue reduciéndose.
"[ ... ] ésta participación [ ... ] fue percibida como un obstáculo para la gestión, dado
que agregaba representantes que no aportaban nada y generaba la dilación en la toma
de decisiones [ ... ] En síntesis, la convocatoria fue una estrategia de fortalecimiento".
Aparecen claramente dos desafíos convergentes para la innovación: a) proveer insumos y tareas
para revertir aquella debilidad de la sociedad civil y b) obtener y mantener el poder político y el
consenso social necesario para llevar adelante las transformaciones propuestas.
Habiendo partido en este texto del modelo del nguenpin mapuche queda claro que la obtención y
mantenimiento del poder político es una tarea diferente al campo de la gestión cultural.
No estamos postulando la no participación política. Pero sí que cuando el gestor cultural ingresa en
el terreno de la política partidaria -ámbito de legitimidad- deberá hacerlo bajo las reglas de la misma.
Podrá y, según hemos visto en varios autores, deberá promover una cultura política más transparente y
participativa; pero no estará haciendo gestión cultural sino política partidaria.
El lugar de la gestión cultural será, en primer lugar, trabajar en el fortalecimiento de la sociedad
civil porque, como ya dijimos, no hay desarrollo local sin construir un sujeto "social e histórico"
capaz de llevarlo adelante.
El cambio de los modelos políticos -cualquiera sea su orientación puede ser, y seguramente lo es
en la mayoría de los casos, producto de largos procesos de maduración; pero también requieren de
múltiples aspectos coyunturales.
La Gestión Cultural puede trabajar para un gobierno yeso es legítimo.
Pero sobre todo debe trabajar para la comunidad. Recordando siempre que los cambios culturales
más profundos ocurren en plazos mucho más amplios que los calendarios electorales.
Para ampliar y desarrollar la relación tecnoecológica del espacio local la gestión cultural deberá
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promover una cultura innovadora. Capaz de inventariar las disponibilidades tecnológicas existentes
tanto dentro como fuera del propio territorio: endógenas y exógenas.
Articular el capital humano e institucional necesario para apropiar, resignificar y aplicar aquellas
innovaciones que -decisión comunitaria mediante- resulten más convenientes a los intereses locales.
Promover el consenso social necesario que haga sustentable un estilo de gestión que capitalice los
liderazgos innovadores sin que esto signifique depender, solamente, de la "voluntad" de unos pocos.
Crear condiciones para que se expresen las "ganas de desarrollarse" que postula Boisier mediante
el estímulo de las capacidades y hábitos necesarios para la innovación y la apropiación tecnológica.
¿Ocurre lo mismo con el espacio local? Definitivamente sí aunque, muchas veces, aparezcan
confundidas o expresadas de modos menos ortodoxos. En general las pequeñas ciudades suelen
expresar misión, visión e identidad en un solo concepto.
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Por caso la Villa San José en la provincia de Entre Ríos -de la que ya hablamos por su museo- se
define a sí misma como "cuna de la colonización"33. Y en aquel origen de "primera colonia agrícola
ganadera" funda tanto su principal actividad económica cuanto su incipiente desarrollo turístico:
alinea su porvenir en relación a una continuidad identitaria.
La clave, nos parece, está en la capacidad -destacada por Etkin- de la misión para desatar procesos
de innovación como los que describíamos páginas atrás. Así como en el liderazgo emprendedor y la
captación de las fuerzas instituyentes de la comunidad.
Por supuesto que esto no es lo mismo que formular un sistema religioso.
Se trata de promover una respuesta trascendente -capaz de vencer al tiempo y al espacio- que una
el territorio, las personas y el mundo detrás de una "misión" compartida.
Que contenga una "visión" de cómo debe ser ese grupo humano que habita allí y de los valores que
guiarán cada una de sus acciones.
Decíamos en la introducción a este texto que nuestras vertientes culturales -la occidental y la
americana originaria- son portadoras de mitos que sacralizan la relación con el territorio donde se
habita.
