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La gesta era una hazaña. El vocablo se deriva del latín gero (hacer) y
alude a cosas hechas o sucedidas, en contraposición con la lírica que se
nutre de cosas imaginadas o sentidas por el autor. Estas gestas se las llama
cantares por estar destinados a la recitación. Los cantares de gesta no se
componían para ser leídos, sino para ser escuchados. Todos estos relatos
épicos circulaban de manera oral. La mayoría de la población que los
escuchaba era analfabeta, por lo que los juglares, artistas de la época, se
encargaban de transmitirlos de memoria, acompañados de instrumentos
musicales. Justamente debido a la transmisión de boca en boca (a esto se
debe su estructura sencilla, que se pudiera recordar) los cantares sufrían
variantes en sus diferentes recreaciones y se considera una composición
colectiva tradicional
El cantar de gesta genuino tiene un fondo histórico cierto, al que es más o
menos fiel. Esta fidelidad a la exactitud histórica de lo narrado reviste una serie
de matices, que van desde aquellos cantares que casi son una crónica rimada
hasta aquellos otros cuya historicidad queda tan reducida que casi parecen
una obra de pura imaginación. Por lo general, cuanto más remoto es el asunto
de una gesta, más pesan en ella las versiones tradicionales y legendarias de los
hechos y más se aparta de la realidad histórica, al paso que, cuando relata
hechos sucedidos en un pasado próximo, la fidelidad a lo que realmente
sucedió es mayor, entre otras razones porque el público que ha de escuchar
los versos conoce con más precisión el asunto y sus personajes. Por otra parte,
cuando la gesta tiene por escenario las mismas tierras en que se desarrollaron
los acontecimientos que poetiza, suele mantener unos datos geográficos,
ambientales y sociales mucho más fieles a la realidad que aquellas gestas que
transcurren en países lejanos y exóticos.
El héroe romántico
Hacia finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX nos encontramos
con una nueva cosmovisión acerca del lugar de los hombres en el mundo
y en la sociedad de su tiempo que denominamos romanticismo y que
tiene como centro una nueva concepción de sujeto individual y colectivo.
El racionalismo que se había desarrollado desde el Renacimiento es puesto
en duda con el espíritu romántico.
El romanticismo se constituyó como la ideología de una generación que
no creía en ningún valor absoluto. Por eso, cuestiona cualquier tipo de
poder asociado a Dios, las autoridades eclesiásticas o el gobierno.
Si en la Edad media, el héroe estaba encarnado en el caballero; en este
período encontramos un sujeto que está en constante duda acerca de su
lugar en el mundo y vive en la soledad de la creación estética. Más que
un héroe es un protagonista, cuya subjetividad aparece explícita en cada
una de sus reflexiones y acciones. El romántico pensará que el arte es una
forma de conocimiento y el artista un "descubridor" favorecido por un don
sobrenatural que lo hace capaz de ver en su interior y poder comunicar a
los demás mortales lo que ellos no pueden contemplar. En ocasiones,
manifiesta cierto rechazo por integrar cualquier grupo o sector social. El
sujeto romántico está representado en las imágenes del artista, forastero,
vagabundo, peregrino, explorador.
Uno de los autores que mejor representa esta nueva cosmovisión es Lord
Byron. El retrato del héroe romántico como un vagabundo sin hogar y sin
vida productiva convencional que, en alguna proporción, responde a una
cierta falla interior –la hybris clásica- y vive condenado por su propia
naturaleza. Sin embargo, mientras que los anteriores héroes
invariablemente vivían con culpabilidad o melancolía el hecho de no
pertenecer a la sociedad –por haber sido expulsados de ella, recordemos
a Edipo de Sófocles-; en Byron el estatus de outsider se convierte en una
pretenciosa y exhibicionista rebelión contra la sociedad; la soledad es
ahora producto de una desafiante deliberación, es una elección, una
revuelta. Pero ante todo, es una desafiante soberanía personal frente a la
comunidad. El sujeto romántico de Byron es despiadado con los demás y
se ha conformado como un prototipo de personaje romántico que se
conoce como héroe byroniano.
Esta nueva sensibilidad, sin embargo, no está libre conflictos. El sujeto sin
referencias externas (Dios, la Iglesia, el Estado) debe enfrentarse a
numerosas ambigüedades: naturaleza y cultura; soledad y sociedad;
revolución y tradición. El sujeto romántico se encuentra desgarrado entre
estas controversias. Se percibe un conflicto entre los valores colectivos,
fundados en la idea conjunta de “pueblo” y otros valores más personales,
buscando el camino de una modernidad emancipadora, individualista,
que se muestra claramente enfrentada a cualquier poder externo. Se da
una separación entre los dos tipos de héroes, aquéllos que buscan enlazar
con unas tradiciones comunitarias y los que buscan recorrer el camino de
la individualidad.
