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Pensar politicamente ——_____ Michael Walzer icos de nuestra jue han merecido un -mplo paradigmitivo Getica de la polities Pensar poltticamente nos oftey articulos especialmente repres como el liberalismos la democracias el nacionalismo y el multicultura- no; las intervenciones humanitarias y los derechos humanos; cl terrorismo y la guerra y la moralidad publica, Por otra parte, la amplia introdk Apurlaciones de Walzer enlaxtnlalas com las correntee principales nsamiento politico actual. Asimismo, el libro eontiene un oinédito sobre los derechos hummanos y una entrevista con en la que traza una panordmica de au evoluci |. asf como una bibliogruffa detallada de su obra. Pensar politicamente es una lectura imprescindible para los profesionales de la politica y de los medios de comunicacién; profesores y estudiantes de ciencias politicas y para todas las personas interesadas en los debates sobre los temas clave de nuestro tiempo. oan wil 500 bY ‘politicamente Michael Walzer Seleccién, edicién e introduecién de David Miller Or eee “sopird dod sopeariqud sojja sopor “Duan D7 2190s souoweoyfay & poxoUL A vounjod ‘ouany ‘svisntin 9 soysnt Spunony ‘D10Up19}01 Dy axqos oppyp4y OP 101Ne Se dOZTUAL JOR YOY 6006 “Pd ¥I ap [aqon onworg jp Uproridooe ap osinosip ns ua wiqo Piso uo ouidsur as vuieqg, yereg ‘op “Wolo 10g “etio) ja a1qos sonoysnosip SU] $8p0} Uo a[qusnoxour wiouarayax tos ‘spysnfug 2 spysnf spxsang omtoo “Stigo sns op seundie 4 exom nyosoyy 4 vonsjod e109) ua soauproduiojuos Seroine sajediourrd soy ap oun sq “omgndey aiaxy ay) ooipouad IP s0Up2 & 4004) poormog ‘simpy PUM pun Kydosony y seysinar Se] op [eHonpa ofesuos jap o1quietm s9\‘our “Susy -@io‘outzesounuassip:nam) sepioinbz1 op eonsjod wy ¢ im, 1 2p seiouarejar sepediound S?[ 9p Bun s9 onb & p61 ua epepuny PISSad “Juassigy op 2 OUlOD Ise “UolsouLIg 9p peprsiantuy vy uo sapBIo -08 SEIDUEID ep ojLaMD ODuPIpayeo. 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(Canine viejo de Getafe, = 28046 Puenlarace (Madi) Impreso en Espa ~ Prive in Spin SUMARIO Introduccisn. Davin Maer 1, Filosofia y democracia 2. Critica de la conversacién filoséfica 3. Objetividad y significado social 4, Elliberalismo y el arte dela separacién, 5, Justicia aqui y ahora. 6. La exclusién, la injusticia y el Estado democratico ........+ 7. La critica comunitarista del iberalismo.......++----s0 8, Elargumento pro sociedad evi; un camino hacia Ja reconstruccién social... 9, Deliberacién, ey qué mas?...... ogee 10, Cémo trazat la linea: religién y politica . 11. La politica de la diferencia: estatalidad y tolerancia en. un mundo multicultural ......... 12, Naci6n y universo... 15. Elestatus moral de los Eetadoe: una respuesta a cuatro criticos..... 29 33 B 3 13 BL 153 17 203, 219 243 263 29] PAR ep voonponuy 2 uoTIpa “uoIDDa[ag ajuawEd Tod qesuag JOZIEN\ PPEYSITP 8 Pensar politicamente 14, El argumento de la intervencién humanitaria 15. Mis alld de la intervencién humanitatia: los derechos bbumanos en la societad global 16. Terrorismo y guerra just... 17. La accién politica y el problema de las manos 18. Estados Unidos en el uiundo: guerras justas y sociedades justas. Una entrevista con Michael Walzer...... Notas Obras de Michael Walzer .. Fuentes. Indice analtico y de nombres... sucias 329, 349 367 385 407 a7 453 469 a7 INTRODUCCION Cuando me oftect a Michael Walzer para editar una recopilacién de sus ensayos de teoria politica, tenia dos aspiraciones en mente. La primera, més mundana, consista simplemente en reunit en un Gnico ugar una serie de escritos importantes en interés de aquellos lectores Pero debemos preguntamos todavia qué circunstancias deben darse