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REPENSAR LA GRAN GUERRA (1914-1918).

HISTORIA, TESTIMONIOS Y CIENCIAS SOCIALES


Author(s): Frédéric Rousseau and Eduard J. Verger
Source: Historia Social, No. 78, EL MUNDO SOCIAL EN GUERRA: 1914 (2014), pp. 135-153
Published by: Fundacion Instituto de Historia Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/24330741
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Perspectivas
historiográficas

REPENSAR LA GRAN GUERRA (1914-1918).


HISTORIA, TESTIMONIOS Y
CIENCIAS SOCIALES

Frédéric Rousseau

En un ensayo dedicado a la historiografía de la Primera Guerra Mundial, Antoine Prost y


Jay Winter identificaron tres configuraciones historiográficas sucesivas que podemos re
cordar a grandes rasgos como sigue: desde el fin de la guerra misma hasta los años 60 do
minó una historia política, militar y diplomática que apenas dejaba espacio a las conside
raciones de orden social y económico.1 Combates y combatientes eran entonces los
grandes ausentes de esta primera configuración. La siguiente cristalizó nada más terminar
la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia, principalmente, del paradigma marxista: la
historia de la guerra se convirtió entonces en la de las sociedades y las economías. A partir
de ahí, se produjo un nuevo deslizamiento a finales de los años 80 que desembocó en la
configuración actual, dominada por la historiografía social y cultural en torno a la gran
cuestión que se plantea la mayoría de los historiadores de la nueva generación: ¿cómo so
brellevaron las sociedades beligerantes esa guerra, sus destrucciones, sus horrores, sus
dramas humanos?2 Esta cuestión se plantea más agudamente aún respecto a los combatien
tes, al preguntarnos cómo, por qué y para qué persistieron durante tanto tiempo.
En ese contexto, y desde hace más de dos decenios, una corriente historiográfica -la
que, en lo esencial, gravita en torno al Centro Internacional de Investigación del Historial
de Péronne (Somme)- propone una interpretación de la Primera Guerra Mundial que ha
conocido un éxito rotundo, tanto en la Universidad como en los manuales escolares y en
los medios de comunicación, tanto en Francia como en el extranjero. Esta interpretación es

1 La figura de Pierre Renouvin marca para Francia esa primera configuración.


2 Antoine Prost y Jay Winter, Penser la Grande Guerre. Un essai d'historiographie, Le Seuil, Points his
toire, París, 2004.

Historia Social, n.° 78, 2014, pp. 135-153. 135

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todavía objeto de una viva discusión desde hace quince años; también este artículo se pro
pone contribuir al debate en curso abriendo un cierto número de pistas alternativas. Antes
de ello, quizá no sea inútil recordar brevemente las grandes líneas de la interpretación del
Centro de Péronne.

Un tipo de aproximación culturalista

En primer lugar, lo que caracteriza la tesis dominante es que aborda el primer conflic
to mundial asumiendo un tipo de historia cultural definida como una historia de las repre
sentaciones de la guerra y de las sociedades en guerra, representaciones que son vehicula
das por las producciones culturales, las ideas, los discursos, las imágenes, etc.; esta tesis,
que podemos pues calificar de "culturalista", se resume, por otra parte, en una expresión
que ha conocido, y conoce aún, una enorme difusión incluso más allá del campo 14-18: la
"cultura de guerra". Para los historiadores que defienden ese punto de vista, la "cultura de
guerra" explicaría la formidable tenacidad de los combatientes del 14-18, y más allá, del
conjunto de las sociedades beligerantes, la duración del conflicto pero también la violencia
extrema de la guerra.3 Precisemos en seguida que no se trata de rechazar en bloque la his
toria cultural en general; todos conocemos grandes e innovadores representantes de esa
corriente.4 Respecto a la Gran Guerra, la aproximación cultural, a impulso, entre otros, del
Centro de Péronne, ha contribuido en gran manera, por otra parte, a renovar nuestros co
nocimientos e innegablemente ha llevado a los historiadores a interesarse por nuevos obje
tos de investigación totalmente desasistidos hasta entonces por una historiografía muy fo
calizada únicamente en las cuestiones diplomáticas y estratégicas. Así, un cierto número
de estudios han abordado recientemente el combate y los combatientes a nivel humano,5 la
fe y las mentalidades,6 el duelo y los monumentos a los muertos,7 la violencia y las atroci
dades,8 la experiencia de los civiles en zona ocupada,9 etc.
En segundo lugar, la "cultura de guerra" reposaría sobre tres pilares principales: el
"consentimiento patriótico", el "odio al enemigo" y el "espíritu de cruzada". Añadamos
que estos historiadores insisten particularmente en el hecho de que, durante esa guerra, la

3 Sólo cito aquí los títulos más significativos para mi propósito, escogidos entre una prolífica producción:
Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, "Violence et consentement. La 'culture de guerre' du Premier
conflit mondial", en J. P. Rioux y J. F. Sirinelli (dirs.), Pour une histoire culturelle, Le Seuil, París, 1997, pp.
251-271. Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, 14-18, retrouver la guerre, Gallimard, París, 2000. Sté
phane Audoin-Rouzeau y Jean-Jacques Becker (dirs.), Encyclopédie de la Grande Guerre, Bayard, París, 2004.
4 Citemos entre muchos otros y por lo que atañe a Francia solamente, los trabajos de Jacques Revel, o
también los de Roger Chartier; y notemos de paso que este último se acoge a una "historia sociocultural" y no a
una "historia cultural", lo cual cambia muchas cosas: Roger Chartier, Au bord de la falaise. L'histoire entre
certitudes et inquiétude, Albin Michel, París, 2009, p. 25.
5 Stéphane Audoin-Rouzeau, Combatiré, CRDP, Amiens, 1995; La Guerre au XXe siécle. L'expérience
combatíante, Documentation Frangaise, París, 2004; Combatiré, Le Seuil, París, 2008.
6 Annette Becker, La Guerre et la Foi, Armand Colin, París, 1994.
7 Jay Winter, Sites of Memory, Sites of Mourning. The Great War in European Cultural History, Cam
bridge University Press, Cambridge, 1995. Annette Becker, Les Monuments aux morts. Mémoire de la Grande
Guerre, Errance, Paris, 1998.
8 Stéphane Audoin-Rouzeau, L'Enfant de I'ennemi, Aubier, Paris, 1995; John Home y Alan Kramer,
1914, Les Atrocités allemandes, traducido del inglés por Hervé-Marie Benoít, Tallandier, París, 2005 (2001).
Stéphane Audoin-Rouzeau, Annette Becker, Christian Ingrao y Henry Rousso (dirs.). La Violence de guerre
1914-1945, Editions Complexe-IHTP/CNRS, Bruxelles, 2002.
9 Annette Becker, Oubliés de la Grande Guerre, Humanitaire et culture de guerre, Noésis, París, 1998;
Les Cicatrices rouges, 14-18 France et Belgique occupies, Fayard, París, 2010; Philippe Nivet, La France oc
136 cupée, Armand Colin, París, 2011.

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violencia en el campo de batalla -y sobre todo la violencia interpersonal- habría sobrepa
sado un umbral totalmente decisivo y marcaría una ruptura con los procedimientos ante
riores de limitación de la violencia; para calificar este fenómeno se introdujo el término
"brutalización", que hay que entender en el sentido anglosajón del término, que significa
que la guerra hizo a las sociedades más brutales, más salvajes. Este uso de un concepto
inicialmente forjado por el historiador germanoestadounidense George Mosse -para apre
hender la situación política alemana de la naciente República de Weimar- abona la idea de
que la Gran Guerra sería la matriz del siglo xx en el sentido, particularmente afirmado, de
que sería la "matriz" de los totalitarismos (bolchevismo/estalinismo, fascismo y nazismo)
y de Auschwitz, mientras que Verdun10 anunciaría y prefiguraría, en cierto modo, las prác
ticas de la muerte en masa y por genocidio de la Segunda Guerra Mundial.11 Esa idea se
gún la cual la Gran Guerra sería un acontecimiento matricial se repite hoy abundantemen
te, en los medios de comunicación, en los manuales escolares o incluso en los museos
como el Memorial de Caen, por ejemplo.12
Volvamos ahora a los tres pilares de la tesis culturalista: el "consentimiento patrióti
co", el "odio al enemigo" y el "espíritu de cruzada".13 La primera noción designa el patrio
tismo o el sentimiento nacional como el factor esencial, decisivo en todo caso, para expli
car a la vez el comienzo y el éxito de las movilizaciones, como también la prolongada
tenacidad de los combatientes hasta el fin de la guerra. El empleo del término "consenti
miento" no es anodino; quiere indicar que los combatientes no actuaron por coacción sino
que aceptaron deliberadamente y a plena conciencia hacer la guerra hasta el final, por sen
tido del deber patriótico. Este consentimiento caracterizaría particularmente a los comba
tientes y las sociedades de las naciones democráticas. El éxito de las movilizaciones, la
duración de la guerra, la larga resistencia de los soldados, así como la ausencia de revuelta
seria contra la guerra, constituirían otras tantas pruebas del "consentimiento" de la guerra
por parte de los combatientes y de las sociedades. A fin de ilustrar estas palabras, será su
ficiente recordar este argumento que se tiene por decisivo; en él se alude a los amotina
mientos de 1917:

