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Facultad de Teología

MISTERIO DE DIOS

T EMA 5

LA REVELACIÓN HISTÓRICA DE DIOS


I NTERPRETACIÓN DE LA S AGRADA E SCRITURA
DEI VERBUM
LA POSIBLE REVELACIÓN PERMANENTE O REDUCIDA A UN PERÍODO

- Si Dios existe, puede comunicarse al ser humano por una decisión libre suya
- Si se comunica al ser humano, tal comunicación debe ocurrir en la historia
- En la historia no puede Dios comunicarse sino fenoménicamente por la palabra

Suponiendo que Dios se haya revelado en la historia, ¿sólo se habrá revelado en


un momento determinado de esa historia? ¿O se habrá revelado en muchas
ocasiones y permanentemente durante toda la historia y continuará
revelándose hasta el final?

Suponiendo que Dios se haya revelado en la historia en múltiples ocasiones y en


momentos determinados de ella: ¿esas revelaciones habrán poseído o poseen
el mismo valor? ¿O habrá propuesto Dios que alguna revelación de esas se tome
como la "oficial", por decirlo de alguna manera?
Rahner, K., Curso fundamental sobre la fe

Si suponemos que Dios ofrece a todos los seres


humanos la posibilidad de salvarse, cada uno de ellos
resulta interpelado por Dios para una respuesta libre;
esto es "revelación" de Dios a todo ser humano.

Si suponemos que, para la misma


respuesta libre, el ser humano recibe
apoyo salvífico divino, allí ocurre ya una
presencia reveladora de Dios.
Interpelación de Dios a todos
Tal interpelación y tal respuesta acontecen generalmente en la vivencia
histórica de todo ser humano en cuanto relacionado con sus semejantes
(Ética). Así Dios dirige la palabra al ser humano cuando interpela a la
relación ética; y el ser humano responde positiva o negativamente a tal
interpelación.

Si el ser humano "está investido de una trascendentalidad ilimitada, de


cara a su propio conocimiento por parte de él mismo, de cara a su libre
realización"; y si la historia es el acontecer de esa trascendencia; y si el
hombre es así porque se supone constituido por Dios como tal para que
pueda entrar en comunicación con El;

entonces resulta que la historia del ser humano, la historia de su


trascendencia, la historia de su autointerpretación como trascendente y
potencial "oyente de la palabra", es historia de la revelación de Dios. Así
la revelación de Dios es co-extensiva con la historia universal. (Ver pp.
179-193).
Revelación en la historia bíblica
Asumimos que "esta historia categorial de la revelación en ambos
testamentos puede y debe concebirse como interpretación válida
de la comunicación trascendental de Dios al mismo hombre y
como tematización de la historia categorial general de esta
comunicación" (p. 194).

"Una autointerpretación y objetivación histórica de la


trascendentalidad sobrenatural del hombre y de su historia no
necesita ni puede ser interpretada como un proceso meramente
humano y natural de reflexión y objetivación.

Se trata de la propia interpretación de aquella realidad que está


constituida por la propia comunicación personal de Dios, o sea,
por Dios mismo” (p. 195).
Allí estos sucesos
guardan entre sí
Esa suficiente continuidad,
“Si ésta se interpreta
históricamente,
autointerpretación "Donde acontece tal suficiente nexo de
no es un suceso autointerpretación referencia causal;
entonces es Dios el
accesorio, sino un legitimada y destinada a
que se interpreta a sí allí las
Revelación mismo en la historia, y elemento histórico muchos otros de la
experiencia autointerpretaciones
los portadores esencial en esta
en sentido históricos concretos trascendentalidad
trascendental
sobrenatural de Dios,
particulares -en cuanto
limitadas en el tema y
pleno de tal
autointerpretación
sobrenatural, la cual
está constituida por
tenemos un suceso de la la profundidad- reciben
una unidad con otras y
historia de la revelación
están en sentido la propia así una forma
en el sentido pleno y
auténtico autorizados intersubjetivada, que
por Dios. comunicación de usual de la palabra.
agrupa las
Dios". (p. 195). interpretaciones
particulares". (p. 197).
Revelación“oficial”

Afirmamos que Dios ha querido libremente interpelar a la


humanidad en una propia comunicación personal que acontece en
la historia normal de algunos seres humanos (los profetas) cuando
autointerpretan su trascendentalidad sobrenatural religiosa.

