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América : Cahiers du CRICCAL

Santa Evita de Tomás Eloy Martinez. La referencia inasible


Roberto Ferro

Résumé
« Santa Evita de Tomas Eloy Martinez, l'insaisissable référentialité ».
L'objectif est double. D'abord débusquer dans le texte de Tomas Eloy Martinez les glissements et les entrecroisements de
l'histoire et de la fiction à travers un processus de construction d'une individualité ; appelons-la identité narrative. Qui vit l'histoire
? Qui raconte ? Santa Evita est un ensemble multlinéaire où s'affrontent deux dispositifs d'énonciation : ceux que concernent le
récit, les opérations de représentation et la construction de l'intrigue. Ces marques du genre sont disposées en deux réseaux
dont l'un répond au jeu entre l'original et sa copie (réfèrent et représenté) et un autre étrangle celle-ci et déconstruit l'apaisant
équilibre de la duplication.
Le deuxième objectif est une réflexion sur la place accordée à la fiction en tant que terme hors norme dans la hiérarchie du récit
qui impose de violentes contraintes, mais dont les bornes deviennent ici imprécises. On peut aujourd'hui affirmer que le concept
de fiction est un paradigme de somnambulisme théorique

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Ferro Roberto. Santa Evita de Tomás Eloy Martinez. La referencia inasible. In: América : Cahiers du CRICCAL, n°24, 2000.
Les nouveaux réalismes, v1. pp. 159-166;

doi : https://doi.org/10.3406/ameri.2000.1462

https://www.persee.fr/doc/ameri_0982-9237_2000_num_24_1_1462

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Santa Evita
la referencia
de Tomâs inasible.
Eloy Martinez

Todo relato es, por definition, infiel. La realidad, no


se puede contar ni repetir. Lo ûnico que se puede hacer con la
realidad es inventoria de nuevo.
Las fuentes sobre las que se basa esta novela son de
confianza dudosa, pero solo en el sentido en que también lo
son la realidad y el lenguaje.
Tomâs Eloy Martinez

oy a empezar mi ponencia con un recuerdo y con una precauciôn.


V
Ante todo el recuerdo: en junio de 1991, estaba en la casa de Tomâs
Eloy Martinez, en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Visitaba a su
esposa, Susana Rotker; en esa época aûn éramos companeros de câtedra.
Mientras la esperaba, me distraje curioseando una mesa en la que habia
cassettes dispersos, cajas de archivo, carpetas con recortes de diarios y
revistas en una mezcla indiscernible y confusa. Me llamô la atenciôn un libro
de Rodolfo Walsh, que se balanceaba en una pila inestable, era una primera
ediciôn de Los oficios terrestres de la desaparecida y ya mitica editorial
Jorge Alvarez. Entre sus paginas sobresalia una tarjeta sepia, que al parecer
cumplia la funciôn de sefialador. Yo vacilaba entre un timido recato y una
curiosidad que se tornaba incontenible; como Susana seguia demorândose,
abri el libro en la pagina marcada, era el principio del cuento « Esa mujer »,
recién entonces reparé en la tarjeta, era una especie de estampita, como las
que se intercalan en los misales, pero lo que mas me sorprendiô rue la
imagen, era Evita, estaba ataviada como una santa, vestia una especie de
tunica oscura, sus brazos cruzados sobre el pecho, en una mano aferraba una
espada en la otra un ramo de flores. Me pareciô reconocer esa imagen, era
similar a una ilustraciôn de un libro de lectura escolar con el que habia
aprendido a leer. La voz de Tomâs me sorprendiô en el viaje de ida a la
memoria, a las dilaciones que el pasado habia tallado en mi. Sabés que yo
perdi el original de ese cuento, me lo habia regalado Rodolfo, recuerdo la
letra apretada de su mâquina de escribir, acaso alguna vez vuelva a
aparecer entre tanto desorden. Estaba pâlido, recién llegaba de la calle, a
pesar de ser un dia de intenso frio solo llevaba el cuello del saco levantado,
la barba sombreaba su rostro, detalle inusual y extrafio en él. Entonces
apareciô Susana, apenas oi el murmullo de palabras tiernas pero de firme
reclamo, como por el fondo de un corredor inquietado por un espejo me
llegô nîtida la voz de ella que decia Pero Tomâs por que otra vez te metiste
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solo en la Recoleta. El episodio se deslizô en la molienda cotidiana del


