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Cultura Atacameña

Los pueblos que habitaron la Puna y las


quebradas comprendidas entre el río
Loa y el Copiapó, se conocen con el
nombre de Atacameños. Los españoles
que llegaron a Chile, al pasar por la
zona, se encontraron con este grupo de
habitantes aborígenes en un estadio de
desarrollo aldeano con actividades agro-
alfareras. De la cultura atacameña
destacó el llamado Complejo de San
Pedro de Atacama, ubicado en el Salar
de Atacama, en el curso medio y alto
del río Loa.
Los orígenes de estos pueblos se
remontan al período del
poblamiento del continente
americano, entre 30.000 y 10.000
A.C, cuando bandas cazadoras y
recolectoras provenientes del
norte, se instalan en la puna en
busca de alimento.
Hay evidencias de ellas al
noreste del Salar de Atacama, en
la sierra de Gatchi, en la que
mediante excavaciones
arqueológicas se han encontrado
instrumentos como cuchillos,
puntas de proyectiles y
percutores de piedra.
Es alrededor del año 2000 A.C
cuando se pueden considerar
como pueblos atacameños
propiamente tal. Esto coincide
con los primeros intentos de
cultivos agrícolas en algunos
valles de quebradas fértiles.
Junto con estos primeros
ensayos agrícolas, que se dan
mientras subsistían básicamente
de la caza y recolección,
comenzaban los primeros
intentos de domesticación de los
camélidos: llama y alpaca.
Gradualmente, con la
domesticación de plantas y
animales, las bandas
evolucionaron de la vida
nómade a la sedentaria,
con la consecuente
formación de los primeros
poblados de tipo
semialdeano (hacia el año
1000 A.C). Se levantaron
viviendas con los recursos
que ofrecía el medio
ambiente y, con la
ganadería, desarrollaron
un tráfico con caravanas
de llamas por el altiplano.
La vida aldeana y el contacto
con otros pueblos
(principalmente del altiplano)
dio origen al trabajo de
tejidos, metalurgia del cobre,
alfarería ( cerámica ), cestería
y ganadería de tráfico.
El control definitivo de la
agricultura se inserta en los
comienzos de la era cristiana.
Hacia el año 600 D.C, los
pueblos del Norte Grande
comienzan a recibir la
influencia de la cultura de
Tiwanaku, del altiplano, hasta
aproximadamente el año 900
D.C.
Alrededor del año 1250 D.C, los
pueblos atacameños comienzan
a recibir la influencia cultural de
la civilización incaica, que es
impulsada por los señoríos Incas
de la zona de la puna;
posteriormente, a mediados del
siglo XV, son invadidos y
conquistados por los Incas.
En el siglo XVI, con la llegada
de los españoles, Atacama pasa
a formar parte de la Corona
Española.
Actualmente los ataca-meños
constituyen una de las etnias
originarias vigentes en el Estado
de Chile
ORGANIZACION SOCIAL

La vida social de los


atacameños se basaba en el
Ayllú, que era una comunidad
compuesta por varias familias que
descendían de un antepasado en
común, con quienes manejaban
un sentido de territorialidad
comunitaria. La autoridad
estaba depositada en un jefe
local.
De la composición de la
familia y la instrucción de los hijos,
es poco lo que se conoce. Se
sabe que el hombre se encargaba
de la ganadería y que las tareas
de la agricultura estaban
reservadas principalmente para la
mujer.
La familia habitaba en una
vivienda hecha de adobe, con una
estructura de vigas de madera de
algarrobo, muy firme. El techo era
de barro. Sobre éste había una
construcción pequeña, también de
adobe, redonda como un horno,
donde guardaban los productos
agrícolas, papa, maíz, frijoles etc.
La vivienda estaba dividida en dos
partes, una para la habitación de
sus moradores y otra donde tenían
enterrados a sus antepasados
cercanos (padres, abuelos,
bisabuelos), llamados "gentiles",
nombre con el cual identifican a
sus antepasados.
En la parte habitada de la casa dormían y
guardaban los utensilios que consistían en tinajas donde
preparaban brebaje de algarrobo, ollas y cántaros, así
como también sus armas (flechas y hondas).
La formación de los pueblos atacameños se
remonta al año 2000 antes de Cristo, con los comienzos
del cultivo agrícola. El desarrollo de éste último trajo
consigo paulatinamente el poblamiento semialdeano,
que se da en los comienzos del primer milenio antes de
Cristo.
El poblamiento semialdeano evolucionó hasta
lograr su máxima expresión hacia el año 1200 D.C con
la formación de aldeas fortificadas (Pucara). La escasez
de oasis en medio del desierto daba un gran valor a los
alimentos y al ganado de los atacameños. Esto hacía
que se vieran en constante amenaza de ser asaltados
por pueblos lejanos, tales como los pueblos de los
conchales y los Incas.
Por esta razón comenzaron a alzar sus aldeas sobre
lugares altos y escarpados, rodeadas de muros
defensivos. Estas verdaderas fortalezas tenían en su
interior viviendas, dispuestas en forma muy densa y con
estrechas callejuelas. Actualmente quedan restos de
Pucara en Turi, Quitor, Lasana y Chiuchiu.
VESTUARIO