Pero no podemos llegar a ningún tipo de "demostración" de la


verdad de esta revelación "oficial". Sostenemos su racionalidad y
razonabilidad por los indicios mencionados.
Suficiente continuidad y nexo referencial
causal, una legitimación por cierta
fenomenología histórica extraordinaria
("milagros"), la destinación a muchos, la
agrupación de interpretaciones particulares,
su forma intersubjetivada.

Pero no podemos llegar a ningún tipo de


"demostración" de la verdad de esta
revelación "oficial".
Sostenemos su racionalidad y razonabilidad
por los indicios mencionados.
La Constitución dogmática Dei Verbum

• La Constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II


aporta varias orientaciones doctrinales para la comunidad
cristiana, que afectan importantes afirmaciones de la Teología y
por tanto de la comprensión que hasta ese momento se tenía de
muchos aspectos del cristianismo.

• Tradicionalmente se nos había dicho que en la Biblia se recoge la


revelación de Dios, lo que Dios ha revelado a la humanidad en un largo
proceso que se inició desde que surgió el pueblo de Israel unos
dieciocho siglos antes de Cristo.
• Pero sorpresivamente los Obispos dicen que Dios
en la historia sólo ha revelado dos asuntos: quién
es Él y cuál es el plan que Él mismo diseñó para
la humanidad. Y esto lo dicen en una sola frase:
“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí
mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad,
mediante el cual los hombres, por medio de
Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre
en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina” (DV 2).

• Esta frase del documento descarta que Dios haya revelado cualquier
asunto distinto de estos dos. Él únicamente se reveló a Sí mismo y reveló
su plan que es el siguiente: los seres humanos por medio de Cristo
tienen acceso a Dios-Padre en el Espíritu Santo y así pueden participar
de la naturaleza divina, esto es, pueden ser divinizados.
• Nada más maravilloso que esta revelación de Dios consistente en estos dos
datos fundamentales para la humanidad. Según los Obispos, Dios invisible,
por puro amor se ha comunicado con los seres humanos para invitarlos a
recibir esa su comunicación y hacerlos participar de su propia vida, de su
propio ser, de su propia divinidad. De manera que lo que Dios revela es
solamente a Él mismo y a su maravilloso plan sobre nosotros.

• Porque el ser humano no puede conocer la intimidad


de Dios dado que Él es el misterio absoluto e
inalcanzable ni puede conocer cuáles son sus
designios, si Él no nos comunica lo uno y lo otro. Más
aún, repitiendo lo que había afirmado al respecto el
Concilio Vaticano I en su Constitución Dei Filius, Dios
no necesita revelar aquello que el ser humano por su
propio conocimiento puede conocer (DV 6).
2070 Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de
Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad
del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por
tanto indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes
a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene
Cateci una expresión privilegiada de la “ley natural”.
smo
de
Juan 2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del
Decálogo han sido revelados. Para alcanzar un conocimiento
Pablo completo y cierto de las exigencias de la ley natural, la
humanidad pecadora necesitaba esta revelación: Conocemos los
II mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que nos
es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la con ciencia moral.
La tendencia actual de la Teología que quiere ser fiel al Concilio (DV
2), piensa que la Ley de Moisés no fue revelada y que tampoco en el
Nuevo Testamento Cristo reveló leyes

Gran parte de las afirmaciones que encontramos en descripciones recogidas en la


Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, no fueron reveladas por Dios. El
Concilio va a tener que decirnos cómo hay que entender los textos de la Biblia para no
asumir como revelado algo que no lo fue. Así lo hará en una parte del documento.
Porque lo único que reveló Dios fue a Sí mismo y su plan de divinización del ser
humano, asuntos que por sus propios medios el ser humano no podría conocer.
2. Dios se reveló primeramente por
hechos interpretados por las palabras

• También tradicionalmente se tendía a pensar que Dios había revelado de


manera directa a los escritores de los textos de la Biblia una serie de
verdades doctrinales expresadas en frases y palabras allí presentes.

