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Desde El Yunque bajaban dos indios tanos. Uno era alto, de largos cabellos negros; y el otro, un nio de escasa
altura, pues tenia que alzarse en la punta de sus piececitos para alcanzar las frutas del camino.
En las noches de luna llena, el pequeo indio dola escaparse de la compaa de la tribu, para internarse en el
bosque. Su fervor por la luna era tal, que pasaba largas horas observndola, como si quisiera alcanzarla con sus
ojazos negros.
- T s que eres un guannbien grande! Tan grande que nadie, ni el cacique ms gigante, puede colgarte al cuello.
As le hablaba el indiecito a la luna. Luego volva a su casa y se quedaba profundamente dormido.
De pronto, sinti que se volva tan pequeo que algo lo hizo caer en la
orilla. La luna alumbr su lomo. Mir sus manos. Ya no eran manos. La
lina, asombrada, se acerc con sus rayos a mirarlo y lo ba con su luz
plateada. Koki quiso hablar, pero no pudo. Slo logr pronunciar su
nombre como en un dulce canto:
-Coqu!, coqu!, coqui!
La luna le sonrea y Koki fue saltando de hoja en hoja con la marca de luz
de luna llena, en
nuestros campos, en
nuestros jardnes se
escucha la
cancinletnica de
nuestro coqui, que
an nos dice:
-Coqu, coqu, estoy
aqu!
Y siempre que puede
se para en las hojas
de yautas que hay en
las orillas del ro a
contemplar
embelesado a su
amiga la luna.