En el fondo, la gran cuestión no es tanto saber por qué en el ejército francés hubo tres o cuatro dece
nas de miles de motines en 1917, sino por qué no hubo muchos más, mucho antes y en formas mu
cho más graves de insumisión: también ahí, el sentimiento nacional jugó un papel decisivo en una
suerte de autocontención del movimiento de revuelta.14

10 Gran batalla que enfrentó a franceses y alemanes de febrero a otoño de 1916 y que dio por resultado
más de medio millón de muertos. Paul Jankowski, Verdun, 21 février 1916, Gallimard, NRF, Colección Les
Journées qui ont fait la France, París, 2013.
11 Este es el sentido del título de la obra de George Mosse en su traducción francesa: George L. Mosse, De
la Grande Guerre au totalitarisme. La brutalisation des sociétés européennes, traducido del inglés por Edith
Magyar, con un prefacio de Stéphane Audoin-Rouzeau, Hachette-Littératures, París, 1999 (título original: Fal
len Soldiers. Reshaping the Memory of the World Wars, Oxford University Press, Oxford, 1990).
12 Sobre esta obsesión por los "orígenes", remito a Marc Bloch, Apologie pour l'Histoire ou Métier d'his
torien, edición crítica preparada por Etienne Bloch, prefacio de Jacques Le Goff, Armand Colin, París, 1993
(1949), p. 86. O también a Roger Chartier, Au bord de la falaise, p. 25. Véase también mi artículo, Frédéric
Rousseau, "'1914-1918, matrice du XXe siécle?'. Une nouvelle figure historique ou un prét á ne plus penser?",
en Frédéric Rousseau y Jean-Frangois Thomas (dirs.), La Fabrique de l'événement, Michel Houdiard éditeur,
París, 2008. pp. 295-310.
13 Esta interpretación fue presentada en un artículo programático por Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette
Becker, "Violence et consentement: la 'culture de guerre' du premier conflit mondial", en Jean-Pierre Rioux y
Jean-Frangois Sirinelli (dirs.), Pour une histoire culturelle, Le Seuil, París, 1997, pp. 251-274 y desarrollado
por los mismos autores en su obra 14-18, retrouver la guerre.
14 Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker, La Grande Guerre, 1914-1918, Gallimard Découvertes,
París, 1998, p. 94. 137

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Reconozcamos que la pregunta es excelente aun cuando la respuesta apenas logre
convencer...15 Prosigamos.
El "odio al enemigo" sería igualmente constitutivo de la "cultura de guerra"; en el
origen de este odio encontraríamos sin duda los efectos de la propaganda,16 de la educa
ción escolar, de la nacionalización de las masas, pero más aún la conmoción generada por
las atrocidades cometidas por las tropas alemanas, apenas comenzada la guerra en agosto
septiembre de 1914, al invadir Bélgica y el Norte de Francia, las cometidas en los otros
frentes por los ejércitos ruso, alemán, austrohúngaro y búlgaro...;17 la revelación y el cono
cimiento de las atrocidades (en Bélgica y en Francia, incendios, toma de rehenes, alrede
dor de 6.000 civiles asesinados, violaciones y otras brutalidades) habría cristalizado un
sentimiento de odio al enemigo entre los franceses principalmente, pero también entre to
dos los aliados (británicos, estadounidenses); ese sentimiento de odio cristalizado durante
las primeras semanas de la guerra habría resistido igualmente cincuenta meses de guerra...,

15 La cuestión de los amotinamientos y de la obediencia de los soldados ha sido recientemente renovada


en profundidad: André Loez y Nicolas Mariot (dirs.), Obéir-Désobéir. Les mutineríes de 1917 en perspective,
La Découverte, París, 2008; André Loez, 14-18. Les refus de la guerre. Une histoire des mutins, Gallimard, Fo
lio histoire, París, 2010.
16 Si seguimos a Audoin-Rouzeau y A. Becker, la propaganda misma sería "un gran impulso venido de
abajo", Cf. S. Audoin-Rouzeau y A. Becker, 14-18, retrouver la guerre, p. 131.
17 Bruna Bianchi, Crimini di guerra e contro l'umanitá. Le violenze ai civili sul fronte orientale (1914
138 1919), Edizioni Unicopli, Milán, 2012.

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mantenido la tenacidad de los combatientes y alimentado su «consentimiento». El relato
de las atrocidades habría transformado el conflicto en cruzada moral y civilizadora. En
contramos ahí el tercer pilar de la tesis.
"El espíritu de cruzada". Esta expresión quiere ilustrar el hecho de que las sociedades
beligerantes habrían compartido, cualesquiera que ellas fuesen, y cualesquiera que fuesen
sus componentes sociales, nacionales, culturales, en pocas palabras casi unánimemente, la
idea de luchar por el Derecho y la Civilización contra la barbarie (siempre la del enemi
go). Como demuestra la aproximación a las representaciones, este espíritu, en efecto, es
particularmente exaltado por la propaganda y la prensa bajo el estricto control del Estado
en guerra; está igualmente presente en los testimonios provenientes del grupo de las élites
sociales. Queda por examinar, sin embargo, si los combatientes de base se adherían a él, y
hasta qué punto... y hasta cuándo... En este esquema explicativo cerrado sobre sí mismo y
omnisciente, los tres pilares constitutivos de la "cultura de guerra" operan de manera cir
cular: el "consentimiento patriótico" es, en efecto, alimentado por el "odio al enemigo" y
el "espíritu de cruzada"; este último es reforzado, a su vez, por el odio al enemigo y el
sentimiento de pertenecer a una civilización moralmente superior. Etc.
Llegado a este punto, deseo plantear dos problemas importantes: por una parte, esta
explicación hace deducciones a partir de la observación del comportamiento aparente (pú
blico) de los actores sociales y de los resultados -fracaso o éxito- de las motivaciones, de
los sentimientos y de las opiniones.18 Así, el "consentimiento" patriótico de los franceses
se deduce del éxito de las movilizaciones, de la duración del conflicto y de la ausencia o
"el fracaso de los amotinamientos",19 o sea de la victoria aliada de 1918...; el "odio al ene
migo" se deduce, a su vez, de la existencia, bien real a la postre, de atrocidades perpetra
das en el (o al margen del) campo de batalla. Otro problema, a mi parecer, es que esta in
terpretación supone la homogeneidad de las sociedades consideradas. Así, la guerra habría
borrado toda distinción de clase, de estatus, de posición, de fortuna... Permítansenos en
tonces estas preguntas: ¿la guerra de unos es la misma que la de los otros, de todos los
otros? ¿Basta ser patriota para ir a la guerra y permanecer en ella? ¿Hay que odiar para
matar en la guerra?20 Finalmente, ¿"obedecer" es "consentir"? Proponer respuestas a estas
preguntas requiere volver por un instante sobre los usos por los historiadores de los testi
monios de los actores, pues éstos figuran entre las principales fuentes utilizadas en esta es
critura de la historia de la Gran Guerra.