olvido. Reapareciô cuando vi en la calle los carteles con que la editorial
Planeta anunciaba el lanzamiento de la novela Santa Evita, su cubierta era un
facsimil de aquella tarjeta.
El recuerdo una vez contado trae un cierto alivio, pero tal como he
anunciado al comenzar mi lectura, en mi caso se relaciona con la precauciôn,
la que, por un oscuro deseo de remate artistico, conjuro citando palabras del
narrador de Santa Evita « ...la letra de molde, debe ser confirmada por otra
y esta a su vez por una tercera... ». Acaso esta sea una interpretaciôn cifrada
ya en los titulos de todos los cap 1 tu los que estân emblemâticamente
entrecomillados, diciéndose como voces de otro. Citas de citas, encuentros
de encuentros perpetuamente diferidos.
La textualidad de Santa Evita de Tomas Eloy Martinez se despliega
como una compleja e intrincada fusion inestable en la que participan las mas
diversas materias discursivas; la mirada errante del lector, que la inquiéta y
la pone en movimiento, tropieza con un grumo tenaz, una suerte de
precipitado que satura la lectura con su insistencia. Ese coâgulo obstinado y
resistente es la palabra cuerpo, dicha, citada y repetida en el curso del relato
mucho mas de cien veces. Esa imposibilidad de disoluciôn emerge como la
cifra de la densidad conflictiva que se produce entre los procesos de
enunciaciôn propios de la narraciôn novelesca y la construcciôn de su
referente. Ese cuerpo es sometido a multiples procedimientos narrativos para
convertirlo en materia novelable, ese cuerpo que se da a leer como una
envoltura impenetrable, logra desnovelizar ciertas dimensiones textuales del
relato; en esa tension, nunca atenuada en el texto, se urde la trama de Santa
Evita.
Los diversos modos de representaciôn del cuerpo en la modernidad y
los saberes involucrados en esas operaciones son configuraciones
imaginarias producidas desde una vision del mundo especifica y, en el marco
de ella, desde una definiciôn de persona. El cuerpo es una construcciôn
simbôlica y cultural, no un objeto distintivo y univoco en si mismo.
El cuerpo como un componente aislable del hombre es propio de los
imaginarios sociales de raigambre individualista en los que los hombres
aparecen poseyendo autonomia en sus iniciativas y en sus valores,
escindidos de los lazos que los unian a la comunidad. Esa representaciôn del
cuerpo, propia de la modernidad, estructurada sobre una fuerte dualidad, es
decir como continente del sujeto y trazado fronterizo que délimita su
presencia, se constituye en modelo dominante como resultado del retroceso
de otras tradiciones desplazadas por el individualismo occidental.
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Al despertar de un desmayo que durô mas de très dias, Evita tuvo al fin la
certeza de que iba a morir. Se le habian disipado ya las atroces punzadas en el vientre
y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo
y sin lugar. Solo la idea de la muerte no le dejaba de doler. Lo peor de la muerte no
era que sucediera. Lo peor de la muerte era la blancura, el vacio, la soledad del otro
lado: el cuerpo huyendo como un cabal lo al galope.
Este es el pârrafo inicial de la narraciôn, en el que es posible leer el
protocolo de la insistencia antes mencionada y su apertura a algunas
relaciones privilegiadas: el cuerpo como lugar de la muerte, el cuerpo como
una suerte de block maravilloso que se hace présente mientras desaparece, el
cuerpo como un resto del cual surge la inminencia del retorno de la
represiôn. El imaginario occidental, marcado por un dualismo subyacente,
hace una distinciôn profunda entre el cuerpo y el sujeto. El cuerpo de Evita
se niega a ser comprendido desde ese imaginario, lo que le otorga la
condiciôn de secreto, de recipiente misterioso atravesado por laberintos con
trazados imposibles de recorrer sin la posesiôn de algûn saber que tenga el
valor simbôlico del hilo de Ariadna y asi poder enunciar un discurso que dé