para que consideremos genuina la autodeterminacién nacional de una comunidad politica y no una mera imposicién efectiva de los valores de una élite cultural sobre el resto de la sociedad. Este ¢s el problema que aborda Walzer en el ensayo reimpreso aqui en el capitu- Jo 13 («El estatus moral de los Estados») en respuesta a la critica que recibio la doctrina de la no intervencién que él mismo habia expuesto ensulibro Guerasjustas injustas, ala que se acusé de set demasiado estaista, por considerarse que tendia a proteger alos Estados frente a intervenciones externas incluso en casos en los que aquéllos no son democriticos. Walzer argumenta como respuesta que puede existir un ajuste natural entre gobierno y poblacién tal que el gobierno pueda cencamat y promover los valores nacionales sin ser formalmente res- ponsable ante la comunidad a la que gobierna; la historia y la cultura de algunas comunidades pueden hacer que éstas preferan los regime- nes autoritarios a otras formas politicas, En cualquier caso, prosigue Walzer, desde fuera no se est en situacién de juzgar si un régimen es legitimo o no a ojos de sus sibditos. Sila comunidad se encuentra di- ¥idida, el nico modo de que un pueblo determine cémo seri gober- nado en el futuro cs la lucha politica interna (una lucha que puede in- cluso adoptar la forma de una revolucién), Hay excepciones a esa regla: los regimenes que masacran o esclavi- zan a sus propios ciudadanos, En el apartado siguiente, comentaré los ptincipios que Walzer aplica a estos casos, Pero podemos apreciar ya thilo comin que une los diversos temas hasta aqui considerados: la dea de que los hombres las mujeres tienen derecho a trabajar juntos para crear su propio modo de vida social; que ese trabajoes fundamen- talmente politico, aunque puede producirse a miltiples niveles, no sélo el nacional; que cuando obran de ese modo, el resultado en cada «aso seri un conjunto diferenciado de valores culturales, nociones de justicia y practicas sociales, y que siempre esti mal que vengan agentes del exterior a dictar algin tipo de solucién uniforme, ya sean ésts fi- 6sofos heroics, shogados esarimidores de declaraciones de derechos, potencias imperialcs ansiosas de imponer la «civilizacién» alos birba. Introduccién 23 10s, 0 lberales bienintencionados que pretenden difundirla democra- cia por todo el mundo. LLAS INTERVENCIONES HUMANITARIAS ¥ LOS DERECHOS HUMANOS Porlas razones recién expuestas, Walzer se opone en general aque un Estado interfcra en los ssuntos internos de otro, por muy buenos «que sean los motivos esgrimidos para esa intervencién. Ahora bien, con el tiempo, nuestro autor se ha vuelto mas dispuesto a aceptar la necesidad de la intervenciones humanitarias, entendidas como inter- venciones por la fuerza dirigidas a impedir el genocidio, la limpieza a todo el colectivo con tral que van dirigidos los atentados; por consiguiente, su etror ético no reside simplemente en el uso de la violencia, por horrible que ésta pueda ser, sino en la actitud que los terroristas expiesaat Lucia el grupo destinatario de sus acciones, Esto significa que las campafias de violen- cia con motivacién politica emprendidas de forma més especifica con- tra las fucrzas armadas o contra los advetsarios politicos, y en las que se pretende limitar los dafios ocasionados a los ciudadanos de a pie, no entrarian dentro de la categoria de terrorismo, segin la concepcién «de Walzer (las campatias del IRA en Irlanda del Norte, segtin 6l mismo Sugiere, se aproximarian bastante a esa descripcién, si bien conlleva- ‘on también asesinatos aleatorios y otros atentados que las acercaron al terrorismo propiamente dicho). La consecuencia de esa afirmacién sun