Usos Y ABUSOS DE LOS TESTIMONIOS

La primera exigencia se sitúa, a mi parecer, en el análisis del corpus de testimonios


disponibles. Si nos limitamos al caso de los testimonios de combatientes escritos en len
gua francesa, el corpus conocido se compone hoy de alrededor de 750-800 relatos. Esa
primera cantidad debe compararse con la cantidad de hombres movilizados durante la gue
rra, o sea, más de ocho millones. A finales de los años 20, el corpus reunido y analizado
por Jean Norton Cru no constaba más que de 300 títulos; es decir, que el corpus se ha enri

18 Léase la discusión de esta aproximación en el politólogo y sociólogo Nicolas Mariot, Bains de foule.
Les voyages présidentiels en province, 1888-2002, París, Belín, 2006; id. Tous unis dans la tranchée? Les inte
llectuels dans la Grande Guerre, Le Seuil, París, 2013.
19 A contrapelo de esta aproximación teleológica, la historia de los amotinamientos y de los motines de
1917 ha sido profundamente renovada, André Loez, 14-18. Les Refus de la guerre.
20 Nicolas Mariot, "Faut-il étre motivé pour tuer? Sur quelques explications des violences de guerre", Ge
néses, 53 (2003), pp. 154-177. 139

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quecido considerablemente desde la publicación de Témoins.21 Esta notable extensión hay
que atribuirla a la pasión del público francés por los relatos vividos y los testimonios de
personas ordinarias que apareció a finales de los años setenta.22 Podemos decir que nunca
se ha desmentido después. Sin embargo, conviene tener en cuenta que si el corpus de Cru
contaba un 99% de bachilleres cuando apenas el 2% de los franceses de principios del si
glo xx alcanzaban ese primer grado de la universidad, el corpus actual continúa adolecien
do de un sesgo importante en forma de una sobrerrepresentación persistente de las clases
medias altas, es decir, de los representantes de las capas de la sociedad mejor dotadas so
cial y culturalmente.23 Esto tiene que ver, evidentemente, con las relaciones privilegiadas
que ciertas categorías de población, letrados, burgueses, intelectuales, mantienen con la
escritura y con el libro. Y si se añade a ello que escribir, pensar en publicar y ponerse de
acuerdo con un editor no es algo que se dé por supuesto en cualquiera, resulta que el he
cho de testimoniar es un acto cultural particularmente situado y determinado socialmente.
Desde el momento en que son conscientes de la existencia de ese sesgo sociológico y cul
tural, los historiadores pueden hoy perfectamente componer unos corpus equilibrados y
heterogéneos que tengan en cuenta a las clases populares.24 Ahora bien, no es ese precisa
mente el caso del corpus utilizado por los historiadores que apelan a la "cultura de gue
rra".
El examen de su corpus de testimonios delata, en efecto, una marcada predilección
por los testigos pertenecientes a las élites sociales y culturales alejadas del frente. No pon
go aquí más que dos ejemplos entre los más significativos. Así, en 14-18, retrouver la
guerre, que figura hoy como la gran obra programática, Stéphane Audoin-Rouzeau y An
nette Becker utilizaron un corpus caracterizado por su acentuadísima homogeneidad so
cial; aproximadamente el 96% y en orden decreciente, el corpus de testigos convocados se
compone de hombres de letras-escritores (47,9%), médicos (14,5%), profesores-sabios
(14,5%), artistas (8%), miembros del clero (4%) y militares (4%); y si se consideran las
ocurrencias de los testigos más citados, esta homogeneidad aparece más claramente aún y
subraya la sobrerrepresentación aplastante de las clases altas, letradas y artísticas. En el
mismo orden de ideas, y teniendo en cuenta la importancia que tenía el testimonio para la
escritura de la historia trágica del siglo xx en general25 y de la Gran Guerra en particular,
es también sorprendente comprobar que la Encyclopédie de la Grande Guerre publicada
en 2004 por el equipo de Péronne no contiene ninguna entrada como "Testigos" o "testi
monios"; hay, sin embargo, un artículo que trata de "la literatura de guerra", pero está cen
trado en los escritores profesionales, tanto si habían sido combatientes como si no.26 En lo
esencial, en el artículo en cuestión, donde, se nos dice, se trata de encontrar lo que "atesti
gua la existencia de una cultura de guerra", finalmente sólo se recogen algunos nombres

21 Jean Norton Cru, Témoins, prefacio y postfacio de Frédéric Rousseau, Presses Universitaires de Nancy,
Nancy, 2006 (1929), Esta edición va acompañada de un análisis crítico de la obra y de un dossier de prensa que
muestra la recepción de la primera edición. Respecto a la controversia suscitada por este libro desde que salió
hasta nuestros días, véase F. Rousseau, Le Procés des témoins de la Grande Guerre. L'affaire Norton Cru, Le
Seuil, París, 2003.
22 Véase la publicación emblemática de los Carnets de guerre de Louis Barthas, tonnelier, 1914-1918,
Franijois Maspero, colección Les Mémoires du Peuple, París, 1978.
23 Rémy Cazals (dir.), 500 témoins de la Grande Guerre, Éditions Midi-Pyrénées-Edhisto, s.L, 2013, pp.
451-453.
24 Eso es lo que hacen muy bien, por ejemplo, Rémy Cazals y André Loez, Dans les tranchées de 1914
1918, Éditions Cairn, Pau, 2008.
25 Annette Wieviorka, L'Ére du témoin, Plon, París, 1998.
26 Christophe Prochasson, "La littérature de guerre", in S. Audoin-Rouzeau y J.-J. Becker (dir.), Encyclo
140 pédie de la Grande Guerre, Bayard, París, 2004.

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de entre las más grandes figuras consagradas de la literatura europea. Entendámonos bien
en este punto: lo que me parece lamentable no es que se dedicara un artículo a "la literatu
ra" literaria de la guerra; lo es, en cambio, que los que concibieron esa enciclopedia no
pensaran en dedicar unas páginas a los numerosos informadores de la guerra no profesio
nales de la pluma y a ese género totalmente inédito por su amplitud: el testimonio de gue
rra.27 ¿Hemos de decir que ni la "literatura testimonial" ni los testigos circunstanciales que
fueron los combatientes iletrados participaron finalmente de esa "cultura" que los historia
dores culturalistas pretenden sin embargo describir? De hecho, todos los testigos cuya pro
fesión no fuera la de "escritores", "novelistas" o "poetas" desaparecen así de los radares
enciclopédicos de la cultura de guerra versión Péronne, que reactualiza la fórmula que se
hizo famosa desde que el crítico literario de Le Temps la aplicó a Jean Norton Cru y a Té
moins:2S "El testimonio de cien mil Fulanos no vale lo que una medio-ficción concebida
por un gran hombre".29
Henos aquí ante un problema que nos permite formular así esta pregunta: ¿la palabra
de los "grandes hombres" es la única legítima, digna de ser formulada y publicada, digna,
en fin, de interés para el historiador? Esta predilección de los historiadores de la «cultura
de guerra» por los testimonios de los hombres «importantes» tiene un primer efecto mecá
nico e historiográfico: son, en efecto, las representaciones de las élites sociales, las de las
clases medias altas, intelectuales, artísticas, militares y clericales, las únicas tenidas en
cuenta; una tal distorsión de la realidad social se hace posible por la invocación de esa
"cultura de guerra" pretendidamente común a todos y que pone entre paréntesis las dife
rencias sociales; y son precisamente esas representaciones de las élites alejadas del frente
las que sustentan la interpretación mediante el "consentimiento patriótico", el "odio al
enemigo" y el "espíritu de cruzada"... Ahora bien, si no leemos sus testimonios, ¿cómo sa
bremos si los campesinos, que sin embargo constituyen lo esencial de la población de las
trincheras, compartían la "cultura" de los intelectuales, de los oficiales, de los artistas?30
De hecho, y por no poner más que un solo ejemplo, parece por lo menos abusivo generali
zar las percepciones y las opiniones expresadas por aquel joven burgués, Robert Hertz, an
tiguo alumno de la Escuela Normal Superior, etnólogo, judío y socialista, deseoso de pro
bar su patriotismo y de comprobar su valentía. Pretender que su "cultura del
consentimiento [...] caracterizó la implicación de los soldados en la guerra"31 es totalmente
exagerado y, por lo demás, contrario a la propia observación de la gente común de la trin
chera por el etnólogo...32
Una tal homogeneización del mundo social es problemática por cuanto no se corres
ponde en absoluto con la realidad tal como se ve sobre todo en la literatura de testimonio,
donde se descubre un mundo social y cultural muy dividido, atravesado por corrientes

27 Sobre esta invención de un nuevo género literario, véase la tesis de Charlotte Lacoste, Le Témoignage
comme genre littéraire en France de 1914 á nos jours, Tesis de Ciencia del Lenguaje y Literatura Comparada,
dir. Tiphaine Samoyault y Francois Rastier, Université París Ouest Nanterre, 2 tomos, 2 de diciembre de 2011.
28 La enciclopedia alemana que salió poco más o menos al mismo tiempo contiene, por su parte, la misma
laguna. Bemd Hüppauf, "Kriegsliteratur", en Gerhard Hirschfeld, Gerd Krumeich e Irina Renz (H. v.), Enzy
klopadie Erster Weltkrieg, Ferdinand Schóningh, Paderborn, 2003, pp. 178-191.
29 André Therive, Le Temps, 27 de diciembre de 1929, p. 3.
30 El historiador Antoine Prost, por otra parte, reaccionó vivamente ante estas afirmaciones y concluyó
que la "cultura de guerra" así descrita era principalmente una cultura de las élites y de la retaguardia, Antoine
Prost, "La guerre n'est pas perdue", en Le Mouvement Social, 199 (abril-junio 2002), pp. 95-102.
31 Un ethnologue dans les tranchées. Lettres de Robert Hertz á sa femme Alice, presentadas por Alexander
Riley y Philippe Besnard, con prefacios de Jean-Jacques Becker y Christophe Prochasson, CNRS éditions,
París, 2002, cuarta de cubiertas.
32 Nicolas Mariot, Tous unis dans la tranchée? 1914-1918 Les intellectuels rencontrent le peuple, Le
Seuil, París, 2013. 141