Cómo se imbricaron en cada lugar es, naturalmente, un fenómeno a investigar en el campo.
Recordamos a un descendiente de los alemanes instalados en Glew en 1927 contándonos que sus
padres utilizaban copos de algodón para simular la nieve en los árboles de navidad.
Un modo, si se quiere elemental, de inculturar el territorio pero suficientemente ilustrativo de
cómo las personas tratan de apropiar el suelo en que habitan. Seguramente cada ciudad o pueblo de
nuestro país tiene ejemplos asimilables que no necesariamente son percibidos por las oficinas locales
de gestión cultural.
Un lugar común de nuestras urbes -sobre todo en el conurbano bonaerense- es sostener que en
realidad se trata de ciudades dormitorios. La gente no vive allí sino que solamente las l!:sa para
dormir.
Una mirada un poco más atenta notaría que aquellos que viven en una ciudad y trabajan en otra
tienen con el territorio una relación más compleja: el lugar elegido para vivir está cargado de sueños,
de expectativas referidas a la pareja, los hijos, la construcción de un domicilio en suma. Quienes
viven y trabajan en una misma ciudad agregaran a esto sus planes profesionales.
Pero, en un punto, ambas son relaciones sacralizadas. Basta consultar las historiografías locales
para encontrar relatos cargados de mitos fundacionales, pioneros, esfuerzos nunca remunerados para
mejorar el espacio común, leyendas y hasta alguna tragedia más o menos olvidada.
Sostener que la ciudad es un gigantesco dormitorio es reducir la vida al mero desempeño
profesional desconociendo los sueños, las esperanzas y los proyectos de las personas que pretenden
domiciliarse en ese espacio local.
La tarea de la gestión cultural será recuperar esa visión trascendente del propio lugar, promover su
reelaboración simbólica y potenciarla como activo intangible que agregue valor a esa experiencia
humana.
Cuando Raúl Soldi funda en Glew la biblioteca popular Pablo Rojas Paz sufre también algún
conflicto dentro de la comunidad que le impide sostenerla funcionando durante el primer año de vida.
La comunidad local se desentendía de esa innovación que suponía la nueva institución pese a que las
crónicas de época registraban varios intentos previos y fallidos de fundar una biblioteca. Recurre
entonces a un grupo de sus amigos provenientes de Buenos Aires: un periodista, la secretaria de una
editorial y otras personas.
Con este pequeño equipo -que ni siquiera "duerme" en el pueblo- dota a la nueva institución de
una intensa vida cultural. Luego iría incorporando gente de la comunidad que continuaría con la
biblioteca hasta convertirla en una entidad autosuficiente.
Logra construir un equipo de gestión contagiando su propia visión trascendente de ese territorio;
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recordemos que Soldi solía decir que había encontrado "su paraíso en la tierra".
Esto demuestra claramente que sacralizar la relación con un territorio tiene más que ver con la
capacidad de trasmitir valores intangibles que con cuestiones duras como el lugar de residencia,
etcétera.
Entendiendo además que las personas y los grupos simbolizan de modos diversos ese encuentro
con el espacio físico.
La gestión cultural deberá ser capaz de comprender esos diversos valores intangibles involucrados
en la sacralización del territorio y expresarlos de un modo abarcativo.
Una de las herramientas para esta tarea es la "marca ciudad", un valor intangible capaz de crear
identificaciones múltiples entre el territorio y el mundo.
No es este el lugar para profundizar el concepto de marca ciudad. Sí para decir que, como todo
intangible, supone la capacidad de trasmitir valores reconocibles a través del tiempo y el espacio.
Debe captar la experiencia integral del propio lugar y proyectarse al mundo.
Puede expresar estrictamente el espacio local o integrarse en un corredor temático. Por ejemplo, el
proyecto Ruta de los dinosaurios: Patrimonio y marca turística de la Argentina al Mundo(34) que
atraviesa varias provincias de nuestro país. O los corredores del Paraná y el Uruguay en nuestra pro-
vincia de Entre Ríos(35).