• Pero además de lo que el documento dirá sobre la manera como actualmente


tenemos que interpretar los textos de la Biblia, afirma lo siguiente: “Este plan de la
revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de
forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por
su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas”.
• Esto significa que Dios ante todo se reveló con hechos y palabras de la siguiente manera: durante
muchos siglos en la historia concreta de Israel, y luego en la historia de nuestro Señor Jesucristo,
acontecieron “hechos” que luego fueron interpretados por “palabras” de quienes experimentaron
esos acontecimientos y los interpretaron como manifestaciones y comunicaciones de Dios, a los
que se llama “profetas” tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Esas personas expresaron su interpretación de los hechos en palabras, en relatos. Esas


palabras y relatos pasaron de generación en generación en el Antiguo Testamento hasta que
fueron consignadas por escrito y así surgieron los textos de la Sagrada Escritura. En el Nuevo
Testamento en una misma generación se pasó de las tradiciones orales a los textos escritos

Pero hay una gran diferencia entre esos hechos en el


Antiguo Testamento y el hecho fundamental del Nuevo
Testamento: la persona del Señor Jesucristo.
3. La revelación de Dios en el Antiguo Testamento es preparatoria de la
revelación plena, absoluta y definitiva en la persona del Señor
Jesucristo

• Existen dos clases de revelación de Dios según la Teología católica: una


manifestación implícita, que según Rahner le llega a todo ser humano a través la
historia de la humanidad. Esta revelación ocurre en cada persona en la medida
en que con su conciencia capta el bien que debe hacer y el mal que debe
rechazar, de manera que si con su libertad hace el bien, puede aunque no lo
sepa, participar de la vida de Dios, divinizarse.

• La revelación formal y explícita de Dios sucede, en cambio,


en un período preciso de la historia, y allí termina.
Según la teología católica, esta revelación explícita de Dios se extiende durante cerca de dieciocho siglos que
dura la historia de Israel antes de Cristo, y es la que se recoge en los escritos del Antiguo Testamento. Pero
para el cristianismo esta revelación sólo es preparatoria de la revelación plena, total y definitiva en Cristo.

• Esto es lo que hace que la revelación de Dios en ese período de historia y consignada en los
textos del Antiguo Testamento, presente muchas limitaciones, insuficiencias, ambigüedades
y ciertas formas imperfetas de presentar a Dios y su plan sobre la humanidad, lo que la hace
insuficiente, no plena y no definitiva.

Resulta insuficiente, incompleta, difícilmente lograda por intermediarios, en una serie de situaciones
históricas que apenas permiten a Dios dar alguna noticia imperfecta de Sí mismo y de su proyecto sobre la
humanidad. Se considera, según el Concilio Vaticano II, una preparación de lo que sería la verdadera e
insuperable revelación que acontecería en la persona del Señor Jesucristo.

Sin embargo, en esa preparación Israel descubre rasgos maravillosos de Dios. Dice el texto del
Concilio: “En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó
por los Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y verdadero,
Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través
de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio”. (DV 3).
Toda catequesis y toda propuesta de nuestro cristianismo como es la comprensión
de la creación, de la humanidad y de su destino tendría que partir de la persona
del Señor Jesucristo como lo hace San Pablo en sus cartas, y no de los relatos de la
etapa preparatoria de la plenitud de la revelación como son los del Antiguo
Testamento. Más adelante en el documento (DV 13-16) el Concilio explicará la
manera como se debe asumir el Antiguo Testamento en el cristianismo.

El numeral 4 del documento sintetiza la afirmación fundamental del


cristianismo y que se encuentra en la Carta a los Hebreos: que Dios-
Padre habló al pueblo de Israel de muchas maneras por medio de los
Profetas pero que finalmente nos habló por su Hijo (Heb 1, 1).
4. Dios sólo revela lo que no es accesible al conocimiento natural
humano como son Él mismo y su plan de la divinización humana

Más aún: nada de lo que el ser humano puede conocer de Dios


por medio de su conocimiento “natural”, requiere revelación.
Aunque, como ya se dijo, el Catecismo de Juan Pablo II insiste
en que Dios “reveló” una Ley en el Antiguo Testamento, y
“revela” una Ley también en el Nuevo Testamento.

