intelectual fue acusado de haber corrompido a los jóvenes al negarle culto y veneración a los dioses del Estado e intentar introducir en su lugar otros nuevos. Condenado a muerte, rechaza las proposiciones de sus amigos que le hablan de fuga y toma la cicuta, por considerar que las leyes de la ciudad, aun siendo injustas, a todos obligan. Ultimas palabras
«Ya comprendo –dijo Sócrates–; pero, al menos,
estará permitido, como es en realidad un deber, hacer oraciones a los dioses a fin de que bendigan nuestro viaje y lo hagan feliz. Esto es lo que les pido. ¡Así sea! Después de haber dicho esto, se llevó la copa a los labios y la bebió sin el menor gesto de dificultad ni repugnancia, apurándola. Hasta entonces casi todos habíamos tenido fuerzas para retener las lágrimas, pero al verle beber y después de que hubo bebido, ni pudimos ya dominarnos».