Insistimos: la relación sacralizada con el territorio existe en nuestras comunidades aunque muchas
veces resulte opacada por fuerzas uniformadoras provenientes del mercado o incluso desde las
políticas públicas36.
Como ya dijimos: revelar, expresar y potenciar esa relación sacralizada con el territorio es,
prioritariamente, tarea de la Gestión Cultural. Porque nadie tiene "ganas de desarrollarse" en un lugar
al que no puede considerar su "paraíso en la tierra".
"Cultura es estrategia" decía Kusch. Pero no una estrategia cualquiera como se plantea, por
ejemplo, en el mundo del marketing. Se trata de una "estrategia para vivir" con "plenitud" y "sentido".
Si la gestión cultural adherida al suelo logra captar y desarrollar esa estrategia, entonces deviene
"capital sinergético" capaz de desatar el proceso de "desarrollo local".
Lo contrario es la mera repetición de formulas más o menos espectaculares, más o menos exitosas
pero que, finalmente, no cambian nada. Organizadores de eventos más o menos eficaces al servicio
del status quo.
La marginalidad y la frustración humana que campean en la mayoría de nuestros territorios nos
eximen de documentar la necesidad del cambio cultural.
Parafraseando a Kusch supone una decisión cultural profunda: la de sacrificarse por el propio
suelo. Un sacrificio que se vuelve obra en la medida que logra convocar al pueblo. Pero un pueblo,
recordaba Kusch, constituido por todos los habitantes, sin exclusiones de ningún tipo.
Un obrar que podríamos sintetizar en dos acciones: promover y proveer. Promover el pleno
desarrollo simbólico para cambiar desde el propio "capital cultural"; proveer las herramientas
conceptuales y procedimentales necesarias para llevado a cabo. Ampliando el "capital cognitivo",
fortaleciendo el "capital social':
A lo largo de este texto fuimos perfilando un conjunto de acciones posibles para la gestión cultural
adherida al suelo. Un recorrido que no es, ni puede ser, exhaustivo en tanto simplemente pretende
ejemplificar el despliegue creativo de símbolos, habilidades y valores anclados en un suelo concreto.
Gestión Cultural Luján – Documentos 26 / 33
http://gclujan.zoomblog.com
CULTURAR, Las Formas del Desarrollo
Héctor Ariel Olmos y Ricardo Santillán Güemes
Ed. CICCUS - 2008
Para sintetizar este recorrido vamos exponer algunos de los aspectos que la gestión cultural
adherida al suelo debiera ser capaz de aportar para una estrategia de desarrollo local. Recurriendo a la
terminología del Enfoque de Marco Lógico37 en tanto una de las herramientas posibles.
Cuando decimos "objetivo de desarrollo" nos referimos al cambio más importante al que puede
apuntar un proyecto. Donde el proyecto no garantiza, por si mismo, ese cambio sino que resulta
dependiente de ciertos "factores externos" cuyo análisis es contingente: debe hacerse en cada aquí y
ahora específicamente considerado.
Cuando decimos "objetivo inmediato" nos referimos a resultados prácticos y concretos que el
proyecto debe proveer. Y que facilitan la concreción del "objetivo de desarrollo". Aclarando, además,
que un mismo "objetivo de desarrollo" puede estar alimentado por varios "objetivos inmediatos" Y
cuando decimos "acciones" estamos hablando de realizaciones prácticas cuyo resultante serán
"productos" que sostengan el "objetivo inmediato".
La metodología de marco lógico supone una serie de pasos diagnósticos que no vamos a
considerar aquí porque hacerlo supone la participación directa de la comunidad involucrada.