Lo cual parece ser que no coincide con lo que afirmó el Concilio Vaticano I y
reafirma el Vaticano II en sus textos. Porque la Ley y las leyes consignadas en el
Antiguo Testamento claramente son accesibles al ser humano por el simple
conocimiento “natural”. Y lo mismo las leyes que aparecen en el Nuevo
Testamento, incluso la ley del amor propuesta por el Señor Jesús.
Dice el Concilio Vaticano I: “Mediante la revelación divina quiso Dios
manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca
de la salvación de los hombres, ‘para comunicarles los bienes divinos,
que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana’”
(Dei Filius, Vaticano I).

Y reafirma esto el Concilio Vaticano II: “Confiesa el Santo Concilio ‘que Dios,
principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz
natural de la razón humana, partiendo de las criaturas’ (Dei Filius, Vaticano I);
pero enseña que hay que atribuir a Su revelación ‘el que todo lo divino que
por su naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer
todos fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condición
presente del género humano’”. (DV 6).
La fe cristiana, respuesta a la revelación explícita de Dios es
la acogida de y adhesión a la persona a Cristo

Si la revelación explícita de Dios para la comunidad cristiana es la persona de


Cristo, y si la fe es la acogida incondicional y amorosa de Él como respuesta a esa
maravillosa comunicación o manifestación de Dios que se revela en Jesucristo Hijo
de Dios humanado, autor de nuestra creación y de nuestra salvación, destino de
nuestra existencia, entonces la fe ya no puede entenderse como una aceptación de
verdades abstractas o doctrinales incomprensibles que debemos asumir porque
Dios las ha revelado. La fe en consecuencia debe suceder como una experiencia
vital, vivencial de cada uno de nosotros al asumir a la persona adorable de nuestro
Señor Jesucristo y como una adhesión incondicional a Él en un amor indisoluble.
“Cuando Dios revela hay que prestarle ‘la obediencia de la fe’, por la que
el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando ‘a Dios revelador
el homenaje del entendimiento y de la voluntad’, y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por Él”. (DV5). Aquí está utilizando
el texto una forma anterior al Concilio de entender la fe como aceptación
de verdades conceptuales reveladas por Dios. En la nueva comprensión
de la fe entendida como acogida de la persona del Señor Jesús, la frase
sigue teniendo vigencia por cuanto la persona del Señor Jesús es la
Verdad de Dios sobre Sí mismo, como lo dice explícitamente el Evangelio
en boca del mismo Señor Jesús: “Yo soy la Verdad”. Y por la fe prestamos
a Dios revelador el homenaje del entendimiento y la voluntad significa
precisamente aceptar y acoger al Señor Jesús con todo nuestro ser
humano.
Por supuesto, afirma el Concilio, que esa fe como respuesta personal y
existencial a la entrega que Dios nos hace de sí mismo en Jesucristo,
supone que la gracia de Dios y la acción del Espíritu Santo, el Amor
infinito de Dios, nos permiten producir, mantener y acrecentar nuestra
respuesta como entrega amorosa también de parte nuestra a Cristo y
por Cristo al Padre.
Dice el Concilio: “Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios,
que proviene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual
mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da ‘a
todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad’. Y para que la
inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”. (DV 5).
5. La Sagrada Escritura tiene que ser interpretada con la
utilización de la exégesis

Estamos acostumbrados a leer textos de la Biblia y a entenderlos como se nos ocurre.


