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Algo acerca de James Matthew Barrie y los juegos secretos.

James Matthew Barrie era


escocés y nació en 1860. Su padre era un tejedor manual. Su madre se llamaba Margaret
Ogilvy. Barrie tenía nueve hermanos, el preferido de Margaret, David, murió a los trece años
a causa de un accidente mientras patinaba sobre el hielo. Esa muerte deprimió mucho a
Margaret y Barrie hizo todo lo que pudo por alegrarla. Procuró parecerse a su hermano
hasta el punto en que no se notara la diferencia, Barrie llegó a ponerse la ropa de su
hermano, e imitó su silbido en la esperanza de engañar a su madre con aquel disfraz. El
resultado fue que se profundizó el horror.
A los 25 años Barrie ya era periodista en Londres, escribía crónicas de partidos de
cricket, Le gustaba mucho ese deporte. Tenía un equipo integrado entre otros por Sir Arthur
Conan Doyle, poco después empezó con los libros, o sea, a escribir. Eran libros sencillos
los primeros y alcanzó rápidamente el éxito. Se convirtió en un hombre inmensamente rico y
famoso. Cuentan que sólo los niños se sentían siempre a gusto con Barrie, su
comportamiento intimida casi siempre a los mayores porque parece que era un hombre muy
silencioso, era capaz de pasar largas horas en el más absoluto mutismo.
Con las mujeres no tuvo una vida demasiado borrascosa, se casó con Mary Ansell a
quien conoció en unas audiciones para el estreno de la obra "Walker, London". Muchos
años después Barrie supo, gracias a la confesión de su jardinero que había visto todo, que
su esposa Mary andaba con un abogado amigo de la casa. Hubo divorcio. En un intento
para evitar que la publicidad trastornara su carrera de escritor, se preparó una petición en la
que se solicitaba a la prensa que tratara aquel asunto con discreción. La petición la
firmaban, entre otros, Henry James.
En un momento de su carrera Barrie escribió una biografía de su madre que tituló "Margaret
Ogilvy", este libro contiene la frase reveladora de toda su literatura:

"El horror de mi infancia es que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería
renunciar a mis juegos y eso me parecía intolerable, resolví seguir jugando en secreto".

De todos sus juegos, de todos sus libros, el más célebre fue "Peter Pan". Barrie murió a
los 77 años, en 1937.
Pero volvamos a la frase "Resolví seguir jugando en secreto". Quisiera decir algo acerca
de "resolví seguir jugando en secreto". El mundo que nos toca vivir nos tienta con el
progreso personal, con el ingreso a los circuitos de consumo y con la plena posesión de los
derechos de la adultez. Por cierto, se fomenta la admiración por la precocidad, nos encanta
que los niños vivan situaciones adultas. Ahora bien... ¿Qué es una situación adulta?
Según parece, tener deseos sexuales y ansias de posesión. O quizás adquirir cierto aplomo
mundano que permite usar palabras tales como: "igualmente", "saludos por su casa", o
"muy amable de su parte".
Bueno, a todo esto contesto que para ser un imbécil no hay apuro. La precocidad de un
niño pianista es admirable, la precocidad de un miserable que aprendió demasiado pronto
los riesgos de prestar libros es basura.
Como quiera que sea, el mundo exige abandonar los juegos y progresar, y los que se
quedan jugando reciben desprecio y burla. Por eso hay quienes, como Sir James Barrie,
resuelven seguir jugando en secreto. Hay personas que sin que nadie lo sepa recorren las
calles, y juegan. No pisan las baldosas azules para no matar ángeles y sí las rojas para
matar demonios o juegan a que morirán si se cruzan con una rubia en la siguiente cuadra, o
gritan en los zaguanes, o pisan las hojas secas para deleitarse con el crujido.
Pero no nos engañemos, estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica. Se
trata de seguir, en secreto, profesando una moral heroica, de seguir creyendo. De creer, no
con la estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a
acomodarse en un universo burgués de mezquindad; de seguros contra robos y de
electrodomésticos como parámetros de dicha.
James Barrie no quería crecer, Peter Pan no quería crecer. No querían crecer en el peor
de los sentidos, no querían esa mediocre resignación que algunos llaman madurez.
Yo he resuelto seguir jugando en secreto: juego a que un buen verso salva una vida, juego a
que el amor es más importante que la prosperidad, juego a enloquecerme con un acorde, a
creer que lo mejor de la vida todavía no sucedió.
Claro que allí están las personas razonables que pueden despreciarme y decirme Peter
Pan, y se ríen de nuestros juegos y de nuestros sueños. Bien está. Para ellos es todo el
mundo, el mundo de los adultos y de los burgueses, el mundo de la televisión, el mundo de
los concursos o del rating. Atención, no el mundo de los juegos. Porque los juegos, el sueño
secreto de la juventud, son cosa... de gente seria.

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