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igualmente complejas. A partir de ahí, se trata de aprehender una sociedad en su conjunto,
y con el fin de paliar en la medida de lo posible el inconveniente que se acaba de señalar,
es necesario constituir unos corpus representativos de las diferentes capas de la sociedad,
es decir, unos corpus heterogéneos; en efecto, sólo con esa condición puede haber una po
sibilidad de restituir la complejidad y la variedad que de hecho atraviesan las diferentes
sociedades beligerantes. Añadamos que una atención tal es ciertamente necesaria pero no
suficiente. Es también indispensable situar socialmente todo testimonio utilizado y contex
tualizar cada extracto aportado en forma de cita. Estas consideraciones traen consigo otras,
y sugieren sobre todo que asimismo hay que tender a dejar de utilizar la cita como si se
tratase de una "prueba" de un discurso lanzado con aplomo por el historiador o de una pa
labra generalizable al conjunto del cuerpo social.
En definitiva,33 no son sentimientos ni opiniones lo que hay que buscar en los testi
monios; unos y otras son volátiles, fugaces, inestables y, en suma, muy poco accesibles
a los historiadores. Hay que reconocerlo. ¿Qué hay más difícil, qué más azaroso, en
efecto, que pretender estatuir algo sobre la base del sentimiento patriótico, el sentimien
to amoroso, o incluso la fe de los actores de la historia? Es, en realidad, mucho más
fructífero indagar en los testimonios todos los vínculos invisibles que enlazan a los dife
rentes actores entre ellos y los hacen moverse en tal o cual sentido. Aquí, la sociología
de un Howard Becker y la microsociología de un Erving Goffman abren unas perspecti
vas particularmente interesantes.34 Se trata, en consecuencia, de dejar de considerar al
testigo como un individuo aislado, y menos aún como un modelo generalizable. Su pala
bra hay que inscribirla, sin duda, en una trayectoria biográfica singular; siempre hay que
situarla en el tiempo y en el espacio, pero sin perder de vista que todo testigo es un ele
mento constitutivo de una o de varias configuraciones sociales. Si nos mantenemos en el
marco de la guerra, son las interacciones entre los diferentes actores, las redes, las rela
ciones de dependencia las que crean a la vez seguridad, obediencia o adhesión, y... coac
ción; esas relaciones generan a la vez apoyo y obligaciones; de ellas se desprenden unos
gestos, unas prácticas determinadas en parte por esas relaciones. Además, lo que tam
bién pueden revelar los testimonios son las dinámicas de grupo,33 ya se trate de confor
mismo o de transgresión; son las normas dominantes. Al cabo, esto exige considerar el
marco de referencia del testigo, ir más allá de los discursos mantenidos y confrontar sis
temáticamente opiniones expresadas y prácticas efectivas; no es raro que un discurso de
odio se acompañe de gestos altruistas hacia el enemigo desarmado, prisionero o herido;
el patriotismo expansivo de un discurso puede estar también muy matizado por toda la
gama de prácticas y gestos ocultados por el rodeo, por la evitación, sin contar las tre
guas tácitas y las fraternizaciones locales.36 Después de todo, si la guerra no es reducible
a las representaciones de las élites o de los alejados del frente, tampoco lo es a sus di

33 Fran{ois Buton, Andre Loez, Nicolas Mariot y Philippe Olivera, "14-18, retrouver la controverse", en
línea en La Vie des idées, http://www.laviedesidees.fr/1914-1918-retrouver-la-controverse.html.
34 Howard S. Becker, Sociological Work. Method and Substance, Aldine Publishing Company, Chicago,
1970, y del mismo. Les Ficelles du metier. Comment conduire sa recherche en sciences sociales, París, La Dé
couverte, 2002 (1998). Erving Goffman, La Mise en scene de la vie quotidienne. 1. La présentation de soi. 2.
Les Relations en public, traducido del inglés por Alain Accardo, Editions de Minuit, Paris, 1973 (1959 y 1971),
Les Rites d'interaction, traducido del inglés por Alain Kihm, Editions de Minuit, Paris, 1974 (1967).
35 La sociopsicología puede iluminar aquí un cierto número de comportamientos, a partir del estudio pio
nero de Stanley Milgram, Soumission á l'autorité, traducido del americano por Emy Molinié, Calmann-Lévy,
París, 1974; Robert-Vincent Joule y Jean-Leon Beauvois, Petit traité de manipulation á l'usage des honnétes
gens, PUG, Grenoble, 2002.
36 Tony Ashworth, Trench Warfare 1914-1918. The Live and Let Live System, Pan Books, Londres, 2009
142 (1980).

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mensiones propiamente militares, estratégicas o diplomáticas. Está claro que abre tam
bién un vasto espacio de acciones, de reacciones, de interacciones, de ajustes sucesivos,
un espacio particularmente fluido y móvil; en suma, unas situaciones y unos escenarios
sociales en que cada actor da la cara y muestra su cara. Como demuestran los trabajos
del psicólogo y militar Dave Grossman, o también los del sociólogo Randall Collins, la
aproximación situacional y microsociológica puede revelarse particularmente fructífera
en el análisis de las violencias de guerra.37 A título de ejemplo, la aproximación situa
cional trasladada al contexto de la destrucción de los judíos de Europa en el frente del
este ha generado una de las obras más estimulantes de estos últimos años, y cito el fa
moso libro Des Hommes ordinaires de Christopher Browning.38 En cuanto a la Primera
Guerra Mundial, para la violencia en el campo de batalla, pero también para la vida en
las trincheras, como también para la fase inicial de la movilización, es posible descom
poner, para reconstruirlos mejor, los diferentes juegos que animan, forman y transfor
man permanentemente los escenarios sociales en guerra, unos escenarios que se desplie
gan ellos mismos en una multitud de sectores escénicos. Desde este punto de vista, los
testimonios pueden jugar un papel crucial, lo repito, en la medida en que buena parte de
ellos son portadores de descripciones de "escenarios" o de "situaciones", más o menos
ricas en actores de estatus diversos y variados, en gestos, en actitudes, en dinámicas.
Notemos también que en la aproximación propuesta el "cómo" precede siempre al "por
qué" sin por ello perder de vista ese objetivo. Los diferentes escenarios deben ser de
construidos e inscritos en sus contextos específicos -su continuum-, pues, por ejemplo,
del mismo modo que el acto de "movilizarse" no es reducible al hecho de subir a un tren
para acudir al cuartel del regimiento, el acto de matar no puede reducirse al acto consis
tente en infligir la muerte. Por muy difíciles y extraordinarios que sean en la vida de un
hombre, esos actos son, en efecto, inseparables de los que los preceden, los preparan y
los hacen posibles. Del mismo modo, esos actos son inseparables de las consecuencias
previstas, equivocadamente o no, por los actores. Situacional y microsociológica a la
vez, la aproximación sugerida aquí llama a prestar una atención particular a las situacio
nes, a las circunstancias de las acciones descritas; pero también a los estatus, grados y
posiciones de los diferentes testigos convocados, e igualmente a los de los actores des
critos por esos mismos testigos, tanto si aparecen como actores activos como si lo hacen
como actores pasivos (Bystanders). Exige también pensar el mundo social de un modo
diferente del bipolar fundado en la oposición entre consentimiento, por un lado, y re
vuelta, deserción, amotinamiento, por el otro. Por eso propongo una tipología del mundo
social más adecuada a la realidad.

