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Mélanges de la Casa de

Velázquez
Numéro 35-2  (2005)
Lire les territoires des sociétés anciennes

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Luis Sazatornil Ruiz et Ana Belén Lasheras Peña


París y la españolada
Casticismo y estereotipos nacionales en las
exposiciones universales (1855-1900)
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Référence électronique
Luis Sazatornil Ruiz et Ana Belén Lasheras Peña, « París y la españolada »,  Mélanges de la Casa de Velázquez [En
ligne], 35-2 | 2005, mis en ligne le 27 octobre 2010. URL : http://mcv.revues.org/2245
DOI : en cours d'attribution

Éditeur : Casa de Velázquez


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Ce document est le fac-similé de l'édition papier.
© Casa de Velázquez
miscellanées

París y la españolada
Casticismo y estereotipos nacionales
en las exposiciones universales (1855-1900)

Luis Sazatornil Ruiz y Ana Belén Lasheras Peña


Universidad de Cantabria

Como reconoce Emilio Lamo de Espinosa en el prólogo a La imagen de 265


España en el exterior: estado de la cuestión1, España arrastra un problema de
imagen en el exterior pese al «esfuerzo ímprobo» —dice— realizado por las
instituciones públicas a través de la Fundación Carolina, el Instituto Cervan-
tes, la EXPO de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona. Desde estos
palenques se intenta proyectar de España una imagen de calidad, de normali-
zación, diversidad cultural e integración económica y política en el concierto
internacional. Esta imagen de nación eficiente, moderna y convergente con
Europa pretende alejarse del manido estereotipo Spain is different de época
franquista, asentado, entre otras fuentes, sobre viejas estampas del romanti-
cismo2. Además, intenta romper el sempiterno complejo de inferioridad que
atenaza la percepción que España tiene de sí misma en el mundo. Pero el pre-

1 Este trabajo, realizado en el año  por Javier Noya a instancias del Real Instituto Elcano
de Estudios Internacionales y Estratégicos, se inserta en el ambicioso programa «Proyecto Marca
España», que tiene por objeto valorar la imagen española en el extranjero, en el actual mundo
globalizado, por tratarse de un activo fundamental de los intereses económicos y políticos inter-
nacionales del país. Entre otras medidas, contempla la creación de un «Observatorio Perma-
nente de la Imagen de España en el Exterior» desde donde plantear un seguimiento multidisci-
plinar de la percepción española en otros países. Derivas semejantes de este organismo son, por
ejemplo, en el Reino Unido, la Britain Abroad Task Force o, en Alemania, el Concept 
(http://www.realinstitutoelcano.org/publicaciones/libros/Imagen_de_Espana_exterior.pdf).
El presente artículo recoge algunas de las conclusiones obtenidas en el curso de la investigación
«España en París. La arquitectura de los pabellones y los visitantes españoles en las exposiciones
universales, -», proyecto acogido al Plan Nacional de I+D+I (-) del Ministerio
de Ciencia y Tecnología (BHA--C-).
2 Esta percepción diferenciada entre España y Europa es cuestionada en el estudio de Santiago
González-Varas Ibáñez bajo el ya elocuente título España no es diferente (González-Varas
Ibáñez, ).

Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 35 (2), 2005, pp. 265-290.


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cio de la convergencia europea parece —tras un siglo de debates— que incluye


perder una parte de las tradicionales señas de identidad que, aparentemente,
le han impedido asimilar la modernización y la consiguiente nivelación social
de las sociedades industrializadas.
Una serie de estereotipos largamente explotados sirven como herramien-
tas válidas, parciales pero elocuentes, para el análisis de la percepción con-
temporánea de lo español. Y todo esto teniendo siempre presente que los
estereotipos, además de ser un reflejo de la realidad, pueden transformarla,
pues, como recuerda B. Ashcroft: «La realidad crea el discurso tanto como el
discurso la realidad»3.
Para indagar la aprehensión de la cultura hispánica en el exterior se debe tener
en cuenta la versión forjada en Francia, gran centro productor y a la vez consu-
midor de esta cultura. Las relaciones entre España y Francia han estado marca-
das a lo largo de los tiempos tanto por la contigüidad terrestre como por una
constante asimetría de intereses,oscilando éstos de forma pendular; del rechazo
a la atracción.La curiosidad francesa del siglo xvii se torna en indiferencia en la
266 centuria siguiente para renacer en el siglo xix.Un siglo,éste,marcado por la pre-
ponderancia francesa en el panorama internacional4. Pero esta interconexión
participa, a su vez, de dinámicas opuestas, de un lado el dominio político, eco-
nómico, militar y cultural francés y, de otro, la resistencia española a estas inge-
rencias pese a la dependencia ideológica y tecnológica de la metrópolis cultural5.
Sin duda, en el siglo xix Francia simboliza la cultura occidental, el cosmopoli-
tismo6; y en el caso español, Francia ejerce además un papel de mediadora a tra-
vés de la cual llegan corrientes culturales como el positivismo, el darwinismo o
el propio romanticismo7 (fig. ). Pedro Antonio de Alarcón así lo cree:
Suponiendo que la civilización es una gran pirámide que la humani-
dad ha levantado sobre la tierra, […] el lugar en que nos encontramos
en este momento constituye la verdadera cúspide de esa pirámide, ó sea
la suprema altura a la que ha llegado nuestro siglo, el mayor de los
siglos… si no mienten los periódicos.
No: nadie lo negará. Europa es la patria de la ciencia y del poder que
hoy prevalecen en el planeta que habitamos: Francia es la cabeza de
Europa: París el cerebro de Francia […]. Estamos, como quien dice, en el
corazón de la sociedad humana, en el centro de su vida, en el laboratorio
de la historia contemporánea. Entorno nuestro se alzan los templos de
los modernos dioses […]. París es hoy la metrópoli del universo8.

3 Ashcroft, , p. .


4 Niño Rodríguez, .
5 Émile Témime se atreve con el calificativo de colonial para definir la relación Francia-Es-
paña en la segunda mitad del siglo xix.Véase Témime, .
6 Abbadie-Maumejean y Cobos Castro, .
7 Aubert, .
8 Alarcón, , p. . Además, conoce el París de las exposiciones universales ya que visita
la de .
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267

