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Ardila J.A. G. El « hacer política » de Unamuno y el punto de vista platónico-kierkegaardiano. In: Bulletin Hispanique, tome
103, n°1, 2001. pp. 169-190;
doi : https://doi.org/10.3406/hispa.2001.5069
https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_2001_num_103_1_5069
Resumen
El autor se propone analizar en qué consiste para Unamuno « hacer política ». Les toca a los
intelectuales, afirma Unamuno, «hacer política» y hacer que surja una opinión pública fuera del
Parlamento. Siguiendo a Platón y a Kierkegaard, Unamuno reivindica la afirmación de las
contradicciones. Seguidor del liberalismo como alternativa al comunismo y al conservadurismo
considerados como absolutistas, subraya la necesidad de oír al pueblo intrahistórico a quien es
preciso instruir. Para el autor, Unamuno viene a ser uno de los primeros demócratas del siglo XX.
Résumé
L'auteur se propose d'analyser en quoi consiste, pour Unamuno, «faire de la politique ». Il revient aux
intellectuels, affirme Unamuno, de faire de la politique et de faire surgir une opinion publique hors du
Parlement. Suivant Platon et Kierkegaard, Unamuno revendique l'affirmation des contraires. Partisan
du libéralisme comme alternative au communisme et au conservatisme considérés comme
absolutistes, il souligne la nécessité d'écouter le peuple intra-historique qu 'il est urgent d'instruire.
Pour l'auteur, Unamuno peut être considéré comme l'un des premiers démocrates du XX siècle.
El «hacer política» de Unamuno
John G. Ardila
Universidad de Extremadura
El autor se propone analizar en qué consiste para Unamuno « hacer política ». Les
toca a los intelectuales, afirma Unamuno, «hacer política» y hacer que surja una
opinión pública fuera del Parlamento. Siguiendo a Platón y a Kierkegaard, Unamuno
reivindica la afirmación de las contradicciones. Seguidor del liberalismo como
alternativa al comunismo y al conservadurismo considerados como absolutistas, subraya
la necesidad de oír al pueblo intrahistórico a quien es preciso instruir. Para el autor,
Unamuno viene a ser uno de los primeros demócratas del siglo XX.
The author suggests an analysis on what «going into politics » meant for Unamuno.
Unamuno believed it was up to intellectuals to join political Ufe and to instígate public
opinion ex-parliament. Following Plato and Kierkegaard, Unamuno claims responsi-
bility for contradictory statements. As a partesan of liberalism as an alternative to
communism and conservatism considered as absolutist, he underlines the need to listen
to the intra-historic people in desperate need ofbeing educated. In the author 's opinion
Unamuno may be considered as one of the first 2(f century democrats.
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desprecio de que sólo eran capaces las dos Españas. En este breve ensayo no
me propongo encasillar a Unamuno dentro de una de las dos principales
tendencias políticas que existían en la España de principios de siglo, sino
analizar en qué consistía para él hacer política y cuáles eran las bases
dialécticas y los objetivos de la política que practicó. Con tal fin, no
contemplaré al pensador bilbaíno desde la perspectiva historicista, como han
querido hacer críticos tan recientes como Fernández Urbina, Irrutia, Rojas,
Núñez y Ribas al denunciar acciones o expresiones del autor en cuestión
para incluirlo en uno u otro pensamiento político según ciertas etapas de su
vida; muy por el contrario, dedicaré mis esfuerzos a entender sus
manifestaciones políticas a la luz de su sistematicismo dialéctico, como
han hecho con su obra literaria Zavala, Morón Arroyo o Ilie, demostrando
sus tendencias dialógicas.
El amor que Unamuno profesó a España es tan evidente como el de los
demás componentes de la Generación del 98, acaso mayor, o, al menos,
más acentuado y doloroso. Unamuno se declaraba orgulloso de su
condición de español : « Soy español, español de nacimiento, de educación,
de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión u oficio» (Niebla
243). Siempre comprometido en su papel de intelectual, fue consciente de
las implicaciones de su manifiesto españolismo y declara: «mi conciencia...
es una conciencia española, hecha en España » (Del sentimiento trágico de la
vida, en Ensayos II, 924). Y Unamuno, el atormentado del grupo, aquel de
quien sabemos que sufrió angustiosas crisis religiosas y existencialistas,
experimentó con esa misma vehemencia la zozobra de la vida política
española. Su preocupación por España es, como en el caso de sus
compañeros de generación, producto de una incólume sinceridad patriótica;
y, como también les ocurriera a ellos, este apasionado amor por España
choca irremediablemente con la España consueta, o, más exactamente, con
los españoles, que son los únicos y últimos responsables del denigrante
estado de la patria. Sus primeras consideraciones acerca de la política se
sostienen sobre dos ideas : que la política es reflejo de la vida y que es
necesario ser político. En efecto, la política es reflejo de la vida, y la vida en
sociedad está condicionada por los ciudadanos que la conforman. Son los
miembros de una sociedad quienes hacen la sociedad en que viven, quienes
desde su actitud imponen las prioridades de la política. Unamuno se
mostraba convencido de que la actividad política es una necesidad en
cualquier país, y la intervención en política un deber que le dictaba su
«conciencia española». En su artículo «Los antipoliticistas » muestra su
enojo con el conjunto de la ciudadanía que se declara apolítica, y les
increpa, ya que sólo en una sociedad decadente los ciudadanos ignoran los
problemas políticos.