37 Lt. Col. Dave Grossman, On Killing. The Psychological cost of Learning to Kill in War and Society,
Back Bay Books, Nueva York, 2009 (1995); id. con Loren W. Christensen, On Combat. The Psychology and
Physiology of Deadly Conflict in War and in Peace, Warrior Science Publications [Illinois], 2008 (2004).
38 Christopher Browning, Des Hommes ordinaires. Le 101' bataillon de reserve de la police allemande et
la solution finale en Pologne, traducido del inglés por Élie Barnavi, prefacio de Pierre Vidal-Naquet, Les Belles
Lettres, París, 1994 (1992). Para una primera aplicación de este método, Frédéric Rousseau, "Abordages. Ré
flexions sur la cruauté et l'humanité sur le champ de bataille", en Nicolas Offenstadt (dir.), Le Chemin des
Dames. De l'événement á la mémoire, Stock, París, 2004, pp. 188-193; F. Rousseau, "De la violence á la sur
violence. Explorations de la zone grise durant la Grande Guerre", en F. Rousseau y Burghart Schmidt (dirs.),
Les dérapages de la guerre du XVIe siécle á nos jours, Dobu Verlag, Hamburg, 2009, pp. 120-134. Respecto a
las lógicas de situación, véase el artículo del politólogo Michel Dobry, "Ce dont sont faites les logiques de si
tuation", en Pierre Favre, Olivier Fillieule y Fabien Jobard (dirs.), L'atelier du politiste. Théories, actions, re
présentations, La Découverte, col. "Recherches", París, 2007. pp. 119-148. Y Arlette Farge y Jacques Revel,
Logiques de la foule. L'affaire des enlevements d'enfants. Paris 1750, Hachette, París, 1988. 143

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Propuesta de una tipología del mundo social (en guerra)

Hemos visto que los que mantienen la "cultura de guerra" hacen del consentimiento
el pilar central de su interpretación de la Gran Guerra y del comportamiento de las socie
dades beligerantes. Hay que recordar aquí que la noción de consentimiento proviene de la
filosofía y la ciencia políticas, y reposa principalmente en la teoría del contrato y la idea
que se desprende de ella y según la cual existiría de facto una igualdad política y social;
ciertamente nos puede sorprender que esta idea vaya acompañada, entre los historiadores
culturalistas de la Gran Guerra, de un desinterés radical ante la desigualdad real que pudie
ra existir entre los ciudadanos, pero es a ese precio como la "cultura de guerra" supuesta
mente compartida por todos puede impregnar el conjunto del aparato interpretativo. Ahora
bien, en el contexto específico de la Gran Guerra, que ofrece a los investigadores un ob
servatorio de primer orden, parece particularmente oportuno cuestionar ese modelo con
tractualista que supone en cada cual igual capacidad de autonomía, de deliberación y final
mente de elección. Ahora bien, al entrar en guerra, ¿cuál es la posibilidad ofrecida a cada
cual de aceptar o rechazar la movilización general? Una vez llegados al frente, ¿cuál es el
margen de negociación efectivo de los soldados, y particularmente el de los combatientes
de las líneas avanzadas? ¿No hace falta intentar evaluar lo que es negociable y lo que no lo
es? Y si admitimos, por un instante, que pudiera ser cuestión de negociar, ¿se trataría de
una negociación simétrica, es decir, de igual a igual? La respuesta es clara y... negativa.
Entre consentimiento, a-sentimiento, disentimiento y disidencia, varios investigado
144 res han intentado modelizar el mundo social. El modelo propuesto aquí se sirve de las re

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flexiones del economista Albert O Hirschman,39 que caracteriza las diferentes actitudes
de los actores sociales en forma de un tríptico que se descompone en Loyalty (lealtadI
lealismo),40 Exit (defección entendida como una huida individual improductiva) y Voice
(de la toma de la palabra a la protesta). Este modelo ha sido ásperamente discutido;41 el
sociólogo Guy Bajoit señaló sobre todo el carácter demasiado comprensivo de la noción
de Loyalty, que no distingue a los "fieles" por convicción de los "fieles" por resignación;
también propuso añadir una cuarta categoría, la de la apatía.42 Se percibe aquí hasta qué
punto esos debates son finalmente bastante cercanos a los nuestros. De todos modos, la
categoría de "apatía" se me antoja portadora de una carga demasiado normativa, si no es
tigmatizadora, incapaz, en fin, de restituir las lógicas propias de los "apáticos" que no lo
son tanto como eso. Así que me ha parecido más pertinente partir del esquema teórico
construido por el politólogo James D. Wright a propósito de la sociedad estadounidense
de mediados de los años setenta en la obra The Dissent of the Governed, Alienation and
Democracy in America publicada en 1976, es decir, apenas terminada la Guerra del Viet
nam. Aprovechando plenamente la plasticidad de la lengua inglesa, Wright distingue, en
efecto, tres segmentos o medios sociales, en cuyo seno se distribuyen los ciudadanos que
sostienen el poder por convicción e interés (consenters), los ciudadanos que se oponen al
poder (dissenters) y los ciudadanos que, no compartiendo las creencias en la legitimidad
del poder, no creen tampoco poder cambiar las cosas, y en consecuencia se mantienen
tan alejados como pueden del juego político (assenters). Sin embargo, a pesar de su ri
queza, el esquema de Wright me parecía que aún se debía afinar más. Así, la tipología
social propuesta aquí a discusión está constituida por cuatro conjuntos -o medios-, y no
tres, como en Wright. Aparte de la extrema diversidad de las actitudes, lo que este esque
ma trata de reconstruir es, a la vez, la porosidad existente entre cada uno de los medios y
la fluidez que caracteriza al conjunto del mundo social, cuyos elementos pueden (o no)
moverse, evolucionar, o sea contradecirse; en otros términos, eso significa que, por una
parte, ninguna actitud ni ningún posicionamiento están nunca fijos, a priori, durante toda
la guerra o en cualquier otra secuencia considerada: cada elemento (llámese ciudadano,
sujeto, actor, miembro, etc.) puede, en efecto, deslizarse en cualquier momento de un
medio a otro, súbitamente o paulatinamente, en función de la evolución del contexto en
que evoluciona; por otra parte, nada excluye eventuales idas y venidas, según las cir
cunstancias, y sobre todo según las ventajas previstas por tal o cual individuo o tal o cual
grupo.
Además, conviene tener en cuenta el hecho de que comportamientos de apariencia
idéntica para el observador exterior esconden en realidad intensidades de "implicación"
extremadamente variables. Está bien claro, pues, que las fronteras existentes entre cada ca
tegoría raramente son tan precisas como parece indicar la modelización.

39 Albert O. Hirschman, Exit, Voice and Loyalty, Responses to Decline in Forms, Organizations and
States, Massachussets University Press, Cambridge, 1970; traducción francesa, Face au déclin des entreprises
et des institutions, Les Editions ouvriéres, Paris, 1972. Agradezco a Francois Buton que me haya señalado esta
obra y el debate que suscitó sobre todo en Francia.
40 Dos nociones que en francés (loyauté/loyalisme) no son equivalentes; este problema de traducción su
braya la ambigüedad de la noción inglesa de Loyalty.
41 El título de la traducción francesa más reciente de su obra indica el escaso interés del autor por la lo
yalty. Defection et prise de parole, Fayard, París, 1995. Sobre este tema, léase Patrick Lehingue, "L'éclipse de
la loyalty dans la trilogie conceptuelle d'A. O. Hirschman", en Josepha Laroche (dir.), La Loyauté dans les re
lations internationales, L'Harmattan, Col. Chaos international, París, 2010, pp. 59-86.
42 Guy Bajoit, "Exit, voice, loyalty and... apathy, les reactions individuelles au mécontentement", en Re
vue Frangaise de sociologie, XXIX (1988), pp. 325-345. 145

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El medio del consentimiento

No hay ninguna razón objetiva para renunciar al término consentimiento desde el mo


mento en que ofrece la posibilidad de restituir una realidad observable. En francés y en la
acepción que nos ocupa, el término remite al verbo consentir (sentir con). Volviendo ahora
a Wright, se admitirá, pues, que consentir es ante todo compartir las creencias y haber in
teriorizado las normas de los que ejercen el poder (entendiendo aquí por poder la capaci
dad de dirigir la propia vida y la de los demás); consentir es también mostrarse respetuoso
con el poder tenido por legítimo, no sólo por principio o por educación, sino porque se tie
ne confianza en el sistema y en su capacidad de responder a los problemas de la sociedad
y de satisfacer las propias expectativas; entendido como un ejercicio racional de la autono
mía personal, consentir es asimismo adherirse explícitamente, actuar y participar en los
juegos políticos -la guerra es uno de esos grandes juegos políticos-, en consonancia con
las expectativas de los poseedores del poder (esto concierne esencialmente a los medios
dirigentes, los próximos, los promotores, y los numerosos servidores, obligados y/o rele
vos del poder). Socialmente y culturalmente, ese medio es relativamente homogéneo (cla
ses "altas" y "medias altas")43 y más bien materialmente bien dotado; y asimismo bien es
tructurado (en familias amplias, en redes, en camarillas, en clubes, en clanes, en grupos de
interés, en grupos de pertinencia asumida como los oficiales jefes, los artistas, o incluso
los universitarios); al cabo, ese medio constituye un sostén activo, militante, del poder y
de sus principales orientaciones, en el sentido de que los adictos no sólo se involucran en
la defensa e ilustración de las creencias compartidas, sino que promueven y difunden sus
ideas en los diferentes medios. Cuantitativamente, ese medio representa una minoría varia
ble cuya debilidad numérica es, sin embargo, muy ampliamente compensada por los me
dios de que dispone para imponer su punto de vista, y a la vez por su activismo al servicio
del poder y de sus poseedores. Los miembros de ese medio están generalmente en la cima
de la pirámide social, son las "personas que cuentan",44 las personas "responsables" y las
"competentes" políticamente hablando.45 Todo régimen tiene la absoluta necesidad del
apoyo de ese medio para mantenerse.
La Gran Guerra permite percibir los componentes sociales de ese primer conjunto:
hombres políticos y hombres de Iglesia, periodistas, letrados, artistas, empresarios y jefes
de empresa, oficiales superiores, etc. Ese medio proporciona lo esencial de los consintien
tes descritos por la historia culturalista de la Gran Guerra. Ellos son los consintientes de
élite y de la élite. Ahí, efectivamente, se expresa el "consentimiento patriótico" más o me
nos exaltado, bien expuesto por Audoin-Rouzeau y Annette Becker. Podemos hablar asi
mismo en ciertos casos, si bien estrictamente circunscritos, de expectativas mesiánicas, es
decir, de "espíritu de cruzada". También es evidente -eso es lo que claramente demuestra
el estudio llevado a cabo por Jules Maurin sobre los soldados languedocianos-46 que ese
medio presenta una proporción de ascendidos, de grados y sobre todo de oficiales, sensi
blemente superior a su representatividad en la población;47 por lo demás, la mayor dota
ción social y cultural -indicada principalmente por la posesión de diplomas- ofrece más