El vestuario de los atacameños consistía en prendas de


lana de llama, alpaca y vicuña hilada, tejida y teñida por
las mujeres. Las prendas de vestir eran camisas y
ponchos (acsos) multicolores, para los hombres, y un
sayo (hábito) ancho, para las mujeres, que les cubría el
cuerpo hasta debajo de las rodillas y los brazos hasta el
codo y se amarraba con una faja. Sobre estas prendas
hacían bordados de figuras estilizadas de hombres,
animales y elementos geométricos. Las imágenes
representadas en su vestuario contenían un lenguaje
simbólico ritual y de valor totémico para el grupo que las
usaba. Complementaban esta vestimenta con unos
vistosos gorros de lana y otros adornos para la cabeza
hechos de plumas, y unas sandalias que hacían las
veces de calzado.
UTENSILIOS

Entre los utensilios de lo


atacameños se puede citar la
cerámica de uso doméstico
(cántaros, jarros, platos),
herramientas y otros
artefactos hechos de madera
(palas, cuchillones, vasos,
tubos para aspirar, máscaras)
y las armas, con las que se
defendían de los pueblos
agresores.
Gracias a las inves-tigaciones
arqueológicas, se ha podido
conocer la alfa-rería,
metalurgia, música y actividad
textil de los atacameños.
ACTIVIDADES DE SUBSISTENCIA

Los atacameños vivían de la ganadería y la agricultura. Hilaban


y tejían la lana de su ganado, además del trabajo realizado en
las minas.
La ganadería de los atacameños estaba constituida por llamas
y alpacas que habían domesticado en tiempos remotos.
Estos animales les servían de alimento y como fuente para
obtener la lana, con la que desarrollaron su actividad textil. La
llama, por su parte, tuvo una función importante como animal
de carga, lo que permitió el intercambio económico y cultural
con otras áreas geográficas.
Basados en la movilidad que les permitía la llama como medio
de transporte y las grandes tropas que criaron, los atacameños
desarrollaron una práctica de intercambio económico con los
pueblos de la costa y llegaron a dominar el tráfico caravanero
(caravanas de llamas) del altiplano. En sus viajes por la costa
intercambiaban sus productos tejidos (frazadas, camisas y
ponchos), lana, frutos y metales (cobre, plata y oro) por
pescado y guano.
Los productos del mar los intercambiaban con los
pueblos del altiplano, principalmente por hoja de coca y
sustancias alucinógenas. Esta relación de intercambio
los mantenía en activo contacto con el altiplano, lo que
generaba una corriente de influencia cultural.
La agricultura atacameña se caracterizó por el
sistema de cultivo en terrazas (andenes de cultivo en
desnivel, sostenidos por piedras). Cultivaban maíz,
papa, quínoa, frijoles, camote, calabaza, zapallo, ají,
algodón y una especie de tabaco. Estos cultivos fueron
posibles gracias a que crearon un complejo y eficiente
sistema de regadío.
Numerosas acequias recorrían las terrazas
distribuyendo el escaso recurso agua. Para lograr
buenos rendimientos en sus cultivos, fertilizaban la
tierra con el guano que obtenían de la costa.
De los productos de la
agricultura y ganadería
tomaban su principal
alimento, complementando
su dieta con el pescado
(producto del intercambio
con la costa) y con los frutos
del algarrobo, el chañar y la
tuna, árboles aptos, por sus
raíces, para buscar el agua
de napas y vertientes
subterráneas.
CERÁMICA

La alfarería atacameña se divide en dos tipos,


correspondientes a las dos primeras etapas del período
agro-alfarero. El primero se caracteriza por la
elaboración de cántaros antropomorfos en cerámica roja
pulida. El segundo, por el uso de cerámica negra pulida.