Sí queremos llamar la atención sobre la necesidad de que cada objetivo sea medido mediante
indicadores(38) específicos definidos de antemano. Ya que los indicadores nos permiten medir tanto
la factibilidad previa como gestionar la evolución del mismo. Aclarando, además, que hablar de indi-
cadores puede aludir a sistemas estadísticos complejos. Pero también a elaboraciones más sencillas
que pueden ser operadas desde cualquier oficina cultural por pequeña que fuere.
Para presentar el cuadro vamos a seguir el recorrido metodológico iniciado a partir de las cuatro
relaciones fundantes que, acordando con Santillán Guemes, constituyen lo distintivo de una cultura:
Área de intervención:
Relaciones fundantes con las diversas manifestaciones de lo sagrado
Objetivo de desarrollo Objetivo inmediato Acciones Tipo
Programa Arte Nuestro que consagra y funda las
mejores elaboraciones simbólicas de ese hábitat.
Todos los habitantes eligen a
Programa Junta Histórica Local.
este territorio como el lugar La comunidad construye un relato mí-
para desarrollar su "paraíso en tico de su habitar en este suelo.
Programa Impulso a los medios locales administra-
la tierra" (Capital sinergético).
do por un ente multisectorial inmune a la presión
presupuestaria del gobierno local a fin de expresar
a todas las representaciones sectoriales.
La comunidad construye un conjunto Programa Marca Ciudad que moviliza todos los
La comunidad local logra
de activos intangibles diferenciales "productos" de las restantes "acciones tipo" en la
transmitir al mundo el carácter
dentro de los diversos contextos sí o gestación del propio desarrollo simbólico logrando
único e irrepetible su experien-
culturales que define como estratégi- un producto diferenciado en un mundo híper comu-
cia "social e histórica".
cos. nicado.
Hemos resumido este texto en veinticinco acciones tipo programas que la gestión cultural adherida
al suelo podría aportar al desarrollo de aquello que Boisier llama el "capital sinergético"; las "ganas
de desarrollarse", en suma.
Por supuesto no se trata de plantear el desarrollo local como una opción a todo o nada; siempre
habrá que regular esfuerzos en función de los recursos efectivamente disponibles.
Incluso una buena gestión sabe que, frecuentemente, es necesario adelantar las tareas más
espectaculares para agregar visibilidad y consenso al plan de largo plazo. Pero el desarrollo local
supone acciones enmarcadas en una estrategia y no eventos aislados. Muchas de esas acciones están
más vinculadas a los modos de organizar el hacer que a recursos presupuestarios.
Son, por ejemplo, las acciones referidas a redes. Las mismas pueden hacerse jerarquizando
mediante reconocimientos e impulsos locales herramientas que son gratuitas en la red.
Otros suponen el releva miento y reorganización del capital humano disponible en el espacio local
-gubernamental, empresario y no gubernamental y comunitario.
En un caso, el impulso a los medios locales supone, prioritariamente, la voluntad de redistribuir
democráticamente el poder.
Algunos otros, quizás los menos, suponen algún esfuerzo presupuestario ¿Puede pedirse a la
comunidad un esfuerzo que el estado no hace?
Una comunidad que no se "sacrifica por el suelo" ¿Puede aspirar a un estado mejor?
Entre ambas preguntas la Gestión Cultural, como el nguenpin, puede y debe informar la decisión
cultural de su comunidad sin reemplazada.
Donde serán diferentes las miradas si estamos pensando desde la secretaría de cultura del gobierno
local o desde una ONG interesada en impulsar el desarrollo de su territorio. En un caso se dispondrá
-como describía Cravacuore- del monopolio de los recursos locales; en otro habrá que trabajar en la
exploración, sensibilización y potenciación de las tendencias más favorables al cambio dentro de la
sociedad local.
Pero, en cualquier caso, habrá que recordar que el recurso crítico de todo cambio cultural es el
tiempo. Y en el largo plazo es la comunidad quien establece las prioridades, los ritmos y los recursos
para una estrategia de desarrollo. Porque eso ya es cultura; estrategia de vida, decía Kusch.
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Notas al pié:
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