ensanchamiento dela brecha que separa el errotismo de la poli- tca: el terrorsta no es alguien que haya subido su apuesta polltica re- ccurriendo a la amenaza de a violencia, sino alguien que indica su nula disposicién al mis nimi trata politico con aquellos a quienes conside- 14 enemigos suyos. Aunque Walzer tiene toda la razéin al resaltar el Inodvecién 27 contraste existente entre la politica y el terrorismo, su forma de conce- biresteiltimo no esté exenta de ciertos peligros. Y es que para derro- tar al terrorismo, acaba siendo siempre necesario encararse politica- mente con los terrorsta:tratalos como interlocutores potenciales en ‘una negociacién politica y como personas capaces, en principio, de consentir en una solucin igualmente politica en la que tengan cabida (algunas de) sus reivindicaciones. Tal como seiiala Walzer, esto se con- sigue en ocasiones trazando una distincién semificticia entre las alas politica y militar del movimiento, y entablando conversaciones con la primera de ellas. Pera sil rerroristas estuvieran, por definicién, uni- formemente motivados segin la deseripcién de Walzer —o, lo que es Jo mismo, no dispuestas a reconoces a los miembros del colective que esblanco de sus ataques como «candidatos a ser sus iguales ni siquiera aconvivie con ellos»—, nada de esto seria posible. El capitulo 17, «La accién politica y el problema de las manos su- ciao», analiza la cuestién desde el otco lado, por asi decitlo: desde el punto de vista del politico que tiene que impulsar actos morales (sobre todo, actos de violencia) por el bien mayor de su comunidad politica. Algunas de las formas de respuesta al terrorismo, como la de los ases: natos selectivos, constituyen un buen ejemplo, Se tata, en definitiva, de un ensayo sobre la culpabilidad politica: cbasta simplemente con Jas buenas consecuencias para descargar al politico de esa culpa? ¢O delbemos dejar que luche en privado con su propia conciencia? Walzer opina que ninguna de esas dos respuestas (que él atribuye a Nicolas Maquiavelo y a Max Weber, respectivamente) resulta satisfactoria y se inclina personalmente por una tercera posicién (que él asocia a Albert Camus): el politico que tiene las manos sucias deberia ser castigado por sus malas obras, aunque se le honte al mismo tiempo por el bien aque ha conseguido con ella. Pero es evidente, como sefala el propio ‘Walzer, que no tenemos a nuestra disposicién ningiin mecanismo para hacer algo ‘Tras iniciarse considerando Ia separacién entre politica y filosoia, cllibro concluye, pues, reflexionando sobre casos en los que la politica parece entrar en conflicto con la moral, He aiadido una entrevista que permite que e lector aprecie cémo aplica Walzer sus ideas a los temas politicos de actualidad, incuides algunos casos en los que el problema de las manos sucias se hace muy real. Si bien, como ya he indicado, el fin que me a guiado a la hora de editar este libro ha sido el de presen- 28 Pensar politcamente tar a Michael Walzer como un tedrico politico dotado de una vision claray coherente de cémo deberia ser la comunidad politica, el contac- to cara a cara con los asuntos (mucho mas turbios) de la politica con- ‘temporinea ha sido un rasgo constante de su produccidn escrita. Seha convertido, asi, en un acritico conectado» ejemplar, no sélo de la vida politica estadounidense, sino de la politica y de las relaciones interna- cionales del mundo occidental en su conjunto. Davin Minter Capitulo 1 FILOSOFIA Y DEMOCRACIA (1) EI prestigio de la flosofia politica ex muy elevado hoy en dia, Atrae laatencién de economistas y abogados —los dos colectivos académicos iis estrechamente ligados a la configuracién de la politica piblica en