METALURGIA Y ARTESANIA EN MADERA

A través de los objetos que se han encontrado, se sabe


que los atacameños desarrollaron la metalurgia y la
artesanía en madera. Trabajaron el cobre, el bronce, en
menor medida, la plata y, ocasionalmente, el oro. Escasa
era también la madera en la región, pero se sabe que
con ella elaboraron palas, cuchillones, máscaras, vasos
altos, tabletas y tubos para absorber.
MÚSICA

La música, ligada a la
actividad religiosa y
militar, se manifestaba por
medio del uso de:
trompetas de huesos
ensamblados o de trozos
de madera ahuecada;
flautas traversas de
madera o caña; ocarinas
(flauta globular) de
cerámica ; tambores de
madera cubiertos con
membranas de pellejo de
llamas; y campanas,
confeccionadas en made-
ra y metal.
ACTIVIDAD TEXTIL

Los atacameños
desarrollaron una intensa
actividad textil. Tejían
frazadas, camisas y
ponchos multicolores con
lana de llama y alpaca, en
los que bordaban figuras
estilizadas de hombres,
animales y figuras
geométricas. Además de
su importancia económica
y religiosa, los tejidos se
relacionaban con el linaje
del grupo. Este arte del
tejido es el que da origen a
la textilería actual en los
pueblos del norte.
ARTE RUPESTRE

Se destaca la existencia de pinturas rupestres en


las paredes de aldeas de la puna, hechas por
antecesores de los atacameños, entre los años 4000 y
2000 A.C. Los registros corresponden a imágenes de
guanacos o vicuñas en movimiento.
CREENCIAS

De las crónicas de la
época de la conquista
española, se desprende que
los atacameños daban gran
importancia al culto de los
antepasados por el hecho
que los enterraban en un
sector importante de la
vivienda. Veneraban ríos,
lagunas, volcanes, montañas
y fauna local. Adoraban al
"malku", señor de la montaña
que los protegía, a quien
también denominaban el
"tata malku".
Asimismo los implementos que les ponían en sus
tumbas acredita que creían en la existencia de otra vida.
El ajuar mortuorio, o implementos con que los
enterraban, consistía en armas, vestidos, joyas, otros
objetos de uso personal y alimentos.
Imágenes atacameñas
LENGUA

La lengua kunza que hablaban los atacameños, se


perdió después de la llegada de los españoles. Según
una investigadora antropóloga, estaría extinta desde el
siglo XIX (Victoria Castro en "Culturas de Chile.
Etnografía. Sociedades Indígenas Contemporáneas y su
Ideología"). No obstante lo anterior, se conserva un texto
kunza del canto de una ceremonia representativa del
pueblo atacameño: Talatur de Socaire ("Cultura y
Conflicto en los Oasis de San Pedro de Atacama",
Lautaro Nuñez) y nombres de lugares geográficos.
EL QUIMAL

