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Thomas Calvo, Alonso de Contreras y Otras Vidas de Soldados (1600-1650)
Thomas Calvo, Alonso de Contreras y Otras Vidas de Soldados (1600-1650)
Thomas Calvo
http://books.openedition.org
Edición impresa
Fecha de publicación: 24 octubre 2019
ISBN: 9788490962183
Número de páginas: VIII-334
Referencia electrónica
CALVO, Thomas. Espadas y plumas en la Monarquía hispana: Alonso de Contreras y otras vidas de
soldados (1600-1650). Nueva edición [en línea]. Madrid: Casa de Velázquez, 2019 (generado el 26
février 2020). Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/cvz/9414>. ISBN: 9788490962190.
T HOM A S C A LV O
ESPADAS Y PLUM AS
EN L A MONARQUÍA HISPANA
alonso de contr er as
y otr as vidas de soldados
(1600-1650)
M A D R I D 2 019
Directeur des publications : Michel Bertrand
Coordinateur du service des publications : Richard Figuier
Éditrice : Sakina Missoum
Secrétariat d’édition : Isabel López-Ayllón Martínez
Mise en pages et traitement des illustrations : Agustina Fernández Palomino
Couverture : Olivier Delubac
ISBN : 978-607-544-072-9.
© El Colegio de Michoacán, A.C.
Centro Público de Investigación
Martínez de Navarrete núm. 505, Col. Las Fuentes
59699 Zamora, Michoacán, México
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A la ocasión la pintan calva, con un solo pelo para poder asirla. Sin embargo,
en el caso de este libro fue diferente. Nació sin cabello alguno, cuando a finales
de la década de 1980, en una de mis conversaciones con Jean-Pierre Berthe, que
nunca tenían otra meta que recorrer el tiempo y deleitarse, me habló de la auto-
biografía de un soldado español, un tal capitán Contreras. En mi siguiente viaje
a Madrid tuve la oportunidad de comprar el libro y, al leerlo, me fascinó. Pero no
tenía por dónde, ni cómo asir esa vida de soldado: era algo como Los tres mos-
queteros, mejorado, más real, con más nervio. Poco más tarde, al leer a Francisco
Tomás y Valiente, en un estudio sobre la tortura, descubrí la existencia de otra
autobiografía, con un tono más barroco, la de Diego Duque de Estrada2. La leí,
pero la ocasión seguía calva, pues no veía cómo relacionar dos objetos tan dispares.
Además, mis intereses entonces, aunque relacionados con la Monarquía Hispánica
en el siglo xvii, parecían alejados de las vidas de soldados, se dirigían más hacia
portentosas imágenes santas, otros granos de arena dentro del mismo costal.
Un primer cabello brotó poco después. Fue otra vez gracias a Jean-Pierre Berthe,
mientras comentábamos a doble voz el Discurso de mi vida de Alonso de Contre-
ras, cuando me señaló que el dicho capitán, al terminar de escribir su autobiografía,
tuvo una segunda vida, esta vez en Nueva España, ya que fue capitán del presidio
de Sinaloa, después castellano de San Juan de Ulúa. Concluyó diciéndome que pen-
saba escribir un artículo sobre ello, ya que nadie parecía saberlo, o por lo menos
tomarlo en cuenta. Había un cabello al que aferrarse, pero no era para mí, pensé.
Por desgracia, Jean-Pierre nunca escribió dicho artículo. Por los años de 2010,
en una librería de viejo encontré otra vida de soldado, la de Miguel de Castro. No
fue, entonces, empatía lo que resentí, sino vibraciones, hondas: a través de las
1
«La ocasión hace al ladrón».
2
Más adelante, por supuesto, daremos más precisiones bibliográficas.
2 introducción
frases mal escritas —dicen—, de las circunstancias sin relieve, me hice joven
soldado español por las calles —más bien los tejados— de Nápoles, hacia 1610;
disfruté paisajes lluviosos de las campiñas napolitanas donde nunca fui. Ya la
ocasión tenía mechones por todas partes.
Pero mi pretensión —la del discípulo— era mayor: quería escribir todo un
libro sobre las andanzas del capitán Alonso de Contreras por las Indias Occi-
dentales (mapa 1). Al final, el maestro tenía razón: los seis o siete años que
el soldado pasó en Nueva España se prestaban a uno o dos artículos, como
veremos adelante, pero no más3. ¿A qué se debía esto? No tanto al tiempo trans-
currido en esas Indias, sino a que hay que dividirlo en dos etapas, más tres
estancias de varios meses en México, poco o mal aprovechadas, lo que hace que
todo esté desmenuzado, sin muchas peripecias. Aunque los cargos sean de bas-
tante lustre, es probable que la actuación del capitán en cada uno de ellos haya
sido de poca sustancia, por la brevedad o debido a la novedad para alguien pro-
cedente del Viejo Mundo; y, tal vez, también por el cansancio, pues don Alonso
ya rondaba los sesenta años. En definitiva, la hebra por donde jalar era delgada.
Pero eso lo fui analizando con el tiempo. Mientras, me iba documentando.
Enseguida descubrí que hacia 1600-1650 —términos amplios— había más que
una arboleda, casi un verdadero bosque de vidas4 de soldados españoles, redac-
tadas «con sus pulgares», como escribió Miguel de Cervantes, al cual, hasta
cierto punto podríamos incluir entre ellos5. Como se aclara más adelante,
son por lo menos siete6. Aunque sus hazañas estén sobre todo centradas en el
Mediterráneo —Malta, Nápoles y Palermo son sus bases predilectas de opera-
ciones—, están presentes en todas partes donde las armas españolas triunfan o
se quiebran, de Lepanto a Nördlingen, pasando por La Mahometa; y, aún más
allá, de Transilvania a Orán, de los Países Bajos a Mombasa y Goa. Es, pues,
toda una cabellera la que nos ofrece, al final, la ocasión.
Al avanzar, averigüé que ya muchos la habían peinado, aunque parcialmente,
y de forma diferente7. Nadie se había atrevido a unir esos relatos en una trenza
3
Véase la Parte III de este libro: «Una vida después del Discurso de mi vida».
4
Por comodidad, para no caer en un anacronismo, preferimos este término con cursivas, que
adoptamos a partir de ahora, al de autobiografía.
5
Véase el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
6
Véase el cap. ii de este libro: Un «bosque de vidas». Por razones varias, no hemos incluido la
vida de Catalina de Erauso, la monja alférez.
7
El primero en hacer cierta sistematización, al publicar varias de esas vidas en 1956, fue José
María Cossío en Autobiografías de soldados, donde juntó las obras de Jerónimo de Pasamonte,
Alonso de Contreras, Diego Duque de Estrada y Miguel de Castro, sin un análisis detallado. En un
trabajo pionero Pope, 1974, dedicó algunos apartados a los mismos personajes y añadió a Domingo
de Toral y Valdés, en un capítulo intitulado, no muy acertadamente «Los aventureros»; con menos
acierto todavía Pasamonte y Diego Suárez Montañez se encuentran en el capítulo «Los estableci-
dos». El propósito de Levisi, 1984 es más coherente, pero sigue siendo limitado, no tanto porque
sólo trata de tres vidas, sino porque después de una breve introducción las analiza, por separado,
sobre todo a nivel psicológico y literario. A partir de este conjunto, siguen otros estudios. La veta
cultural es la más explotada, de hecho, es notable, por su enfoque, Juárez Almendros, 2006.
una historia que pudo ser o no ser
3
única. Por supuesto, todos los comentaristas pensaban en el trauma que suponía
una monarquía que declinaba, así como su impacto sobre sus servidores más
directos y dolientes, los soldados, pero no analizaban nada más allá de la reac-
ción personal, de lo psicológico o de la apariencia y, en realidad, no ligaban a los
individuos con su geografía, su universo político, sus sociedades —el contexto en
su conjunto—, tal como se reflejan en las obras de estos militares. Esta podía ser
nuestra oportunidad y algo de ello se manifiesta en el segundo capítulo.
Asimismo, no se puede obviar la herencia del individualismo renacentista.
No podemos olvidar que son historias de una sola vida, aun sin alcanzar la
inquietud introspectiva de Michel de Montaigne o Teresa de Jesús. Sobre todo
proceden de la savia novelesca, picaresca y autobiográfica que recorre La lozana
andaluza y El lazarillo de Tormes hasta El buscón y Estebanillo González, sin
dejar de lado las comedias de Félix Lope de Vega, al cual debe tanto el Discurso
de mi vida de Contreras8. Todos estos elementos, aunque de forma indirecta,
fueron poderosos incentivos, como para sentarse una mañana y llenar en pocos
días cuadernos enteros con sus hazañas y otras tropelías —en el caso de Con-
treras—, o destilar a lo largo de su existencia, página tras página, los recuerdos de
una vida novelada y engalanada de sedas y bastante fatuidad, como en el caso
de Diego Duque de Estrada.
Las vidas de soldados no son, sin más, juegos de individualidades, más o
menos estables, perturbadas o incluso paranoicas, ni tampoco pretextos para
reconstruir un fresco grandioso, pero sin aliento, sobre la Monarquía. Hemos
querido vivir con esta, en sus entrañas, algunos episodios en los cuales nues-
tros soldados, o sus congéneres, estuvieron implicados, ya que nadie conoció
tan de cerca, hasta en su carne y sus cicatrices, los trastornos de la fortuna por
los que atravesó ese ente casi planetario que fue el Imperio hispánico, de Sici-
lia al archipiélago filipino. Este país insular, Filipinas, que origina las tensiones
más intensas, pone al descubierto los fallos y las inconsecuencias de una admi-
nistración incapaz de medir las secuelas de sus decisiones, tesis esencial de los
capítulos referentes a «los socorros de Filipinas» (1613-1620)9, donde el destino
personal de Contreras se teje con la voluntad obtusa del Estado moderno en
ciernes y el destino del distante archipiélago. ¿Lo universal ligado a lo particular,
lo monstruoso con lo minúsculo? No olvidemos que detrás de las escamas del
Leviatán hay también hombres, instrumentos de sus designios: ¿el propio rey,
sus ministros? Advertimos al lector que en esa balanza entre lo macroscópico y
lo microscópico, entre el surgimiento del Estado moderno y la zozobra del barco
de Alonso de Contreras en la bahía de Cádiz, nunca pretendimos lograr el equi-
librio. El fiel de la báscula se fue del lado del engendro monstruoso, con toda su
inclemencia, pues esta era para el discurso o algunas circunstancias inevitables10,
con su contradicción insuperable, una ambición desmedida, universal, de raíz
8
Véase el cap. i de este libro: «Discurso y vida del capitán Alonso de Contreras».
9
Véanse los caps. iii y iv de la Parte II de este libro.
10
Sobre el concepto de «clemencia» en la justicia de la Monarquía, Hespanha Botelho, 1993.
una historia que pudo ser o no ser 5
providencialista y unos medios cada vez más acotados. Pero, como subraya-
mos, la maquinaria que vive en sus entrañas tiene carne y sangre, entreteje sus
propios destinos; en este caso, desde el príncipe Filiberto de Saboya, e incluso
Felipe III, hasta Contreras y el último de los marinos, pasando por algunas
intermediaciones esenciales, como la de Juan Ruiz de Contreras, secretario del
Consejo de Indias, o de Francisco de Tejada, presidente de la Casa de la Con-
tratación en Sevilla, durante los años 1616-1617.
¿En qué medida, en esa madeja colosal que representa la Monarquía His-
pánica, cada uno es capaz de aprovechar sus propias ocasiones, tirando de su
hilo? Por lo menos lo intentó el capitán Contreras a partir de 163511, ya con
más de cincuenta años, siguiendo a un posible patrón, Lope Díez de Aux y
Armendáriz, marqués de Cadereyta, virrey de Nueva España (1635-1640). Esto
demuestra que el espejismo indiano sigue activo, en esa fecha ya avanzada,
y que no hay edad para sucumbir ante él. Otra vez, el destino individual se
enreda con el de la Monarquía, la cual conoce un cambio radical de política,
precisamente en ese ámbito americano. La lógica marítima triunfa sobre la
continental, aunque de manera más o menos solapada, implícita, pues también
nuestros soldados tropiezan con la gran estrategia imperial. Aquí, Contreras,
como castellano de San Juan de Ulúa, estuvo en el corazón del dispositivo. Otra
enseñanza: la epidermis del Leviatán era reacia a las variaciones y, al final, la
Armada de Barlovento, en parte creación de Cadereyta, fue un fracaso. Y lo indi-
vidual va por el mismo camino, tanto en Sinaloa como en San Juan de Ulúa, ya
que Contreras sigue haciendo lo que sabe, cabalgar a la cabeza de sus soldados,
dar ejemplo, gastar su energía en obras de construcción, olvidarse de las reglas
y de la jerarquía burocrática.
Con esto se plantea una gran pregunta, esencial cuando se trata de una
máquina tan compleja como un imperio sin puesta de sol: ¿cómo tener
pleno dominio sobre cada pieza del engranaje, humano, administrativo en
un marco espacial tan dilatado? Ya en otra parte, y de manera más general,
hemos dado elementos de respuesta, en particular a través de lo que podría
llamarse —con precaución— «una política salarial»12 . Al presente seremos
más limitados: ¿Qué se requiere para ser capitán de presidio y castellano de
una de las llaves del Imperio? ¿Cómo, muy en concreto, frey don Alonso de
Contreras, caballero de la Orden de Malta, logró tales cargos? Se trata de llegar
al hombre y sus ocasiones, a través de instituciones, circunstancias, decisio-
nes. Si la Monarquía Hispánica supone esa pesadez administrativa, esa carga
humana, supone también la circulación de hombres, noticias, ideas, conceptos
y actitudes: todo ello dentro de fronteras dilatadas, a escala de un mapamundi,
y siempre conflictivas. Es lo que surge en los dos últimos capítulos. Están, en
parte, estructurados en noticias y fronteras, de Filipinas al Caribe, en el séptimo
y los conceptos —en particular, el honor— y sus sellos sobre la sociedad y la
11
Véase la Parte III de este libro: «Una vida después del Discurso de mi vida», así como los
caps. v y vi.
12
Berthe, Calvo, 2011.
6 introducción
13
¿Es necesario rehabilitar ese sentimiento dentro de nuestra cultura y sus ciencias sociales?,
véase Gonzalbo Aizpuru, 2013.
14
Tal vez sea algo entre «la objetividad de la historia y la subjetividad del historiador», Ricœur,
2015, p. 30.
15
Sobre esa discusión, Huizinga, 1977. Véanse también buena parte de los capítulos de
Ginzburg, 2010.
16
Por supuesto es, hasta cierto punto, un anexo de la Monarquía, no una pertenencia de esta.
una historia que pudo ser o no ser 7
17
Otros, como Fernand Braudel, hacen de ella la virtud excelsa del historiador, véase Andrade,
2010, p. 591.
18
Véase el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
19
Juárez Almendros, 2006.
8 introducción
Si consultamos las efemérides, nos dicen que, a lo largo del siglo xvii, Europa
apenas conoció nueve años de paz o de tregua1. La guerra está presente en todas
partes, pero ¿de igual manera?
En primer lugar, tendremos que distinguir entre conceptos y situaciones,
guerra y soldados, Francia y España, por ejemplo. Hasta el sitio de Fuenterra-
bía, en 1638, España extendió la guerra fuera de sus fronteras y, después,
logró contenerla en espacios alejados como el Franco Condado, Flandes o
Italia, salvo algunos «episodios nacionales» en Portugal o Cataluña. A princi-
pios del siglo, Francia salió de una serie de graves turbulencias, luego se rozó
en sus fronteras nororientales con la Guerra de los Treinta Años y su frontera
norte estaba abierta a los aludes desde Flandes. Sobre todo como plataforma
central en Europa, tuvo que luchar a la vez en dos o tres frentes y vio pasar
tropas de un extremo al otro, mientras dejaba por todas partes un sendero de
miserias y crueldades. El concepto de guerra no lucía de igual manera, pues
fue teatro de guerra, sol de gloria para unos como el español Calderón de la
Barca e infierno de guerra, sol de desesperanza para otros, como el lorenés
Jacques Callot (fig. 1). Y así lo era en cuanto al soldado, pues se reflejaba en
las mismas aguas.
1
Parker, 2013, p. 78, es aún más pesimista, ya que no identifica más que tres años de calma militar.
14 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Los dos espejos que presentamos (el texto y el grabado) —cada uno con la
genialidad de su autor— son más complejos que el rápido acercamiento que
hemos esbozado. Por lo tanto, tampoco pueden ser una puesta en abismo de cada
lado de los Pirineos. Calderón pinta al soldado, a ese ser abnegado, víctima de
su propia representación, casi mártir en el altar del honor y de la lealtad. Callot
escribe que en la guerra, con sus excesos, el soldado se olvidó de ser un héroe
inmaculado y vestido de honestidad, motivo por el que se reveló como un instru-
mento brutal de castigo. Y es que el artista es natural de Lorena, mitad francés y
mitad germánico, y la Guerra de los Treinta Años es su universo.
Luz y sombra, son dos testimonios que parecen encontrados, aunque en
algún punto se juntan. El dramaturgo español pintó «la firmeza» de un soldado
«honrado, pobre y desnudo», pues entendía aquí la honradez como honra,
honestidad en el sentido del siglo xvii. El grabador francés nos habla del rigor
y la templanza de la compañía de soldados alineados en la parte izquierda, y
que asisten al ahorcamiento de la pandilla de ladrones —tal vez sus anti-
guos compañeros desertores—: lúgubre árbol frutal. Y su oficial, con la mano
tendida, domina toda la escena y alecciona; parece surgir del teatro de
Calderón de la Barca.
Sin embargo, en profundidad y al elevarnos sobre ambos «preciosos»
testimonios, descubrimos que están en un punto de inflexión. En la España de
Calderón, la nobleza del soldado se estaba opacando. En la Francia de Callot se
abría un largo camino que llevará a la gloria de «los soldados del Año II [1794]»,
según los versos épicos de Víctor Hugo.
capítulo primero
I. — ABRIENDO EL OPUS
1
«Presenté mis papelillos en Consejo de Guerra», en Contreras, Discurso de mi vida, p. 132.
La edición de Henry Ettinghausen (1988) parece la más cómoda, pues contiene una excelente
introducción, la más fiel al manuscrito. Salvo otra indicación, el texto citado de Alonso de Contreras
pertenecerá a dicha edición.
2
Véase el episodio en Contreras, Discurso de mi vida, p. 120. Aunque empieza sus hazañas
matando a otro niño con el «cuchillo de las escribanías», p. 70.
16 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
3
Ibid., p. 232.
4
Ibid., p. 251.
5
Ha dictado: «Llegó el Infante Cardenal que esté en gloria» (Contreras, Discurso de mi vida,
p. 254). El infante Fernando alcanzó la gloria celestial el 9 de noviembre de 1641.
6
Ibid., cap. vi: «De castellano de san Juan de Ulúa a sargento mayor del reino (1638-1643)».
7
Como ya se ha notado, vida es sinónimo en el contexto hispano de lo que mucho más tarde se
denominará autobiografía. Para que se incluya en el diccionario de la Real Academia Española
(RAE) hay que esperar a 1884.
8
Contreras, Aventuras del capitán, p. xii («Introducción» de José Ortega y Gasset).
9
Contreras, Discurso de mi vida, p. 229.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 17
10
Contreras, Aventuras del capitán, p. xxxvi («Introducción» de José Ortega y Gasset);
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 80 y 174.
11
Contreras, Aventuras del capitán, pp. xi y xli («Introducción» de José Ortega y Gasset).
12
Lope de Vega Carpio, Peribáñez y el comendador de Ocaña, drama de la honra villana, escrito
entre 1610-1614. También Rojas Zorrilla, Del Rey abajo, ninguno, p. 384: «¿Y el Rey, que los cielos
guarden / me envía contra Algecira / por Capitán de sus haces, / siendo en su opinión villano?».
13
Contreras, Discurso de mi vida, p. 223. La obra de Lope se publicó en Madrid en 1625,
en Lope de Vega Carpio, Segunda parte de la Veinte. El encuentro entre ambos es ante-
rior, por supuesto, aunque Contreras, quien está reñido con la cronología, como veremos,
lo sitúe después de los hechos acontecidos en noviembre de 1625, véase Pelorson, 1970,
pp. 253-276.
18 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
14
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 70-72.
15
Ibid., pp. 72 y 77.
16
Título que dio Contreras al «Libro primero» de su Discurso de mi vida.
17
Contreras, Aventuras del capitán, p. xxiv («Introducción» de José Ortega y Gasset).
18
Sobre las fechas de ese período no hay absoluta claridad, en particular en el Discurso de mi
vida. En su memorial de servicios de 1633, sólo se dice que pasó a España, insistiendo sobre su
estancia y actuación en Malta: «Le aprobó el Consejo de Guerra por alférez del capitán don Pedro
Xaraba del Castillo» (AGI, Indiferente general, 111, N. 144). El memorial de 1645 es más preciso y
discurso y vida del capitán alonso de contreras 19
algo divergente: «En el de 600 vino a España con licencia donde el de [160]3 se le sentó de alférez»
(AGS, Guerra, Servicios militares, 91), pero eliminando lo de la Orden de San Juan y Malta.
19
Sobre la Orden de San Juan de Jerusalén, véase Rivero Rodríguez (coord.), 2009.
20
«Dedicatoria», en Lope de Vega Carpio, El rey sin reyno.
21
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 120-122.
22
Quienes han comparado los dos textos, subrayan un claro comparatismo, véanse Pelorson,
1970, pp. 271-276 y Domínguez Flores, inédita, pp. 45-47.
23
Contreras, Discurso de mi vida, p. 229.
20 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
24
Ibid., p. 132. El hecho es que pasó de dos a tres años en Valladolid, hacia 1601-1603, sin ir a ver
a su madre a Madrid, aun con todo lo que escribe. Hay aquí algo intrigante, pues existe el bautizo
de un niño, Francisco Alonso de Roa Contreras, en la iglesia de San Esteban, una de las parro-
quias de Valladolid, el 7 de junio de 1603 (véase FamilySearch, disponible en línea) [consultado
el 22-02-2019], hijo de Alonso de Roa Contreras y Antonia de León. Las fechas por lo tanto coin-
ciden. Sabemos que hay entonces homónimos, como un tal Alonso de Roa Contreras, que pasó a
Perú en 1593, pero ¿regresó después? (AGI, Indiferente general, 2101, N. 19). Se conoce también al
propio tío de nuestro héroe llamado, asimismo, Alonso de Roa Contreras, un correo del Rey (AGI,
Indiferente general, 428, L. 33, fo 177), que vivía en Valladolid hacia 1620 (Contreras, Discurso de
mi vida, p. 215), y que fue padrino del futuro capitán (ibid., p. 69). Existen varias posibilidades: que
nuestro héroe sea el padre del niño es una de ellas, con el interés entonces de saber lo que ocurrió.
Entonces ¿por qué no relata dicho episodio? En su Discurso de mi vida contó cosas muy reprensi-
bles, como dar a una mujer «en las asentaderas dos rebanadas [con su espada] como un melón»,
matar a su esposa adúltera (Contreras, Discurso de mi vida, pp. 156-158 y 189). ¿Se negaría a
transcribir la muerte o abandono de un hijo? Pero no podemos, por falta de elementos certeros,
colgar el sambenito a nuestro Alonso.
25
Ibid., p. 218.
26
Véase Parte II de este libro: «Los socorros de Filipinas (1613-1620): el fracaso de un gran
designio imperial».
discurso y vida del capitán alonso de contreras 21
con «los míos [navíos]». De una forma muy casual, menciona al «otro capi-
tán», sin mayor precisión, pues resulta que el cabo de los dos galeones fue «el
otro», don Bernardino de Múxica, quien recibe las instrucciones para el viaje el
18 de septiembre de 161827. Todo bien pensado, esta omisión es pecado venial y
como esta hay muchas en el Discurso de mi vida aunque, en realidad, poco nos
importa. No cazamos realidades pretéritas y siempre dudosas, sino personali-
dades, con sus libertades y sus prisiones mentales28.
Es decir, los imperativos de la política militar española se imponían cada
vez más, y la Guerra de los Treinta Años había empezado en 1618, mien-
tras el centro de gravedad de este guerrero y después caballero de la Orden
de San Juan era poco a poco más occidental, continental y administrativo.
Entendió, al cabo de los años, que había que servir a un señor, pero que este
no fuera el rey, tan comprometido con todos y alejado de la gente menuda.
Sin que sepamos por qué, escogió —si es que pudo hacerlo— como patrón
a Manuel Alonso de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, embajador en
Roma29. Y ahí lo encontramos, en octubre de 1630, redactando su vida. Lo siguió
a Nápoles cuando este fue nombrado virrey y entró en el círculo de sus favo-
recidos. Se le dio el grado de capitán de caballos corazas, culminación de
su carrera militar, y las funciones de gobernador y capitán a guerra de El
Águila [L’Aquila], causando, por donde pasaba, revuelo e inquietud. Acabó
con la paciencia de su protector y, cuando volvió a tomar la pluma en 1633,
dijo estar «en desgracia del conde mi señor». De regreso a Madrid, hacia
el mismo año, tuvo otro desencuentro burocrático, ya que el secretario del
Consejo de Guerra se burló de él, diciendo «que había sido capitán de caba-
llos de tramoya»30. Nada podía herir más a nuestro capitán y, es probable que
fuera entonces cuando decidió introducir una relación de sus méritos en el
Consejo de Indias, a la vez que solicitaba, de nuevo, el puesto de almirante
en alguna parte de las Indias. Y pasó al Nuevo Mundo en 1635, pero esta es otra
historia que no se cuenta en el Discurso de mi vida, aunque sí es de mucho
interés para nosotros31.
¿Este relato podría servir de apoyo para entender por qué, durante un tiempo,
este «espadachín matamoros» trocó la sangre por la tinta? Sin duda, en 1630, en el
ambiente de la ciudad pontificia, mientras cumplía funciones medio diplomáticas,
a la sombra de un gran señor, al acercarse a los cincuenta años, podía pensar que
su vida estaba dando un vuelco y que era momento de reflexionar. Es posible, pero
27
AGI, Santo Domingo 869, leg. 7, fos 36r-38r. Es probable que se tratara de uno de los miembros
de la familia Lezcano-Múxica, establecida en Canarias y Puerto Rico.
28
Sobre la expedición al Caribe, véase Contreras, Discurso de mi vida, cap. xiii.
29
Rivas Albaladejo, 2010, pp. 703-749. Este grande de España fue dos veces embajador en
Roma (1622 y 1628-1631), virrey de Nápoles (1631-1637), entre otros cargos. Por lo demás, no era
mala elección como patrono, pues era cuñado de Olivares.
30
Contreras, Discurso de mi vida, p. 254.
31
AGI, Indiferente general, 111, N. 144. Fue vista en consejo el 8 de noviembre de 1633. Véase
la Parte III de este libro: «Una vida después del Discurso de mi vida».
22 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
32
Como ya se ha mencionado con anterioridad, evitamos el término «autobiografía» y, por lo
tanto, todos los debates que giran a su alrededor en esa época y en el ámbito hispánico. Sobre el tema,
la literatura es más que abundante, y nos remitimos a ella, con las posturas encontradas de Lejeune,
1974, y Pope, 1974. Nuestro punto de vista es abierto por completo, de la misma manera que los de
Henry Ettinghausen o Margarita Levisi: si no hay autoanálisis en lo que escriben los autores de vidas
entre 1500 y 1600, dichas obras son sumamente evocadoras del mundo interior de nuestros héroes,
«y esto sobre todo por lo que nos dicen acerca de las tensiones creadas en la personalidad altamente
conflictiva y angustiada de su autor, tensiones para las que el propio acto autobiográfico fue sin duda
un intento de superación»; aquí Ettinghausen introduce a Duque de Estrada, Comentarios del
desengañado de sí mismo, p. 62. También compartimos lo escrito por Estévez Regidor en su prólogo a
la edición de Vida del soldado Miguel de Castro (Estévez Regidor, 2013, pp. 7-28).
33
Contreras, Discurso de mi vida, p. 157.
34
Contra quien fue su general, en particular, don Juan de Fajardo. Véase Contreras, Discurso
de mi vida, p. 221: «Pluguiera a Dios fuera general de toda esta armada el buen Rivera», y no
Fajardo.
35
Ibid., p. 228.
36
Morel-Fatio, Discurso verdadero, p. 152.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 23
Todo esto es de interés decisivo en el plan personal. Pero tenemos que buscar
a otro nivel esa alianza de «la espada y la pluma», sin recurrir por fuerza al
archimodelo de los Commentarii de bello Gallico de Julio César. Otra vez,
la edición de 1943 que prologó Ortega y Gasset nos lleva a la reflexión: Las
aventuras del capitán Alonso de Contreras —título postizo— que se publicó
en la colección «Aventureros y tranquilos. Memorias, diarios, biografías»,
enunciación un poco sorpresiva, pero que aproxima con acierto la tempestad
interior y la serenidad de la escritura. Sobre todo, el emblema de la colección
es el Doncel de Sigüenza, caballero que murió cuando luchaba en las vegas de
Granada en 1486, inmortalizado en un túmulo de mármol, revestido con su cota
de malla y sus armas, mientras lee un libro (fig. 2). En el contexto de los siglos xvi
y xvii, «soldado» y «cultura» hicieron un buen maridaje bajo los auspicios del
humanismo, al mismo tiempo que se proponía un modelo de promoción
individual, en parte apoyada sobre las armas. Contreras nunca leyó a Francisco
de Miranda Villafañe, pero le hubiese convencido su postura: «la nobleza se la
debe hacer uno mismo, es más importante ser cuna de nobleza que heredero»37.
Sin olvidar que el «yo» brotaba con fuerza dentro del Renacimiento.
37
Berrendero, 2004, p. 605.
24 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
38
«Il faut se connaître soi-même; quand cela ne servirait pas à trouver le vrai, cela sert au moins
à régler sa vie: il n'y a rien de plus juste».
39
Notemos que, ya entonces, Pascal daba un valor muy relativo a la introspección, pues esta no
permite acceder a ninguna verdad; tiene sólo un interés práctico.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 25
que eran los míos en un principio»40. En el caso español, los años de 1598-1600
constituyen los de mayor reflexión política41, seguidos por los que acompañaron
al otro cambio de reinado de 1621-1622 con su Junta Grande de Reformación.
Pero el cuestionamiento no es sólo político y colectivo. En este caso, el
año de referencia es 1580 con la primera edición de los Essais de Montaigne, una
amplia e íntima reflexión cuyos soportes son las lecciones procedentes de la
filosofía y la historia. ¿Cómo dar un sentido y orientación a toda una vida,
si no es a través de la duda y la confirmación de la humildad de la condición
humana? En el universo francés —y podemos decir occidental—, el Discours
de la méthode (1637) de René Descartes y su cogito ergo sum [pienso luego
existo], son a la vez la culminación de esa indagación, como también su punto
terminal, pues de la duda nace otra certeza científica, cuando los animales son
máquinas y las pasiones productos de la fisiología. La introspección se sobre-
vive, tiene sus últimas llamas dentro de ese episodio secular, en Francia, con
la Princesse de Clèves (1678) y las tragedias de Jean Racine (escritas en esencia
entre 1667 y 1677). Como si la búsqueda de verdad que acompaña al manie-
rismo favoreciera el fuego interior del conocimiento de sí mismo y la claridad
y extraversión del Barroco o el rigor del clasicismo francés lo opacaran, hasta
que, como otro fénix, renaciera con las primicias del Romanticismo y un per-
sonaje como Jean-Jacques Rousseau42.
¿España conocía la sed de la introspección? Las fechas casi coinciden, sin
tomarse en cuenta los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola (1548). Es
este un antecedente fundador43, pero aquí la meditación solitaria se combina
más con la certeza que con la interrogación; se busca el camino hacia la
verdad más que la verdad personal del sujeto. La futura santa Teresa de Jesús,
quien empezó a escribir su vida apenas unos años antes que Montaigne escri-
biera sus Essais, es más retraída que el francés. Ambos recorren el mismo
camino interior, pero uno tiene la humanidad como referencia, mientras que
la otra descubre que «en la cruz está la vida y el consuelo». Así lo expresó, de
hecho, santa Teresa de Jesús:
40
Montaigne, Œuvres complètes, p. 648: «Me peignant pour autruy, je me suis peint en moy de
couleurs plus nettes que n’estoyent les miennes premières».
41
Es necesario aquí recordar, entre otros, al De rege et regis institutione, de Juan de Mariana.
42
Hasta el punto de que algunos como Lejeune, 1974 toman 1770 y Les confessions de Rousseau
como punto de partida de la autobiografía, olvidando toda la vertiente hispana (y otras).
43
Sobre todo si recordamos que Loyola tiene la particularidad de ser uno de los primeros en
habernos dejado su autobiografía (hacia 1556) y una biografía escrita poco después por uno de
sus discípulos (1569), véase Ott, 2000.
44
Borkosky, 2006.
26 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Fray Luis de León, otro navegante solitario con el mismo cuño hispano, sacó
a la luz De los nombres de Cristo en 1583, otra brújula certera en ese viaje per-
sonal. De grado en grado se subió hasta el despojo total del alma, pues «nada»
debía entorpecer su ascenso hacia el amado, como lo escribió san Juan de la
Cruz en las mismas fechas.
Fuera la senda de Montaigne, o la de los místicos españoles, muy pocos
tenían la suficiente fuerza para seguirlas. Y, en el caso español —de forma más
prosaica—, la mayoría se quedaría en «la monstruosidad cotidiana» y en su
impronta sobre el individuo. Se trataba entonces, ya no de la introspección en
sí —demasiado noble, llevada a una altura casi inaccesible por algunos—, sino
de la biografía individual o la vida novelesca. Esta era la armazón que articulaba
la novela picaresca, desde el Retrato de la lozana andaluza (1528) de Miguel de
Cervantes, en la que el título no podía ser más sugerente en cuanto a su ambición
de individualizar y dar a conocer cierta verdad sobre el individuo. Se remacha
este retrato con La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y sus adver-
sidades (1554), con otro título expresivo, cuya ambición aún era «relat[ar] el
caso muy por extenso, pareciome no tomalle por el medio, sino del principio,
porque se tenga entera noticia de mi persona»45. Precepto al que no podía fallar
toda buena vida, tal como se concebía entonces, y sin que tengamos que esperar
a Rousseau y su autobiografía.
Para concretar, debemos reconocer que entre servidumbre, violencia, vagancia,
bribonada y miseria, la adolescencia de los soldados que escribieron «el discurso
de su vida», es digna de la del Lazarillo, como lo mencionó en 1635 el capi-
tán Domingo de Toral y Valdés: «anduve cuatro años peregrinando por España
como otro Lazarillo de Tormes»46. El punto culminante de esta literatura sería,
a principios del xvii, la Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos. Ejem-
plo de vagamundos y espejo de tacaños, de Francisco de Quevedo. El primer
capítulo, intitulado «En que cuenta quién es y de dónde», se abre con una frase
que es la apertura obligada de toda vida de ese siglo, novelesca o no: «Yo, señor,
soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo».
No de forma muy distinta empiezan los discursos de los soldados Alonso de
Contreras, Jerónimo de Pasamonte, Miguel de Castro y otros47. Es la antepo-
sición de un yo, firme, capaz de enfrentar «fortunas y adversidades», que no
se desmorona en medio de las dudas, precisamente porque tiene un punto de
anclaje. Lo seguirá afirmando más tarde, esta vez de forma satírica, mordaz,
Diego de Torres Villarroel cuando encabeza su vida: «por vida mía se ha de
saber quién soy»48. Esta continuidad procede de la naturaleza o identidad his-
pánica, ser castellano —cristiano viejo— por los cuatro lados y estar arraigado
45
«Prólogo» (La vida de Lazarillo de Tormes).
46
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 497.
47
Este proceder de la vida castellana perdura: en 1743, Torres Villarroel da a la imprenta su
Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras. En ella se remonta hasta sus bisabuelos,
nativos de Soria.
48
Torres Villarroel, Vida, ascendencia, nacimiento, p. 57.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 27
por el linaje en su pueblo. Por fin, esta apertura del Buscón nos lleva hasta uno
de los interrogantes de la vida: ¿para quién se escribe esta? Es evidente que en
esta ocasión es para un misterioso «señor», es decir, alguien que merece un tra-
tamiento honorable (aunque a veces se le trate simplemente de vuestra merced).
En la picaresca, esto pone una distancia entre el sujeto poco recomendable y el
discreto lector o, en otros casos, puede dar más crédito al texto mismo, como se
espera además del eventual beneficiario de alguna dedicatoria.
Y cuando fenece el género pícaro, con La vida y hechos de Estebanillo Gonzá-
lez, hombre de buen humor, compuesta por el mesmo, en 1646, es con la mortaja
de la relación histórica y novelada. Más aún al tratarse de alguien medio gallego
y medio romano —otra monstruosidad—, cobarde declarado entre los solda-
dos fanfarrones y bufón asumido entre los políticos sin conciencia; texto por lo
demás complejo, entre vida novelada y auténtica novela49. De todos sus prede-
cesores (y de algunos otros) parece que Estebanillo escribió el epitafio, pues en
su obra se plasman, como él mismo dice, «finalmente los prodigios de mi vida,
que han tenido más vueltas y revueltas que el laberinto de Creta»50. Otro tanto
pudieran decir el capitán y caballero de la Orden de Malta frey Alonso de Con-
treras y sus colegas soldados-escritores, todos además buenos conocedores de
Italia y de las islas del Mediterráneo.
49
Véanse las introducciones de Antonio Carreira y Jesús Antonio Cid, muy documentadas, en
La vida y hechos de Estebanillo González.
50
Ibid., p. 16. Volveremos sobre esa vida en el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
28 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Entre esas «pequeñas cosas» que no puede alcanzar la grandeza, están las
menudencias y trivialidades que acarrean estas vidas de soldados, como otros
ríos cenagosos.
Mencionado esto, no sostenemos que nuestro capitán y sus congéneres
compartiesen dicha lucidez amarga, ni siquiera en parte. Estaban, como vere-
mos53, abrumados por las «vueltas y revueltas» de su cotidianidad. Y, más
aún, en un tiempo de espera y esperanza a nivel planetario, es decir, entre
imperios y potencias que se sucedían unas a otras en Europa, donde el imperio
germánico tendía a un debilitamiento definitivo y el turco a uno relativo, en
los que otros actores salían a plena luz —Inglaterra, las Provincias Unidas,
e incluso Suecia— o volvían a dominar la escena como Francia. Y los torbelli-
nos se prolongaban hasta en Asia (India China y Japón). No era claro para
esos destinos «desde abajo» vislumbrar, y menos entender, lo que en reali-
dad estaba ocurriendo. Sobre todo cuando lo que importaba era su propio
devenir, como las pequeñas ventajas y provechos que se podían sacar de un
torrente furioso. Por lo tanto, no estamos asumiendo que una mañana fría de
invierno de 1630, cuando se sentó el capitán Contreras para escribir su vida,
51
Quevedo, Obras selectas, pp. 433, 389 y 506.
52
«Epístolas a imitación de las de Séneca» (Quevedo, Epistolario, p. 412).
53
Véase el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
discurso y vida del capitán alonso de contreras 29
V. — ESCRIBIR SU VIDA
54
Pasamonte, Autobiografía, pp. 25 y 37.
55
Contreras, Discurso de mi vida, p. 237. Véase también el cap. v de este libro: «El paso por
Sinaloa (1635-1638)».
56
Sobre todo el cap. viii de este libro dedicado a «Médicos de su honra».
57
Estudiadas por Poutrin, 1995. En total, se usaron ciento trece textos, del siglo xvi a la
primera mitad del xviii.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 31
58
Souza Pimenta y Massini, 2007, pp. 138-147.
59
Buigues, 2000, pp. 47-74.
32 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
manejar tanto la pluma como la espada; entre ellos se contaban, por supuesto,
los soldados. Relatar su vida, junto al fuego de la chimenea, o pluma en mano,
no era un acto de autoglorificación, como dijo Jerónimo de Pasamonte, sino
tal vez de compensación, o, por lo menos, de socialización. Salvo en el caso de
Diego Duque de Estrada, que siempre adoptaba una pose, su origen más acomo-
dado y sus pretensiones literarias lo pueden explicar. En cierta medida, este se
salió del camino natural, de la práctica de los grupos populares en la que estaban
inmersos los otros «discursos de vida» de estos soldados.
VI. — ESCRIBIR EN EL SIGLO XVII
Algún lector levantó las cejas: ¿Cuál sería el quid de lo «natural» de escribir
su vida en el siglo xvii? Es muy posible que no lo fuera del todo para un artesano
(aun en la Francia del xviii), como tampoco para un miembro de la élite. Pero
sí, de alguna manera, para «un soldado de fortuna» hispano de la primera mitad
del siglo xvii, tal como se define Diego Duque de Estrada frente al emperador
germánico60. Ya topamos con algunas explicaciones generales.
Sobre todo hay un punto que subsanar. Por una parte, se considera el siglo xvii
hispano como el triunfo de la cultura de la oralidad, con sus sermones, rezos y
otras comedias; recordemos que el capitán Contreras mencionó que asistió a
representaciones de obras de Lope de Vega, pero no que las leyera, aunque esta
afirmación pasó por su pluma. En la actualidad, la historiografía insiste preci-
samente sobre un estatus más afirmado de la escritura, aun dentro de las clases
populares del siglo xvii61. Otra vez la picaresca nos puede dar su testimonio:
Guzmán de Alfarache fue hijo de buena familia, pero fugado. Un día su amo,
un zapatero, descubrió que sabía escribir y le pidió que le enseñara, dando la
siguiente razón: «quería siquiera saber firmar por no decir que no sé cuándo se
ofrezca»62. El gusano de la vergüenza empieza a apoderarse de los analfabetos
en fechas muy tempranas.
Todo lo mencionado implica una pregunta: ¿este manojo de soldados-es-
critores pertenecía a ese horizonte social popular? Salvo excepción, tanto los
urbanos como los hijos de artesanos y los pequeños hidalgos, en su mayoría,
forman parte de la franja superior del pueblo. Pero, además, (algunos) han
recorrido el mundo; aún siendo criados se han codeado con lo más granado
de la sociedad, y, en algunos casos, pocos, han medrado; han podido entrevis-
tarse con el rey, han vivido de capital en capital, en Madrid, Roma, Nápoles,
inclusive Constantinopla, o aún más lejos, Goa, México. Tal vez pertenecían
socialmente a los grupos que apenas alcanzaban la medianía, pero habían
arrastrado la capa a través de mil circunstancias y, por ese motivo, desde el
60
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 371.
61
Amelang, 2003 y 2004; Castillo Gómez, 2003.
62
Alemán, Guzmán de Alfarache, lib. ii, cap. iv.
discurso y vida del capitán alonso de contreras 33
punto de vista cultural, tenían otro relieve. Lo mismo que el molinero del
Friul corresponde a una variante dentro de su cultura63, los soldados tenían
sus peculiaridades, tal como podemos percibirlo a través de nuestros autores
y de sus vidas. Violentos entre los violentos desde la infancia, hasta el plácido
Jerónimo de Pasamonte pasó su infancia dándose golpe tras golpe. Vivían,
pues, en y para la acción. ¿Qué hacer cuando la acción perdía algo de su inten-
sidad o lustre, cuando la edad y el cansancio obligaban a una pausa? Contreras
tenía cuarenta y ocho años en 1630, el capitán Domingo de Toral y Valdés ape-
nas treinta y siete, pero estaba ya inactivo, amargado y desgastado. ¿O cuando
la vida familiar pesaba más de lo debido? Pasamonte tiene una obsesión con
sus suegros. ¿O cuando la religión y el remordimiento se entrometían? Lo
más seguro con Diego Duque de Estrada, es muy probable que con Miguel de
Castro, algo de ello con Jerónimo de Pasamonte64. La escritura, más allá del
exorcismo en cuanto al destino colectivo ya mencionado, podía ser otra forma
de actuar y de superar la frustración de las experiencias personales pasadas,
¿aunque para siempre?
Los soldados de fortuna estaban en competencia con los procedentes de la
nobleza. Unos y otros se inscribían en una familia, pero a diferencia de los nobles,
nuestros héroes no eran producto de un linaje prestigioso que sobreviviera por
sí mismo. Los guerreros originarios de capas sociales con menos lustre —como
en el caso de Contreras— y que habían alcanzado plaza y renombre relativo
—eran pocos—, que habían acumulado méritos —por supuesto todos lo pre-
tendían—, no tenían otra forma de transmitir ese capital social más que a través
de las relaciones de méritos que mandaban de forma periódica al soberano, con
más o menos éxito, pues podían acabar en manos de oficiales desentendidos, y
después en anaqueles polvorientos, como ellos mismos sabían.
A menos que dejasen a la posteridad algún otro recordatorio más tangible;
incluso podía haber algún motivo altruista, como lo escribió Pasamonte en sus
dedicatorias: «se dé remedio a tantos daños como hay entre católicos, y sólo por
esto he escrito toda mi vida»; «porque en el tiempo que he estado entre turcos,
moros, judíos y griegos, he visto su total perdición por tratar con ángeles malos».
El mismo Pasamonte cuando compuso su obra tenía un hijo de apenas dos
años, pues otro ya había muerto65. La mayoría no tenían progenitura: su familia
era la extensa, pues eran cabos de linaje en alguna forma. No es de extrañar
que Contreras terminara la primera y esencial parte de su manuscrito evocando
la despedida cariñosa, apoyo y bendición que dio a uno de sus hermanos en
Palermo66. Con la misma naturalidad, cuando al cabo de unos diez años o más
retomó el manuscrito, era para seguir con los asuntos de su pariente. Aunque
63
Ginzburg, 1976, p. 10.
64
Es cierto que Miguel de Castro, nacido hacia 1590, escribió su vida en 1612, es decir, es
mucho más joven que los demás. Volveremos con más detalles sobre estos soldados y sus vidas
en el capítulo siguiente.
65
Pasamonte, Autobiografía, pp. 25, 27, 142.
66
Contreras, Discurso de mi vida, p. 251.
34 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
se podrá afirmar con razón, que salvo breves pasajes de real ternura, su familia
está ausente del discurso de su vida debido al pudor. Es decir, el Discurso de mi
vida tiene otra finalidad, pintar al guerrero más que al hombre entero.
Si olvidamos un tiempo las particularidades de cada uno de nuestros auto-
res, en términos generales, se adhieren a las palabras que Montaigne puso como
advertencia a sus Essais:
No me he propuesto otro fin que doméstico y privado: [lector] no he
tomado en cuenta tu utilidad ni mi gloria. Quiero que se me vea en mi
ser simple, natural y ordinario, sin presión ni artificio, porque soy yo
mismo que estoy pintando. Mis defectos se podrán leer en carne viva
[…]. Es así, lector, que soy yo mismo la materia de mi libro: no hay
motivo que desperdicies tu ocio en un sujeto tan frívolo y vano; adiós,
por lo tanto67.
67
«Je ne me suis proposé aucune fin, que domestique et privée: [lecteur] je n’y ai eu nulle consi-
dération de ton service, ni de ma gloire […]. Je veux qu’on m’y voie en ma façon simple, naturelle
et ordinaire, sans contention ni artifice, car c’est moi que je peins. Mes défauts s’y liront au vif […].
Ainsi, lecteur, je suis moi-même la matière de mon livre: ce n’est pas raison que tu emploies ton
loisir en un sujet si frivole et si vain; adieu donc», en Montaigne, Œuvres complètes, p. 9.
capítulo segundo
UN BOSQUE DE VIDAS
1
Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, pp. 19-20.
36 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
2
Dedicatoria al duque de Lerma, en Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, pp. 19-20.
3
Pasamonte, Autobiografía.
4
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo.
5
Galán, Cautiverio y trabajos.
6
Castro, Vida de Miguel de Castro.
7
Gastañaga Ponce de León, 2012.
8
Sánchez Jiménez, Sánchez Jiménez, 2004.
un bosque de vidas 37
mano9, como El viaje del Mundo de Pedro Ordóñez de Cevallos, llamado el Clé-
rigo Agraciado, libro impreso en Madrid en 161410. De semejante tinta salió el
Caballero venturoso del clérigo don Juan Valladares de Valdelomar, redactado
antes de 1617 y que salió de la imprenta en 1902.
Esta nube compuesta de siete autores y sus obras tiene una real coherencia
y fuertes disparidades a la vez, a partir de un núcleo central común. Como en
todo corpus, lo repetitivo y lo particular se combinan y participan de una expli-
cación de conjunto. Pero este razonamiento, complejo como la agitada vida de
aquellos hombres, puede requerir cierta distancia, como una estrecha imbrica-
ción de similitudes que permite que resalten las ejemplaridades y los modelos.
En otras palabras, si queremos entender el ambiente hecho de libertad y de coer-
ción, de cinismo y de moral, y de exceso y mezquindad que recorre esos episodios
narrativos, hay que circular por páginas donde todo esto —porque se inicia o se
termina— se presenta bajo una luz que acentúa los contrastes en los textos de nues-
tros siete héroes. Los dos montantes, que enmarcan este fenómeno de las vidas
de soldados de los años 1600, y que permiten descifrarlas hasta cierto punto, sin
haberlas influido en lo más mínimo, son la Autobiografía11 de Benvenuto Cellini,
que abre la perspectiva, y La vida y hechos de Estebanillo González, que la cierra12.
9
Reconocemos que es también el caso de Diego Duque de Estrada, pero sólo para la última
parte de su vida, lo demás se escribió cuando era laico.
10
Aunque el libro I corresponde a lo que fueron las autobiografías de soldados, véase Zugasti, 2005.
11
Por supuesto, el título es apócrifo: se trata de la vita de Benvenuto Cellini, en italiano.
12
La vida y hechos de Estebanillo González.
13
Citado por Manuel Ramírez en «Introducción», en Cellini, Autobiografía, p. 16.
14
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 332.
38 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
15
Cellini, Autobiografía, p. 100.
16
Ibid., p. 200 sqq., pp. 203, 241-242.
17
Contreras, Discurso de mi vida, p. 228.
18
Cellini, Autobiografía, p. 39.
19
Pasamonte, Autobiografía, p. 27.
un bosque de vidas 41
20
Cordero de Bobonis, 1965, vol. 15, p. 176.
21
Más adelante, en el cap. iii de este libro: «De Sevilla a Manila o cómo acabar con el galeón de
Manila», volveremos sobre este naufragio.
22
Lejeune, 1976.
23
La vida y hechos de Estebanillo González, t. II, pp. 196 y 198.
24
Cordero de Bobonis, 1965, vol. 15, p. 175.
42 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Lo que nos recuerda que para el soldado el rancho no es cosa baladí; algunas
de las páginas de mayor interés de Miguel de Castro así lo testimonian.
Para que lo esencial no se escape de ellos, cerramos con llave los dos armarios
donde se hallan las pertenencias del irascible Cellini y del retorcido Estebani-
llo. Y nos acercamos a las siete vidas, presentes en otro mueble portentoso: el de
la Monarquía Hispánica durante cerca de un siglo.
25
Hutchinson, 2009, p. 145.
26
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 285.
27
La vida y hechos de Estebanillo González, t. I, pp. 70-71.
un bosque de vidas 43
Diego Suárez y Jerónimo de Pasamonte, y 1648 y 1649, con las muertes de Diego
Galán y Diego Duque de Estrada como vimos anteriormente en el cuadro 1
(véanse pp. 38, 39). Pero ganamos unas décadas si nos limitamos a su plena
actividad, entre Lepanto (1571) y los años centrales de la Guerra de los Treinta
Años. Duque de Estrada afirmó haber estado en la batalla de Lützen (1632) y
haber asistido a la muerte de Gustavo Adolfo, «llegando tan cerca del rey que
pudiera retratarlo»28. Además, son años en el corazón de la pequeña edad de
hielo29, es decir, fríos, húmedos, terribles para las poblaciones.
Si de clima se trata, hay numerosos indicios del enfriamiento climático en
los textos, y debemos recordar que estos milites se desenvolvieron en climas y
paisajes distintos de los nuestros, más fríos, húmedos y verdes. Es el caso de
los Países Bajos, donde luchó el capitán Domingo de Toral y Valdés en 1620:
«Y los fríos y hielos fueron tan grandes que a muchos soldados cortaron los
brazos y piernas, de helados»30. Hasta Nápoles tuvo temperaturas gélidas en
la costa, en pleno verano de 1632: «Hacía tanto frío que era menester echar
dos mantas en la cama»31. Pero el testimonio más constante y demostrativo
es el de Miguel de Castro. Como soldado recorrió la campiña napolitana
entre 1605 y 1610, con días y noches lluviosos, goteras y camas mojadas,
malos caminos enlosados, «y siempre el cielo más oscuro, y el agua perseve-
rante». Y, con esto, la niebla:
A la hora que comenzó a anochecer, comenzó una agua muy menuda, la
cual perseverando, también el cielo se cubrió de nubes de suerte que parece
que es cosa increíble, que se topaban unos [soldados] con otros sin verse.
Describe, además, una isla del Mediterráneo occidental: «la campaña está
toda cubierta de espesa arboleda y bosques»32.
Si nos centramos sólo en los años de escritura de estas vidas, desplazamos un
poco el cursor hacia 1600-1640, en el punto de inflexión del milagro español,
cuando pierde parte de su irradiación sobre el universo; pero también en el
meollo del Siglo de Oro, cuando precisamente el oro adopta tonos envejecidos y
rojizos, como una forma de culminación. En resumen, aún se vivía en tiempos
de esplendor; se escribía en la puesta del sol.
Esto podría explicar otras coincidencias de fechas. Durante siglos, todos estos
manuscritos descansaron olvidados en los anaqueles de varias bibliotecas. Salvo
el de Duque de Estrada, con mayor presencia literaria y editado en 1860, y el de
Domingo de Toral, entre los más breves, en 187933, los demás fueron conocidos
por el público entre 1900 y 1922 y los editores, además tuvieron que pedir discul-
pas por publicar obras tan desaliñadas. ¿Esperaba la generación del 98, después
28
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 417.
29
Véase Parker, 2013.
30
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 501.
31
Contreras, Discurso de mi vida, p. 254.
32
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 70, 237 y 245.
33
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, pp. 495-547.
44 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
34
Autobiografías de soldados.
35
Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, «Segunda parte», cap. xxiv.
un bosque de vidas 45
Pero con los recuerdos subió también la amargura del manco de Lepanto, y
Cervantes únicamente podía ofrecer perspectivas desesperadas al joven paje:
Que puesto caso que os maten en la primera facción y refriega, o ya
de un tiro de artillería, o volando de una mina, ¿qué importa? Todo es
morir, y acabose la obra. Y que si la vejez os coge en este honroso ejer-
cicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os
podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menos cavar la pobreza.