Fig. . — Hendaye-plage, c. . Cartel anunciador del veraneo en Hendaya:


una dama rubia vestida a la moda burguesa se inclina desde la orilla francesa para recibir
en Europa a una morena maja española sobre un paisaje de la costa
franco-española y los Pirineos.
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Es, desde luego, en Francia donde se afianza la imagen de España como


nación exótica dentro de Europa. Esta idea es para Daniel-Henri Pageaux una
constante dominante, pese a los vaivenes, y su peso aturde distintas facetas
creativas, como la pintura o la literatura9. El interés francés por lo español
viene de atrás, tomándose como hitos cruciales en la construcción de los este-
reotipos nacionales, al uso en la segunda mitad del siglo xix, la «leyenda
negra» y la España romántica.
La tradición de la «leyenda negra», según explica Julián Juderías, nace de
la rivalidad entre potencias hegemónicas europeas, se difunde a través de
textos en contra de Felipe II que ensombrecen, desde entonces, la percepción
del carácter hispánico10. En las artes plásticas, Goya encarna este lado terri-
ble de la tradición española. A estos escritos se suman las descripciones de
los viajeros ilustrados, que generan una larga serie de lugares comunes, casi
institucionalizados, sobre la religiosidad, la altivez, el carácter refractario del
pueblo español al mundo de las luces, etc. Ejemplo de esta visión es la per-
cepción que lega Kant sobre el hidalgo español, que para él encarna la deca-
268 dencia, la cerrazón y el atraso científico, siendo estas peculiaridades del tipo
«hidalgo» extensibles a la realidad española a la que asiste Kant en sus viajes
como antropólogo de gabinete.
Los viajeros románticos no hacen sino frecuentar los lugares comunes refe-
ridos por Julián Juderías. Mudan, eso sí, las tintas. Se revisa la imagen de impe-
rio integrista y despótico dando paso a la de un pueblo en busca de la libertad.
De la España postrada se pasa a la nación heroica. El hidalgo es sustituido por
el bandolero y el guerrillero; la crueldad se torna en valentía, la soberbia en
orgullo. Asimismo surge la figura de una mujer arrojada, identificada con la
Carmen de Mérimée y Bizet. El apego a las tradiciones seculares es ahora reva-
lorizado ya que éstas troquelan un carácter puro, ajeno a las contaminaciones
de la incipiente sociedad industrial.
Ésta es una visión más colorista, resultante de una mirada evasiva, fruto de
una sensibilidad atormentada que reacciona convulsamente ante los impe-
rantes valores positivistas de la burguesía11. Los relatos de Mérimée, producto
de seis viajes por España, permiten un análisis de estas características. En sus
sucesivos paseos por estas tierras asiste a su modernización (asimilación de la
moda francesa, extensión del tendido ferroviario), concluyendo que el país
está degenerando con estos cambios12.

9 Pageaux, . El interés por los monumentos españoles y, en concreto, andaluces es anali-
zado en Galera Andreu, . Un seguimiento de la influencia española en la pintura fran-
cesa (Daumier, Regnault, Manet…) o en la música (Bizet, Ravel, Debussy…) es realizado por
Bonnaffoux, .
10 Juderías Loyot,  y Arnoldsson, .
11 Hazard, .
12 Núñez Florencio, .
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Pero la mirada francesa sobre España admite polifonías más complejas; a


menudo sobresalen actitudes de admiración y respeto. Léon-François Hoff-
mann encuentra en España el país ideal para el viaje romántico; es el Oriente
inmediato: «il est différent, mais pas assez pour qu’il soit inconcevable de s’y
adapter, d’y faire une vie plus exaltante ou plus calme, plus romanesque ou plus
douce, selon le tempérament du rêveur»13. Ofrece un contraste geográfico ejem-
plificado en Castilla y en Andalucía, un paisaje montaraz plagado de ruinas, un
clima ardiente, unas ciudades de calles sinuosas y un contraste histórico
demostrado en la convivencia de tres culturas en torno a tres religiones:
musulmana, cristiana y judía. Estas características permiten al viajero la eva-
sión en un sentido doble, en el tiempo y en el espacio14.
La presencia del exotismo ibérico —en términos de Pageaux— en el imagi-
nario francés no significa un conocimiento real y preciso de la cultura hispá-
nica; más bien lo contrario. No se trata de mostrar una realidad cultural varia,
sino de generar una estampa más elemental y representativa que facilite el
conocimiento —aunque parcial— del otro. El resultado es una realidad bina-
ria, con frecuencia formada de elementos disonantes entre sí —decadencia 269
nacional y pasado heroico, desidia nacional y orgullo de raza…—, una serie de
tópicos que han de parecer verosímiles sin ser completamente auténticos. A fin
de cuentas, las ideas sobre un país, su cultura o el carácter de sus gentes res-
ponden a una realidad imaginada, subjetiva, tan inventada como la idea que
tienen los españoles de sí mismos. El propio sentimiento nacional es un pre-
parado intelectual que José Álvarez Junco defiende como identificación de los
individuos con las comunidades en las que han nacido15. En cualquier caso,
esta imagen de lo hispánico, hiperbólica y maniquea, se publicita desde la lite-
ratura, la prensa y el arte16. Bien es cierto que este preparado ha resultado tan
eficaz que, en parte, ha perdurado hasta el presente.

Fantasmagorías de la cultura:
las exposiciones universales
Desde mediados del siglo xix las exposiciones universales se configuran como
el laboratorio perfecto para la búsqueda de lenguajes e imágenes de validez uni-
versal.Allí conviven,en sólo aparente armonía,los más manidos estereotipos his-
tóricos nacionales con los últimos avances técnicos e industriales.También allí se

13 Hoffmann, , p. .


14 El mito de las tres culturas toma como ejemplos historiográficos las obras de Américo Cas-
tro o de Álvaro Flórez y, en la producción literaria, a José Amador de los Ríos. Describen la época
medieval como un episodio paradisíaco, tolerante, de excelencia literaria y economía floreciente
(véase Fanjul, ). Este discurso se aplica también para elegir un estilo arquitectónico que
represente a España en las exposiciones universales (véase Bueno Fidel,  y ).
15 Álvarez Junco, , p. .
16 Calvo Serraller, .
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entrena concienzudamente al moderno espectador (como ya advirtiera Baude-


laire) en los nuevos hábitos de consumo, educando incluso su mirada para el
consumo cultural17.En las exposiciones se consolida una geografía y una historia
imaginarias —adecuadamente simplificadas para su consumo colectivo—, for-
madas por una colección de tópicos que la prensa divulga ampliamente y cuya
potencia narrativa anida con fuerza en el ideario contemporáneo.Son,en defini-
tiva, herramientas muy poderosas a la hora de generar representaciones menta-
les, mucho más útiles que las descripciones literarias o pictóricas, porque mues-
tran simultáneamente discurso y materia, programa e imagen.
El impacto de las exposiciones decimonónicas trasciende a gran escala; de
hecho, son consideradas como uno de los primeros sistemas de comunicación
de masas gracias a su carácter mestizo que reúne —siguiendo a Apollinaire—
«museo, fábrica, mercado y fiesta popular»18. En estas ediciones universales se
definen e internacionalizan los nuevos sistemas de representación social perge-
ñados por la pujante burguesía industrial. En ellas se asiste a una globalización
de la información que se organiza como una especie de cuadro sinóptico y
270 panorámico de comunidades nacionales, a medio camino entre el enciclope-
dismo y la recreación onírica19. En este ambiente, ciertos tópicos nacionales
(pabellones, trajes, bailes…) permiten una visión estereotipada —seriada, cla-
sificada— del mundo. Las culturas mundiales quedan excusadas de matices o
complejidades, para transformarse en decorados teatrales que proporcionan
un espectáculo teñido de fácil conocimiento. Este viaje imaginario cambia
radicalmente la perspectiva del espectador, que siente —como algunos años
atrás los espectadores de los panoramas— que el mundo está a su alcance.
Desde ese momento, incluso los diseños más recreativos deben responder a
una narración, a un argumento reconocible, a una apariencia de realidad apa-
cible, reconocida, narrada antes: en definitiva, a un estereotipo.
La visita a las exposiciones universales inicia un falso viaje en el que se dis-
fruta de una apariencia de realidad —una «fantasmagoría» en palabras de
Baudelaire y Benjamin20—, viviendo una ambientación que golpea todos los
sentidos y permite la ilusión de descubrir —al menos virtualmente— países
lejanos, sensaciones y gustos plenamente exóticos, ya en parte conocidos a tra-
vés de la literatura de viajes21. Una mirada rápida sobre las sucesivas ediciones
de las exposiciones universales permite un recorrido por los «álbumes-
recuerdo» de nuestro universo cotidiano22 y, en lo referente a la imagen nacio-