Esto tiene por explicación entre otras causas, que desde el siglo XVI Lutero insistió en la
libre interpretación de la Biblia por parte de sus seguidores, en contra de lo que la Iglesia
proponía, que la Biblia requería interpretación por parte de la autoridad eclesiástica.
La Iglesia Católica mantuvo su posición incluso llegando a prohibir a sus fieles la lectura de
algunos textos del Antiguo Testamento, para evitar interpretaciones erróneas, y siempre
exigió que las traducciones de los textos bíblicos tuvieran notas explicativas.
A comienzos del siglo XX la autoridad eclesiástica se opuso al trabajo científico de
escrituristas protestantes con sede en la Universidad de Tubinga, que fueron
descifrando cómo se había escrito la Biblia, acudiendo a una comprensión de los textos
en su composición literaria, su ubicación en una época bastante precisa, su relación
con acontecimientos históricos de fuera de Israel, los géneros literarios presentes en
los diversos libros de la Biblia, etc. Este trabajo científico se denominó “exégesis” y se
convirtió en una ciencia para la lectura crítica y contextualizada de la Biblia.
• Pero a pesar de la oposición de la autoridad eclesiástica, los
escrituristas católicos fueron asumiendo lentamente la
exégesis en la primera mitad del siglo XX. El Concilio Vaticano
II terminó por no solamente aceptarla como método para los
fieles católicos sino que decidió exigir la exégesis como la
manera correcta de interpretar la Biblia, eso sí manteniendo
que la última palabra sobre las interpretaciones logradas por
la exégesis, la daría el Magisterio de la Iglesia.

• Esto es lo que los Obispos señalan en el numeral 12 de la Constitución


Dogmática Dei Verbum como obligatorio para los fieles católicos. Esto nos hace
ver que muchas veces la utilización de los textos bíblicos por parte de
catequistas, predicadores, directores de grupos piadosos, profesores de religión
y otros personajes (incluso en documentos oficiales de la jerarquía eclesiástica)
no es acorde con lo establecido por el Concilio. Y en ocasiones resultan graves
consecuencias de esto, como atribuir a revelación directa de Dios algunas leyes o
conceptos expresados por los autores bíblicos, correspondientes a sus épocas
pero no aplicables o normativos para toda la comunidad católica.
6. La Revelación de Dios consignada en el Antiguo Testamento
es preparatoria de la plena, total y definitiva Revelación
acaecida en Cristo
La historia de la Revelación de Dios para los fieles católicos comienza con la historia del pueblo
de Israel posiblemente dieciocho siglos antes de Cristo. Abraham experimenta el llamado de
Dios para constituir un pueblo nuevo, para lo cual debe salir de su tierra, Ur de Caldea, y
establecerse en la región que actualmente ocupan Israel y Palestina.
• Durante todas las vicisitudes de la aventura iniciada por Abraham hasta el momento de la
presencia histórica del Señor Jesucristo, la tradición del cristianismo asegura que en la historia
de ese pueblo Dios se fue revelando por medio de acontecimientos que fueron asumidos por
la fe del pueblo como manifestaciones de Dios. Especialmente los Profetas del Antiguo
Testamento durante varios siglos fueron interpretando los sucesos que acontecían a su pueblo
como formas de comunicación de Dios.
• En el pacto realizado con Abraham, Dios le manifiesta sus promesas y en el pacto con Moisés
las ratifica. De esta manera fue sucediendo un permanente y creciente conocimiento de Dios
y de sus designios sobre la humanidad, que el pueblo de Israel va acrecentando y purificando
con el tiempo.
Esto aconteció, dice el Concilio por parte de Dios, “buscando y
preparando solícitamente la salvación de todo el género humano” (DV
14), con lo cual ya indica que esta revelación divina acontecida en este
período de la historia humana en el pueblo de Israel, si bien es
manifestación de Dios, tan solo es preparatoria de lo que acontecería en
Cristo: la revelación de la salvación de toda la humanidad.

Recordemos que el cristianismo entiende como salvación el maravilloso plan de Dios revelado en y por Cristo:
que todos los seres humanos puedan ser divinizados gracias a la encarnación de Dios-Hijo, Jesucristo, a su
muerte en la cruz, a la glorificación de su humanidad por su resurrección, al envío del Amor infinito de Dios-
Padre y Dios-Hijo que es el Espíritu Santo. Con la incorporación a Cristo por la fe, la persona es transformada en
hija/o de Dios-Padre y se hace partícipe de la naturaleza divina ya en este mundo imperfectamente y después de
morir, en forma plena y total por toda la eternidad.