Este relato, de recopilación reciente, da cuenta de


las tradiciones atacameñas aún presentes en la zona.
"Hacia el noroeste de Socaire, cruzando el ancho Salar
de Atacama, manchado de azul por las lagunas y de
verde por las vegas de su lado oriente, se alza
inconfundible en majestad y gloria el Quimal. Es una
montaña reseca, cubierta parcialmente de yerbas que
atesoran con cariño las gotas de agua que suelen caer
allí. Los guanacos deambulan libremente por sus
escarpadas laderas conscientes de su libertad, aunque,
de vez en cuando, los cazadores furtivos se aventuran
en quebrada topografía para cazarlos.
En verano una enorme nube negra se concentra en
su cúspide, para dar luego paso a un fuerte aguacero
que cruza el Salar y llega a Peine y Socaire. Entonces,
el Quimal se transforma en una visión fantasmagórica,
retorcido a la luz de los relámpagos, cruzados por los
rayos que azotan sus costados.
La montaña es misteriosa y es, precisamente, en
esas noches de tormenta cuando los lugareños cuentan
historias increíbles del Quimal. Estas historias van desde
Socaire, en la montaña, hasta el Ayllú de Coyo en la
planicie. Varían de un lado a otro, pero convergen
curiosamente en un punto: La Montaña Mágica de
Quimal.
Cuentan las gentes del lugar que en la montaña hay una ciudad,
la que en ciertas noches aparece llena de luz dorada, de tal
intensidad, que ciega a aquéllos que osan mirarla largamente.
Sus calles y sus casas resplandecen con el color del oro - pues
eso es lo que se encuentra en el Quimal -. Han sido vistas por
viajeros extraviados en el Salar o por pastoras arreando sus
rebaños en la montaña. Dicen que más de alguno ha visto la
ciudad, pero que jamás volvió para contar su experiencia.
Don Quirino, antiguo vecino de Socaire, recuerda
que una vez, cabalgando en su macho junto a su primo,
vio aquellas luces alucinantes en la noche. Era un
muchacho de quince años, que había recibido esa
leyenda de sus mayores, y por primera vez
experimentaba esa sensación irreal de ver lo que no se
podía ver. Cuenta que la impresión y el miedo se
apoderaron de él; en el silencio de la noche dio vuelta su
cabeza para apartar de sus retinas aquel brillo infernal,
pensando que era una ilusión. Se refregó sus ojos, con
la vana esperanza de desterrar esos colores tan fuertes,
y volvió a mirar. Su terror aumentó ahora de verdad,
pues allí estaba el resplandor áureo, inconfundible y
real. Después de mirar nuevamente, éste se disolvió en
la oscuridad de las laderas de la montaña. Ninguno de
los dos muchachos cruzó palabras sobre lo ocurrido,
como si desearan no romper el encanto de un suceso
incomprensible para sus años, pero muy arraigado en
sus tradiciones.
En Coyo, para corroborar la leyenda, cuentan la
historia de un cazador de guanacos que se aventuró en
el Quimal, allá por los años cuarenta. Tras andar por
senderos agrestes durante todo el día, sin haber cazado
un guanaco, se estiró en el suelo para descansar. Sus
ojos de cóndor, acostumbrados a ver lo que otros no
podían ver, se posaron como al pasar sobre la superficie
de un paredón rocoso ubicado frente a él. Se puso de
pie de un salto, a pesar de su cansancio, y con gestos
febriles escarbó entre las rocas sacando algunas piedras
muy pesadas y brillantes: era un reventón de oro nativo,
casi puro.
El hombre -dicen- bajó a Calama, llevando las muestras para
buscar un socio. Encontró uno de apellido Urdangarín quien
proveyó dos camionetas y el material necesario para la
expedición. Cuando regresaron a la montaña, el cazador de
guanacos se dirigió resueltamente al paredón rocoso.

Esperaba encontrar el reventón de oro tal como lo había visto


semanas antes. Grande fue su sorpresa al no encontrar nada,
sólo una pared de granito donde crecían algunas yerbas.... "
("Así hablan las Montañas", Leyendas Andinas de la Segunda
Región, Domingo Gómez, 1993, p.22-23)
LA CIUDAD PERDIDA