17 Véase Sazatornil Ruiz, .


18 Dugast, , p. .
19 Benedit, .
20 Benjamin, .
21 Recordamos que Los viajes extraordinarios por mundos conocidos y desconocidos de JulioVerne
aparecen regularmente de  a  y,en ,se publica La vuelta al mundo en ochenta días.
22 En los catálogos oficiales encontramos las primeras bicicletas, el teléfono o el automóvil.
Véase AA. VV., .
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nal, encontramos en ellas lieux de mémoire —en expresión de Pierre Nora— a


valorar tanto como su herencia material. La idea nacional en las exposiciones
universales es un constructo de ingeniería social de calibre parejo a lo que
representa la torre Eiffel en la ingeniería civil:

La Exposición universal de París, en , dejará un recuerdo eterno


en cuantos han tenido la fortuna de ver aquel mundo, porque aquello
era un mundo donde se veía al natural la Europa, el Asia, el África, la
América, la Oceanía […] y quien ha visto la Exposición universal,
puede con verdad decir que ha visto el mundo entero, que ha visto todo
lo que hay en el mundo23.

Lo que queda sin duda patente en las exposiciones universales es la existen-


cia de diferencias nacionales, reconociéndose en toda la producción elegida a
figurar en París: desde las series ilimitadas de objetos de la industria y las obras
de arte a las oleadas de visitantes. Así, Francisco de Luxán halla características
intrínsecas a cada nación en sus colecciones de artefactos; la producción de
Australia, Canadá o Rusia se caracteriza por su magnitud, la de Italia por su 271
belleza, la de Francia por el gusto, la de Inglaterra o Alemania por su solidez,
la de España por su abundancia24. Faustino Domínguez cree percibir, incluso,
los grandes rasgos que distinguen varios pueblos europeos:
En el Palacio de la industria el filósofo, el artista y el obrero, ven y
comparan: […] Allí se admira el carácter reflexivo, minucioso y
paciente de la Alemania y de las naciones del Norte: el genio industrial
de la Inglaterra y de la Francia y el espiritu arrogante y emprendedor de
los Estados-Unidos de América. El examen de la Esposicion equivale á
los viages y estudios de muchos años, pues solo por este medio puede
verse unido lo que elaboran países separados por distancias inmensas25.

Las exposiciones universales reproducen pues el mapamundi en el que se


van coloreando las áreas en blanco —en proceso de exploración—, acotán-
dose las fronteras de las jóvenes naciones al tiempo que se difunden regiones
con características específicas dentro de las viejas naciones. Es el momento en
el que se dan a conocer áreas regionales que, en algunos casos, pasan a ser
representativas de todo el país, como el Tirol de Austria, la Dalarna de Suecia,
las Pusztas de Hungría o la Andalucía de España26.

23 Frontaura, , p. .


24 Luxán, , p. .
25 Domínguez, , pp. -.
26 Eric Hobsbawm analiza la conexión política entre la recuperación de la cultura tradicional
(literatura, folclore, costumbres, atuendos, etc.) y los movimientos de unificación nacional. La
afirmación de la cultura vernácula como herencia del pueblo avanza un paso más al ser tomada
como un símbolo colectivo, del conjunto de la nación, pese a su desconocimiento por parte de la
comunidad. Esta recuperación —señala— es obra de una minoría perteneciente a la clase media
y alta (véase Hobsbawm, ).
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L’Espagne est différente


Los primeros viajeros románticos que, alejados de las rutas más académi-
cas del Grand Tour, recorren España son de origen inglés. Ellos fabrican una
imagen mítica de lo andaluz, antonomasia de lo español, atraídos por lo exó-
tico, lo pintoresco y sublime de la cultura, así como por los monumentos de
raigambre musulmana y, por extensión, oriental. Desde entonces España se
percibe como un país diferente, atrasado, primitivo, que contrasta con el
mundo civilizado y racional de la exitosa industrialización inglesa. El escritor
Arthur de Capell Brooke, tras su visita al mediodía español y al Norte de
África, concluye que no hay diferencias entre las gentes y la cultura de ambos
continentes, encontrando numerosos rasgos afines entre «la actual raza espa-
ñola» y los «moros»27.
A los ingleses les siguen los viajeros románticos franceses entre cuyos rela-
tos tomamos el testimonio de Antoine La Tour para ilustrar su deambular por
los tópicos nacionales.Ya en Fuenterrabía tropieza con las semejanzas entre las
272 gentes españolas y la raza árabe; el puerto de Pasajes le recuerda una pequeña
Constantinopla y, cuanto más avanza hacia el sur, más le sorprende la analo-
gía entre España y Oriente. La suya es una descripción de paisajes terrosos,
descarnados, de ciudades destartaladas, medio en ruinas, pobladas por gentes
míseras y castigadas por un clima ardiente28.
La célebre afirmación de Victor Hugo «España es medio africana, y África
medio asiática» incide en esta visión de lo español. Para Azorín este pensa-
miento encierra, pese a no ser rigurosamente cierto, el vínculo secular entre las
culturas de ambas márgenes del Mediterráneo, tomándose la cordillera del
Atlas como «frontera natural de la nación española»29.
Sin embargo, no pocas opiniones se alzan contra la versión exótica y redu-
cida de los viajeros románticos. El escritor y periodista Enrique Gil y Carrasco
critica, en , la simplificación de lo español en torno al estereotipo de lo
andaluz. Se pregunta quiénes son los habitantes de las provincias del interior
y del extremo occidental, qué opinan de ellos estos viajeros «¿O no son para
ellos España Castilla la Vieja, Extremadura, el reino de León y el de Galicia?»30.
Asimismo las exposiciones universales mantienen esa mirada sesgada sobre
lo español. Carlos Frontaura critica la reincidencia casi delictiva en un corto
repertorio de tipos y conceptos pintorescos. Ante la instalación española todo
el mundo espera emociones fuertes, a base de toreros y chulos, bailadores y
bailadoras, trajes históricos de Andalucía y Castilla desde tiempos del Cid; y
todo ambientado por la música española, mitad árabe mitad europea. Los

27 Bueno Fidel, , p. .


28 Latour, , pp. -.
29 Azorín,  pp. -.
30 Pérez Garzón, , p. .
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franceses, dice, «siempre son los mismos en esto de hablar de España; para
ellos España es un país donde no se piensa en otra cosa que en tocar las casta-
ñuelas, en robar en los caminos, y en pelar la pava»31. Una pueril curiosidad
mueve al público ante el maniquí de la gallega, ante los toreros de barro de
Granada, las hojas de Toledo y las guitarras, en cuyos objetos encuentra los ele-
mentos de ese cuadro de «la poética España» que, a su capricho, pintan los
novelistas de la otra parte de los Pirineos32.
En cambio, Francisco de Orellana opina de forma muy distinta; considera
que España debiera haber explotado más esa imagen mora que se le adjudica
en el imaginario colectivo europeo. Para él la cultura musulmana se asimila al
refinamiento estético, por ello hubiera preferido que la Comisión General
Española «se hubiese decantado por un estilo arquitectónico de carácter
oriental, porque lo oriental seduce al París de ». Añade a continuación:

Las formas del Oriente y el Imperio dan carácter a las instalaciones


del Campo de Marte, donde las águilas imperiales asoman sus cabezas
y por doquier se levantan construcciones arabescas tanto en los espa-
cios reservados a estos pueblos como en imitaciones en el cuarto fran- 273
cés en forma de pagodas y quioscos; incluso Rusia se presenta con un
palacio oriental. No hay duda, el orientalismo está de moda en París33.