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Por tanto, la política era para Unamuno una necesidad impuesta por su
amor a España y por el delicado momento histórico. En este respecto
apunta Antonio Sánchez Barbudo que las obras de Unamuno « resultan ser
básicamente ideológicas; es decir, que parecen escritas sobre todo para
comunicar ciertas ideas» (Miguel de Unamuno 13). Los numerosos ensayos
unamunianos reflejan la vida española y responden, en consecuencia, al
interés político por España, unos en mayor medida que otros, pero, en
definitiva, todos tratan de España y de su porvenir, y eso era para
Unamuno acción política. Como sugiere Sánchez Barbudo, además de en sus
ensayos, las ideas se filtran en el resto de su producción literaria, que rebosa
España y rezuma un sincero españolismo. Tomo a modo de ejemplo Niebla.
Para Julián Marías (7) esta novela es un excelente ejemplo de que toda la
obra unamuniana es predominantemente filosófica antes que artística;
Serrano Poncela (104-106, 186-187) afirma que el objetivo de Niebla es
retratar y demostrar lo absurdo de la estructura del universo ; y Alexander
Parker y Eugenio de Nora (I, 23-24) la consideran un documento
confesional e intimista en que el yo lírico del autor expone sus tribulaciones
y ejemplifica el concepto de irrealidad. Todo el discurrir filosófico de la
nívola, de tintes tan angustiosos, tan existencialistas y kierkegaardianos,
podría reflejar también un descontento que emana del españolismo de
Unamuno : ¿ no pueden entenderse los ansiosos titubeos de Augusto Pérez
— solo en el mundo y deseoso de iniciar una nueva y esperanzada existencia
con Eugenia — como la alegoría filográfica del estado de España, sola sin su
prole ultramarina, despojada de todo y obligada a esa palingenesia que la
refirme en la nueva era posterior al Imperio ?
Mas la incursión de Unamuno en política fue mucho más obvia que mi
anterior interpretación de Niebla. Unamuno concibió una precisa
concepción de cómo hacer política que respondía a esa obligación impuesta
por su «conciencia española». E hizo política, tanta que, como él mismo
expresó en el ya aludido « Los antipoliticistas », vivía bajo el convencimiento
de haber sido uno de los españoles que más política activa habían
desarrollado, con la particularidad de no haber militado en ningún partido
político (cf. Brown 18-19). Esta singular afirmación, a que José Luis
Aranguren recurre para resaltar la originalidad de la percepción unamunesca
de la política, resume la intensidad y los modos en que el rector salmantino
se involucró en la escena política. Y digo « intensidad » porque Unamuno,
siendo consciente de ello, se comprometió en política más que muchos
políticos de profesión; tanto como se colige de la afirmación de Ortega
«...estoy seguro de que ha muerto de «mal de España» («En la muerte de
Unamuno»). España, es decir, los españoles que son y hacen España, se
sintieron tan perturbados por las ideas de Unamuno como por las de
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clase política. La razón primera por la cual los españoles hacen caso omiso
de las recomendaciones de sus intelectuales es harto sencilla: «No creo que
exista entre las civilizaciones alguna menos dócil al influjo intelectual que la
nuestra» («El poder social» 237). De la congénita animadversión por la
intelectualidad y la extrema veneración de la negligente clase política resulta
la perpetuación del retraso español con respecto a las demás naciones
europeas. En otros países del viejo continente - y analiza los ejemplos
francés, inglés y alemán - el poder social se reparte entre políticos e
intelectuales, creándose así el mencionado equilibrio político.
Sabemos ya en qué consistía para Unamuno hacer política; debemos
preguntarnos a continuación cómo hizo política. Según sus indicaciones en
« Hacer política » la acción política que correspondería a un intelectual de su
talla debía ejercerse fuera del Parlamento y jamás en las filas de un partido
político como defensor de unas siglas. Ya he mencionado que Unamuno
fue tachado de comunista por los conservadores y de fascista por los
comunistas, pero nada más peregrino e inconcordante con su neutralismo.
