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Velázquez
Numéro 35-2 (2005)
Lire les territoires des sociétés anciennes
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Référence électronique
Luis Sazatornil Ruiz et Ana Belén Lasheras Peña, « París y la españolada », Mélanges de la Casa de Velázquez [En
ligne], 35-2 | 2005, mis en ligne le 27 octobre 2010. URL : http://mcv.revues.org/2245
DOI : en cours d'attribution
París y la españolada
Casticismo y estereotipos nacionales
en las exposiciones universales (1855-1900)
1 Este trabajo, realizado en el año por Javier Noya a instancias del Real Instituto Elcano
de Estudios Internacionales y Estratégicos, se inserta en el ambicioso programa «Proyecto Marca
España», que tiene por objeto valorar la imagen española en el extranjero, en el actual mundo
globalizado, por tratarse de un activo fundamental de los intereses económicos y políticos inter-
nacionales del país. Entre otras medidas, contempla la creación de un «Observatorio Perma-
nente de la Imagen de España en el Exterior» desde donde plantear un seguimiento multidisci-
plinar de la percepción española en otros países. Derivas semejantes de este organismo son, por
ejemplo, en el Reino Unido, la Britain Abroad Task Force o, en Alemania, el Concept
(http://www.realinstitutoelcano.org/publicaciones/libros/Imagen_de_Espana_exterior.pdf).
El presente artículo recoge algunas de las conclusiones obtenidas en el curso de la investigación
«España en París. La arquitectura de los pabellones y los visitantes españoles en las exposiciones
universales, -», proyecto acogido al Plan Nacional de I+D+I (-) del Ministerio
de Ciencia y Tecnología (BHA--C-).
2 Esta percepción diferenciada entre España y Europa es cuestionada en el estudio de Santiago
González-Varas Ibáñez bajo el ya elocuente título España no es diferente (González-Varas
Ibáñez, ).
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9 Pageaux, . El interés por los monumentos españoles y, en concreto, andaluces es anali-
zado en Galera Andreu, . Un seguimiento de la influencia española en la pintura fran-
cesa (Daumier, Regnault, Manet…) o en la música (Bizet, Ravel, Debussy…) es realizado por
Bonnaffoux, .
10 Juderías Loyot, y Arnoldsson, .
11 Hazard, .
12 Núñez Florencio, .
luis sazatornil ruiz y ana belén lasheras peña parís y la españolada
Fantasmagorías de la cultura:
las exposiciones universales
Desde mediados del siglo xix las exposiciones universales se configuran como
el laboratorio perfecto para la búsqueda de lenguajes e imágenes de validez uni-
versal.Allí conviven,en sólo aparente armonía,los más manidos estereotipos his-
tóricos nacionales con los últimos avances técnicos e industriales.También allí se
franceses, dice, «siempre son los mismos en esto de hablar de España; para
ellos España es un país donde no se piensa en otra cosa que en tocar las casta-
ñuelas, en robar en los caminos, y en pelar la pava»31. Una pueril curiosidad
mueve al público ante el maniquí de la gallega, ante los toreros de barro de
Granada, las hojas de Toledo y las guitarras, en cuyos objetos encuentra los ele-
mentos de ese cuadro de «la poética España» que, a su capricho, pintan los
novelistas de la otra parte de los Pirineos32.
En cambio, Francisco de Orellana opina de forma muy distinta; considera
que España debiera haber explotado más esa imagen mora que se le adjudica
en el imaginario colectivo europeo. Para él la cultura musulmana se asimila al
refinamiento estético, por ello hubiera preferido que la Comisión General
Española «se hubiese decantado por un estilo arquitectónico de carácter
oriental, porque lo oriental seduce al París de ». Añade a continuación:
Las gentes
Al marcar unas coordenadas básicas en las que encuadrar el pueblo español,
hay que traer a colación una sentencia de Cambó:
Independientemente de que exista un carácter del pueblo español, o
unos rasgos psicológicos y físicos del mismo, hay una voluntad de asig-
nárselos, buenos o malos, según las diversas coyunturas y conforme a
posiciones diversas: de poder,de victoria,de derrota,de amor o de odio37.
Esta «ciencia» que analiza el carácter de los pueblos data de mediados del
siglo xix. Alfred Fouillé en su Esquisse psychologique des peuples européens ya
otorga al español un carácter semiafricano, cruel, violento y áspero38. En la
274 misma época, y bajo semejante moda, aparecen versiones nacionales en las que
los mismos españoles trazan un perfil propio: en la obra colectiva Los españo-
les pintados por sí mismos, en Psicología del pueblo español de Rafael Altamira,
en el Idearium español de Ganivet, o en la abundante literatura costumbrista
(Mesonero Romanos, Galdós, Valera, Fernán Caballero o Pereda).