Este es un relato de recopilación reciente, que contiene


algunas tradiciones atacameñas aún presentes en la
zona.
"Cual puerto de tierra adentro, los pueblos de la cuenca
atacameña rodean el seco mar del salar de Atacama,
pegados a la precordillera, subiendo desesperadamente
por los Andes, hundiéndose en estrechas quebradas,
esperando veleros y navíos que no llegarán.
Por algunos rincones suelen internarse las pastoras con
su paupérrimo ganado en busca de algunos montes,
consumidas ya las hierbas existentes en las faldas de los
cerros. Algunas veces, también se internan pequeños
grupos de hombres que van tras los huevos de parinas y
guallatas, en algunos pozos y lagunas del salar.
Pero, cuando lo hacen frente a Toconao, hombres y
mujeres apresuran su regreso. ¡Que la noche no los
sorprenda allí, en el salar !
Cuentan los Toconares que en medio de esa
cósmica y desolada visión mineral, dominada por la
soledad y el silencio absoluto, existe una ciudad
abandonada, un pueblo fantasma.
Sus casas, revestidas con relucientes adornos de oro,
delinean hermosas calles, estrechas y frescas. Circunda
el poblado un riachuelo de aguas cristalinas que permite
el crecimiento de verdes arbustos. Allí viven hombres y
mujeres que mantienen vigentes prácticas y costumbres
del tiempo de los Incas.
Algunas personas cuentan que son un pueblo alegre
que no logró ser conquistado por los españoles,
continuando su existencia como si el tiempo no
transcurriese.
Los vecinos más antiguos recuerdan que, en varias
oportunidades, algunos solitarios hombres regresaban a
Toconao con sus animales cargados con leña, cuando las
penumbras de la tarde los sorprendían en el salar. Pese a
ello, continuaban caminando hasta que, sorpresivamente,
encontraban un imprevisto bosque de tamarugos.
Agotados, los hombres descargaban los animales y, tras
amarrarlos a algunos montes, se tendían en el pasto a
dormir bajo las estrellas. Al día siguiente, los primeros
rayos del sol los despertaban en medio del desolado salar,
sin la menor muestra de algún vegetal, los animales
amarrados a grandes piedras. Apresuradamente,
cargaban nuevamente los animales y regresaban a
Toconao.
Otros, los menos, los más audaces, al llegar al
bosque se internaban en él encontrando la ciudad
escondida y sus sonámbulos habitantes. Agudizaban el
oído intentando escuchar sus conversaciones, mas no
lograban comprender lo que sus labios expresaban.
Intentaban llamar la atención de algún niño o de una
solitaria mujer, pero parecían no percatarse de su
presencia. Cuando adquirían mayor confianza y valor,
salían de sus escondites y comenzaban a transitar por
las estrechas calles. Sin embargo, esos hombres y
mujeres grandes y altivos parecían ignorar su presencia,
caminando como si estuviesen hipnotizados o como si
alguien se hubiese apoderado de sus conciencias.
Al vislumbrar las riquezas existentes, dejaban
algunas marcas en el camino, con la intención de
regresar en busca de ellas. Cuando, únicos poseedores
del secreto, volvían al salar, sólo encontraban lo que
ellos habían señalado. Y, aún cuando esperaban la
noche para tener una nueva visión, las riquezas y la
ciudad perdida no aparecían.
Algunos lograron entusiasmar a sus familiares,
organizando expediciones para apropiarse de los
tesoros. Sin embargo, parece que el desierto los hubiese
tragado o la ciudad los hubiese conquistado porque
jamás regresaron.
Entre golpes de hacha y cincel, mientras esculpen una aguadora en
la piedra, los toconares cuentan que esa ciudad perdida es el
segundo Toconao. El primer pueblo se encontraba en la cima del
Quimal, y de él conversaremos en otra ocasión.
El actual poblado, anclado junto a las grandes grietas y donde las
verdes ramas de los árboles semejan el velamen de un navío
próximo a levar anclas, es el tercero y último de los Toconaos.
Cuando el viento logre romper las raíces de las higueras y los
perales, cuando los techos de las viviendas sean llevados hacia la
cordillera, el pueblo desaparecerá definitivamente."
("Así hablan las Montañas", Leyendas Andinas de la Segunda
Región, Domingo Gómez,1993.p. 38-41).
TALATUR DE SOCAIRE

El Talatur, es el canto y baile representativo del


espíritu Atacameño vinculado al culto al agua y, por
ende, a las tareas agrícolas. Se canta en la ceremonia
del agua que se realiza cuando la siembra está
dispuesta y los canales secos y limpios a la espera del
primer riego de primavera. Consta de 12 versos que
recita un Maestro-Talatur en kunza. Una familia de
Socaire guardó en su memoria el texto kunza del Talatur
que escribió y aún conserva a pesar de que casi no se
reconoce el significado de todas sus palabras. Esta
festividad se mantiene vigente. Aunque es de origen
prehispano, en el texto se puede advertir la presencia de
elementos de influencia española.
Es posible advertir cuatro niveles de pensamiento
anteriores a la influencia española, señala Lautaro
Nuñez. El primero corresponde a una rogativa cósmica.
El segundo a un llamado a la multiplicación de la
tierra cultivada, para la reproducción del alimento
cotidiano. El tercero a una "invocación a la reproducción
humana y de la tierra como una sola unidad alegórica" y
cuarto, a un nivel de convivencia del grupo festejante,
relacionado con brindis y comidas una vez que ha
concluido el rito de la rogativa. ("Cultura y conflicto en
los Oasis de San Pedro de Atacama", Lautaro Núñez,
p.238).

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