43 James D. Wright, The Dissent of the Governed. Alienation and Democracy in America, Academic Press,
Nueva York, San Francisco, Londres, 1976, p. 166.
44 D. Easton y J. Dennis, Children in the Political System, McGraw-Hill, Nueva York, 1969, p. 62, citado
en James D. Wright, The Dissent of the Governed, p. 67.
45 James D. Wright, The Dissent of the Governed, p. 197.
46 Jules Maurin, Armée, guerre, société. Soldats languedociens (1889-1919), Publications de la Sorbonne,
París, 1982 (reed. 2013), p. 539.
47 Nicolas Mariot, Tous unis dans la tranchée? 1914-1918, les intellectuels rencontrent le peuple, Le
146 Seuil, Paris, 2013.

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oportunidades de evitar los puestos más duros y las armas más expuestas, y en consecuen
cia preserva más de la muerte en la guerra.48

El medio del a-sentimiento

James D. Wright propone el empleo de los términos assent (que podríamos traducir
por asentimiento) y assenters para dibujar el contorno de un medio social heterogéneo cu
yos elementos constitutivos pertenecen a las clases generalmente calificadas de "bajas" o
de "populares"; esos elementos son exteriores, participan poco o nada en el juego
político;49 pueden calificarse como "espectadores", como ciudadanos pasivos, inactivos
políticamente, si no indiferentes; pero no, ciertamente, como "apáticos", pues movilizan
las competencias que les son propias, así como su energía, para la gestión de la vida coti
diana y para su supervivencia.50 En buena medida, como muy bien notó el etnólogo atento
a las trincheras y oficial consintiente que fue Robert, permanecen impermeables a las di
versas solicitudes de los mejores propagandistas del poder.51 Como notó también el artista
Fernand Léger, esos hombres "sólo se ocupan de lo que saben".52 Preservan su autonomía;
se fabrican un capullo mental y social en cuyo seno se preocupan esencialmente de su fa
milia en la retaguardia, de la evolución del coste de la vida que pesa sobre su hogar, del
tiempo que hace, de los campos y de los cultivos que hay que mantener, de los precios de
venta de los productos agrícolas, de los hijos que crecen sin ellos, etc.; de sus semejantes,
en fin, esos compañeros de fortuna precaria con los que comparten unas preocupaciones
idénticas, una misma práctica del regate ante los grandes ideales agitados por las élites, y
el peso de la guerra. Al contrario que los elementos del medio precedente, son igualmente
no creyentes por cuanto generalmente no comparten las creencias comunes entre los con
sintientes. En el sentido empleado por Wright, los assenters son también los menos dota
dos social y culturalmente (trabajadores manuales, obreros; podemos añadir a los campesi
nos, tan abundantes en las trincheras). Son, en fin, los que menos poder tienen, pero no
nos engañemos: la mayoría saben a ciencia cierta, y creen -racionalmente, pues- que ape
nas cuentan para nada en un sistema que juzgan con profundo recelo, y con pocas posibili
dades de cambiarlo.53 La pasividad y la inactividad política de ese medio son a menudo
despreciadas por el de los consintientes y "competentes" en política que ven en ellas la
prueba manifiesta de su superioridad, pero no amenazan de ningún modo, en general, el
sistema político y social tal como está organizado y llevado por las "personas que cuen
tan". La actitud mayoritaria de los assenters está hecha de seguidismo, de obediencia, de
sumisión, de resignación; su conformismo no tiene la intensidad de los consintientes y se
reduce, pues, a su más simple expresión, corporal; su actitud emana del reconocimiento de
la relación de fuerzas, desfavorable a los assenters. Una fórmula que encontramos en mu

48 Jules Maurin, Armée, guerre, société. Soldats languedociens (1889-1919), Publications de la Sorbonne,
París, 1982, p. 482.
49 Pierre Lefebure, "Les rapports ordinaires á la politique", en Antonin Cohen, Bernard Lacroix y Philippe
Riutord (dirs.), Nouveau manuel de science politique, La Découverte, París, 2009, pp. 374-392.
50 Richard Hoggart, La Culture du pauvre, presentación de Jean-Claude Passeron, Les Editions de Minuit,
col. Le sens commun, Paris, 1970 (1957), especialmente el capítulo 3, "Eux et nous", pp. 117-146.
51 Su traducción se encuentra en una carta del etnólogo-oficial Robert Hertz a su mujer, Un ethnologue
dans les tranchées, aoüt 1914-avril 1915. Lettres de robert Hertz á safemme Alice, presentadas por Alexandre
Riley y Philippe Besnard, prefacios de Jean-Jacques Becker y Christophe Prochasson, CNRS-éditions, París,
2002, p. 175, carta del 1 de enero de 1915.
52 Fernand Léger, p. 12.
53 James D. Wright, The Dissent of the Governed, p. 165. 147

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chos testimonios de combatientes "populares" da buena cuenta de esa situación de domi
nio y de que los dominados tienen plena conciencia de ella: "¡no quieras entenderlo!". En
ese medio apenas encontramos espíritu de cruzada, ningún ideal grandioso, ninguna espera
escatológica; más bien se capea el temporal. Se tiene paciencia, se cuentan los días que
faltan para el próximo permiso (de vivir un poco más); esperando salir con bien, a pesar de
todo.
Pero desde el momento en que queremos traducir al francés la palabra assent, al en
contrarnos con la antigua palabra francesa assentement, surge una ambigüedad, ya que de
ésta derivó assentir [asentir], y sobre todo assentiment [asentimiento], que finalmente tie
ne una acepción muy próxima a la de consentimiento en el sentido de aquiescencia y de
aceptación. Dar alguien su asentimiento es dar su acuerdo, es consentir. Así, a fin de disi
par definitivamente toda ambigüedad, propongo emplear los términos a-sentimiento y a
sintientes para designar, respectivamente, el comportamiento y los elementos que se pue
den asignar a ese medio. El a-sentimiento (con a privativa y con el sentido de no sentir)
designará, pues, el comportamiento neutro (a la vez neutralizado y auto-neutralizado) de
los elementos con poca o ninguna competencia política. Pertenecen a esta categoría los in
diferentes, los distantes, los no-reflexivos, los apolíticos que obedecen al poder dominante,
sea cual sea, no por adhesión sino porque no ven que puedan hacer otra cosa.54 El recono
cimiento del poseedor del poder efectivo y de su poderío parece bastar generalmente para
orientar el comportamiento de estos elementos en el sentido de la obediencia y la sumi
sión; de ahí que este medio constituya más una masa inerte y manejable en provecho de
los poseedores del poder que una reserva de apoyo difuso al poder. La cuestión de la legi
timidad del sistema, por otra parte, generalmente no se plantea en el seno de ese medio. Al
cabo, parece claro que, aunque obedecen dócilmente, los a-sintientes no tienen nada en
común con los "consintientes", en el sentido en que lo entienden Audoin-Rouzeau y An
nette Becker. Pero no son tampoco unos "colaboradores funcionales", o unos practicantes
pasivos de la "acomodación", por usar las expresiones de Robert O. Paxton o de Philippe
Burin en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación.55

El medio del disentimiento

Wright completa su tipología del mundo social proponiendo calificar un tercer y últi
mo medio mediante los términos dissent y dissenter, generalmente traducidos por disiden
cia y disidentes. Evidentemente, conviene no perder de vista que ese modelo se construyó
pensando en la sociedad estadounidense de los años setenta. Las formas que tomó la disi
dencia son las permitidas por una sociedad liberal y están emparentadas sobre todo con la
desobediencia civil, una de las formas de la resistencia al poder. De todos modos, está cla
ro que los disidentes son los que no consienten, los que rechazan, los que resisten y se in
volucran públicamente en esa actitud de rechazo. Y yo recorrería, pues, a ese término para
designar a los elementos del cuarto medio que propongo añadir a este tríptico. En efecto,
la historia de la Gran Guerra -como la de la Segunda Guerra Mundial- enseña que existe
otro medio intermediario situado a una distancia variable de los del consentimiento y los
del a-sentimiento, sin caer por ello en la disidencia o en la resistencia abierta y visible.