cuenta del centro oscuro del enigma, del secreto inalcanzado. El cuerpo de
Evita es narrado por Tomâs Eloy Martinez, no como el lugar comûn de la
muerte, sino como el lugar de lo inacabado y/o del exceso.
El texto como fusion en perpétua movilidad se da a leer como un
conjunto multilineal en el que pugnan dos dispositivos de enunciaciôn
narrativa. Los referentes del relato, las operaciones de representaciôn, las
fuerzas comprometidas en la construcciôn de la intriga, las marcas genéricas
parecen disponerse entre la indecision de estas dos redes: una, que responde
a una lôgica binaria, con sus variaciones de direcciôn sometidas a los juegos
del original y de la copia, del referente y el referido, siempre en torno de
perpétuas bifurcaciones como mecanismo de proliferaciôn y de limite al
unisono; la otra se encabalga sobre la anterior, la ahorquilla, la atraviesa
como una fisura que amenaza con desgarrarla, abre la traza de una triada
lâbil y sinuosa en el seno del equilibrio sedante de una configuraciôn
sostenida por los juegos de la representaciôn y lo representado.
Desenmarafiar los cruces y derivaciones que traman esa pugna supone
trazar un mapa, cartografîar, recorrer territorios desconocidos. El texto que
desvela y constituye el cuerpo de Evita como un sedimento irréductible,
también da a leer otra insistencia: la repeticiôn de los numérales dos y très,
diseminados de manera abrumadora en el relato, en una proporciôn mucho
mayor que la palabra cuerpo, aunque por su condiciôn de términos vacios, se
disuelven a la mirada lectora, y, tan solo, se revelan como indices de las
redes de nervaduras a las que pertenecen.
Très son los personajes que buscan el sentido del cuerpo de Evita en el
curso del relato: el coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, el militar
encargado de ocultar el cuerpo de Evita, el doctor Pedro Ara, el médico
taxidermista que embalsama el cuerpo, y Tomas Eloy Martinez, el narrador
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que relata los avatares de su bûsqueda. Los très escriben: el coronel busca el
misterio desplegando sus interrogantes y sus pesquisas en multiples fichas;
el doctor Ara publica El caso Evita, en el que refiere los avatares de su
trabajo, y Tomâs Eloy Martinez escribe su historia como un collage que
abarca todas las voces, los restos, las escrituras de los otros, como si su letra
fiiera un monograma interminable.
En Santa Evita, los très tenaces viajeros del laberinto se saben
asediados por una maldiciôn, por el destino de todos aquellos que de una u
otra manera osen tocar el cuerpo de Evita. Créer en el destino implica créer
que en el acontecer, ademâs de las conexiones causales que puedan
atribuirse, hay latentes otras motivaciones, que solemos asociar a lo funesto,
a la calamidad y a la desgracia. Esa creencia exige traspasar los bordes de la
racionalidad, exige abandonar el nûcleo dominante del imaginario
racionalista. El destino, que es incognoscible y, por lo tanto aterrador, esta
mas alla de nuestra voluntad y de nuestros saberes. Pero el destino no solo se
relaciona con la necesidad de hallar un sentido al curso de nuestras vidas,
sino que es una representaciôn del tiempo de la vida, representaciôn solo
posible en la actividad de narrar.
A partir de los siglos XVII y XVIII, se constituyen los saberes de
control sobre el cuerpo, solidarios con la concepciôn racional del mundo.
Michel Foucault destaca dos formaciones discursivas en ellos: una médico-
anatômica, que disefia una racionalizaciôn minuciosa del cuerpo y otra
polftico-técnica, compuesta por un conjunto de reglamentaciones para vigilar
las operaciones del cuerpo. De los très personajes que se animan a internarse
en los laberintos del cuerpo de Evita, dos son sujetos de esos discursos
normativos. El otro es un escritor que inscribe en su letra la letra de los otros
personajes vacilando sobre el peligroso filo de una navaja que sépara todo en
dos mitades: historia o ficciôn, novela o autobiografïa, investigaciôn