Ya que los extranjeros, y más los franceses, suelen representar a España


«como el país de la Inquisición y de los toros, ó como la tierra clásica de las tra-
diciones, de los hábitos y de las costumbres moriscas», no ve inconveniente en
presentarse en París con esos rasgos que tanto les hechizan:
Sea ó no justo este modo de ver, puesto que no tenemos ya en España
Inquisición ¿por qué no habernos presentado á nuestros vecinos bajo el
aspecto de la ilusión prismática que tanto les embelesa? ¿Por qué no
haber sacado partido de esa debilidad, que como todas las debilidades,
cuesta y vale mucho? ¿Por qué no llevarles á París lo que sus artistas y
aficionados vienen á buscar á nuestra patria?34.

De hecho, muchos comentaristas franceses, como Charles Bigot, recono-


cen esa referencia casi inevitable del influjo oriental en la cultura española
presentada en París con motivo de las exposiciones universales35. En cual-
quier caso, y de un modo genérico, fuera de España se tiene un conoci-
miento muy vago de las gentes, la cultura y la historia españolas. Gerald Bre-
nan, en la introducción a su libro El laberinto español, recoge una cita de Karl

31 Frontaura, , pp. -.


32 Dalmases Balañá y Pitarch, , pp. -.
33 Orellana, , p. -.
34 Ibid.
35 Charles Bigot, «Correspondencia de París», Revista Contemporánea, n.o , -v-,
pp. -.
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Marx, quien observaba que en su tiempo el conocimiento de la historia de


España era en general imperfecto: «acaso no haya país alguno salvo Turquía
que sea tan poco conocido y tan mal juzgado por Europa como España»36.

Las gentes
Al marcar unas coordenadas básicas en las que encuadrar el pueblo español,
hay que traer a colación una sentencia de Cambó:
Independientemente de que exista un carácter del pueblo español, o
unos rasgos psicológicos y físicos del mismo, hay una voluntad de asig-
nárselos, buenos o malos, según las diversas coyunturas y conforme a
posiciones diversas: de poder,de victoria,de derrota,de amor o de odio37.

Esta «ciencia» que analiza el carácter de los pueblos data de mediados del
siglo xix. Alfred Fouillé en su Esquisse psychologique des peuples européens ya
otorga al español un carácter semiafricano, cruel, violento y áspero38. En la
274 misma época, y bajo semejante moda, aparecen versiones nacionales en las que
los mismos españoles trazan un perfil propio: en la obra colectiva Los españo-
les pintados por sí mismos, en Psicología del pueblo español de Rafael Altamira,
en el Idearium español de Ganivet, o en la abundante literatura costumbrista
(Mesonero Romanos, Galdós, Valera, Fernán Caballero o Pereda).
En general, el pueblo español es percibido como un pueblo marcado por el
individualismo y la búsqueda de la libertad. Descuella la idea de un pueblo
vital secularmente maltratado por sus gobernantes, asesorados por una aris-
tocracia viciada. Las clases altas se caracterizan por su tendencia a la holgaza-
nería y la ociosidad, a la que se suma un pronunciado sentido del honor de raíz
quijotesca, mientras que el pueblo es pleno depositario de la capacidad de
regeneración del país39. A esto se suma la fuerte impronta religiosa y una evi-
dente tendencia a la diversión y a la alegría.
Para aprehender la imagen del hombre español en el extranjero hemos de
hablar, en principio, del bandido y del torero, caracterizados por unos rasgos
agitanados, la piel curtida y las patillas en hacha. Hasta los operarios españo-
36 Esta sentencia aparece publicada en un artículo sobre la Vicalvarada en el New York Daily
Tribune de  de julio de  (véase Brenan, , pp. -).
37 Caro Baroja, , p. .
38 Ibid., p. .
39 Un ejemplo en Pardo Bazán,  b, p. . Comentando el fracaso español en la Exposi-
ción de París de  y proponiendo (como hará también Silio Cortés, ) un paralelo con
el desastre del , culpa siempre a las autoridades, no al pueblo: «Y esta vez, como antes, no serán
los soldados rasos, no será la masa anónima la que nos haya perdido. La masa se compone de
buena harina de trigo sano y sin tizón, de agua que brota en la peña, bajo las hayas y los carrasca-
les bravíos del monte. Falta la levadura. ¡Dios la envíe!». Los artículos sobre la exposición de 
aparecen publicados en El Imparcial y, posteriormente, reunidos en sus Obras Completas que co-
mienzan a editarse en .
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

les enviados a construir las instalaciones nacionales de las exposiciones uni-


versales registran estos atributos. La revista El Siglo Ilustrado entrega a sus lec-
tores un grabado en el que se representa «la diversidad de tipos, trajes y hasta
de caracteres de los obreros» procedentes de las diferentes naciones partici-
pantes en la Exposición Universal de  (fig. , p. ). A los trazos del lápiz
se suma un bosquejo literario en el que se muestra, de forma muy gráfica, las
peculiaridades de estos trabajadores. Se dice que el francés es trabajador y pri-
moroso, que el inglés prefiere la solidez y la belleza de la perfección, que el
holandés es callado y fumador empedernido, que el sueco es alegre y un tanto
perezoso, finalmente, del español sobran los epítetos. Únicamente se dice que
sería necesario traducirlo al castellano40. El tipo «españolizado» tan poco fre-
cuente en los tajos es una suerte de bandolero, ataviado de pañuelo a la cabeza,
patillas muy espesas y gran bigote.
Así no es extraño que, según relata Carlos Frontaura, visitante de la
Exposición Universal de , los franceses se sorprendieran al ver a un
español como él deambulando por las instalaciones, asombrándose de que
«las señoras españolas llevasen vestido largo y no enseñaran las pantorrillas, 275
y de que yo me permitiera usar levita y sombrero, y prescindiera de mi traje
de torero, con la moña correspondiente y la capa encarnada terciada y el
estoque en mano»41.
El corresponsal del periódico La Iberia para la Exposición Universal de París
de  critica sin ambages la sorna con que los artistas franceses representan
escenas y costumbres españolas. En sus obras se caricaturiza a los tipos nacio-
nales: mujeres de rasgos masculinos y brazos en jarras; hombres de patillas
deformes, frente arrugada y tez oscura; escenas con frailes, personajes ras-
gando la guitarra, arrieros guiando retahílas de burros, majos batiéndose al
hierro y escenas de toros, toreros y picadores; «de forma que los que ven estas
cosas creen que los españoles vivimos tocando la guitarra y que todos en
España somos toreros ú otra cosa parecida»42.
Estos tableaux vivants adjudicados a España por la intelectualidad europea
beben, en parte, de una tendencia castiza española presente en la pintura de
género costumbrista que afianza la identificación de España con lo andaluz
(toros, cigarreras, gitanos, bandoleros…)43. Eugenio de Ochoa percibe la per-
versión a la que arrastran estos temas castizos, teñidos de color local y presen-
tes en las obras enviadas por algunos pintores españoles en la Exposición Uni-
versal de ; escenas desmedidas, de mucho efecto —dice— pero en las que,
de modo recurrente, se incide en ciertas exageraciones:

40 «Trabajadores de la Exposición», El Siglo Ilustrado, n.o , -v-, p. .