54 Richard Hoggart, La culture du pauvre, traducido del inglés por Franfoise y Jean-Claude Gardas, y
Jean-Claude Passeron, presentado por Jean-Claude Passeron, Les Editions de Minuit, París, 1970 (1957).
55 Robert O. Paxton, La France de Vichy 1940-1944, traducido del americano por Claude Bernard, Le
Seuil, Points histoire, Paris, 1999 (1973), pp. 287-288. Philippe Burrin, La France á l'heure allemande, 1940
148 1944, Le Seuil. Paris, 1997 (1995), pp. 8-9.

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Propongo nombrar este tercer medio como el del disentimiento, y a los elementos que lo
componen, como los disintientes.
Contrariamente a los consintientes, los disintientes no comparten todas las creen
cias de los dominantes. Sin embargo, a la inversa de los a-sintientes, los disintientes no
se refugian en la indiferencia más o menos ostentosa. Estos aprehenden más o menos
confusamente el mundo político; piensan, calculan, prevén y se organizan; buscan bre
chas por donde escapar al sistema, aunque sólo sea por unos días (por ejemplo, se inscri
ben en todos los cursillos de perfeccionamiento que se convocan sobre nuevas armas);
aprovechan felices todas las escapatorias que se ponen a su alcance en cuanto son sus
ceptibles de devolverlos al margen del gran juego de la guerra mantenido, más o menos
plenamente, por los consintientes -más o menos, pues en realidad muchos consintientes
procuran igualmente escaquearse-; estos son los filones y la bonita herida cuyos posee
dores son tan envidiados por sus compañeros. Entre los disintientes, la deliberación se
acompaña de una evaluación permanente de la mejor conducta a seguir en términos de
costes y ganancias (probabilidades de supervivencia, búsqueda de reconocimiento y dis
tinciones, de bienestar, de seguridad, de paz...) inducidos por tal o cual opción, tal o cual
acto, tal o cual abstención. Para los disintientes, la legitimidad de las opciones de los
medios dirigentes ha perdido la evidencia y la fuerza que pudo haber tenido al comienzo
de la secuencia ("el ímpetu patriótico de las primeras semanas", por ejemplo) y se ve
cada vez más discutible. De todos modos, y eso es lo que distingue sensiblemente a los
disintientes de los disidentes, esa nueva mirada no desemboca en una discusión abierta
del orden establecido. En definitiva, el disentimiento designa el comportamiento de los
que desaprueban las opciones de los dominantes sin proclamarlo públicamente (es toda
la gama de los discursos y los gestos ocultos). En ese medio se encuentran los obedien
tes formales, los sumisos aparentes, los resignados que son también, si se tercia, finos
estrategas de la evitación,56 del enchufe,57 del escaqueo, del "filón"; y también los adep
tos y practicantes de las treguas tácitas, del vivir y dejar vivir,5* de las fraternizaciones;59
los disintientes desobedecen (de hecho y de pensamiento) pero sin llegar demasiado le
jos, sin llegar a la ruptura del pacto jerárquico, es decir, obedeciendo (formalmente).
Mientras ese medio desobedece individualmente o en pequeños grupos, en orden disper
so a la escala de un frente, esporádica y ocasionalmente, de manera espontánea y secre
ta, preservando lo esencial de las formas externas que se esperan y exigen de la obedien
cia, el sistema no se ve verdaderamente amenazado; el desarrollo del juego es
preservado, al menos en apariencia. De todos modos, algunos de sus elementos pueden
caer del lado de los disidentes si la situación parece permitir una salida en consonancia
con los objetivos prioritarios de estos hombres en la guerra: aguantar, durar y sobrevivir.
Entre estos disintientes, algunos son potenciales disidentes; de su deslizamiento de un
medio al otro depende el éxito del derrocamiento del sistema, o al menos de sus dirigen
tes, perseguido por los disidentes.

56 Jules Maurin, "Les combattants face á l'épreuve de 1914 á 1918", en André Corvisier (dir.), Histoire
militaire de la France, PUF, París, 1992, tomo 3, pp. 264-268. Philippe Boulanger, La France devant la
conscription, géographie historique d'une institution républicaine 1914-1922, Economica, París, 2001.
57 Charles Ridel, Les Embusqués, prefacio de Stéphane Audoin-Rouzeau, Armand Colin, París, 2007.
58 Tony Ashworth, Trench Warfare 1914-1918. The Live and Let Live System, Holmes & Meier, Nueva
York-Londres, 1980.
59 Malcom Brown y Shirley Seaton, Christmas Truce, The Western Front, December 1914, Leo Cooper
Ltd, Londres, 1984; Stanley Weintraub, Silent Night. The remarkable Christmas Truce of 1914, Simon &
Schuster, Londres, 2001; Marc Ferro, Malcolm Brown, Rémy Cazals y Olaf Mueller, Fréres de tranchées, Per
rin, Paris, 2005. 149

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El medio de los disidentes

Para designar a los opositores que se enfrentan abiertamente al sistema, la opción por este
término, disidente, puede parecer inadecuado o al menos problemático, en tanto que remite al
combate de los opositores que a partir de los años 60 se levantaron en Europa oriental contra el
sistema "comunista". Sin embargo, hay varias razones que pueden justificar esa opción: para
empezar, el carácter extremadamente nebuloso y multiforme de esta disidencia, caracterizada
por la extrema variedad de los proyectos políticos y sociales concebidos, por unos, como alter
nativas radicales a los regímenes vigentes, y por otros como simples adaptaciones de esos mis
mos regímenes destinadas a hacerlos evolucionar sin renunciar al socialismo; después, el hecho
de que esta disidencia haya sido ampliamente iniciada y animada (pienso en los firmantes de la
Carta 77 en Checoslovaquia, o también en los miembros del KOR en Polonia o del Grupo
Helsinki en la URSS) por intelectuales a menudo provenientes de las franjas mejor dotadas, o
sea las mejor integradas de la sociedad: sin olvidar al obrero de los astilleros de Gdansk, Lech
Walesa, por supuesto, el escritor Solzhenitsin, el físico Sajarov, el matemático Plioutch, el dra
maturgo Vaclav Havel, fueron no obstante, entre otros, las principales figuras disidentes que
adoró Occidente. Por lo demás, la disidencia tiene el carácter de una acción colectiva, cons
ciente y concertada; la publicidad de sus acciones forma parte, en fin, de su arsenal de lucha.
Por estas diversas razones, propongo reunir bajo el término disidente a los individuos en
oposición abierta al sistema, ya sea ésta calificada de discusión, de rebelión, de revuelta, de
insumisión, de amotinamiento o de deserciones... Todos los actos que desafían abiertamente
el orden establecido e implican una asunción de riesgo entran en el marco de lo que yo llamo
aquí la disidencia. Minoritarios en la sociedad, esos hombres "contra" piensan el mundo polí
tico, algunos además son tan "competentes" como los consintientes, lo cual es poco sorpren
dente en la medida en que una parte de los disidentes -a ejemplo de los intelectuales de Euro
pa del Este ayer o de China hoy- son tránsfugas procedentes del medio de los consintientes,
con los cuales han roto. A menudo, pero no siempre, están social y culturalmente más dotados
que los a-sintientes y los disintientes\ tienen a su disposición un cierto capital militante, y
unas habilidades políticas (escribir peticiones, redactar samizdats, organizar manifestaciones,
etc.). Como los consintientes, pero a la inversa, se involucran, asumen riesgos personales por
afirmar y difundir sus convicciones, toman opciones que ponen en juego su vida personal, a
veces también la de los suyos, y asumen sus consecuencias. Por todo ello, ese medio que se
autonomiza y se cristaliza al albur de las circunstancias, fuera del marco, fuera de la norma,
constituye el polo de desafío más determinado a oponerse a los dominantes cuyas creencias y
cuyas normas no (o ya no) comparte; mediante el repertorio de acciones movilizado, marca su
ruptura con el sistema (manifestaciones, contrapropaganda, negativas individuales y colecti
vas a obedecer, amotinamientos, uso de la violencia, etc.); representa la amenaza y la compe
tencia más directas, y también las más peligrosas, para el orden establecido. No obstante, ade
más de la represión que se abate sobre él con tanta más facilidad cuanto que la disidencia se
exhibe en el espacio público, ese medio sufre varias deficiencias que generalmente lastran sus
veleidades de "cambiar el mundo" o el curso de las cosas: en primer lugar, es a menudo muy
heterogéneo, muy inestable; y a sus líderes se les muestra difícil federar en torno a un proyec
to común a una amplia base de apoyo a la revuelta, cuando, como se ha visto, potencialmente
esa base existe y está disponible, principalmente en el medio de los disintientes. En definitiva,
mientras los poseedores del poder conservan el apoyo activo de los consintientes, y sobre todo
el de los guardianes del régimen que son el ejército y la policía,60 y, en fin, mientras la agenda

60 Véase a propósito de esto Christian Chevandier, "Cesser d'obéir et maintenir un ordre: les policiers pa
risiens en aoüt 1944", en Andre Loez y Nicolas Mariot (dirs.), Obéir/désobéir. Les mutineries de 1917 en pers
150 pective\ La Découverte, París, 2008, pp. 280-292.