documentai o imaginaciôn libre, discurso confesional o invenciôn delibe-
rada. Todas ellas disyunciones exclusivas, es decir alternativas cerradas, una
u otra pero no ambas a la vez y en esa vacilaciôn proliféra un suplemento,
abriendo una triada que con sus deslizamientos desmonta la seguridad del
orden binario. El destino del doctor Ara y el del Coronel Moori Koenig
quedan ligados irremediablemente a las construcciones discursivas que los
constituyen como taies, un médico y un militar; en el caso de Tomâs Eloy
Martinez, el personaje esta en perpétua lucha con la letra y en su dilema
inscribe la tension entre dos redes de enunciaciôn.
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No por eso le tuvieron lâstima sus enemigos, que también eran millares. Los
argentinos que se creian depositaries de la civilizaciôn veian en Evita una
resurrecciôn obscena de la barbarie. Los indios, los negros candomberos, los crotos,
los malevos, los cafishios de Arlt, los gauchos cimarrones, las putas tisicas
contrabandeadas en los barcos polacos, las milonguitas de provincias; ya todos habian
sido exterminados o confinados a sus sôtanos de tiniebla. Cuando los filôsofos
europeos llegaban de visita, descubrian un pais tan etéreo y espiritual que lo creian
evaporado. La sûbita entrada en escena de Eva Duarte arruinaba el pastel de la
Argentina Culta. Esa mina barata, esa copera bastarda, esa mierdita —como se la
llamaba en los remates de hacienda— era el ultimo pedo de la barbarie. Mientras
pasaba, habia que taparse la nariz.
El cuerpo de Evita es una incrustaciôn en el texto que se résiste a ser
narrado desde un dispositivo dualista, el de cuerpo y sujeto, y por extension
al de Civilizaciôn y Barbarie; de esa resistencia emerge un imaginario
reprimido, el de las tradiciones populares, que Tomâs Eloy Martinez
enumera, en las que el cuerpo esta unido al mundo como una parcela
inseparable del universe El cuerpo de Evita no puede ser explicado por
discursos solidarios con la tradiciôn racionalista, que se remonta hasta Santo
Tomâs de Aquino, en la que la inmanencia del cuerpo, en tanto materia,
constituye el fundamento de la existencia del sujeto. En ese imaginario el
individuo déjà de ser miembro inseparable de la comunidad, del gran cuerpo
social, y se convierte en cuerpo para él solo. El individualismo encierra al
hombre en su cuerpo, lo retira de toda pertenencia côsmica.
El doctor Ara, afirmarâ que Evita es un « sol liquido », el coronel
Moori Koenig, para identificar el cuerpo verdadero de las copias, lo marcarâ
con una estrella y terminarâ delirando con su entierro en la luna, irrupciôn de
esa dimension côsmica en sus discursos desbaratados por la obsesiôn y el
delirio. La imposibilidad de narrar desde el dualismo es asediada en el relato
por la insistente contaminaciôn de los imaginarios miticos que emergen
hasta en las diatribas mas acérrimas en contra de Evita, como la que Silvina
Ocampo publica en la revista Sur, en versos pareados de dudoso valor
literario:
Que no renazea el sol, que no brille la luna
si tiranos como éstos siembran nueva infortuna,
engafiando a la patria. Es un tiempo ya que muera
esa raza maldita, esa estirpe rastrera.
El narrador, Tomâs Eloy Martinez, teje su relato con intersecciones de
todo tipo: entrevistas, cartas, un guiôn cinematogrâfîco, memorias,
recopilaciones bibliogrâficas, conjeturas teôricas; el autor del libro, su casual
homônimo, parece contradecirlo cuando con temeraria seguridad inscribe en
la tapa, debajo del titulo la palabra "novela".
Diversas tendencias de la teoria literaria contemporânea coinciden,
con paradôjica seguridad, en reconocer como rasgo especifico de la
ficcionalidad narrativa la duplicaciôn o el desdoblamiento del escritor y el
narrador. Esa ficcionalidad como magnitud relacional, como el desen-
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volvimiento de un dispositivo de enunciaciôn, es trastornada en Santa Evita.