gencral— como no la atrafa desde hacia tiempo, Y reclama también la dedicacién de los dirigentes politicos, os funcionatios piblicos y los jueces (sobre todo, los jueces) con una nuevay radical contundencia. La atraccién y el reclamo responden no tanto a ia cteatividad de ls fléso- fos, como a que estan elaborando una obra creativa de un determinado tipo, que vuelve a suscitar de nuevo —tras un prolongado paréntesis— |a posibilidad de descubrit verdades objetivas, «el verdadero significa- do», «las respuestas correctas», la piedra filosofabe, y otros logros por lestilo. Quiero aceptar de entrada esta posibilidad (sin decir mucho mis sobre ella) para preguntatme seguidamente lo que ésta significa para la politica democtitica. ¢Qué posicién ocupa el filésofo en una sociedad democritica? Esta es una vieja pregunta; en ella se concentran tensiones que vienen de muy antiguo: entre verdad y opinién, razén y voluntad, valor y preferencia, el uno y los muchos, Estos pares de opues- tos differen entre si, y ninguno de ellos es siquiera comparable al pat formado por «filosofia y democraciay. Pero juntos tienen sentido: apun- tan hacia un problema central, Los filésofos reclaman un cierto tipo de autoridad para sus conclusiones; el pueblo reclama un tipo distinto de autoridad para sus decisiones. ¢Qué relacién hay entre ambas? Empezaré con una cita de Wittgenstein que, en apariencia, resolve ria el problema de inmediato: «El flésofo —segiin Wittgenstein—no ‘es ciudadano de ninguna comunidad de ideas, Eso es lo que hace de él un fil6sofo». Estas palahras suponen mucho mas que una mera afir ‘macién de desapego cn el sentido habitual del término, pues los ciuda- ‘danos son sin duda capaces, en ocasiones, de hacer valoraciones desa- 30 Pensarpolitcamente pegadas incluso sobre sus propias ideologies, pricticas e instituciones. El desapego que Wittgenstein propugna aqui es més radical. El fléso- fo es y debe ser alguien ajeno, distanciado no de forma ocasional (en sus valoraciones), sino sistematica (en su pensamiento). Desconozco si 4 filésofo ha de ser ajeno en lo politica. Wittgenstein no excluye a ninguna comunidad, y el Estado (la polis, la replica e! reino 0 eual- quier otra forma del mismo) es sin duda una comunidad de ideas, Evidentemente las comunidades de las que es més importante que el fildsofo no sea ciudadano pueden ser més grandes o més pequefias que el Estado, Eso dependers del tema sobre el que filosofe. Pero si es un flosufo politico que no era lo que Wirrgenstein tenfa en mente—, 10 is probable es que el Estado sea la comunidad de la que haya de distanciarse, no fisicamente, sino intelectualmente y —desde una cier- tavisi6n de la moralidad— también moralmente Este desapego radical tiene dos formas y yo me ocuparé solamente de una de ellas. La primera es contemplativa y analitica: quienes prac- tican esa modalidad de desprendimiento na estan interesados en cam- biar la comunidad cuyas ideas estudian, «La filosofia deja todo como ‘esti»* La segunda forma es heroica. No pretendo negar las posibilida- des heroicas de la contemplacién y el anilisis. Uno siempre puede sentitse orgulloso de haberse zafado de la ataduras de la comunidad: conseguirlo no es tan sencillo y son muchos ls logros flosficos im portantes (y muchas —si no todas— las variedades de arrogancia f- loséfica) que tienen si arigen en el distanciamiento. Pero sf quiero ccentrarme en una determinada tradicién de accin heroica—que, segin parece, se muestra muy viva en nuestros dias—, en la que el filésofa se distancia de la comunidad de ideas con el propésito de tefundar- 1a, tanto intelectual como materialmente, pues las ideas generan con- secuencias y toda comunidad de ideas es asimismo una comunidad conereta, El fildsofo se retira y luego regresa, Es como los legisladores de las leyendas antiguas, cuya obra no dejaba lugar a la ciudadania comin.’ En la larga historia del pensamiento politico, ha habido una alter nativa al desapego de los filésofos, que ha sido la implicacién de los sofista, los criticos, los publicstasy los intelectual. Cierto es que los sofistas contra los que arremetia Plat6n eran hombres sin ciudad, maestros itinerantes, pero no eran en absoluto aienos a la comunidad deiideas griega. Su ensefianza tomaba como punto de partida (es decir, Filosofia y democracia 31 era radicalmente dependiente de) los recursos de una pertenencia co min. En este sentido, Sécrates fue un sofist, aunque result6 proba- blemente crucial para su propia forma de entender su misién como critico (y como «criticéns, incluso) que también fuera un ciudadano: los atenienses no Jo habrian considerado tan irvitante si no hubiera sido uno de sus compatriotas. Pero, entonces, los ciudadanos mataron a Sécrates, demostrando asi —segtin se dice en ocasiones— que la implicacién y la identiicacién con los conciudadanos no son posibles cuando alguien esté comprometido con la bisqueda della verdad. Los fl6sofos no pueden ser sofistas. Por razones tanto pricticas como inte- Jectualey, lu distancia que ponten entre s{mismos y sus conciudadanos debe ampliarse hasta provocar una ruptura de esa ciudadania compar- tida, ¥ posteriormente, y por motivos exclusivamente pricticos, debe volver a estrecharse de nuevo mediante el engaio y el secretismo, de manera que el filésofo emerja —como Descartes con su Discurso— ‘como un separatista de pensamiento y un conformista en la prictica. Esun conformista. Y Joes, al menos, hasta que se encuentra en si- tuacién de transformar la pedctica en una aproximacién mas fila las veerdades de su pensamiento. No puede ser un participante més en la turbulenta politica dela ciudad, pero si puede ergirse en un fundador, un legislador, un tey, un miembro del «consejo nocturno» o un juez (0, para ser mas realistas, puede ejercer como un asesor de esas figuras, susurrando al oide del poder). Influido por la naturaleza misma del proyecto filoséfico, la nego ono son muy de su gusto. Como la verdad que conace (o dice conocer) tiene un carc- ter singular, es probable que piense que la politica debe ser también asi:una concepcién coherente, una ejecucién inflexible. En la filosofia, como en la arquitectura(y, por lo tanto, en la politica, escribié Descar- tes, lo que ha sido ensamblado pieza a pieza por maestros diferentes no es tan perfecto como la obra de una sola mano. Asi pues, «aquellos viejos lugares que, habiendo sido inicialmente pueblos, han ido desa- rrollindose con el tiempo hasta convertirse en grandes ciudades sue- len estar [..] mal proporcionados en comparacién con los que urfin- sgeniero puede disefiara su voluntad siguiendo un patrén ordenado».* Elpropio Descartes niega tener interés alguno en la versin politica de dicho proyecto, quizas porque cree que el Gnico lugar en que él tiene alguna probabilidad de imperar sin rival es en su propia mente. Pero siempre es posible una colaboracion entre la autoridad filosofica y el” in yel acter mu 32. Penser polticamente poder politico, Alreflexionar sobre esta posibilidad, el iésofo —como ‘Thomus Hobbes— puede «recobrarcierta esperanza de que, en uno u ‘otro momento, esto que escribo caiga en manos de un soberano que ud mediante el ejercicio de la plena soberania [J convierta esta ver- dad especulativa en utilidad prictica»? Las palabras clave en estas ci tas de Descartes y Hobbes son edisefio a voluntad> y «plena sobera ni», Le fundacién filoséfica es una