• Según los Obispos, todos los que buscan a Dios sinceramente, pueden lograrla realizando
buenas obras, haciendo el bien moral que se presenta a sus conciencias: “el Salvador quiere
que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa el
Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se
esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante
el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna”. (LG 16).
Por ser preparación de la realización de este excepcional
acontecimiento de la salvación en Cristo, preanunciada,
narrada y explicada por los autores sagrados, el Concilio
reconoce que los libros del Antiguo Testamento inspirados
por Dios mismo a sus autores, son verdadera palabra de
Dios y conservan un valor perenne (DV 14).

Lo que no dice es lo que agrega el Catecismo de Juan Pablo II: “N°121: El


Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede
prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor
permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada”. Si la
Antigua Alianza no hubiera sido revocada, los cristianos tendríamos que
atenernos a todo lo dispuesto en el Antiguo Testamento, comenzando por la
circuncisión y toda la Ley Mosaica. Es claro que los Apóstoles desde el comienzo
del cristianismo se apartaron del seguimiento de la Antigua Alianza.
Afirmar que la Alianza de Dios con el pueblo de Israel no ha sido revocada parece
inadmisible en cristianismo (por supuesto no en el Judaísmo). Porque Cristo vino a
establecer una nueva Alianza que selló con su sangre en la cruz. En cada Eucaristía durante
la consagración se repiten las palabras del mismo Cristo consignadas en los Evangelios:
“Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva Alianza, que será derramada por Ustedes
y por muchos para el perdón de los pecados”. Y como dice ya la carta de origen paulino a
los Hebreos, parte integral del Nuevo Testamento: “Ahora bien, él ha obtenido un ministerio
tanto mejor cuanto que es mediador de una alianza mejor, fundada en promesas mejores.
Pues si aquella primera hubiera sido irreprochable, no habría lugar para una segunda. Por
eso les dice en tono de reproche: Ya vienen días, dice el Señor, en que yo concluiré con la
casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza; (…) Al decir nueva, declaró antigua
la primera; y lo antiguo y viejo está a punto de desaparecer”. (Heb 8, 6-13).

El Concilio hace ver insistentemente que el plan de revelación y salvación por parte de
Dios, lo que en cristiano llamamos la “economía” divina, en el Antiguo Testamento “estaba
ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas
figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico”. (DV 15).
Por eso el Concilio recuerda que “Estos libros, aunque contengan
también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos,
demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina”. (DV 15).
El Concilio es muy sabio al informarnos a los fieles católicos que en
esos libros hay cosas imperfectas, lo que impide que estos libros se
asuman sin más en el cristianismo como si tuvieran el mismo valor y
normatividad que los textos del Nuevo Testamento.

• Los fieles católicos debemos asumir esos libros con devoción y aprovechar
los maravillosos elementos de la pedagogía divina al pueblo hebreo: “los
cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el
sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas
acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y
tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio
de nuestra salvación” (DV15).
Esta última frase del Concilio va a ser la base para establecer la manera
como los fieles católicos debemos asumir el Antiguo Testamento: allí el
misterio de nuestra salvación en Cristo está oculto, latente, escondido.
Sólo desde el Nuevo Testamento podemos asumir el Antiguo porque en
el Nuevo, al tener la explícita revelación plena y definitiva en la persona
del Señor Jesucristo, tenemos la clave de comprensión e interpretación
de esa salvación que allá está oculta, latente, escondida.