41 Frontaura, , pp. -.
42 El Corresponsal [seudónimo], «Correspondencia con el extranjero, París  de mayo
al Sr. Director de La Iberia», La Iberia, n.o ., mayo de , p. .
43 Reyero y Freixa, , pp. -.
miscellanées

276

Fig. . — Exposición Universal. Tipos de empleados y trabajadores extranjeros,


publicado en  en El Siglo Ilustrado. El español es el segundo por la izquierda.
Se representa cubierto con pañuelo, traje serrano, gran bigote y fumando.
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

De lo que hoy se llama colorido local y antes se llamaba carácter, que


deben dar á los extranjeros una triste idea de la raza andaluza: las caras
y sobre todo las actitudes de los personajes en ellos representados, mas
que de hombres, parecen de monos. Recuerdan sin duda la naturaleza,
pero en caricatura: aquellas patillas disformes, aquellas cinturas que-
bradas, aquellas pequeñas y rugosas frentes, aquel color verdi-negro
subido, aquellos ojillos de papión enfadado, tendrán ciertamente
dechados vivos entre la gente torera; pero ruego á los franceses y sobre
todo á las francesas que no vean en ese échantillon tan desgraciado el
verdadero tipo nacional. Somos mejores que eso, por mas que digan ó
mas bien, por mas que pinten lo contrario44.

El casticismo de estos tipos queda cuestionado por el buen hacer de algu-


nos comisionados como José Emilio de Santos o José de Castro y Serrano.
Ofrecen a los extranjeros una estampa cabal, «una idea ventajosa de España
y de los españoles, y les habrán convencido de que en España hay más que
manolas y toreros, y de que nuestro atraso no es moral é intelectual, sino
material»45. Porque la verdadera intención nacional es —siguiendo a Fron-
taura— mostrarse «trabajadora, modesta, recogida, buscando la manera de 277
abrirse camino y no queriendo quedar detrás de nación alguna»; en fin, ofre-
cer una imagen de normalización46.
Respecto a la imagen femenina, la española se asocia a una mujer exube-
rante, decidida, segura de sí —Carmen—, el contrapunto al recato y la sumi-
sión de la mujer burguesa. Según Frontaura los franceses se sienten muy atraí-
dos por las «señorritas» [sic] españolas: «Para ellos son señorritas y andaluzas
todas las españolas, aunque sean rabaneras de la calle de Toledo ó andaluzas de
las montañas de Galicia»47.
Pese a esta generalización, las exposiciones universales dan a conocer otras
variedades regionales de la población española. En , el pintor Bernardo
López expone los retratos al natural de la nodriza de la Princesa de Asturias en
traje de pasiega, y la exposición siguiente alberga una muestra de trajes popu-
lares de diversas provincias españolas (murcianos, gallegos, navarros, catala-
nes) cuyos grabados son publicados en revistas de tirada nacional y extranjera.
En cuanto a los tópicos sobre variedades regionales españolas se tiende a asi-
milar la austeridad castellana con la figura del hidalgo del Siglo de Oro, mien-

44 Ochoa, , p. .


45 Frontaura, , p. . José Emilio de los Santos es jurado de la sección agrícola en la Ex-
posición de , individuo de la Comisión General, y representa a España en las conferencias de
la Sala Petit donde se encarga de difundir la situación española de las industrias extractivas y ele-
mentos agrícolas. En  participa en la Comisión Regia. José de Castro y Serrano asiste en cali-
dad de visitante a las exposiciones universales de  y , en las que trabaja como represen-
tante de las provincias ultramarinas. Ambos sostienen una importante labor divulgativa de su
estancia en París.
46 Frontaura, , pp. -.
47 Ibid.
miscellanées

tras que la sensualidad andaluza se asocia a la presencia musulmana. Por épo-


cas se detectan ciertas preferencias, así durante el romanticismo se prefiere la
España andaluza, mientras que en torno al  se constituye una versión más
severa de lo español, centrada en el castellanismo48.
No obstante, aún en , la imagen de España más habitual sigue siendo
la mujer andaluza, sin apenas matices. En la exposición parisina de ese año,
la base del gran Dombo central del Palacio de la Industria se decora con un
friso que representa la recepción de todos los pueblos del mundo por la
República francesa:
España veíase representada (como no podía menos de suceder), por
Andalucía, pero por una anomalía contraria á la práctica establecida,
compartía la representación de nuestra patria libre, feliz é independiente,
con Cataluña; particularidad digna de mencionarse por lo rara49.

El flamenco
278
La presencia del flamenco adopta tintes casi cómicos en las exposiciones
universales. Frontaura describe cruelmente un espectáculo presentado en
, deteniéndose en el zapateo descoyuntado de una cantaora vieja y des-
garbada, vestida a la española con un pedazo de tul a modo de mantilla, unas
castañuelas y un cante salpicado de interjecciones que no registra sino el dic-
cionario de la gente maleante50.
No alberga mejor opinión el periodista e ilustrador José Luis Pellicer del
espectáculo flamenco presentado en la Exposición de  por la inevitable
«troupe de gitanos con su capitán». En el escenario del Teatro Internacional se
representa: «el cuadro clásico de la flamenquería; con los jipios, voces roncas,
olés, taconeo, y demás detalles complementarios; el rasgueo monótono de la
guitarra, el baile sólo lascivo y provocador de mujeres desvergonzadas, y el
repugnante de esos chulos asquerosos que no parecen ni son hombres; el inter-
minable ay… ay… de voz aguardentada».
También observa la reacción del público internacional que:
Ante aquellos contoneos, exclamaciones y palmadas se impresio-
naba, como impresiona siempre lo raro é inesperado, y tomaba por un
momento como un cuadro de costumbres españolas lo que era nada

48 En pintura de paisaje se representa a Castilla como panorámica de la esencia española


(véase Pena López, ).
49 Pellicer, , p. . Posiblemente, la representación de Cataluña sea una forma de ho-
menaje por parte de la organización francesa para con la Exposición Universal organizada en
Barcelona en , que tan sólo un año antes había dado a conocer en Europa la pujanza y perso-
nalidad de Cataluña.
50 Frontaura, , pp. -.
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

más que prostitución de la vida expansiva y especial de Andalucía, la


cual tantas bellezas y tanto arte ofrece contenida en los límites de la pro-
ducción espontánea51.