Esa compartimentaciôn tan quirurgicamente aséptica es cribada por
interferencias que desmontan el tabique; Tomâs Eloy Martinez, el escritor, y
Tomâs Eloy Martinez, el narrador, se interpenetran, quedan tramados en una
doble red indecidible, vacilaciôn que el relato gesticula en la insistencia con
que repite el sintagma dos o très, que puede ser leido como la imposibilidad
de contener el suplemento peligroso.
El personaje que urde la trama y que la narra, no puede controlar la
fisura que desbarata la dualidad controladora a la que parece querer hacer
pertenecer a su relato; la imbricaciôn de un ahorquillamiento marca la
tension, abre la lectura a fugas indecidibles. El cuerpo emerge como un
grumo tenaz, no se déjà asimilar a las formaciones de sentido que pertenecen
a dispositivos binarios, pero al mismo tiempo se instala en esa oposiciôn,
resistiendo y desorganizândola, sin terminar nunca de constituir un tercer
término, sin hacer jamâs lugar a una salida en forma de dialéctica
consoladora, o de tercer término sincrético.
Es posible aquietar Santa Evita tipificândola, ya sea como una intriga
policial que desvela la conspiraciôn facciosa del ocultamiento o como la
crônica de las peripecias ambulatorias del cadaver; ya sea como el asedio a
partir de testimonios marginales sobre una identidad fugitiva o como la
confusion entre el relato autobiogrâfico y la investigaciôn periodistica; cada
una de esas altemativas o la combinaciôn de algunas de ellas déjà afiiera el
cuerpo de Evita como suplemento peligroso. Tomâs Eloy Martinez, el
escritor, Tomâs Eloy Martinez, el narrador, y el exceso y/o la falla que se
abre entre ellos, configuran una constelaciôn de posiciones entre las que se
abre un vacio. Ese vacio que recortan en la escritura del texto, es una especie
de cufta que alude diagonalmente a una plenitud, las des-vela; se inscribe en
contrapunto continuo y discontinuo con la impunidad con que Juan Domingo
Perôn se autoconcebia como autor y personaje de una saga novelesca, ciego
a los riesgos que implicaria la omnipotencia de ignorar la escisiôn,
presumiendo la plenitud. Perôn es el demiurgo del proyecto de
momificaciôn, de reducciôn del cuerpo de Evita a una imagen detenida,
quieta manipulable. Con el tiempo, como es sabido, las voces multiples de
los que él llamaba « su pueblo » comenzaron a proferir consignas que lo
instalaban en un doble espacio de deterioro, por una parte, el de la heroicidad
compartida « Perôn-Evita.... » y, por otra el de una gramâtica de la
impotencia « Perôn évita... » en la que los complementos objeto eran
cancelaciones incesantes. Quedô asi sujeto, amarrado a un significante
emblemâtico anuncio de su irremediable declinaciôn y obscurecimiento. La
escritura de Santa Evita desconstruye La novela de Perôn, atraviesa al
personaje-autor, lo somete a la humillaciôn de un destino marginal. El
general ha sido degradado, al parecer, solo le reservan algunas apariciones
en el papel de acompafiante. En ningûn otro caso, la maldiciôn ha sido tan
certera y évidente.
Santa Evita de T. E. Martinez. La referencia inasible 165