En general, el pueblo español es percibido como un pueblo marcado por el
individualismo y la búsqueda de la libertad. Descuella la idea de un pueblo
vital secularmente maltratado por sus gobernantes, asesorados por una aris-
tocracia viciada. Las clases altas se caracterizan por su tendencia a la holgaza-
nería y la ociosidad, a la que se suma un pronunciado sentido del honor de raíz
quijotesca, mientras que el pueblo es pleno depositario de la capacidad de
regeneración del país39. A esto se suma la fuerte impronta religiosa y una evi-
dente tendencia a la diversión y a la alegría.
Para aprehender la imagen del hombre español en el extranjero hemos de
hablar, en principio, del bandido y del torero, caracterizados por unos rasgos
agitanados, la piel curtida y las patillas en hacha. Hasta los operarios españo-
36 Esta sentencia aparece publicada en un artículo sobre la Vicalvarada en el New York Daily
Tribune de de julio de (véase Brenan, , pp. -).
37 Caro Baroja, , p. .
38 Ibid., p. .
39 Un ejemplo en Pardo Bazán, b, p. . Comentando el fracaso español en la Exposi-
ción de París de y proponiendo (como hará también Silio Cortés, ) un paralelo con
el desastre del , culpa siempre a las autoridades, no al pueblo: «Y esta vez, como antes, no serán
los soldados rasos, no será la masa anónima la que nos haya perdido. La masa se compone de
buena harina de trigo sano y sin tizón, de agua que brota en la peña, bajo las hayas y los carrasca-
les bravíos del monte. Falta la levadura. ¡Dios la envíe!». Los artículos sobre la exposición de
aparecen publicados en El Imparcial y, posteriormente, reunidos en sus Obras Completas que co-
mienzan a editarse en .
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El flamenco
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La presencia del flamenco adopta tintes casi cómicos en las exposiciones
universales. Frontaura describe cruelmente un espectáculo presentado en
, deteniéndose en el zapateo descoyuntado de una cantaora vieja y des-
garbada, vestida a la española con un pedazo de tul a modo de mantilla, unas
castañuelas y un cante salpicado de interjecciones que no registra sino el dic-
cionario de la gente maleante50.
No alberga mejor opinión el periodista e ilustrador José Luis Pellicer del
espectáculo flamenco presentado en la Exposición de por la inevitable
«troupe de gitanos con su capitán». En el escenario del Teatro Internacional se
representa: «el cuadro clásico de la flamenquería; con los jipios, voces roncas,
olés, taconeo, y demás detalles complementarios; el rasgueo monótono de la
guitarra, el baile sólo lascivo y provocador de mujeres desvergonzadas, y el
repugnante de esos chulos asquerosos que no parecen ni son hombres; el inter-
minable ay… ay… de voz aguardentada».
También observa la reacción del público internacional que:
Ante aquellos contoneos, exclamaciones y palmadas se impresio-
naba, como impresiona siempre lo raro é inesperado, y tomaba por un
momento como un cuadro de costumbres españolas lo que era nada
Ese mismo año, también Emilia Pardo Bazán registra este espectáculo,
anunciado en la prensa «con bombo y platillos» hasta convertirse «en verda-
dero rendez-vous, no sólo de los caballeros, sino de damas ilustres y celebrida-
des europeas». No obstante, a su juicio, las gitanas de la Exposición «se pasan
de feas, traperas, descocadas, inhábiles en bailar y aguardentosas en cantar».
La estrella de la compañía es la Macarrona, a la que los espectadores «consi-
deran una hurí, una Carmen, y se pirran por sus pataditas y sus quiebros»
(fig. ). Cree, en definitiva, que tal vez actúen convencidas de que «el carácter
es la exageración y la grosería», por lo cual «toman cada postura y se permi-
ten cada desplante que abochorna», mientras «los que las jalean, compiten
con ellas en descaro»52.
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Los toros
Como ya hemos señalado, en fecha tan temprana como la Exposición Uni-
versal de , ya previene Eugenio de Ochoa sobre el excesivo «efecto» de algu-
nos temas taurinos enviados por pintores españoles:
Los Sres. Espinosa y Castellano (D. Manuel) que uno y otro han
enviado escenas tauromáquicas de mucho efecto, algunas de demasiado
efecto, como los Caballos muertos en una corrida, grupo repugnante en
demasía y en el que es lástima que haya ejercido su fácil pincel el señor
280 Espinosa. Añadiré que, por regla general, hay en todos esos cuadros de
toros y toreros ciertas exageraciones de lo que hoy se llama colorido local
y antes se llamaba carácter54.
Por su parte, Gautier, junto con varios miembros del Jurado internacional,
señala que en el monumental pabellón español, aparte de la exposición de las
colonias:
Il n’y a guère à remarquer, comme spécimen de l’industrie espagnole,
qu’un taureau empaillé, héros malheureux d’une course; […]. La
société protectrice des animaux n’a donc pas encore pénétré en
Espagne56.
61 Ventura Ruiz Aguilera, «Revista de la semana», El Museo Universal, n.o , ,
p. .