empresa autoritaria, 12) ‘Tal vez sea de ayuda una breve comparacién. Los poetas tienen también su propia tradicién de desprendimiento-implicacién, pero el retiro radical no es algo habitual entre ellos. Los siguientes versos de C. P. Cavafis no desentonarfan, seguramente, al lado de las frases ya citadas de Wittgenstein; unos versos, por cierto, escrtos para consolar aun joven pocta que, tras grandes esfuerzos, slo ha conseguido termi- nar un tinico poema. Ese es, segtin Cavafis, un primer peldaiio y un logro nada desdefable: Para pisar sobre esta grada ‘es menester que seas ciudadano por legitimo derecho dela ciudad de las ieas.* Wittgenstein escribe como si hubiera miltiples comunidades (que las hay), pero Cavafis parece sugerit que los poetas habitan una tinica ciudad universal. Yo sospecho, sin embargo, que el poeta griego queria escribir, en realidad, un lugar més particular: la ciudad de Ia cultura helénica. El poeta debe demostrar alli su condicién de ciudadano de dicho lugar; el fildsofo debe probar que no es ciudadano de ninguna parte. El poeta necesita conciudadanos: otros poetas y lectores de poe sia que compartan con él unos antecedentes histéricos ysentimentales, gue no le exijan que explique todo lo que escribe. Sin personas como Gas, sus alusiones se perderdn y sus imagenes resonarin solamente en su propia mente. Pero el filésofo teme la comunién ciudadana, pues Jog lazos de la historia y del sentimiento corrompen eu pensamiento. Necesita observar el mundo desde la distancia, con una mirada nueva, como si fuera un perfécto extraiio. Su desapego es especulativo, volun- Filosofia y democracia 33 iempre incompleto. Sin duda, un socidlogo o un historiador intligente sabra detectar en la obra de aquél las sefales de su época y su lugar, con la misma facilidad que las localizaria en cualquier poe- rma, Aun asi, la ambici6n del flésofo (en la tradicién que aqut descr bo) es extrema, El poeta, sin embargo, es mis modesto, Como escribig Auden: Laspiracion del poeta: ser como los quesos de ciertos valle, Tocades, pes uprccialos en todas partes? El poeta puede ser un visionario o un profeta; quizis se busque el cexilio, entre otros problemas, pero lo que no puede hacer —sin arries- garse a perder eljuicio— es amputarse a si mismo de a comunidad de ideas, ¥, tal vez por exe motivo, tampoco puede aspirar, siquicra remo- tamente, a gozar de soberania sobre la comunidad. Siespera convertir- se en un elegislador para la humanidad>, tendr que ser conmoviendo asus conciudadanos més que goberndndolos. Pero incluso esa influen- cia emocional es indirecta. «La poesfa hace que no suceda nada.» Pero eso no es ni mucho menos lo mismo que afirmar que deja todo como esti, La poesia transmite a las mentes de sus lectores cierto pre- sentimiento de la verdad del poeta. Por supuesto, nada que sea tan coherente como un postulade filosdfico, nada tan explicito como un rmandato legal: un poema jamds alcanza mas que a una verdad parcial y no sistematica, que nos sorprende por su exceso, que nos incita con su elipsis, que nunca expone un argumento, «Acin no he sido capaz de entender —escribié Keats— c6mo puede llegar a saberse algo como cierto aplicando un razonamiento consecutivo.»” El saber del pocta es den tipo distinto y conduce a verdades que tal vez puedan ser comu- nicadas, pero jamais implementadas de forma directa. (31 Pero las que si pueden implementarse son las verdades que los fl6- sofos politicos descubren o elaboran, y que se prestan ficilmente a to- mar cuerpo legal. Son éstas las leyes naturales? Pues promiilguenlas. 2Es éste un sistema de distribucién justo? Pues institéyanlo, {Estamos

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