36
Sobre dicho episodio, véase Fernández, 1999.
37
Remitimos, en particular, a la excelente y cómoda síntesis de Thompson, 2003, pp. 17-38.
Más cercano a nuestras preocupaciones, aparte de las diversas introducciones a las ediciones de
estas vidas, véase, Levisi, 1984; hay un resumen de su libro, en Levisi, 1988.
46 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
iban «sin socorro ninguno, buscando la vida con los modos a que da licencia
la soldadesca cuando no hay superior que la estorbe». Los grabados de Jacques
Callot son más explícitos (fig. 3). Los concentran en Lisboa y los embarcan en
noviembre de 1615 para Dunkerque: «Los navíos pequeños, la gente desnuda,
amontonada una sobre otra, por estar de esta manera siete semanas y partir para
Flandes sin dar socorro ninguno». De 3 000 sólo llegaron al destino final 2 300.
Iban «tan desnudos que los más bien vestidos iban sin zapatos, ni medias, ni
sombrero, y lo común era desnudos»38.
La vida en presidio era mucho más reglada, según nos cuenta Diego Suárez,
sin contar los cuatro primeros años que pasó en unas condiciones muy difíci-
les en la fábrica de las fortificaciones de Orán. El resto de sus veintisiete años
transcurrieron
sirviendo solamente en las guardas que me tocavan y me cabían de
noche en las murallas, y lo mismo salía a las jornadas de presas y cabal-
gadas cuando quería salir.
Con esto disponía de mucho ocio, lo que le permitió escribir cinco o seis
libros39. Sin olvidar que, hacia 1637, salió a la luz una de las obras maestras de la
humanidad, producto también del ocio de la vida militar40.
38
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, pp. 498-499, 501.
39
Morel-Fatio, Discurso verdadero, pp. 152, 154.
40
Así refiere Descartes el origen del Discours de la méthode (1637): «J'étais alors en Alle-
magne, où l'occasion des guerres qui n'y sont pas encore finies m'avait appelé; et comme je
retournais du couronnement de l'empereur vers l'armée, le commencement de l'hiver m'arrêta
en un quartier où, ne trouvant aucune conversation qui me divertît, et n'ayant d'ailleurs, par
bonheur, aucuns soins ni passions qui me troublassent, je demeurais tout le jour enfermé seul
dans un poêle, où j'avais tout loisir de m'entretenir de mes pensées », en Descartes, Discours de
la méthode, «Deuxième partie ».
un bosque de vidas 47
Pusieron dos colchones sobre ellos, «el agua todavía continuaba a caer del
cielo muy menuda, y pasó los dos colchones también». No les queda más que
vestirse y salir en busca de algún otro refugio44.
En ocasiones, atraviesan las páginas de nuestros soldados algunos detalles
antropológicos, los mismos que interesaron a John Keegan, el antropólogo de
las batallas. Después de asistir en Lützen a la muerte de Gustavo Adolfo, Diego
Duque de Estrada se perdió en la batalla:
41
En particular las masacres de mujeres y niños, en Castro, Vida de Miguel de Castro,
pp. 79-80.
42
Ibid., pp. 46-47.
43
Contreras, Discurso de mi vida, p. 233.
44
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 230-231 y 233-234.
48 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
¿Qué podía ocurrir una vez la batalla terminada, el botín asegurado, la ten-
sión ya relajada? Debían ser momentos de tristeza, en los que se pensaba en los
camaradas muertos, pero Alonso de Contreras nos da otra versión, jocosa, hasta
liberada de uno u otro tabú. Narra cómo, tras un duro combate con un gran navío
turco, los soldados comentan dos milagros ocurridos: un hueso de la cabeza des-
trozada de un artillero dio en la nariz torcida de un marinero y esta quedó recta;
«las dos nalgas» de un soldado lleno de dolores fueron raspadas por un proyectil,
y los dolores desaparecieron, «y decía que no había visto mejores sudores que el
aire de una bala»46. Podemos imaginar, en medio de tanta trivialidad, las carcaja-
das y las palmadas en las espaldas de los sobrevivientes, por fin liberados de sus
angustias. Debemos también volvernos hacia el capitán Contreras e imaginarlo
mientras escribía en su posada romana: aquellos recuerdos surgieron de manera
imprevisible y se apoderaron de él; quedó un momento suspenso y la sonrisa que
nunca vimos en «la cara alegre» del mancebito de Cervantes pasó, fugaz, por los
labios del viejo soldado curtido que era don Alonso.
Más que la gloria, el miedo es fiel camarada del soldado, aunque pocas veces
esté presente a través de estos retratos en pie de nuestros soldados con capa,
espada y sombrero. Sólo aparece una vez como protagonista, a través de los relatos
que han dejado Contreras y Castro de la lamentable derrota hispana de La Maho-
meta. Los españoles, sorprendidos en medio del saqueo, perdieron todo orden y
compostura, huyeron hacia el mar, y se ahogaron o fueron descuartizados por los
moros; incluso, algunos oficiales cometieron actos de verdadera cobardía. Aunque
el estilo sea bastante farragoso, sigamos a Miguel de Castro:
Hubo muchos que sin temor de honra cuanto con temor de la honrosa
muerte, procuraban en la vida afrentosa muerte, y se metían en el agua
a nado, pensando escaparse; pero la gente de a caballo [mora] entraba
hasta donde, alcanzándoles, se saciaba la airosa sed de su sangre47.
¿Dónde estaba la honra del soldado en todo esto? Poco después de que Castro
escribiera su vida, don Quijote daba un precepto al paje soldado: «Más bien
parece el soldado muerto en la batalla, que vivo y salvo en la huida». Con anti-
cipo le había contestado el mancebito con su seguidilla: quien le guiaba era la
45
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 418.
46
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 87-88.
47
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 107. Véase también Contreras, Discurso de mi
vida, p. 153.
un bosque de vidas 49
48
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 504.
49
Galán, Cautiverio y trabajos, p. 15.
50
Pasamonte, Autobiografía, p. 105.
51
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 231 y 436.
52
Sobre la importancia social del vestido como marcador en ese grupo peculiar, véase Juárez
Almendros, 2006, su último capítulo está dedicado a Diego Duque de Estrada.
50 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
nuestros autores. Hoy en día —y esto les ha permitido sobrevivir de forma con-
junta—, honor y honra se han apartado el uno de la otra, pero perviven dentro
del mismo círculo. Según la Real Academia Española (RAE), en 1992, el honor
«es la calidad moral que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes»; como tal
es una virtud, algo interno. La honra es «estima y respeto de la dignidad propia»
y «buena opinión y fama, adquirida por la virtud y el mérito». De hecho, resulta
ser una consecuencia del honor y se expresa exteriormente, como la reputación53.
Para profundizar —aunque sea de forma breve— en estas realidades,
sabiendo que se conectan con muchas otras convenciones —como los cali-
ficativos de deferencia y demás códigos sociales, con el vestido, con ciertas
conductas que se analizan en otras partes—, hemos escogido tres vidas. La
primera de ellas es la de Alonso de Contreras, y no sólo porque se trate de
nuestro Lazarillo privilegiado, sino porque son los suyos, la personalidad
y el discurso más transparentes —si se puede—, donde el honor constituye
el vector claramente asumido y sin desviación ni obsesión o preocupación.
Otra, la de Jerónimo de Pasamonte, personaje con una elevada problemá-
tica, desgarrado entre su paranoia, su autoestima y una serie de frustraciones:
aquí el honor sería un elemento esencial de autovaloración y legitimación.
Y, por último, la de Miguel de Castro, un joven español transferido a una
Italia que aparece como país conquistado, en busca de valores a los que asirse, al
ser soldado y criado, una posición de suma ambigüedad, justo en materia de
autonomía y, por lo tanto, de honor (cuadro 2).
Hay en las tres vidas una constante y es que prácticamente el uso del vocablo
«honor» está ausente. De no ser una ocurrencia en latín por parte de ese monje
fallido que fue Jerónimo de Pasamonte (Laus honor et gloria), y la presencia
de su antónimo «deshonor» en un «caso de faldas», en el cual se encuentra liado el
seductor Miguel de Castro. En el lenguaje común de nuestros autores y en la prác-
tica, se utilizaba casi en exclusiva «honra» y sus derivados, lo que dejaba el honor
para otros espacios como el teatro y demás entornos nobles, como en el drama
53
Sobre esto hay una amplia bibliografía, que no por fuerza se ha renovado con los tiempos.
Nos seguimos refiriendo a dos textos: Caro Baroja, 1968; Chauchadis, 1982.
un bosque de vidas 51
Estos relatos son también, cada uno a su manera, «compañeros» del Imperio
hispano que se había construido a lo largo del siglo xvi, y que en 1640, con la
ruptura de la Unión de las Dos Coronas, llegó a su punto parcial de quiebra.
El Imperio supuso, en primer lugar, una jurisdicción territorial, dentro de la
cual se expresaban «una naturaleza» y una soberanía directa; un espacio circun-
dante que cobijaba la sombra —y algo más— de esa potestad, se trataría de
las regiones de Italia o de territorios del círculo de los duques de Borgoña del
siglo xv, la cual se iba deslizando hasta formas de alianza y vasallaje (Floren-
cia, Génova). Pero también se relacionaba, y hasta se confortaba, con zonas
hostiles, otros «vecinos incómodos»; a veces cercanos o a veces más alejados,
como las Provincias Unidas, Francia, Venecia, el Imperio turco, para citar los
más presentes aquí54. Nuestros soldados y cautivos estuvieron circulando de
manera desigual, en unos y otros de esos diversos anillos espaciales, si nos
referimos de nuevo al cuadro 1 (pp. 38-39).
Si juntamos los siete se cubre aunque no a la perfección la red imperial
(mapa 1, p. 3); sobre todo aparece de forma tenue la vertiente portuguesa, con la
muy honrosa excepción del capitán Domingo de Toral y Valdés, que estuvo un
largo tiempo en Lisboa, llegó hasta Goa pasando por el cabo de Buena Espe-
ranza. Nadie visitó Filipinas, cabeza entonces del «tercer mundo» ibérico55,
aunque poco faltó para que el capitán Alonso de Contreras desembarcara
en sus playas56. Las Indias Occidentales eran más cercanas, pero ocupan
una presencia limitada, pues apenas Contreras puso un pie en las islas del
Caribe antes de 1635.
Aceptémoslo, las andanzas de nuestros héroes se localizaban, sobre todo,
en el Viejo Mundo, aunque a veces pensaran en el Nuevo. En 1623, Diego
Duque de Estrada, en grave peligro en Nápoles, tenía como proyecto pasarse
«para las Indias a probar fortuna»57. Poco antes, algunos lo hicieron sin
mucho éxito, como Mateo Alemán y, de manera novelesca, el Buscón Pablos:
54
Ruiz Ibáñez, 2013.
55
Véase Berthe, 1994. En realidad, el término es anterior, hacia 1606, Jaque de los Ríos de
Manzanedo, Viaje a las Indias Orientales, ya refiere que los gobernadores de Filipinas «han
gobernado aquel tercero y nuevo mundo», p. 64. Cita facilitada por Paulina Machuca.
56
Véase la Parte II de este libro a continuación: «Los socorros de Filipinas». En realidad poco
faltó, pero en teoría, porque los hechos fueron bastante más complejos y desconcertantes.
57
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 304.
un bosque de vidas 53
58
Véanse los caps. v sobre Sinaloa, y vi sobre San Juan de Ulúa, en la Parte III de este libro.
59
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 501.
60
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 355.
54 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Unas décadas después, las cosas seguían igual. En cuanto a casarse entre Palermo
y Nápoles, por lo menos tres lo hicieron: Contreras, Duque de Estrada y Pasamonte.
Podemos prolongar lo que escribieron José Martínez Millán y Manuel
Rivero Rodríguez, para quienes el Siglo de Oro español «no es concebible sin lo
italiano», y afirmar que los discursos de la vida de los soldados españoles están
entretejidos con la realidad italiana64. En efecto, todos nuestros autores tuvie-
ron su guarida en el Mediterráneo, de Malta a Gibraltar, con Palermo y sobre
todo Nápoles como anclajes principales; salvo Domingo de Toral y Valdés, que
no lo cruzó más que una vez, de regreso de India por tierra. El mar caprichoso
y sus peligros prestan fuerza y atractivo a sus textos:
Vino un viento tan violento, con una conjunción de luna y aire repen-
tino, con tanta tempestad de truenos y relámpagos, que parecía haber
llegado el juicio final, o que los cielos se habían abierto, pues vomitaban
tanta multitud de rayos65.
61
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, pp. 499-500.
62
Villalobos y Benavides, Comentarios de las cosas sucedidas.
63
Ribot García, 1995, p. 110.
64
Martínez Millán, Rivero Rodríguez (coords.), 2010, p. 10.
65
Galán, Cautiverio y trabajos, p. 373. Otra descripción en Duque de Estrada: «Rugía el viento
con furiosos bramidos», en Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 249.
un bosque de vidas 55
Entre la isla de Andra69 y Cia70 está otra pequeña que la carta la pinta
açul, a manera de herradura, llamase Turro71; es despoblada, y a la banda
de jaloque72 tiene un puerto y buena agua73.
66
Ibid., p. 236.
67
Contreras, Discurso de mi vida, p. 80. Sobre el príncipe, véase Bunes Ibarra, 2009. Volve-
remos sobre este personaje en el cap. iv de este libro. Se trata de Contreras, Derrotero universal
del Mediterráneo.
68
Estamos al este de Marsella; ibid, p. 92.
69
Andros forma parte del archipiélago de las Cícladas.
70
Isla de Kea.
71
Isla de Gyaros.
72
Viento de sudeste.
73
Contreras, Derrotero universal del Mediterráneo, p. 137.
56 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
74
Id., Discurso de mi vida, p. 79.
75
Id., Derrotero universal del Mediterráneo, p. 112.
76
Id., Discurso de mi vida, pp. 110 y 212.
77
Ibid., p. 96.
78
Ibid., p. 120.
79
«At the place where these shallops were, we found one of our Soldiers dead with his eares and nose cut
off», en Glanville, The Voyage to Cadiz, p. 70. No olvidemos la práctica universal de usar las orejas
un bosque de vidas 57
del otro muerto como trofeo: en noviembre de 1615, después de una refriega en la costa del Pacífico
novohispano, Sebastián Vizcaíno anuncia al virrey que le manda «las orejas de algunos holandeses
en cumplimiento de mi palabra. Algunos de mis soldados tienen otras» (AGI, Filipinas 37, N. 19).
80
Sobre las relaciones entre Venecia y la Monarquía católica, véase González Cuerva, 2010.
La vida mejor relacionada con esos conflictos es la de Duque de Estrada.
81
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 88 y 111.
82
Ibid., pp. 150-156; Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 105-109.
83
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 83, 92, 149.
84
Bunes Ibarra, 2010, p. 353. Sobre el conjunto de la inteligencia en la Monarquía, véase
González Cuerva, 2008, en especial, pp. 1453-1454.
58 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
ofrecía a sus guerreros todo el esparcimiento deseado y esta era una oportu-
nidad de gastar sin contar, en particular con cortesanas, «que las quiracas de
aquella tierra son tan hermosas y taimadas que son dueñas de cuanto tienen
los caballeros y soldados»85.
Si confiamos en Duque de Estrada, Castro e incluso Pasamonte, las prosti-
tutas de Nápoles y Sicilia no eran menos atractivas. Según el entendimiento
de Jerónimo, formaban como un enjambre alrededor del soldado, cuya
influencia era nociva, pues resultaba perjudicial en una compañía de solda-
dos «haber soldados emputados y que las putas no sean comunes de quien
les paga»86. Para Miguel de Castro, eran por el contrario la sal y la alegría de
Nápoles, «la ciudad la más feliz del mundo». En la fiesta de Nuestra Señora de la
Concepción, muy oportunamente sin duda, se veían «mil hermosas corte-
sanas españolas e italianas, que su donaire y brío remueve los sentimientos
más absortos y mortificados»87. Llama la atención que nuestros soldados en
esos reinos italianos se codearan de forma estable con mujeres españolas que
algunos habían traido, como Luisa de Sandoval, amante de Castro, la cual
era toledana y «mujer cortesana»88. Duque de Estrada abandonó a su esposa e
hijos por doña Francisca, una sevillana que vivía en Nápoles89. Los suegros
de Pasamonte, aunque se casó en Nápoles, eran españoles. Y, por último, en
otro nivel se encontraba la esposa de Contreras, oriunda de Madrid y viuda de
un oidor de Palermo. Ser paisanos podía constituir un buen gancho e iba más
allá de lo hispano, como le revela el último caso, pues Alonso y la señora eran
del mismo terruño:
Y envié un recado: que yo era de Madrid, que si a su merced la podía
servir en algo, que me lo mandase, que más obligaciones tenía yo, por ser
de su tierra, que no otros90.
Para ellos, Nápoles sobrepasaba a París y se igualaba sólo con Roma: «Es la
más populosa, rica, deliciosa, fecunda y noble de toda la Europa» y, en particu-
lar, «siendo su mayor delicia el paseo de Toledo»91. Sicilia y el reino de Nápoles
eran países conquistados, con tropas de ocupación de las que formaron parte
estos soldados, de diferentes maneras, salvo Diego Galán y Domingo de Toral y
Valdés. Como todo invasor, habían traído a sus mujeres, su toponimia, sus auto-
ridades, la etiqueta que las rodeaba, y hasta sus abusos y corrupción. Hacían las
peores fechorías, iban o no a la cárcel, pero acababan exentos de todo castigo.
Miguel de Castro, experto en picardías, pero criado dentro de los ámbitos del
85
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 90-92.
86
Pasamonte, Autobiografía, p. 125. Sobre las prostitutas en los castillos napolitanos, véase
Reyes García Hurtado, 2004.
87
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 161 y 162.
88
Ibid., p. 159.
89
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 275-276.
90
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 157-158.
91
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 187 y 188.
un bosque de vidas 59
92
Ibid., pp. 305-306.
93
Con esto y lo que sigue, no pretendemos dialogar con la historiografía reciente sobre la Italia
española, en amplia medida autónoma, según se nos dice; para ello, véase Enciso Alonso-Mu-
ñumer, 2008, sobre todo pp. 468-482. Sólo nos apoyamos aquí en el testimonio, sin duda muy
parcial, de estos soldados españoles inmersos en el laberinto italiano y que los historiadores de
gran calado no parecen contradecir siempre: «El hecho de que, sobre todo desde el advenimiento
de los Austria en adelante, el comportamiento de las tropas y de los funcionarios españoles fuera,
no infrecuentemente, el que los ocupantes muestran en un país ocupado […] no es ni extraño ni
contradictorio», Galasso, 2000, p. 49.
94
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 192-193.
95
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 261.
96
Oller, Índice de las cosas más notables, pp. 190-191; Contreras, Discurso de mi vida,
pp. 234-237.
97
Ibid., pp. 198-199; Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 327; La
vida y hechos de Estebanillo González, t. I, pp. lxvi-lxxi.
60 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Si adoptamos la visión aún menos matizada que filtraban nuestros autores, era
una ocupación con un soberano extranjero y sin raíces, el virrey, que el reino no
había elegido, pero que mantenía en medio de un lujo propio de la realeza. En 1617,
Suárez de Figueroa describió así la potestas del de Nápoles: «No hace S. M. provi-
sión de más soberanía, puesto que puede el virrey valerse en cuanto pudiere del
poder absoluto»102. Este gobernante lo sabía y hacía todo lo posible para evitar los
abusos de sus coterráneos; por eso, Contreras, Castro y Duque de Estrada estu-
vieron a punto de perder la cabeza, o de ser guindados alto. Pero se salvaron y es
que a la lejana voluntad del príncipe la obstaculizaba todo un aparato adminis-
trativo siempre inclinado del lado del dominante, es decir, en favor del español.
Y si «dádivas ni ofrecimientos no aprovechaban, se acudí[a] con amenazas»103.
Seamos prudentes, porque si era real la ocupación extranjera, sería difícil afir-
mar que se desarrollaba en un contexto de plena conciencia nacional, como en el
siglo xix. Pero tampoco descartamos un sentimiento protonacional frustrado.
98
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 289-303.
99
Es cierto que en 1626, Felipe IV tenía siete locos, en Martínez Millán, Hortal Muñoz,
2015, vol. 1, p. 453.
100
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 255-259.
101
García Marín, 1992, p. 249.
102
Rivero Rodríguez, 2008, p. 35.
103
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 157.
un bosque de vidas 61
104
Ribot García, 1995, p. 115.
105
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 241 y 244.
106
Véase García Marín, 1992, pp. 253-255.
107
Se trata por supuesto de Tommaso Campanella.
108
García Marín, 1992, pp. 128-129.
109
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 333-334, el texto tiene por desgracia una laguna
aquí. Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 268-269.
110
Más ampliamente véase Musi, 2015.
111
Tirso de Molina, El condenado por desconfiado, jornada 1.a, esc. VII.
62 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Por lo demás, siempre había en los españoles, aun «con hábito de peregrino,
a lo francés» algo que los delataba, como cuando Contreras fue arrestado al
pasar por la ciudad francesa de Chalon-sur-Saône: «El bugre español, espión»
iba gritando la gente114. Y, de ser necesario, ellos mismos tomaban la delantera
y se descubrían, orgullosos de ser súbditos del mayor monarca del mundo,
como lo declaró en Transilvania Diego Duque de Estrada a un embajador
veneciano, al afirmar que «su gobierno [del rey de España], [es] piedad, celo,
fe y costumbres que son ejemplo del mundo, como en policía, consejo, valor
y armas»115. Eran términos que se bastaban a sí mismos y que tendían a pro-
vocar reacciones hostiles: la ocupación española ayudó a la gestación de una
conciencia italiana. Y no olvidemos que nuestras vidas de soldados bordean
la revuelta napolitana de 1647-1648.
Antes de ser soldados que machucaban las conciencias y los cuerpos italia-
nos, nuestros héroes fueron giróvagos, pícaros, fugitivos, y hasta pastores en
su leonera, España, de la cual huyeron a temprana edad, excepto Diego Suárez,
que tenía veinticinco años cuando sentó plaza en Orán. Miguel de Castro
parece ser el más joven, tenía alrededor de catorce o quince años cuando ya era
soldado en Italia y enamoraba a viudas; y, apenas más viejo debió de ser Alonso
de Contreras116. Salvo el aragonés Pasamonte, todos procedían de tierras de la
Corona de Castilla. No había andaluces ni extremeños: ¿significaba entonces
que estos miraban hacia otros destinos, como las Indias?
Casi todos ellos regresarían a su guarida tarde o temprano, aun desde muy
lejos, como Goa, en el caso de Domingo de Toral y Valdés. Diego Suárez volvió a
España después de veintisiete años de soldado presidiario en Orán, casado y con
familia, aunque, más tarde pasó a Italia. Pero el caso de Duque de Estrada, quien
además vivió un tiempo por Europa del Este, es distinto, dado que no volvió a
la Península y murió en Tarento. Temía que la justicia española no lo hubiera
olvidado. Hasta regresó el joven imprudente Miguel de Castro, ya que escribió
en el margen de su manuscrito que había estado en Madrid hacia 1617, cuando
112
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 264.
113
Galán, Cautiverio y trabajos, p. 366.
114
Contreras, Discurso de mi vida, p. 186. En francés bougre es equivalente a «diablo».
115
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 354.
116
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 53.
un bosque de vidas 63
vio ahorcar a otro soldado que fue del tercio de Nápoles, quien también había
regresado, para su desdicha117. Algunos estaban cansados, hartos de aventuras
o amargados, volvieron para siempre, o a ello nos inclina la documentación
hallada. Amargura y desilusión de Toral y Valdés y saciedad de exotismo para
Galán, quien en Consuegra encontró de nuevo una casa familiar y a sus padres118.
Otros, al cabo de algunos años en la milicia, pidieron licencias y empezaron un
largo ir y venir, entre los lugares de destino militar y España. Es el caso notable
del capitán Contreras, el cual además era un ser inestable que cambiaba sin cesar
de centro de operaciones, entre Malta, Italia, Flandes, Andalucía y el Caribe,
siempre con la intermediación de la corte y la fatiga de sus superiores. ¿Por qué
ese necesario e inevitable regreso a la madriguera? Don Alonso es, de hecho, uno
de los más explícitos. Parece que regresó a España desde Malta hacia 1600, tras
pasar apenas tres o cuatro años en el Mediterráneo119. Según cuenta en su vida, la
nostalgia y el recuerdo materno lo invadieron. Es posible que también otras cir-
cunstancias personales tuvieran su importancia, como la traición de su quiraca o
concubina maltesa y la amenaza terrible que hacía pesar sobre su cabeza Solimán
de Catania. Pero en la llamada de España era primero la imantación de la gracia
del soberano, pues, en efecto, antes de ir a ver a su madre a Madrid, Alonso pasó
por Valladolid donde se encontraba entonces la corte y logró un venablo de
alférez con el cual se pudo presentar «muy galán» ante su progenitora120.
En España, los pasillos del Palacio Real eran los que, al final, mejor conocían
a estos soldados, con la capa sobre los hombros, y poco más, pero con ínfulas
de medrar. Formaban parte de la cohorte de solicitantes quienes, papeles y
sombrero en mano, importunaban a los oficiales, los cuales les daban largas, o
a veces, se mofaban de ellos e insultaban: «vuesamerced fue capitán de caballos
de tramoya», se le espeta a Contreras121. En medio de aquella improvisación, el
ambiente era de largas estancias en la capital: seis meses, ocho meses en el caso de
nuestro capitán, «con lo cual nos quedamos pobres pretendientes en la corte»122.
Las vidas relatan eventos anteriores a los años de 1630-1640, es decir, antes de
que la guerra se extendiera por la misma Península, cuando nuestros soldados
tenían poco quehacer. Se abanderaban en cualquier parte, hasta en Madrid con
Contreras; se embarcaban y desembarcaban en Barcelona, Málaga, y casual-
mente en Lisboa cuando Domingo de Toral y Valdés salió para Dunkerque o las
Indias Orientales. Los verdaderos focos de atención eran justo Lisboa, donde
Toral y Valdés estuvo dos años y medio esperando a un enemigo que no llegó123,
117
Ibid., pp. 44-45.
118
Galán, Cautiverio y trabajos, p. 447-448.
119
En su relación de méritos de 1645 menciona que llegó a España en 1600, y se le dio plaza de
alférez en 1603. Ha sido publicada por Ettinghausen, 1975, pp. 315-318. Es posible que la fecha
de 1600 sea un poco prematura.
120
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 131 y 133.
121
Ibid., p. 254.
122
Ibid., pp. 200 y 223. Hoy en día un emigrado regresaría a su pueblo en un coche flamante.
123
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 509.
64 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Pero con todas esas idas y venidas a palacio, ¿qué fue lo que se logró? Pasa-
monte y Suárez no lograron más que unas descansadas plazas de simple soldado
en Nápoles, tras dieciocho años de cautiverio o veintisiete de purgatorio en Orán.
Eran sinecuras para soldados viejos, ya que resultaba difícil que estos pudie-
ran aspirar a más. Gracias a «cartas de favor» recibidas en Flandes, el hidalgo
Domingo de Toral fue nombrado alférez a los veintitrés años, y parece que fue
ascendido a capitán a los treinta y uno125. Pero ahí se quebró su ascenso, pues
tuvo desavenencias con el virrey de las Indias portuguesas. De regreso a España,
«presenté los papeles de mis servicios y agravios»; y, asimismo, se entrevistó con
el rey y Olivares. Pero, al cabo de un año, seguía esperando, y es probable que en
esto quedara su carrera, cuando tenía la edad de treinta y siete años126. Contre-
ras procedía de más abajo socialmente; sin embargo, tuvo más perseverancia, y
apostó a la vez por la Orden de San Juan de Jerusalén y por el rey. Se entrevistó
con Felipe III, con su hijo y sus validos. Alcanzó el grado de alférez joven, a
los veintiún años, y el de capitán a los treinta y cuatro. Ulteriormente, y fuera de
Madrid, la Orden de Malta y el conde de Monterrey, virrey de Nápoles, le ofrecen
más posibilidades de ascender. Espíritu inquieto, deseoso de progresar, todavía
quiere más, para él y sobre todo para sus hermanos. Al final, aspira a valer más
en las Indias, como descubriremos127.
Queda el caso de los dos soldados que se desenvolvieron casi únicamente
en Italia, sin pasar, por lo tanto, por las antesalas del palacio de Madrid:
Diego Duque de Estrada y Miguel de Castro. Como ya hemos indicado, no
eran soldados en un sentido estricto; estaban más bien mestizados de cortesa-
nos o criados, pues sus carreras se desenvolvieron en los pasillos de las cortes
virreinales. Para Duque de Estrada, sus cualidades pulidas hicieron lo que sus
arranques y desahogos deshicieron. A esto hay que añadir una fuerte dosis
de invención, difícil de medir en su caso: ¿qué tan cerca estuvo de los distin-
tos virreyes, del príncipe de Transilvania, y del emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico que le nombró gobernador del castillo de Fraumberg? Lo
único cierto es su último ascenso, documentado, dentro de la Orden de San
Juan de Dios, a vicario general de las provincias de Germania en 1645128. Eran
124
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 194-199 y 207-208.
125
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 510.
126
Ibid., p. 546.
127
Véase Parte III de este libro: «Una vida después del Discurso de mi vida».
128
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 506.
un bosque de vidas 65
tiempos en los que otro Duque de Estrada se encontraba gobernando una dió-
cesis indiana (Guadalajara, 1636-1641). Aun con antecedentes dudosos y con
una vida disipada se podía mantener cierto rango lejos del rey, bajo el amparo
siempre provisorio de los virreyes.
No tuvo la misma suerte Miguel de Castro, aunque este muchacho tenía
algo de encanto, además de juventud. También tenía buenos modales, su
familia no salía de la nada. En su entorno juvenil había un sinnúmero de tíos
eclesiásticos, hasta un obispo de Lugo y después de Segovia que, por desgra-
cia, no se hizo cargo lo suficiente de su sobrino129. Todo esto sirvió para que
penetrara muy rápido en el palacio virreinal de Nápoles, como criado del
capitán Francisco de Cañas, cercano al virrey, y, después, del propio virrey
conde de Benavente. Se trataba de servidumbre, pero como ya se ha mencio-
nado, el término tenía mucho más relieve que hoy; por ejemplo, el duque de Alba
podía definirse como criado del rey sin sonrojarse. El desenfreno de Miguel
acabó con esas promesas tempranas:
Desta suerte me perseguía la fortuna, aunque mejor podré decir
eran avisos y aldabadas y golpes que Nuestro Señor me hacía merced
de darme, desviando por diversos modos y por tantas maneras la
perdición de mi alma y mi inicua vida, a la cual estuve siempre tan
ciego y sordo130.
Eran tiempos y espacios donde el valer más por sí mismo era posible, si había
algún capital al inicio (educación en particular), pero, sobre todo, si había deter-
minación, lo que puede traducir el lenguaje de Duque de Estrada: «Quien busca
su fortuna ha de ir con pecho valeroso hasta el infierno a hallarla»131. Sin embargo,
había un conjunto de obstáculos infranqueables, sin ser la sangre el mayor de
ellos. Desde el siglo xvi, lo mencionaba Blaise de Montluc:
Vi a otros medrar, después de llevar la pica por seis francos la paga,
haciendo actos de tanta valentía, y con tal capacidad, que muy pocos los
igualan; y eran hijos de pobres labradores, y se han adelantado más que
muchos nobles, por su temeridad y su virtud132.
129
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 42.
130
Ibid., p. 259.
131
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 339.
132
«J’en ay veu d’autres parvenir, qui ont porté la picque a six francs de paye, faire des actes si
belliqueux, et se sont trouvés si capables, qu’il y en prou, qu’estoyent fils de pauvres laboureur,
qui se sont avancez plus avant que beaucoup de nobles, pour leur hardiesse et vertu» (Montluc,
Commentaires, fo 1v).
133
Véase el cap. iv: «Levarse con la armada».
66 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
lo vivió Diego Suárez en Orán, y como lo adivinaron los soldados que el capitán
Contreras dejó en Puerto Rico, «porque era quedar esclavos eternos»134. Diez años
de cautiverio, o más, podían tener resultados similares, aunque Jerónimo de Pasa-
monte alegara que «el haber derramado más sangre que algunos en servicio de mi
Dios como se ve por lo escrito atrás y haber predicado con su divino favor su santa
fe en tierras de enemigos de la fe» le da más méritos que a otros135.
Quedó el peso de una vida desordenada, que conforme vemos con Miguel
de Castro condujo al fracaso. En realidad, no estamos situados en los sistemas
de valores morales de la sociedad burguesa del siglo xix, o la «democrática»
de hoy, pues las bellas cautivas turcas se reservaban para el general de la
armada y sus acompañantes, sin la menor vacilación, y las peores atrocidades
se cometían en los combates y sobre todo después136. En el derroche, en el
exceso y hasta en el vestir, dice Diego Duque de Estrada, «parecíamos jaula
grande de papagayos»137. La vida con la daga y el broquel bajo la capa, y de
duelo en duelo, fomentó virtudes y vicios guerreros a la vez, proclamados y
castigados; esto era parte del código de honor que el derramamiento de sangre
aquí exaltaba. Lo que se castigaba en Castro era el descontrol que llevaba a
desconfiar de él, en un ámbito palaciego que requería de hombres cuerdos y
fieles y no de un saltarín de tejados. El joven, obsesivo, ya no podía cumplir
de forma correcta con sus tareas. Además, por todo esto se le juzgó en pri-
vado, pues en particular lo hizo el capitán Francisco de Cañas. Sin embargo,
no se le condenó de forma expresa; fue su decisión última la de mandarlo
todo por la borda.
Peor lo juzgaron sus editores o comentaristas del siglo xx, precisamente
burgueses. En 1900, Antonio Paz y Meliá, primer editor de Miguel de Cas-
tro, adelantó «lo vulgar y trillado […]. Trivialidades son las reflexiones que le
arrancan los hechos, y en todo se descubre al hombre sensualmente vulgar y de
apagada imaginación»138. Este era el juicio que emitía un hombre con princi-
pios del siglo xix, sobre una época que no entendía. Más vale dejar al soldado
Miguel de Castro definir sus sentimientos y su sensualidad:
Levantándome adonde sea la caída más grave y dañosa, como el que
va a coger muy gozoso el nido de estimados pájaros, y después de haber
subido trabajosamente y rompiéndose las manos y pies y quebrán-
dose el cuerpo y puesto a mil riesgos peligrosos […] y al tiempo que
habiendo pasado tanto trabajo, gozoso alarga la mano para coger el
deseado y provechoso nido, se le resbala un pie, y tras aquel, no puede
afirmar el otro, y tras todos dos, el ya cansado cuerpo […] dando una
terrible caída en el suelo139.
134
Contreras, Discurso de mi vida, p. 205.
135
Pasamonte, Autobiografía, p. 155.
136
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 79-80 y 87.
137
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 215.
138
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 37.
139
Ibid., p. 113.
un bosque de vidas 67
140
Sobre ese tópico, véase Calvo, 2015.
141
Véase cap. i: «Discurso y vida del capitán Alonso de Contreras».
142
«Sois sol, y como me postro / a vuestros rayos, mi rostro / descubrió claro el efecto», hace
decir al villano García, en presencia del rey (Rojas Zorrilla, «Del Rey abajo, ninguno», p. 396).
143
Contreras, Discurso de mi vida, p. 216.
68 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
milicia le servía al soberano por interés: «Por la mala paga, tan mal pagada»144.
Si el rey estaba tan lejos, aunque fuera una fuente de honra, si la paga era tan
mala, ¿qué podía estructurar esos universos llenos de claroscuros?
144
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 250-251.
145
Croce, 1928, en particular, pp. 96-97.
146
Él debía de tener entre diecisiete y dieciocho años, ella cerca de treinta, en Castro, Vida de
Miguel de Castro, p. 160.
147
Ibid., pp. 41-42.
148
Ibid., p. 125.
un bosque de vidas 69
Este era el espejo del buen cortesano, y por qué no, del buen padre que no
tuvo, más que del militar. Castro le pagó con bribonerías y demás picardías:
¿Sería el trato habitual entre criado y amo? ¿Miguel pensaba vengarse de la
imagen paterna? Es por eso por lo que al final no logró hacerse con un buen
patrono, elemento indispensable en aquella sociedad.
Por otras razones, el capitán Domingo de Toral y Valdés tuvo una desventura
parecida. Fue huérfano de madre, y su padre se desentendió de él, poniéndolo
como paje en una familia de renombre, pues era la práctica habitual en las fami-
lias hidalgas. Fue bien atendido, pero dos cuchilladas dadas terminaron con la
perspectiva de formar parte de la clientela cercana de «un señor que ocupaba un
puesto de los más preeminentes de España». Su relación con el conde de Linares,
virrey de la India Oriental, siempre fue tensa, pues este lo hizo encarcelar en
Goa149. Por casualidad, al realizar una inspección en Mascate (golfo de Omán),
Toral y Valdés encontró su modelo en el general que allí gobernaba, a lo Maquia-
velo: «Su razón era más política que cristiana». Saavedra Fajardo no escribiría
otra cosa unos años después. El general era un hombre astuto, y cruel si fuera
necesario; para él «el temor era el mejor para conseguir cosas de trabajo y difi-
cultoso». Lo más seguro es que el general Ruifreire —de él se trata— no leyera a
Maquiavelo, aunque «era su consejero y con quien gastaba mucho tiempo Cor-
nelio Tácito»150. Toral y Valdés pasó nueve meses con ese mentor, pero al final
murió el general, y se frustró una relación de interés para el capitán.
El caso de Contreras fue distinto. En busca de un patrono encontró dos: uno
de ellos perenne, la Orden de San Juan de Jerusalén, que al final le dio lustre como
caballero y comendador. Otro, el conde de Monterrey, quien solo lo apoyó entre
los años 1629 y 1633, y le confirió el anhelado grado de capitán de caballos cora-
zas y algún cargo. Estas responsabilidades en el aparato de gobierno del Reino de
Nápoles le dieron ocasión de lucirse en una muestra general en la ciudad. Durante
años, le da fruición presentarse como «caballero de Malta y capitán de infantería,
y capitán a guerra y gobernador». No sabemos cómo se relacionó con el conde,
pero conocemos el último motivo del disgusto que los separó, cuando Monterrey
se negó a apoyar las carreras del hermano y del sobrino de don Alonso151.
Este huérfano de padre, de cuna modesta pero que fue a la escuela, tuvo la
ambición de ser la raíz de su linaje, sin tener descendencia, al ser el hijo mayor.
En 1623, en su relación de méritos, hizo valer:
149
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, pp. 497 y 533.
150
Ibid., p. 521-523.
151
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 239 y 247-248.
152
Véase la «Introducción» de Manuel Serrano y Sanz en Contreras, Vida del capitán
Alonso de Contreras, p. 147.
70 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
Como todo patriarca, quería capitalizar los trabajos de los demás miembros
de la familia. Y su Discurso de mi vida se cierra por fin con otro disgusto que
tuvo lugar cuando trataba, hacia 1633, de hacer avanzar, otra vez, la carrera de
uno de sus hermanos.
La obra Comentarios del desengañado de sí mismo de Diego Duque de Estrada
pudo intitularse, Cómo malograr la entrada en una clientela. En su caso, el recurso
al rey estaba vedado por sus embrollos de juventud. Fue, por tanto, en Italia y en
tierras lejanas donde logró que su carisma, apoyado sobre su arte de cortesano,
sus variados talentos, algunos lazos familiares que persistían, en particular con
los Leyva153 y, sobre todo, su buen parecer y modales españoles, le abrieran puer-
tas. De paso por Milán, al instante el duque de Frías, gobernador, le identificó:
«¿De España, caballeros? ¡Brava bizarría!». Y se quedó un mes en su privanza. De
hecho, poco tiempo estuvo al servicio de un patrono, pues no sabía olvidar los
desaires recibidos, no tenía la mística del servicio, «se prueba que nadie sirve por
amor, sino por interés». Y los protectores no fueron eternos; algunos se murieron
como el príncipe Filiberto y el príncipe de Transilvania, otros cayeron en des-
gracia como el duque de Osuna. Y, cuando parecía haber encontrado un señor
firme en la persona del emperador, conoció su camino de Damasco y su último
patrono, Dios, e ingresó a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios154.
153
Su nombre entero era Diego Duque de Estrada y Leiva, en Duque de Estrada, Comen-
tarios del desengañado de sí mismo, p. 12. Desde la primera vez que llegó a Italia se codeó con
algunos de los miembros de la familia, ibid., p. 175.
154
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 229-230, 251, 289, 437.
155
Hasta su matrimonio, escribió, «estaba virgen sin haber tocado a mujer ninguna, precián-
dome siempre en todo de limpieza», en Morel-Fatio, Discurso verdadero, p. 152.
un bosque de vidas 71
Y siguen varios capítulos con una larga sarta de plegarias y demás conside-
raciones, mitad en latín, mitad en español. Al fin, según uno de sus biógrafos,
es posible que su sueño se hiciera realidad y acabara fraile como bernardino en
el Monasterio de Piedra de Aragón160.
156
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 518.
157
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 161-164.
158
Ibid., p. 249.
159
Pasamonte, Autobiografía, p. 35.
160
Martín Jiménez, 2005.
72 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
161
Castro, Vida de Miguel de Castro, p. 126. Hay en esas pocas páginas que Castro dedica a
la amistad un sentir profundo, que hasta sorprende en este joven, y que puede recordar a lo que
escribía Montaigne de su amistad con La Boétie: «si on me presse de dire pourquoy je l’aymois,
je sens que cela ne se peut exprimer, qu’en respondant: “Par ce que c’estoit luy; par ce que c’estoit
moy ”», en Montaigne, Œuvres complètes, lib. I, cap. xxviii.
162
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 490 y 507.
un bosque de vidas 73
163
Tirso de Molina, El condenado por desconfiado y El bandolero.
164
Quevedo, Epistolario, pp. 442-443.
165
Contreras, Discurso de mi vida, p. 89.
166
Pasamonte, Autobiografía, pp. 60 y 101-103.
167
Galán, Cautiverio y trabajos, p. 52.
74 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
168
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 541.
169
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 256-257. Sobre ese
evento, bastante oscuro, Mansau, 1982.
170
Sobre esto, véase Calvo, 2015.
171
Contreras, El discurso de mi vida, pp. 107-108.
172
Galán, Cautiverio y trabajos, pp. 70 y 134.
173
Ibid., p. 431.
174
Pasamonte, Autobiografía, p. 135.
un bosque de vidas 75
Esto abrió paso a otro juego, con las espadas, igual de mortal, pero que no
fue en este caso muy lejos: el veneno estaba, en tales circunstancias, en el prin-
cipio, no in cauda venenum [al final el veneno].
Si la palabra era un arma, también resultaba ser un instrumento de sujeción
o descalificación, aunque más dudoso conforme bajamos en la escala social y
moral. Era lo que pretendía Miguel de Castro con un soldado moroso, pero
mucho más fuerte que él. Le clavó el siguiente discurso:
Por no ofender [mi espada] no quise traerla, por no honrarle con la
vaina; pero bástame haberle conocido por lo que es […], y agradezca el
ser tan bien librado a la desigualdad de personas que hay entre los dos178.
En realidad, fue mal cálculo de su parte y, por poco, perdemos a nuestro autor
antes de tiempo. Pero a su manera consiguió una victoria, ya que fue el último en
hablar y ganó su reto. Esto también lo entendió Alonso de Contreras, que hay que
175
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 320-324. Sobre la importancia, esta vez en Sicilia,
del paso de «merced» a «señoría», véase Rivero Rodríguez, 2008, p. 57. No cita a Castro, al que
parece desconocer.
176
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 226-227.
177
Ibid., p. 108.
178
Castro, Vida de Miguel de Castro, pp. 225-226.
76 vidas de soldados: el imperio a río revuelto
ser el último en la estocada verbal. Una noche en Badajoz lo fue a arrestar el corre-
gidor, «y como los hombres parecen diferentes desnudos que vestidos, comenzó
a tratarme de rufián». Se vistió don Alonso y se encontró con la posibilidad de
igualarse con el oficial: «Señor corregidor, mientras no conoce vuesamerced a las
personas, no las agravia»179. No quedó más al corregidor que pedir perdón; como
en otras ocasiones, Alonso salió airoso gracias a su destreza verbal.
Lo que importaba era superar, como escribió Baltasar Gracián por las mismas
fechas, en las primaveras de su obra y de su vida. El «primor» (capítulo) VII del
Héroe (1637) se intitula «Excelencia del primero», y concluye «en la eminente
novedad sabrá hallar extravagante rumbo para la grandeza». Fue un optimismo
que compartieron nuestros autores en sus mocedades, es probable que en los
momentos más dramáticos y exaltantes de sus vidas, excitados por los grandes
escenarios, por las heridas dadas y recibidas, por una ideología dominadora e
individualista a la vez: el honor de la sangre, la honra de la nación.
Llegó el «invierno de la vejez» para Gracián y, con ella, su Criticón180, como
también para la Monarquía y para nuestros soldados ahora canosos: para
Diego Duque de Estrada y sus Comentarios del desengañado de sí mismo y
para Domingo de Toral y Valdés, quien terminó su vida con una frase que sus
congéneres acuñarían de la misma forma: «Que por mí se puede decir, según
tantos trabajos he pasado y peligros de la vida, y al presente en más necesidad,
que el día siguiente siempre es el peor»181. El sol se ponía sobre el Imperio.
179
Contreras, Discurso de mi vida, p. 147.
180
Así se intitula la tercera parte del Criticón, escrita en 1657.
181
Toral y Valdés, Relación de la vida del Capitán Domingo de Toral y Valdés, p. 547.
SEGUNDA PARTE
1
El encargo es de 1546. De los doce tapices no sobreviven más que diez, entre la Real Armería
del Palacio de Oriente y los Reales Alcázares de Sevilla. La figura de Vermeyen se encuentra en
el primero de la serie, en una esquina, ofrendando su obra.
2
Somos conscientes de que el término es algo inadecuado para la época, pero por falta de
otro… Para profundizar sobre el tema, véase Berthe, Calvo, 2011, p. 63, n. 2.
80 los socorros de filipinas (1613-1620)
y 1620, las cuentas de gran capitán y los ajustes de cuentas entre oficiales, el
tocino podrido echado al mar y el bizcocho mal cocido, hacen olvidar que
«los socorros de Filipinas» fueron uno de los últimos grandes sueños de la
Monarquía ibérica —no hay que olvidar aquí a Portugal—, que proyectaba
la sombra de su voluntad en el Plus Ultra más extremo. ¿Fue una quimera,
fue un proyecto que sólo los elementos podían hacer fracasar? ¿Cómo nos
hubiese pintado el episodio Jan Vermeyen, como una hazaña o como una
desgracia? Pero poco importa, algo de todo ello nos dice nuestro mentor,
Alonso de Contreras, que precisamente, y con poca gloria, estrenó en estas
circunstancias su grado de capitán.
capítulo tercero
DE SEVILLA A MANILA
O CÓMO ACABAR CON EL GALEÓN DE MANILA
A la entrada de la bahía [de Cádiz] están las Puercas que de aguas vivas se cubren
y en muertas están descubiertas de jaransso.
Sobre mano derecha, en mitad de la entrada de la bahía,
enfrente de las Puercas está una baja que se llama el diamante,
muy fondable, que no tocan en ella sino naos gruesas;
una vez tocó una nave que llamaban la Pancheta y echó el timón.
Tendrá 20 palmos de agua, revienta con mucho mar,
por entre ella y las Puercas entran nuestros galeones y naos, flotas.
Alonso de Contreras, Derrotero universal del Mediterráneo, 1996, p. 61.
A la entrada de Cádiz hay un escollo debajo del agua catorce palmos,
que llaman el Diamante, en el cual se han perdido muchos navíos;
y yo, como más desgraciado, topé en él y perdime a vista de toda la armada.
Alonso de Contreras, Discurso de mi vida, 1988, p. 199.
Vamos a tratar de expediciones militares navales, las más sofisticadas, las más
complejas, las más delicadas entre todas las operaciones militares, en las cuales la
menor dificultad puede ser fatal, entorpecer hasta la acción del más experimen-
tado y valiente jefe, y los atrasos descomponer la máquina y los ánimos. Como
veremos, Contreras sólo fue una pieza de la mecánica, dentro de un contexto
desafortunado. ¿O de incompetencia? Este sustantivo trae a la memoria el libro
de Geoffrey Regan, Historia de la incompetencia militar1, donde justo uno de los
episodios narrados, aunque indirectamente, está muy cerca de lo que aquí nos
detiene, y no sólo por el escenario y el momento, ya que se trata de la expedición
inglesa a Cádiz, rotundo fracaso en 16252.
Si seguimos al autor, podemos hacer un catálogo de todos los fallos que con-
dujeron a semejante desastre. Fue una operación militar, pero con claros visos
de política interior, ya que se pretendía promocionar a su impulsor, el duque de
Buckingham. Hubo una clara falta de planificación en las intenciones, que fue-
ron hasta contradictorias, ya que se aspiraba a apoyar al elector del Palatinado,
pero ¿entonces por qué ir a Andalucía? La plana mayor del ejército de unos diez
mil hombres estaba formada por buenos oficiales, pero sin experiencia naval.
1
Regan, 2007.
2
Corresponde a todo un capítulo, pp. 199-223.
82 los socorros de filipinas (1613-1620)
La ausencia de información sobre los objetivos era total, en particular sobre las
fortificaciones de Sanlúcar y Cádiz. Las confusiones administrativas tuvieron
graves secuelas, pues las instrucciones que redactó el comandante, Edward Cecil,
para los capitanes de los barcos de la flota no fueron distribuidas. Los soldados
procedían de las cárceles y de las tabernas y fueron alistados como forzados.
Y, de hecho, fueron tratados con total descuido, lo que condujo a la deserción.
Los tiempos de espera serán, asimismo, muy perjudiciales para los bastimentos
que se pudrirán en los barcos antes de que estos puedan salir al mar. Con esto,
la flota se hizo a la vela el 5 de octubre de 1625, es decir, muy tarde, y desde
el principio debió enfrentarse a las malas condiciones meteorológicas, con una
salida fallida y un desorden generalizado en la armada. Esto causó una serie de
pérdidas durante la travesía. Entre las consecuencias de esta improvisación tuvo
lugar un episodio vodevilesco, cuando la tropa inglesa desembarcada en Cádiz
caminó durante todo un día sin comida ni agua. Por la noche se encontró con el
almacén de vinos de la Armada española. Los oficiales no lograron controlar a
los soldados, de manera que los resultados fueron los que se pueden imaginar y
estarán a la altura de todo lo demás. Podríamos ir punteando esta lista conforme
avancemos en el análisis de los socorros de Filipinas y veríamos que todas estas
circunstancias —salvo la borrachera final— están también presentes.
Sin embargo, tendremos, de entrada, que tomar dos precauciones. Por un
lado, en el caso inglés, se confirman «la ineptitud y carencias del vizconde de
Wimbledon como general». En el caso español, aunque también puedan estar
presentes esos defectos, no resultan tan confirmados, salvo al extremo final con
el general Zuazola. Es cierto que los desdichados socorros no llegaron a enfren-
tarse con el enemigo, sólo con algunos elementos y con la falta de coordinación
entre el designio y la puesta en práctica por parte del poder y de su administra-
ción. En los dos episodios, la responsabilidad política es decisiva, pero si no se
discute cuando se trata de Buckingham, es menos clara en cuanto a sus homólo-
gos españoles, el rey y Lerma. O, si se prefiere, los yerros son aquí menos fáciles
de individualizar, dado que se trata de una política de Estado, dentro de una
lógica imperial para la cual no es fácil medir una concordancia entre su objetivo
primordial de conservación del Imperio y la potencia militar de que se dispone
para ello3. En segundo término, no hay que pensar que las operaciones de este
tipo, anfibias y a muy larga distancia, por la logística y los medios que solicitan,
estén condenadas al fracaso hasta la Segunda Guerra Mundial y sus diferentes
desembarcos, en particular, el de Normandía. Es preciso que Regan recuerde
que, en 1625, los ingleses querían reproducir el éxito de la armada que tomó
Cádiz en 1596, pues Buckingham deseaba estar a la altura de Isabel I. Y si se
planearon las tentativas hacia Filipinas entre 1613 y 1620, es porque la flota de
Miguel López de Legazpi y Andrés de Urdaneta, que salió de puerto de Navidad
(Nueva Galicia) el 21 de noviembre de 1564 conoció un rotundo logro, sin volver
sobre el triunfo de Túnez que nos relata Jan Vermeyen a través de sus tapices.
3
Regan, 2007, p. 16.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 83
Hecho este recorrido y rápido balance comparativo, hay que volver a lo que
aquí nos interesa, «los socorros de Filipinas». Ni el término ni el episodio se
ignoran, por supuesto. La expresión se emplea en otras circunstancias, a veces
muy parecidas, como cuando en 1617 el virrey de México manda el navío San
Gerónimo «de socorro a las islas Philipinas»4. Entre otras cosas, la nao debió
transportar lo que a veces en el siglo xvii se llamaba «el socorro mexicano», y que
ha quedado como «el situado de Filipinas», es decir, los cerca de 200 000 pesos
que durante más de doscientos años la Corona remitió de manera anual para sos-
tener su dominio en el archipiélago5. En cuanto al tema preciso de estos socorros
de entre 1613 y 1620, no es terreno virgen, pues ya Juan Gil le dedicó un capítulo
central de su libro Mitos y utopías del Descubrimiento: 2 El Pacífico, intitulado
«La defensa de las Filipinas», y enmarcado entre «Los secretos de la California» y
«Ofir, salvación de la Monarquía»6.
Tenemos, por lo tanto, que precisar los dos proyectos. Gil llega a esos episo-
dios a través de su preocupación por el imaginario geográfico, que propagan
los varones más aventureros e inquietos de la Monarquía, sean arbitristas como
el coronel escocés Guillermo Semple, sean navegantes de la talla de Diego
Ramírez de Arellano. Y su interés es, en verdad, el espacio pacífico, su explora-
ción y los árbitros y sueños que sustentan.