62 Bueno Fidel, , p. .
63 Fernández de los Ríos, , p. .
64 Pardo Bazán, a, p. .
65 Ibid.
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París 1900
La resistencia ante esta postal castiza se hace cada vez más compleja. Su pre-
sencia se alarga y con las convulsiones de finales de siglo se entremezcla en los 283
debates sobre la identidad nacional. Los partidarios de la «regeneración» de
España se debaten entre el casticismo y el europeísmo, entre la tradición y el
progreso, entre el acervo cultural y el esfuerzo modernizador, entre el orgullo
y la vergüenza de ser español68. Casi todos, sin embargo, mantienen un
rechazo frontal a la imagen que devuelve el deformante espejo francés e inten-
tan sacudirse esa imagen folclórica de España. En la Exposición de dice
Reparaz que el colmo de la inoportunidad hubiese sido presentarse en París
recordando «nuestros antecedentes orientales y berberiscos»:
Servimos y hemos de servir para algo más que para presentar una
de las notas pintorescas destinadas a combatir el aburrimiento uni-
versal. No está de más ante estas gentes que se empeñan en mirarnos
como un pueblo de «toreadores», de inquisidores y de frailes el
recuerdo de nuestras Universidades de Alcalá y Salamanca, florecien-
Por eso la Comisión española de pretende evidenciar, además del pro-
yecto civilizador que entrañó el descubrimiento del Nuevo Continente, el
grado de adelanto industrial operado en los últimos años, demostrando «que
hay en nuestra patria algo mas que esa plaga de flamenquismo que, no con-
tenta con invadirlo ahí todo, ha querido ostentar aquí algo como la represen-
tación española, gracias, en parte, á complacencias de quienes mayor empeño
debieran haber puesto en impedirlo»70.
Desafortunadamente, el viejo arquetipo folclórico no era fácil de desterrar.
Mientras la delegación española en la Exposición de decía esforzarse en pre-
sentar una España culta y europea, la organización francesa presentaba una
atracción titulada L’Andalousie au temps des maures. La instalación, que obtuvo
284 una gran acogida del público,fue diseñada por el arquitecto francés Dernaz y des-
plegaba, sobre una amplia extensión en el Trocadero, una inenarrable colección
de estereotipos orientalistas que nada agradaron a los visitantes españoles (de
Pardo Bazán a Silió), aún no recuperados del desastre del (fig. ). El barrio
incluía todos los tópicos de la españolada: recreaciones del Sacromonte y de La
Alhambra,reproducciones de casas de la provincia de Toledo,un barrio africano,
una pista de torneos para luchas entre moros y cristianos, asaltos a caravanas,
bodas gitanas y actuaciones de grupos flamencos y bailarinas españolas; y todo
presidido por una Giralda totalmente dorada a la que se podía subir en burro71.
César Silió Cortés no puede menos que lamentar la falta de oportunidad del
espectáculo, «con su Giralda, y sus gitanos, su rasguear de guitarra, y sus can-
taoras, como si se empeñara en recordar a la gente que ésta es una nación petri-
ficada y no un pueblo vivo»72. También relaciona el desastre del y la Expo-
sición de —para él «Otro desastre más»—, afirmando que:
Nuestra «leyenda de oro» quedó borrada hace dos años con la paz de
París. La «leyenda negra», la que nos pinta como un pueblo de toreros y
chulos,refractario a la moderna cultura,más africano que europeo,debió
haber muerto ahora en París también y no hemos acertado a matarla.
Antes parece que nuestro empeño todo se cifra en que circule libre de tra-
bas por el mundo. ¡Exponemos cantaores y no exponemos máquinas!73.
285
Tanto es así que llega a afirmar, al visitar L’Andalousie del Trocadero, que
«dando vueltas a la imaginación llegue a pensar que, a sernos dado volver a
aquellos tiempos, habríamos acudido más decorosamente a la Exposición»74.
A pesar de que la reproducción de la Giralda gusta a Emilia Pardo Bazán75,
la impresión general es pésima, no por la calidad de la instalación sino por lo
que suponía de asentamiento del estereotipo. La escritora gallega advierte que
el espectáculo se completa con «unos empleados de pésima educación, que
para mayor color local molestan al público en vez de atraerle» (fig. , p. ).
Alfonso de Mar, otro de los corresponsales en la Exposición, critica duramente
tales exhibiciones de españolismo:
74 Ibid., p. .
75 Pardo Bazán, a, p. . Cada vez más, la industria del entretenimiento se asocia con
decoraciones orientalistas. La Alhambra y la Giralda, por ejemplo, se convierten en iconos uni-
versales. Por estas mismas fechas, el Madison Square Garden de Nueva York se corona también
con una reproducción de la Giralda, convirtiéndose en el mirador más alto sobre la ciudad, con
un uso panorámico similar a la torre Eiffel. Véase La Giralda de Nueva York.
miscellanées
286
76 Alfonso de Mar, «París y la Exposición: Impresiones a vuela pluma», Hispania, n.o ,
, pp. -.
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Palabras clave
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