Pero como al Antiguo y el Nuevo Testamento forman un conjunto, una unidad en que se
conjugan las dos etapas de la revelación de la salvación en Cristo, la del Antiguo como
preparatoria, la del Nuevo como la realización histórica de dicha salvación, los fieles
católicos debemos asumir el Antiguo Testamento en la medida en que fueron recibidos
íntegramente por la comunidad cristiana en los primeros años del cristianismo, lo que
permitió que adquirieran su sentido y significación y ayudaran a ilustrar y explicar lo que
presentan los textos del Nuevo Testamento: “los libros del Antiguo Testamento recibidos
íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación
en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo”. (DV 16).
Sin embargo el Concilio va a ser supremamente claro y taxativo al declarar que el
misterio de la interioridad de Dios como Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo; la
instauración del Reino de Dios en la tierra; el misterio de la encarnación de Dios-
Hijo en la historia, el Señor Jesucristo; el misterio de la salvación de los seres
humanos por su vida, muerte y resurrección; el envío del Amor infinito del Padre y
el Hijo, el Espíritu Santo; “este misterio no fue descubierto a otras generaciones,
como es revelado ahora a sus santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo,
para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y
congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un
testimonio perenne y divino” (DV 17).

Todo esto indica la preeminencia del Nuevo Testamento sobre el Antiguo


y cómo la esencia de la comunicación reveladora de Dios y de su plan de
divinización de la humanidad, se encuentran en plenitud en la persona
del Señor Jesús y en la predicación de los Apóstoles consignada en los
escritos del Nuevo Testamento, ordenado a suscitar la fe en el Señor
Jesús y a congregar la Iglesia.
Después de conocer las indicaciones tan claras del
Concilio, no se entiende cómo en la Iglesia Católica
durante estos cincuenta años las cosas no
cambiaron ni en la Liturgia, ni en la Catequesis, ni
en la educación religiosa que se imparte en las
instituciones educativas.

Seguimos como en el período anterior al Concilio, leyendo la Sagrada Escritura sin tener en
cuenta la exégesis, repitiendo la historia y las narraciones del Antiguo Testamento como
esenciales para el cristianismo, presentando a Dios como aparece en la revelación
preparatoria de la revelación plena, definitiva y única acontecida en Cristo, exigiendo el
seguimiento de las leyes de la Antigua Alianza como si fueran las propias del Señor Jesús y de
la Iglesia, tratando de ilustrar los graves problemas humanos de la actualidad a partir de
elementos del Antiguo Testamento como si tuvieran validez por sí mismos y no a partir de su
apreciación desde lo propuesto en la revelación consignada en el Nuevo Testamento. Es como
si la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II no hubiera existido jamás.
Lo que dispuso el Concilio para la Iglesia respecto a la
Sagrada Escritura, se tiene que cumplir

“Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión
cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella”. (DV 21).
Es doloroso comprobar cómo la predicación eclesiástica muchas veces se dedica a tratar diversos
asuntos sin hacer siquiera referencia a la Sagrada Escritura. Y más preocupante es que cuando se
acude a los textos, se procede sin cumplir las disposiciones que los Obispos establecieron en la
Constitución Apostólica Dei Verbum sobre la exégesis, la prevalencia del Nuevo Testamento, lo
esencial de la revelación que es Dios mismo y su plan salvífico. Solicita el Concilio a los exegetas y
a los teólogos investigar la Sagrada Escritura con sus instrumentos especializados y que los
ministros de la palabra conozcan estos desarrollos de comprensión que presentan la exégesis y la
teología, para que su predicación sea acorde con lo establecido. (DV 23).
Relación entre Antiguo y Nuevo Testamento: Dei Verbum

Supuesta la aceptación de que en los dos Testamentos acontece la revelación


"oficial" de Dios, y supuesto que la historia es un continuo único

¿podemos hablar de una identidad de revelación en la historia en los dos


Testamentos?

O ¿existe alguna diferencia fundamental, esencial, entre la revelación ocurrida


en el Antiguo y la ocurrida en el Nuevo Testamento?

Dei Verbum 15: Importancia del A.T.,

Dei Verbum 16: Unidad de ambos Testamentos

Dei Verbum 17: Excelencia del Nuevo Testamento: A otras edades no fue
revelado este misterio
Continuidad y novedad absoluta
¿se puede afirmar una continuidad entre los dos Testamentos? En
dónde residiría esta continuidad, de acuerdo con la Dei Verbum?

¿Podríamos afirmar que la novedad del Nuevo Testamento es una


"novedad" absoluta?