Alcanzamos esos mismos «socorros», en primer lugar gracias al Discurso de
mi vida de Contreras, aunque permanezca, como siempre, bastante elíptico. Es
decir que, de entrada, estamos dentro de las entrañas de la maquinaria, donde
se acomoda la carne de cañón del monstruoso Leviatán. También nos hemos
topado, aunque, por un momento en un principio, con espíritus fértiles, como
el del genovés naturalizado y hombre de negocios Horacio Levanto, el cual,
en definitiva, nos abre de par en par las puertas de los intereses económicos
que se ventilan entre España, Asia y Nueva España. Sobre todo, serán nuestros
principales mentores dos grandes oficiales de la Corona, el entonces secretario
del Consejo de Indias, Juan Ruiz de Contreras —la homonimia parcial con don
Alonso no es aquí inocente, como veremos—, y el presidente de la Casa de la
Contratación, don Francisco de Tejada y Mendoza. Su correspondencia sobre
el tema llena legajos enteros del Archivo General de Indias7.
Queremos, por lo tanto, profundizar, a través de la serie de ajustes y sobre todo
desajustes que intervienen en la realización de esos tres socorros de 1613, 1617
y 1619, el trabajo de los diferentes instrumentos de los que dispone entonces la
Monarquía, sean colectivos, como los consejos o las juntas, aquí de Guerra de las
Indias, sean individuales, como los personajes ya mencionados, entre los que se
incluye a nuestro Contreras, u otros como el tal veedor de la armada o el duque
4
AGN, Archivo Histórico de Hacienda (1.a serie), 24955/vol. 1135.
5
Véase Alonso Álvarez, 2009, en particular el cap. 8: «La ayuda mexicana en el Pacífico:
socorros y situados, 1565-1816».
6
Gil Fernández, 1989. Ha sido aquí de gran utilidad sobre el entorno marítimo y algunos
personajes.
7
Sobre todo, véanse AGI, Filipinas, 200 y Filipinas, 350.
84 los socorros de filipinas (1613-1620)
8
Véase el cap. viii en este libro: «Médicos de su honra».
9
El término se puede discutir, pero es, de pronto, cómodo, así que simplemente recordemos
que es una construcción a medio terminar entonces.
10
Carta de Miguel Coronel, vecino de Saint-Malo, 15 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas, 200,
N. 177); véase también AGI, Santo Domingo, 869, leg. 7, fos 38-50; Contreras, Discurso de mi
vida, cap. xiii: «En que cuento el viaje que hice a las Indias y los sucesos de él».
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 85
11
Sobre 1621, y el cierre de los horizontes lejanos, véase Gil Fernández, 1989, p. 209. En
realidad, la guerra se reanuda desde 1618, con la Revuelta de Bohemia y el principio de la Guerra
de los Treinta Años.
12
El episodio se repite en marzo de 1616, con seis navíos holandeses, véase AGI, Filipinas,
37, N. 19, «Información de los daños que hizo el enemigo holandés en estas islas Philipinas el
año de 1616».
13
Verdadera relacion de la maravillosa vitoria. El impreso es de 1611. Es notable el corto
tiempo que transcurre entre los hechos y su publicación, un año, ¿poco más?
14
Ollé, 2014, p. 372.
15
Murteira, 2014, p. 299.
86 los socorros de filipinas (1613-1620)
por el que la gran mayoría de los navíos regresa felizmente16. En 1612, los por-
tugueses atacan la factoría neerlandesa de Pulicat17. Desde 1614, los navíos de
la Compañía Unida de las Indias Orientales (VOC), creada en 1602, merodean
sin muchos resultados delante de la bahía de Manila, en espera del galeón de la
plata o más bien de los juncos de la seda18.
Son tiempos extraños de paz armada, de turbulencias, y esto estimula las
imaginaciones, refuerza las obsesiones, anima las falsas esperanzas, aun en los
más altos grados del poder. Hasta los instrumentos de inteligencia, aún rudi-
mentarios, contribuyen a crear ilusiones con poca credibilidad. En diciembre
de 1616, aprovechando la supuesta salida de la armada de Filipinas, el duque de
Lerma y el rey hacen saber por cartas al virrey de la India y al gobernador
de Filipinas que existe un complot que involucra a un alto magistrado holandés
y a los responsables militares neerlandeses en India, para que entreguen las
fortalezas y las armadas a los españoles, entre ellas Paliacate —Pulicat— y las
del Maluco. Por supuesto, atraviesa el escenario un jesuita. Es difícil medir el
grado de confianza que se debe dar a esas maquinaciones19.
La preeminencia naval neerlandesa parece tal que los mares y la imaginación
de los responsables españoles se pueblan de flotas holandesas. En carta del 3 de
julio de 1616, el duque de Lerma pide al presidente del Consejo de Indias que se
examinen unos informes llamados «los avisos de Flandes». Según información
procedente de las Provincias Unidas se relata lo ocurrido «en el mar del Sur y
costa de Pirú por los [h]olandeses que han pasado el estrecho de Magallanes»20.
El autor anónimo concluye: «No sé la verdad que tenga, pero son tantas las par-
ticularidades que puede dar muchos cuidados». Y, por supuesto, cierra con un
arbitrio, que se mande un socorro desde aquí, Flandes, ¡con barcos comprados
en Holanda a mitad de precio21!
En un mundo de inteligencia aún con poca experiencia, donde las autorida-
des titubean entre lo cierto, lo probable y lo incierto, hasta los silencios deben
interpretarse. Por la misma fecha, el Consejo debe evaluar el contenido de una
información procedente de Cartagena de Indias del 25 de marzo de 1616:
Han escrito del Pirú que han entrado por el mismo estrecho de Maga-
llanes otros ocho navíos de ingleses. Esta nueva no la tengo por cierta
porque en el último bajel que vino de Portobelo he recibido yo cartas
frescas de personas graves y muy inteligentes en que me dicen otras
cosas y ofrecen de escribirme lo que hubiese y no me dicen palabras de
estos ocho navíos, que si fuera verdad fuera lo primero que me escribie-
ran, y ansi no tengo por constante la dicha nueva 22.
16
Spate, 2004, p. 224.
17
Puerto de la costa oriental de India.
18
AGI, Filipinas, 1, N. 134; Murteira, 2014, p. 311.
19
AGI, Filipinas, 200, N. 103.
20
Debe de ser la armada de Joris van Spilbergen, véase más adelante.
21
AGI, Filipinas, 200, N. 33.
22
AGI, Filipinas, 200, N. 33.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 87
Y, sin embargo, es, en cierta medida, verdad: los seis navíos de Joris van Spil-
bergen —aunque no son ingleses—pasaron por el Estrecho en mayo de 161523.
El hecho es que la presencia de los holandeses en los mares de Filipinas se
vuelve casi rutinaria, aunque molesta por los sobresaltos que dan y los saqueos
que realizan. Su apariencia sorprende a los filipinos, ya acostumbrados a la fiso-
nomía y aspecto de los españoles. El 13 de febrero de 1616 aparecen seis velas
en la isla de Capul, muy cerca del desembocadero de San Bernardino, llave del
dispositivo naval español en el Pacífico24, se trata de la dicha flota de Joris van
Spilbergen. Según el informe de los naturales,
los tuvieron por enemigos […] porque extrañaron su traje y modo por
ser toda gente muy blanca y bermejos y que algunos traían zarcillos en
las orejas […] y el cabello corto a modo de coleta por la frente y por los
lados de las orejas largo que les tapaba el pescuezo25.
23
Mathes, 1976, p. 14.
24
Entre las islas de Luzón y Samar, por donde sale o entra el galeón de Manila.
25
AGI, Filipinas, 37, N. 19, «Informe de los daños que hizo el enemigo olandes…», s. f. Las
otras citas proceden del mismo expediente.
26
Loureiro, 2014, p. 354. Actual Bandar-e-Jask, al sur de Irán, que, de alguna manera, cierra
el golfo Pérsico.
88 los socorros de filipinas (1613-1620)
27
Véase el capítulo siguiente de este libro, cap. iv: «Levarse con la armada».
28
Schaub, 1998.
29
Schwartz, 2014.
30
El diseño detallado de ese proyecto de socorros queda explicitado en los siguientes epígrafes.
31
Ollé, 2014, pp. 384-385.
32
San Antonio, Vivero, Relaciones de Camboya y Japón.
33
Loureiro, 2014, p. 357 sqq.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 89
34
Por los acuerdos de Tomar (1581) se garantizó la plena autonomía de Portugal dentro de la
Unión de las dos Coronas.
35
Ollé, 2014, pp. 374-376.
90 los socorros de filipinas (1613-1620)
Y los que llegaban eran pocos y de calidad dudosa, entre adolescentes y demás
gente bisoña y galeotes. Durante un tiempo se pudo contar con mercenarios
japoneses, pero por definición eran poco seguros. Con más garantías se dis-
ponía de algunas compañías de soldados indígenas, sobre todo pampangos38.
Por todas estas razones, más que en otra parte, la presencia de un poderío
fuerte era a la vez difícil y necesaria. Así lo escribía, a finales de 1619, el pro-
curador de Filipinas en la corte de Madrid Hernando de los Ríos Coronel,
pues había que mostrar la potencia «para el asegurarse aquella tierra y alentar
a los naturales, sino que dejando de tener efecto, se pasarían al enemigo
la mayor parte»39. La advertencia era clara, se corría un verdadero riesgo.
36
Consejo al secretario Juan Ruiz de Contreras, 9 de julio de 1619 (AGI, Filipinas, 20, R. 13,
N. 84).
37
Merino, 1983, t. I, pp. 30 y 33.
38
Fernández, 2014.
39
Ríos Coronel, Memorial al rey, 1619.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 91
Pero es probable que hubiera también otras razones, vistas desde Madrid,
para ese proyecto obstinado de querer mandar a toda costa una armada de
Andalucía a Filipinas, directamente.
40
Martínez Peña, 2007.
41
Newsome Crossley, 2011, pp. 149-150.
42
Concepción, Historia general de Philipinas, t. IV, p. 476.
92 los socorros de filipinas (1613-1620)
Ser la mayor monarquía implicaba que el rey fuera «señor del mundo», o, por
lo menos, que el sol nunca llegase a su ocaso sobre sus posesiones. Sobre esto ya
insistía en varios memoriales de 1618 Martín Castaño, el predecesor de Hernando
de los Ríos, pues, en cierta manera, Filipinas cierra la redondez de la tierra, sea por
Malaca y el estrecho de Singapur, sea por la inmensidad del mar del Sur y las costas
de Nueva España y Perú. Pero Castaño no se olvidaba de otros argumentos, dado
que desde Filipinas se podía controlar el comercio de las especias procedente de las
Molucas, que según él valía más de tres millones de pesos al año45.
Las sumas que se manejan oficialmente para el comercio con Filipinas y
más allá, China y las Molucas, son a la vez muy atractivas y preocupantes para
la Corona, alrededor de dos o tres millones de pesos al año. Todo se resume
en saber con qué se financian esas sedas y esas especias. La respuesta es
conocida, con plata peruana y mexicana. Por entonces, Perú era el principal
proveedor de metales preciosos de la Monarquía, y los dirigentes en Madrid
estaban preocupados por las posibles conexiones con Filipinas. Si en 1581-1582
el gobernador del archipiélago logró mandar dos navíos de Manila a Perú,
esto se prohibió de inmediato. También existía el riesgo de una evasión
indirecta de la plata peruana por Acapulco: desde 1587 se trató de cerrar esa
relación, sin resultado. Por lo tanto, se tuvo que limitar el comercio entre
Nueva España y Perú. Al final, entre 1604 y 1634, progresivamente, se llegó
a una interdicción total46.
43
Newsome Crossley, 2011, pp. 150-153.
44
Ríos Coronel, Memorial al rey, 1619.
45
AGI, Filipinas, 27, N. 107.
46
Spate, 2004, pp. 217-220.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 93
Quedaba el flujo de plata mexicana hacia Manila. Los chinos y los españoles
entendieron enseguida lo que estaba en juego. Desde 1572, un enjambre de juncos
viene a ofrecer sus productos a la recién fundada Manila; en 1588 ya son 48, y siguen
progresando47. De tal manera que, a principio del siglo xvii, cada año, entre 54 y
81 toneladas de plata se desvían hacia China, a través de Manila. En consecuen-
cia, la desconfianza y la irritación de la Corona española crecen y esta no tarda en
tomar las medidas oportunas para limitar el flujo. Entre 1593 y 1604 se dictaron
una serie de reales cédulas que enmarcaron el comercio entre Acapulco y Manila:
la principal era prohibir una exportación de mercancías hacia Nueva España supe-
rior a un valor de 250 000 pesos y, en el otro sentido, limitar la extracción de plata a
500 000 pesos48. Pero la avidez y la corrupción, hasta sus más altos niveles —gober-
nadores, virreyes—, eran tales que se seguían intercambiando sumas millonarias.
Había una real hemorragia de metal precioso, pero también competencia en las
Indias Occidentales entre los productos chinos y españoles, como los tejidos de
seda, desfavorable a los procedentes de Europa, lo que se extiende hasta España.
En 1577, la flota trajo a Sevilla un cajón de seda china, en 1581 son 6 388 arrobas49.
De todas partes, le llegan al rey informes sobre esa competencia tan dañina. Ya en
1588, Giovanni Botero, en su obra Delle cause della grandezza delle città, advierte:
«El comercio con las Filipinas es más dañino que rentable para el rey de España.
Porque las mercancías [de China] son tan baratas que la gente de México, que hasta
ahora traían sus cosas desde España, prefieren adquirirlas en las Filipinas»50. En
una carta de junio de 1610 al soberano, el presidente de la Audiencia de Panamá
le recuerda que, ya en 1605, le avisó «del miserable estado en que hallaba este
reino», «porque las mercadurías de China se iban comunicando a todos los reinos
de Vuestra Majestad en gran daño y perjuicio de sus vasallos»51.
En ese momento, un nuevo actor aparece en escena, la universidad de los mer-
caderes de la ciudad de Sevilla, principal interesado, con la Corona, en el comercio
con las Indias. A principios del siglo xvii, se encuentra con una difícil situación,
ligada a una saturación del mercado americano originada por los productos
chinos, «que es causa que cese la contratación y ventas de las mercancías de
España»52. Por lo tanto, pide ayuda al poder. Según la Real Cédula, de 1 de diciem-
bre de 1610, el prior y los cónsules de dicha corporación han representado al rey:
Cuan apriesa se va acabando la contratación de entre estos reinos y las
Indias siendo una de las principales causas de esto la que se tiene desde esa
Nueva España a las Philipinas y la mucha cantidad de plata que cada año se
lleva a ellas, contra orden, a vueltas de los 500 000 pesos que se permiten.
47
Bernal, 1965, p. 77.
48
Copia de la Real Cédula del 31 de diciembre de 1604 (AGI, Filipinas, 22, N. 7, N. 29). Véase,
además, Díaz-Trechuelo, 1970; Yuste, 1984.
49
Picazo Muntaner, 2004, p. 502.
50
Botero Benese, De la causa de la grandeza de la ciudad, p. 74.
51
AGI, Panamá, 16, R. 2, N. 22, fo 9 v. Véase, además, Bonialian Assadourian, 2015.
52
Deliberación de la Junta de comercio de los cargadores de Indias en 1610 (Díaz Blanco, 2014).
94 los socorros de filipinas (1613-1620)
Para evitarlo, y también para que la Península abunde «de las cosas de la
China, y se enriquezcan [estos reinos] con la saca de los frutos de la tierra y
demás mercaderías que se llevaran a Philipinas y desde allí al Japón donde
tanto las apetecen por lo que carecen dellas y abunda la plata», se piensa en una
decisión radical:
Convendría que cerrando la puerta a la contratación de entre esa
Nueva España y aquellas islas se tuviesen con ellas desde estos reinos53,
con que también se engrosaría la cuenta que tiene con las demás Indias
Occidentales. […] Presupuesto que se puede hacer por el cabo de Buena
Esperança, que es navegación de tres meses de ida y otros tantos de
vuelta haciendo escala en Malaca, la Aljaba mayor o en alguna de las
islas circunvecinas.
53
Las cursivas son mías.
54
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 118v-120r, para lo que antecede.
55
Ibid.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 95
Estado». Y, sobre todo, «sería de muy grande beneficio para estos reinos». Y
para que todo se concrete, el Consulado ofrece despachar «dos naos y demás
bajeles» para ir en convoy con la armada56.
Pero no todos los negociantes de dicha universidad son «mercaderes aventu-
reros», y cuando se les pide dar cumplimiento cabal a lo prometido, empiezan
las reticencias y el mendigar. La junta de cargadores de Indias se reúne el 5 de
septiembre de 1616 —la flota para Filipinas parece a punto de partir— y ve
«muy grandes dificultades e inconvenientes» en la propuesta del rey, que les
autorizó a cargar sus propios navíos para el regreso de Filipinas a Sevilla, «no
dando su Majestad naos propias suyas para que vuelvan con las mercancías
de las dichas Filipinas, y gente para ellas en la forma que se hace con las naos
que van de la Nueva España a las dichas Filipinas». Es decir, el Comercio de
Sevilla propone crear un sistema parecido al del galeón de Manila, que les sea
favorable, sobre el cadáver del primero, y rumbo a Andalucía. Y ello «porque
la ciudad de Manila y todas aquellas islas han de contradecir y estorbar esta
contratación», «y ser sin duda que los gobernadores de aquellas islas no han de
permitir sacar ninguna gente española dellas para volver con las naos»57.
Ya le están entrando al Consulado el pragmatismo y la duda. Y cuando el Con-
sejo de Indias pregunta al presidente de la Casa de la Contratación cómo van los
preparativos del Consulado en cuanto a su participación en el socorro, aquel con-
testa que los mercaderes le han dado largas, mientras esperan la llegada de la flota
de la plata para determinarse: «Lo que yo digo y tengo por cierto es que veo esta
gente desanimada, y espero muy poco della, si con la venida de galeones no cobran
corazón»58. En 1619, desde enero, se intenta reanimar el ímpetu de los negociantes,
a los que se les pide que envíen dos navíos a Filipinas. En julio, el Consejo de Indias
pierde la paciencia y la compostura: «Las largas dilaciones de los mercaderes no
nos engañan, dejando cada cosa a punto cuido para hacer su negocio con alguna
insolencia y demasía»59. En consecuencia, y después de muchas vacilaciones —pues
muchas habrá en este gran proyecto de los socorros a Filipinas—, la Corona decide
no autorizar el menor envío de mercancías de Sevilla a Manila en sus galeones, así
que será una expedición exclusivamente militar60.
En su parecer del 5 de septiembre de 1616 el Consulado se queja de las cartas
que se han mandado desde las islas contra el proyecto que está promocionando61.
Entre los adversarios se encontrará, después, al recién llegado procurador de
Filipinas Hernando de los Ríos Coronel. En su memorial de 1619, este pone al
descubierto la debilidad económica de la propuesta de la corporación sevillana.
56
AGI, Filipinas, 200, N. 12.
57
AGI, Filipinas, 200, N. 34, N. 42 y N. 43.
58
Carta del presidente de la Casa al secretario del Consejo, 14 de noviembre de 1616 (AGI,
Filipinas, 200, N. 89).
59
El Consejo, 6 de enero y 8 de julio de 1619 (AGI, Filipinas, 38, N. 7).
60
Real Cédula al secretario del Consejo, 12 de diciembre de 1619, es decir, apenas unos días
antes de la salida de la armada (AGI, Filipinas, 329, L. 2, fo 337).
61
AGI, Filipinas, 200, N. 42.
96 los socorros de filipinas (1613-1620)
Adbitrio que dan los adversarios de las Filipinas en esta manera. Quítese
el trato de la Nueva España, venga la contratación a Sevilla, y en cambio
de las mercaderías que de allá se trajeren, les llevarán vino, aceite, paños y
lencería, y otros muchos géneros, como se llevan al Pirú y Nueva España.
Esto es cosa ridícula, y se ve bien que el dueño destos adbitrios ignora lo
que allá pasa, y lo que conviene al servicio de V. M., que si lo hubiere visto
no lo diera tan a ciegas, porque cuando se haya entablado este trato, se
verá cuán perjudicial es para los fines de sus pretensiones: pues cuando
carguen de vinos, y aceites, y los demás que dicen, y vean que allá no ay
[sic] nación que gaste tales géneros, sino solamente los pocos españoles
que con cuatro pipas para los regalar, les sobrarán las dos: han de necesi-
tarse a enviar dinero seco, como lo llevan de Portugal, y los olandeses que
allá no han menester mercancías, ni las gastan.
Y con esto y con la golosina del interés, se han de descarnar cuando
pudieren por enviar allá la plata, y así se seguirá otro mayor incon-
veniente, que es sacarla de España, que estaba ya sin riesgo la que se
sacaba de las Indias, donde no hacía tanta falta. Y tras esto mandar a
las Indias otras mercancías tan caras que nadie las pudiera gastar. No
es Profeta, más si estos adbitrios V. M. los admite, han de ser la des-
trucción de sus reinos 62.
62
Ríos Coronel, Memorial al rey, 1619.
63
AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84. La carta que escribe al secretario del Consejo Juan Ruiz
de Contreras, encargado de los preparativos de la armada, se encuentra en el folio 235, sin
fecha y se trata «de buen aceite embotijado y puesto luego que se me demandare a la orilla
del río».
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 97
64
Domínguez Ortiz, 1998, p. 120.
65
AGI, Indiferente general, 449, L. A2, fo 148.
66
Aquí son imprescindibles los trabajos de Girón Pascual, 2011 y 2012; Rolando es hermano
de Horacio.
67
AGI, Contratación, 966, N. 2, R. 2.
68
ACA, Consejo de Aragón, L. 0600, N. 066. La Armada del mar Océano está encargada de
navegar cerca de las costas del Atlántico para protegerlas y esperar las flotas de la plata.
69
AGI, Contratación, 966, N. 2, R. 2, fo 13.
70
AHN, Consejo, 29732, exp. 7.
71
Girón Pascual, 2011, p. 48.
98 los socorros de filipinas (1613-1620)
Aun con sus nuevos intereses, nunca olvidó los negocios de las Indias.
En 1619 recibió «tres cajones de grana que le vendieron» procedentes de Nueva
España72; en 1634, mandó 101 barriles de aceitunas a Veracruz73. En 1642, los
administradores de sus bienes reclaman dos cajones que venían en la capitana
de la flota, con un total de 1633 pesos en reales, resto de una cantidad mayor
que se le debía de 14 000 pesos74.
Como se puede percibir, Levanto dejó una herencia cuantiosa, pero también
muchos dolores de cabeza a sus herederos. Y el menor no fue el relacionado con
el oficio de ensayador y fundidor de la casa de la moneda de México; de hecho,
un siglo después de su muerte, la Corona, el convento del Santo Desierto de car-
melitas descalzos de México y los descendientes del genovés seguían peleando.
Hacia 1630, la Hacienda Real debía a Horacio la respetable suma de 50 000 pesos
por el apresto de la Armada del mar Océano. El genovés ya entonces estaba inte-
resado en el manejo de las casas de la moneda de Sevilla y Granada, de las cuales
era administrador, o tesorero75. El oficio de ensayador y fundidor de la de México,
vendible y renunciable, valía entonces 165 000 pesos, y una tercera parte de ello
caía entre las manos de la Corona cada vez que cambiaba de titular. Es este último
derecho el que por reales cédulas de 1630 se transfirió a Levanto, para que cubriera
la deuda de 50 000 pesos. Era una lotería, pues podía haber suerte si las renuncias
al oficio se multiplicaban. En ese momento se le ocultó o no percibió Horacio algo
esencial, que el titular Melchor Cuéllar hizo donación del oficio por testamento
de 1627 al dicho convento carmelita. Eran los frailes los que debían, por lo tanto,
pagar el tercio del valor a cada cambio del teniente que ellos ponían. Y los reli-
giosos actuaron con algo de alevosía: ¡en 1633 nombraron un oficial de menos de
catorce años de edad! Levanto se incendió y en 1730 el fuego no estaba apagado76.
¿El punto de partida, las 500 arrobas de aceite regaladas a la armada de Fili-
pinas, merecen esta larga digresión? En sí, es probable que no, pero Levanto
era más que esto, pues de cierta manera es «el ideólogo» de las expediciones,
y profundizar en su personalidad permite entender mejor lo que sigue. Fue
un hombre con múltiples facetas, todas ligadas al Imperio, fueran las Indias,
fueran las flotas protectoras, fuera la plata o la moneda —nervio de todo el edi-
ficio—; y, esto, desde Andalucía —Sevilla, Granada—, y una que otra pasada
por la corte77. Como lo demuestra la apuesta-negocio alrededor del oficio de
ensayador de México, tenía un espíritu fértil y aventurero, aunque no era ni
muy buen calculador ni muy reflexivo. Así parece que lo notaba Hernando de
los Ríos Coronel, si en efecto pensaba en él.
72
AGI, Contratación, 816.
73
AGI, Contratación, 829.
74
AGI, Contratación, 966, N. 2, R. 2.
75
Girón Pascual, 2011, p. 48.
76
Breve recuento de un amplio expediente (AGN, Casa de Moneda, vol. 429, exp. 1). Las dos
reales cédulas a favor del genovés (AGI, Indiferente general, 452, L. A12, fos 203v-204v y 211v-212v).
Sobre Melchor Cuéllar y el dicho oficio, véase Castro Gutiérrez, 2012, pp. 28 sqq., 48 sqq., 67.
77
En julio de 1636 es residente en Madrid (AGI, Contratación, 829, fo 2r).
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 99
78
Levanto, Memorial sobre el trato; Díaz Blanco, 2014, hace un breve acercamiento al texto
de Levanto. En el cuerpo del texto aparece la fecha «este año 1620», fo 4r del Memorial, por lo
que se puede aceptar esta fecha de impresión. Sobre el escrito, véase también Bonialian Assa-
dourian, 2016.
79
Díaz Blanco, 2014, p. 56.
80
Levanto, Memorial sobre el trato, fo 1.
81
Ibid., fo 2r.
100 los socorros de filipinas (1613-1620)
82
Ibid., fo 2v.
83
Ibid., fo 3.
84
Ibid., fo 4r.
85
Ibid., fo 6.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 101
Queda la pregunta del principio: ¿«Es cosa ridícula» como advierte Hernando
de los Ríos? En 1620, es decir, en la última nota, Levanto se preocupa de algo que
ni los cargadores de 1610, ni la Corona en los años que siguen han tratado ver-
daderamente con cuidado, y que resulta esencial: el designio supone un dominio
por lo menos aproximado de las rutas y de los instrumentos geográficos, navales,
humanos que se deben de poner en juego. La gran preocupación, al origen de
estos socorros de Filipinas, es la hemorragia de plata. Recordemos que el procu-
rador de las islas Filipinas la consideraba un hecho imposible de obviar: poco o
nada interesaban en Asia los productos europeos, de no ser algunas armas y la
tecnología naval en Japón. Y, en efecto, Horacio Levanto no tiene para esto una
respuesta, sólo propone limitar de manera significativa la evasión de moneda
de plata y reemplazar productos acabados chinos (tejidos y ropa) por la materia
prima, lo que supone un menor desembolso. A lo más en una nota manuscrita
de 1621 reconoce que «el gasto de los frutos de estos reinos en Filipinas no pueden
ser de consideración»: después de reflexionar daba razón a de los Ríos Coronel.
En definitiva, ¿su propuesta era viable? Es probable que en parte, si se soluciona-
ban los problemas de la ruta y del transporte, de los mercados aficionados a los
artículos chinos y, sobre todo, de la sarta de descontentos que iban a nacer, de
China a Nueva España, sin olvidar las reacciones de los rivales holandeses, y
hasta de los portugueses. ¿Detalles?
Todo bien medido, lo que propuso en 1610 la Universidad de mercaderes
de Sevilla sin distancia reflexiva, a partir de una coyuntura adversa y con
múltiples facetas, lo que trató de llevar a su realización la Corona entre 1613
y 1619, entre incertidumbre y obstinación, es lo que, más tarde, un genovés
intentó racionalizar y justificar, pero ya era demasiado tarde. Si hay que
volver sobre el juicio de Hernando de los Ríos, no fue una cosa ridícula, fue
una tentativa desacertada, incapaz de medir aún sus límites, con el aguijón
de menores pérdidas y mayores ganancias: ¿es una formulación tan dife-
rente de aquella del procurador?
Lo cierto es que un siglo más tarde se llevó a cabo, durante un tiempo breve,
la propuesta de Levanto. En 1724, el virrey de Nueva España, según una orden
del rey de 1718, decretó que se ponía un término al comercio de seda entre Fili-
pinas y Nueva España. «en ramas y en tejidos». Al mismo tiempo, y conforme a
la propuesta del genovés, se autorizaba la introducción de algodones asiáticos.
Dicho bando virreinal se revocó en 1734, otra decisión desaliñada86.
86
Gámez M., 2016.
102 los socorros de filipinas (1613-1620)
acercarnos a los siete mares implicados por ese proyecto de mandar flotas de
Andalucía a Filipinas por el cabo de Buena Esperanza, o cualquier otra ruta.
¿Siete mares? Tal vez, pero con certeza cuatro derroteros por los cuales acceder
desde España a Filipinas: el Cabo, por supuesto, es el que está en los espíritus en
prioridad entonces, pero también interfiere el estrecho de Magallanes (y acce-
sorios), sin olvidar los puentes que constituyen la Nueva España y el istmo de
Panamá. Y no tomamos en cuenta el fantasioso —hoy— estrecho de Anián,
pero muy presente en las mentes de la época. Ya dice la sabiduría popular que
la abundancia puede ser enemiga del bien y el exceso de opciones marítimas y,
por tanto, de calendarios y tiempos, fue otro de los dramas de esta «gran idea».
Hay que tener en cuenta también la cronología, pues el proyecto tomó consis-
tencia entre los años 1610 y 1616. En ese momento, el estrecho de Magallanes ha
caído casi en el olvido, después de la gran odisea pirática inglesa, desde Francis
Drake a Richard Hawkins, pasando por Thomas Cavendish («activo» sobre todo
entre 1578 y 1593), para quienes fue la puerta de entrada al «lago español» del Pací-
fico87. Portugueses y holandeses tenían metas más precisas, Asia y las especias.
Los segundos querían apoderarse de las factorías de los primeros y los primeros
pensaban cada vez más en términos atlánticos, con Brasil o incluso África del
Norte. El océano Índico se convirtió en un espacio geopolítico inestable, pero
atractivo, y la ruta del Cabo aparecía como la más transitada a principios del
siglo xvii por unas y otras armadas88. Madrid pensó, entonces, que era el surco
a seguir, con falta de imaginación o de reflexión. Cuando se vuelve a despertar
el interés por el Estrecho, con Van Spilbergen (1615) y los hermanos Bartolomé y
Gonzalo García de Nodal (1619), ya es tarde, y esto sólo entorpecerá más aún las
decisiones del mando superior español en cuanto al socorro de Filipinas.
Así, en los años que anteceden a los socorros, tanto holandeses como portu-
gueses mandan armadas por la vía del cabo de Buena Esperanza, cuyo destino
es como una apertura a ese purgatorio de las expediciones a Filipinas desde
España. Y con el conocimiento de que en ese derrotero hay tres puertas estrechas
y obligadas89: el propio Cabo, la isla de Mozambique90 y el estrecho de Malaca.
Los tiempos son decisivos: una armada neerlandesa, la del almirante Van der
Hagen, sale de las Provincias Unidas en diciembre de 1603 con 12 navíos, llega
al Cabo en junio de 1604, se halla en la isla de Mozambique entre julio y agosto y
viene a molestar a Goa a finales de septiembre del mismo año. Un viaje feliz, en
otras palabras. La flota portuguesa de 5 navíos sale más tarde, en abril de 1604:
3 navíos deben de regresar a Lisboa, en malas condiciones antes de llegar al
cabo, uno naufraga en el canal de Mozambique y el último tiene que invernar un
año en la isla. Suertes muy disparejas, nefastas sobre todo para los portugueses,
debido a que entre 1604 y 1608 salen de Lisboa hacia la India 26 galeones, de los
87
Bernal, 2012, pp. 254-264.
88
Subrahmanyam, 2013, pp. 206-215.
89
Boxer, 1984.
90
Ibid.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 103
El acierto suponía decisión, una visión clara, es decir, facultades que le fal-
taban a la Monarquía sobre esos temas y en ese momento, como veremos a lo
largo de lo que sigue. Y, por casualidad, ese derrotero por el que tienen prefe-
rencia, por el Cabo, es el más complejo, con al menos tres regímenes de viento
distintos, a la altura del sur de África, en la cercanía de Mozambique y en la
región del estrecho de Malaca, lo que puede traer atrasos y variaciones consi-
derables. Así, en un momento crucial, febrero de 1617 —la armada está lista en
Andalucía para zarpar, pero nadie se atreve a tomar una decisión definitiva—,
el presidente de la Casa de la Contratación, don Francisco de Tejada y Mendoza,
presenta el dilema. De haber salido en diciembre de 1616:
Dentro de seis meses a lo más largo [estaría] en Malaca, adonde
gozando de la monción [sic] de mayo, llegara a Filipinas dentro de siete
de como saliera de España. […] Y ahora o a de tardar catorce o quince
por lo menos saliendo por marzo con tan grandes dificultades, gastos
y peligros; o a de esperar a diciembre que es un año, pues cuanto antes
partiere, tanto más se ha de detener en el viaje95.
91
Murteira, 2014. Aunque Ollé, 2014, p. 373, afirma que entre 1597 y 1609 los navíos de la
VOC capturaron un total de treinta barcos ibéricos.
92
Haudrère, Le Bouêdec, 2011, p. 60.
93
Pedro Miguel, alias Dubal, piloto mandado por el archiduque Alberto (AGI, Filipinas,
7, R. 5, N. 57).
94
Ríos Coronel, Memorial al rey, 1619. Para llegar al mar de China, los meses de noviem-
bre-febrero eran los más convenientes (Haudrère, Le Bouêdec, 2011, p. 60).
95
Carta a Juan Ruiz de Contreras, en Sevilla, el 9 de febrero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 153).
104 los socorros de filipinas (1613-1620)
En cuanto a
hibernar en Mozambique, la tierra es tan enferma y falta de bastimen-
tos que, conocidamente, peligraría la mayor parte de la gente […] y
las naos se acabarían de consumir por haber un año que tienen dada
carena y no estar aforradas.
96
Ibid.
97
Ibid.
98
El sur de Madagascar está en 25° de latitud sur, es decir, que pasó ampliamente por debajo
de la isla.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 105
¿Qué pensar de todo esto? Don Francisco de Tejada nos da al fin su parecer:
«Si yo hubiera de embarcar dejara gobernar este viaje al Enrique el inglés, por lo
que he entendido de su suficiencia y puntualidad, y es buen católico romano»99.
Es lo que se puede llamar una trama ajustada que, sin embargo, se quiso
tejer en esas circunstancias, y que volvería a estar al día en la segunda mitad del
siglo xviii, cuando un inglés residente en Madrid propuso en 1758 una derrota
entre Mindanao y Cádiz, pasando por el Cabo, aparte de otros proyectos de
colonización en Filipinas. Idea que retomaría la Metrópolis después de que los
británicos tomaran Manila en 1762, para estrechar los lazos entre los dos uni-
versos. Desde el punto de vista político, presentaba una dificultad, ya que el
paso por el Cabo podía ser necesario y este pertenecía a los holandeses, hostiles
a la presencia española en Extremo Oriente100.
Con todas sus aristas, esa vía por el sur de África era factible. Lo habían demos-
trado los holandeses y, hasta cierto punto, los portugueses. Pero, en 1615, los
neerlandeses vuelven al camino del estrecho de Magallanes, con la expedición de
Joris van Spilbergen, y sus seis navíos, que zarpan de Pichilingas101 el 24 de junio,
pasan el Estrecho y salen a la mar del Sur el 24 de mayo de 1615102. Esto alarmó
sobremanera a los españoles y los incitó a retomar el proyecto del socorro103, pero
sobre todo volvió a llamar la atención sobre este posible derrotero por los estre-
chos. Y no es que hubiese sido un logro total, Spilbergen se demoró veinte meses
menos cuatro días hasta alcanzar «al Malayo», su destino final; de 750 hombres
llegaron a las islas «hasta quinientos cincuenta hombres poco menos»104.
99
Lo que antecede de AGI, Filipinas, 200, N. 107.
100
Véase AGI, Filipinas, 199, N. 7 y Filipinas 390, N. 18. También «Presentación», Martínez
Shaw, 2014, p. 18. La VOC se establece en el Cabo en 1652.
101
Es decir, el puerto holandés de Vlissingen (Flesinga), en Zelanda. Poco después en una
sátira contra Olivares aparece la expresión: «pichilingue pirata» (Echevarría, 1998, p. 242). El
origen de la palabra es controvertido.
102
Testimonio del flamenco Pedro de Lest, desde Acapulco, hacia diciembre de 1615 (AGI,
Filipinas, 37, N. 19).
103
Según el propio presidente de la Casa de la Contratación (AGI, Filipinas, 37, N. 19). Ya,
en 1616, Pedro de Lest está en Sevilla, bajo las órdenes del presidente.
104
Testimonio de Arnaut de Lapen en Terrenate [Ternate], 28 de abril de 1616 (AGI, Filipinas,
37, N. 19). Este lugar debe de ser vecino «al Malayo», estamos en las Molucas.
106 los socorros de filipinas (1613-1620)
105
AGI, Filipinas, 200, N. 35.
106
Sobre su destino, véase Gil Fernández, 1989, pp. 182 sqq.
107
Carta del 30 de septiembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 64).
108
Véase Gil Fernández, 1989, p. 185. Véase también BNE, ms. 3190, Ramírez de Arellano,
Diego, «Reconocimiento de los estrechos de Magallanes y San Vicente, con algunas cosas curiosas
de navegación», ca. 1621.
109
Extremidad sudoriental del continente, al norte inmediato del estrecho de Magallanes.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 107
para la aguada. Al salir del estrecho —se gobernará al noroeste hasta llegar
a la línea—, después hay que buscar las islas de los Ladrones —futuras islas
Marianas—, y luego es «carrera sabida hasta Manila»110.
Es una carrera, en efecto, mucho más simple que la propuesta por el cabo de
Buena Esperanza, la cual es casi un juego de pistas. El descubrimiento del estre-
cho de Le Maire ofrecía, además, cierta flexibilidad, hasta un relativo confort.
Como siempre, no todas las opiniones coincidían: cerca de dos meses antes el
piloto flamenco Pedro Miguel Dubal «afirma que el viaje por el nuevo estrecho
es mucho más largo por lo menos mil leguas»,aunque es cierto que reconocía
no haber pasado por el estrecho de Le Maire111. ¿Podemos pensar que, como
ocurre a veces con una administración carente de directrices y conocimientos,
agobiada por los gastos, se están solicitando —o aceptando— demasiadas opi-
niones, y de junta en junta su indecisión se agrava?
Pero los tiempos apremian, se deben tomar resoluciones, y, el 19 de octubre
de 1619, cuando se remiten al general de la armada de Filipinas don Lorenzo de
Zuazola sus instrucciones, se le indica que el capitán Diego Ramírez de Are-
llano será el cosmógrafo, el cual lleva un derrotero por supuesto acorde con su
propia experiencia. Es decir que se ha escogido la vía de los estrechos y en el
cabo de las Vírgenes «se procurará hacer la conveniente diligencia para desem-
bocar por aquel estrecho [de Magallanes] a la mar del sur»; de no ser posible,
se irá al de San Vicente o al de Le Maire. Se trata de llegar a Filipinas antes de
finales de junio de 1620 (antes del día de San Juan), para evitar los vendavales
o monzones del oeste. Todo capitán de la flota llevará un juego de las instruc-
ciones, derrotero y demás mapas relacionados112. Todo está, por lo tanto, atado.
Pensar eso es conocer mal los vericuetos de los cuales es capaz esa adminis-
tración del Estado moderno, entre Madrid, en realidad en ese momento Portugal
adonde viaja el rey, Sevilla y Cádiz de donde está zarpando la armada. La flota sale
el 14 de diciembre de ese último puerto113, pero hay instrucciones del día anterior, se
supone que del rey, según las cuales ha habido otra «junta de pilotos muy platicos y
otras personas que hubiesen noticia y experiencia dello». De lo cual «han resultado
algunos pareceres encontrados»; y, sin mucha lógica, «se ordena: hagáis el viaje por
el cabo de Buena Esperanza y por dentro de la isla de San Lorenzo, sin tocar en nin-
gún puerto de la India, si no fuere forzado de la necesidad». Es posible aquí que esté
presente la mano del ordenador de la expedición, el secretario del Consejo de Indias
Ruiz de Contreras, el cual había reunido en agosto de 1619 una junta de pilotos para
tomar el parecer de Dubal el flamenco. La propuesta de este, clara y contundente,
fue que dado los tiempos previstos —noviembre o diciembre— se debía de ir por
el Cabo114. En el último momento, esto pudo influir en la decisión.
110
AGI, Patronato, 263, N. 1, R. 11.
111
Junta de pilotos en Sevilla, el 3 de agosto de 1619 (AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 57).
112
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 320 v-329r, sobre todo fos 324-325.
113
AGI, Filipinas, 38, N. 54. En realidad, es una salida fallida, la verdadera tendrá lugar el 21 de
diciembre de 1619.
114
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 57.
108 los socorros de filipinas (1613-1620)
Sin duda, el autor de estas nuevas instrucciones entiende que todo esto es
un poco más que precipitado y arbitrario, y añade que si las circunstancias
obligan al general a tomar una decisión sobre el derrotero, que reúna a los
pilotos y demás platicos, y si «os pareciere mudar el viaje lo hagáis eligiendo
el más acertado, breve y seguro». «Las ocasiones os han de decir ciertamente
lo que será más acertado. Se remite a vuestro valor y prudencia lo que fuere
más útil». En sí esto es muy cuerdo, pero hace desaparecer de un plumazo
todas las cavilaciones, juntas, informes, papeleos, hasta lejanas expediciones
de exploración realizadas desde hace años. Eso en el mismo instante en el que
la armada sale al mar abierto. La ironía quiere que la fortuna de mar la espere
a unas leguas de la costa de Andalucía, cuando se está desembocando sobre
la inmensidad de los océanos. Y su general se ahogará, teniendo de una mano
los mapas del estrecho de San Vicente, de la otra la orden de pasar por el cabo
de Buena Esperanza. Sería irrisorio, si no fuera trágico.
En medio de tantas opciones, el espíritu fértil de Horacio Levanto no podía
quedarse sin ofrecer alternativas. En una fecha próxima a 1619-1621, antes o
después de mandar impreso su Memorial sobre el trato de la China al presi-
dente del Consejo de Indias, Fernando Carrillo, el mercader arbitrista mandó
un manuscrito titulado Adiciones al memorial de Oracio Levanto, es muy pro-
bable que al presidente de la Casa de la Contratación. Lo cierto es que este lo
remitió a Carrillo, junto con otros papeles «sobre la materia de Philipinas» el
17 de septiembre de 1621. Las Adiciones son un texto apretado de unas seis
páginas; estas «adiciones» están en realidad incorporadas al impreso de 1620,
con algunas variantes y añadiduras en cada documento. El título mismo parece
indicar que las Adiciones están ordenadas cronológicamente entre la versión
(hipotética) corta y manuscrita del Memorial, de 1619, y el texto definitivo tal
como sale de la imprenta, donde las Adiciones se incorporan. El conjunto está
como traspapelado al final de un pleito de Levanto sobre 101 barriles de aceitu-
nas mandados a Veracruz mucho más tarde115.
En este escrito, el genovés trata de promocionar otro camino, «por Puerto
Belo y Panamá [que] parece ser muy conveniente a su real servicio […]. Y
porque el dicho camino es con menos costa, y en efecto hay más certeza que
por otro que llegue, y con brevedad». Hay una cuarta opción que descarta:
Encaminándose destos reinos por la Nueva España suele faltar
mucha [gente] y es con más dilación porque yendo con las flotas que
salen de aquí por junio y habiéndose de embarcar con los navíos
que salen de Acapulco por marzo, no pueden llegar a Manila antes
de mediado del año siguiente […] Por Panamá no excedería de cinco
meses, porque embarcándose en los galeones o flota a fines de enero
estaría en Puerto Velo a mediados de marzo y a Panamá se pudiera
pasar en tres o cuatro días116,
115
AGI, Contratación, 829.
116
Ibid.
de sevilla a manila o cómo acabar con el galeón de manila 109
117
Sobre el personaje (AGI, Filipinas, 200, N. 205). Su parecer sigue las Adiciones de Levanto
(AGI, Contratación, 829).
110 los socorros de filipinas (1613-1620)
sazón no han venido las flotas, de donde se han de comprar los dichos
pertrechos y bastimentos, ni las naos de Philipinas, para saber lo que
piden y han menester, y no se compran un año antes; de más de que se
compra a tiempo no hay en aquella sazón dinero en la caja real, ni aun
en todo el año hasta pocos días antes de la partida de las flotas que es
cuando se recoge. Y aunque estas dificultades se pueden vencer, la que
se ofrece en navegar las barcas cargadas de los dichos pertrechos por
la mar hasta subir al río, es dificultosa y con riesgo por ser en tiempos
contrarios de nortes, en que podrían peligrar, de suerte que el negocio
tiene haz y envés, y no se puede bien arbitrar sobre él. Lo demás que
propuso Vizcaíno, sobre que las naos que viniesen para Guatemala y
Honduras podrían llegar al puerto de San Juan de Ulúa, y de allí llevar
por el camino nuevo las mercaderías a las dichas provincias, son cosas
de imaginación, y que se platican fácilmente, y llegando a la ejecución es
dificultosa, y aun casi imposible118.
En resumen, que todo tiene «haz y envés», o es «cosa de imaginación». Por fin,
entre las altas autoridades hay alguien que parece sensato y que no piensa como
los otros en poner la carreta antes que los bueyes. Pero, hacia 1616-1617, cuando
aún era presidente del Consejo de Indias, don Luis está muy cercano de la muerte
y, por tanto, con menos capacidad para intervenir, motivo por el que casi pasa
desapercibido en los expedientes de los socorros de Filipinas.
Al final, de informe en parecer, de dilación en catástrofe, de puerta estre-
cha en ojo de aguja, todo contribuía, con sus excesos, a extender un manto
de incertidumbre sobre el devenir del socorro de Filipinas. Todo esto debió
agriar más aún la sonrisa de Fernando Carrillo, con apodo aquí de «Cara de
hereje» por su aspereza119. Este, un tiempo presidente del Consejo de Hacienda
(1609-1617), después del de Indias, fue un acérrimo adversario del «gran
designio». ¿«Cara de hereje» hemos escrito? Con esto, volvemos al Discurso
de mi vida de Alonso de Contreras.
118
AGI, México, 27, N. 67, carta del 24 de mayo de 1609.
119
Así lo llama Contreras, como veremos en el capítulo que sigue.
capítulo cuarto
1
Borrego: puerto de Sevilla «para aprestos y carenas» (Recopilación de leyes de Indias, ley 4,
tít. 32, lib. 9).
2
«Despalmar: limpiar y dar sebo a los fondos de las embarcaciones que no están forradas en
cobre» (Diccionario marítimo español, p. 219).
3
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 187-195.
4
Ibid., p. 191.
112 los socorros de filipinas (1613-1620)
5
Su relación de méritos de 1645, en el anexo de Ettinghausen, 1975, p. 316.
6
AGI, Filipinas, 37, N. 20.
7
AGI, Filipinas, 39, N. 26.
8
Ibid. Sobre las modalidades de la leva de militares en Andalucía, Marchena Fernández,
1985, pp. 95-101. Una última parte está dedicada precisamente a la experiencia de Contreras,
según Contreras, Discurso de mi vida, pp. 110-117.
levarse con la armada 113
9
Ibid., p. 195.
10
Ibid., pp. 195-198.
11
AGI, Filipinas, 200, N. 90 y N. 102.
12
Carta de don Juan Fajardo al secretario del despacho Martín de Aróstegui, 20 de marzo
de 1623 (AGS, Guerra, Servicios militares, legs. 2-56, s. f.).
13
Véase epígrafe del capítulo anterior de este libro.
114 los socorros de filipinas (1613-1620)
Más allá del destino personal de Alonso de Contreras, este episodio revela
otros fallos en el manejo de una expedición ya muy compleja por sí misma y
que se tendrán que puntualizar. De pronto, mencionemos sólo lo extraño que
resulta la intrusión del propio sobrino de Felipe III, pues cuando la armada de
Filipinas, en diciembre de 1616, está a punto de levarse, con sus preparativos
14
AGI, Filipinas, 200, N. 142, fos 484-485.
levarse con la armada 115
más o menos listos —leamos con atención la carta de don Alonso Fajardo—,
llega la flota que conduce el general del mar, el príncipe Filiberto. Se mezclan
galeras y galeones, recorren las bahías entre Cádiz y Gibraltar, sin que se sepa,
aún hoy, el motivo de tal decisión, sino rumores de alguna presencia holan-
desa: «Decían iba a pasar una armada de Holanda»; pasaron «más de tres
meses, aguardando la armada que jamás vimos»15. Y, con eso, se desbarató la
expedición a Filipinas. La opacidad e irresponsabilidad del Estado moderno
son manifiestas, sobre todo si se tiene en cuenta que, en ese momento preciso,
Gibraltar es un hormiguero de navíos ingleses y holandeses y que tal presencia
no parece preocupar16. En el desconcierto general algo como lo que ocurrió
a La Concepción era inevitable. Así lo entendió el Consejo de Guerra, que al
final absolvió al capitán de toda culpa, aunque el príncipe lo hubiese privado
de todo oficio por espacio de cuatro años17. Un militar «de los más platicos en
la navegación» era muy útil.
En el transcurso de los socorros de Filipinas, Contreras tuvo la oportunidad de
exhibir en dos ocasiones sus habilidades marítimas y, por tanto, de redimirse del
asunto penoso de La Concepción, aunque todavía podía escribir, en febrero de 1623,
«y pensará el mundo que han quedado reliquias de lo de Filipinas u Diamante»18.
Por un lado, es posible que escribiera su Derrotero universal del Mediterráneo, suma
de su conocimiento práctico sobre la geografía de ese mar durante su estancia for-
zosa de tres meses detenido en la capitana del príncipe Filiberto, tras la pérdida del
galeón19. Puede ser que ya estuviera escrito, tal vez en parte, lo cierto es que el prín-
cipe se quedó con él, como lo escribe Contreras: «Este derrotero anda de mano mía
por ahí, porque me lo pidió el Príncipe Filiberto para verle y se me quedó con él»20.
Además, de regreso del Caribe, donde estuvo persiguiendo a sir Walter
Raleigh, en 1619, asistió en Andalucía al secretario del Consejo de Indias, Juan
Ruiz de Contreras, que aprestaba otra armada para Filipinas, la que le caería en
suerte a Lorenzo de Zuazola21. Le correspondió a Alonso de Contreras, después
del naufragio, despedir el duelo de dicha flota yendo con dos tartanas a recoger
en las playas de Tarifa treinta piezas (cañones) de bronce que también codicia-
ban dos galeones de Argel22. A su manera, fue el capitán Alonso de Contreras
quien selló el último acto de los socorros de Filipinas. Como le dijo después a
don Baltazar de Zúñiga, valido de Felipe IV, «estaba en el apresto de la armada
de Filipinas y recogiendo los destrozos de ella»23.
15
Contreras, Discurso de mi vida, p. 199.
16
Según el jesuita Gerónimo Pallas cuando su barco llega en 1616 a Gibraltar hay «más de
quarenta navíos ingleses y olandeses» (Pallas, Missión a las Indias, p. 78).
17
AGI, Filipinas, 200, N. 175 y Contreras, Discurso de mi vida, p. 199.
18
AGS, Guerra, Servicios militares, legs. 2-56.
19
Contreras, Discurso de mi vida, p. 199.
20
Ibid., p. 80. Sobre esto, véase Pelorson, 1966. Véase también aquí el cap. ii.
21
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 207-208.
22
Ibid., pp. 208-209.
23
Ibid., p. 215.
116 los socorros de filipinas (1613-1620)
Cuando, en 1622, don Juan Fajardo recibe en Cádiz a ese madrileño injertado
de malto-italiano, no cabe duda que la acogida debió de ser helada. Los dos lo
señalan, de una forma u otra: «Desde que llegué a la bahía de Cádiz con mi
compañía […] hasta que salí desa ciudad se me han hecho obras para perderme
mil veces», escribe el capitán28. A lo que Fajardo contesta que Contreras ha
tomado por medio el no agradarse del estilo antiguo en las armadas de
gobernar los de guerra la infantería y los de mar las facciones della, que-
riéndolo todo contra razón, y lo mostró por experiencia cuando, por otro
caso, perdió en el Diamante de aquella bahía a uno de los galeones pre-
sumidos para el socorro de Philipinas que había de llevar el Señor don
Alonso mi hermano.
24
AGI, Filipinas, 200, N. 223.
25
Ettinghausen, 1975.
26
Y aún en Filipinas, véase Sales Colín, 2005, p. 433.
27
Carta del presidente de la Casa, 31 de enero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 148).
28
Todas las citas proceden de AGS, Guerra, Servicios militares, legs. 2-56.
levarse con la armada 117
Aquí está el fondo del asunto: un hombre, Contreras, que pretende más allá de
lo que se le debe, «contra razón», y pagado de sí mismo. A lo cual el propio capitán
arguye: «De suerte que yo he cumplido con mi obligación como siempre». Es Con-
treras un soldado indisciplinado, incapaz de conformarse «al estilo antiguo», dice
el general, por lo que, en realidad, debería escribir «a la nueva disciplina». Aquí se
encuentra un punto esencial que interesa a la Monarquía, que amplias franjas de
sus soldados están fuera de un verdadero control. Esto lo demuestra Contreras,
quien gastó sus mejores años en el corso mediterráneo, pasando del mando de uno
que otro virrey al de la Orden de Malta, después de haber desertado cuatro veces29.
Y, todo esto, en el corazón cronológico de la revolución militar. La batalla de Rocroi,
que acabó con «el estilo antiguo», está apenas a veinte años de distancia (1643).
El pretexto del pleito está en una práctica que quiere aplicar Contreras y que
sigue todavía vigente en algunas partes del mundo hispano (y es probable que tam-
bién en otros): la dejación-venta de oficios. En este caso, Alonso de Contreras va
buscando a quién vender:
Ofreciendo mi compañía por parecerme gustaría Vuestra Señoría
dello […]. Estoy determinado el hacer dejación de la compañía como
tengo dicho […]. Y que se me dé una honrada licencia y algo de lo que
se me debe, que por dejalla a cosa de Vuestra Señoría tengo contento.
29
Ettinghausen hizo el conteo (Ettinghausen, 1975, p. 300).
30
Contreras, Discurso de mi vida, p. 221.
31
Véase el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
118 los socorros de filipinas (1613-1620)
32
Ibid., p. 190.