La escritura del cuerpo de Evita en la narraciôn de Tomâs Eloy


Martinez, acaso pueda conjeturarse, se da a leer como una vasta y compleja
operaciôn de reinscripciôn, como un injerto que ahorquilla los dispositivos
duales, como la violencia sostenida de una incision que no se déjà contener
en los intersticios del texto y asedia con su intrusion que excita e interfïere
los acoplamientos de sentido. El cuerpo de Evita es una inseminaciôn
proliférante que lleva al ojo del lector a transformar la superficie textual en
un juego de palimpseste de dos redes de enunciaciôn que se contaminan, a
veces, tendiendo a rechazarse, a veces, pasando elipticamente de una a otra,
recubriéndose en la repeticiôn, a lo largo de un extenso y desparejo remiendo
de costuras abiertas. Cada red injertada sigue diseminândose desde y hacia la
separaciôn y/o la identidad; sobrecogimiento a partir del cual la posesiôn se
re-vela inaudita, inasible, fugaz en su atracciôn permanente.
Para el realismo, dicho esto en términos canon icos, la escritura es una
instancia en la que lo representado ejerce dominio sobre la representaciôn,
dominio fundado en la preeminencia del primero sobre la segunda, en la
anterioridad temporal de aquél sobre esta y en la potestad de discernir de
manera absoluta entre cada uno de ellos. Este presupuesto es cumplido como
dogma en todas las poéticas de la literatura con mensaje, es decir, por los
socios del eterno club de admiradores de Platon, para quien la mimesis, la
representaciôn, produce el doble de la cosa. Si es el doble es fiel y
perfectamente parecido, ninguna diferencia cualitativa lo sépara del modelo.
De lo que se puede inferir que el doble, el imitante no es nada, es decir no
vale nada por si mismo. Por lo tanto, no valiendo el imitante mâs que por su
modelo, es bueno cuando el modelo es bueno, y es malo cuando el modelo
es malo. En defïnitiva, es neutro y transparente en si mismo.
La novela de Tomâs Eloy Martinez exhibe desaforadamente que la
realidad como referente es inasible, que nunca esta dada sino que cada
textual idad la produce activamente, si me permiten quisiera enfatizar
obsesivamente que he desechado el prefijo re, digo la produce activamente,
para lo cual la ha cribado, atravesado con estrategias performativas que la
interpretan formateandola desde dispositivos jerarquizadores y selectivos.
El arte del embalsamador se parece al del biôgrafo: los dos tratan de
inmovilizar una vida o un cuerpo en la pose en que debe recordarlos la eternidad.
El texto insiste, contradictoriamente, en no presentarse a la mirada del
lector como un objeto terminado, es decir que lo narrado es el proceso de la
escritura que se hace présente como si aun estuviera inconclusa:
Desde entonces, he remado con las palabras, llevando a Santa Evita en mi
barco, de una playa a la otra del ciego mundo. No se en que punto del relato estoy.
Creo que en el medio. Sigo, desde hace mucho, en el medio. Ahora tengo que escribir
otravez.
La novela se cierra con este ultimo pârrafo que da a leer en el final un
protocolo de sentido: el texto es una red, un sistema de captura, tratamiento,
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difusiôn y conservation; la letra aparece, entonces, como la repetition


imaginaria de un referente inasible pesé a su evocation obsesiva; el cuerpo
de la realidad, dice uno de los epigrafes de esta ponencia, solo tiene sentido
si es inventado.
Santa Evita se escribe en el desmontaje minucioso de todo el edificio
del realismo. Su lectura desliza hacia lo aporético la aséptica y sedante
escisiôn entre discursos ficcionales y no ficcionales. El texto de Tomâs Eloy
Martinez excède toda election entre los términos de una disyunciôn
exclusiva, la election no es entre un dominio y un no dominio, como
tampoco lo es entre una escritura ficcional y otra no fictional. Se trata, mâs
bien de inscribir la lectura entre varias confîguraciones de dominio sin
dominio. La desconstrucciôn del realismo, que hoy es hegemônico en los
discursos massmediâticos, implica una afirmaciôn que como diria Borges
puede parecer inconcebible, la ficciôn es la condiciôn de posibilidad de
todos los discursos.
Roberto FERRO
Universidad de Buenos Aires

PD. I: Tomàs Eloy Martinez consigna al final de su novela una larga lista de
agradecimientos, me pregunto: ^tienen algo que ver con la bibliografîa incluida por
Borges en Historia Universal de la Infamia?, y si no, el interrogante queda abierto
por la ausencia en ella de Aldo Ci-fuentes, que, por otra parte, parece una broma de
cufto lacaniano dirigida a los historiadores y a los periodistas.
PD. II: Ayer viernes 15 de mayo de 1998, mientras caminaba con Silvia, mi
esposa, por las orillas del Sena descubri en uno de los puestos de venta de libros
viejos, una edition de Les métiers terrestres, de Editions La Découverte — insisto
con el sintagma la découverte — traducciôn de los cuentos de Walsh por Hélène
Visotsky. Esta séria apenas una casualidad si no hubiera sido porque al sacarlo del
cajôn mi mirada fue atraida por la imagen de una estampita que me recordaba la
ilustraciôn de un viejo libro en el que aprendi a leer. Tardé en entender que estaba
viendo la tapa de la novela Santa Evita de Tomâs Eloy Martinez. Citas de citas,
encuentros de encuentros en perpetuo diferimiento.

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