En la España del primer tercio de siglo existían dos tendencias políticas
perfectamente delimitadas : la conservadora o calderoniana y la progresista o
arandina. Unamuno, tras su ruptura con el partido socialista en 1897, no se
adscribe abiertamente a ninguna de las dos; por el contrario, denuncia
sistemática y despiadadamente las fallas que encuentra en ambas, en un
mordaz ataque que dirige a los partidos y a la clase política en general.
Pedro Laín Entralgo (191-236) señala tres direcciones críticas en el análisis
unamuniano de España : la vida española, es decir, la sociedad con todos sus
mecanismos y revulsiones internas ; la historia española ; y las
particularidades psicológicas del español. De estos tres aspectos dos son, en mi
opinión, fundamentales para el examen de la vida política española: el
estudio de la sociedad española y el análisis del español como carácter
definidor de ésta. Laín Entralgo enumera nueve elementos calificadores de la
sociedad española que Unamuno entiende como harto nocivos para España;
de los nueve, cinco son producto de la vida política : el carácter polémico de
los partidos políticos, la falsedad del Parlamento, el dogmatismo, los
anticatólicos y la política de Salmerón.
Una atenta lectura de las críticas de Unamuno revela que éstas no son en
absoluto excesivas, muy por el contrario, las más destacadas de sus virtudes
son la exhaustividad y el detallismo, condiciones indispensables en cualquier
análisis de rigor científico. La razón de esta oposición minuciosa e
implacable a los partidos políticos y a las ideas que defendían se halla en
el carácter crítico y científico-filosófico del pensamiento unamunesco. La
independiente actitud de Unamuno le ha granjeado una cierta fama de
inconformista. José Ferrater Mora lo considera un polemista a quien jamás
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Sin duda es ésta la definición del más terrible de los estados políticos,
pero Unamuno se apresura a advertir que la alternativa a esta postura no
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2. Escribe Unamuno : « ¿ Ideas verdaderas y falsas decís ? Todo lo que eleva e intensifica la
vida refléjase en ideas verdaderas, que lo son en cuanto lo reflejen, y en ideas falsas todo lo
que la deprime y amengüe» («La ideocracia», en Ensayos I, 238).
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decadente. Según él «lo más de lo que está pasando ahora aquí... se debe a
falta de instrucción y hasta a deficiencia intelectual» («Educación e
instrucción», en Monodiálogos 110). Y no es que el Estado Español no
proveyese a sus ciudadanos con una educación : una parte del pueblo asistía
a la escuela y en ella se le brindaba una educación ; esa educación no era la
apropiada para lograr la formación de ciudadanos cultos, porque no se les
instruía. Unamuno es contundente en este respecto:
¿Usted cree, verbigracia, que es educativo, que es disciplinario, enseñar
Historia de España para encender el patriotismo ortodoxo y declamar sobre
las llamadas glorias nacionales? ¿No cree usted que es más educativo,
mucho más educativo, enseñar como quien enseña química? Y al enseñar
química, nadie se indigna contra el ácido prúsico, ni canta las excelencias
del platino, ni se pone a comparar los méritos del sodio y del potasio, ni
otras mentecatadas por el estilo (« Educación e instrucción », en
Monodiálogos 110).
El problema es el de siempre : el desmesurado dogmatismo, que también
se ha introducido en las escuelas. Frente a la educación dogmática
Unamuno propone la instrucción. No pretende el pensador vasco que el
pueblo se aventure a divagar acerca de las posibles implicaciones de
antinomias y aporías que en un fenómeno se puedan detectar; mas el
entendimiento del ciudadano ha sido contaminado con dogmas, y por eso
una de las premisas de los silogismos que pueda construir ha sido impuesta
por la subjetividad de la educación ortodoxa ; en consecuencia, la conclusión
de los silogismos de los españoles será siempre esclava de su educación
dogmática. Unamuno propone que el ciudadano sea instruido para que las
premisas de sus consideraciones sean en todo lo posible justas y objetivas.
Concluye Unamuno su «Educación e instrucción» insistiendo en que
«todo procede de la mala educación social y civil, y... esa mala educación
proviene de falta de instrucción» y añade: «Mientras no se discuta a la
Patria, el patriotismo no será más que superstición» («Educación e
instrucción», en Monodiálogos 112). La patria ha de discutirse, y no sólo
dentro del Parlamento, también debe discutirla el pueblo, haciendo opinión
pública. Unamuno desea que el pueblo piense, porque sólo pensando
logrará alcanzar soluciones para España. Por ello, la acción política que con
tanto esmero desarrolló consistió predominantemente en inquietar al pueblo
por medio de las aporías de su dialéctica dialógica, proyecto que es efectivo
sólo sobre un pueblo instruido, capaz de pensar y de exigir.
Como el pueblo español carecía de instrucción intelectual, Unamuno
exige de sus dirigentes una pronta reforma de la enseñanza en favor de la
objetividad antidogmática que haga posible la instrucción, y establece a
través de sus ensayos las pautas que él cree más efectivas para este proyecto.
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