33
Sobre el personaje, véase Pelorson, 1966, pp. 34-35. Fue retratado por Anton van Dyck
cuando era virrey de Sicilia, a la edad de 36 años; en él se mezclan encajes y armadura, la mano
izquierda descansa, de una delicadeza casi femenil, la derecha aprieta con fuerza lo que parece
ser una bengala; aparece reproducido en Soler del Campo (dir.), 2009, p. 273.
34
AGI, Filipinas, 200, N. 139.
35
AGI, Filipinas, 200, N. 141.
36
En total «se prestaron» 2 600 quintales, más 800 que se perdieron en el naufragio de La
Concepción (AGI, Filipinas, 200, N. 211).
levarse con la armada 119
tan malo que dentro de cinco días que se recibió se pudrió todo», dice el veedor
de la armada de Filipinas, Diego de Castro Lisón. Ya con anterioridad el mismo
oficial recomendaba «atajar este camino de préstamos advirtiéndolo a Su Alteza,
por que usa con sus órdenes de la poderosa mano que tiene»37. El propio general
Alonso Fajardo también lo tiene muy presente: «No me bastan réplicas, porque lo
manda usando de su mano poderosa de que no sé cómo defenderme»38. Y otros
siguen por la brecha abierta por el sobrino predilecto del rey: la armada del mar
Océano no quiere devolver lo que se le prestó, «sino que dice que se le debe de
la provisión de bastimentos de los navíos della que pasan el tercio a Italia» ¡La
armada de Filipinas hasta debe pagar por su propio desmantelamiento! Y el vee-
dor concluye: «Estando en tal estado es fuerza no obligar a que la gente perezca y
se muera de hambre, dejándola ir»39. Pero ¿ir adónde? ¿A robar?
Disputas por competencias entre instituciones las hay en todo Estado
moderno, pero aquí se confunden persona y generalato del mar, donde lo
que domina el primer término es que se trata de un nieto de Felipe II. Sería
arriesgado decir que tal etapa está superada en el siglo xxi. Por supuesto,
también existen en las peripecias de los socorros de Filipinas rivalida-
des institucionales que después desbordan en enemistades personales. Y
aquí encontramos otro personaje del Discurso de mi vida, donde tiene una
actuación breve, pero notoria, ya que muere en escena. Se trata de «Cara de
hereje», Fernando Carrillo, muerto debido a una apoplejía, tal vez por culpa
de nuestro capitán o, al menos, este presume de dicha hazaña40.
Alonso de Contreras no tuvo que enfrentarse más que a un Carrillo, pre-
sidente del Consejo de Indias. Pero los socorros de Filipinas, y en particular
Tejada y Mendoza, presidente de la Casa de la Contratación, debieron negociar
o mejor dicho pasar bajo las horcas caudinas de un Jano-Carrillo con dos car-
gos. Hasta el 7 de agosto de 1617, «Cara de hereje» sólo carga con la presidencia
del Consejo de Hacienda; en esa fecha, se le nombra presidente del de Indias,
con retención del de Hacienda, al estar el entonces presidente de Indias, Luis
de Velasco el Joven, cerca de la muerte41. Podemos con facilidad imaginar que
traerá de un cargo al otro sus preocupaciones y prácticas y que el saco roto que
constituye el socorro de Filipinas de 1616-1617, con sus revoltijos, sorpresas, des-
cuidos y aberraciones, será una de sus principales víctimas.
En realidad, si se analiza de cerca la correspondencia de Tejada y Mendoza,
las reacciones de Carrillo siguen las pautas de toda institución contable que
cumple con sus cometidos, aunque ya el Leviatán ve sus escamas financieras
37
AGI, Filipinas, 200, N. 139 y N. 150.
38
Carta de 3 de febrero de 1617, al secretario del Consejo (AGI, Filipinas, 200, N. 151).
39
Carta de Castro Lisón al secretario del Consejo Juan Ruiz de Contreras, 15 de mayo de 1617
(AGI, Filipinas, 200, N. 195).
40
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 216-218. Carrillo debió de morir entre el 4 de marzo y
el 11 de mayo de 1622, véase Hernández Núñez, 2003.
41
Gascón de Torquemada, Gaceta y nuevas, p. 43. En enero de 1618, la presidencia de
Hacienda pasa al conde de Salazar.
120 los socorros de filipinas (1613-1620)
42
Carta de 6 de marzo de 1616 de Tejada al secretario del Consejo de Indias (AGI, Filipinas,
200, N. 24).
43
Cartas de 23 y 25 de diciembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 126 y 127).
44
Sobre esta última hipótesis véase Díaz Blanco, 2012, pp. 96-100.
45
Carta de 31 de enero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 148).
46
Carta de 9 de febrero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 153).
47
Carta de Carrillo [¿tal vez a Tejada y Mendoza?], de 31 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas,
200, N. 179).
levarse con la armada 121
48
Carta de 20 de junio de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 211).
49
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 207 y 254.
50
Ibid., p. 220.
51
Aunque ser, por ejemplo, letrado ofrece la garantía de cierta uniformidad o conformación
para la Corona.
52
AGI, Filipinas, 200.
122 los socorros de filipinas (1613-1620)
minutas de las cartas que mandó al presidente de la Casa, pero este sí tenía,
por razones evidentes —las dificultades de la transmisión entonces y la multi-
plicidad de los envíos—, la costumbre de resumir de entrada la misiva a la cual
contestaba. Es decir que poco perdemos del flujo intercambiado.
Flujo, por lo demás, bastante regular, unos cinco días entre Madrid y Sevilla,
un poco más cuando hay que buscar a Tejada y Mendoza en Cádiz o Sanlúcar
u otro punto de la costa. Pero cuando el tiempo apremia, que miles de personas
están en espera de salir —o no—, los días parecen una eternidad. El 6 de marzo
de 1616, aun con toda su inexperiencia de codearse con la materialidad de
las cosas53, Tejada y Mendoza se desvive: ¿para cuándo programar la salida de la
armada, cómo calcular tiempos y procesos?
No ha llegado a mis manos ni carta, ni letra de Vuestra Merced, con
que podrá fácilmente entender cuál debo de estar, siendo esta la resolu-
ción que con más cuidado he esperado en mi vida, contando las horas
por lo mucho que en ella importa el tiempo en cualquier suceso54.
53
Después de ser oidor de la chancillería de Granada, Tejada y Mendoza pasó a ocupar un
cargo de consejero de Indias en Madrid en 1604. Llega como presidente de la Casa de la Contra-
tación a finales de 1615 (Díaz Blanco, 2012, p. 87).
54
AGI, Filipinas, 200, N. 24.
55
Carta de 23 de diciembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 126).
56
O visibles.
levarse con la armada 123
57
Carta de 5 de enero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 138).
58
Gil Fernández, 1989, p. 191.
59
AGI, Filipinas, 200, N. 21.
60
Cartas de 14 de noviembre de 1616 y 28 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 89 y N. 102).
Según él, el patache «está hecho en La Havana, es tan valiente y bien fabricado y aderezado con que no
pasar de 150 toneladas puede atreverse a otro navío de 300 y así merece nombre de navío de guerra».
61
Carta de Alonso Fajardo a Juan Ruiz de Contreras, 3 de abril de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 178).
62
Ese carácter moderado, influenciable, de su personalidad lo demuestra también en su otra
misión en Sevilla, la de los fraudes, véase Díaz Blanco, 2012, p. 92.
63
Carta de Francisco de Tejada a Ruiz de Contreras, 31 de enero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 148).
124 los socorros de filipinas (1613-1620)
Pero no todo son estados de ánimo y simples suspicacias. Una de las cartas
de mayor interés, porque revela en carne viva las prácticas financieras entre
la alta jerarquía del Antiguo Régimen, es la que dirige Tejada y Mendoza al
secretario del Consejo de Indias el 24 de enero de 1617. En ella, este le avisa
que Madrid se está extrañando de que una operación que debía de costar a
lo más 300 000 ducados, ya pase de los 620 000. El presidente de la Casa de
la Contratación resume las dos críticas: «He gastado mucho más de lo que se
entendió», y «porque no he avisado de los gastos que se acrecentaban siendo
tan grandes». Dejemos de pronto la respuesta y sus circunstancias, vayamos
al fondo. Tenemos aquí un caso ejemplar de los tropiezos presupuestales de
una administración central, poco preocupada por los egresos: ¿hay que esperar
cerca de un año para descubrir tamaño agujero en la bolsa? Fascinada por un
proyecto grandioso, inédito, del que sólo ve la parte atractiva, poco se preocupa
la administración de la manera en la que, desde el punto de vista financiero, se
resuelve el propósito. Mientras, el ejecutor de la obra, asimismo hipnotizado,
llega a apropiársela, hacerla suya, haciéndola vivir de fondos de variado origen,
sobre todo privados, sin avisar del acantilado que se bordea, pero también sin
que se le pidan cuentas precisas.
Don Francisco defiende su posición con altanería y rechaza todo control por
parte del Consejo de Hacienda —volvemos a encontrar otra vez a Fernando
Carrillo—: «Y yo ni he tenido, ni tengo que entrar ni salir con el Señor don Fer-
nando, ni estoy subordinado a la suya para dalle cuenta particular de lo que se iba
haciendo». Para él, Carrillo no tiene más que la obligación de proveerle de fondos,
«ni había de parar este apresto por semejante causa [la reticencia del presidente
de Hacienda]». Acaba reprochando a «Cara de hereje» «por no poder o no querer
pagar, y metello a voces buscando color en lo que no hay sustancia, y no sé cuánto
importe este modo en semejante ocasión con un hombre como yo»64. Es decir,
600 y tantos miles de ducados «es poca sustancia» cuando se trata de «un hombre
como él». Al final, tal vez las cosas no hayan cambiado tanto con el tiempo.
Con estos antecedentes se entiende que, cuando llegan a Sevilla rumores
sobre el posible reemplazo a la cabeza del Consejo de Indias del moribundo
Luis de Velasco por Fernando Carrillo, Tejada y Mendoza esté en particular
preocupado y pida informes a Ruiz de Contreras. Este le contesta tranqui-
lizador y da una de las numerosas muestras de que, entre esos dos colegas
del Consejo, y en concreto en esos últimos tensos meses, hay una verdadera
amistad, más allá del esprit de corps.
64
AGI, Filipinas, 200, N. 146.
65
Minuta de carta de Ruiz de Contreras de 11 de julio de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 214).
levarse con la armada 125
66
Carta de 29 de septiembre de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 239).
67
Cuando Ruiz de Contreras cae enfermo, el presidente del Consejo de Indias, Carrillo, pide al
presidente de la Casa que «asista el secretario Juan Ruiz de Contreras», en carta de 2 de septiembre
de 1619 (AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84).
126 los socorros de filipinas (1613-1620)
corriese por su sola mano, para que se excusasen las dilaciones y incon-
venientes que suelen ofrecerse cuando en semejantes cosas intervienen
más personas, y así le mandó la comisión tan completa como habrá visto
[…]. Y solo él ha de dar cuenta de lo que se le ha encargado.
Si don Francisco de Tejada hubiese recibido algo semejante, su posición
frente a Carrillo se hubiese visto más consolidada. Y aquí hay otro cam-
bio notable y es que el moribundo Luis de Velasco, inexistente en 1616, ha
desaparecido, Fernando Carrillo ha cambiado de campo, y ahora como pre-
sidente del Consejo de Indias su obligación es apoyar a Ruiz de Contreras,
no ponerle trabas. Y, conforme nos recuerda el capitán Contreras, «cara de
hereje» es un buen can68.
Por supuesto, en 1619, el comisionado no recibió un cheque en blanco, sino que
la Real Cédula del 20 de julio de 1619 lo enmarcó a la vez con rigor y flexibilidad. El
rey, entonces, está en Lisboa: ¿algo de la experiencia portuguesa se ha filtrado aquí?
Se proponía a Ruiz de Contreras reflexionar sobre dos posibilidades: lo preferible
era construir seis galeones y dos pataches, pero si se presentaban dificultades mayo-
res en Andalucía se podía optar por la mitad. Y que presentara sus propuestas sobre
el personal, los bastimentos, las armas. Notemos que, desde 1616, las ambiciones se
han limitado, ya no serán diez naos. Con cierta ingenuidad, se pedía reutilizar lo
que podía haber quedado de la flota de Fajardo de 1616-161769.
Lo que también demuestra un cambio es el espíritu de resolución de Ruiz de
Contreras, pues casi se anticipa a la Real Cédula: ¡El 21 de julio ya tiene listo su
borrador de respuesta a la Real Cédula del día anterior70! A todo tiene respuesta,
da precisiones, e incluso ya ha comprado los 6 galeones a buen precio, por cerca
de 1,3 millones de reales, por tanto, su apresto costará menos de un millón. De
pronto, no hay pataches en Andalucía, pero llegan dos carabelas muy a propósito,
pues bastaría con mudarles la vela latina. Los bastimentos se conseguirán con
menos de 2 millones de reales, para nueve meses y tratándose de 1 000 soldados
y 600 marineros. Esta celeridad y ese rigor se deben en parte, y hay que reco-
nocerlo, a que se reutiliza la experiencia pasada, en particular, las previsiones
y relaciones de gastos, adecuadas a las nuevas exigencias71. No obstante, poco
se pudo rescatar de la frustrada expedición. Quedan todavía 2 639 arrobas de
vino, pero «la mayor parte no está de servicio, y dello alguno mezclado con agua
salada»; todavía sobreviven 20 candados de Flandes, pero sin llave; solo queda un
ancla «rota y cuatro pedazos de otras». Y lo demás está, asimismo, despedazado,
disperso, destruido; son restos de una orgía de despilfarro72.
68
Carta de Fernando Carrillo de 3 de septiembre de 1619 (AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84).
69
AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84.
70
Es probable que se le mandara de modo anticipado lo esencial de la Real Cédula, o un borra-
dor antes de la firma oficial del rey.
71
Así la «Relación de lo que podrá montar el gasto de la leva, embarcación y provisiones […]
regulado con la relación y tanteos que se hicieron para el socorro de Philipinas pasado» (AGI,
Filipinas, 20, R. 13, N. 84, fo 216).
72
AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84, fos 224-225.
levarse con la armada 127
73
Después del desastre de la armada de Zuazola, Ruiz de Contreras reconoce que costó
500 000 ducados, carta a Fernando Carrillo, desde Cádiz, 1 de febrero de 1620 (AGI, Filipinas, 350).
74
Testimonio de Pedro de Lest o Letre (AGI, Filipinas, 37, N. 19).
75
Testimonio de Pedro de Lest o Letre (AGI, Filipinas, 37, N. 19).
76
Carta de Tejada de 27 de septiembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 62). Documento señalado
por Paulina Machuca.
77
AGI, Filipinas, 200, N. 166, fos 579r-607r.
128 los socorros de filipinas (1613-1620)
78
AGI, Filipinas, 200, N. 166, fos 579 v-580r.
79
Entre las «reliquias» que quedan de esa armada, en 1619, se mencionan 11 quintales y
68 libras de estopas, por supuesto todo podrido, en «Relación de las cosas en poder del tenedor
de bastimentos», de 4 de junio de 1619 (AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 84). Es probable que la dota-
ción fuera para toda la flota, entre 50 y 60 kilogramos por barco. Por supuesto, sobre ese segundo
dato, se puede dudar si son para heridas o para calafatear el barco. Pero cuando se trata de la
estopa en la farmacia es, por supuesto, para los hombres.
80
In extremis, Fajardo pidió otro más, lo que implica que la fecha del documento es posterior
al 30 de octubre de 1616, día de su llegada.
81
AGI, Filipinas, 200, N. 132.
82
Escribe Tejada y Mendoza el 9 de febrero de 1617: «No va proveída más que para ocho
[meses], ni aun casi esto cabe en los galeones» (AGI, Filipinas, 200, N. 154).
levarse con la armada 129
Todo esto no quiere decir que la gente fuera a ir bien nutrida, y aquí se deben
tomar en cuenta la cantidad y la calidad. Vamos a ponderar la demostración
sobre la base de una ración semanal, mitigando pescado y carne: son en total
Existe otro cuadro, fo 453r, sobre la base de 2 200 personas. Nada cambia en lo fundamental,
84
sino que «van inclusas en la suma de cada género las mermas. En el biscocho [sic] a razón de 10
por 100, y en lo demás a 13 por ciento». Podemos pensar que es lo mismo en el cuadro aquí presente.
130 los socorros de filipinas (1613-1620)
85
Lo que nos da un cociente de 85 175 que hemos aplicado en todos los casos.
86
Tal vez un poco más tomando en cuenta la incógnita del queso.
87
Torres Ramírez, 1981, p. 289.
88
AGI, Filipinas, 200, N. 54.
levarse con la armada 131
Calorías/ Calorías
Ración Ración
Gente 800 400 ración/ por ración/
semanal/ semanal/
y género soldados marineros soldado marinero
soldado* marinero
(semanal) (semanal)
1 972 1 660
Bizcocho quintales/ quintales/ 4,36 kg 7,34 kg 11 118 18 717
6 meses 6 meses
228 pipas/ 154 pipas/
Vino 4,82 l 8,14 l 3 374 5 698
6 meses 6 meses
1 200
Carne de 800 arrobas/
arrobas/ 0,66 kg 0,88 kg 990 1 320
puerco 4 meses
3 meses
800 arrobas/ 400 arrobas/
Bacalao 0,44 kg 0,44 kg 660 660
2 meses 2 meses
400 arrobas/ 400 arrobas/
Arroz 0,22 kg 0,44 kg 778 1 556
1 mes 2 meses
Total — — — — 16 920 27 951
* Metrología actual.
Fuente: C. R. Boxer, From Lisbon to Goa, 1500-1750, Londres, Variorum Reprints, 1984, p. 72.
El veedor propone usar en el transcurso del mes el que está pasable y vender
el otro en las carnicerías de Sevilla, para comprar más adelante. Pero como el
tiempo apremia, y no hay otro tocino a la vista, el presidente Tejada y Mendoza
hace que se embarque el que está disponible, sea como sea.
La consecuencia no debe de sorprender. En marzo de 1617, el mismo veedor
avisa que se tuvieron que echar al mar 40 arrobas de cecina, 183 de bacalao y
135 jarras de atún. Sólo se echaron 14 arrobas de tocino, pero señala que
en el demás bastimentos que queda hay cantidad de tocino y biscocho
mal acondicionado, que no se echa a la mar por estar entre otro bueno,
y con la prisa […] no ha habido lugar para poderse ir entresacando y
separar lo bueno de lo malo91.
89
Carta del veedor Castro Lisón del 9 de enero de 1617 al rey (AGI, Filipinas, 200, N. 140, fos 476-477).
90
Hay varios tiempos: de 6 meses a 1 mes. Es decir que cuando se dice que hay bacalao para
2 meses, por ejemplo, significa que se dará pescado 2 días de cada 6, el arroz un día… Por tanto,
el total es la cantidad acumulada a repartir en 6 meses.
91
Carta del 18 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 174).
132 los socorros de filipinas (1613-1620)
92
«Relación de las cosas en poder del tenedor de bastimentos», 4 de junio de 1619 (AGI, Filipi-
nas, 20, R. 13, N. 84); carta del 17 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 171).
93
Para la Carreira da Índia, la ración cotidiana de un soldado es de 1,73 litros, según la pode-
mos calcular; véase Boxer, 1984, p. 72.
94
Carta de Tejada de 7 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 87). El 12 de noviembre
de 1616 ya están en el puerto de Bonanza donde se hace la concentración 13 compañías con
1 204 soldados, sin sus oficiales; la de Contreras tiene 74 (AGI, Filipinas, 200, N. 88).
levarse con la armada 133
Ofic.
Navío Tons. de Marin. Grum. Paje Artill. Soldados Total
mar*
Capitana
N.a Sra. 550 18 40 20 8 20 210 316
de los Reyes
Almiranta
500 16 35 18 6 20 200 295
Santa Cruz
San
Antonio
550 15 38 18 6 20 200 297
de Padua
mayor
San Antonio
500 15 34 18 6 20 200 293
el Nuevo
N.a S.a de
550 15 34 18 6 20 200 293
Balbanera
N.a S.a de la
400 15 30 15 4 16 160 240
Antigua
N.a S.a de la
450 15 30 15 4 16 160 240
Concepción
San Joseph 400 15 30 15 4 16 160 240
Patax
[patache]
120 11 12 8 2 4 50 87
Los
Remedios
Patax San
60 11 8 8 2 4 30 63
Francisco
Otro patax 60 11 8 8 2 4 30 63
95
Carta de 28 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 102).
96
Carta de Tejada, 31 de octubre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 84).
134 los socorros de filipinas (1613-1620)
El oficial se niega por lo tanto a ejercer más presión: «No los compe-
leré hasta que se me responda a esta, en que represento el daño de la fuerza en
este tiempo es considerable»98 ¿Teme algún disturbio? El propio poder se
espanta de su capacidad de perturbar a la sociedad. En cuanto a la gente, no
teme embarcarse, sino los horizontes lejanos, sin retorno, a donde se le pre-
tende mandar. Es una dimensión humana que la máquina imperial no ha
tomado en cuenta.
Frente al rechazo, se deciden dos medidas extremas, contradictorias
entre sí. Por un lado, un exceso de laxismo, pues, con seriedad, y es pro-
bable que desesperado, el presidente de la casa considera la posibilidad de
mandar a las mujeres con los marineros y soldados casados, «con que irán
contentos y con más raíces para no volverse fácilmente»99. Por supuesto, no
se irá tan lejos, justo porque son muchos, pero el hecho revela otra vez que
el designio no está claro, ya en plena ejecución, y dentro de las esferas más
elevadas: ¿se trata de una operación militar destinada a sacar del Sudeste
Asiático a los holandeses, de una expedición comercial para fortalecer el
Consulado de mercaderes sevillano, de una empresa colonial destinada a
poblar lejanas fronteras?
Reclutar extranjeros, en ese contexto imperial, ¿no es otra forma de rela-
jamiento? La urgencia es tal que se pasa por encima de toda ideología. De
hecho, sabemos que hay por esas costas andaluzas muchos barcos foráneos,
por tanto, muchos marineros
que, por haberlos robado los enemigos, están desacomodados; y viendo
dineros podría se fuesen de su voluntad, y salvo la fidelidad, que este no
la ha, según lo que es marinaje saben más que todos los de acá, y destos
se podría hallar. Pero quieren ver el dinero en mano.
97
Carta de 5 de febrero de 1616 (AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 188v-189r).
98
Carta de Diego de Guzmán al rey, 14 de diciembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 118). A
partir de julio de 1616, también se piden marineros italianos en Milán, Génova y Nápoles, sin
resultados (AGI, Filipinas, 200, N. 31).
99
Carta de 14 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 89). Ya el 31 de octubre había
planteado la propuesta a la Junta de Guerra, la cual sólo le recomendó prudencia: «son muchos»
(AGI, Filipinas, 200, N. 84).
levarse con la armada 135
Se confía en el presidente para llevarlo todo a cabo. Este de entrada ve los problemas:
«me hallo obligado a representar por el mismo la gran dificultad desta ejecución».
La perplejidad lo conduce incluso a demostrar cierto humor, ¿involuntario?
Cada marinero y artillero habrá menester dos soldados de posta para
que no se huyan, y así cada soldado para que no lo haga él, menester otros
dos. No veo la gente que ha de hacer este efecto, porque la que a [de] venir
[en galeras] entiendo llegará días después de la venida de los galeones [de
la plata], y tan poca y ruin como tengo noticias por algunas avisos. Obligar
y forzar con muchos a pocos, cosa es muy posible, pero con pocos a tantos
sobre siete meses de navegación, y gente tan desatinada y resuelta, que se
pondrá antes en peligro de ahogarse, como se ha visto muchas veces.
100
Carta desde Málaga del presidente Tejada, 28 de septiembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 64).
101
AGI, Filipinas, 200, N. 71, N. 77, N. 80, N. 83, N. 107. La redada en Sanlúcar tuvo lugar el
12 de octubre, la carta de Tejada sobre la desconfianza de los marinos andaluces y su huida a
Lisboa es del 5 de diciembre de 1616.
102
Desde Málaga, 28 de septiembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 64).
136 los socorros de filipinas (1613-1620)
Y, para que todo sea aún más fácil, se le anuncia que la armada de la plata a su
regreso se extravió en Lisboa, y que le han avisado
que se han ausentado algunos [marineros] y que entiende [el almirante
Tomás de la Raspuru] que lo harán los que pudieran aunque se ha penado
porque de aquí [Andalucía] se les ha escrito que esta armada los espera
para partir y que él tendrá cuidado de guardallos.
Sin olvidar toda la conmoción que se extiende sobre la región, y aún más allá:
Por las calles se dice que con la gente de mar y guerra que traen los
galeones de la plata y flotas se han de tripular los que han de ir a las Fili-
pinas, deteniéndolos para esto en los galeones sin dejarlos saltar en tierra.
Costumbre es muy usada, cuando los galeones y flotas llegan al cabo de
San Vicente, salir de Lagos, Faro y los demás puntos de el Algarbe, barcos
a la mar y irse a bordo de los galeones y naos de flota con refresco, y de
camino suelen sacar gente y dineros. Y aunque esto trae inconvenientes,
este año serían de mayor consideración porque es de creer que los que
desean que sus hijos, hermanos y maridos no vayan a Filipinas tendrán
hechas todas las prevenciones que convengan para excusarlos y sacarlos
de esto que tienen por gran trabajo106.
Y, el autor de estas líneas, alto responsable de las flotas, propone un verda-
dero blindaje de toda la costa de Andalucía.
103
Carta de Tejada de 5 de diciembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 107).
104
Carta de 4 de octubre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 71).
105
Carta de 31 de octubre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 84).
106
Carta del veedor de la Armada del mar Océano Tomás de Ibio Calderón, 18 de septiembre
de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 52).
levarse con la armada 137
107
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 313v-315r.
108
«Sin ellos [capitanes de mar] parece imposible el conseguir el fruto de mi deseo [llegar a Filipi-
nas]», carta de 12 de diciembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 116). Lo mismo escribe en 12 de marzo
de 1617 Tejada, probablemente bajo influencia de Alonso Fajardo: «cuan necesario es que esta armada
lleve capitanes de mar, porque lo contrario se tiene por arriesgadísimo» (AGI, Filipinas, 200, N. 168).
109
AGI, Filipinas, 200, N. 102.
110
Carta de 14 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 89).
138 los socorros de filipinas (1613-1620)
Pero el que causó los mayores dolores de cabeza al presidente de la Casa fue el
grupo de ocho pilotos portugueses. Desde febrero de 1616, están apalabrados en
Lisboa114. A lo largo del año, se les espera con ansiedad en Sevilla, con la desilusión
de que el «más práctico que hay en Portugal» no se puede conseguir por ninguna
parte, dado que fue cautivo de los holandeses, pasó con ellos el estrecho de Maga-
llanes y lo sondeó115. Es la ocasión para Tejada y Mendoza de vaciar un poco de
su bilis: «Aunque yo tengo alguna experiencia desta gente [los portugueses], me
ha admirado de nuevo la presente de los pilotos [portugueses] de que no hay más
memoria que si no fueran en el mundo»116. Al final, llegan a últimos de noviembre,
pero ¡no se conforman con las 18 pagas adelantadas! «Dicen que mueren de hambre
y que el aposento de su posada no está ladrillado, yo les he respondido que se vayan
a los navíos adonde se les dará su ración como a los demás, pero no están contentos
con esto». Como siempre, el presidente cede, se les da 4 reales por día, como a los
holandeses, y Enrique el inglés, y todos «se pasan bonísimos entremeses»117.
111
AGI, Filipinas, 200, N. 284.
112
Carta desde Bonanza, 13 de noviembre de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 255).
113
Carta de 30 de abril de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 191).
114
Carta desde Lisboa de Vasco Fernández César a Juan Ruiz, 8 de febrero de 1616 (AGI,
Filipinas, 200, N. 16).
115
Carta del obispo de Braga al Consejo de Indias, visto por este el 1 de octubre de 1616 (AGI,
Filipinas, 200, N. 46).
116
Carta de 14 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 89).
117
Carta de 28 de noviembre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 102).
levarse con la armada 139
Por último, los pilares en los preparativos técnicos serán los españoles, en
esencia, Melchor Ome, que llega de Lisboa donde está viviendo, aunque es natu-
ral de Triana: «Ha estado en aquellas partes [la India], y es muy inteligente en
navegaciones»118. Y no hay que olvidar a Diego Ramírez de Arellano, que fue
útil, primero para sí mismo, en la preparación de la armada de 1616 y, más
tarde, se incorporó a la de 1619 como cosmógrafo. Y, como siempre, existen
los trotamundos, en particular, Pedro de Letre, ya mencionado y natural de
Amberes, marino desde niño en los mares hispanos, cautivo de los holan-
deses, fugado en Nueva España y que, por propia voluntad, vino a Sevilla,
donde el presidente lo alberga, «pareciéndome que puede ser de mucho pro-
vecho en el efecto a que ha de ir don Diego de Molina [para la exploración de
los estrechos de Magallanes]»119. El referido Diego de Molina nunca levantó
ancla para ese destino, pero no resultó cosa extraña entonces, pues el socorro
de Filipinas de 1616 tampoco salió para el Sudeste Asiático, y el de 1619-1620
zozobró a pocas leguas de Cádiz.
IV. — ¿LEVARSE O NO LEVARSE
CON LA ARMADA RUMBO A FILIPINAS?
Un viaje accidentado en 1613, otro abortado en 1617 y, por último, una tra-
gedia en las costas de Andalucía en 1620. No cabe duda de que el destino jugó
con los socorros de Filipinas, para mayor desdicha de sus participantes, de la
política y de las cajas reales. El balance, como siempre, es menos negativo para
el historiador, que puede sacar conclusiones múltiples.
La armada del general Ruy González de Sequeira que sale de Cádiz el
14 de abril de 1613 es la única que enfrentó de verdad el mar abierto, pasó
por Brasil, Angola y Mozambique, con cuatro de las seis carabelas que lle-
garon a Filipinas. Por tanto, nos puede ofrecer ciertos conocimientos sobre
el manejo de una flota en alta mar, así como sobre la recepción portuguesa
de los navíos españoles cuando pisan derroteros lusitanos. Y, esto, en tiempos
de la Unión de las dos Coronas.
Ya conocemos las numerosas motivaciones que dieron impulso a la flota.
Frente a ellas, la expedición resulta más que modesta: «Por marzo [sic] deste año
os mandé enviar por el cabo de Buena Esperanza un socorro de trescientos y cin-
cuenta soldados en seis carabelas». Y este ejército reducido debe de «hacer rostro
a el enemigo», tomando en cuenta el cuidado que este pone «en hacer socorros
ordinarios al Maluco»120. Consciente de la debilidad, el rey añade que el virrey
de Nueva España había enviado 156 infantes y 152 forzados, y que ha pedido al
virrey de la India que mande también un socorro.
118
AGI, Filipinas, 200, N. 62, fos 232-233.
119
AGI, Filipinas, 200, N. 124, fos 422-424.
120
Real Cédula de 14 de noviembre de 1613 a don Juan de Silva, gobernador de Filipinas (AGI,
Filipinas, 329, L. 2, fos 171v-172v).
140 los socorros de filipinas (1613-1620)
121
En realidad, Bahía está a 13º sur.
122
Testimonio en Sevilla del licenciado Pablo Salgado de Bocanegra, 16 de julio de 1614 (AGI,
Filipinas, 200, N. 1).
123
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fos 20-31.
levarse con la armada 141
El almirante dijo que bueno fuera haber ido a más altura para no haber
abatido lo que se abatió estos días, y gozando del viento sureste, con que
se podría haber hecho camino y también se erró en echar la cabeza al
nordeste, por lo que de 33° ½ [altura del Cabo] venimos a 31º 1/3. El piloto
Rodrigo González respondió al almirante que él ya lo había dicho, pero
parece a los pilotos portugueses que todos los otros hombres del mundo
son incapaces desta navegación124.
¿Por qué habían perdido altura y, por tanto, el beneficio del contraflujo
del oeste, además de alejarse de la latitud del Cabo? Y volvemos a encontrar
otros pilotos portugueses. Todo se resuelve en un conflicto casi interétnico,
complicado por engreimientos profesionales.
Conforme la navegación se vuelve más difícil —estamos en el invierno aus-
tral—, la tensión crece, y más aún al acercarse al Cabo. El 11 de julio el almirante
reprocha al general que si se hubiesen seguido sus consejos se estaría 150 leguas
más adelante. A lo que contesta el piloto mayor portugués desde la capitana,
Para que el drama llegara a su clímax sólo faltaba la intervención de los ele-
mentos. El 16 de julio de 1613 la flota está en 35º sur de altura, en la boca del
cabo de Buena Esperanza, cuando
amaneció […] muy gran temporal desecho y muy grande mar a popa. Fuese
gobernando toda la noche al este, y de día al estenordeste. Fue el mayor
temporal que hasta aquí tuvimos, que nos puso muy gran temor, tratando
de encomendarnos a Dios. Al sol puesto ventó con más furia y como a las
9 de la noche un golpe de mar nos rompió el timón y le llevó con la hembra
de arriba y la caña, y otro golpe nos sacó un hombre de dentro de la cubierta.
El navío puso la popa al sudeste, y en un instante echamos dos cables por
popa para gobernar. Arribó el navío la vuelta del norte, sin poderle volver a
camino por más que anduvimos y hicimos diligencia.
124
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fo 26.
125
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fos 26v-27r.
142 los socorros de filipinas (1613-1620)
126
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fo 27.
127
Benguela, puerto de Angola.
128
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fo 31r.
129
Sobre tensiones entre portugueses y castellanos en tiempos de la Unión de las Coronas,
véase Valladares, 2001, en particular, el capítulo «Indias del este y del oeste, 1580-1620».
130
Testimonio en Sevilla del licenciado Pablo Salgado (AGI, Filipinas, 200, N. 1).
131
AGI, Filipinas, 200, N. 2, fo 32r.
levarse con la armada 143
Esto se respetó al pie de la letra, salvo que se demoró, como vimos. Y aquí
existe el desfase, debido a que la Monarquía podía ser dueña de los bienes y, hasta
cierto punto, de las almas, pero no de los cuerpos, y menos aún de los tiempos:
Se procurará que este socorro salga en todo caso a navegar por septiem-
bre o a los principios de octubre de este año, y no ha podido ser antes por
haberlo dificultado el tiempo. Y parece será bastante socorro, habiendo
se os enviado el que llevó a su cargo Rui González de Sequeyra132.
Se piensa que la nueva armada «a más tardar será [llegará] para junio del año
que viene [1617]» a Filipinas.
Aunque sea una postura habitual en un universo donde los gobernantes
establecidos en Madrid tienen poca mano sobre las circunstancias que no
tendrán lugar hasta dentro de uno o dos años y se pliegan a las exigen-
cias locales, no deja de preocupar. Y, sobre todo, si se trata de la puesta en
marcha de algo tan complejo como una operación militar y naval de esas
dimensiones: ¿cuál debe ser la misión de un instrumento tan costoso, tan
difícil de armar como esa armada? Pues el rey se desentiende de ello, deja
al gobernador de Filipinas,
a su prudencia y buen gobierno la elección del tiempo y de las ocasiones
para el acercamiento de todo […] conforme a el estado en que os hallare
veáis si conviene que llegue esta armada a Philipinas o que derechamente
pasará a Terranate. Pues depende la resolución desto del lugar y parte
donde se hubiere de juntar con la que vos tuviereis y para ello despacháis
luego un patache o dos con pilotos platicos por más de una vía que salgan
a encontrar el socorro133.
132
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 189 v-193r.
133
Ibid.
144 los socorros de filipinas (1613-1620)
¿Esperaba el rey que fuera posible levar anclas hacia septiembre o prin-
cipios de octubre de 1616? En efecto, porque por esas fechas algo se mueve:
6 de los 8 galeones bajan de Sevilla a Sanlúcar; los otros no pudieron por
falta de tripulación, y los primeros «no llevan los que han menester para
esperar con seguridad en Bonanza […]. Van enjuncados134 y en llegando a
Sanlúcar se plantará la artillería y meterá la aguada y provisiones»135. Toda-
vía hay que esperar tres meses, pues a finales de diciembre, gracias a un
acto de «piratería» estatal, que fuerza a los marinos de la flota de la plata
recién llegada a pasar de una armada a la otra, todo está listo como se puede
observar en los cuadros 3 (véase p. 129) y 4 (véase p. 131), como repite el
presidente Tejada y Mendoza, orgulloso de su obra. Así lo entiende la Junta
de Guerra de Indias, que el 22 de diciembre le escribe ordenándole que la
flota «se haga a la vela» a los cuatro días de la recepción de la carta, es decir,
en los últimos de diciembre de 1616, «en cualquier estado que tuviere»136.
Unos días después llega la orden contradictoria, y hasta cierto punto
incomprensible, de juntar la armada de Filipinas con las otras, bajo el
mando del príncipe Filiberto, en espera del hipotético enemigo. ¿A quién
incriminar? Es posible que a un servicio de inteligencia aún demasiado
somero; a una mala percepción por Madrid de lo que se está jugando: el
resultado es una demora de diez barcos para Filipinas que se desgastan, con
dos mil personas que consumen de forma cotidiana quintales de bizcocho
y, sobre todo, rodeados por otros barcos e individuos igual de hambrientos,
bajo las órdenes de quien no tiene el mayor interés en la misión adonde
se pretende mandar esta armada destinada al lejano Oriente. Todo junto
daría la puntilla a esta «gran idea» del socorro de Filipinas. Si no fuera tem-
prano como fecha, podríamos avanzar otra hipótesis; que existe una lucha
en el interior del grupo dominante, entre «los pacifistas» detrás de Lerma,
abiertos a muchas opciones, y «los belicistas» conducidos por Baltasar de
Zúñiga, preocupados por todo lo que aleja de los asuntos europeos. Por
tanto, hay que esperar a julio de 1617 para que Zúñiga entre en el Consejo
de Estado, Lerma deja de ser valido en 1618. ¿Son estos los principios de una
lucha de influencia de la cual la armada de Alonso Fajardo es rehén?
Por tanto, sin rumbo verdadero, con la peripecia del galeón La Concepción
de Contreras en el Diamante, la flota se une a las demás y en su carta al rey del 15 de
enero de 1617, el general Alonso Fajardo da un retrato fiel del estado de ánimo:
Yendo casi toda la gente descontentísima por no habérseles dado las pagas,
dejando muchos de los dichos perdido todo lo que traían de las Indias, y los
sueldos que los dueños de las naos les debían, y tan desesperados los casados
con el dolor de dejar sus mujeres pobres y sus hijos desamparados que no
134
Enjuncar: «quitar los tomadores a las velas, dejándolas sujetas con juncos, para que no haya
retardo al cazarlas cuando convenga» (Diccionario marítimo español).
135
Carta de Tejada a Ruiz, Sevilla, 10 de octubre de 1616 (AGI, Filipinas, 200, N. 78).
136
AGI, Filipinas, 200, N. 128.
levarse con la armada 145
137
AGI, Filipinas, 200, N. 142, fos 484r-485r.
138
Véase la carta del veedor Castro Lisón a Ruiz de Contreras, 27 de febrero de 1617: pide
hospital a tierra, vinos, agua fresca, chalupas, espadas, advierte que algunos bastimentos se han
empezado a corromper (AGI, Filipinas, 200, N. 162).
139
Carta de 9 de febrero de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 154).
140
Carta de Tomás de Ibio Calderón al secretario Martín de Aróstegui, 12 de febrero de 1617
(AGI, Filipinas, 200, N. 160).
141
Carta de 13 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 168).
146 los socorros de filipinas (1613-1620)
142
Carta de Fajardo de 17 de marzo de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 172).
143
Véase en nota 39, la carta de Castro Lisón citada anteriormente, de 15 de mayo de 1617.
144
«Razón de la gente de mar y guerra que ha quedado…», Cádiz, 21 de mayo de 1617 (AGI,
Filipinas, 200, N. 199).
145
Carta de Fajardo de 4 de abril de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 180); del veedor Castro Lisón
del 15 de mayo de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 195).
146
AGI, Filipinas, 200, N. 232 y N. 234.
147
Carta de 19 de septiembre de 1617 (AGI, Filipinas, 200, N. 235 y N. 238).
148
Ya el 31 de diciembre de 1618 el presidente de la Casa de la Contratación, sobre orden
del Consejo escribe al prior y cónsules en ese sentido (AGI, Filipinas, 38, N. 7). Véase el
capítulo anterior de este libro.
levarse con la armada 147
otras porque la guerra europea empieza a renacer de sus cenizas, hay una fuerte
oposición a una tercera aventura filipina. Sin embargo, el incandescente fray
Fernando de Moraga también emerge en Madrid, procedente del lejano archi-
piélago, y recordemos que a finales de febrero mantiene unas entrevistas con
Felipe III149, al cual transmite su entusiasmo y determinación. Podemos pensar
que allí se sella la voluntad de mandar una tercera armada, de 6 galeones y
2 pataches, y de unos 1200-1600 hombres en total.
Aprovechando las experiencias anteriores, el savoir-faire del secretario
Ruiz de Contreras, el apoyo que le pueden dar Alonso de Contreras y otros,
sabemos que los preparativos se llevan a cabo sin muchos percances en la
segunda mitad del año150, por lo menos si consideramos como una simple
rutina mandar hombres forzados a las antípodas. Como siempre, la nota
negra son los artilleros y marineros, pues el 8 de agosto la Junta de Guerra
pide que se manden reales cédulas al marqués de la Hinojosa, general de la
artillería, al duque de Medina Sidonia, a los generales de los galeones y de la
flota de la Nueva España «para que ayuden en lo que les tocare» a embarcar
en la armada de Filipinas marineros hábiles, «aunque no quieran ir de su
voluntad, procurando que no sean casados ni viejos ni impedidos, sino sol-
teros muy útiles y de servicio»151. Es un estribillo que ya conocemos. Hasta el
general Zuazola «iba de mala gana, como toda la demás gente»152.
A principios de diciembre de 1619, la flota está lista para enfrentar el mar.
El resto forma parte de la historia de los grandes desastres navales de España.
Sobre ello hay muchos escritos, tres son aquí de interés: dos son de actores
y testigos oculares, uno el propio Alonso de Contreras, como siempre muy
sintético, que narra los hechos diez años después, e informa del punto de
impacto en la costa andaluza de los diferentes barcos, así como de los daños,
pues en la capitana «ahogose el general y toda la gente, que no se salvó más
de cuatro personas»153, los que se libraron, «los dos pataches se salvaron». No
sabría olvidar su protagonismo: «como si yo tuviera la culpa, me enviaron
con dos tartanas a Tarifa, o su playa, por treinta piezas de bronce que habían
sacado del galeón que se perdió»154. El segundo relato es el más importante
de todos y corresponde al secretario del Consejo de Indias y hacedor de
esa armada, don Juan Ruiz de Contreras, en varias cartas que dirige a su
presidente, don Fernando Carrillo, en las que le anuncia la catástrofe155. Esta
será nuestra principal guía.
149
Véase el capítulo anterior de este libro.
150
La comisión real a Ruiz es de 4 de junio de 1619 (AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 284-287).
151
AGI, Filipinas, 38, N. 7.
152
Contreras, Discurso de mi vida, p. 208.
153
Quiere decir entre la gente de consideración, hubo más sobrevivientes.
154
Contreras, Discurso de mi vida, p. 208. Véase el epígrafe de este texto.
155
Cartas de 13 de enero de 1620, desde Bexer [Vejer]; de 18 de enero de 1620, de Bexer; de 1 de
febrero de 1620, de Cádiz; de 9 de febrero de 1620, de Cádiz (AGI, Filipinas, 350, s. f.).
148 los socorros de filipinas (1613-1620)
156
Amplios e interesantes extractos de la Chronica de la Provincia de San Gregorio (aún
inédita) acerca de los hechos de 1619-1620 han sido publicados por Pérez, «De Filipinas a
España», p. 317. Fray Antonio de la Llave murió en 1645. Es probable que algún franciscano que
se encontraba en la almiranta fuera su principal informante.
157
De la Llave, en Pérez, «De Filipinas a España», p. 313.
158
AGI, Filipinas, 350.
159
Carta de Ruiz de Contreras de 13 de enero de 1620 (AGI, Filipinas, 350).
levarse con la armada 149
Un tercer galeón «vino a dar en Cabos de Plata161 y los demás que pudieron ir
a la vuelta del estrecho lo embocaron», quedando desperdigados entre Gibral-
tar, Málaga y Almuñécar, es decir a 150 o 200 kilómetros de distancia. Uno de
los galeones —el que arribó a Málaga— y los dos pataches, más ligeros, lograron
sobrevivir. De la gente, menos de la mitad —entre 600 y 800 plazas— seguían
presentes al finalizar la tormenta; muchos murieron, otros aprovecharon la
oportunidad y desaparecieron162.
Y es que, pasada la pesadumbre de la noticia, Juan Ruiz de Contreras
levanta cabeza, aunque enfermo, según dice, y con él la autoridad despia-
dada del Leviatán, del cual es un instrumento fiel. ¿Qué es lo que más le
preocupa desde que llega a Conil entre muertos, heridos y otras calamida-
des? Que había en la capitana una caja con 16 000 ducados para el viaje y
ha desaparecido. Hay que castigar a los ladrones, recuperar lo que se han
llevado. Hay que recoger las piezas de bronce, que será una de las tareas
del capitán Contreras. Hay que impedir a algunos aprovechados, en primer
lugar, la Iglesia, dar un zarpazo: en Tarifa, los ministros de la Santa Cru-
zada pretenden apropiarse de los bienes naufragados. Ruiz de Contreras les
contesta que con la potestad han topado,
¡Casi parece dispuesto a ir a reclamar en los infiernos esas pagas a los aho-
gados! O, al menos, casi lo plantea: hay que «ver si de los que hubieron dejado
bienes, se ha de cobrar lo que recibieron adelantado y no sirvieron».
160
De la Llave, en Pérez, «De Filipinas a España», p. 318.
161
Cabo de la Plata, unos 30 kilómetros al noroeste de Tarifa y el Estrecho.
162
Carta de 1 de febrero de 1620 (AGI, Filipinas, 350). En la carta que el rey manda al goberna-
dor de Filipinas, Alonso Fajardo, anunciándole la salida de la flota, le menciona 1 007 soldados y
sus oficiales, gente de mar y artilleros 732, 30 franciscanos y 3 jesuitas, 21 de diciembre de 1619
(AGI, Filipinas, 329, leg. 2, fos 338v-339r).
163
Carta de 18 de enero de 1620 (AGI, Filipinas, 350).
150 los socorros de filipinas (1613-1620)
Queda al leal servidor del Ogro una última tarea, apartar toda incomodidad
o remordimiento posible del pensamiento de su dueño. Está dispuesto a inmo-
larse a sí mismo, o por lo menos a enturbiar lo más posible los hechos para
diluir las responsabilidades:
Ofrezco la vida que me queda al servicio de Su Majestad, conside-
rando que pues su santo intento no basta para que este desgraciado
socorro llegase a aquellas islas, solos mis pecados pudieron ser parte
para impedillo. Y en semejante suceso es dificultoso de averiguar la
culpa de los que gobiernan porque generalmente la echan siempre a los
tiempos contrarios, y no se puede imaginar la tienen de malicia, sino de
ignorancia, debemos creer que son juicios secretos de Nuestro Señor y
actos de su Providencia que no alcanzamos los hombres164.
Esta conclusión de la carta del 13 de enero bien pudiera servir a estos dos
capítulos dedicados a los socorros de Filipinas, sobre todo, porque abre la
puerta a otro gran actor que estaba esperando la ocasión, la Providencia.
164
Carta de Ruiz de Contreras de 13 de enero de 1620 (AGI, Filipinas, 350).
165
De la Llave, en Pérez, «De Filipinas a España», p. 320.
levarse con la armada 151
166
Carta de Ruiz de Contreras de 1 de febrero de 1620 (AGI, Filipinas, 350).
167
AGI, Filipinas, 340, L. 3, fos 234r-235r.
168
Boxer, 1984, p. II: «One of the principal handicaps under which the Carreira da Índia was
the contemptuous dislike which the mariner’s profession was regarded by both Portuguese and
Spaniards».
152 los socorros de filipinas (1613-1620)
otro. Todos conjugan algunas de las virtudes necesarias para que la Monarquía
se mantenga sin desviarse de lo que ella considera su camino, y sin necesidad de
demasiados y visibles remaches. El entusiasmo y la convicción los encontramos
en los dos primeros, hasta el punto de retar a la muerte, como lo hace el fraile.
No solo se desafían los elementos, las distancias, sino hasta las lecciones de la
geografía, las exigencias de la economía, las reglas de una conducta política
reflexiva. Felipe III y Moraga flotan demasiado alto para preocuparse de las
conductas simplemente humanas, de hecho, esto corresponde a los demás.
Y, tal vez, el fallo mayor del sistema es la articulación entre los diversos meca-
nismos que juntos maniobran la Monarquía desde el centro. Sea un organismo
colegiado, timorato, prudente, como puede ser la Junta de Guerra del Consejo de
Indias, o el Consulado de mercaderes de Sevilla. O bien un personaje como el prín-
cipe Filiberto, él mismo desgarrado entre el interés general —el buen desempeño de
las operaciones de conjunto, pero sin llegar a ver hasta Filipinas— y el suyo particu-
lar, es decir el de sus propias galeras, hambrientas. O, por último, ejecutores, como
el secretario Ruiz de Contreras, el presidente Tejada y Mendoza, en parte cegados
por su lealtad, hasta que la medida se colma, pero demasiado tarde. Es que, en estos
engranajes del poder central, el «obedezco pero no cumplo» difícilmente puede
tener cabida: ni tienen la altura, ni están a la distancia de un virrey.
Pero nada es monolítico. Francisco de Tejada y Mendoza, Juan Ruiz de
Contreras, Alonso de Contreras, son los instrumentos (con muchos otros),
y comparten, aunque con grados diversos, algunos términos, positivos o
no, de la lealtad al nepotismo. Otras características se distribuyen entre
ellos para responder a las diversas necesidades de una administración en
vía de formación. Tejada y Mendoza está dispuesto a la moderación, revela
hasta cierta humanidad, dentro de los cánones de la época. Ruiz es más
tajante, toma decisiones más rápidas, hasta arriesgadas, brutales. De hecho,
es posible que el cambio de derrotero en diciembre de 1619 proceda de
su propia iniciativa; cuando salen los navíos el 21 de diciembre prohíbe,
«pena de la vida», que hagan arribada, es decir que regresen. Esto pudo
tener alguna incidencia sobre el desenlace final. Hombre cínico —lo hemos
recalcado en su forma de gestionar la tragedia de enero de 1620— no tiene
empacho en hacer alarde de ello169, un rasgo de maquiavelismo que poco
después el Conde-Duque llevará a otras cumbres. Y queda nuestro héroe,
el capitán Alonso de Contreras, con la misma crueldad, con un poco de
cinismo menos, como lo relata en su Discurso de mi vida, cuando se trata
de imponer la disciplina en un equipaje de «forzados» e inflige una grave
herida «que se veían los sesos» al cabecilla de los disconformes170.
A lo largo de la investigación, sobre todo cuando se trataba de los prepa-
rativos de las flotas, de su estado, siempre hemos leído con mucho interés las
descripciones y los pareceres que procedían de los veedores de las armadas,
169
Gil Fernández, 1989, nota p. 192.
170
Contreras, Discurso de mi vida, pp. 201-203.
levarse con la armada 153
171
Tal vez unos 200 soldados sobre un total de 3 000 previstos en los tres socorros.
TERCERA PARTE
Yendo por los caminos, don Quijote de la Mancha se topa con una «cadena
de galeotes». Les interrumpe el paso y empieza a interrogarlos. El más avispado,
«de muy buen parecer», le dice llamarse «Ginés de Pasamonte, cuya vida está
escrita por estos pulgares». Hay quien piensa que se trata de nuestro soldado
Jerónimo de Pasamonte3.
—¿Y está acabado [el libro]? —preguntó don Quijote.
—¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está aca-
bada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto
que esta última vez me han echado en galeras4.
1
«El señor de la Palisse está muerto, / murió cerca de Pavía [1525], / un cuarto de hora
antes de su muerte, / aún estaba con vida», Chanson de La Palisse, de Bernard de la Monnoye
(1641-1728).
2
BNE, ms. 1752 (Título de un opúsculo).
3
Véase el cap. ii de este libro.
4
Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, parte I, cap. xxii.
5
Ibid., cap. xxxii.
158 una vida después del discurso de mi vida
6
Véase el cap. i de este libro: «Discurso y vida del capitán Alonso de Contreras».
7
AGI, Indiferente general, 111, N. 144; véase el cap. xiii de Contreras, Discurso de mi vida. La
relación de méritos de 1622, donde se dice «que Su Majestad lo envió con dos navíos de socorro
cargados de infantería y pertrechos de guerra a las islas de Barlovento que estaban molestadas de
enemigos», se encuentra en AGS, Guerra, Servicios militares, leg. 2, exp. 56.
8
Véase Parte II de este libro: «Los socorros de Filipinas (1613-1620)»; y, Contreras, Discurso
de mi vida, pp. 215-219.
capítulo quinto
En 1633, con sus 51 años a cuestas, con los disgustos que le han propiciado
sus relaciones con los grandes, el conde de Monterrey en primer lugar, así
como con los sinsabores de la Corte2, Contreras piensa en la necesidad de
cambiar definitivamente de rumbo, de probar fortuna en las Indias. Lo cierto
es que en noviembre de 1633, de regreso a Madrid, presenta otro memorial
con sus servicios en el Consejo de Indias, otra vez para el cargo de almirante3.
La nominación en 1635 del marqués de Cadereyta para virrey de Nueva
España abre horizontes a nuestro militar; en 1630, mientras está en Roma al
servicio del conde de Monterrey, estuvo encargado de recibir y acompañar al
marqués; parece que las relaciones fueron cordiales, o por lo menos Contre-
ras quedó prendado: «Su embajada, que la que hizo en Roma fue muy lucida y
costosa, digna de tal señor»4. Logra que el rey escriba al futuro virrey en mayo
de 1635 una carta de recomendación a su favor, «en consideración de sus ser-
vicios». Se dice en la carta:
Y porque va a esa tierra con licencia mía a negocios que se le han
ofrecido me ha suplicado os mandase ocupase de su persona en las oca-
siones que se ofreciesen de mi servicio en el tiempo que asistiere en ella.
Y habiéndose visto en mi Consejo real de las Indias ciertos recaudos
que en él se presentaron por donde ha constado de los servicios referi-
dos teniendo consideración a ellos mi voluntad es que el dicho Capitán
Alonso de Contreras reciba merced y favor. Os mando le tengáis por mi
1
Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las cosas, p. 138.