Ese mismo año, también Emilia Pardo Bazán registra este espectáculo,
anunciado en la prensa «con bombo y platillos» hasta convertirse «en verda-
dero rendez-vous, no sólo de los caballeros, sino de damas ilustres y celebrida-
des europeas». No obstante, a su juicio, las gitanas de la Exposición «se pasan
de feas, traperas, descocadas, inhábiles en bailar y aguardentosas en cantar».
La estrella de la compañía es la Macarrona, a la que los espectadores «consi-
deran una hurí, una Carmen, y se pirran por sus pataditas y sus quiebros»
(fig. ). Cree, en definitiva, que tal vez actúen convencidas de que «el carácter
es la exageración y la grosería», por lo cual «toman cada postura y se permi-
ten cada desplante que abochorna», mientras «los que las jalean, compiten
con ellas en descaro»52.

279

Fig. . — Le Tour du Monde. En Espagne, Fontarabie. Exposición Universal de París, .


Como en los relatos de Antoine La Tour, España y el flamenco empiezan ya en Fuenterrabía.

51 Pellicer, , pp. -.


52 Pardo Bazán, , p. . Estas cartas que Doña Emilia envía a la revista La España Mo-
derna son reeditadas en sus obras completas bajo el título A los pies de la torre Eiffel.
miscellanées

Pese a este histrionismo mal interpretado, lo cierto es que la «kermesse fla-


menca» entusiasma sobremanera al público parisino. Le Figaro, periódico de
gran popularidad, incluye en su fiesta de clausura de , precisamente, este
tipo de espectáculo junto a piezas de Music-Hall, juegos de manos, clowns y
pantomimas, entre las que se encuentra Gitano-Bill, título elocuente y ecléc-
tico donde los haya53.

Los toros
Como ya hemos señalado, en fecha tan temprana como la Exposición Uni-
versal de , ya previene Eugenio de Ochoa sobre el excesivo «efecto» de algu-
nos temas taurinos enviados por pintores españoles:
Los Sres. Espinosa y Castellano (D. Manuel) que uno y otro han
enviado escenas tauromáquicas de mucho efecto, algunas de demasiado
efecto, como los Caballos muertos en una corrida, grupo repugnante en
demasía y en el que es lástima que haya ejercido su fácil pincel el señor
280 Espinosa. Añadiré que, por regla general, hay en todos esos cuadros de
toros y toreros ciertas exageraciones de lo que hoy se llama colorido local
y antes se llamaba carácter54.

No obstante, el primer gran escándalo taurino llega en la siguiente exposi-


ción. No hay pluma española que no manifieste un profundo rechazo ante la
instalación de un toro disecado con las armas del toreo en el pabellón de
España de la Exposición Universal de . En opinión de Inchaurrandieta, se
trata de un gran descuido, por:
cuanto que hay que luchar con una opinión fuertemente arraigada en
las masas de otros países, […] opinión que contribuyen á sostener cier-
tos publicistas de poca conciencia, y nosotros mismos con nuestras
exposiciones de toros y de toreo55.

Por su parte, Gautier, junto con varios miembros del Jurado internacional,
señala que en el monumental pabellón español, aparte de la exposición de las
colonias:
Il n’y a guère à remarquer, comme spécimen de l’industrie espagnole,
qu’un taureau empaillé, héros malheureux d’une course; […]. La
société protectrice des animaux n’a donc pas encore pénétré en
Espagne56.

53 IOB [seudónimo], «Crónicas de la Exposición de París», La Ilustración Española y Ame-


ricana, n.o , , p. . Este mismo año, el coronel W. F. Cody presenta el espectáculo cono-
cido como Buffalo Bill.
54 Ochoa, , p. .
55 Rogelio Inchaurrandieta Páez, «Exposición Universal de », Revista de Obras
Públicas, vol. , n.o , , pp. -.
56 Gautier, , p. .
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

Francisco de Orellana se pregunta qué significado tiene un toro de plaza


embalsamado junto a los arreos de torear ante la sala de instrucción prima-
ria57. También Joaquín Costa contempla atónito este toro y considera equivo-
cada a la comisión española «permitiendo la exhibición de este objeto que dio
margen á maliciosos improperios y hablillas poco decorosas». Afirma, no obs-
tante, que hubiera disculpado la exhibición de este toro en la sección dedicada
a la Historia del trabajo, como recuerdo del pasado superado y de unas cos-
tumbres modificadas por el avance de la instrucción y el progreso industrial;
quedando, además, excusado si la galería de las máquinas estuviese repleta58.
Poco a poco, la oposición entre tauromaquia y progreso va tomando
forma. La afición y los símbolos taurinos se van transformando —en la
pluma de autores franceses y españoles— en el ejemplo más directo de la falta
de progreso en España. Con evidente humor hay quien piensa, por ejemplo,
que el resultado más sensible del desarrollo del ferrocarril —metáfora del
progreso— es en España completamente distinto al desencadenado en los
demás países europeos:
[Los ferrocarriles] en todos los países del mundo han centuplicado la 281
circulación, han aumentado por consiguiente la riqueza, han estendido
la civilización, han borrado los instintos bárbaros […en cambio] puede
decirse que el único resultado de los ferrocarriles en España ha sido
aumentar las corridas de toros: ántes se necesitaban dias para que una
cuadrilla de toreros fuese desde Madrid á Sevilla, á Valencia ó Zaragoza;
ahora no se necesitan mas que horas59.

No obstante, en los interesados remilgos de los autores franceses, parece


latir un interés que va más allá de la simple curiosidad y que, en posteriores
exposiciones universales, no dejará de mostrarse: «No hay francés que no
hable de la barbaridad de las corridas de toros, y regularmente cuantos vienen
á España se aficionan á esta fiesta»60. La mayoría de escritores extranjeros con-
sideran las corridas como la única industria del país, pues interesa negar a
España todo avance industrial, enfatizando aquellos rasgos atávicos más san-
guinarios y primitivos. Cualquier indicio de modernidad debe ser eliminado
para destacar el radical atraso de España y su dramático contraste con el des-
arrollo francés. Francia se reivindica así como el gran tutor de España, como
la hermana mayor encargada de despertarla de su letargo. Tales maniobras
eran anunciadas por Ventura Ruiz Aguilera en :

57 Orellana, , p. .


58 Costa, , pp. -. Atendiendo al testimonio de Ventura Ruiz Aguilera, la sociedad
protectora de animales protestó ante la celebración de las corridas de toros por lo que se les se-
rraron hasta la mitad las astas y las puntas fueron protegidas con goma elástica. No sin sorna,
Ventura califica estos encierros como «corridas de ovejas» (véase Bueno Fidel, , p. ).
59 Soriano Fuertes, , pp. -.
60 Mariquita Ponteelmanto [seudónimo de Carlos Frontaura], «Exposición de
París. Carta segunda», El Cascabel, n.o , mayo de , pp. -.
miscellanées

París, con ser París, no hará caso de nuestros libros, ni de nuestras


ciencias, ni de nuestros hombres de más valor en cualquier sentido,
pero en la Exposición Universal hará justicia a nuestros progresos, aco-
giendo con generales aclamaciones de entusiasmo al lidiador X, que
hizo un quiebro con la gracia y serenidad del mundo, y al espada Z, que
tendió á sus pies de un solo pinchazo al bicho más bravo61.