El héroe romántico no encarna ninguna gesta en nombre de valores
compartidos. Por eso, es más correcto hablar de sujeto romántico (“yo
romántico”), ya que parece en constante conflicto con su contexto.
Arnold Hauser desarrolla: “El héroe es implacable consigo mismo y
despiadado con los demás. Desconoce las disculpas y no pide perdón, ni
a Dios ni al hombre. No se arrepiente de nada y, a pesar de llevar una vida
desordenada y desastrosa, no desea tener otra vida, vive la suya propia”.
Uno de los conceptos que refleja el desgarramiento del sujeto romántico es la
figura del “otro yo”, presente en la literatura en diferentes formas y variantes7.
El punto de partida de este concepto es la autobservación y la necesidad de
considerarse a sí mismo constantemente como un extraño, un desconocido,
un forastero. El héroe romántico aparece así desdoblado entre lo dionisíaco y
lo demoníaco y busca un refugio contra la realidad. En esa búsqueda, el
sujeto se enfrenta a lo inconsciente y lo que la razón no controla. Si en el
héroe épico veíamos la audacia de la hazaña como un valor que
engrandecía al caballero, en el sujeto romántico observamos un proceso de
dolor subjetivo que lo hace extinguirse en una muerte psicológica y espiritual
(anulación de sí mismo o dolor cósmico).
Asimismo, el concepto de “otro yo” es producto de la evasión o
fuga de la situación histórica y social. En el yo romántico
encontraremos diferentes modos de la evasión:
Cervantes y Joyce nos dieron una perspectiva nueva del héroe, trajeron un
nuevo arquetipo más realista y acorde a nuestros tiempos y cosmovisión
compleja de los fenómenos del mundo: el héroe cotidiano, el héroe patético.
Antes la visión heroica mermaba el realismo, la credibilidad misma de los
personajes de los mitos, atribuciones míticas como la fuerza sobre humana de
Caupolicán para los indios araucanos o especialidad para siempre salir de
aprietos con argumento deus ex machina.
Ahora es más común ver Héroes mas Cotidianos, que representen a la
humanidad de una forma más sensible, la épica ha cambiado su entorno de
ensueño y ha ocupado ahorra las grandes ciudades, las soledades personales,
las encrucijadas individuales de cada persona. Nuestro tiempo ya no depende
la enorme maquinaria de la guerra para subsistir, por ello en una sociedad
globalizada un militar ya no es visto como un guerrero, como algo envidiable, si
no, y es muchas veces el caso, como todo lo contrario.
¿Es entonces el héroe moderno un
anti-héroe?
Identificados los principios del héroe clásico, advertimos que distan
enormemente de los del modelo que impera en la actualidad. Es entonces
cuando nos topamos de frente con un interrogante: ¿es el antihéroe una
creación contemporánea? La respuesta es no.
Es preciso rebuscar en el pasado para encontrar las raíces de lo que hoy
denominamos antihéroe, se trataba de un guerrero cuyos propósitos pasaban
por encima de la moral; un estratega que, “como Julio César, amaba la
traición pero odiaba al traidor y asociaba el bien a los vencedores y el mal a
los derrotados”.
De acuerdo con esto nos encontraremos personajes que están mas cercanos
al héroe moderno El lazarillo de Tormes y El ingenioso hidalgo Don Quijote de
la Mancha.
El héroe o anti- héroe moderno es un hombre o una mujer que nada tiene
que ver con lo divino; es un ser absolutamente terrenal, en todo el sentido
de la palabra. Tiene defectos, virtudes y bien podría parecerse a
cualquiera de nosotros, pues el protagonista moderno no está por encima
de los hombres, sino a su mismo nivel.
Es uno más entre los humanos aunque es posible que destaque, bien por
determinadas características propias (físico, nivel social) o por los actos
que realiza, pero no suele partir de una posición distintiva con respecto al
resto de los hombres.
Características
La decadencia de lo físico: El héroe moderno no 11 se forja por sus logros materiales sino
por la sacudida que estos provocan a su mundo interior. Poco importa que consiga el
tesoro ansiado si con esto no logra resolverse a sí mismo. Esto es, no alcanzar el objetivo
físico no supone una derrota si al menos durante el trayecto se produce un viaje interno,
una batalla mental que pueda acabar por erradicar los fantasmas del héroe
La relación con la sociedad: El héroe ya no esta unido a la sociedad. Nuestro héroe es un
ser descolgado. Ya no “protege y sirve” y no sólo no ejerce como salvador de su rebaño,
sino que ni siquiera se siente cerca de él.
Las razones de este divorcio social son diversas pero se resumen en dos opciones: por un
lado puede que el héroe se sienta decepcionado con la sociedad por algún motivo o
bien es posible que sea la propia sociedad quien lo aparte por ser diferente
Esta individualización se refleja en que el héroe moderno, salvo excepciones, desempeña
la tarea por y para sí mismo es una reivindicación del egoísmo más puro, del derecho a
buscar la propia felicidad; tan personal y diversa.