2
Ya sabemos que hay quien se burla en su cara y dice que fue un «capitán de caballos de
tramoya» (Contreras, Discurso de mi vida, p. 254).
3
AGI, Indiferente general, 111, N. 144.
4
Contreras, Discurso de mi vida, p. 229.
160 una vida después del discurso de mi vida
¿Cuáles son los negocios que le ofrecen en Nueva España al capitán? Pues es
posible que medrar, por cualquier vía, sin más. Nótese que en un principio la estan-
cia no parece que deba ser indefinida. Ese mismo día se le da el pase para él y un
criado. Es un caso clásico del soldado que, tras una larga vida de luchas por los
diversos campos de batalla de Europa, logra pasar a las Indias en busca de apro-
vechamiento y, por qué no, de reposo. Falta saber si Alonso está listo para el uno y
el otro. Lo cierto es que debió de navegar a Nueva España en la flota que llevaba al
virrey Cadereyta6 y que, a finales de 1635, ya está en el reino de Nueva España, espe-
rando un empleo a su medida; el primero será como capitán del presidio de Sinaloa.
No sabemos a ciencia cierta si este madrileño, acostumbrado a las exquisite-
ces de Roma, Nápoles o Palermo, supo apreciar este lejano rincón del dilatado
Imperio. Lo cierto es que muchos de los oficiales que la Corona mandaba de la
Península a gobernar las Indias debían, en un primer momento, superar cierta
sensación de destierro. Sinaloa, en la primera mitad del siglo xvii, era un destino
en especial poco apetecible según los criterios de cualquier vecino de la vieja
España. Y en este argumento nos basamos para tomar el rumbo que señalare-
mos en las páginas siguientes, en las que trataremos de percibir lo que no pudo
expresarnos el capitán al llegar a esa provincia. Esto supone entender lo que fue
Sinaloa, desde las décadas que anteceden, medir su grado de progreso cuando
Contreras la conoce y aclarar los conflictos que se tensaban. Sin olvidar que
esas mismas circunstancias permiten hacer aflorar, otra vez, lo que persegui-
mos desde el principio, los juegos de engranajes que se extienden a lo largo de
la Monarquía, hasta llegar a uno de sus más extremos confines.
5
AGI, Indiferente general, 453, L. A. 18, fos 97v-100 v.
6
Cadereyta desembarca en Veracruz el 24 de julio de 1635, carta del virrey de 17 de abril
de 1636 (AGI, México, 31, N. 40, fo 3r).
el paso por sinaloa (1635-1638) 161
Sin embargo, y sin saberlo, el gobernador Rodrigo del Río de Losa daba res-
puesta a su pregunta, ya que los dos jesuitas recién llegados eran la semilla de
un bosque de evangelizadores que enseguida cubriría esa tierra de un manto
de misiones, de pueblos reducidos a la Pax Hispanica, sea en profundidad,
sea de modo superficial. Aunque la población española creciera con lentitud,
en 1600 sólo había 20 familias españolas, tal vez menos de 200 no-indígenas
en lo que era entonces Sinaloa, entre el río Mocorito al sur y el Yaqui al norte12.
Es este el momento (1603) que escoge el gobernador de Nueva Vizcaya,
Francisco de Urdiñola, para obsequiarnos con una magnífica descripción de la
provincia13. Es esta la ocasión para conocer mejor esos horizontes que forman
parte de la Monarquía Hispánica lo mismo que las campiñas de Castilla, Aragón
7
Forman la principal agrupación étnica en Sinaloa.
8
Sobre esto, véase el testimonio del soldado Antonio Ruiz, Relación de la conquista, pp. 51-52
para la fundación (1 de mayo de 1583); p. 60 para la salida de la villa «con buena orden de guerra»
el 15 de agosto de 1584.
9
Ortega Noriega, 1999, pp. 17-65; Gerhard, 1996, pp. 303 sqq.; López Castillo, 2010.
10
Deben de ser los jesuitas Gonzalo de Tapia y Martín Pérez.
11
Carta al rey de 5 de octubre de 1591 de Rodrigo del Río de Losa (AGI, Guadalajara, 28, R. 2, N. 9).
12
Es decir que la provincia de Sinaloa que gobernó Alonso de Contreras se extiende sobre el
norte del actual estado de Sinaloa y el sur del de Sonora.
13
En «Información fecha por Francisco de Hordiñola, gobernador y capitán general de las pro-
vincias de Nueva Vizcaya, Chiametla y Copala, de la disposición, estado y cosas de la de Sinaloa»
(AGI, Guadalajara, 49, N. 6). Las referencias que siguen proceden del documento.
162 una vida después del discurso de mi vida
14
Ibid., fos 4r y 15r
15
Ibid., fo 11v.
16
Ibid., fo 19 v.
17
Y, menos todavía, ya que otro testigo es soldado, establecido en la provincia desde hace
nueve años (ibid., fo 30 v).
18
Sinaloas, es decir del río de «Sinaloa la Vieja», actual río Fuerte. Todavía no está fundado el
fuerte de Montesclaros en sus riberas; es probable que detrás se halle el recuerdo de la fundación
de la villa de San Juan Bautista de Carapoa en 1564 por Francisco de Ibarra.
el paso por sinaloa (1635-1638) 163
En segundo término, más al norte, están los grupos del río Mayo y del
Yaqui. El desconocimiento es más flagrante, las cifras llegan a ser hiperbólicas:
«Más gente que en toda la Nueva España»19. Estamos en un territorio donde
señorea el mito, a la medida de los miedos, pero también de las esperanzas
que se espera transmitir a las autoridades sobre el devenir de toda esta amplia
19
Ibid., fo 5r.
164 una vida después del discurso de mi vida
algunos testigos añaden: «Usan del pecado nefando, y entre ellos es muy usa-
do»22; al menos, ya no se comenta su antropofagia. Sobre todo, es casi unánime
la opinión de los españoles según la cual «son muy cuidadosos en las labranzas
porque hacen grandes sementeras de maíz y frisol» dos veces al año, lo que
supone que emplean la irrigación, atestiguada por otra parte desde antes de
la llegada de Francisco de Ibarra23. Sin que esto quite nada a la agresividad del
medio y de sus habitantes, Sinaloa entonces forma parte de un norte sin duda
temible, pero no aparece como una tierra de imploración, un despoblado sólo
habitado por el miedo. Por lo demás, no podrían faltar indios nómadas, más
20
Ibid., fo 32r.
21
Ibid., fo 36r.
22
Ibid., fos 4v y 12r.
23
Ibid., fo 26v. En el valle de Chinapa, «hay muchas sacas de agua de riego de que los indios
se aprovechan» (ibid., fo 40 v). Un testigo cuando entró con Francisco de Ibarra «en el valle de
Señora [Sonora] y en el de los corazones ha visto muchas casas de terrados en poblaciones y
en ellas muchas sacas de aguas por sus canoas que sirve de regar la tierra donde siembran sus
sementeras y frisoles y otras legumbres» (ibid., fo 13r). Ya Álvarez, 2010, pp. 185-228, sobre todo
pp. 214 sqq., en su análisis del universo tepehuano de la segunda mitad del siglo xvi ayuda a
disociar la imagen tradicional del nómada con la del «indio bravo» o «indio de guerra». Según él,
los «tepeguanes» cultivaban plantas desde 2000 a. C.
el paso por sinaloa (1635-1638) 165
al norte. De hecho, un indio natural del río Yaquimi le ha dicho a su amo que
en su tierra hay mucha gente «que no se puede sustentar, y salen a los montes a
buscar raíces e frutas de la tierra»24.
Más tarde, en 1639, el que fue capitán destituido del presidio, don Francisco
de Bustamante, dará una visión intermedia y en conclusión equilibrada de la
realidad india en la provincia de Sinaloa:
Gente de su natural más inclinada a vivir en despoblados y sierras
sin más cuidado para su sustento que la casa del monte con arcos y
flechas y algunas milpillas de maíz y calabaza hechas y labradas a las
orillas de los ríos, tan forzoso para esto por la sequedad y carestía de
agua en toda la tierra 25.
Que no solo suelen llevarse las siembras de sus riberas, sino aun las
chozas mal fabricadas de sus pobre[s] viviendas, en tanto extremo que el
año pasado de treinta y cuatro se llevó treinta y seis casas de la villa y entre
ellas las reales que yo volví a edificar; saliendo a veces tan de madre que ha
llegado a poner en riesgo las propias iglesias27.
24
Ibid., fo 27r.
25
«Documentos referentes a la erección de obispados de las provincias de Nuevo México y
Sinaloa» (AGI, Guadalajara, 138, fo 76r).
26
«Documentos referentes a la erección de obispados» (AGI, Guadalajara, 138, fo 79r).
27
Ibid., fo 76.
28
«Información fecha por Francisco de Hordiñola, gobernador» (AGI, Guadalajara, 49, N. 6,
fos 6r, 8r, y 39 v). Será una de las primeras menciones al mezcal que conocemos. Aunque es muy
dudoso que se trate de la bebida destilada; aquí debe de ser en su significado primero, dulce
hecho de la cocción del tallo y hojas de la planta.
166 una vida después del discurso de mi vida
ríos abundantes29, con una costa de marismas y deltas, donde «producen mucho
género de pescado», como son el «bagre, lisa, robalo [sic], trucha» y camarón30.
También llama la atención que «se cogen corales blancos y colorados, y este
testigo ha visto a los dichos naturales traer al cuello los dichos corales»31.
Indios de
N.o de
pueblos Indios Indios
Indios pueblos Indios de
Testigo de Suaque, del río del río
bautizados con los Chínipas
teguecos, Mayo Yaqui
jesuitas
sinaloas
«más
gente que
Bartolomé «mucha
14 000 26 + 8 000 en toda
Núñez gente»
la Nueva
España»
Diego
+ 6 000 26 / 27 9 000 7 000
Rodríguez
9 000 + 3 500 «mucha «mucha
Tomás de
(3 000 a 4 000 +30 7 500 cantidad más
Soberanes
por bautizar) de gente» cantidad»
«mucha
Antonio «mucha
7 000 30 + 15 000 más
Ruiz suma»
suma»
Hernando
11 000 + 30 9 000
Álvarez
Pedro de
12 000/13 000 38 7 000 / 8 000 + 4 000
Robles
Francisco 12 000 / + 7 000 / «mucha
33 / 34
de Llanes 13 000 8 000 gente»
Juan de
12 000 / «mucha
Grijalva 35 / 36 6 000 / 8 000
13 000 poblazón»
(soldado)
Juan Pablo 12 000/13 000 34 / 35 7 000 / 8 000 + 20 000
No distingue No distingue
entre los entre los
Diego 22 000 a 22 000 a
35 / 36
Martín 24 000 indios 24 000
«que indios «que
comunican» comunican»
Fuente: AGI, Guadalajara, 49, N. 6.
29
La toponimia de ellos todavía se está confirmando. Lo que, entonces, se llamaba el río de
«Sinaloa la Vieja» es el actual río Fuerte, ya lo hemos notado. Por supuesto se citan el Sinaloa,
el Mayo, el «Yaquimi». El Mocorito, línea divisora con la provincia de Culiacán, no aparece en
los testimonios.
30
Ibid., fos 4r y 12r.
31
Ibid., fos 13r y 17r.
el paso por sinaloa (1635-1638) 167
¿Una visión paradisiaca, algo manipulada para atraer la atención del poder?
Es posible, pero con un fondo de veracidad, y con un clima muy diferente del
actual. Con la Pequeña Edad de Hielo, el tiempo era algo más húmedo, menos
extremo, declara, sin ser después contradicho, el primer testigo: «Toda la pro-
vincia de muy buen temple, que no hace calor demasiado ni frío que dé pena
y que la cercan ríos caudalosos»33. Sin embargo, la realidad para el reducido
grupo español está todavía llena de sombras, según los testimonios, dado que
no se dan cifras de población para él, pero los veinticuatro soldados del presi-
dio de San Felipe y Santiago deben por lo menos permitir que se duplique el
número de vecinos. Estos se describen a sí mismos como pobres, incapaces
de sacar provecho de las riquezas naturales que los rodean. La costa «tiene
gran cantidad de sal que sin beneficio ninguno se cuaja»; «por ser tan pobres
los vecinos de esta villa en no alcanzar caudal no se aprovechan de la pesque-
ría de la dicha costa», en particular, del camarón34. La sierra ofrece grandes
posibilidades: «En la cordillera de la sierra destas poblazones hay muchos
veneros de minas», que tampoco se han labrado por causa de la pobreza de los
habitantes. Hasta los soldados con sus 450 pesos de sueldo anual, el capitán
con sus 1 000 pesos, sufren de los precios excesivos de las armas y de la ropa
que se traen desde México35.
Los altos costes en la India es un refrán conocido, que podríamos escuchar
de un extremo a otro. Pero algo sorprende, hay un argumento tal vez más
plausible pero al cual no se recurre, o si se hace es de forma atenuada y es
que apenas se sugiere que los indios son «gente della nueva e belicosa y no
muy asentados, ni pagar como no pagan ni dan tributo ninguno»36. ¿Por qué
esa tecla de la guerra, tan usada en otros momentos37, no lo es entonces? Se
trata de atraer gente, y el miedo no es buen imán; el orgullo de los pioneros les
impide demostrar de forma obsesiva algo parecido a la cobardía; hay nuevas
circunstancias que favorecen a la región, con la conclusión relativa de la guerra
chichimeca38 y, sobre todo, la instalación desde hacía cerca de diez años de los
jesuitas. En 1603, son cinco religiosos los que señorean más de treinta pueblos
y dan doctrina a unos diez mil indios en un entorno cercano, sin olvidar que
32
Ibid., fos 37v-38r.
33
Ibid., fo 4r.
34
Ibid., fo 5v.
35
Ibid., fo 7v.
36
Ibid., fo 7r.
37
Para la Nueva Vizcaya y el siglo xviii, véase Ortelli, 2007.
38
Véase Álvarez, 2016, pp. 211-260.
168 una vida después del discurso de mi vida
39
Relación de Antonio Ruiz, pp. 79 y 81.
el paso por sinaloa (1635-1638) 169
Adentro que cruzaba a duras penas la Sierra Madre, y las mercancías llega-
ban hasta Culiacán y villa de San Felipe y Santiago, por supuesto a lomos de
mulas, aprovechando los sucesivos descubrimientos mineros de la sierra, pri-
mero Chiametla (años de 1580) y, sobre todo después, Topia (años de 1590)40.
De Culiacán a San Felipe y Santiago, por la llanura costera, el tramo no tenía
mayores problemas, apenas era una distancia corta de unos 150 kilómetros.
Pero, en total, como veremos, se necesitaban por lo menos dos meses para ir
de México a Sinaloa. Es decir, que el coste de transporte debía de ser elevado,
aunque menos de lo que lo sería su equivalente en Europa, donde constituía un
filtro más poderoso41.
Esto explica que hasta en los tiempos de Contreras (1636), la mitad del sueldo
de los soldados se pagara en ropa42, que se hacía venir desde la capital del virrei-
nato. La gestión de este convenio no resulta clara ¿Quién la tomaba en mano,
los oficiales reales en relación con el pagador del presidio? A partir de 1636, se
paga la totalidad en reales, pero la necesidad sigue siendo imperativa, y alguien
debía hacerse cargo de organizar el transporte de las mercancías. No sabemos
cómo fue con nuestro héroe, en un momento de transición, pero parece que ense-
guida ocurrió lo que era de esperar, fue el cabo del lugar, el capitán de presidio,
quien tomó en mano esa actividad comercial, en relación con los negociantes y
dueños de recua de México.
Disponemos de una serie de inventarios y documentos referentes al general
Luis Zestín de Cañas en 1641-164243, uno de los sucesores inmediatos de Alonso.
Toca a tres vertientes con las cuales debió también entenderse unos años antes
Contreras. Una realidad provinciana, por no decir marginal que hay que supe-
rar, una práctica que se asemeja más a la de tendero que a la de comandante de
guarnición, la necesidad de lidiar y hacer malabarismos para que el dinero flu-
yera hacia Sinaloa y poder pagar los gastos que se hacían o las deudas contraídas.
La larga memoria de las mercancías que se mandaron en 1641-1642 desde
México al presidio, en manos del general Luis Zestín, alrededor de 7 300 pesos,
permite un acercamiento a un mercado de consumo en una lejana provincia de
la Nueva España. Lejana pero no desconectada, ya que a través de los productos
que llegan podemos tener una visión casi planetaria de cómo fue la circulación
de artículos manufacturados por esos años, sobre todo en materia textil.
El círculo más cercano es el novohispano, con algunos bienes esperados, como
las 20 «mantas de Campeche ricas», a 6,5 pesos cada una, una buena suma.
También 12 «mantos mexicanos ricos» de gran extensión —17 varas cada uno—
y, por todo esto, caros, a 16 pesos la unidad. Menos valoradas eran «las tres piezas
de sayales azules de Tescuco», 410 varas que se apreciaron en 144 pesos. No
podía faltar la referencia a la calle de Tacuba y sus artículos diversos, sobre todo
40
Cramaussel, 2006, pp. 299-327, 306-307.
41
Calvo, 1997.
42
Véase más adelante. «Ropa», un término aquí equivalente a productos manufacturados y
procedentes del exterior, es decir, la ciudad de México, no sólo textiles.
43
AGN, Indiferente virreinal, cárceles y presidios, c. 6716, exp. 75.
170 una vida después del discurso de mi vida
44
Aunque acaba por ser un término más genérico que geográfico y se produce en muchos
lugares a imitación del tejido francés.
45
Se trata de Lyon, Francia.
46
También llamada trompa gallega o arpa de boca.
el paso por sinaloa (1635-1638) 171
47
Se entiende que son precios de compra en México, para don Luis de Zestín, sin tener en
cuenta los fletes, los corridos de préstamos y comisión (4 %) del encomendero y otros gastos. ¿A
qué precios los vendió?
48
Al sucesor de don Luis Zestín se le asigna tal salario a finales de 1642 (AGN, Reales Cédulas
[duplicadas], vol. D-49, exp. 306).
172 una vida después del discurso de mi vida
49
En la Carta Anua de Nueva España de 1629 y 1630 se dice: «misión de los ríos, llamada de
San Ignacio» (AGN, Misiones, vol. 25).
50
Ibid. Las citas que siguen proceden de este expediente.
el paso por sinaloa (1635-1638) 173
51
Para 1591-1609, se producen 1 363 bautismos anuales, 9 943 entre 1615 y 1626.
52
Los otros tres jesuitas están en la villa.
53
Los más de 14 000 de confesión, es decir mayores de siete años, bien pueden corresponder
a esa cifra de 20 000.
Cuadro 7. — Datos demográficos de las misiones de Sinaloa según los «puntos de anua» (1591-1637)
174
1591-1609a 25 897
1610 2 586
1611 1 745
1612 2 075
1613 1 613
b
1614 5 420
1615-1626 119 320
1627 4 170
1628 5 474
1629 4 762
1630 8 697
1631c 8 808
1634 3 157d
1635 1 103 50 181 2 551 58 694
una vida después del discurso de mi vida
Son estas unas palabras que se repiten de un punto de anua a otro: imitar la
labor tanto de Cristo como de sus seguidores inmediatos, volver a revivir los
tiempos apostólicos. En esto y en esas fechas, los misioneros jesuitas de Sinaloa
son los fieles continuadores de los franciscanos del siglo xvi55, tal vez con un
matiz que hace hincapié en términos de martirio, pues hay una referencia mar-
cada a la sangre. Recordemos que la evangelización de Sinaloa se selló en 1594
con el sacrificio de Gonzalo de Tapia y su compañero.
54
Gerhard da una población total, en 1625, de 70 000 habitantes (Gerhard, 1996, p. 310).
En 1619, el visitador de las misiones de Sinaloa, Hernando de Villafañe calcula la población entre
yaqui, mayo y nenomas (río Sonora) en 60 000 habitantes (AGI, México, 29, N. 27), a la cual habría
que añadir los indígenas del sur (del Colegio), 25 000-30 000 como proponemos.
55
Phelan, 1956.
176 una vida después del discurso de mi vida
Parece que las circunstancias han cambiado mucho hacia 1635, hasta tierra
adentro, en las misiones de San Ignacio, donde los indios «son frecuentes en
las doctrinas, obedientes y sujetos a sus padres ministros, viven con paz y
quietud». Como en todo principio de evangelización, los niños son el princi-
pal punto de mira:
En algunos partidos destas misiones se introdujo de que los niños con
canciones particulares compuestas en su lengua fuesen cantando en los
barrios y en sus casas los misterios de Nuestra Santa Fe.
Más al sur es la misma sonata, los neófitos «se adelantan mucho, y cada
día se arraigan en la fe», «acuden con puntualidad a la misa de precepto»,
y hasta entre semana. Incluso, la borrachera, «vicio tan suyo en su gentili-
dad», tiende a desaparecer.
Es una religión barroca, en su mayor expresión, la que se impone en ese
lejano mundo, porque es la que traen en su ser los propios misioneros jesuitas.
Es, con su expresividad y fuerza, la que les parece más adecuada en esas cir-
cunstancias. Los religiosos «tienen gran cuidado y curiosidad en el culto divino
de iglesias, imágenes, ornamentos y música que en tierra tan bárbara y remota
es de mucha estima». Esa necesaria magnificencia y exteriorización de la fe
pasa primero por los lugares, dado que parece que después de más de veinte o
treinta años de presencia, la infraestructura religiosa llega a una primera cul-
minación en la villa de San Felipe y Santiago:
Acabose este año [1635] un famoso retablo de un colateral de Nuestra
Señora y luego se dedicó. Salió muy agradable y vistoso. […]. Algunos
padres misioneros a imitación del Colegio van haciendo muy buenas
iglesias de tres naves y los que tienen alguna posibilidad van haciendo
retablos conforme al posible de cada uno.
56
En 1638 se nos da una visión de la iglesia, ya terminada por completo: «De tres naves, her-
mosa y muy capaz, pilares y maderas de cedro todo bien labrado y vistoso. En ella se han puesto
ya y dedicados con solemnes fiestas dos retablos; el de el altar mayor digno de estima en cualquier
principal ciudad; y otro muy bueno y bien acabado de un colateral […] y también un monumento
muy vistoso».
el paso por sinaloa (1635-1638) 177
Pero no se puede vencer con gloria sin algo de resistencia por parte del demo-
nio, sobre todo en tierras todavía con pocos contrafuertes, es decir, en las partes
más al norte, de no ser las misiones de San Ignacio:
178 una vida después del discurso de mi vida
¿Era Sinaloa, hacia 1635, casi un edén terrenal como lo pintan los puntos
de Carta Anua? Este era un discurso hacia el exterior, para Roma y, en cierta
medida, para Madrid. Pero la Compañía de Jesús tenía otro discurso, menos
propagandístico, más realista y hasta alarmista, destinado al interior, es decir,
en concreto, México. En él se planteaban como cuestión central sus relaciones
con la guarnición de los presidios, en particular, con el de Sinaloa.
Las circunstancias de 1646 permitirán entender estos vínculos, y también
medir las fuerzas en el tablero virreinal. Por un mandamiento del 10 de julio, el
virrey, conde de Salvatierra, ordena al gobernador de Nueva Vizcaya que funde
otro presidio, el de Cerro Gordo, en el corazón árido del Altiplano, al norte
de Durango59. Como todo se entiende a coste nulo, para pagar a los veinticua-
tro soldados se reformará a militares de otros fuertes, en concreto, quince de
Sinaloa. El procurador jesuita de la provincia de Nueva España reacciona con
energía y escribe al virrey:
57
«Vei Tlatole, persona platica y de grandes palabras» (Molina, Vocabulario lengua castellana
y mexicana, fo 155v).
58
«La gente llevaba “coscate”, que son tamalitos endulzados con piloncillo» (Sandoval
Linares, 2004, p. 131).
59
Sobre la localización, véase Gerhard, 1996, pp. 224-226.
el paso por sinaloa (1635-1638) 179
60
«Mandamiento del virrey conde de Salvatierra», visto en el tribunal de cuentas de México el
15 de noviembre de 1646 (AGN, Archivo Histórico de la Hacienda, vol. 472, exp. 79).
61
AGN, Archivo Histórico de la Hacienda, vol. 472, exp. 37.
62
Weber, 2000, pp. 164-170, ha sintetizado el tema aunque se interesa sobre todo por los fran-
ciscanos, predominantes en lo que es hoy el sur de Estados Unidos.
180 una vida después del discurso de mi vida
63
Pérez de Rivas, Historia de los triunfos de nuestra santa fe.
64
Giudicelli, 2003.
65
AGN, Archivo Histórico de la Hacienda, vol. 278, exp. 7.
el paso por sinaloa (1635-1638) 181
Es esta una distribución de los roles que puede prestarse a muchas ambigüeda-
des, pero que los indios habían enseguida aclarado en Sinaloa. Nos podemos referir
otra vez a la frase de Nacaveva, instigador de la muerte de Gonzalo de Tapia, el cual
decía en 1594 al capitán que lo mandaba azotar «capitán, estos azotes que me has
mandado dar no los mandaste tú, sino el papel que te trajeron» de parte del jesuita.
Por lo tanto esa instrumentalización del presidio no es, por eso mismo,
apetecible para todos, y, aunque resulte paradójico, es el militar quien retoma,
frente a los religiosos, el viejo argumento lascasiano contra los «misioneros
armados». El misionero Larios recupera el contraargumento que se le ha pre-
sentado: «El inconveniente que el gobernador opone de que, viendo los indios
gente de guerra en la tierra, se alborotaran», y lo aparta, «porque los soldados
no han de entrar matando ni peloteando los indios, porque para esto son pocos
seis, sino de paz». Es una refutación que se puede discutir.
Ya notamos que a la empresa avasalladora y legitimadora de la Compañía ni
el virrey podía oponerse, y menos un capitán de presidio, rehén del papel que
los jesuitas le habían otorgado en la distribución de los roles. Además, dichos
militares estaban de paso por unos años, la Compañía de Jesús permanecía,
incólume, en medio de sus progresos, de sus miles de neófitos, de sus tierras
y ganados, de la pacificación real que extendía como una mancha de aceite, a
costa, es cierto, de la sangre de sus mártires pasados. Es significativo que el pri-
mer capitán del presidio de Sinaloa que se atrevió a levantar la cabeza, a la vez
antecesor y sucesor de Contreras —lo segundo no es del todo seguro—, en un
momento precisamente ya de oscilación, la década de 1640, fue don Pedro Perea.
Este se disgustó con los jesuitas y quiso introducir a los franciscanos en la región
para disponer de un apoyo. Resultó un fracaso, pero la semilla ahí estaba66.
En la segunda mitad del siglo, la riqueza y poderío de la Compañía se
hicieron cada vez más llamativos e insoportables para muchos, en particu-
lar, para los hacendados y mineros regionales, cada vez más numerosos y
que competían con ella por la mano de obra indígena, por las tierras y sus
producciones. Las críticas empezaron a hacerse oír, hasta el punto de que
la Compañía tuvo que reaccionar de diversas maneras, en especial por la
66
Navarro García, 1992, pp. 221-223.
182 una vida después del discurso de mi vida
escritura67. Esto pudo influir sobre el sentir del capitán del presidio, preocupado
al mismo tiempo por la continua expansión territorial de la obra de los hombres
de negro, cuando su dotación en soldados era la misma que a principios de siglo.
En un momento de tensión extremo —la década de 1680 y la ola de revueltas que
se propagó desde Nuevo México— la cuerda estuvo a punto de romperse.
Es la ocasión de retomar la problemática de las relaciones misión-presidio,
pero con puntos de vista distintos a los de 1614, analizando el intercambio de
correspondencia en 1684 entre el padre Juan Antonio Estrella, misionero en «la
frontera de Santa María Vaseraca»68, Sonora, y el cabo y caudillo —es decir, el
oficial segundo— del presidio de Sinaloa, el capitán Juan Antonio de Anguiz,
en ausencia de su jefe el almirante don Isidro de Atondo y Antillón. El jesuita
presenta un requerimiento al militar para atender el grave aprieto en el que se
encuentra toda la provincia de Sonora:
Es más que cierta [la] ruina de esta provincia, puesto que se ha apode-
rado el enemigo de un valle [de Casas Grandes] tan pingue de sembríos
de maíz y trigo y gruesas cantidades de ganados mayores, pues llega
todo a más de veinte mil reses, le es muy fácil agregar naciones gentiles
que tiene inmediatas a él, y con ellas y la fuerza que así tiene destruir esta
frontera abierta por todas partes.[…] Todo lo cual me mueve a requerir a
Vuestra Merced […] acuda con sus armas al remedio y socorro de tanta
ruina, puesto que si el presidio esta para resguardo de esta provincia, allí
la resguarda estorbando a el enemigo el paso69.
Es decir que, de acuerdo con las exigencias del dinamismo jesuita desde
principios de siglo, el padre Estrella propone un presidio sin murallas, móvil,
que responda a las exigencias de unas fronteras peligrosamente porosas, o
mejor dicho, sin línea fronteriza.
El caudillo, en su respuesta, propone una visión opuesta, estrictamente defen-
siva y delimitada en cuanto al territorio que dice tener un mandamiento del
virrey de 1671,
que mando a los capitanes del presidio de Sinaloa cumplan con la
Real Cédula de Su Majestad en orden a no hacer guerras ofensivas
ni entradas y fuerza de armas, sino es que se atraigan los indios en
benevolencia y suavidad.
67
Entre los adversarios de la obra jesuita, véanse los escritos de fray Juan Caballero Carranco,
franciscano, en Cabranes, Calvo, 2014. Para una defensa de los mismos, está la obra de Faria,
Apologético defensorio y puntual manifiesto. Sobre la obra, véase, además, Navarro García,
1992, pp. 153-156.
68
Debe de ser Baserac o Bacerac, cerca de la frontera de Sonora con el actual estado de Chihuahua.
69
AGN, Misiones, vol. 26, exp. 63.
el paso por sinaloa (1635-1638) 183
Todo esto hace que la alianza entre militares y religiosos, en defensa de ambas
majestades, atraviese entonces momentos difíciles, y que sea necesaria una rede-
finición del rol de los presidios, aunque esta todavía tenga que esperar hasta la
segunda mitad del siglo xviii, en relación con las reformas borbónicas.
Sin embargo, no juzguemos con demasiado rigor este intercambio epis-
tolar, pues cuando escribe a Estrella, el 6 de noviembre de 1684, el capitán
Anguiz está en San Miguel de Bavispe, es decir, casi en el límite nordeste de
su jurisdicción, atento a lo que pueda ocurrir74. En el real –o campamento–
se encuentra casi a la latitud de Casas Grandes, a menor distancia de lo que
pretende, unos 100 kilómetros, y no 50 leguas, que sería dos veces más. Sobre
todo, la situación demográfica y militar de Sonora ya no es lo que fue a prin-
cipios del siglo xvii, la población no-indígena ya es significativa. Y bien o mal
armada, bien o poco disciplinada, la milicia de vecinos logrará desbaratar
70
Ya se encuentra en Sonora.
71
La provincia franciscana de San Francisco de Zacatecas.
72
AGN, Misiones, vol. 26, exp. 63.
73
Instrucciones y memorias, t. I, p. 384.
74
Inclusive está a unos 15 kilómetros al norte inmediato de Baserac desde donde le escribe el
jesuita Estrella; en realidad, el capitán Anguiz no desampara la zona.
184 una vida después del discurso de mi vida
75
Navarro García, 1992, p. 250. Da un relato pormenorizado de los hechos (ibid., pp. 243-252).
76
Véase el oficio de González de Vera, director entonces del AHN, sobre la tasación de dicha
colección (AHN, Toreno, C. 69, D. 67).
77
No olvidemos que fue nombrado caballero de la Orden de Malta, «gozando todas las
encomiendas, dignidades, que hay en la Religión, y gozan todos los caballeros de justicia»
(Contreras, Discurso de mi vida, p. 227).
el paso por sinaloa (1635-1638) 185
La enormidad del dicho resalta por sí misma, ya que es la pieza que abre el
desfile. Por lo demás, es una perla que deberemos examinar en todas sus face-
tas: políticas, sociales y culturales. Eso de «gente ruin y de pocas obligaciones»,
el capitán lo repite a cada ocasión de enojo, por lo cual se sienten gravemente
ofendidos. A ello, los firmantes presentan un antídoto, como veremos, en el que
recalca su origen español y su valor militar en ese lejano mundo.
A diferencia de sus soldados, el capitán no parece estar ejercitado en las tareas
militares que exige la región, pues en la fiesta de Todos los Santos de 1634, en plena
plaza pública, lo echó abajo un caballo, «el más doméstico y leal». Al día siguiente,
habiendo salido toda la compañía armada a la plaza a una sayça como
muchas veces se solía hacer en esta provincia, no pudo ocupar su lugar,
dándoselo a un vecino de esta villa para que guiase la cuadrilla de
caballos de su cargo y siguiéndole él, cosa que por inepto capitán que
haya habido en estas partes no se ha visto. Y si por ser nuevo en la tierra
tenía reserva, fuera mejor no haberse puesto en la ocasión, tratando de
enseñarse antes de ponerse en ella, más desde aquel día hasta hoy que ha
más de diez meses no se ha armado ni puesto con nosotros juntos ni solo
de ejercitarse en caballo ligero ni de armas.
¡Fue un mal comienzo para un soldado que estuvo bajo las armas «más de
veinte y cinco años que a esta parte tengo hechos a Su Majestad en los estados de
Flandes y otras partes», como dirá Bustamante! Notemos la noción que los hom-
bres de Sinaloa tienen del mando militar tradicional, helenística si esta palabra
tuviera algún sentido en ese universo de fronteras, ya que se debe dar ejemplo y
ser el primero. Para ello, Alonso de Contreras sí sería el hombre indicado.
78
AHN, Diversos-Colecciones, 31, N. 6. Las citas que siguen proceden de este documento.
186 una vida después del discurso de mi vida
79
Hoy es un rancho a 60 kilómetros al nordeste de Culiacán, en la sierra, fuera de la jurisdic-
ción, por tanto, de la Sinaloa de entonces.
el paso por sinaloa (1635-1638) 187
¿Y quién firma? Son 14 soldados, uno de ellos «a ruego», 7 vecinos y 2 de los
cuales no conocemos la calidad; tal vez eran la tercera o cuarta parte de los varo-
nes españoles de la villa entonces. Vale notar que las firmas más hábiles están en
primera línea, las más torpes y esforzadas son las últimas. La toma de decisión
y de escritura, y también de prestigio, van paralelas en este caso, pasan también
por la habilidad en el manejo de la pluma. Y eso por ser precisamente un universo
tan rústico, donde las habilidades intelectuales son menos concurridas, se valo-
ran más. Hay que subrayar que el primero en firmar es quien redactó la carta, con
una muy buena y regular caligrafía, el soldado Marcos de Moya: ¿Quién nos ha
dicho que entonces la milicia no estaba peleada con la escritura?
A lo comentado sobre esa serie de escenas sólo queremos añadir dos puntos más,
ligados entre sí y que abarcan el conjunto de la Monarquía Hispánica, y hasta del
mundo clásico de los siglos xvi y xvii, cuando el «proceso de civilización» está
apenas cristalizando. En dos ocasiones centrales, el honor de la mujer, y por tanto
del linaje y la pureza de su sangre, está implicado, pues, al menos desde Suetonio y
los excesos de los césares, la pesadilla de los dominados y la expresión del poder de
los dominantes pasa por la sumisión de las mujeres de los unos por los otros.
Alrededor de esto giran insultos y símbolos como el cuerno. Estamos, recor-
demos el calzón blanco de Bustamante, en una sociedad de la apariencia, donde
el honor también está en un proceso de reificación. Se le debe debilitar hasta
desnudarlo, para aniquilarlo, y lo más definitivo para ello es usar el escalpelo del
insulto, a ser posible sexual o escatológico, es decir, lo que contamina o ensucia,
en las dos funciones vitales. Frente a una comunidad que desde un principio lo
recibió con mofa —volvamos sobre el día de Todos los Santos—, el gobernante,
sin otra práctica de diálogo que de arriba-abajo, en ese universo jerarquizado,
no tiene más opción que recurrir al insulto, para imponerse. En primer lugar,
colectivo, con el que amenaza a todos los hombres a través de sus mujeres, y
después individual, al tratarse de autoridades que le pueden hacer sombra, como
los dos alcaldes mayores de la villa y, en menor grado, el de Santiago de los Caba-
lleros. En este último caso, se va más lejos, pasa de palabras a actos80.
¿Y cómo pueden reaccionar los dominados? Reafirmando los valores que
precisamente se trata de destruir en ellos, siendo como son prisioneros del
mismo discurso. ¿Se les acusa de ser «gente ruin y de pocas obligaciones»?
Entonces, se autodefinen:
Pues en esta provincia, por ser una pequeña poblaçon de españoles [ha]
habido en ella veinte y ocho y treinta vecinos hombres honrados e hijos de
Castilla y sus reinos y los veinte y seis o veinte y ocho en un mismo tiempo
soldados de este presidio81, sin otros muchos ansi mismo españoles hijos
de la tierra honrados con quienes los capitanes que han gobernado esta
provincia han entrado a las partes más remotas, donde hoy se reconoce
Estaríamos, por tanto, en presencia de unos 50 a 60 vecinos y soldados «gachupines», ¿tal vez
81
podríamos ir hasta 100 con los «de la tierra» que siguen, y son muchos?
188 una vida después del discurso de mi vida
82
AHN, Diversos-Colecciones, 36, N. 31. No tiene fecha. Las citas siguientes proceden de la carta.
83
El marqués de Cerralbo fue un largo tiempo virrey de Nueva España, de 1624 a 1635; de
hecho, cuando escribe Bustamante su protector acaba de salir del cargo.
84
Diego Martínez de Hurdaide fue el primer verdadero capitán del presidio de Sinaloa, quien
dejó la marca más profunda, véase Valdez Aguilar, 2011.
el paso por sinaloa (1635-1638) 189
No olvidemos que esto ocurre en los últimos meses de 1635, con el cambio de
virreyes, de clientelas y protecciones, por tanto,
este caso ha causado, Excelentísimo Señor, gran escándalo en esta villa,
pues se atrevieron dos criados de don Pedro, que eran soldados a decirme
ya yo no era nada85, caso que me obligó mucho a volver por mí, si bien
me reporte mucho por ver algunos vecinos muy descompuestos, y obviar
mucho escándalo de que el gobernador ha dado tan gran motivo.
85
Las cursivas son mías.
86
En Gargantúa, Rabelais se burla de las conductas guerreras a través del rey Picrocole.
87
AHN, Diversos-Colecciones, 31, N. 19.
88
Ibid.
190 una vida después del discurso de mi vida
89
Esto es una libertad histórica que tomo.
90
Weber, 2000, p. 27.
91
Calvo, 2000.
el paso por sinaloa (1635-1638) 191
92
Sudoeste del actual estado de Chihuahua.
93
En la sierra al oriente del estado de Sonora (AHN, Diversos-Colecciones, 36, N. 31).
94
Véase González de la Vara, 1992.
95
AGN, Archivo Histórico de la Hacienda, vol. 472, exp. 37. Esto a pesar de estar prohibido
desde 1613 por varias reales cédulas que retoma la Recopilación de Indias de 1680, leyes I y III,
título XII, libro III. Es cierto que lo contradice en cierta medida la ley X, que menciona «situados
en ropa» para soldados.
96
Todavía, en 1670, los soldados de los presidios de San Sebastián y Cerro Gordo reciben
350 pesos, los de Santa Catalina y San Hipólito 450 pesos (AGI, Guadalajara, 230, L. 3, fos 348v-349r).
97
Volveremos sobre esto en el capítulo siguiente, en la perspectiva de la llegada del marino
marqués de Cadereyta como virrey.
192 una vida después del discurso de mi vida
de ellos, y no hay más que un oficial que cumple con las dos funciones; el
único presidio es el de la villa, con doce soldados98. Como veremos, en los años
siguientes se funda un segundo presidio, tal vez el principal, llamado de Mon-
tesclaros y, al mismo tiempo, la población no-indígena se acrecienta, lo que
trae una separación de las funciones y más complejidad. No tenemos el título
completo de Contreras, pero sí el de uno de sus sucesores cercanos. En 1646, se
menciona a Juan de Peralta y Mendoza como
gobernador y capitán de los presidios de San Phelipe y Santiago y fuerte
de Montesclaros, teniente de capitán general de la provincia de Sinaloa
y costas del mar del sur99.
Es este un collage racional de etiquetas, cada una con su especificidad, polí-
tica y hasta geográfica, que indica la supremacía del poder del capitán sobre
toda la provincia, como gobernador, su rol militar entre dos castillos y, a
través del título de teniente de capitán general, por fin la atención que se le
pide, al paso del galeón de Manila, sobre los eventuales piratas en la costa
del Pacífico. Puede haber variaciones, porque, en 1666, se presta cuidado al
entramado fronterizo y bélico, ya que se es «gobernador y capitán de gente
de guerra de Montesclaros, San Phelipe y Santiago y fronteras de la provincia
de Sinaloa». Notemos que, en todos los casos, se evacúa el punto delicado, que
ya hemos notado, la doble subordinación al gobernador de Nueva Vizcaya
y al virrey de Nueva España, la cual, además, puede fluctuar, pues sabemos
que, en 1635, con un nuevo virrey entrante, el gobernador se atreve a desti-
tuir al capitán Bustamante de su tenientazgo. En 1680, para terminar con las
competencias entre jurisdicciones, el rey pone todos los presidios de Nueva
Vizcaya bajo la única autoridad del gobernador100. ¿Qué pasa en tiempos de
Cadereyta y Contreras?
Por desgracia, la información sobre Contreras en su paso por Sinaloa es
reducida y no disponemos, en particular, de su nombramiento. Pensamos
que se pueden utilizar algunos referentes cercanos a uno de sus sucesores,
el capitán Diego de Berganza Preciado. Son tres documentos del 31 de
diciembre de 1642: en primer lugar, su provisión como «gobernador
y capitán de gente de guerra de Montesclaros, San Phelipe y Santiago y
fronteras de la provincia de Sinaloa»; en segundo lugar, otra como «teniente
de capitán general de la provincia de Sinaloa y costas del mar del sur della»;
y, por último, porque ayuda a mejor definir el cargo, el mandamiento para
que haga el juicio de residencia de su predecesor don Luis Zestín de Cañas,
un conocido. Es significativo que las tres piezas procedan de las oficinas
virreinales, es decir, que, en ese momento, el virrey conde de Salvatierra ha
apartado al gobernador de Nueva Vizcaya.
98
AGN, Jesuitas, vol. 1-14, exp. 112.
99
AGN, Archivo Histórico de la Hacienda, vol. 472, exp. 37.
100
Real Cédula de 22 de febrero de 1680, AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 18, exp. 4.
el paso por sinaloa (1635-1638) 193
y si como tal capitán ha hecho algún agravio a los dichos soldados o a los
indios chichimecos y naturales de aquellas provincias, y si procuró su
conversión y buen tratamiento, reduciéndolos a paz y quietud, obviando
las alteraciones y alzamientos que suelen intentar.
En fin, «si dejó de castigar a los agresores, fulminando proceso»104. De todo
esto, surge la imagen bastante común del oficial del Antiguo Régimen, con atri-
buciones amplias, a veces más acentuadas fuera de su competencia de origen.
101
Más tarde, el político francés Georges Clémenceau declararía: «La justice militaire est à la
justice, ce que la musique militaire est à la musique».
102
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. D-49, exp. 306.
103
Recopilación de Indias, ley XII, título XII, libro III.
104
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. D-49, exp. 311.
194 una vida después del discurso de mi vida
Aquí, el militar está bastante limitado, el juez, aun con una conducta «suma-
ria», está más acentuado. Sin olvidar que la administración conoce todos los
procedimientos indebidos por los cuales una administración corrupta logra
esquilar la lana de sus administrados.
Para mejor instalar a Alonso de Contreras en su escenario —es hombre
que mira a su alrededor para mejor situarse, aunque poco lo diga—, nos
falta precisar el punto de aplicación de su autoridad, los dos castillos de
Sinaloa. Hoy en día, la iglesia fortificada, capaz de resistir tanto al asalto
enemigo como a los cataclismos naturales, y el fuerte son los elementos más
visibles en lo que fueron los espacios de frontera ibéricos. La iglesia nos
relaciona con la misión, instrumento principal de evangelización en esas
regiones inestables, de confrontación. El fuerte es la corteza física del pre-
sidio, entidad militar, cuña que tanto portugueses como españoles clavaron
a la vez como punto de cristalización —conservación— y de irradiación en
territorios aún hostiles, y que, en algunos casos, lo siguen siendo a lo largo
de tres siglos.
Es decir que los fuertes de presidio conocen una larga evolución, como
en el caso del Castillo de San Marcos, anclaje de lo que sería la villa de San
Agustín, sobre la costa norte de Florida. Fue el primer eslabón de los presi-
dios que amarraron el norte de Nueva España, del mar del Norte al mar del
Sur, donde Sinaloa sería el remate de la cadena. San Marcos cambió tanto
de lugar, entre isla y tierra firme, como de materiales —madera, piedra—,
de forma —redonda, triangular, cuadrada—, y de apariencia. Empezó como
una choza protegida por una empalizada y un terraplén y concluyó con una
digna arquitectura militar «a la italiana» con cuatro bastiones en sus esqui-
nas, que hoy se conserva105.
El fuerte-presidio no fue sólo un arma para proteger un espacio y propiciar
la evangelización y el intercambio. En Orán, lo mismo que en San Agustín
o en Macao, y al final, en Sinaloa, fue también, y sobre todo a veces, un ins-
trumento de apoyo a la urbanización, con su villa anexa. Así fue en el primer
intento de asentamiento español, la Navidad colombina, «fuerza y fortaleza»
según el propio Colón106. Aquí el caso extremo, por su geografía pero también
por su importancia, es el de Macao, cuya península está cerrada y protegida
por seis fuertes y alguno que otro baluarte, sin contar las murallas de la ciu-
dad misma. Este sistema comienza ya a perfilarse durante la década de 1620,
para resistir a las embestidas holandesas107.
En un universo tan hostil a la conquista hispana, como lo es Sinaloa en el
siglo xvi, lo que escribe el virrey conde de Monterrey en 1596 vale para las
décadas que anteceden:
105
Arnal Simón, 2006, pp. 59-87.
106
Ramos, 1989, p. 64.
107
La observación procede de un mapa de Macao del siglo xvii, lindamente iluminado de
colores, reproducido en Videira Pires, 1994.
el paso por sinaloa (1635-1638) 195
Si los dos primeros asentamientos, a la orilla del río Zuaque —después río
Fuerte— en 1564 y 1583 fracasan es, sin duda, porque se establecen demasiado
al norte, entre los cahítas, todavía «indios de guerra», pero también porque no
hay otro respaldo militar que el que pueden ofrecer los milicianos, es decir, los
escasos vecinos españoles109.
Se consigue clavar la cuña cuando los vecinos de la última villa de San Juan
Bautista de Carapoa se repliegan, en condiciones muy difíciles, hacia el sur, en
los márgenes del río Petatlán (después Sinaloa) en 1585, y fundan la villa de San
Felipe y Santiago, cabecera de la provincia, con sus magros vecinos. Pero, como
seguían en perpetua alarma, en 1595 se estableció como contrafuerte un pre-
sidio con 18 soldados, el de Sinaloa110. La llegada de los jesuitas, en 1591, como
ya vimos, dio cierta estabilidad al conjunto. El dinamismo de esto, su empuje
hacia el norte planteó, desde 1603 —es la principal motivación de la encuesta
de ese año—, la necesidad de otro punto de amarre. En 1605, se decide volver al
río Zuaque, pero esta vez para invertir los procesos. Se funda, en primer lugar,
el fuerte y el río cambia de nombre y, de forma gradual, a su sombra protectora,
se edificará un asentamiento, que terminará como villa epónima de la forta-
leza111. Se termina en 1609, con materiales bastante perecederos ya que menos
de treinta años después está casi en ruinas y recibe el nombre de fuerte de Mon-
tesclaros, debido al virrey que lo auspició. El jesuita Francisco Javier Alegre nos
ha dejado una descripción tardía (s. xviii) de un monumento que es probable
que sólo conociera gracias a los testimonios de sus correligionarios, pero que
podemos recuperar, porque ofrece una buena síntesis y cierta ambientación de
lo que podía ser un presidio, en medio de las tierras de los indios bravos.
Se fabricó sobre un cerro escarpado y fuerte, por naturaleza. Al norte
baña sus faldas el río y a los otros vientos se extienden unas vegas de bellí-
simos pastos. El recinto es bastante para poner en tiempos de guerra, aun
el ganado y los caballos a cubierta de todo insulto. La figura es cuadrada,
de murallas bastantemente gruesas, para el género de armas de aquellas
naciones. Los cuatro ángulos defienden otros tantos torreones, que sir-
ven también de atalayas112.
108
AGI, México, 23, N. 52.
109
Relación de Antonio Ruiz. Se trata de las villas del mismo nombre, San Juan Bautista de
Carapoa, véase Ortega Noriega, 1999, pp. 58-68.
110
Ibid., p. 79.
111
Municipio de El Fuerte, estado de Sinaloa, que sigue presumiendo de las almenas de su
antigua fortaleza, a menos que estas sean una recreación del siglo xx.
112
López Castillo, 2009, p. 112.
196 una vida después del discurso de mi vida
Alejado de la costa, es un edificio defensivo que teme más el asedio del indio
bravo que los cañones de los buques holandeses, por eso mantiene su sabor
aún medieval, en un punto alto, con torres en vez de bastiones. Su misión es
tradicional, consiste en acoger a las poblaciones del contorno, con sus riquezas,
en caso de alerta. Aún en los siglos xvii y xviii, estamos en Sinaloa (y el norte)
antes de la «Revolución militar» que apareció en Occidente desde el quinientos,
y que España supo extender por las costas de su imperio, hasta en Zamboanga,
península de Mindanao (Filipinas), con un perfil adecuado y sus cuatro bas-
tiones en las esquinas y un recinto restringido, frente al mar. Lo que se puede
intercambiar es la mística, pues en el presidio de Zamboanga, el rey y la Virgen
ocupan todo el espacio de referencia, como símbolos de la hispanidad, entre las
dos columnas del Plus Ultra, emblemas del Imperio (fig. 7).
Fig. 7. — La Virgen del Pilar, las armas de España, las columnas del Plus Ultra
y Santiago en la pared del presidio de Zamboanga, Mindanao, 1724.
Fotografía: Paulina Machuca
Esa realidad del norte novohispano, cercana a los siglos anteriores, la podemos
materializar en el dibujo del «presidio modelo», el de Jalpa en 1576-1577, cuyas
altas murallas forman un recinto cuadricular con sus torres en las esquinas y
terraplenes para la artillería113. Pero, también, se ubica en los antecedentes
de la población del lado hispánico; más aún en la cotidianidad de los milicianos
113
Reproducido en Powell, 1980, entre pp. 176 y 177.
el paso por sinaloa (1635-1638) 197
114
Remitimos al libro ya clásico de Duby, 1980.
115
Relación de Antonio Ruiz, p. 36.
116
AHN, Diversos-Colecciones, 36, N. 31. Y cita de Faria en López Castillo, 2009, p. 114.
117
Ibid., p. 112; AHN, Diversos-Colecciones, 31, N. 6.
198 una vida después del discurso de mi vida
118
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 11, exp. 498, en 11 de agosto de 1637.
119
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 11, exps. 568 y 611.
120
AGI, México, 31, N. 49, fos 217v-218v.
121
Véanse los caps. iii y iv de este libro.
el paso por sinaloa (1635-1638) 199
122
Puede ser el pueblo de San Miguel Zapotitlán, en la llanura costera, sobre el río Fuerte.
En ese momento, el capitán debió de visitar el fuerte de Montesclaros. Era, entonces, una
misión jesuita.
123
AGN, Misiones, vol. 25.
124
AHN, Colecciones, 34, N. 19.
125
«Petición y cartas del capitán don Alonso de Contreras […] sobre que es conveniente se
haga fuerte en la villa de San Felipe y Santiago, y que no se reedificó el fuerte de Montesclaros,
y relación de la obra y gasto que hizo» del 11 de agosto de 1637 (AGN, Reales Cédulas [dupli-
cadas], vol. 11, exp. 498).
200 una vida después del discurso de mi vida
Era enero de 1638. A más tardar, en octubre, Sinaloa tiene otro capitán, y
Contreras debe de estar otra vez en los pasillos de palacio, tratando todavía
de recuperar el monto de los gastos, en espera de nuevo empleo. Sabemos que
pronto le alcanzará una promoción y lo nombrarán castellano de la fortaleza de
San Juan de Ulúa, llave de las Indias Occidentales.
126
Resulta irónico que de las fundaciones en cuyo nombre aparece Cadereyta, con Cadereyta
Jiménez en Nuevo León, y Cadereyta de Montes (Querétaro), es la única que no prosperó; así fue
el paso de Alonso de Contreras por todas partes, aligerado y atropellado a la vez.
127
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 11, exp. 568 en 15 de enero de 1638.
capítulo sexto
1
Una interesante variación sobre estas tres realidades en Huizinga, 1977, pp. 333-342.
202 una vida después del discurso de mi vida
no cierto, que se considerara víctima de esos oleajes, que todo ello contribuyera a
cansarlo, que junto con la edad llegara el desgano, y que lo mismo que el Cid esto
lo condujera al destierro o, en este caso, al regreso al punto de partida, España.
2
Calderón Quijano, 1984, llama a los años entre 1630 y 1658, «años de inactividad», y les
dedica menos de dos páginas (pp. 42-44).
3
La expresión «la llave de este reino» es del virrey Cadereyta, en carta al rey de 22 de julio de 1637
(AGI, México, 33, L. 2, fo 197r). De hecho, se está convirtiendo en proverbial, ya la utiliza, en 1618, el
capitán don Jorge de Baeza en su parecer sobre los soldados de dicho castillo (AGI, México, 29, N. 44).
4
Metáfora de Montero, 1997, p. 49.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 203
máticos y los subsiguientes cambios de altura del mar, entre la Pequeña Edad de
Hielo de los siglos xvi y xviii (por lo menos) y el deshielo generalizado de hoy.