¿Con qué criterios hermenéuticos se debe afrontar este problema


teológico según la Dei Verbum?
Conviene también leer detenidamente los apartes del Catecismo
de la Iglesia Católica (Nos. 121-130) en que se trata el tema.
Porque da la impresión de que no se atiene a los criterios del
Vaticano II y esto presenta un problema teológico adicional: el
teólogo ¿debe enfrentar esta temática con los criterios del
Concilio, o con los criterios del Catecismo, que se presentan en
conflicto?
El antiguo Testamento, breve instante preparatorio
de Cristo

"Todo el tiempo bíblico desde Abraham


hasta Cristo se repliega en un breve
momento de comienzo del suceso de
El milenio y medio de la auténtica
Cristo, y tenemos el derecho y la
historia veterotestamentaria de la
obligación -en tanto somos cristianos- de
alianza con Moisés y los profetas, en
considerar ese tiempo, partiendo del
medio de toda diferenciación y de todos
Antiguo y del Nuevo Testamento y
los cambios dramáticos, es el breve
mirando a la historia entera de la
instante de la última preparación de la
revelación, que es coextensiva con la
historia para Cristo". (P. 204).
historia de la humanidad, como un último
instante antes del suceso de Cristo y en
unidad conjunta con él". (p. 203).
“Si, por tanto, la interpretación de la historia
veterotestamentaria de la salvación sólo es
posible para nosotros desde Cristo, por la
simple razón de que sólo desde él nos afecta
dicha historia en su peculiaridad, en
consecuencia ésta sólo puede tener realmente
una significación religiosa para nosotros como
Dos momentos: inmediata y próxima prehistoria de Cristo
el principio y la plenitud mismo, sólo así puede ser nuestra propia
en Cristo historia de la revelación y nuestra tradición.

Y con ello en el fondo sólo hay para nosotros dos


puntos fijos y una cesura de tipo realmente decisivo
y constatable en nuestra propia historia categorial
de la revelación y salvación: el principio y la
plenitud de la historia de la salvación en Cristo".
(p. 205).
En Cristo se da el objetivo de la humanidad: la divinización

"Si consideramos como una transición relativamente breve todo el tiempo que
acostumbramos a ver como el anterior 'acontecer descriptible históricamente',
entonces se hará comprensible también el puesto de Cristo en esta historia
universal profana, y sobre todo en la historia de las religiones, coextensiva con la
historia universal profana, en correlación con la cesura que ha durado un par de
milenios. (...); y dentro de ese período la historia de la humanidad llega
simultáneamente al Dios-hombre, a la objetivación histórica absoluta de su
relación trascendental con Dios.

En esta objetivación, el Dios que se comunica a sí mismo y el hombre que acepta


la autocomunicación divina (en Jesucristo) se hacen irrevocablemente uno, y la
historia de la revelación y salvación de la humanidad entera llega a su fin, sin
menoscabo de la pregunta de la salvación individual. (...) pues en dicha historia,
dentro del mencionado período de cesura, está dado ya aquello hacia lo que se
mueve la humanidad: la divinización de la humanidad en el único Dios-hombre
Jesucristo". (pp. 206-207).
Relación entre revelación y salvación

Si Dios se ha revelado en revelación "oficial", ¿qué valor se puede aducir a quienes


establecen su religión con desconocimiento de esa revelación?

Y ¿qué valor obtiene la religión que surge de esa revelación "oficial"?

¿Cómo se salva el ser humano en la historia, supuesta la revelación


co-extensiva con toda la historia? Lumen Gentium 2 , 13 y 16

Y ¿cómo se salva el ser humano en relación con la revelación


"oficial? Lumen Gentium 2 y 14
Bases racionales y razonables de
nuestra revelación

El cristianismo se presenta como una religión surgida de una


revelación categorial, concreta, histórica de Dios, a la que
consideramos "oficial".

Es perfectamente racional y razonable suponer que Dios existe, que


se puede comunicar al ser humano en la historia, que su
comunicación pueda ocurrir a través de experiencias religiosas
individuales y colectivas.

Porque, de comunicarse, Dios debe hacerlo a través de


realidades fenoménicas intramundanas y por mediación
de la palabra.

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