En , el artículo «L’Espagnol recalcitrant», publicado en la prensa fran-


cesa y recogido por Ángel Fernández de los Ríos, aún abunda en esta oposición
entre industria y toreo. En el texto se considera a España como el país en el que
«la industria ha encontrado menos adeptos desde que el mundo es mundo».
Con tales prejuicios sólo se espera que aporte a la Exposición de ese año «man-
tillas», «ojos negros» y «toreros»62. Afortunadamente, Fernández de los Ríos
comprueba, recordando el , que, esta vez, no «campean en sitio preferente,
y como trofeo nacional, la cabeza de toro mal disecada, y las herramientas del
arte del toreo»63.
Ante la timidez española, en la Exposición Universal de  es la propia
282 organización francesa la que anima este tipo de diversiones que se habían reve-
lado, pese a todo, como éxitos de público, organizando varias corridas. En
general, las diversiones orientalistas (como la rue du Caire), o los espectáculos
coloniales, irán adquiriendo, según se acerque el fin de siglo, una mayor aten-
ción y espacio, a medida que en las exposiciones lo recreativo comience a pre-
valecer sobre lo expositivo-educativo. En este ambiente, los siempre atractivos
y pintorescos temas «españoles» encajan a la perfección.
Ese año, Emilia Pardo Bazán glosa con humor un artículo aparecido en Le
Figaro bajo el título «Fisiologías cosmopolitas vistas en la Exposición. El espa-
ñol». Allí se anuncian los espectáculos taurinos, pues
París se ha inclinado ante España. Ha hecho a la tiesura castellana, al
orgullo andaluz […] el inesperado sacrificio, la inmensa concesión, el
favor excepcional de adoptar una diversión de origen extranjero64.

Doña Emilia va desgranando, con un anónimo interlocutor español, todos


los tópicos:
A los banderilleros los llama banderillos. Dice que por aquí andan, en
espera de los toritos traducidos al francés, todos los afficiados de la Plaza
[…]. Dice muy serio que toditos los españoles gastamos patillas cortas
y simétricas […]. Y que fumamos cigarros «inmensos»65.

61 Ventura Ruiz Aguilera, «Revista de la semana», El Museo Universal, n.o , ,
p. .
62 Bueno Fidel, , p. .
63 Fernández de los Ríos, , p. .
64 Pardo Bazán,  a, p. .
65 Ibid.
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

Las corridas celebradas en la plaza levantada para la Exposición de  sur-


tirán efectivamente a Le Figaro de abundante material para la crítica (espe-
cialmente la polémica corrida del  de julio)66. Tales atenciones, no obstante,
promoverán aún más su éxito de público y su inclusión en posteriores convo-
catorias, especialmente, como veremos, en . En esa fecha la contami-
nación taurina es ya de tal calibre que persigue a Emilia Pardo Bazán hasta
la sección de «sombrillas y abanicos»:
Al curiosear este escaparate, las parisienses darán crédito a la leyenda
según la cual todas las españolas corren enloquecidas a la Plaza de Toros
a embriagarse de sangre. Sombrillas amarillas y encarnadas; abanicos
con episodios de la lidia; carteles en seda, de la corrida, por supuesto, es
lo que abunda y se mete por los ojos67.

París 1900
La resistencia ante esta postal castiza se hace cada vez más compleja. Su pre-
sencia se alarga y con las convulsiones de finales de siglo se entremezcla en los 283
debates sobre la identidad nacional. Los partidarios de la «regeneración» de
España se debaten entre el casticismo y el europeísmo, entre la tradición y el
progreso, entre el acervo cultural y el esfuerzo modernizador, entre el orgullo
y la vergüenza de ser español68. Casi todos, sin embargo, mantienen un
rechazo frontal a la imagen que devuelve el deformante espejo francés e inten-
tan sacudirse esa imagen folclórica de España. En la Exposición de  dice
Reparaz que el colmo de la inoportunidad hubiese sido presentarse en París
recordando «nuestros antecedentes orientales y berberiscos»:
Servimos y hemos de servir para algo más que para presentar una
de las notas pintorescas destinadas a combatir el aburrimiento uni-
versal. No está de más ante estas gentes que se empeñan en mirarnos
como un pueblo de «toreadores», de inquisidores y de frailes el
recuerdo de nuestras Universidades de Alcalá y Salamanca, florecien-

66 Por decisión ministerial, Mariano Hernando es autorizado a organizar en París, durante


la Exposición Universal, corridas de toros «sans effusion de sang ni mauvais traitements en-
vers les animaux engagés». Próxima al Campo de Marte se levanta una plaza de toros de ma-
dera, proyectada por el arquitecto Edmond Bequet. El escándalo surge el  de julio durante
la tercera corrida, presidida por la reina Isabel, cuando Lagartijo, a petición del público y con
la aprobación de la Presidencia, da muerte al toro Renegado (véase Georges Grison en Le
Figaro,  de julio de ). Hay desmayos, las damas abandonan el recinto, se prohíbe «la con-
tinuation du massacre» y la plaza se cierra hasta el  de julio (véase Demory, ). Ade-
más de La Plaza de Toros de l’Exposition, durante la Exposición de  celebran corridas Les
Arènes Parisiennes, La Gran Plaza de Toros y, sobre todo, La Gran Plaza de Toros du Bois de
Boulogne.
67 Pardo Bazán,  b, p. .
68 Suárez Cortina, .
miscellanées

tes cuando la mayor parte de las de hoy famosas no existía y cuna de


la Lingüística, de la Física, de la Historia Natural […] que los españo-
les al descubrir la mitad del globo en los siglos xv y xvi, transforma-
mos o fundamos con los nuevos elementos de estudio que las nuevas
tierras suministraron69.

Por eso la Comisión española de  pretende evidenciar, además del pro-
yecto civilizador que entrañó el descubrimiento del Nuevo Continente, el
grado de adelanto industrial operado en los últimos años, demostrando «que
hay en nuestra patria algo mas que esa plaga de flamenquismo que, no con-
tenta con invadirlo ahí todo, ha querido ostentar aquí algo como la represen-
tación española, gracias, en parte, á complacencias de quienes mayor empeño
debieran haber puesto en impedirlo»70.
Desafortunadamente, el viejo arquetipo folclórico no era fácil de desterrar.
Mientras la delegación española en la Exposición de  decía esforzarse en pre-
sentar una España culta y europea, la organización francesa presentaba una
atracción titulada L’Andalousie au temps des maures. La instalación, que obtuvo
284 una gran acogida del público,fue diseñada por el arquitecto francés Dernaz y des-
plegaba, sobre una amplia extensión en el Trocadero, una inenarrable colección
de estereotipos orientalistas que nada agradaron a los visitantes españoles (de
Pardo Bazán a Silió), aún no recuperados del desastre del  (fig. ). El barrio
incluía todos los tópicos de la españolada: recreaciones del Sacromonte y de La
Alhambra,reproducciones de casas de la provincia de Toledo,un barrio africano,
una pista de torneos para luchas entre moros y cristianos, asaltos a caravanas,
bodas gitanas y actuaciones de grupos flamencos y bailarinas españolas; y todo
presidido por una Giralda totalmente dorada a la que se podía subir en burro71.
César Silió Cortés no puede menos que lamentar la falta de oportunidad del
espectáculo, «con su Giralda, y sus gitanos, su rasguear de guitarra, y sus can-
taoras, como si se empeñara en recordar a la gente que ésta es una nación petri-
ficada y no un pueblo vivo»72. También relaciona el desastre del  y la Expo-
sición de  —para él «Otro desastre más»—, afirmando que:
Nuestra «leyenda de oro» quedó borrada hace dos años con la paz de
París. La «leyenda negra», la que nos pinta como un pueblo de toreros y
chulos,refractario a la moderna cultura,más africano que europeo,debió
haber muerto ahora en París también y no hemos acertado a matarla.
Antes parece que nuestro empeño todo se cifra en que circule libre de tra-
bas por el mundo. ¡Exponemos cantaores y no exponemos máquinas!73.