Y, sobre todo, debemos tomar en cuenta la acción del hombre, que ha instalado
a lo largo de una costa baja, arenosa en buena parte, por lo tanto movediza, un
gran complejo humano, defensivo y portuario. Los efectos de esta intervención
se pueden notar, al menos, desde el siglo xvii. En 1659, el ingeniero Marcos
Lucio reprocha al castellano don Francisco Castrejón que utilice la piedra de
la isla cercana La Gallega para edificar las fortificaciones de San Juan de Ulúa:
Y es que la isla Gallega corre norte sur, como se podrá ver en la verda-
dera demostración que remito a V. M. que hace cabeza con el arrecife a
este placel, que es adonde las furiosas olas y grandes mares, en tiempos
de huracanes y grandes nortes, rompen y quebrantan sus primeras fuer-
zas, y pasan por encima del placel, con más mansedumbre a reventar
contra la isla de San Juan de Ulúa5.
Lo cierto es que hoy San Juan de Ulúa ya no es una isla. La huella del pasado
sobre la costa se encuentra en uno de los dos mapas que acompañan la «Rela-
ción geográfica de Veracruz» en 1580, es decir antes del traslado de la ciudad
en el punto preciso que aparece en el dibujo como «San Juan de [U]lúa» (fig. 8)6.
5
Calderón Quijano, 1984, p. 55.
6
Agradezco a Martín Escobedo que me haya facilitado una fotografía de dicho mapa. La orien-
tación es oeste-este.
204 una vida después del discurso de mi vida
Es este el principio de lo que se llamará más tarde «la torre vieja», al oeste
del futuro dispositivo. Hay por parte del virrey alguna desconfianza: «Yo no
he estado en que se haga fortaleza, por algunas causas que para ello me han
movido». ¿A quién teme más este, a los indios, a los conquistadores, al enemigo
pirata? Un siglo después, el dilema no está del todo resuelto, aunque la amenaza
pirática sea una obsesión.
En 1550, hay allí 50 soldados y sus oficiales, así como 150 negros que traba-
jan durante todo el año, lo que prueba que la fábrica está activa. En particular,
se está edificando «la muralla de las argollas», oeste-este, que corta los vien-
tos del norte y permite el amarre de navíos bajo su protección, en la parte sur.
Cuando escribe, poco después, Bernal Díaz del Castillo, parece que esa obra
ya está terminada: «Están hecho [en el puerto] grandes mamparos para que
estén seguros los navíos por amor del norte, y allí vienen a desembarcar las
mercaderías de Castilla para México y Nueva España». El ataque del pirata
John Hawkins en 1568, aunque al final fue derrotado, llamó la atención sobre
el riesgo militar8.
La Colección Muñoz del Archivo de la Real Academia de la Historia
(ARAH) de Madrid conserva un islario inédito, «Descripción de las islas de
Indias», donde se describe San Juan de Ulúa antes del traslado de Veracruz
Vieja (La Antigua) a las ventas de Buitrón (actual Veracruz) hacia 1595.
Es una síntesis de la geografía y de los problemas que enfrentaba todo este
complejo universo, y que poco había cambiado cuando lo deberá de atender
el capitán Contreras.
Esta isla9 de San Juan de Ulúa está en altura de diez y ocho grados y
medio algo largos. Es donde las naos cuan[do] dejan a España y hacen
su derecha descarga. En reconociendo sobre el puerto se ha de ver
un montecillo con una quebrada que se nombra monte de Carneros,
a cuyo sureste están unos médanos de arena que se dicen el Alta de
Medellín. Luego más hacia la mar, junto al muelle están las ventas de
7
Instrucciones y memorias, t. I, p. 105.
8
Calderón Quijano, 1984, pp. 9-10, 11-12.
9
«Tendrá una legua de punta a punta», Relaciones geográficas del siglo xvi: Tlaxcala (ed. de
Acuña), p. 329.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 205
10
En la «Relación de Veracruz» (1580), se escribe: Hernán Cortés «corriendo la costa desta
Nueva España más hacia el norte, vino a tomar puerto en el sitio que ahora se dice Villa Rica la
Vieja […], y fundó un pueblo en la costa de la mar [a] menos de media legua del agua a quien
llamó la Villa Rica de la Vera Cruz», primer asiento de la futura ciudad (Relaciones geográficas
del siglo xvi: Tlaxcala [ed. de Acuña], pp. 309-311).
11
Se dificulta la lectura por la costura.
12
«Abrigo, resguardo, defensa», según el Diccionario marítimo español, p. 497.
13
De septiembre a marzo, «son muy continuos, en esta tierra y mares desta costa, los vientos
boreales que vulgarmente llamamos nortes, los cuales suelen soplar con tanta fuerza y violencia,
que no se puede con palabras encarecer» (Relaciones geográficas del siglo xvi: Tlaxcala [ed. de
Acuña], p. 311).
206 una vida después del discurso de mi vida
14
ARAH, Colección Muñoz, N. 94, fo 54. Es posterior, además, a 1587, ya que se menciona la
venta de Buitrón el Viejo, quien recibió una merced para venta en esa fecha (García de León,
2011, pp. 85-86).
15
Relaciones geográficas del siglo xvi: Tlaxcala (ed. de Acuña), p. 317.
16
Ibid., p. 315.
17
Ese molusco es la pesadilla de los barcos de madera de los mares tropicales.
18
Ibid., pp. 328-329.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 207
bronce, en los cuales meten los marineros los cables de sus navíos y los
atan fuertemente y están tan juntos unos de otros, que de uno en otro se
puede saltar en todos19.
Y, además:
Y como hay aquí poca gente […]. También como los soldados que de
presente están en este presidio son mal disciplinados y a lo que he visto
parece gente de poca confianza, pues que los oficiales, sargento mayor,
alférez y sargento no se precian de traer espadas y de noche no hay nom-
bre y en la dicha plaza hay poca pólvora y menos cuerda 20.
19
Jaque de los Ríos de Manzanedo, Viaje Indias Orientales y Occidentales, p. 58.
20
Calderón Quijano, 1984, p. 359.
21
En 1606, véase AGI, México, 31, N. 49.
22
Calderón Quijano, 1984, p. 35.
23
BnF, P. 183697, «Puerto de la Vera-Cruz Nueva con la furca [sic] de San Juan de Lun [sic] en el
reino de Nueva Spaña [sic] en el mar del Norte», en Gaignières, Roger (coleccionista), Inventaire
208 una vida después del discurso de mi vida
des dessins éxecutés pour Roger de Gaignières et conservés aux départements des estampes et des
manuscrits, París, Bouchot Henri, 1891, t. II, [disponible en línea].
24
«Tierra alta [y] parecida a arena». Agradecemos al doctor Hans Roskamp su ayuda para la
traducción.
25
Calderón Quijano, 1984, pp. 39-42.
26
Instrucciones y memorias, p. 326.
27
Ibid. pp. 270-271. Anclas y artillería son para Acapulco y el galeón de Manila.
28
Véase la Parte II de este libro: «Los socorros de Filipinas (1613-1620)».
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 209
29
Para el conjunto, véase la carta de Guadalcázar al rey, 16 de octubre de 1618 (AGI, México,
29, N. 44).
30
Carta de 21 de agosto de 1631 (AGI, México, 30, N. 36).
210 una vida después del discurso de mi vida
Esta última notación es importante, pues esos dos bastiones son las primeras
defensas de la ciudad, que acabará rodeada de una muralla. Es decir, de forma
progresiva la mancuerna se tensa, y San Juan de Ulúa encuentra una compe-
tencia en su pareja. Los tiempos están cambiando. Pero muchas otras cosas
cambiarán cuando desembarque, en julio de 1635, el nuevo virrey, el marqués
de Cadereyta, con su séquito, y es muy probable que, también, el futuro caste-
llano, don Alonso de Contreras.
Añadía:
El cargo del virrey de estos reinos no tiene príncipes confinantes,
como el de Nápoles, Milán, Sicilia y gobierno de Flandes, donde es nece-
saria muy despierta y advertida atención para los puntos del estado.
31
Carta de Cerralbo de 18 de diciembre de 1634 (AGI, México, 31, N. 28).
32
Pérez-Mallaína, 2007, p. 289.
33
Instrucciones y memorias, p. 413.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 211
Esta era la respuesta inmediata, desde el ámbito local, de quien tenía por
misión resguardar cada palmo de tierra. Pero Madrid hacía otro análisis y allí
dominaba otra preocupación. El eslabón débil en este descalabro había sido el
naval, por lo que el general Juan de Benavides lo pagaría con su vida; y, en todo
34
Sobre esa crisis y las tensiones que resultan, véase Hoberman, 1994.
35
«Argumento» (Balbuena, Grandeza mexicana, cap. i).
36
Instrucciones y memorias, p. 391.
37
Torres Ramírez, 1981, p. 35. Es curioso que no cite la derrota naval de Matanzas, pues
convierte esas expediciones en la principal motivación para crear la armada en 1636.
38
Carta de 25 de mayo de 1629 (AGI, México, 30, N. 14).
212 una vida después del discurso de mi vida
caso, garantizar la seguridad del flujo de los metales preciosos hacia Sevilla era
asunto marítimo. Por tanto, se debían de armar los mares hispanos, sobre todo,
en ese espacio del Caribe que era un verdadero avispero de enemigos.
Cadereyta llegó, por tanto, con órdenes precisas, aunque a la vez contra-
rias y complementarias, que puso en práctica de inmediato. En primer lugar,
desarmó la Nueva España:
Otro día de mi llegada a México y toma de posesión, hice la refor-
mación general de una compañía de infantería que hallé con cuerpo de
guardia en palacio, y de tres de presidio en la Veracruz con sus oficiales
mayores y menores […]. Recibiose este favor, honra y merced por todo el
reino con general aplauso.
39
Carta al rey de 17 de abril de 1636 (AGI, México, 31, N. 40).
40
Ibid.
41
En su relación de gobierno, que termina de escribir en México el 17 de marzo de 1636,
Cerralvo menciona: «ahora trajo orden el virrey marqués de Cadereyta para reformar [las com-
pañías], y todo el reino queda desarmado», en Instrucciones y memorias, pp. 383-384.
42
Torres Ramírez, 1974, pp. 33-51.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 213
43
Instrucciones y memorias, p. 393.
44
Ibid., pp. 419-424.
45
Carta al rey de 17 de abril de 1636 (AGI, México, 31, N. 40).
46
Instrucciones y memorias, pp. 383-384 y 393. Véase, también, Videira Pires, 1994, pp. 29-30.
214 una vida después del discurso de mi vida
47
Instrucciones y memorias, p. 384.
48
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, ley 6, tít. 43, lib. 9.
49
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, ley 36, tít. 8, lib. 3. En la documentación, los
términos «alcaide» y «castellano» son equivalentes.
50
AGI, México, 48, R. 1, N. 43.
51
AGI, México, 30, N. 32.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 215
del alcaide», y enfatiza la Real Cédula de 1603 que prohibía ya que los alcaides
fueran, al mismo tiempo, corregidores «ni otros oficios de juzgado ordinario»
en cinco leguas alrededor de su fortaleza52. Estas medidas se dictaron debido
a los excesos de dos castellanos de San Juan de Ulúa, nombrados por el virrey
marqués de Montesclaros, que fueron, al mismo tiempo, justicias mayores de
Veracruz, de lo cual «resulta recibir la ciudad y vecinos daño». Sin contar con
el riesgo de que, al dedicarse más a ella, pusiesen en peligro la fortificación:
¡De los 40 soldados del reducto, uno de los alcaides se llevó 33 a Veracruz53!
Por supuesto nada era del todo estanco, puesto que el castellano era depo-
sitario de cierto poder y representación militar, que podía ejercer vigilancia,
entre otras cosas. La llegada de la flota despertaba de su letargo a la ciudad,
entre marinos, mercaderes, arrieros y demás buscavidas. En 1622, el virrey
dirigió un mandamiento al castellano de San Juan de Ulúa:
Que de los soldados que en [la ciudad de Veracruz] están alistados
saque cincuenta de ellos a la tarde […] y pongan un cuerpo de guardia
en las casas de cabildo de la dicha ciudad para que por este camino no se
habiten los desórdenes, pendencias y otros atrevimientos54.
52
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, leyes 11 y 12, tít. 8, lib. 3.
53
AGI, México, 26, N. 406.
54
Montero, 1997, pp. 72-73.
55
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, ley 3, tít. 8, lib. 3.
56
Yrolo de Calar, La política de escrituras, pp. 161-162.
57
AGI, Indiferente general, 454, L. A21, fos 130-131.
216 una vida después del discurso de mi vida
58
Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, ley 11, tít. 8, lib. 3.
59
Carta de 21 de agosto de 1631 (AGI, México, 30, N. 36).
60
Carta de 18 de diciembre de 1634 (AGI, México, 31, N. 28).
61
Instrucciones y memorias, p. 384.
62
En 1645, Juan Díez de la Calle, oficial mayor de la secretaría de Nueva España menciona el
cargo como de nombramiento real, tiene razón, pero la práctica es más dúctil, véase Berthe,
Calvo, 2011, p. 139.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 217
el castillo parece poca cosa, y se prevé que busque mejor rancho «con uno de los
gobiernos destas provincias con que recuperará el aprieto en que se halla»: más vale
ser claro…63 El Consejo de Indias tiene su candidato, que es nombrado en marzo
de 1638, Nicolás de Velasco y Altamira, es decir, alguien que reúne sobre su cabeza
dos de los apellidos más sonados de Nueva España, cuyo abuelo materno era Luis
de Velasco, el que fue virrey y presidente del Consejo de Indias. Nicolás de Velasco,
además, estuvo en las guerras de Flandes, por lo menos desde tiempos de Felipe III,
otra garantía. Pero, por eso mismo, se encuentra en España, sin prisa para regresar
a Nueva España64. Esto deja un espacio de maniobra a Cadereyta.
En efecto, el interinato de Martín Duarte es breve, pues busca mejor suerte.
Cadereyta tiene que hacer otro nombramiento y lo lleva a cabo en la persona de don
Nufio de Colindres, cliente del arzobispo de México y, por tanto, enemigo jurado
del anterior virrey Cerralbo que lo marginó. Pero, en mayo de 1638, Colindres, dice
el marqués, «con los accidentes del tiempo estaba retirado de todo género de pre-
tensiones», lo cual, sin duda, era un eufemismo65. El hecho es que don Nufio, como
«corregidor y capitán a guerra de la ciudad y puerto de San Juan de Ulúa», fue un
total fracaso. Notemos lo extraño del título, bordeando la ilegalidad —tal conjun-
ción de poderes de gobierno y militar está prohibida desde 1603—, que se salva por
la omisión del cargo de castellano o alcaide en él. En resumen: «A más de dos meses
de tomada la posesión [Colindres] hubo cosas de su proceder en atravesar todo
género de mercadurías que entraban y salían en él y no le excusaban de tener parte
en la alhóndiga y abastos». «Siendo necesario echase fuera de la jurisdicción a don
Nufio»66. El cambio de virreyes era la ocasión de reciclar a individuos marginados
en las clientelas anteriores. No siempre resultaba un éxito, ya que hacía demasiado
tiempo que don Nufio esperaba «que se le diera de comer».
Es decir, a mediados de 1638, el marqués de Cadereyta busca un candidato
para San Juan de Ulúa, sin demasiado apetito ni demasiado pasado en Nueva
España, y que se acomode a una situación ambigua, ya que existe en Madrid un
castellano nombrado. Don Alonso ha cumplido de un modo razonable en sus dos
años en Sinaloa, no tiene familia ni antecedentes en el reino, llegó con el virrey y
con su carta de recomendación por parte de Felipe IV, tiene buena plana militar
por los campos de batalla europeos, es hombre de mar y tierra, y de experiencia
con sus 56-57 años, y aun siendo caballero de la Orden de Malta, no puede por
sus orígenes familiares ser demasiado exigente. Es el castellano idóneo.
Aunque esto no quiere decir que sea el único candidato para ser alcaide de San
Juan de Ulúa. En un cargo como ese la fidelidad es el criterio esencial y la Corona
espera encontrarla por dos vías. La primera es la sangre, pues entre los anteceso-
res de Contreras hay un grupo de jóvenes aristócratas, aunque ya algo fogueados.
63
AGI, México, 33, L. 2, fos 196v-197r.
64
AGI, Indiferente general, 454, L. A21, fos 130-133; e Indiferente general, 451, L. A11, fo 177.
65
Los «accidentes del tiempo» son una serie de enfrentamientos en 1629 con Cerralvo sobre
el oficio de corregidor de México (Punto 17 de la carta de Cerralvo al rey de 25 de mayo de 1629,
AGI, México, 30, N. 13).
66
Carta de 12 de julio de 1638 (AGI, México, 34, N. 21, fo 330).
218 una vida después del discurso de mi vida
67
Su relación de méritos de 1585 (AGI, Patronato, 788, N. 2, R. 4).
68
Declaración en México de 22 de octubre de 1620 (AGI, México, 29, N. 44, fo 9).
69
AGI, Mapas y planos, México, 57 y 57bis.
70
San Antonio, Vivero, Relaciones de la Camboya y el Japón, pp. 21-23.
71
Se puede rastrear el personaje en AGI, Indiferente general, 161, N. 86; Contratación, 5375,
N. 2; Contratación, 5410, N. 20; Panamá, 229, L. 3, fos 94v-95r.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 219
72
O Castejón, véase Ragon, 2016, pp. 195-197.
73
AGI, Indiferente general, 116, N. 34; Calderón Quijano, 1984, pp. 49-72.
74
AGI, Indiferente general, 119, N. 89.
75
García de León, 2014, pp. 119-122.
220 una vida después del discurso de mi vida
76
AGI, Indiferente general, 120, N. 72; Calvo, 2010, pp. 90-94.
77
Así dice la documentación (AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 49, exp. 136 [1]).
78
Carta al rey de Escalona de 25 de noviembre de 1640 (AGI, México, 35, N. 13).
79
AGI, Indiferente general, 454, L. A23, fos 87-88; y, Contratación, 5422, N. 31.
80
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 49, exp. 136 [1].
81
Instrucciones y memorias, p. 322.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 221
82
Memoria del castellano don Nicolás de Velasco y Altamirano al virrey, 9 de febrero de 1643
(AGI, México, 35, N. 25).
83
Berthe, Calvo, 2011, pp. 40-41.
84
AGI, México, 31, N. 40.
85
Por una ley de 1625, al morir el gobernador o capitán general «las materias de la guerra en
mar y tierra queden y estén a cargo del sargento mayor de la provincia en el ínterin» (Recopila-
ción de las leyes de los reinos de las Indias, ley 9, tít. 11, lib. 3).
222 una vida después del discurso de mi vida
86
Se refiere a la Audiencia.
87
En 1643, es contador del tribunal de cuentas (AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. 16,
exp. 120).
88
Real Academia Española de la Lengua (RAE): «Juego que consiste en hacer pasar por una
argolla de hierro clavada en tierra, unas bolas de madera que se impelen con unas palas».
89
Es probable que se refiera al juego de bolos: «Juego que consiste en derribar el mayor número
de los bolos que se ponen derechos en el suelo» (RAE).
90
Don Francisco de Contreras y Ribera fue presidente del Consejo de Castilla entre septiem-
bre de 1621 y marzo de 1627. De cierta forma, era el segundo personaje del Estado.
91
Oidor de la Audiencia de México, véase Bakewell, 1976, p. 272.
92
AGN, Indiferente general, sección criminal, c. 1458, exp. 14.
93
Véase el cap. iv de este libro: «Levarse con la armada».
94
Sobre el conflicto entre Calderón y Alonso de Contreras, véase Contreras, Discurso de mi
vida, p. 159.
de castellano de san juan de ulúa a sargento mayor… 223
95
Recopilación de las leyes de los reinos de las Indias, ley 26, tít. 10, lib. 3.
96
Nuestro plebeyo Contreras terminó dentro de la nobleza, cierto es en su último rango y
consciente de ello. Lo recuerda el respeto que demuestra a su esposa, viuda de un oidor: «era
tanto el respeto que la tenía que a veces, fuera de casa, no me quería cubrir la cabeza delante de
ella», Contreras, Discurso de mi vida, p. 137.
97
Ibid., pp. 78-79.
98
Procede del cap. x de Día de fiesta, en Zabaleta, Obras históricas, políticas, filosóphicas,
p. 207.
224 una vida después del discurso de mi vida
Al final, el cargo podía ser un buen asidero, con lustre y provecho, pero no
estamos seguros de que fueran esas funciones burocráticas las que había ido a
buscar Alonso de Contreras a esa lejana Nueva España. Además, menos de un
mes después, don Juan de Palafox ha tomado preso al virrey duque de Escalona
y, a finales de 1642, llegará el conde de Salvatierra. Eran otras clientelas, otros
pretendientes, y otra vez el viejo soldado debió de perder su empleo. Entrar en
las miras del conde de Salvatierra requería tiempo, buena disposición, y todo
dentro de perspectivas dudosas. En tres años, Contreras vio pasar por México
tres nuevos virreyes y la paciencia y la resignación, lo sabemos por la lectura de
su Discurso de mi vida, no formaron nunca parte de sus virtudes cardinales. Y no
cabe duda de que la experiencia de haber sido un castellano desplazado al poco
tiempo, porque de repente llegaba de España otro con rancia alcurnia, le debió
hacer reflexionar con amargura: se aceptó a la mesa al hijo de Juana de Roa y
Contreras, pero resultó ser en un extremo de esta. Habían pasado más de siete
años en Nueva España, con cierto provecho, pero con los repetidos cambios de
virrey, siempre se tenían que urdir de nuevo los hilos en el telar.
Y es cuando, a finales de 1642, tomó la decisión de regresar a la vieja Europa,
tal vez en uno de sus arranques de ira, frustración y amargura. En diciembre
de 1642, es decir, apenas ha arribado Salvatierra en la ciudad de México, Con-
treras solicita licencia para volver a España, la cual le es concedida aunque el
virrey diga lamentar la pérdida «de soldado de tanta importancia»99. La última
huella que tenemos de su paso por Nueva España es del 10 de enero de 1643,
cuando solicita el reingreso de 1 000 pesos como finiquito de su oficio como
capitán de Sinaloa100. Lo volvemos a percibir, ya en la Península, cuando el 9 de
enero de 1645 se recibe en Madrid su última relación de méritos, dispuesto
como siempre a emplearse en el real servicio101. Después, su sombra se diluirá y
sólo nos quedara su estampa a través del Discurso de mi vida.
Recordemos al viejo Alonso, de regreso a España, inclinado sobre su mesa,
abriendo por última vez sus cuadernos, dictando lo que fue el fin del año de 1633.
Se acerca a los años de su estancia en las Indias, ¿va a seguir relatando? Pero
¿qué hay que contar, para un hombre que, según Ettinghausen, «allá donde va,
triunfa»102? ¿Dónde está el triunfo en ese período indiano? Sobre «los desnu-
dos», o indios bravos, de Sinaloa, en medio de espacios agrestes, contemplando
el mar del Norte desde la fuerza de San Juan de Ulúa, dando recomendaciones y
cobrando de los jugadores de argolla o bolos de la plaza mayor de México… ¿O
no será mejor cerrar, para siempre, el manuscrito, aunque se quede al principio
de una frase, sin acabar?
99
Su relación de servicios de enero de 1645, en Ettinghausen, 1975, pp. 315 y 317.
100
AGN, Reales Cédulas [duplicadas], vol. D49, exp. 473, fos 283v-284r.
101
Véase la relación en Ettinghausen, 1975, pp. 315-318.
102
Ettinghausen, 2015, p. 106.
CUARTA PARTE
1
Por ejemplo, el dosier: Le titre des œuvres: accesoires, complément ou supplément, 2008.
2
Bokobza, 1986.
228 nuevos mundos, mismos universos
denominan «sociedades coloniales», como, tal vez, Nápoles —si queremos ser
provocativos—, ciertamente Ceuta o Macao. No tenemos por qué respetar las
leyes de la química y, por ese motivo, no sabemos hasta qué grado el átomo se
pierde en esa molécula, además, siempre en evolución. En los capítulos que
siguen estamos en las leyes humanas, y se trata de alcanzar algunos elemen-
tos de respuesta. Alguien que ya conocemos, el general Alonso Fajardo llega a
Manila como gobernador. Su entorno, entonces, cambia de una forma drástica,
es probable que tuviera algo que ver con su comportamiento. Pero ¿en profun-
didad? Como dominante no hay razón para que deje la estrella que lo guía y
lo distingue para seguir nuevos astros, sean culturales, mentales, hasta físicos;
entre otras cosas, su manejo de la espada, aprendido en los campos de Flandes,
sigue siendo igual de mortífero; en cuanto a su idiosincrasia…
Con esto y con lo demás —un jesuita que en Mindanao imita las huellas de un
carmelita en la batalla de la Montaña Blanca (1620)—, no escribimos que haya
que cambiarlo todo para que todo siga igual. Pero lo ponemos a discusión, tratán-
dose de un grupo definido, con fuerte identidad, carne de cañón de la ideología
imperante en el Imperio: Dios, el rey… y la ocasión, aquí un mundo vacilante.
Y, tal vez, sea ese el drama de esos soldados, que siguen iguales, cuando todo
cambia a su alrededor. El último capítulo invierte la propuesta, pues ahora es el
mundo el que sigue incólume, monolítico, mientras que la protagonista, esposa
del gobernador de Filipinas, trasciende fronteras, sueña, y transmuta el oprobio
en gloria para la eternidad.
capítulo séptimo
1
«Además, el siglo en el cual nos encontramos [el xvii], parece favorecer mucho ese designio,
ya que podemos prácticamente conocer y descubrir los mayores secretos de las monarquías,
las intrigas de las cortes, los complots de los facciosos, los pretextos y las motivaciones par-
ticulares […], por el medio de tantas relaciones, memorias, discursos, instrucciones, libelos,
manifiestos, pasquines, y semejantes piezas secretas, que salen todos los días a la luz, y que, en
efecto, son capaces de mejor y con más facilidad formar, despabilar y avispar los espíritus, que
todas las acciones que se practican cotidianamente en las cortes de los príncipes, de las cuales
sólo podemos conocer con dificultad la importancia», Naudé, Considérations politiques sur
les coups d’état, trad. del autor, p. 83.
230 nuevos mundos, mismos universos
el fragor de la guerra, sin que él, capitán de los ejércitos españoles, fuera otra cosa
que un espectador. ¿Fue esto determinante para su futuro regreso a España, más
tarde? No intentaremos aquí medir su grado de frustración, por supuesto, pero
sí de restituir de la mejor manera posible esas imágenes, ruidos y circunstan-
cias que desde Filipinas y el Caribe —o Europa— llegaban a México, nutrían la
imaginación del capitán, ya repleta de estas sensaciones. No construían su ima-
ginario, pero lo matizaban, lo fortalecían y enriquecían.
El año de 1640 es el año nodal para la Monarquía, pero visto desde Nueva
España, y más aún desde sus dos fachadas marítimas, 1638 aparece igual de
importante y con colores bastante menos sombríos. Es decir que la declina-
ción se puede percibir e interpretar de muy diversas maneras según los tiempos
y lugares. Tal vez, por ello, los eventos de ese año están bien documentados.
Algunas de las relaciones de sucesos referentes a Filipinas y el Caribe en 1638
son de gran interés y ofrecen la oportunidad de acercarse, a la vez, tanto a
los eventos en sí como a la formación de «una opinión pública» —manejemos el
término con prudencia—, con sus instrumentos, la pluma y la imprenta, enton-
ces en pleno desarrollo. Lo más notable, como veremos, fue que el Consejo de
Indias sacó lecciones del alud de papel que se desencadenó en México.
En cuanto a nuestro capitán, si no estuvo en ese momento preciso en su pre-
sidio o su isleta, buscando naos amigas o enemigas en el horizonte, es posible
que leyera los relatos, o los oyera comentar. Se enteró, se enorgulleció de las
victorias y de las calidades demostradas por el soldado y el marino hispanos, se
enfureció al descubrir algunas otras celadas del holandés traidor o del maho-
metano malvado. Leamos a su lado y saquemos el mismo provecho que él. Con
las relaciones de sucesos, en ese momento, estamos entrando en uno de los
engranajes esenciales de transmisión dentro de la Monarquía Católica, junto a
los navíos de aviso, que además las difundían, al lado de los informes y manda-
mientos procedentes de la autoridad.
Es posible que cuando Henrico Martínez escribe el prólogo de su
Repertorio de los tiempos y historia natural desta Nueva España (1606)
tenga razón. Se ha demorado en publicarlo «y es que, como en estas partes
predomina la codicia, está en alguna manera desterrada la curiosidad». Tal
afirmación procedente de un hombre de negocios —asimismo, impresor—
ya no parece tan cierta algunos años más tarde, conforme nos introducimos
en el siglo xvii mexicano, y analizamos la producción de sus imprentas2 .
Con toda certeza, el libro religioso domina, en todas sus acepciones
eclesiales, morales, hagiográficas. Pero, aun bajo ese rubro, la curiosidad y
la atención a los hechos no están ausentes: lo recuerdan las vidas de santos,
las crónicas religiosas impresas. Lo confirman, sobre todo, los folletos, ya
verdaderas relaciones de sucesos, que son las historias de mártires de Japón.
Estos se multiplican a lo largo de la década de 1620, conforme la represión
se acentúa en el archipiélago, y decaen hacia 1640, cuando ya el cierre de
2
Para ello, usamos, como lazarillo, la recensión que hizo Medina, 1989, t. II. Hemos analizado
los años de 1601 a 1650.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 231
3
En francés, véase Trigaut, Histoire des martyrs du Japon; en el caso polaco, Widok
stateczności Iapońskiey. Para México, uno de los folletos de mayor interés es el de Garcés,
Relación de la persecución.
232 nuevos mundos, mismos universos
Es decir que hay premura. Tal vez para contestar lo antes posible al apetito
de la gente, pero sobre todo para evitar la competencia, pues ya el mundo de
las noticias es un universo reñido. La mercadotecnia ya resulta sofisticada, no
se transportan fardos de pliegos de noticias a través del Atlántico y el Istmo.
Se reimprime el folleto, casi seguro madrileño, en Lima, iniciativa respaldada
a la vez tanto por el mercader y propietario de la imprenta, Saldaña, como por
el impresor, Jorge López de Herrera. Es una producción conforme a las de las
imprentas madrileñas, si seguimos su título muy tradicional: Diario y verdadera
relación de todo lo sucedido en los reynos de España, Flandes, Alemania, Italia,
Portugal y Cataluña desde 30 de agosto del año de 46, hasta los fines de Diziembre
del dicho. La licencia que tiene la publicación en Lima, en 1647, es ambigua. Se
da el pase, pero ejerciendo censura: ¿por qué razones el oidor eliminó algunas
«cosas indecentes y nada necesarias»? Sobre todo, el letrado menosprecia esta
literatura, «por su mucha impropiedad». Desconfianza y desdén, pero necesidad
de permitir que pase algo de alimento para el vulgo, esa prefiguración de la opi-
nión pública. Con el tiempo, poco cambiarán las actitudes.
En cuanto al contenido, sólo se modifica, de un año al otro, el escenario en rela-
ción con la evolución de los sucesos. En el año 1638, todavía no aparecen Portugal
y Cataluña, por ejemplo en la Breve y ajustada relación de lo sucedido en España,
Flandes, Alemania, Italia, Francia y otras partes de Europa, que publica la viuda
de Juan González en Madrid (1639), pero Francia está en primera línea —es el
año de Fuenterrabía, después será el del castillo de Salces— y Brasil se introduce
en los asuntos europeos; no es para menos con la intervención holandesa.
En realidad, todo puede ser aún más complejo que una simple reedición,
entre Madrid y Lima. El caso novohispano plantea algunas circunstancias
peculiares. También existen procedimientos similares al encontrado en
Lima, cuando la viuda de Calderón publica en 1649 la Relación de algunas
cosas de España, reiteración de alguna hoja española4 . Pero parece que es
una excepción, puesto que es posible que las condiciones del transporte
facilitaran la llegada a Nueva España de fardos enteros de hojas sueltas y
otras relaciones hispanas. Es posible, también, que la viuda de Calderón
fuera más propensa que otros a esta práctica 5. Además, abría sus horizon-
tes. En 1650, publicó la Verdadera relación del temblor de Cuzco el 21 de
marzo [de 1650], tal vez reimpresión de una publicación limeña6. Es notable
otra vez la celeridad en la salida de imprenta.
Otro rasgo esencial, en un contexto de guerra con fuertes tintes religiosos
—como el que conoce Europa desde 1618—, es el carácter propagandístico de
esos libelos. Este se acentúa en 1635 cuando otra monarquía católica, la fran-
cesa, ataca a España, cuando se encontraba al lado de los protestantes y, sobre
todo, en 1638 cuando, por primera vez, desde hace más de un siglo, el espacio
4
Medina, 1989, n.o 692.
5
Ibid. Otros casos: n.o 691, n.° 714 para 1649-1650.
6
Ibid. n.o 715.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 233
pero sabemos que por muy poco tiempo ya, pues muere en noviembre de 16418.
En cuanto a valentía y riqueza, en 1638, mientras paseaba por las calles de
México, el capitán Contreras podía pensar que le sobraba una y que preci-
samente había venido a América en busca de la otra. Y, de hecho, estas dos
realidades están en el centro de todas las hojas sueltas que se dedican, de un
lado u otro, a la Monarquía Católica. Hasta en los folletos alemanes de la época,
esta doble representación es esencial: el bravo español, otro capitán Matamoros;
el unicornio de abundancia situado en las Indias. Los dos eran los sostenes de
la Monarquía universal a la cual, se decía, pretendía el Rey Planeta Felipe IV9.
Para los mercaderes de noticias y los lectores de la Monarquía Católica en su
conjunto —y más allá— la Nueva España era un espacio privilegiado. Como
conexión entre Filipinas y Asia de un lado, España y Europa del otro, ofrecía a
la vez su propio exotismo y circunstancias, y las de otros mundos, más atractivos
y lejanos aún. Por tanto, las relaciones mexicanas tenían la posibilidad de ser
7
BNE, ms. 2366, n.o 34, fos 440-464. Sobre el equilibrio entre manuscrito e impreso, en ese
universo, véanse las publicaciones de Fernando Bouza, de las cuales da una síntesis de gran
interés Schaub, 2001.
8
Breve y ajustada relación.
9
Es lo esencial del libro de Schmidt, 2008.
234 nuevos mundos, mismos universos
Ese mismo año de 1638, en México, Contreras pudo leer también la relación
del almirante de la mar del Sur, Jerónimo Bañuelos y Carrillo, Tratado del estado
de las Islas Filipinas y de sus conveniencias, realizada por la imprenta de Calderón
en México. Obra polémica que el Consejo de Indias en su tiempo estigmatizó,
como veremos más adelante, no nos debe sorprender, por tanto, que saliera más
tarde en una traducción francesa que dio a la imprenta Melchisedec Thévenot,
en su Relation de divers voyages curieux12. Pero la nao que llegó a Acapulco con
el informe de Bañuelos y Carrillo también traía otras noticias, como escribe el
jesuita Diego de Bobadilla, él mismo recién llegado (1637) de Filipinas:
El navío de aviso que este año [1638] de las Islas Filipinas llegó a Aca-
pulco […] aunque pobre de las sedas y otras cosas de gran valor […] vino
muy rico de felices y prósperos sucesos que las armas de España han
tenido en aquel archipiélago.
10
Medina, 1989, n.o 501. Cepeda, entonces relator de la Audiencia de México, ya había traba-
jado el año anterior para Cadereyta, como publicista, y con la misma imprenta, con su Relación
universal legítima y verdadera del sitio en que está fundada la muy noble, insigne y muy leal
Ciudad de Mexico.
11
BNE, ms. 2369, fos 287-292. La edición prínceps es la de México, de 1638, del impresor
Francisco Salbago.
12
Thévenot, Relation de divers voyages curieux, t. I, pp. 675 sqq.
13
En parte traducida y publicada en ibid., pp. 728-730.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 235
Este es, por tanto, un texto compuesto, como se debe en tal monarquía,
donde la primera parte es la reedición de un impreso madrileño de 1634 que
cuenta el milagro con el cual san Francisco Xavier, apóstol de las Indias, favore-
ció en Nápoles al jesuita Marcelo Francesco Mastrilli. Con tales antecedentes,
al religioso no le queda más que pasar a las Indias Orientales, en un primer
tiempo, a Manila, donde forma parte, a principios de 1637, de la expedición que
conduce el gobernador de Filipinas contra el principal reducto de musulmanes
(moros) en Mindanao. La carta que escribe el misionero a su provincial, y de la
cual recibe copia Bobadilla, es el elemento central del impreso mexicano.
¿Leyó o no leyó el capitán Alonso de Contreras estos relatos? Al final, no
tiene mayor importancia saberlo, lo mismo que darle razón o no a Ortega
y Gasset cuanto escribe «por fortuna Contreras no debió leer en su vida un
solo libro»14. Es cierto que, a cambio, escribió dos obras. Su imaginación fue
nutrida por su acción, no por sus lecturas. Pero resulta que en esas relaciones de
sucesos hay la misma «práctica de la acción por la acción», la misma «absoluta
inmunidad de estilo frente al universal retoricismo de la época» (Ortega y
Gasset) que en el Discurso de mi vida. Como muchos otros, Contreras debió
leer algunas de estas hojas sueltas, en particular en momentos impactantes,
como en ocasión de la muerte de Enrique IV de Francia15. Es probable que su
primera información en ese caso fuera oral, tal como dice, pero los detalles
que nos transmite, como el día, la hora, las circunstancias precisas, el nombre
un poco mutilado del asesino del rey, sólo pueden proceder de una fuente
impresa, pasada por el filtro de veinte años de distancia16.
Por encima de todo, las relaciones de sucesos que circulaban en México
entre 1638 y 1639 ofrecen un acercamiento a paisajes naturales, humanos, polí-
ticos y religiosos similares a los que el capitán se enfrentó o disfrutó durante
parte de su existencia. Es cierto con ese otro Mediterráneo que constituyen
los mares interiores de Filipinas y sus islas. Si leyó la relación de la expedición a
Mindanao impresa en México en 1638 no le causó sobresalto que
14
Ortega y Gasset, 1943, p. xlii.
15
Sobre el carácter globalizado de la muerte de Enrique IV, véase Gruzinski, 2000, pp. 25-44.
16
Contreras, Discurso de mi vida, cap. xi. Concluye su relación de los hechos al más puro
estilo de los autores de folletos: «Todo esto es relación verdadera, que como estuve en Cambray,
que está cerca, me certifiqué de todo», p. 183.
17
Bobadilla, Relación de las gloriosas victorias, fo 11r.
236 nuevos mundos, mismos universos
18
Contreras, Discurso de mi vida, cap. ix. Ya lo comentamos brevemente en el cap. ii de este
libro: «Un bosque de vidas».
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 237
brazo derecho y los pies y, hechole un agujero, les había servido de capotillo»19.
Por tanto, en el campo de batalla, Mastrilli lleva un estandarte al frente de la
tropa, con Cristo y, por supuesto, san Francisco Xavier. En el momento más
crítico de la acción, se desnuda hasta la cintura y comienza a azotarse, para
favorecer la victoria con su sacrificio. Bajo su influjo, el cerro donde se lucha se
convierte en un lugar de contrición. Entran en combate
con el Santo Christo y san Francisco Xavier en la boca, y con las mismas
palabras, morirse, abrazándose mucho con las dichas imágenes, que han
tenido algunas manchas de sangre; otros pegados con sus relicarios20.
la primera cosa que hizo [el gobernador] fue coger la cáthedra grande de
Mahoma, con sus libros, y otros aderezos, y luego al punto quemarlos.
Por cierto que nos admiró lo que vimos al sacar esta cáthedra. Porque
antes de llegarla al fuego, salieron de los pies della dos culebras veneno-
císimas […] no podía estar otra cosa en guardia de la cáthedra del Gran
Diablo de Mindanao, que culebras y ponzoña. Quemada la cáthedra con
todo lo demás que había de supersticioso, se bendijo la Mezquita con
salve de Nuestra Señora, y luego la mañana, que fue el sábado catorce
de marzo, habiéndose dedicado a Dios, con el título de Nuestra Señora
del Buen Suceso, comenzamos a decir las misas en un muy lindo altar21.
Esta lectura nos provoca extrañeza desde nuestro siglo xxi. Pero es posible
que también Contreras, nuestro aprendiz ermitaño, sintiera algo de sorpresa.
No tanto provocada por el enfrentamiento entre moros y cristianos, el cual
vivió parte de su vida, como por la violencia y el carácter marcadamente reli-
gioso, pues tenían otro tono en Mindanao. En Filipinas, con una conquista
reciente, inacabada, el concepto de cruzada, de guerra de religión es más per-
ceptible; de reconquista, para decirlo mejor. Se repite, después de siglos, la
conversión de un templo de infieles (sean musulmanes o judíos) en iglesia bajo
la advocación de la Virgen. Recordemos que lo que fue la sinagoga de Toledo es
hoy la iglesia de Santa María la Blanca, es decir «toda pura», inmaculada. Hasta
autoriza la intervención del demonio, aunque este nunca está presente en el mar
Mediterráneo del Discurso de mi vida, a lo más tienen cabida uno que otro
19
Bobadilla, Relación de las gloriosas victorias, fo 17v.
20
Ibid., fos 25v y 26.
21
Ibid., fo 22r.
238 nuevos mundos, mismos universos
22
Contreras, Discurso de mi vida, cap. xi.
23
Ibid., cap. v.
24
«Diéronme 4 heridas, y un renegado que me dio la que llevo en la mano derecha, que me era
amigo, como me conoció, me defendió y salvó» (Pasamonte, Autobiografía, cap. 20). Véase tam-
bién lo que ocurre con «un renegado de Galípoli, que se llamaba Morato Arráiz» (ibid., cap. 22).
25
Contreras, Discurso de mi vida, cap. iii.
26
Ibid., p. 96.
27
Bobadilla, Relación de las gloriosas victorias, fo 27r.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 239
De repente, con cerca de dos mil años y más de medio mundo de distancia,
surge el soldado mediterráneo, intrépido e individualista, como lo conoce-
mos gracias a Homero o la columna de Trajano28. Como Alejandro en Multán
(actual Pakistán), Tito en Jerusalén, o como lo ocurrido en La Mahometa, el
gobernador tiene que ponerse en el lugar más peligroso, para mejor entender lo
que ocurre. Así también lo debía de entender Contreras. Al final, la Providen-
cia, sin duda gracias al padre Mastrilli, fue benigna, y pueden retirarse en buen
orden, aunque acosados por los moros.
De un universo a otro, muchas circunstancias, por tanto, son similares,
incluso a través de los siglos. Desde el Medievo cada victoria en el Mediterrá-
neo permite liberar a cautivos de los moros y capturar musulmanes y, la misma
realidad, acompaña la expedición que desembarca en Mindanao: «Despachó
también su Señoría este domingo una caracoa de las de los Moros a Samboan-
gan29, llena de cautivos cristianos y sangleyes, que desde el primer día fueron
viniendo en muy grande cantidad al real»30. Los únicos que no pudieron sal-
varse de la saña de los moros fueron dos religiosos recoletos que los moros
mantenían prisioneros, ya que prefirieron matarlos a darles la posibilidad de
liberarse31. Como cualquier cónsul romano, el gobernador tuvo su triunfo en
Manila; en medio del desfile se encontraban «los moros cautivos y moras, que
se habían cogido en Mindanao, las mujeres y niños sin prisiones, los hombres
con cadenas»32. Es un espectáculo que conoció Alonso de Contreras muy tem-
prano; de hecho, en 1602, participó en la razia (no hay nombre más adecuado)
que perpetraron los caballeros de Malta sobre la ciudad de La Mahometa:
Cogimos todas las mujeres y niños y algunos hombres, porque se huye-
ron muchos. Entramos dentro y saqueamos, pero mala ropa, porque son
pobres bagarinos; embarcamos setecientas almas y la mala ropa33.
Mal botín y peor resultado, pues cuatro años después los españoles sufrieron
una terrible derrota en La Mahometa, como sabemos. La expedición a Mindanao
de 1637 fue un fracaso, como escribía en 1638 el almirante Jerónimo de Bañuelos
y Carrillo. En ella, se perdió a más de ciento treinta españoles, sin lograr acabar
con los moros34. Como veremos, se le reprochará su franqueza en Madrid:
Véase el ruido que ha hecho el indios Mindanao, pues infestando con
sus caracoas las islas, obligó al Gobernador a desamparar a Manila, deján-
dola en medio de 100 000 sangleyes35, sin defensa alguna […] a salir en
28
Véase Lendon, 2006.
29
El presidio de Zamboanga, al sudoeste de Mindanao acaba entonces de ser establecido por
el gobernador Juan de Cerezo y Salamanca.
30
Bobadilla, Relación de las gloriosas victorias, fo 23v.
31
Ibid., fo 30r.
32
Ibid., fo 37v.
33
Contreras, Discurso de mi vida, cap. iii.
34
Bañuelos y Carrillo, Del estado de las Filipinas, fo 8r.
35
Es una exageración: más arriba (fo 3v) da la cifra, probablemente alta, de «más de veinte mil».
240 nuevos mundos, mismos universos
36
Bañuelos y Carrillo, Del estado de las Filipinas, fos 7v-8r.
37
Breve relación del martirio.
38
Existen dos ejemplares en la BNE, en la colección Mascareñas, uno en Sucesos del año 1638,
ms. 2369, n. 44, fos 287-292 (es el que hemos utilizado); el otro en Sucesos del año 1639, ms. 2370,
n. 23, fos 189-194. Hay ejemplares en otras bibliotecas o archivos: su lectura era tónica en un
momento de dudas imperiales, y merecía esparcirse, con fines propagandísticos.
39
Ibarra, Relación que el Señor Don Carlos de Ybarra. Véase Medina, 1989, n.o 506. Fue
traducido al holandés en 1639. Rodríguez de León, Juyzio militar.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 241
40
Peña, 1999, pp. 6-13.
41
Por supuesto esta circunstancia se olvidó, y las prensas se dieron a la tarea de exaltar la
victoria sobre las tropas del príncipe de Condé, véase Díaz Noci, 2002.
42
Peña, 1999.
242 nuevos mundos, mismos universos
buenas noticias —gloriosas derrotas para nosotros—, ya que calculaban que lle-
garían hasta la Península. Y así fue, pues se reimprimió en la capital del Imperio
el año siguiente la Relación que embió a su Magestad el Marqués de Cadereyta,
como sabemos. Otro fin era el de justificar su política prudente, que conseguía
al no dejar salir la flota de Nueva España, cargada de plata, por el riesgo de los
holandeses. Con esto se detenía su llegada a tiempo a Sevilla y la buena marcha
de la economía de la Monarquía. ¡Pero «se pudo con suma reputación conservar
el tesoro mayor de la Christiandad»! Y lo mismo con la armada de Cartagena de
Carlos de Ibarra. Al final, demostró el virrey ser un estadista con «larga expe-
riencia, celo, y prudencia en el servicio de Dios y V. Majestad»43.
Y aquí está la principal preocupación del virrey: demostrar su pericia, hasta su
grandeza, al mismo nivel que la de su señor el rey. Entre los virreyes del siglo xvi,
leales servidores del monarca y los virreyes funcionariados del xviii, los de
mediados del xvii, a veces grandes de España, aspiraban a más. Y, a su alrede-
dor, se les presentan espejos de virreyes, como en otras partes de príncipes. Sin
esperar a Carlos de Sigüenza y Góngora y el arco de triunfo que levantó al conde
de Paredes (1680)44, ya escribía, en 1637, el relator de la Audiencia de México,
Francisco de Samaniego, recordando al conde de Monterrey45,
dormir pudo en los ojos deste Argos este reino, i república, i ostentar en
él la prosperidad sin altivez, sin aborrecimiento la verdad, la seguridad
sin descuido, la afabilidad sin menosprecio, sin interés la justicia. Era
infatigable en los trabajos, en la tolerancia invencible.
Aparte de compararlo a Alejandro se dice que «su gobierno era santo, su pro-
ceder ejemplar, su vida religiosa»46. ¿Cuántos gobernantes en Italia o América
conoció Contreras de esta calaña? Muy pocos si lo leemos, aunque es cierto que
él buscaba patronos y mercedes, no precisamente vida santa y justicia recta para
todos. Y eso es porque no obtuvo todo lo que deseaba, aun «suplicando a boca» a
otro conde de Monterrey en 1632, virrey de Nápoles, por lo que en 1633 presen-
taba un memorial ante el Consejo de Indias, dispuesto a cruzar el océano.
La lectura de estas relaciones de sucesos plantea, para los que vivimos tiem-
pos donde el Estado es omnipresente, cierta extrañeza, debido a que los eventos
relatados en las diferentes relaciones referentes al Caribe en 1638 son del verano
(en concreto de agosto), la relación que manda —supuestamente— al rey desde
México Cadereyta es del 10 de octubre. Antes de finales de año está publicada en
México, antes de que el posible destinatario real la tenga en sus manos, y recoge,
además, lo que podríamos considerar que es correspondencia de inteligencia
—entre los Países Bajos y Sevilla, con santo y seña—; y, todo esto, junto con la
carta que un oficial general, aquí Ibarra, transmite a su comandante. Y, por si no
43
Cepeda, Relación que embió a su Magestad.
44
Sigüenza y Góngora, Obras históricas, pp. 225-361.
45
Virrey de Nueva España entre 1595 y 1603.
46
Samaniego, Memorial al Rei, fo 11r.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 243
fuera bastante, se vuelve a publicar, otra vez, en Madrid, unos meses más tarde.
Podríamos pensar que el poder no controla la difusión de las noticias y lo que
sale de las imprentas, si no supiéramos que es la propia Autoridad virreinal la
que está en el origen de la iniciativa, es como una relación apócrifa dirigida al
rey; en realidad, desde el principio, el secretario del virrey escribe con miras
al vulgo. El destinatario real es sólo un anzuelo, se trata de autorizar todavía
más los hechos con la grandeza del hipotético destinatario, pero con este pro-
cedimiento se compromete toda la cadena de mando, y más aún.
Queda la cuestión central: si la noción de secreto de estado existe —¿si no, por
qué tantos manuscritos esperaron al siglo xix para ser publicados, los de Bartolomé
de las Casas entre ellos?—, es todavía muy elástica, a la medida de una inteligencia
militar más que artesanal, por no decir poco segura. Todo se da «a boca», pues
según la Relación que embió a su Magestad el Marqués de Cadereyta, un infor-
mante (gran ministro) en el entorno del gobernador de los Países Bajos españoles,
que ha recibido una revelación que procede del corazón del dispositivo holandés
sobre la expedición que prepara el llamado Pie de Palo —Cornelis Jol—, da aviso
directo en Bruselas a Gabriel de Pastraña, el entretenido de Amberes. Este vuelve a
su guarida: ¿Va a avisar a alguna oficina central, en Madrid, o a algún corresponsal
de la misma calaña que él? No, escribe a un mercader de Sevilla al que pide que
avise a las Indias (¿cómo?) y, lo más importante, que se lo diga al presidente de la
Casa de la Contratación, por si existe la posibilidad de mandar un navío de aviso
¿Pura invención periodística? Nos inclinamos a ello. El problema es que el
mercader de Sevilla es un personaje muy real, Melchor Méndez de Acosta, un por-
tugués, recién naturalizado español47, probablemente un judeoportugués que debe
de tener sus buenas relaciones en el gueto de Ámsterdam. Esto, en cierto grado, da
autenticidad al conjunto. Es cierto que, como precaución, el mismo Pastraña pide
a otros dos habitantes de Amberes que escriban a sus propios corresponsales de
Sevilla, también mercaderes, para que den la misma noticia. Son muchas cartas,
con el riesgo de que algunas caigan en manos malintencionadas. Sobre todo, si
mencionamos que el presidente de la Casa, teniendo en cuenta la importancia
de la información, la manda duplicada en dos navíos de aviso. Ni para informar de
la muerte del monarca se toman tantas medidas, más que aventuradas, pero es
que la plata de las flotas es la sangre de la Monarquía. Al final, México será infor-
mado con tiempo y, esta vez, no habrá hemorragia plateada como a consecuencia
de la batalla de la bahía de Matanzas diez años antes. Nadie se atreve a nombrar el
hecho, pero todos lo tienen presente en el espíritu, de Madrid a México, pasando
por Sevilla y, por supuesto, La Habana.
El bricolaje informativo lo demuestran también dos relaciones de sucesos, de
finales de 1638, publicadas en Madrid, que recogen los textos de dos cartas del
duque de Medina Sidonia al rey. Se ha interrogado a un capitán inglés de paso
por Sanlúcar, que se cruzó en el mar con uno de los navíos holandeses maltra-
tado en el combate contra la armada de Ibarra. Es un testigo muy indirecto, que
47
Aguado de los Reyes, 2005, pp. 144-145.
244 nuevos mundos, mismos universos
además desea congraciarse con los españoles, pues menciona, según dicen los
holandeses, que sufrieron una verdadera derrota, al perder 7 navíos, y car-
gados de remordimientos acaban reconociendo que la justicia no está de su
lado. Ha llegado también a Sanlúcar uno de los navíos holandeses derrotados
y expande la falsa noticia según la cual, el comandante de la flota, Pie de Palo,
había muerto en el enfrentamiento. De una relación a otra, la armada holan-
desa pasa de 14 a 40 naos en combate. ¿Son reales las cartas, las circunstancias?
No hay en ninguna de estas dos publicaciones un principio de crítica o alguna
preocupación en cuanto al rigor. La conducta del general holandés es tiránica,
pues se enfrenta a sus capitanes, a «las personas graves» no militares que lo
acompañan; la fecha del combate se define como «un día de los de agosto». Hay,
sin embargo, elementos de esta circulación rudimentaria de nuevas que toda-
vía son procedimientos exitosos hoy; así, el desequilibrio entre los muertos,
400 del lado de los herejes, sólo 40 en el otro bando48.
En ese momento de los inicios de la formación de una opinión pública, toda-
vía no hay una distinción real entre los conceptos de propaganda, información
pública y noticia reservada. Aunque, en la realidad, ya la búsqueda de datos sea
una necesidad vital para la acción militar. Bien lo sabía Contreras, que cons-
truyó parte de su carrera sobre el éxito de su misión como «lengua», espía en
cierta forma, de «la armada turquesca» hacia 1601. Actúa conforme las reglas
del arte. Localiza al enemigo, lo sigue el tiempo necesario hasta poder averi-
guar cuál es su intención, en este caso: «Si no sabía la certidumbre si iba a tierra
de cristianos o se quedaba en sus mares, no hacía nada». Advierte a tiempo a los
suyos, de forma que la táctica de sorpresa del adversario se vuelve contra este.
Permite que la victoria se asegure, con descalabro para el contrario. Todavía,
en 1633, en su memorial al Consejo de Indias, recordaba el hecho:
48
Las dos relaciones se han publicado en Rault, 2002, pp. 112-114.