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de la guerra continúa favorable al poder, los disidentes crean, es cierto, algunas preocupacio
nes al sistema, pero no consiguen ponerlo verdaderamente en peligro. Como bien dice André
Loez a propósito de los amotinamientos del ejército francés, "construir una acción colectiva
[...] no se da así como asf'.6I
Llegados al término de esta cuadrilogía, por fuerza hay que admitir que los medios
menos desconocidos son el de los consintientes y el de los disidentes; ellos hablan, se
muestran, escriben mucho y de hecho dejan muchos rastros para los historiadores. Puede
parecer, a contrario, mucho más difícil aprehender a los a-sintientes y a los disintientes,
más avaros, es cierto, en cuanto a manifestaciones individuales y colectivas. De todos mo
dos, hoy disponemos de suficientes testimonios que permiten iluminar esas diferentes ca
tegorías. A los historiadores corresponde explotarlos plenamente.

Cien años después de Sarajevo, ¿ha llegado el momento de (re)pensar


la Gran Guerra?

"Obedecer no es consentir", estaba tentado a concluir de un trazo. Al mismo tiempo,


forzoso es comprobar cuánto les cuesta aún a los historiadores desprenderse del marco de
referencias ideológicas en que nacieron y evolucionan. A su manera, el "momento Cente
nario" que estamos viviendo en Francia constituye un perfecto revelador de esta dificultad
persistente.62 Entre la avalancha de publicaciones 14-18 que han salido desde 2013, son
muy raras, en efecto, las obras en que se cuestionan realmente nociones clave como el pa
triotismo, el consentimiento, el compromiso.63 En una aplastante mayoría de los libros,
esas nociones esenciales aparecen tocadas de evidencia, al igual título, según parece, que
el aire que respiraban los combatientes...64 Del mismo modo, uno no puede sino sorpren

61 André Loez, 14-18, Les Refus de la guerre, p. 299.


62 ¡Cerca de 150 obras!
63 Señalemos dos excepciones notorias: André Loez, Les 100 mots de la Grande Guerre, PUF, Que sais
je?, París, 2013; Nicolas Mariot, To us unis dans la tranchée? 1914-1918, les intellectuels rencontrent le peuple,
Le Seuil, París, 2013.
64 Un buen ejemplo de ese fenómeno viene dado por el historiador Jean-Noél Jeanneney, en su obra La
Grande Guerre, si loin, si proche. Réflexions sur un centenaire, Le Seuil, París, 2013. 151

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derse de la perdurable incapacidad de los historiadores para escapar al prisma del marco
nacional.65 En mi opinión, hay dos razones principales en el origen de lo que tiene toda la
apariencia de ser un bloqueo cognitivo. La primera consiste en el hecho de que, a día de
hoy, demasiado pocos historiadores de la Gran Guerra han conseguido poner suficiente
distancia entre su "Yo social" y su "Yo íntimo" -esos dos Yos inextricablemente mezcla
dos y amasados por las herencias familiares, los encuentros, las emociones, las creencias,
las sensibilidades- para permitir a su "Yo científico" desplegarse plenamente. Así, algún
historiador, y no de los menores pues se trata de Jean-Jacques Becker, el fundador de la
corriente de Péronne, guardó en lo más profundo de su ser el recuerdo particularmente
traumático de la derrota francesa de mayo-junio de 1940. El niño judío que se convertiría
en historiador se forjó entonces, parece que para siempre, la imagen de una Francia de
1914 en oposición a la de la Francia de 1940; como prueba, antes de que un editor pruden
te no le prefiriera una expresión menos polémica, había escrito como conclusión de uno de
sus libros: "La Francia de pie de 1918 anunciaba la Francia echada de 1940...",66 No es en
absoluto indiferente que esa interpretación haya estructurado toda una vertiente de la his
toriografía francesa de la Gran Guerra hasta el punto de llegar a ser dominante en los años
noventa... Por supuesto, como el antropólogo u otros investigadores en ciencias sociales,
el historiador no podría zafarse de sus dos primeros Yos -el "social" y el "íntimo"-, pero
le corresponde fabricar su Yo "científico".67 Esto supone un trabajo sobre sí mismo, un tra
bajo de descentramiento, decididamente muy raro a pesar del siglo transcurrido desde el
atentado de Sarajevo. Y sin embargo, ¿no ha llegado el momento de distanciarse del 14-18
en tanto que "historia de si mismo"?68 Al tratar de la Gran Guerra, ¿no ha llegado por fin
el momento de dejar de lado la autobiografía?
La segunda razón de ese bloqueo cognitivo que paraliza muchos estudios históricos
me parece que consiste en la convergencia de esta dificultad, en cierto modo estructural,
con la dominación coyuntural (?) del paradigma culturalista tal como se ha descrito más
arriba. Esta dominación, que va acompañada de un rechazo -o de una indiferencia asumi
da- con respecto al sustrato social y político sobre el cual, sin embargo, reposa toda expe
riencia histórica, produce, en efecto, unos discursos aplomados, homogeneizantes, reduc
tores y simplistas. A mi parecer, re-pensar la Gran Guerra es, en lo esencial, pensar el sí y
el no. Y eso exige confrontar representaciones y prácticas, establecer distinciones entre
ficción y realidad, entre discursos y comportamientos. Sólo unas sutiles evaluaciones del
sí y del no permiten, en efecto, pensar las relaciones de fuerza y las diferentes estrategias
de los actores en presencia en nuestras sociedades, tanto ayer como hoy. Precisamente, no
se puede negar que la ideología contractualista ejerce en este inicio del siglo xxi una hege
monía poco compartida, hasta el punto de condicionar muy ampliamente los términos del
debate público, ya sea histórico, social o político. Sin embargo, recurriendo a las aporta
ciones de las ciencias sociales y a los testimonios, parece posible a partir de ahora escapar
a las simplificaciones tradicionales que dependen más del discurso dóxico que del científi

65 La única obra que ha conseguido proponer una aproximación global a esa guerra mundial es la de André
Loez y Nicolas Offenstadt, La Grande Guerre. Carnet d'un centenaire, Albin Michel, París, 2013.
66 Jean-Jacques Becker, Un soir de l'été 1942... Souvenirs d'un historien, Larousse, París, 2009, p. 353.
Véase también el espacio ocupado por el relato familiar en Jean-Noel Jeanneney, en su obra La Grande Guerre,
si loin, si proche. Réflexions sur un centenaire, Le Seuil, París, 2013, pp. 37-38, capítulo "Honorer la Patrie".
67 Sobre esta necesidad, véase la observación del antropólogo Maurice Godelier, Au fondement des socié
tés humaines. Ce que nous apprend l'anthroplogie, Flammarion, París, 2010 (2007), pp. 53-55. O también, de
Pierre Bourdieu, Méditations pascaliennes, Le Seuil, Points essais, París, 2003 (1997).
68 Tomo prestada la expresión de Nicolas Offenstadt, que ha sido uno de los primeros en subrayar hasta
qué punto la Gran Guerra es generadora de "historias de sí mismo". Los historiadores no escapan a ese fenóme
152 no, que recorre el conjunto de la sociedad.

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co. Es posible ir más allá del mundo binario que opone consentimiento y rechazo y propo
ner otro modelo del mundo social (en guerra) más cercano a la experiencia vivida, más
cercano, en definitiva, a los hombres y mujeres que vivieron dolorosamente la guerra cuyo
centenario conmemoramos hoy sin aclarar todavía sus sentidos y envites verdaderos.

Traducción de Eduard J. Verger

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