69 Gonzalo de Reparaz, «La Exposición Universal de París», La Ilustración Española y Ame-


ricana, n.o , , p. .
70 Juan Bautista Enseñat, «Crónicas de la Exposición de París. Secciones españolas», La
Ilustración Artística, n.o , , p. .
71 Bueno Fidel, , pp. -.
72 Silió Cortés, , p. .
73 Ibid., p.  (la cursiva es original).
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

285

Fig. . — L’Andalousie au temps des maures. Les Arènes.


La pista de torneos y la Giralda. Exposición Universal
de París,  (Arquitecto Dernaz).

Tanto es así que llega a afirmar, al visitar L’Andalousie del Trocadero, que
«dando vueltas a la imaginación llegue a pensar que, a sernos dado volver a
aquellos tiempos, habríamos acudido más decorosamente a la Exposición»74.
A pesar de que la reproducción de la Giralda gusta a Emilia Pardo Bazán75,
la impresión general es pésima, no por la calidad de la instalación sino por lo
que suponía de asentamiento del estereotipo. La escritora gallega advierte que
el espectáculo se completa con «unos empleados de pésima educación, que
para mayor color local molestan al público en vez de atraerle» (fig. , p. ).
Alfonso de Mar, otro de los corresponsales en la Exposición, critica duramente
tales exhibiciones de españolismo:

74 Ibid., p. .
75 Pardo Bazán,  a, p. . Cada vez más, la industria del entretenimiento se asocia con
decoraciones orientalistas. La Alhambra y la Giralda, por ejemplo, se convierten en iconos uni-
versales. Por estas mismas fechas, el Madison Square Garden de Nueva York se corona también
con una reproducción de la Giralda, convirtiéndose en el mirador más alto sobre la ciudad, con
un uso panorámico similar a la torre Eiffel. Véase La Giralda de Nueva York.
miscellanées

286

Fig. . — L’Andalousie au temps des maures. Les Gitanes.


El Sacromonte, Exposición Universal de París, .

[Una] trouppe de gitanos, machos y hembras, de cantaores y bailao-


res, guitarreros y otras calamidades flamencas estaban ya en su puesto
de honor, desde el primer día, siendo, creo yo, la única instalación his-
pana que no se ha hecho esperar y que no ha andado con retraso. Lo
cual demuestra una vez más que en España no hay más que una insta-
lación bien organizada y es la del flamenquismo […, describe] los
extraños berridos, […] la chulita no fea que se descoyuntaba las cade-
ras, bailando una danza intestinal […] el españolismo abigarrado que
debiéramos esconder como se esconde una úlcera, en vez de exhibirlo
con gracia; españolismo que se implantó en la capital francesa hace
doce años, cuando la otra Exposición y que hoy apesta ya y promueve
solo una mueca de mal disimulado hastío y desprecio entre los france-
ses y extranjeros que lo contemplan76.

En cualquier caso, y a pesar de tales resistencias, el tópico está ya plena-


mente asentado como uno de los capítulos esenciales en la industria del
entretenimiento. Muchas de estas representaciones estereotipadas de las
naciones se prolongan en el siglo xx, cómodamente instaladas en sus casi-
llas del imaginario universal. Persisten también las resistencias, pues, lógica-

76 Alfonso de Mar, «París y la Exposición: Impresiones a vuela pluma», Hispania, n.o ,
, pp. -.
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada

mente, «Francia no es la cocotte, como España no es el torero o el fraile, ni


Inglaterra es el pick-pocket»77. En  Bruselas es sede de una nueva exhibi-
ción universal y, de nuevo, tanto la comisión española como los visitantes
asisten a una revisión de la imagen de España en el mundo, en la que inva-
riablemente se dan cita el folclore andaluz y la monumental Granada78. Allí,
triunfa de nuevo la españolada79, bien representada, por ejemplo, por las
obras del pintor Ignacio Zuloaga que conocerán el éxito internacional mien-
tras reciben un tímido reconocimiento en España. De hecho, algunos noven-
tayochistas comenzarán a criticar el exceso de amaneramiento de las obras
de Zuloaga y sus seguidores, especialmente esa propensión al «pastiche» que
les recordaba demasiado la antigua imagen romántica de España destinada
al viajero extranjero. Darío de Regoyos será uno de los más críticos con el
exceso de tipismo de sus obras, demasiado vueltas, a su juicio, hacia el
pasado. Otros, sin embargo, como José Ortega y Gasset, verán en la obra de
Zuloaga una expresión de la genial resistencia española a la cultura moderna,
cerrando el círculo del discurso sobre una identidad nacional que ha seguido
debatiéndose entre la nostalgia y el progreso: 287
Es la española una raza que se ha negado a realizar en sí misma aque-
lla serie de transformaciones sociales morales e intelectuales que lla-
mamos Edad Moderna. La civilización ha avanzado, ha construido
nuevas formas de vida […]. Los pueblos que se han sometido a este
cambio del medio histórico han renunciado a perseverar en su ser […]
y han comprado el bienestar, el poderío, la moralidad y el saber, a cam-
bio de esa renuncia. Como Fausto, han vendido su alma o porciones de
ella para mejorar su fortuna.
Nuestro pueblo, por el contrario, ha resistido: la Historia moderna
de España se reduce, probablemente, a la historia de su resistencia a
la cultura moderna. China o Marruecos han resistido también, se
dirá. Pero la cultura moderna es genuinamente la cultura europea, y
España la única raza europea que ha resistido a Europa. Este es su
gesto, su genialidad…80.

77 Aubert, , p. .


78 Rodríguez Domingo, .
79 El término «españolada» ha hecho fortuna para designar algunos de estos aspectos más
tópicos de la imagen nacional. La Real Academia Española de la Lengua otorga esta voz al
extranjero que en el aire, traje y costumbres parece español, pero también a la acción, espectá-
culo u obra literaria que exagera y falsea el carácter español. En cambio, el Diccionario de Auto-
ridades recoge únicamente la primera acepción, por lo que el sentido despectivo del mismo ha
de responder a una cronología más reciente. Uno de los primeros en utilizar esta palabra en letra
impresa, precisamente por estas mismas fechas, es Unamuno: «A este respecto, he de hacer notar
que llaman en Portugal hespanholadas a lo que en España llamamos portuguesadas, y que lo más
probable es que tengamos razón todos, ellos y nosotros, viendo cada cual en el vecino el defecto
que nos es común», en «El Pueblo Español», Las Noticias,  de abril de . Véase Unamuno,
, vol. , pp. -.
80 Ortega y Gasset, , vol. , pp. -.
miscellanées

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Palabras clave
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