49
«Relación de los servicios del capitán Alonso de Contreras, caballero de la religión de San
Juan» (AGI, Indiferente general, 111, N. 144).
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 245
hispanos estaban en su mundo50, así que aceptó confiar a un joven sin mucha
experiencia una de sus fragatas bien armadas: «por la práctica que tenía de la tierra
y lengua» nos dice el Discurso de mi vida.
En el Caribe, los españoles se sentían, del mismo modo, en sus dominios.
Pero, cada vez más, el Seno Mexicano se convertía en una verdadera maraña,
donde franceses, después ingleses y ahora (1638) holandeses estaban al acecho,
«infestando las costas», aprovechando cualquier desembocadura de río o isla
abandonada, poniendo sus esperanzas en los puertos, cabos y demás «cuellos
de botella» por donde tenían que pasar los galeones españoles: los cabos de San
Antonio y Corrientes, el extremo occidental de Cuba, son los lugares predilec-
tos por los enemigos para llevar a cabo alguna emboscada. En julio de 1638, el
presidente de Santo Domingo confiaba al virrey que el mar estaba «cuajado de
enemigos, de dos y tres naos, hasta seis y siete en tropas, y que había más bajeles
que isla de allí a Nueva España»51.
Y esto continúa en los años que siguen, por ejemplo, el día de Santiago
(25 de julio) de 1640, desde el observatorio de Veracruz —ahí se encuentra
entonces el castellano don Alonso— se avisa al virrey Cadereyta de que la
flota española que ha llegado al puerto había tenido tras de sí, a la altura de cabo
Corrientes, dos jaurías «de urcas del enemigo», y que se espera a Pie de Palo
procedente de Pernambuco con 20 naos más. La duda es saber si podrán las
naos salir de Veracruz o tendrán que esperar como lo hizo la armada de 1638.
De pronto, la junta de guerra que reúne en México el virrey ordena la pru-
dencia. A cambio se le comunica al mismo que Juan de Vega había llegado
felizmente a Cartagena con 8 galeones y que había aprovechado su paso para
quemar la isla de Santa Catalina y hacer prisioneros a los enemigos que la
ocupaban con sus 500 negros52.
Y se continúa con el mismo tono. Por primera vez, se forma, en 1641, la
armada de Barlovento con la misión de proteger la flota de Nueva España en su
ruta a La Habana. Su primera salida fue para derrotar a cuatro bajeles holan-
deses que se escondían en el río de Alvarado, muy cerca, por tanto. Y todo
sigue bajo el signo de la improvisación, pues al final se decide en México que
la armada hará escolta a la flota hasta España, cuando todos pensaban que se
quedaría en el Caribe. Esta podía ser una buena medida contra el enemigo, no
contra los elementos, y cuando el convoy sale a finales de septiembre de 1641
de La Habana, es para enfrentarse con una terrible tormenta que desparrama la
flota, de Cuba a la Florida53. Se trata de unas cáscaras de nuez dispersas sobre más
de 100 leguas en unos días, según el capricho de los vientos, sin comunicación
entre ellas, una situación inédita en el Mediterráneo. El océano, aun en su mar
50
Existe un retrato de Wignacourt en el Museo del Louvre, pintado en 1607-1608 por Cara-
vaggio. En él, hay un contraste, sin duda meditado, entre el guerrero vestido de acero y el joven
paje que sostiene el yelmo.
51
Cepeda, Relación que embió a su magestad, fo 3r.
52
AGI, México, 35, N. 15, pp. 28-29 y 39-41.
53
Relación de todo lo sucedido.
246 nuevos mundos, mismos universos
En el tiempo que Contreras fue castellano de San Juan de Ulúa, pudo ser uno
de los hombres mejor informados del mundo occidental. La crisis de 1638 en el
Caribe, y su feliz desenvolvimiento (un milagro según algunos)54, puso en juego
todas las redes de información de las cuales disponía el virrey, y que pasaban por
Veracruz. En el transcurso de la primavera llega un aviso procedente de España
con la información de que la flota ha salido de Andalucía. Al mismo tiempo
habíanse tenido noticias, con el cuidado que debía dar este despacho, de
Tierra Firme, Islas de Barlovento, Havana y Florida, aunque varias, con-
cordantes en que había enemigos que pirateaban en todas partes55.
54
Cepeda, Relación que embió a su magestad, fo 1r.
55
Ibid., fo 1v.
56
Ibid., fo 3r.
57
Ibid., fos 3v-4r.
58
Ibid., fo 1r.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 247
59
Ibid., fo 1v.
60
Ibid., fo 2.
61
Ibid., fo 1v.
248 nuevos mundos, mismos universos
agobiado por el déficit, aceptaba el riesgo, siempre que lo tomara el subalterno. Era
como actuar cerrando voluntariamente los ojos, internándose cada día más en un
mundo encantado, bajo el manto de la Providencia: estaban en manos de Dios.
Mientras, en julio-agosto de 1638, en espera de la flota de Nueva España pro-
cedente de Veracruz, los barcos holandeses y cinco suecos —la Guerra de los
Treinta Años se invitó al Caribe— asedian por mar La Habana, merodean por
el cabo San Antón. Y, como no siempre los gobernantes están bien inspirados, el
general de la armada de la guardia de la Carrera de Indias, Carlos de Ibarra, una
vez carga los tesoros de Potosí en Portobelo, recibe la orden de Madrid de unirse
en La Habana a la de Nueva España, con sus siete navíos, para asegurar el regreso
de los dos cargamentos de plata. Sale, entonces, de Cartagena el 7 de agosto. La
entrada a La Habana se le dificulta por los vientos, es alcanzado por 17 velas ene-
migas y el 31 de agosto pelean ambas armadas; sigue un segundo encuentro, los
dos encarnizados. A fin de cuentas, maltratada pero casi entera, la flota de Ibarra
logra escapar, viene a invernar a Veracruz con la de Nueva España, circunstancia
inédita, y poner sus tesoros a salvo. ¿Hubo bastantes argollas en la cortina de San
Juan de Ulúa para tantos navíos? En efecto, todo ello parece estar bajo la protec-
ción de la divina Providencia: «el mayor milagro…».
Y con el olvido de los errores cometidos. Uno fue por parte de la Corona,
lejos del teatro de operaciones, obsesionada por la llegada del tesoro, y que sugi-
rió con insistencia una maniobra arriesgada, hasta contraria a la buena lógica:
salir del abrigo de Cartagena de Indias. Lo mismo ocurrió con la batalla de
Guetaria, en fecha muy cercana (22 de agosto de 1638), cuando se obligó a la
armada de Lope de Hozes a abandonar el refugio seguro de Santoña para venir
a socorrer a Fuenterrabía y cayó en la ratonera de Guetaria. Otra equivocación,
que esta vez fue del general de la armada en Cartagena, Carlos de Ibarra, el
obedecer tal orden. En paralelo, lo mismo se puede decir de Hozes, incapaz de
salir de la indecisión: «Muchas vezes me puse a considerar que me estaba mejor
perderme saliendo, que no salvarme quedando»62. Es esto una actitud acorde con
el tiempo, cuando el honor cuenta más que la vida —¿la «negra honrilla»?—,
pero muy condenable por parte de un comandante en jefe que pone su propia
reputación por encima del destino de sus hombres.
El capitán Alonso de Contreras nunca llegó a tal grado de poder y, por tanto,
no podemos inferir a ciencia cierta cuál hubiera sido su decisión en tal caso. Sabe-
mos que acostumbraba a discutir y hasta oponerse a órdenes procedentes de un
superior o de otra autoridad. Uno de los casos más sonados es cuando se declaró
en rebeldía con «el virrey» —en realidad, el «preside» o magistrado— de la pro-
vincia del Águila, que era un simple civil, cuando él era «capitán a guerra»63.
Pero poner en entredicho una orden del monarca era de otra calidad, era punto
de lealtad, por lo tanto de juramento y de honor. Ni un capitán general de armada,
como Ibarra, ni un virrey como Cadereyta toman sobre ellos si interpretar la
62
BNE, ms. 2369, fo 8r.
63
Contreras, Discurso de mi vida, cap. xv.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 249
voluntad real en materia tan delicada como la demora de las flotas. Se reúnen juntas
para deliberar: en el mar, después de la batalla contra los holandeses, es en el navío
en mejor estado, y los oficiales a duras penas convencen a su superior de invernar
en Veracruz; en México, donde el virrey escucha con atención no sólo a los altos
mandos militares y políticos, sino también a los representantes de los mercaderes.
64
Ibid., p. 88.
65
Ibid., p. 74.
66
Véase cap. ii de este libro.
250 nuevos mundos, mismos universos
67
Ibid., pp. 76-79 y 85-86.
68
Ibid., p. 89.
69
BNE, ms. 2369, fo 9 v.
70
Ibid., fos 290 v-292r.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 251
el contexto naval. Fue por parte de la capitana holandesa, lo más seguro que
con una importante dotación en hombres, pues «traía mucha gente encima de
cubierta, cosa que no se ha visto en nao de Olanda. Estuvo dos horas abordada
por barlovento, con resolución de echar gente». Pero cuando la artillería y la
mosquetería españolas emprendieron sus disparos, tuvo que desistir porque
la transformación de las naves de armada en verdaderos erizos de fuego hacía
que el abordaje y la lucha cuerpo a cuerpo fueran cada vez más mortíferas o
imposibles; en ese momento, la capitana holandesa por sí sola tenía 54 cañones
dispuestos, una novedad relativa, en «tres andanas de artillería»71. Se sabe que
para el siglo xviii la potencia es decisiva, se demuestra aquí para el xvii, fuera
de los ámbitos de la simple piratería, donde la movilidad y la sorpresa siguen
siendo las armas principales. A lo largo de los enfrentamientos, «los demás
navíos del enemigo estaban disparando a los nuestros, y los nuestros a los suyos,
sin abordar ninguno»72. Es probable que la táctica en línea ya se estuviera apli-
cando, en los hechos por lo menos, si no en la teoría naval.
Pero los oficiales de marina son hidalgos, algunos nobles y hasta titulados
como lo es Carlos de Ibarra, vizconde de Centenera, o el mismo virrey Cade-
reyta, mucho tiempo marino, como sabemos. Es decir que no han olvidado
los conceptos del honor y sobre todo las exigencias del combate, según los pre-
ceptos de sus antepasados caballeros. Es así como, en la medida de lo posible,
y no sólo por razones tácticas, trata de combatir con su par: capitana contra
capitana, almiranta contra almiranta.
Su Capitana, y tres naos las mayores, y entre ellas una grande que
traía un gallardete, vinieron a esta Capitana, y su Almiranta, y otras
dos naos, fueron a la Almiranta de esta Armada, y las demás naos a los
demás Galeones73.
71
Cepeda, Relación que embió a su magestad, fo 5r. Es probable que fuera muy parecido al
Prince Royal, primer navío de línea, que salió de los artilleros ingleses en 1610, con 55 cañones
en 3 puentes.
72
Ibid., fo 5v.
73
Ibid., fo 5r.
74
Ibid., fo 5v.
252 nuevos mundos, mismos universos
puso dos gallardetes en los topes; con lo cual dio ocasión à que el enemigo
pusiese más cuidado en dispararle»75. No fue una buena decisión en términos
militares, ya que atrajo la ira holandesa y el galeón fue literalmente arrasado
de su arboladura, por lo que no hubo más remedio que abandonarlo con su
tripulación en el puerto de Cabañas, después del combate. Fue la única pérdida
naval. En términos humanos, es posible que hubiera más de un centenar de
muertos y heridos en la armada hispana. Como en tiempos antiguos, en reali-
dad, sólo se tomaron en cuenta, nominalmente, «la gente muy peculiar», entre
ellos el propio general —herido— y dos de sus capitanes. Los soldados españoles
seguían dispuestos a «desayunar en los infiernos».
75
Ibid., fo 5r.
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 253
minorías alfabetizadas, tal vez un diez por ciento como es el caso, es cierto
hacia 1700, de los pueblos de Villa Alta en la sierra zapoteca. En cierta medida,
las noticias procedentes de «los espacios infinitos» llegan hasta estos grupos,
pero se limitan a los grandes estruendos: casi todos se enteraron, lo mismo
que Contreras, de la muerte de Enrique IV de Francia y sus circunstancias; los
fragores de las guerras y los regocijos de las paces los alcanzaban, así como
los grandes eventos de la dinastía, honras fúnebres y juras reales. Pero aconte-
cimientos de menos importancia, que transitaban por las relaciones de sucesos,
no llegaban hasta ellos, por desinterés, por razones económicas, por obstáculo
de la lengua o barrera de la escritura. Salvo que algunas de estas hojas cayeran
en manos del cura y este considerara útil comentarlas el domingo, al final de la
misa, pero ¿con qué resultados?
El segundo universo, inmerso en ese océano es, en realidad, un archipiélago, un
polvo de islas, en concreto, urbanas. Es más reactivo, pero también más diverso
desde el punto de vista geográfico y social. En cuanto a sus grados son variables,
cuando se trata del interés y del acceso a las noticias en circulación. Capital y
ciudad de provincia no estaban al mismo nivel. En 1605, el obispo de Guadalajara
recorre su diócesis, llega a ese finisterre que constituye la villa de Culiacán. Su
descripción, en cuanto al aislamiento y sus consecuencias, no necesita comentario:
Puédese comparar la gente de esta villa a la primera familia que tuvo
Adán y sus hijos, porque no piensan ni entienden que haya otra gente en
el mundo y así se está en el traje y primer vestido que metieron allí Nuño
de Guzmán y los suyos; no curan de nuevas ni de saber si hay guerra o
paz en el mundo, ni si va o viene flota; nadie gasta papel en el pueblo,
sino sólo el escribano76.
76
Mota y Escobar, Descripción geográfica, p. 102.
254 nuevos mundos, mismos universos
deseado todos verlas, y con instancias las piden, no solo los moradores
desta gran ciudad de México, cabeza destos reinos, sino de todas las
demás ciudades y pueblos dellos, y para cumplir con el deseo de tantos y
darles gusto, pareció a muchos conveniente darlas a la estampa.
77
Véase el cap. vi de este libro: «De castellano de San Juan de Ulúa a sargento mayor del reino
(1638-1643)».
los mares indianos en 1638, surcados por naves y noticias 255
considerable [la expedición a Mindanao], y aún quieren decir que antes perdi-
mos que ganamos en ella». Aquí hace una referencia explícita a «un Discurso, o
Tratado, impreso en México por don Gerónimo de Bañuelos y Carrillo», es decir
al Tratado del estado de las islas Philipinas y de sus conveniencias, que sabemos
contrario al gobernador Sebastián Hurtado de Corcuera. El jurista recalca en
particular que Bañuelos dice que «los vencidos no eran moros, sino unos pobres
indios»78. Añade que se le ha dicho que se está preparando un impreso para
replicar al Tratado. Confiesa que se encuentra casi sumergido por el asunto «y
cada hora me van trayendo de la Secretaría nuevos papeles»79.
Por tanto, el control de lo impreso se toma muy en cuenta en la esfera política,
y al más alto nivel, entre el presidente y el secretario del Consejo, el prestigiado
Solórzano Pereira. Pero ¿se dispone de los elementos necesarios para llevar a cabo
una buena política en la materia? Sin duda, existe el filtro del espacio-tiempo,
pero se debe aquí, en concreto, matizar la importancia del obstáculo. «La facción
de Mindanao» se termina a principios de junio de 1637, el Tratado de Bañuelos es
posterior a febrero de 1638 y la llegada del galeón a Acapulco ocurre poco antes.
Es decir que cerca de un año y medio después de los sucesos de Filipinas —menos
de un año para la publicación mexicana—, esto se está discutiendo en el Consejo.
Dentro de las circunstancias de la época, se puede decir que es bastante satisfac-
torio. Queda la otra cara de la moneda, que esta información es parcial, orientada
y difícil de procesar. Pero esto se debe a los hombres y sus artimañas, cierto es que
dentro de una geografía dilatada.
Precisamente, con el tiempo, los hombres encuentran maneras de domesticar
esta terrible desventaja de un espacio a escala planetaria, acelerar la circulación de
noticias. El 14 de abril de 1639 el sobrino del gobernador Hurtado de Corcuera,
desde Madrid, escribe una carta al rey. Le pide que al haber sido nombrado ya el
sucesor de su tío, este pueda regresar apenas esté desembarcado, sin esperar un
año más. Para que el gobernador sea informado a tiempo, pide que la real cédula
con la merced se mande «con los navíos de la Yndia que están por salir, con que
recibiéndola con tiempo tendrá prevenido lo necesario para su viaje para cuando
llegue su subcesor, y habiéndole entregado el gobierno embarcarse con las naves de
aquel año» rumbo a Acapulco80. Es decir que, durante la Unión de las dos Coronas,
los estrategas de la Monarquía pudieron enlazar para una mejor circulación de las
órdenes e informaciones los flujos por oriente y por occidente, conforme las salidas
de las flotas, en una realidad totalmente planetaria. Es cierto que ese lazo está a
punto de quebrarse en 1639, pero los actores no lo saben y, de hecho, Sebastián
Hurtado de Corcuera tendrá que permanecer en Filipinas hasta 1644.
Sin embargo, esta carta del sobrino tiene otro interés, demuestra que el clan
Hurtado de Corcuera está enterado de lo que ocurre y ofrece una serie de contra-
fuegos. Pedro Hurtado de Corcuera y Mendoza remite al Consejo, y precisamente
78
Esto es una interpretación abusiva de Solórzano, véase arriba, la cita.
79
AGI, Filipinas, 8, R. 3, N. 104, fo 24.
80
Ibid., fo 2.
256 nuevos mundos, mismos universos
Lo último es algo que, por fortuna, los hombres de pluma han sabido —alguna
vez— olvidar.
81
Ibid., fo 23r.
capítulo octavo
MÉDICOS DE SU HONRA
Que el honor,
con sangre, señor, se lava.
Calderón de la Barca, El médico de su honra, acto III, vv. 2938-2939.
En las primeras horas de la noche del 12 de mayo de 1621, algunos bultos
—pues la palabra «silueta» no existía aún— se deslizaron con sigilo por las calles
oscuras de Manila, lo que hoy se llama Intramuros1. Tenían algunos puntos en
común, más allá de las inquietudes y del odio que los pudieran separar. Todos
eran españoles. Se desplazaban por el centro de la ciudad, entre la plaza de
armas y dos lugares que esa noche se cargaron de pesadumbre: el Palacio Real y,
sobre todo, las cercanías de la iglesia de Santa Potenciana. Aunque la capital estu-
viera sumergida en la oscuridad, no les bastaba. Unos se disimularon bajo un
coche en el patio del palacio; otros se escondieron entre las paredes de una obra
en construcción cerca de la iglesia. Todos iban armados: el que menos lo estaba,
traía una espada bajo el brazo, mientras los demás vestían coleto de ante o cota
de malla, llevaban espada, broquel y seguro que también un puñal; sombrero y
capote eran compartidos por nuestros bravi.
En realidad, no era una tropa que quisiera asaltar y someter Manila mientras
dormía. Eran, en total, nueve o diez bultos divididos en tres grupos, antago-
nistas sin conocimiento de la composición ni actuación de los demás. Todos
sabían que una tragedia era inminente, pero ninguno obraba del todo a ciencia
1
Escribí este capítulo, en realidad fue el primero de los ocho, hacia 2013. Prieto Lucena,
2011 ya había hilado sobre esta trama. Es la ocasión para que el lector confronte los dos textos
y reflexione sobre la construcción del historiador de su objeto histórico, así como la libertad de
proceder que se puede tener a partir de circunstancias y documentos que, en teoría, son los mis-
mos, pero a los cuales cada uno aporta su propia coloración, su emoción, sus intereses, todo ello
«from below» como decía E. P. Thompson.
258 nuevos mundos, mismos universos
cierta. Podía ser esa misma noche, o podría ser otra; sería en palacio, o quizá en
una casa de los alrededores de Santa Potenciana. Pero podría ser en cualquier
calle, en medio de la más completa oscuridad. Sólo los movía un mismo recelo:
la muerte y la deshonra los acechaban.
Los desplazamientos, los rodeos y preparativos habían comenzado desde
el mediodía, con la salida de Manila del gobernador y capitán general de Fili-
pinas, Alonso Fajardo, quien fuera general del socorro de Filipinas de 1616
y, entonces, jefe del capitán Alonso de Contreras2. Como acostumbraba,
iba a Cavite para supervisar en el puerto los preparativos militares contra
los holandeses. Episodio seguido —como solía suceder desde hacía varios
meses—, unos billetes se intercambiaron entre el palacio y una de las casas
con entresuelo al lado de la iglesia —hoy desaparecida— de Santa Potenciana,
donde vivía el mercader Juan de Mesa Suero. Muchos tenían conocimiento,
más o menos preciso, de estos hechos. Las lenguas hacían su cometido. Se
decía que algunas noches un hombre entraba en secreto a las casas reales, lo
cual no dejaba de preocupar a los que tenían parientas en ese lugar, pues era
posible que alguna virtud peligrara.
Alonso de Leyva, criado del gobernador y de su esposa, estaba muy intran-
quilo; pasaba parte de su tiempo rondando, husmeando y espiando alrededor
del palacio. Esa noche, con su coleto y armas, se escondió en el patio de la resi-
dencia. Pero ¿qué le quitaba el sueño? Tal vez el posible desliz de doña Catalina
María Zambrano, su ama; a menos que estuviese preocupado por doña Isabel
de Leyva Guevara, su pariente3 con toda probabilidad, una doncella de alrede-
dor de veinte años, criada de la gobernadora.
Bajo la carroza en el patio de palacio, el husmeador no estaba solo, su acom-
pañante era el joven capitán don Andrés Carrasco Girón, cuyas razones eran
más claras. Era primo segundo de doña Catalina y trataba al gobernador de
«cuñado». Su única preocupación era la gobernadora, y el riesgo que corriera la
honra familiar, además de su propia situación suspensa a la voluntad del cuñado.
Lo que lo movía no era desinteresado por completo o simplemente moral; ade-
más, era el heredero directo —después de su propio padre— del mayorazgo que
poseía la gobernadora. Si le sucedía alguna tragedia a su prima, más le valía no
estar alejado. Con todo esto y como pariente más cercano, le correspondía, en ese
caso, enfrentar a la mujer con la consecuencia última de sus actos, al menos
así lo sostuvo al siguiente día.
Ni Leyva ni el capitán formaban parte del círculo de los «íntimos» y, por
tanto, velarían en vano en el palacio. Los motivos y las informaciones de
Alonso Fajardo, gobernador y esposo, eran firmes y certeras como la muerte.
2
Véase la Parte II de este libro: «Los socorros de Filipinas (1613-1620)».
3
Los dos viven, como españoles en el Parián de los sangleyes (chinos mercaderes). Doña Isabel
es hija del escribano del dicho Parián. Lo esencial de la información tiene como origen el expe-
diente del caso que procede de la Audiencia de Manila (AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63). No hay
foliación, para un expediente abultado, por tanto, hemos introducido una paginación ficticia,
desde la primera hoja. Sobre Francisco de Leyva Guevara, véanse pp. 119 y 150.
médicos de su honra 259
4
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 113.
5
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 7.
260 nuevos mundos, mismos universos
para luego rematar atravesando el cuello de su víctima. Mesa cayó por las esca-
leras, tumbando a Francisco González que venía subiendo y se fue a morir, con
la noche como mortaja, contra la pared de la iglesia. González vio todo esto a la
luz de una candela que estaba en lo alto de la escalera de la casa6.
Faltaba, a la fiera en la que se había convertido don Alonso Fajardo, el tercer
bulto. Aprovechando los breves instantes de combate, este se internó en la casa
que entonces estaba en plena oscuridad. Se dirigió hacia el patio y, desde sus venta-
nas, los vecinos vieron a un muchachito, como un venadito acorralado, que iba de
un lado a otro e intentaba encontrar una salida entre la barda. Ulteriormente, los
vecinos declararon que fue González quien encontró, detuvo al bulto y lo entregó
a su verdugo. Alonso gritó: «¡Traidora!», y dio una primera estocada a quien era
su esposa. Doña Catalina, herida en las ancas, cayó, se desmayó, y tuvo tiempo de
pedir confesión, palabra mayor que hasta el enfurecido Alonso entendió. Vino un
confesor y la esposa fue absuelta. ¿Y después? Resulta curioso que el puñado de tes-
tigos (esclavos, vecinos, acompañantes) con posibilidad de ver cómo culminaron
los hechos, tenían, en ese instante, buenas razones para estar mirando a otra parte.
Pero nos queda la descripción del cadáver: aparte de la estocada en las ancas, doña
Catalina tenía tres puñaladas en la parte izquierda de la espalda7. Si tratamos
de reconstruir la escena, esta mujer, o estaba en el suelo arrodillada delante del
esposo, o él mismo la sostuvo de frente para clavarle el puñal por detrás. Después
la depositó en el suelo, la faz hacia el cielo estrellado de la noche de Manila.
6
Tenemos varias descripciones de estos hechos, pero el mejor testimonio, por ser el más cer-
cano a los acontecimientos y actores, es el de 24 de mayo de 1621, hecho por Francisco González
(ibid., pp. 113-114).
7
Ibid., p. 6, según la averiguación de los alcaldes ordinarios, esa misma noche.
médicos de su honra 261
8
Lo de Fajardo fue un caso muy sonado, Contreras estaba en Madrid —tal vez en casa de Lope
de Vega— cuando la noticia llegó a la corte, y estamos convencidos de que el capitán se enteró de
lo que le había ocurrido a quien fue su general unos años antes.
9
Contreras, Discurso de mi vida, p. 158.
10
Ibid., cap. vi: «topé la quiraca con una camarada mía encerrados, a quien estaba haciendo
tanto bien. Dile dos estocadas, de que estuvo a la muerte y, en sanando, se fue de Malta de temor
no le matase, y la quiraca se huyó».
262 nuevos mundos, mismos universos
11
Calderón de la Barca, La vida es sueño, Acto II.
12
Véase Ginzburg, 2010.
médicos de su honra 263
Daremos un botón de muestra entre muchos otros. Se trata del testimonio de una
vecina que observa desde su ventana, cuyo patio da al de la casa de Juan de Mesa:
Vio un hombre el cual dijo «alumbren, mujeres», a lo cual esta testigo
calló, enfadada del modo de hablar, y el dicho hombre volvió a hablar
diciendo «no quiten esa luz, podre pasar allá». Y entonces conoció en la
habla y en el rostro que era el Señor don Alonso Faxardo, y en la punta de la
espada pidió su Señoría se le pusiese una luz, la cual puso el dicho Diego de
Castro su marido y vio la tomó en las manos el señor Gobernador, y se entró
dentro desta casa del dicho Juan de Mesa Suero y le pareció que andaba por
toda la casa con la dicha luz. Y desde allí vio un bulto de hombre en el dicho
patio que andaba a un cavo y a otro, y luego el dicho bulto lo vio esta testigo
en brazos de un hombre a quien el dicho bulto decía: «¡A! señor Gonzá-
lez, dígale Vuesa Merced al señor don Alonso que no me haga mal, que me
encierre en un aposento y allí me dé la muerte que quisiere»13.
Estamos en la mañana del 13 de mayo, a menos de veinticuatro horas de la tra-
gedia y se mezclaban y se precipitaban en la boca de la mujer detalles triviales,
pero precisos, como el de la candela, sentimientos encontrados (irritación y miedo)
hacia el personaje altanero y otros, indefinidos, hacia el bulto. Todo con el cuño de
una gran autenticidad, más todavía cuando se restituyen las palabras enunciadas
por los actores del drama. ¡Cuántas veces hemos caído en un espejismo inhabitual,
cuando creíamos leer una novela y, en realidad, eran huellas con su peso de carne y
huesos! El mismo que nos ofrece, tantas veces, el Discurso de mi vida de Contreras.
Más vale que el lector esté prevenido. Y para que pueda jugar también con su
imaginación, le recordaremos que hay muchas posibilidades de que, en alguno
de los atardeceres que el capitán Alonso pasó con su amigo Lope de Vega
hacia 1623, cuando todo Madrid estaba conmovido por el drama de Manila,
el militar recordara a su antiguo jefe. Los dos juntos, entonces, comentarían lo
ocurrido, alguna vez en Palermo y, después, en Manila. Aceptemos más riesgos
todavía; como veremos, Fajardo, en 1616, cuando Contreras se relaciona con
él, ya estaba casado. Nada nos permite decir que el capitán conociera directa-
mente a doña Catalina, aunque por lo menos oyó hablar de ella, de algunas de
sus cualidades y debilidades. ¿Con eso enriqueció la experiencia humana del
poeta? Tratemos por lo pronto de alcanzar tierras menos movedizas.
Con frecuencia, una causa de justicia y, sobre todo, con esta importancia
—tres muertos—, con su desfile de testigos y acusados, permite alcanzar una
muestra representativa de uno o varios sectores de la sociedad (élite, medios
populares, bajos fondos), conforme a los matices mismos del «negocio» en juego.
También es el caso aquí, con ocho culpados, cerca de veinte testigos y, al menos,
13
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 15.
264 nuevos mundos, mismos universos
otros tantos aludidos de diversas maneras, entre ellos el gobernador que nunca
fue llamado a declarar. Si descartamos a la pareja formada por Fajardo y doña
Catalina, los jueces (oidores de la Audiencia) y demás personal de justicia (ver-
dugo, procuradores, escribanos), el abanico social se restringe algo, pero sigue
siendo amplio, desde la esposa de un regidor de Manila, comprometida como
cómplice de la gobernadora, hasta el último de los esclavos del finado Juan de
Mesa, un muchacho «casta Malabar», de unos diez años. Lo que permite afirmar
que la esclavitud de gente joven —y, según parece, de origen no filipino— es,
entonces, un hecho generalizado en el entorno de los españoles, aunque estuvie-
ron poco tiempo en Manila, como Mesa.
Pero las mismas características de la causa, una tragedia provocada por una
falta grave al honor y ligada a los secretos de la intimidad, encierran el núcleo
central de los afectados dentro de un tupido entramado de parentesco y, sobre
todo, de servidumbre y hasta esclavitud. Sólo escapan a esas redes los vecinos
de Juan de Mesa, testigos involuntarios de los hechos sangrientos y uno que
otro soldado de guarda en el palacio la noche del drama.
En parte, ese entramado es el sello de un imperio que se construyó y man-
tuvo, gracias también, al cemento familiar e ideológico. También es notable el
cosmopolitismo de una monarquía casi planetaria y más aún en las antípodas
de su centro, Filipinas. Lo que menos vemos son indios filipinos y españoles de
la tierra; hasta la esposa de un regidor de Manila, doña María de Mercado,
es originaria de México14. Los esclavos proceden de una amplia región: Bengala,
Malabar, Terrenate. El mismo Juan de Mesa llegó de Nueva España menos de un
año antes, así como el piloto.
Sabemos que don Alonso y doña Catalina salieron en 1617 de Cádiz, rumbo a
Veracruz en primer lugar, con un séquito de más de sesenta personas, entre «cria-
dos y otros oficiales entretenidos y personas particulares»15. Estos, entre militares
y oficiales, se encuentran dispersos en 1621 entre Manila, incluso el Parián, y las
islas. Francisco González, a pesar de ser cercano al gobernador, vivía fuera del
palacio. Dos parientes de doña Catalina, un capitán y un alférez, tampoco esta-
ban alojados en las casas reales, salvo cuando se trataba de pasar la noche bajo el
coche para espiar.
Lo que se percibe a través de los testimonios y demás lazos que se manifiestan,
nada tiene que ver con una auténtica vida cortesana. Es cierto que doña Catalina
nunca salía a la calle si no era en la carroza. Y si iba de visita la acompaña-
ban por lo menos dos españoles, una criada de calidad (una doña española)
y un número no determinado de esclavos. Pero esto fue excepcional, sólo
ocurrió una vez, con certeza, en los meses anteriores al 12 de mayo. Parece
que su vida transcurrió entre el palacio y las iglesias, como debía ser, ¡sobre
14
Ibid., p. 125.
15
Carta de Fajardo al presidente de la Casa de la Contratación, desde Cádiz. En total, con su
ropa, matalotaje, vino, agua y aceite ocupan más de 70 toneladas, así como el alcázar y cámara
de la nave para su alojamiento (AGI, Contratación, 5356, N. 34).
médicos de su honra 265
todo en caso de mujeres adúlteras16! En las casas reales, nada de una vida de
corte agitada; la gobernadora se pasaba el tiempo con tres o cuatro servidores:
doña Isabel de Leyva Guevara, de Gran Canaria, doña Catalina de Escobedo,
natural de Madrid, Rafael de Sotomayor, paje originario de Sevilla y Gonzalo
Pérez, soldado-criado de Murcia, paisano, por tanto, de don Alonso. Los cuatro
tenían entre diecisiete y veinte años. Existía entre estos personajes (incluyendo a
doña Catalina) una estrecha relación, por no hablar de complicidad; de hecho,
cuando don Alonso estaba ausente, las tres mujeres dormían juntas. Era la forma
de sobrellevar su condición de exiliadas, o una manera de reforzar el control,
supuestamente, sobre la esposa.
Juan de Mesa era otro personaje desterrado, a su manera, ya que llegó con
la flota de Nueva España de 1620. En esta misma desembarcó el piloto Andrés
Rodríguez17. Es muy probable que se conocieran entonces. Lo cierto es que
unieron sus soledades y se hicieron amigos hasta la muerte. Como mercader
y forastero recién llegado, Mesa no parecía ser aceptado con facilidad. Vivía
con sus esclavos y servidores, también originarios de otras partes, con lo que
eran cinco en total. No formaba parte de ningún grupo. Las tres veces que lo
percibimos en la calle, en pleno día, iba caminando solo. Es cierto que lo veían
entonces ojos de mujeres, doña Catalina, doña Catalina de Escobedo, su criada,
y doña María de Mercado, su amiga. Pero era un hombre con capacidades, sin
lugar a dudas, y el factor de la Real Hacienda le había prestado atención, y lo
nombró, apenas, bajado del barco, contador ordenador. Fue un buen principio
de integración, pues sabemos que no podría ir más allá18.
Si en el expediente hay pocos filipinos de los dos bandos (indios o españoles),
abundan los militares: parientes de doña Catalina, vecinos de Juan de Mesa,
soldados en las puertas de Palacio, criados-soldados, etc. Y empezando por
el mismo don Alonso Fajardo, curtido por los años que pasó en Flandes, en el
Mediterráneo y ahora en Filipinas. Esas cualidades militares explican el entorno,
pero también su nombramiento19. El archipiélago nunca sería dominado del todo
por los españoles y constituyó, a lo largo del período colonial, una de las grandes
plazas de armas del Imperio. Poco después, en 1645, sobre un total de 6 701 mili-
tares en Indias, unos 1534 están ubicados en Filipinas; más que Chile, las islas
del Poniente merecen el apodo de «Flandes de las Indias»20. Y esto es todavía
16
Véase el retrato que hace de la mujer adúltera en el Madrid de la segunda mitad del siglo xvii
(Zabaleta, Obras históricas, políticas, pp. 184-188). «Entra la adultera [sic] en la Iglesia, pasa por junto
a su marido mesurada, vuelve al galán los ojos cariñosa: alegrase de verle, ya porque es de su gusto, ya
porque le mira como a instrumento con que toma las venganzas de los disgustos caseros» (ibid., p. 186).
17
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 5.
18
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 348-357.
19
En la Real Cédula que lo nombra como gobernador de Filipinas, el rey toma en cuenta dos de
sus cargos anteriores: «Del mi consejo de guerra en mis estados de Flandes, y capitán general de
la armada que por el cabo de Buena Esperança he mandado a las islas Philipinas», flota que como
sabemos fue un fracaso rotundo, véanse los caps. iii y iv, Toledo, 30 de octubre de 1616 (ANF,
Cedularios, SDS 667, N. 247, fos 228v-229).
20
Berthe, Calvo, 2011, p. 40.
266 nuevos mundos, mismos universos
21
AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 94, fos 20 y 22.
22
No se debe olvidar que el morado es el color de la Pasión de Cristo, por lo tanto, entre otros
significados, tiene el de la muerte, del sacrificio. Sobre el morado en el hábito de doña Catalina,
véase la nota a continuación.
23
Ya que el vestido es un elemento de prueba de su conducta, se describe con precisión:
«Estaba caída de espaldas, el rostro hacia arriba, el cabello tendido, vestida en hábito de hombre
con un calzón y ropilla de damasco amarillo guarnecido de pasamano azul y morado aforrado
en tafetán azul y un jubón de tela de plata y amarillo con puntas de plata y amarillo y argentería
y puestos zapatos de dos suelas y listones azules» (AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 7).
24
Ibid., p. 7.
25
Ibid., p. 127.
26
Ibid., pp. 26-27.
médicos de su honra 267
Aunque resulte paradójico, con esto nos alejamos y acercamos a una de nuestras
principales interrogaciones. Tratamos de entender cómo esa sociedad adminis-
traba sus pulsiones en los diversos estratos. Nuestra ambición es comprender cómo
pudo nacer y florecer una pasión amorosa con un fuerte gradiente social, en un
universo cerrado y fuertemente jerarquizado —en lo social y en lo sexual— pero
también atento a los sentidos: en especial, al de la vista y, por tanto, al parecer. Hay
una respuesta fácil: «La ceguera del amor». Quizá, mientras pasaba Juan de Mesa
por la calle, doña Catalina dijo a una de sus criadas: «Este es el que me envía todas
aquellas cosas. Que no ha pasado a las Yndias más lindo hombre». Y la otra con-
testó: «Por cierto señora que a mí no me parece bien»29.
En efecto, no compartimos, todos, la misma ceguera. De hecho, para los
testigos que giraban alrededor del palacio, Mesa era solo «un hombre vil» o, en
el mejor de los casos, «alguien que vende puntas». Para los testigos, jugar sobre
27
El inventario está en ibid., pp. 78-87.
28
Carta al rey de 20 de julio de 1621 (AGI, Filipinas, 20, R. 19, N. 123). Propone su dimisión en
el folio 8 de la carta de 31 de julio de 1621 (AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 64).
29
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 42. No olvidemos que esto se dice frente a los jueces, y la
criada no podía dar a entender que alentaba los deseos de su ama.
268 nuevos mundos, mismos universos
la distancia abismal entre los amantes, era una manera más o menos manifiesta
de ocultar su propia complicidad frente al juez. Dos observadores de los hechos
afirmaron «no concebir que un hombre semejante, de tan poca calidad, pudiese
haber mal trato» con su ama30.
Pero los hechos hablan por sí solos y las barreras pueden franquearse, no tum-
barse. Nos interesa saber cómo ocurrió en este caso y ponerlo en perspectiva con
lo que vivió Contreras, ya que se pueden aclarar mutuamente. Como siempre,
hay que apostar por la sencillez y lo natural, así como aprovechar los puentes que
toda sociedad tiende hasta los extremos; es por eso por lo que una sociedad es
un eslabonamiento infinito. Doña Catalina deseaba unas puntas y Juan de Mesa
tenía renombre como mercader. La gobernadora, entonces, mandó a Rafael, su
joven paje rubio —otro Chérubin a la Beaumarchais, ángel-paje libertino de Las
bodas de Fígaro— a casa de Mesa. Este no tenía lo que le pedían. Pero días más
tarde mientras paseaban en carroza, doña Catalina se cruzó con la figura atrac-
tiva de Juan, su valona, sus puntas con corazones. Regresó Rafael a la calle de
Santa Potenciana y pidió la valona. Juan accedió y añadió regalos para la señora,
todo un surtido de puntas y «algunas chucherías de mujeres»31.
En buena lógica —pero ¿qué significa esto en los vaivenes de la existencia?—
y según los cánones de esa sociedad, el negocio debería ser eso, sólo un negocio
y quedarse ahí. Por su posición, que supera las reglas de su género, la iniciativa
pertenece a doña Catalina. Nos dice el paje Rafael: «La dicha doña Catalina
tenía particular cuidado en enviar cada día una vez, a prima noche, y algunas
veces a saber de su salud [de Mesa]». Era algo nuevo, intrigante, y la reacción
del mercader fue natural, que Rafael «le preguntase a la dicha doña Catalina
que intento era el suyo». Es probable que, en ese momento, la joven mujer no
supiera muy bien hacia donde la llevaría todo esto, «la cual riéndose y triscando
dijo a este testigo [Rafael]: que no más de entretener el tiempo».
Mesa miró más alto, e hizo pedir a doña Catalina la autorización para escri-
birle. «Norabuena» fue la respuesta. El primer billete que mandó Juan estaba
en un «escritorillo de Macan [Macao], cerrado con la llave»32. Detalle de gran
fineza, con su simbólica arca con llave, que debió tomar en cuenta quien lo reci-
bió, complacida. No olvidemos que, más tarde, se refirió al amante como «el
que me envía todas aquellas cosas». De manera que «respondió la dicha doña
Catalina en un pedazo de papel […] agradeciéndole lo que le había imbiado, y
hablándole en el de Vuessa Merced», es decir todavía con cierta distancia.
En ese momento, el mercader demostró ser más intrépido que el capitán Contre-
ras, quien nunca perdió el sentimiento de inferioridad frente a su esposa, la viuda
del oidor33. Es cierto que uno pretende desempeñar el papel de marido y el otro
30
Ibid., pp. 91 y 94.
31
Ibid., p. 27.
32
Ibid.
33
Escribe nuestro héroe: «Y cierto que era tanto el respeto que la tenía que, a veces, fuera de
casa, no me quería cubrir la cabeza delante de ella; tanto la estimaba, en suma» (Contreras,
Discurso de mi vida, p. 157).
médicos de su honra 269
de amante. Esta ambición dio soltura a Mesa, quien pensó que debía dar un paso
adelante, así que por medio de Rafael preguntó «por quien se había de comenzar de
llamarse de “tú” el uno al otro en los papeles que se escribiesen». «Que comenzara
por él», contestó doña Catalina. Era como un crescendo sutil, como una espiral. Los
pedidos masculinos eran insinuaciones y la decisión última pertenecía a la dama,
pues en la lógica social domina aquí la de género. Este comportamiento —como
veremos— no es sólo un resorte del teatro clásico. Doña Catalina fue responsable
de los inicios de esta relación, aunque también de su culminación:
Un día le dijo a este testigo [Rafael] la dicha doña Catalina que le dijese
a el dicho Juan de Mesa que cuando el señor don Alonso fuese a Cavite, a
la siesta fuese a Palacio a verla y que entrase en un aposento bajo que cae
encima del de Perona34.
En cambio «la dicha doña Catalina no salía de casa sin orden y licencia suya.
Lo cual ella cumplía ansí»35. Una vez lo esencial alcanzado, la lógica de los géneros
recobra su lugar. ¿Pequeñas mordidas de celos? También había riñas de enamo-
rados, pues durante el Viernes Santo lograron pasar un rato juntos y una testigo
declaró: «y han reñido, no le dijo sobre qué»36.
Podemos quedarnos con esta simple descripción, con un encadenamiento de
actos y algunas reacciones más o menos superficiales. Pero no son cuestiones
baladíes, se estaban jugando la vida, tuvieran o no conciencia de ello. El personaje
central, cuyas decisiones condicionaban las demás, era, por supuesto, la goberna-
dora. En una situación que se puede definir como folletinesca, guste o no al
historiador, resulta cómodo referirse a los espejos que nos transmite la litera-
tura. En el caso de las heroínas enamoradas fuera del matrimonio, son dos las
que dominan, a pesar de que estén en las antípodas una de otra: la princesa
de Clèves y Emma Bovary. La primera sacrifica el amor por lo que debe a sí
misma, por la figura conmovedora del esposo y el remordimiento; la segunda
34
Ibid., p. 28.
35
Ibid., p. 29.
36
Ibid., p. 67.
270 nuevos mundos, mismos universos
37
Maquiavelo, Del arte de la guerra, «Proemio», pp. 9-10.
38
Folio 1r de la carta de la Audiencia al rey, 10 de diciembre de 1619 (AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 94).
médicos de su honra 271
39
AGI, Filipinas, 20, R. 13, N. 94, fo 1v.
40
Ibid., fo 2v.
41
Ibid., fos 2v y 3r.
272 nuevos mundos, mismos universos
fue la viuda del oidor de Palermo y doña Catalina que podían tener sus com-
pensaciones, y que había un contrato implícito con sus esposos? Si así fue, se
equivocaron gravemente.
La contrapartida de esa vitalidad, más o menos desordenada, es una violen-
cia que no se intenta controlar —parte de los «gajes del oficio» de soldado—:
verbal hacia los pares; física hacia los subalternos: «Yendo con la real audiencia
a la iglesia mayor, porque al entrar no le pasó un criado suyo el ferreruelo con
la brevedad que quisiera, le dio de palos con el bastón que llevaba»42. Esto se
relaciona con una personalidad fuertemente contrastada. En el caso del gober-
nador, «muchas veces pone postas para que nadie entre a hablarle, y se suelen pasar
quince y veinte días sin querer firmar las cosas ordinarias que se ofrecen en el
gobierno»43. Sabemos que, en un estado anímico comparable, el capitán Alonso
se convirtió en ermitaño varios meses, uno de los episodios más sonados del
Discurso de mi vida.
Con dificultad, doña Catalina o la viuda del oidor podían aceptar tales com-
portamientos, aunque debemos separar ambos casos, pues en el momento de
los hechos, el capitán era un buen mozo, es probable que aún moldeable y atrac-
tivo, mientras el viejo gobernador presentaba rasgos más acentuados. Perfidia o
buena percepción de los hechos, los oidores de Manila enfatizaban el desacuerdo
que percibían dentro del matrimonio: «En su casa se admiten visitas bajas y
escandalosas, y contra el gusto de su mujer, y él las hace muy de ordinario de día
y de noche, con toda publicidad en partes sospechosas»44.
Ya hemos comentado la «falta de vida cortesana» de las Casas Reales de
Manila en tiempos de don Alonso. Encontramos, para esto, una explicación:
Fajardo no se prestaba a ello, su enemistad con los oidores no lo facilitaba. La
única relación aceptable, desde el punto de vista social, para doña Catalina
serían las esposas de los miembros de la Audiencia. En carta al rey de 20 de
agosto de 1622, don Alonso hizo una semblanza de ellas y ninguna parece
acorde con lo poco que sabemos de la personalidad de doña Catalina, alegre
y atrevida. Una de ellas «antes trata de preciarse de espiritual y santidad». Otra
vivía como una ostra, «no e sabido ni entendido [de ella] de casi seis años que
aquí tengo». Y la tercera «va por diferente camino porque su casa es de bulle y
juego». Doña Catalina, pues, requería de otras emociones45. Era coqueta, sin
duda, y le gustaba ser celebrada, incluso mimada. Tenemos indicios de ello,
como el traje y el disfraz con el que «fue a la muerte» y el beneplácito con el
que recibió los regalos de Mesa. Pero existen más evidencias, sabemos por
un testimonio que acostumbraba a «tomar acero», que significaba medici-
narse después de provocarse una opilación comiendo arcilla, con intención
de tener un cutis lo más pálido posible, como todas las «presumidas» de su
42
Ibid., fo 3v.
43
Ibid., fo 8r.
44
Ibid., fo 2v.
45
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 67, fos 5v-6r.
médicos de su honra 273
46
Citado por Stefano Arata, en su introducción a Lope de Vega Carpio, El acero de Madrid,
p. 31. Véase el caso de doña Catalina (AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 44). Según Quevedo, entre los
«defectillos» aceptables de una casada, «permítesela que coma barro, yeso y otras cosas dañosas, que
sería disparate cuidar de la salud de quien se desea la muerte», en Quevedo, Obras selectas, p. 297.
47
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, p. 41. Es lo único que podemos percibir de su corporalidad.
48
Ibid., p. 60.
49
Rodríguez Pérez, 2002, p. 169.
50
Ibid., p. 78.
51
Ibid., p. 44.
274 nuevos mundos, mismos universos
Mesa se encontraron 257 billetes, más de uno por día52. Esto significaba muchas
idas y venidas entre el palacio y las cercanías de Santa Potenciana, sobre todo,
muchas complicidades más o menos aseguradas. El paje Rafael, con la «incons-
ciencia» de sus diecisiete años, atraído con habilidad por su ama, que hizo de él
su confidente, al leerle algunos de los billetes. Pero, aunque fue leal, acabó por
retraerse, preso del miedo. Gonzalo Pérez, soldado-criado, tan ambiguo como
sus funciones y mercenario sobre lo demás, le sucedió en la confidencia, sin que
sepamos, con claridad, de qué lado estaba la noche del 12 de mayo.
En el entorno, cundieron la sospecha y la vigilancia. Se miraba «por las aper-
turas de la puerta, y por el agujero de la llave»53. Hasta en las circunstancias
más inesperadas nacieron los recelos. Recordemos al «criado-sabueso» Alonso
de Leyva, el que estaba la noche fatal del 12 de mayo bajo el coche en el patio
del palacio. Vivía en el Parián y el 11 de mayo entró en casa de un chino san-
gley tejedor que allí moraba. Y «viendo que se tejía un poco de damasco azul,
le preguntó al sangley que para quién era y le dijo a este testigo que era para
un español llamado Juan de Mesa, y este testigo sospechó mal». ¿Le alertaría el
dibujo con algún emblema o iniciales comprometedoras para los enamorados54?
La conducta de Juan y doña Catalina acrecentaba los peligros. Para ellos,
los criados y esclavos parecían ser transparentes e inocuos; se desvestían y se
acostaban juntos delante de ellos. Juan se quedaba cada vez más tiempo en el
palacio, a riesgo de ser sorprendido en pleno día por doña Catalina de Escobedo:
Ida la dicha doña Catalina [fue a tomar el acero], llegó este testigo por
curiosidad a abrir lo que había en la cama, por lo que había imaginado
aquella noche, y alzando el pabellón halló acostado a el dicho Juan de Mesa
en la misma cama del Señor don Alonso Fajardo, de que esta testigo se
admiró mucho. Y le dijo «Jesús, Señor, en la cama de mi señor don Alonso,
se ha atrevido Vuessa Merced. ¡Y estar tan de espacio, y desa manera!».
Hubo un altercado entre los dos, «y habiendo venido la dicha doña Catalina,
se desnudó y sahumó y volvió a la cama, dando de almorzar a el dicho Juan de
Mesa». ¡Eran más de las dos de la tarde55!
Lo extraño no es que los hechos vinieran en conocimiento del marido, sino
que este «negocio» durara tanto tiempo, entre tres y seis meses, no se puede
precisar. Como los «culpados» lo explicaron después al juez, la servidumbre
constituía una cadena irrompible. Rafael, como paje, «tenía obligación a llevar
los papeles y recaudos que le mandaba sin que pudiese rehusarlo» por su corta
edad, y «la sujeción que tenía a la dicha doña Catalina como su criado»56. Y no
es sólo una defensa frente al juez, lo cierto es que sirvió fielmente hasta que el
miedo ganó la partida, pero no delató.
52
Ibid., p. 39.
53
Ibid., p. 65.
54
Ibid., p. 119.
55
Ibid., pp. 44-45.
56
Ibid., p. 158.
médicos de su honra 275
Este «malogrado» episodio nos ofrece dos desenlaces jurídicos, uno certero,
el otro en apariencia abortado. El primero tiene lugar en la noche del 12 de
mayo de 1621 y es brutal, sin apelación, a la medida de una justicia privada
donde el juez era, a su vez, parte y verdugo. El segundo empieza en los instantes
que siguieron a la ejecución de la sentencia privada, al pasar en unas horas de
las manos de la jurisdicción municipal a la real y, por tanto, a manos de magis-
trados, es decir, de la justicia pública. Su procedimiento se extendió cerca de
dos meses, pero según el expediente se cerró sin ninguna determinación.
Sobre esta yuxtaposición se tejían toda una serie de paradojas: la justicia pri-
vada y sanguinaria que actuaba en este caso no era la menos apegada al derecho
ni la menos popular. Al contrario, la querella de oficio que la justicia pública
pretendía después llevar a cabo contra los cómplices de los adúlteros resultaba
cuestionada con vigor; no se toleraba que interviniera en la esfera de lo privado,
aun con tres muertes. En cuanto a la «popularidad» de la justicia privada del
marido, se manifiesta si se toma en cuenta el gran acompañamiento que se le
hizo de regreso de la casa de la trágica sentencia al palacio. Si los dos personajes
escondidos bajo la carroza y los soldados en las puertas del palacio no vieron
entrar o salir a nadie esa noche, sí se enteraron de la llegada de Fajardo «con la
mucha gente» que le seguía, que comentaba lo sucedido57.
Uno de los dos embozados era el primo de doña Catalina. A la mañana
siguiente, «su cuñado» y gobernador lo hizo llamar, así como otro pariente.
En realidad, no para disculparse. ¿El capitán Andrés Carrasco Girón pidió
cuentas o expresó algunas palabras sentidas en cuanto a la difunta? «El señor
don Alonso Fajardo, en presencia del almirante Esteban de Alcázar [un
paisano], y alférez don Juan Aguado [el otro pariente de doña Catalina]»
recibió el apoyo moral de don Andrés: «Le pesaba mucho de no haber tenido
antes noticia deste caso para remediarlo por su persona». Lo que le movía era
la falta de confianza del «cuñado»: «tenía sentimiento que Su Señoría no le
llamase para que el propio ejecutar[a] lo que Su Señoría había hecho. Y que
el señor don Alonso había hecho en este negocio como quien era»58, es decir,
ser buen médico de su honra.
Puede parecer extraño que en más de cien folios, donde los resortes de la acción
son el honor en peligro de don Alonso y la honra comprometida de las familias
Fajardo y Zambrano y que el esposo rescata gracias a «su sangría», esas dos
palabras estén ausentes. Por lo demás, que se nos perdone la metáfora cínica,
pero era acorde con un tiempo en el cual «el honor con sangre se lava». Alonso
de Contreras mismo, que pasaba la mayor parte de su vida con su capa al hombro
y su honra a la punta de la espada, se olvidó mencionar en el Discurso de mi vida
la palabra «honor»; a lo más empleaba «reputación», más abierta y externa que
57
Ibid., pp. 94 y 123.
58
Ibid., p. 123.
276 nuevos mundos, mismos universos
59
Véase el cap. ii de este libro: «Un bosque de vidas».
60
Mendoza Garrido, 2008, p. 162.
61
Alighieri, La divina comedia, «El Infierno», canto quinto.
62
Citado por Mendoza Garrido, 2008, p. 169.
médicos de su honra 277
63
Zabaleta, Obras históricas, políticas, p. 271.
64
Yrolo de Calar, La política de escrituras, pp. 160-161.
65
Zabaleta, Obras históricas, políticas, pp. 184-188.
66
AGI, Indiferente general, 421, L. 12, fos 68r-69 v. Sin embargo no era el tipo de circunstan-
cias en las cuales el derecho toleraba algún aprovechamiento; por ejemplo, nos dice Yrolo de
Calar, La política de escrituras, p. 161: «por el perdón de adulterio no se puede llevar dineros».
278 nuevos mundos, mismos universos
hacía tres años tenía trato con su esposa. ¿Por qué no se decidió a ser su propio
«médico»? Es que el rival era hijo de oidor. Y, en 1613, el dicho oidor pudo pre-
sentar un testimonio, según el cual, Fernández se apartaba de la querella: falta
de honra, sí, pero también impotencia social67.
Aceptemos un ejemplo contrapuesto a los anteriores: en 1589, en Manila,
el capitán Esteban Rodríguez de Figueroa, yerno del licenciado Mel-
chor Dávalos vuestro oidor, mató a su mujer y a un sobrino suyo, hijo
de su hermano, diciendo que le cometieron adulterio, el cual probó con
algunas indias de su casa, aunque no los halló infraganti. Yo seguí el
pleito, y se condenó en revista en seis años de destierro y cinco mil pesos
para Vuestra Real Cámara y gastos de justicia y otras cosas68.
67
AGI, Filipinas, 329, L. 2, fos 149 v-150r y Filipinas, 36, N. 77.
68
Carta al rey del fiscal, 17 de julio de 1589 (AGI, Filipinas, 18A, R. 7, N. 49, fo 3v).
69
AGI, Filipinas, 7, R. 5, N. 63, pp. 15 y 19.
médicos de su honra 279
unas horas del drama; la emoción estaba intacta y las imágenes, tales como se
grabaron, todavía frescas y fieles, percibidas en la noche, como en una pesa-
dilla. González rindió su declaración doce días después, el 24 de mayo. Había
escuchado reflexiones a su alrededor y meditado sobre su propia actuación,
por lo cual presentó unos hechos muy distintos, que fue el gobernador quien
encontró a su mujer. De buena fe o con cálculo, describió una escena compleja,
donde su propia ternura fue el último consuelo que recibió la moribunda: «Y
en esto dijo la dicha doña Catalina a este testigo, que estaba abrazada con él:
“hermano que me desmayo”. Y entonces este testigo le sentó en el suelo, y se
la echó en su regazo»70.
Pero la declaración de Diego de Castro ante los jueces siguió en pie. Estos, el
gobernador y Francisco González, debieron pensar en ello: era mejor dar una
visión menos tremenda de una muerte ya de por sí terrible. Cuando Castro se
presentó para ratificar su dicho el 13 de julio, modificó por sí mismo su decla-
ración (¿sin presiones?) en un punto:
Que donde dice que Francisco González tenía una mujer asida de los
cabellos con las manos, que era la dicha doña Catalina María Zambrano,
no la tenía por los cabellos, sino por el cuerpo recostado sobre él71.
70
Ibid., p. 115.
71
Ibid., p. 206.
280 nuevos mundos, mismos universos
Los hechos estaban lo bastante probados como para que los jueces, conforme
a la vieja inhibición del poder en materia de honra y linaje, se dirigieran al
marido ofendido. «¿Qué quiere este?». Contesta de forma lacónica:
Que no tiene que procurar más que la justicia, que en lo que resultare [del
sucedido] hará esta real audiencia. Con la consideración que se debe a la gra-
vedad de tan atroz y exorbitante delito y las circunstancias de la cuya causa
aquí por agora, por lo que así toca no quiere pedir ni pide cosa alguna72.
No pedía nada, pero sí que siguiera la justicia. Se tendría, por tanto, que abrir
una querella de oficio, con el riesgo para la justicia real de interferir con el honor
de un hombre y la honra de dos familias. Quizá se podría remediar si se califica-
ban los delitos de otra forma: los culpados serían acusados, de oficio, «en cuanto
derecho hubiere lugar, ansi en el negocio principal como en el rapto y quebran-
tamiento de la casa y palacio real»73. Notamos sin sorpresa que, «por pudor», no
se menciona cuál es el «negocio principal». En cuanto al rapto de doña Catalina
por Juan de Mesa y sus cómplices, es una presentación de lo ocurrido bastante
artificiosa. Y si Mesa penetró en el palacio, es cierto que cometió una infracción,
aunque no merecedora de tantas muertes. Los procuradores, después de negar de
forma más o menos torpe la participación de sus partes en los diferentes delitos,
de alegar su juventud e inocencia, presentaron la misma defensa, que se trataba de
una querella que sólo se podía llevar entre partes, de ninguna manera de oficio, y
el marido don Alonso no podía dejar la justicia en manos del fiscal del rey, el cual
«no puede pedir cosa alguna en semejantes casos, sino la parte interesada»74. Note-
mos el mismo retraimiento del vocabulario: ¿Cuáles eran los «semejantes casos»?
Avanzamos hacia el mes de julio. Como cada año, estaba a punto de partir
el galeón con destino a Acapulco llevando la correspondencia oficial destinada
a México y, sobre todo, Madrid. Esta vez se añadió copia de la causa hasta el
punto alcanzado entonces, la notificación hecha a los defensores de presentar
sus pruebas y testigos en el término de dos días. Nunca sabremos si lo hicie-
ron, ni si se llegó a la sentencia. En realidad, fuera de la vindicta personal del
gobernador —que, además, podía tomar otros caminos más directos—, no
había mucho interés en perseguir a unos personajes sin relieve. Es cierto que
formalismo y legalismo eran argumentos lo bastante fuertes en sí. Además, con
un poco de sadismo —espero que se nos permita salir brevemente de nuestro
rol de historiador neutro—, en julio de 1621, cuando ya habían hecho sus
confesiones a la justicia y ya nada podían añadir, fueron sometidos a tortura
dos de los esclavos de Juan de Mesa, porque tales personas «se deben con-
forme a derecho ratificar con tortura»75. Dos meses después de los hechos,
el drama de la calle Santa Potenciana seguía dejando sus centelleos de dolor.
72
Ibid., p. 153.
73
Ibid., p. 154.
74
Ibid., p. 179.
75
Ibid., p. 203.
médicos de su honra 281
Parece que este título es una frase sacada de alguna novela folletinesca del
siglo xix. Aceptamos esta apreciación. Reconocemos que, a lo largo de este
episodio, a imitación de muchas partes del Discurso de mi vida del capitán
Alonso de Contreras, nos hemos codeado con la ficción, no en los hechos
—pues tienen consistencia histórica—, pero sí en nuestra forma de interpre-
tarlos y en su presentación, siguiendo hasta cierto punto el proceder del propio
capitán. A lo largo de este capítulo vivimos —gracias a la magia de la escri-
tura— en un universo encantado, aunque muchas veces de pesadilla, pero
siempre emocionante, conmovedor.
Entre nuestras vidas de soldados hay otra experiencia de esa índole para
medir esa realidad en su amplitud. El joven toledano don Diego Duque de
Estrada —entonces de diecinueve años—, hacia 1608, regresó después de una
estancia de varios años en la corte. Había vivido en Toledo con su familia
y, sobre todo, con doña Isabel, con la que tuvo desde siempre una relación
ambigua, «a la cual desde mi tierna edad amé sobre todas las hermosuras
humanas», pues eran «hermanos injertos en amantes»76. En concreto, era hija del
supuesto tutor del joven toledano, pero había que esperar la boda. Mientras,
el demonio aventurero volvió a estimular a Diego, que se propuso participar
en una expedición a África.
Antes de irse quiso pasar por Toledo, donde el amor lo llamaba. Y llegó en
una oscura noche de noviembre. Entró en el jardín de la casa de la familia por
«una puerta falsa», pasó bajo un balcón y le dio «en la cara una cuerda»77. Los
sentimientos más contrarios alteraron al joven, se sucedían como olas: «Aquí
empieza la turbación, el dudar, los recelos, el erizamiento de cabellos y la per-
plejidad, convirtiéndolo todo el natural valor en resolución». Fue una mezcla
de fisiología y psicología, de la cual el dueño —como se puede suponer— era el
corazón: «La sangre acude (en tales casos) al corazón, rey del hombre y gobierno
de sus miembros». Esto fue lo que desencadenó reacciones tan diversas como
aprehensión y después determinación. Recalquemos la metáfora organicista
invertida, con el órgano que se regía como un gobierno. Arte de escribir o arte
de la memoria. En aquel instante, la pluma de Diego abandonó el tiempo pasado
y se puso al presente. Como para Contreras, vivir de nuevo esos instantes, los
más terribles de su vida (ciertamente los más determinantes), fue una prueba
aterradora: «He dejado más de cuatro [veces] la pluma para no escribirlo»78.
Por tanto, una vez escalada la pared, alcanzó el balcón y, entonces, el intruso
lo atacó. Se defendió con espada, daga y broquel. Hirió al adversario, y caído en
el suelo este lo reconoció y dijo ser uno de sus amigos. Sin embargo, Diego lo
ultimó. Y falta aún rematar la tragedia: entró en la recámara, y como sostuvo,
76
Duque de Estrada, Comentarios del desengañado de sí mismo, p. 98.
77
Ibid., p. 101.
78
Ibid., p. 102.
282 nuevos mundos, mismos universos
79
Ibid., p. 103.
80
Un historiador tan riguroso como Tomás y Valiente lo tomó en cuenta en su ensayo sobre
la tortura.
81
Memorable suceso que este año.
médicos de su honra 283
Caso, desde luego, extraordinario —pero desde el punto de vista jurídico acep-
table—; y, lo que es más importante, cuando nos enteramos de que, en un primer
momento, el cadalso se quemó sin razón aparente, lo cual fue, sin duda, una lla-
mada de atención de la Providencia, y se volvió a levantar otro tablado.
Mientras el esposo se estaba preparando psicológicamente «rodeado de muchas
personas graves, así eclesiásticas, como seglares, persuadiéndole y rogándole
apretadísimamente perdonase a su mujer». Con todo esto, el marido se mantuvo
como una «panthera onça», «lleno de furor y rabia, no daba lugar a nada desto,
dando por respuesta que quien le restauraría su honra a lo cual no se le podía
responder razón que equivaliese». En efecto, en la pesa que entonces medía los
actos humanos, nada podía equilibrar el honor, salvo vidas humanas, «pues si
no era vengándose en su mujer, de otro modo no la podía alcanzar», sentencia
el autor de la relación.
El viernes por la mañana llegó, «con un mundo de gente por las calles, plaza,
ventanas y terrados». Salieron de la cárcel los dos condenados, rodeados como
de costumbre por padres de la Compañía, que los encaminaron hacia la dicha
eterna. Llegó, de la misma manera escoltado, el marido, tan solo con francisca-
nos que eran más de veinte a su alrededor, «acompañados con un devotísimo
Christo». Todo esto no fue suficiente, en apariencia, para ablandar al justiciero,
ni tampoco la vista de su esposa, la cual se arrastraba a sus pies. Este espec-
táculo duró una hora. Las súplicas de unos y otros colmaron el corazón del
hombre, que al final, a la vista de toda la ciudad, demuestra ser dueño de la vida
y muerte de los culpables. «Al fin perdonó a estos».
La relación impresa es un papel muy edificante, ¿verosímil? Una realidad
histórica lo sostiene: se escribió, publicó, voceó y leyó, y esto encierra varios
mensajes. En esa primera mitad del siglo xvii, el castigo feroz del adulterio
femenino estaba a la orden del día; y, más aún, se vendía. Aparte del propósito
mercantil, ¿qué otra meta quiso alcanzar el autor anónimo? Su conclusión es
superficial, e incluso descuidada, como que los culpables se enmendarán, «acor-
dándose del miserable trance en que se vieron». Muchas otras circunstancias
podían llevar al arrepentimiento. Pero ¿se trata de estigmatizar el adulterio?
¡Entonces por qué perdonar in fine! Las enseñanzas estaban en otra parte y se
pueden repartir entre varias sentencias, como que el honor estaba por encima
de todo. Con este postulado, el hombre podía disponer de la vida de quien se lo
manchó. Sin embargo, había una senda que permitía escapar a esta fatalidad y
no era el perdón cristiano —como podría pensar un lector apresurado—, sino
la afirmación pública de la potestad, recobrada por el esposo, que deshacía el
nudo que apretaba los destinos hasta los límites de la muerte. Aquí era necesa-
rio exponer esta fuerza restaurada, que surgía de la humillación absoluta de los
culpables sobre un cadalso durante una hora entera y a la vista de todos.
Las tragedias y dramas teatrales se jugaban sobre otros tablados con pesas
y cordeles mucho más sutiles, los cuales nos llevan a relacionarlos con las cir-
cunstancias en las que estaban inmersos nuestros héroes. La relación entre
doña Catalina y Juan, así como la que se estableció entre Alonso y la viuda del
284 nuevos mundos, mismos universos
82
Lope de Vega Carpio, El acero de Madrid, v. 100 sqq.
83
Ibid., vv. 560-566.
84
Ibid., v. 279.
85
Ibid., vv. 283-284.
86
En 1636, escribe A secreto agravio, secreta venganza y, en 1637, El médico de su honra y El
mayor monstruo del mundo; vuelve sobre el tema en 1650 con El pintor de su honra.
médicos de su honra 285
de lo que esa sociedad estaba dispuesta a dar a la honra, esta misma nutrida de
virtud y sacrificio. Cuando doña Mencía afirma «yo soy quien soy», significa
que esa tensión perpetua nace del interior:
Y así mi honor en sí mismo
se acrisola, cuando llego
a vencerme87.
Este cierre abre un abismo de dudas —sin ironía—: ¿Es don Gutierre un sim-
ple «esclavo del honor» como escribió Menéndez Pelayo, o un celoso patológico
atestado de aristas cortantes, asesinas92? Hay un repudio velado por parte del
87
Calderón de la Barca, El médico de su honra, vv. 149-151.
88
Ibid., vv. 2195-2196.
89
Id., El alcalde de Zalamea, vv. 874-875 y 1833.
90
Id., El médico de su honra, vv. 1019-1020.
91
Ibid., vv. 2946-2948.
92
Sobre los múltiples —y contradictorios— pareceres sobre la tragedia y sus personajes, véase
la introducción de Jesús Pérez Magallón en ibid.
286 nuevos mundos, mismos universos
93
Ibid., vv. 2873-2874.
94
Sobre una posible crítica social por parte de Calderón, véase Austin O’Connor, 1982.
DESPEDIDA
1
Hespanha Botelho, 1989, p. 442.
2
Levisi, 1984, pp. 190-192.
3
Para Levisi, la principal duda frente a esa vida es saber si se trata de una «obra de buena fe, sólo
movida por la ingenuidad o la ignorancia, o debemos vérnoslas con un oportunista que desea sacar
todo el partido económico posible de la Iglesia» (ibid., 1984, p. 34). ¿Y por qué no las dos perspectivas?
288 despedida
De los siete no hay más que tres auténticos soldados, Toral, Contreras y
Suárez. Duque de Estrada y Castro sólo lo fueron episódicamente, enredado
uno con su ego, el otro en asuntos de faldas y de servidumbre de grandes
personajes. Hasta se puede decir que los cautivos Galán y Pasamonte sir-
vieron más al turco que al rey de España. Si recordamos que antes de los
cuarenta años Toral ya se considera jubilado, que Contreras pasó buena
parte de la década de 1620 recorriendo los pasillos de palacio, y llevando
a la apoplejía o acuchillando a parte de los servidores de la Monarquía,
podremos deducir que en todo esto hay desperdicio —en términos de efi-
ciencia militar—, inestabilidad, falta de un proyecto construido; es decir,
cierta voluntad de medrar no es garantía de firmeza, aunque sí de frustra-
ciones. Aquí está el mayor punto de convergencia entre ellos: el soberano
les debe, y esto es una de las principales razones por la cual escriben, cons-
cientes o no, terapia y reivindicación a la vez. Más aún, algo de estos rasgos
los comparten —hasta de ahí proceden— con el Estado moderno, todavía
joven, hasta en gestación, mal acotado, sin una debida asociación fructífera
entre reflexión y pragmatismo, y menos absoluto de lo que se le pinta, pero
¿quién puede dominar la complejidad de una operación militar y marítima
lanzada en la inmensidad oceánica y dependiendo de la fortuna de mar,
hacia 1613-1619? Podríamos retomar la expresión de António M. Hespanha:
«la sociedad “sin Estado” de los siglos xvi y xvii» 4 .
Los estilistas de la lengua afirman que esos soldados escriben mal. He
leído los mismos textos, soy tan mal escritor como esos soldados, o peor,
por lo tanto incapaz de juzgar. Lo cierto es que no comparto tales aprecia-
ciones. Es posible que falte estilo, vocabulario, oficio, pero sobra recreación,
aliento, espontaneidad: vigor en una palabra. En el más criticado de todos
ellos, Miguel de Castro, encontramos el sello de la mayor autenticidad y
frescura; por lo demás ¿cómo un muchacho de unos veinte años se pudo
constreñir a escribir semejante mamotreto? ¿Fue un largo y sentido acto
de contrición, al salir de una adolescencia atormentada, llena de ingrati-
tud, de aventuras amorosas, de robos, hasta de crímenes? Pensamos que
nos ofrece un acceso privilegiado, lleno de enseñanzas, a ese hombre del
siglo xvii que a veces quisiéramos ser durante unos breves instantes; y,
eso, a través de sus torpezas, villanías, mentiras, desenfrenos y arrepen-
timientos. ¿A dónde nos lleva esto? Al encuentro con una cultura donde
la oralidad es dominante, aunque no absoluta 5, puesto que esos hombres
manuales, que arrastran sus espadas y broqueles a través de la geografía
del Imperio, sean capaces de llenar cuadernos enteros —sin perderlos—,
a principios del siglo xvii, con cierta naturalidad, es un fenómeno que se
debe valorar. Ya lo hizo Ortega y Gasset en su tiempo.
4
Hespanha Botelho, 1993, p. 210.
5
Hasta las paredes podían testimoniar de la presencia de la escritura, véase Castillo Gómez,
2005, pp. 33-50.
despedida 289
¿Qué escriben, en medio de ese acto voluntario, ya que nadie les pidió
nada y las obras quedaron inéditas 6? Vidas, hoy diríamos autobiografías, de
ninguna manera memorias para servir a la ilustración de su tiempo. Y aquí
debemos de retomar una vieja querella, que remonta a la década de 1920
—incluso mucho antes—, y resurge en los setenta. En 1926, el francófilo
Ortega y Gasset escribió: «Francia es el país donde se han escrito siempre
más memorias; España, el país en que menos»7. ¿Es esto lo mismo que escri-
bió más tarde, en 1974, Philippe Lejeune, cuando afirmó que los franceses,
detrás de Rousseau, estaban «dotados para la autobiografía», y se olvidó
por completo de España? Con acritud le contestó de inmediato Randolph
D. Pope8. En realidad, vidas y autobiografías son equivalentes, y Pope tiene
razón cuando critica a Philippe Lejeune. Pero no es tan simple en el caso de
Ortega y Gasset, ya que este emplea memorias dentro del contexto francés.
Y aquí la pregunta: ¿en el siglo xvii podemos equiparar las vidas españolas
y las memorias francesas? Pensamos que, por lo menos, hay matices. Aun-
que nuestros soldados no practiquen la introspección, producen discursos
autocentrados, hasta la egolatría como Duque de Estrada, narraciones de
vidas, es decir auténticas autobiografías, aunque sin la profundidad rous-
seauniana. Y podemos devolver a Lejeune el cambio de su moneda, pues
en el siglo xvii, cuando los franceses escriben en primera persona, lo hacen
como memorialistas, y cuando se trata de personajes de primera impor-
tancia es evidente9, pero también si son de menor rango10. Y, en cuanto a
Francia, cuando se trata de autobiografías de soldados, como la de D’Artag-
nan, son apócrifas11. Hay excepciones, pero no nos desmienten: el mariscal
de Bassompierre (1579-1640) pasó sus doce años en prisión escribiendo sus
memorias, pero en sus recuerdos mezcla vivencias personales con eventos
políticos de primera importancia, de los cuales fue actor o espectador, y por
eso se publicaron repetidas veces desde el xvii12.
Esto merece reflexión, ya Ortega y Gasset adelantó una hipótesis: «La
cosecha de memorias en cada país depende de la alegría de vivir que sienta
[…] ¡No puede extrañar la escasez de memorias y novelas si se repara que
el español siente la vida como un universal dolor de muelas!»13. Tal vez,
pero qué tal la picaresca. Tratemos de aclararlo como historiadores. En esa
primera mitad del siglo xvii, los dos países conocen coyunturas opuestas,
que podían incitar a España a cierto repliegue, a «confesiones» individuales,
6
Sin duda esto significa una victoria del escrito o, por lo menos, del manuscrito.
7
Estévez Regidor, 2013, p. 13. Retoma lo esencial del artículo de Cavallé, 1986.
8
Pope, 1974, p. 1.
9
Como Retz, Œuvres, o el mismo Louis XIV, Mémoires pour l’instruction du Dauphin que,
por supuesto, escribieron otros, pero bajo su control.
10
Choisy, Mémoires pour servir à l'histoire de Louis XIV. Hasta el título es revelador.
11
Obra de Gatien de Courtilz de Sandras, publicada en 1700.
12
Véase Bondois, 1925, pp. 442-443.
13
Estévez Regidor, 2013, p. 13.
290 despedida
14
Este es un tema para desarrollar, aunque la diferencia de fuentes y metodologías entre
los dos países dificulte toda comparación. En el caso francés se sabe que el nivel general de
«analfabetismo», es decir, no saber firmar, supera el 80 %, con grandes disparidades. En
las sociedades hispanas, productos de (re)conquistas, el nivel de los dominantes —viejos
cristianos, conquistadores y demás beneméritos—, aquí se incluyen nuestros soldados con
toda su humildad, era superior. Para el caso francés, véase Furet, Ozouf (eds.), 1977; tam-
bién Goubert, Roche, 1991, t. II, pp. 201-206. Para el caso español, se dispone sobre todo
de indicios (véase el cap. ii de este libro), entre ellos estas mismas vidas de soldados. Para
ampliar las fuentes, véase Larquié, 1981, pp. 132-157.
15
Lendon, 2006.
16
La traducción hoy más accesible es The book of contemplation (se le han dado varios títulos).
Si se quiere otro ejemplo, aún más prestigioso, disponemos de la autobiografía de Ibn Jaldún,
Introducción a la historia universal, pp. 31-88.
17
Contreras, Discurso de mi vida, p. 194.
despedida 291
Europa hacia las tierras y las riquezas de las Indias de Castilla. Pero note-
mos que para estos soldados el principal imán sigue siendo el Mediterráneo
y, tal vez, también para la Monarquía18.
Estas son las referencias esenciales, pero nuestros soldados se cruzaron
—tal vez se conocieron— en muchos otros puntos dentro y fuera del Imperio;
conocieron a los mismos personajes, también nudos de conformación dentro
de la Monarquía. El príncipe Filiberto, entre Sevilla y Palermo, el general y
gobernador Alonso Fajardo, entre Cádiz y Manila, el marqués de Cadereyta,
entre Roma y México. Y enfaticemos la presencia de Roma, centro religioso,
apéndice humano, si no político, del Imperio, desde La lozana andaluza hasta
Estebanillo González —el alfa y el omega de la picaresca—, que vio pasar casi
todos nuestros soldados, en busca de aventuras o como solicitantes. Con todo
esto, la Monarquía Hispánica se percibe como una gigantesca red, articulada,
estructurada a partir de centros y de personajes que atraen y orientan los flujos.
Esto con una visión a gran distancia, en el que el sistema parece viable,
con las adecuaciones necesarias para responder al desafío fundamental de
la distancia-tiempo: por lo menos un año y medio en un ir y venir entre
Madrid y México, más del doble si se trata de Chile o Filipinas. Pero detrás
del manejo de los papeles está el de los hombres, que es el de nuestros solda-
dos. Ya hemos comentado su desgaste, ineficiencia y hasta irresponsabilidad
y crueldad, pues tratamos de ser objetivo hasta donde podemos. Y es que la
maquinaria es rígida, no ha integrado en sus parámetros todas las exigencias
del material humano: bienestar, o por lo menos supervivencia, libre arbitrio
(pensamos en los marinos atrapados en las flotas de 1616-1617 y 1619), algo de
vida familiar; y el derecho de gentes de Grocio todavía incipiente, «el proceso
de civilización» en progreso. El rey, como hombre, podía decirse preocupado.
La máquina, el Estado moderno en ciernes, sin verdaderos frenos ni límites
fijados, arrasaba con todo. Aunque aquí debemos introducir algún matiz: el
propio Leviatán —o los hombres que lo sirven— llegaba a espantarse (o aver-
gonzarse) de su propia inclemencia y de las respuestas posibles a sus excesos
y crueldad19. Por lo demás, se vivía entonces en un contexto en el cual la
violencia era rutinaria, casi formaba parte de la normalidad 20. Sin olvidar
que la principal motivación de ese ente con perspectivas casi planetarias es
juntar dineros y medios —humanos u otros— para hacer la guerra 21. Y aquí
podríamos revertir la cita anterior de Hespanha: ¿estamos frente a un Estado
sin sociedad?, o por lo menos sin una visión responsable, asumida de ella.
18
Y, para otros, entre 1480 y 1609 los libros publicados en Francia y dedicados al Imperio turco
duplican los que interesan América, citado por Cipolla, 2017, p. 91.
19
Véase la carta que escribe desde Laredo Diego de Guzmán en 1616, sobre la recluta de mari-
neros, en el cap. iv.
20
Véase Clavero, 1991, cap. i: «Razón de Estado, razón de individuo»: «razón de estado
resulta poder de provocar muerte», p. 21. Aunque algo alejado de nuestro ámbito, es sugerente
Quéniart, 1993, sobre todo, el cap. iv: «La violence de l’État».
21
Reinhard, 1996, p. 25.
292 despedida
22
Hay aquí una diferencia con el miles francés, véase Contamine, 1986.
23
Cuando Contreras se entrevista con Felipe IV, este es aún adolescente (Contreras, Discurso
de mi vida, pp. 215-216).
24
Por ejemplo, en Nápoles en 1647, en México en 1692.
25
Ibid., pp. 159-161.
despedida 293
encantado, perdido en sí mismo, que pintó Velázquez por última vez26. De los
siete soldados, el único que logró mejorar notablemente su condición gracias
a las armas fue precisamente Contreras. Los demás lo pasaron más mal que
bien, según los casos: algunos lograron estabilizarse gracias a sus familias,
Suárez, Galán, y, con sobresaltos, Pasamonte. Las circunstancias de Duque de
Estrada son otras, ya que tenía más de cortesano que de militar, y por ahí se le
abrió el camino a prelado.
¿Cómo puedo atreverme a mezclar unos magros destinos individuales con
Felipe, el Rey-Planeta y las inmensidades de su Imperio? En realidad esto no es
responsabilidad mía, sino que así lo quiso Clío, o por lo menos la Clío de la cual
soy su humilde servidor. Sus reglas proceden tanto del sentir como de la razón.
Y pienso que así también actuaron, lo mismo Alonso de Contreras, que Miguel
de Castro, que Catalina Zambrano, para quedarme con los seres que aún, por
las noches, me visitan.
26
Se trata del retrato de los años 1653-1655, que por lo demás se presta a múltiples y contrarias
interpretaciones.
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
FUENTES
DOCUMENTOS DE ARCHIVO
Contratación: 816; 829; 829, fo 2r; 966, N. 2, R. 2; 966, N. 2, R. 2, fo 13; 5410,
N. 20; 5422, N. 31; 5356, N. 34; 5375, N. 2.
Filipinas: 1, N. 134; 7, R. 5, N. 57; 7, R. 5, N. 63; 7, R. 5, N. 64; 7, R. 5, N. 67;
8, R. 3, N. 104; 18A, R. 7, N. 49; 20, R. 13, N. 84; 20, R. 13, N. 94; 20, R. 19,
N. 123; 22, N. 7, N. 29; 27, N. 107; 36, N. 77; 37, N. 19; 37, N. 20; 38, N. 7; 38,
N. 54; 39, N. 26; 199, N. 7; 200, N. 1; 200, N. 2, fos 20-31 y 32r; 200, N. 12; 200,
N. 16; 200, N. 21; 200, N. 24; 200, N. 31; 200, N. 33; 200, N. 35; 200, N. 34,
N. 42 y N. 43; 200, N. 46; 200, N. 52; 200, N. 54; 200, N. 62 y N. 62, fos 232-
233; 200, N. 64; 200, N. 71; 200, N. 78; 200, N. 80; 200, N. 84; 200 N. 87; 200,
N. 88; 200, N. 89; 200, N. 90 y N. 102; 200, N. 107; 200 N. 116; 200, N. 118;
200, N. 124, 126 y 127; 200, N. 128; 200, N. 132; 200, N. 138; 200, N. 139;
200, N. 140, fos 476-477; 200, N. 141; 200, N. 142, fos 484r-485r; 200, N. 146;
200, N. 148; 200, N. 150; 200, N. 151; 200, N. 153; 200, N. 154; 200, N. 160;
200, N. 162; 200, N. 166, fos 579r-607r; 200, N. 168; 200, N. 171; 200, N. 172;
200, N. 174; 200, N. 175; 200, N. 177; 200, N. 178; 200, N. 179; 200, N. 180;
200, N. 191; 200, N. 195; 200, N. 199; 200, N. 205; 200, N. 206; 200, N. 211;
200, N. 214; 200, N. 223; 200, N. 232 y N. 234; 200, N. 235 y N. 238; 200,
N. 239; 200, N. 255; 200, N. 284; 329, L. 2, fos 118v-120r, 171v-172v, 188v-193r,
284-287, 313v-315r, 320v-329r, sobre todo 324-325, 337 y 338v-339r; 340, L. 3,
fos 234r-235r; 350 s. f.; 390, N. 18.
Guadalajara: 28, R. 2, N. 9; 49, N. 6; 138; 230, L. 3.
Indiferente general: 111, N. 144; 116, N. 34; 119, N. 89; 120, N. 72; 421, L. 12, fos 68r-
69v; 449, L. A2, fo 148; 451, L. A11; 452, L. A12, fos 203v-204v y 211v-212v; 453,
L. A. 18, fos97v-100v; 454, L. A21; 454, L. A23, fos 87-88; 161, N. 86.
Mapas y planos: México, 57 y 57bis.
298 fuentes
México: 23, N. 52; 26, N. 406; 27, N. 67; 29 N. 27; 29, N. 44; 30, N. 13; 30, N. 14;
30, N. 32; 30, N. 36; 31, N. 28; 29, N. 44; 31, N. 40, fo 3; 31, N. 49; 33, L. 2; 34,
N. 21; 35, N. 13; 35, N. 15; 35, N. 25; 48, R. 1, N. 43.
Panamá: 16, R. 2, N. 22, fo 9 v; 229, L. 3, fos 94v-95r.
Patronato: 263, N. 1, R. 11; 788, N. 2, R. 4.
Santo Domingo: 869, leg. 7, fos 36r-38r y fos 38-50.
Archivo Histórico de Hacienda (1.a serie), 24955/vol. 1135; vol. 278, exp. 7;
vol. 472, exp. 37; vol. 472, exp. 79.
Casa de Moneda, vol. 429, exp. 1.
Indiferente general, sección criminal, c. 1458, exp. 14.
Indiferente virreinal, cárceles y presidios, c. 6716, exp. 75.
Jesuitas, vol. 1-14, exp. 112.
Misiones, vol. 25; vol. 26, exp. 63.
Reales Cédulas [duplicadas], vol. 11, exp. 498; vol. 11, exps. 568 y 611; vol. 16,
exp. 120; vol. 18, exp. 4; vol. 49, exp. 136; vol. D-49, exp. 306; vol. D-49,
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Aguado, Juan: 275 Berganza Preciado, Diego de: 192
Águila, Vicente del, padre: 198 Bobadilla, Diego de: 234-235, 253-254
Álamos de Barrientos, Baltasar: 35-36 Bolena, Ana: 276
Alba, duque de: 218 Boot, Adrian: 208-209
Alba de Liste, conde de (Luis Enríquez y Guzmán): Borgia, César: 24
65, 219 Borgoña, duques de: 52
Alberto, archiduque: 18, 138 Borja, Íñigo de: 53
Alburquerque, duque de (Francisco Fernández Botero, Giovanni: 93
de la Cueva): 220 Boucher, François: 67
Alcázar, Esteban de: 275 Bovary, Charles: 270
Alegre, Francisco Javier, padre: 195 Bovary, Emma: 269
Alejandro Magno: 239, 242 Brueghel, Pieter (el Viejo): 67
Alemán, Mateo: 35, 52, 158 Buckingham, duque de: 81-82
Alfarache, Guzmán de: 18, 32, 35 Bustamante, Francisco de: 165, 185-192, 197, 199
Alighieri, Dante: 276
Álvarez, Hernando: 162 Cadereyta, marqués de (Lope Díez de Aux y
Andrés Ayala, fray: 180 Armendáriz): 5, 159-160, 184, 189-192, 198,
Anguiz, Antonio Juan de: 182-183 210-213, 216-217, 219-221, 234, 240-243, 245,
Antonelli, Bautista: 207, 209 247-248, 251, 256, 291
Antonio de la Llave, fray: 92, 148-150 Calderón, Rodrigo: 222, 232, 234, 236, 292
Apeles: 79 Calderón de la Barca, Pedro: 8, 13-14, 51, 262,
Aramburu, Andrés de: 219-220 273, 284-285
Aretino, Pietro: 31 Callot, Jacques: 13-14, 46
Ariadna (personaje mitológico): 97 Campanela, Tomasso: 61
Atondo y Antillón, Isidro de: 182 Cañas, Francisco de: 42, 65-66, 68
Augusto: 276-277 Cárdenas, Andrés de: 186
Avendaño, Pedro de: 109 Carlos V: 24, 29, 79, 215
Carrasco Girón, Andrés: 258, 275
Bacon, Enrique: 127, 138 Carrillo, Fernando: 99, 108, 110, 119-121, 124-126,
Balbuena, Bernardo de: 211 145, 147-148, 158
Baños, conde de (Juan de Leyva de la Cerda): 219 Casas, Bartolomé de las: 243
Bañuelos y Carrillo, Jerónimo de: 234, 239, Castaño, Martín: 92
255-256 Castrejón, Francisco: 203, 219
Bassompierre, François de: 289 Castrillo, conde de (García Avellaneda y Haro):
Bazán, Hernando: 162 254, 256
Belisa: 284 Castro, Miguel de: 1, 6, 8, 9, 26, 29, 33-34, 36-37,
Beltrán de Guzmán, Nuño: 160, 253 40-43, 47-48, 50-53, 58-62, 64-69, 72, 75, 287-
Benavente, conde de: 38, 42, 59-60, 65, 75 288, 290, 292-293
320 índice onomástico
Castro Lisón, Diego de: 119, 121, 146, 153, 263, Enrique VIII de Inglaterra: 276
278-279 Enríquez de Guzmán, Alonso: 36
Cavendish, Thomas: 102 Escalona, duque de (Diego López Pacheco Cabrera
Cecil, Edward: 82 y Bobadilla): 213, 219, 220-221, 224
Cellini, Benvenuto: 37, 40-42 Escobedo, Catalina de: 265, 274
Centeno, Diego: 75 Estrella, Juan Antonio, padre: 182-183
Cepeda, Fernando de: 234, 240
Cerralbo, marqués de: 183, 188-189, 209, 211-214, Fajardo (familia): 116, 275
216-217 Fajardo, Juan: 65, 113, 116-117, 198
Cervantes Saavedra, Miguel de: 2, 7, 26, 44-45, Fajardo, Luis: 112-113, 116
48, 158, 229, 231, 253 Fajardo de Tenza, Alonso: 6, 84, 112-113, 115-119,
Chaburru, Antonio de: 172 121, 123, 125-126, 129, 132-133, 137, 144-146, 228,
Chatillon, mariscal de: 233 258-261, 263-266, 270-272, 274-275, 279, 282, 291
Claramonte, conde de: 59 Faria, Francisco Xavier, padre: 197
Clèves, princesa de: 269 Felipe II: 88, 91, 119, 214, 241
Clèves, príncipe de: 270 Felipe III: 5, 20, 59, 64, 114, 118, 120, 140, 147, 152-
Colindres, Nufio de: 217, 219 153, 214, 217, 234
Colón, Cristóbal: 194 Felipe IV: 67, 115, 216-217, 233, 273, 293
Concepción, Juan de la: 91 Fernández Aparicio, Juan: 277-278
Contreras, Alonso de: 1, 2, 4-9, 15-20, 22-23, 26-30, Fernandina, duque de la: 146
32-34, 36-37, 40-41, 45, 47-48, 50-67, 69, 71, 73-75, Fernando de Austria, Cardenal-Infante: 16, 41, 233
80-81, 83-84, 99, 110-119, 121, 125-126, 132, 144- Fernando de Moraga, fray: 91, 147-148, 150-152
147, 149, 151-152, 158-160, 162, 168-169, 171-173, Filiberto de Saboya, príncipe: 5, 55, 59, 70, 84,
175, 181, 184-185, 189-192, 194, 197-202, 204, 210, 106, 113, 115, 117-118, 144-145, 152, 291
213-214, 216-224, 227, 229, 233-242, 244, 246-250, Florencia, duque de (Cosme de Medici): 37
252-254, 258-263, 268, 270-271, 273, 275-276, 281- Francisco I de Francia: 40
282, 284, 287-288, 290, 292-293 Francisco Gil, fray: 180
Contreras y Ribera, Francisco de: 121, 222 Franco y Luna, Alonso: 199
Cortés, Hernán: 24, 204 Frías, duque de: 70
Covarrubias, Sebastián de: 49 Fuentes, conde de: 72
Crestín de Castilla, Juan Alfonso: 216
Cristina de Suecia: 30 Galán, Diego: 36, 43, 49, 53, 58, 62-63, 68, 70,
Cuéllar, Melchor: 98 73-74, 287-288, 292-293
Cuervo de Valdés, Francisco: 184 García de Nodal, Bartolomé y Gonzalo (hermanos):
102, 106
D’Artagnan (Charles de Batz): 289 García de Paredes, Diego: 36, 157
Dávalos, Melchor: 278 Gelves, marqués de (Diego Carrillo de Mendoza y
David: 30 Pimentel): 210
Da Vinci, Leonardo: 40 Girón, Fernando: 72
Descartes, René: 25 Góngora, Luis de: 16
Díaz, Diego: 234 González, Estebanillo: 27, 37, 40, 42, 53, 59, 291
Díaz del Castillo, Bernal: 204 González, Francisco: 259-260, 263-264, 278-279
Diego de Chaves, fray: 91 González, Juan: 232
Diego el Mulato: 247 González, Rodrigo: 141
Domingo de Jesús María, fray: 236 González de Sequeira, Ruy: 79, 111, 139-140,
Domínguez Ortiz, Antonio: 97 142-143
Dongo, Fabricio del: 249 Gracián, Baltasar: 76
Doña Francisca: 58 Grocio, Hugo: 233, 291
Drake, Francis: 102, 218 Guadalcázar, marqués de (Diego Fernández de
Duarte Fernández, Martín: 216-217, 219 Córdova): 180, 208
Duque de Estrada y Leiva, Diego: 1, 4, 7-9, 22, Gustavo Adolfo de Suecia: 43, 47
29-30, 32-34, 36, 40-41, 43, 47, 49, 52-54, 58-62, Gutierre: 284-285
64-68, 70, 72, 74-76, 106, 281-282, 287-290, 292-293 Guzmán, Alonso de: 216
Pasamonte, Jerónimo de: 6-9, 26, 29-30, 32-34, 36, San Juan de la Cruz: 26
40, 42-43, 49-54, 58, 61-62, 64, 66, 71, 73-74, 158, Santa Cruz, marqués de: 118, 218
238, 287-288, 292-293 Santos de Saldaña, Julián: 231-232
Pascal, Blaise: 24, 30 Schouten, Cornelio: 106
Pastraña, Gabriel de: 243 Segismundo: 262
Paz y Meliá, Antonio: 66-67 Semple, Guillermo: 83
Peralta y Mendoza, Juan de: 192 Séneca: 28
Perea, Pedro de: 181, 188-189, 199 Sforza, Ludovico, el Moro: 24
Pérez, Gonzalo: 259, 265, 274 Shakespeare, William: 260
Pérez, Martín, padre: 180 Shirley (hermanos): 87
Pérez das Mariñas, Gómez: 90 Sigüenza y Góngora, Carlos de: 242
Pérez de Rivas, Andrés, padre: 180 Soberanes, Tomás de: 162, 168
Piccolomini, Octavio, duque de Amalfi: 41 Solimán de Catania: 19, 63, 238
Pizarro, Francisco: 24 Solís Pina y Mendoza, Fernando de: 214, 219
Ptolomeo, Claudio: 79 Solórzano Pereira, Juan de: 254-256
Sotomayor, Rafael de: 265, 268-269, 274
Quevedo, Francisco de: 26-27, 36, 73, 151 Spilbergen, Joris van: 87, 102, 105, 127
Quiñones, Pedro de: 234 Stendhal: 227
Suárez de Figueroa: 60
Rabelais, François: 189 Suárez Montañez, Diego: 22, 43, 46, 53, 62, 64,
Racine, Jean: 25 66, 68, 70, 287-288, 290, 292-293
Raleigh, Walter: 20, 84, 115, 158 Suetonio: 187
Ramírez de Arellano, Diego: 83, 106-107, 123, 139
Ramírez de Salazar, Francisco: 183 Tácito, Cornelio: 69
Raspuru, Tomás de la: 136 Tapia, Gonzalo de, padre: 168, 175, 180-181, 195
Ribera, Francisco de: 117 Tejada y Mendoza, Francisco de: 5, 83, 103-105,
Ribera, Martín de: 222 116, 118-127, 129-133, 135-138, 144-146, 152
Rímini, Beatriz de: 260 Teresa de Jesús: 4, 25
Rímini, Francesca de: 276 Thévenot, Melchisedec: 234
Río de Losa, alférez: 186 Tirso de Molina: 61, 73
Río de Losa, Rodrigo del: 161 Tito: 239
Ríos Coronel, Hernando de los: 90-92, 95, 96, Toral y Valdés, Domingo de: 26, 33, 43, 45, 49,
98-99, 101, 103 52-54, 58, 62-65, 67, 69-70, 74, 76, 287-288, 290,
Rivero Rodríguez, Manuel: 54 292
Roa y Contreras, Juana de: 224 Torres Villarroel, Diego de: 26
Rodríguez de Figueroa, Esteban: 278 Transilvania, príncipe de: 64, 70
Rodríguez de la Fuerza, Andrés: 259, 265 Trastámara-Habsburgo (familia): 24
Rodríguez de León, Juan: 240-241 Tudor (familia): 24
Rojas, Francisco de: 222
Rosas de Oquendo, Mateo: 159 Urbina, Sebastián de: 186, 189
Rousseau, Jean-Jacques: 25-26, 41-42, 289 Urdaneta, Andrés de: 82
Roxas, Alonso, padre: 179 Urdanivia, Sancho de: 251
Ruifreire, general: 69 Urdiñola, Francisco de: 161, 180
Ruiz, Antonio: 162, 168, 197
Ruiz de Contreras, Juan: 5, 83, 107, 111, 115, 121- Valladares de Valdelomar, Juan: 37
122, 124-126, 135, 137, 147-152, 222 Valois-Angoulême (familia): 22
Ruiz de la Vega, Luis: 184 Van der Hagen: 102
Vasa (familia): 22
Saavedra Fajardo, Diego: 69 Vega, Juan de: 245
Salazar, Andrés de: 112-113 Vega, Juan de la: 277
Salbago, Francisco: 234 Velasco Altamirano, Nicolás de: 215, 217-218, 220
Salgado de Bocanegra, Pablo: 140 Velasco, Luis de, el Joven: 109-110, 119, 124, 126,
Salvatierra, conde de (García Sarmiento de Soto- 208, 217-218
mayor y Luna): 178, 192, 220, 224 Velasco, Luis de, el Viejo: 218
Samaniego, Francisco de: 242 Velázquez, Diego: 293
Sandoval, Luisa de: 58, 68 Vélez (familia): 270
San Francisco Xavier: 235-237, 240 Vélez, marqués de los: 116, 151
índice onomástico 323
Chaguey: 170 196, 212, 219, 221, 228-230, 233-236, 238, 247,
Chalon-sur-Saône: 62 252-255, 258, 261, 264-265, 290-291
Chen: 105 Flandes: 13, 20, 36, 45-46, 49, 53-54, 63-64, 69-70,
Chiametla: 160, 169 86, 112-113, 116, 126, 151, 153, 185, 189, 210-211,
Chihuahua: 160, 191 217, 219, 221, 228-229, 231-232, 236, 265, 287, 290
Chile: 84, 265, 291 Flandes indianos (Flandes de las Indias): 221, 265
China: 28, 85, 92-94, 99-101, 108, 170, 172, 213, 267 Florencia: 52
Chinapa: 167 Florida: 194, 245-246
Chínipas: 164, 191 Francia: 13-14, 20, 24-25, 28, 32, 40, 52, 74, 207, 232,
Chínipas, valle de: 164 235, 253, 289-290
Cíbola: 164 Franco Condado: 13
Cícladas (archipiélago): 56 Fraumberg: 64
Cochín: 104 Friul: 33
Conil (ensenada): 148-149 Fuenterrabía: 13, 27, 232-233, 241, 248
Constantinopla: 32, 49, 56, 62, 227, 249 Fulano Bernal, cerrajón de: 205
Consuegra: 63
Corbie: 241 Galicia: 134
Córdoba: 20, 132 Gallega (canal): 205
Creta: 27 Génova: 52, 57, 62, 249
Cuba: 245-247 Germania: 64
Cuenca: 231 Gibraltar: 20, 54, 64, 79, 113, 115, 142, 149
Culiacán: 160-161, 169, 253 Goa: 2, 32, 52, 62, 69, 88, 102, 227, 236, 290
Cuzco: 232 Golfo
de Omán: 69
Damasco: 70 Pérsico: 88
Diamante: 81, 113-116, 144, 151 Gomispola: 105
Dunas: 241 Granada: 23, 97-98, 100, 170
Dunkerque: 46, 63 Gran Canaria: 265
Durango: 161, 178, 199, 218 Guadalajara (Nueva Galicia): 253
Guadalajara, obispado de: 65, 253
Écija: 132 Guadiana: 188
Egipto: 56 Guasteca: 99
El Escorial: 27 Guatemala: 110
El Opochi: 168 Guazacualco: 170
Esclusa: 53 Guetaria: 234, 241, 248, 250
España: 6, 8, 13-17, 19, 22, 24-28, 36, 51, 53, 61-64,
68-70, 73-74, 83, 87-88, 91, 93-94, 97, 99-100, Hispania: 290
102-103, 109, 116, 118, 140, 145, 147, 151, 159- Holanda: 86, 115, 247
160, 196, 199, 202, 204, 211-212, 214, 217-219, Honduras: 110
224, 230-234, 241-242, 245-247, 254, 266-267, Hornachos: 20, 71, 236
277, 288-290, 292 Huaynamota: 180
Estepa: 112
Estrecho de India: 28, 54, 65, 70, 86, 88, 102-103, 107, 138-139,
Anián: 102 167, 267, 287
Gibraltar: 123, 127 Indias: 2, 16, 21, 36, 52-53, 62, 64, 84, 93-94, 96-98,
Le Maire (o de San Vicente): 106-109, 136-137 103, 110, 144, 158-160, 204, 210-211, 213-214, 218,
Magallanes: 86, 102, 105-107, 137-139 223-224, 229-231, 233, 235, 243, 254, 265, 267
Malaca: 94, 102-103, 137 de Castilla: 94, 250, 291
Singapur: 92 Occidentales: 2, 7, 52, 93-94, 100, 136, 151, 172,
Europa: 13, 28, 53-54, 58, 62, 85, 93, 103, 120, 160, 200
169, 172, 211, 224, 230-234, 267, 290-292 Orientales: 63, 86, 235
Portuguesas: 64
Faenza: 276 Índico, océano: 88, 94, 102-103, 137, 231
Faro: 136 Inglaterra: 24, 28, 276
Fez: 56 Isla(s)
Filipinas: 4-8, 20, 52, 79-80, 82-96, 98, 100-116, 118- de Andra: 55
123, 125, 130, 135-139, 142-148, 150-153, 158, de Barlovento: 246
índice geográfico 327
Californias: 188 Macan (o Macao): 85, 88-89, 194, 213, 228, 231, 268
de Capul: 87 Madagascar: 104
de Carauja: 70-71 Madrid: 1, 7, 16-21, 27, 32, 37, 58, 62-64, 88, 90-92,
de Cia: 55 97, 102, 105-107, 109, 111-112, 116, 118, 121-122,
de Comoro: 105 124-125, 143-144, 147, 159, 168, 178, 190, 204,
de Curazao: 211 210-211, 216-217, 222, 224, 231-232, 236, 239-241,
de Estampalia (Astipalea): 56 243, 247-248, 255, 262-263, 265, 267, 270, 280,
de Gavias: 205, 207 282, 284, 290-291
de Hebreos: 207 Malabar: 264
de los Ladrones (futuras islas Marianas): 107 Malaca (ciudad): 92, 94, 103-104, 137
La Gallega: 203 Málaga: 45, 63, 149
Lampedusa: 56, 238 Malta: 2, 6, 18-20, 54, 57, 63, 69, 111-112, 227, 239,
de Lobos: 205 261, 290
de Luzón: 99 Manila: 6, 8, 81, 85-95, 99-100, 103, 105, 107-109,
Malucas (o de Molucas): 85-86, 92, 139 112, 153, 170, 192, 202, 218, 227, 228, 231, 235,
Marianas (antes islas de los Ladrones): 107 239-240, 257-258, 260-264, 267, 270, 272, 277-
de Mariveles: 87 278, 282, 284, 286, 291
de Mindanao: 105, 112, 196, 228, 234-240, 252, Mar
255-256 Caribe: 5, 7, 20, 52, 63, 84, 115, 158, 202, 212,
Nieves: 211 221, 230, 240-242, 245-246, 248, 252, 290
de Pájaros: 205 de China: 89, 137, 227
del Poniente: 229, 265 Egeo: 56
Puerto Rico: 66, 84, 211 Mediterráneo: 2, 6-7, 20, 27, 29, 43, 54-55, 57,
de Sacrificios: 205, 213 62-63, 73, 112, 218, 227, 235, 237-239, 244-245,
San Cristóbal: 211 249-250, 265, 291
de San Joan: 105 del Norte: 7, 188, 194, 224, 229, 240
San Lorenzo: 104-105, 107 del Sur: 86, 92, 105, 107, 192, 194, 218, 229, 234,
de San Martín: 211 240
Santa Catalina: 245 Marruecos: 148
Santo Domingo: 245 Mascate: 69-70
de Turro: 55 Mesina: 61
Verde: 205 México (ciudad): 2, 32, 98, 100, 142, 169, 171, 178,
Italia: 7, 13, 18, 27, 30, 50, 52-54, 59, 62-64, 68, 70, 97, 184, 188, 190, 193, 198, 202, 204-205, 211-212, 215,
118-119, 146, 221, 232, 242 217, 219-220, 223-224, 229, 231, 233-235, 240-243,
245, 247, 249-250, 254, 255, 264, 280, 291
Jalpa (presidio): 196 México (territorio): 6, 83, 93, 142, 167, 172, 179, 210,
Jamaica: 27 212, 214, 230, 235, 264
Japón: 28, 85, 88-89, 94, 101, 230-231, 236, 267 Midway: 250
Jasque: 87 Milán: 54, 61, 70, 210, 218-219
Java: 85 Mombasa: 2
Jerusalén: 239 Monasterio de Piedra: 71
Moncayo: 236
Lagos: 136 Monreale: 261
La Habana: 97, 202, 211-212, 243, 245-246, 248 Montaña Blanca: 228, 236
La Mahometa: 2, 20, 48, 57, 238-240, 247 Montesclaros (villa y fuerte): 179, 189-190, 192, 195,
Lanquin: 170 197, 199
Laredo: 134 Morea: 18, 249
Lepanto: 2, 7, 29, 43, 45, 71 Morón: 112
Levante: 19, 57, 244 Mozambique: 102-104, 139, 142
Libia: 56 Mozambique, canal de: 102
Lima: 231-232 Multán: 239
Lisboa: 46, 52, 63, 88, 102, 104, 120, 122, 126, 135- Murcia: 132, 265
136, 138-140, 142, 236, 290 Nagasaki: 240
Londres: 84 Nápoles: 2, 6, 19, 21, 32, 42-43, 47, 52, 54, 56-61,
Lorena: 14 63-65, 68-69, 73, 75, 117, 160, 162, 168, 199, 210,
Lugo: 65 219, 228, 235, 242, 252, 290
Lützen: 43, 47 Nayarit: 191
328 índice geográfico
primera parte
Vidas de soldados: el Imperio a río revuelto
I. — Abriendo el opus 15
V. — Escribir su vida 29
VI. — Escribir en el siglo xvii 32
segunda parte
Los socorros de Filipinas (1613-1620):
el fracaso de un gran designio imperial
tercera parte
Una vida después del Discurso de mi vida
cuarta parte
Nuevos mundos, mismos universos
Despedida 287
Fuentes y bibliografía
Fuentes 297
Bibliografía 305
Índices
64
Société minière et monde métis
Le centre-nord de la Nouvelle Espagne au xviiie siècle
Soizic Croguennec
172
Los virreinatos de Nueva España y del Perú (1680-1740)
Un balance historiográfico
Bernard Lavallé (ed.)
164
Cambio institucional y fiscalidad
Mundo hispánico, 1760-1850
Michel Bertrand y Zacarías Moutoukias (eds.)
158
Soulèvements, révoltes, révolutions
Dans l’empire des Habsbourg d’Espagne, xvie-xviie siècle
Alain Hugon et Alexandra Merle (éd.)
122
Les sociétés de frontière
De la Méditerranée à l’Atlantique (xvie-xviiie siècle)
Michel Bertrand et Natividad Planas (éd.)
120
Missions d’évangélisation et circulation des savoirs
xvie-xviiie siècle
Charlotte de Castelnau-l’Estoile, Marie-Lucie Copete, Aliocha Maldavsky
et Ines G. Županov (éd.)
113
Un juego de engaños
Movilidad, nombres y apellidos en los siglos xv a xviii
Gregorio Salinero e Isabel Testón Núñez (eds.)
7
L’île aux mariés
Les Açores entre deux empires (1583-1642)
Jean-Frédéric Schaub