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Bulletin Hispanique

El « hacer política » de Unamuno y el punto de vista platónico-


kierkegaardiano
J.A. G. Ardila

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Ardila J.A. G. El « hacer política » de Unamuno y el punto de vista platónico-kierkegaardiano. In: Bulletin Hispanique, tome
103, n°1, 2001. pp. 169-190;

doi : https://doi.org/10.3406/hispa.2001.5069

https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_2001_num_103_1_5069

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Abstract
The author suggests an analysis on what «going into politics » meant for Unamuno. Unamuno believed
it was up to intellectuals to join political life and to instígate public opinion ex-parliament. Following
Plato and Kierkegaard, Unamuno claims responsi- bility for contradictory statements. As a partesan of
liberalism as an alternative to communism and conservatism considered as absolutist, he underlines
the need to listen to the intra-historic people in desperate need ofbeing educated. In the author 's
opinion Unamuno may be considered as one of the first 20th century democrats.

Resumen
El autor se propone analizar en qué consiste para Unamuno « hacer política ». Les toca a los
intelectuales, afirma Unamuno, «hacer política» y hacer que surja una opinión pública fuera del
Parlamento. Siguiendo a Platón y a Kierkegaard, Unamuno reivindica la afirmación de las
contradicciones. Seguidor del liberalismo como alternativa al comunismo y al conservadurismo
considerados como absolutistas, subraya la necesidad de oír al pueblo intrahistórico a quien es
preciso instruir. Para el autor, Unamuno viene a ser uno de los primeros demócratas del siglo XX.

Résumé
L'auteur se propose d'analyser en quoi consiste, pour Unamuno, «faire de la politique ». Il revient aux
intellectuels, affirme Unamuno, de faire de la politique et de faire surgir une opinion publique hors du
Parlement. Suivant Platon et Kierkegaard, Unamuno revendique l'affirmation des contraires. Partisan
du libéralisme comme alternative au communisme et au conservatisme considérés comme
absolutistes, il souligne la nécessité d'écouter le peuple intra-historique qu 'il est urgent d'instruire.
Pour l'auteur, Unamuno peut être considéré comme l'un des premiers démocrates du XX siècle.
El «hacer política» de Unamuno

y el punto de vista platónico-kierkegaardiano

John G. Ardila
Universidad de Extremadura

L'auteur se propose d'analyser en quoi consiste, pour Unamuno, «faire de la


politique ». Il revient aux intellectuels, affirme Unamuno, de faire de la politique et de
faire surgir une opinion publique hors du Parlement. Suivant Platon et Kierkegaard,
Unamuno revendique l'affirmation des contraires. Partisan du libéralisme comme
alternative au communisme et au conservatisme considérés comme absolutistes, il
souligne la nécessité d'écouter le peuple intra-historique qu 'il est urgent d'instruire. Pour
l'auteur, Unamuno peut être considéré comme l'un des premiers démocrates du XX
siècle.

El autor se propone analizar en qué consiste para Unamuno « hacer política ». Les
toca a los intelectuales, afirma Unamuno, «hacer política» y hacer que surja una
opinión pública fuera del Parlamento. Siguiendo a Platón y a Kierkegaard, Unamuno
reivindica la afirmación de las contradicciones. Seguidor del liberalismo como
alternativa al comunismo y al conservadurismo considerados como absolutistas, subraya
la necesidad de oír al pueblo intrahistórico a quien es preciso instruir. Para el autor,
Unamuno viene a ser uno de los primeros demócratas del siglo XX.

The author suggests an analysis on what «going into politics » meant for Unamuno.
Unamuno believed it was up to intellectuals to join political Ufe and to instígate public
opinion ex-parliament. Following Plato and Kierkegaard, Unamuno claims responsi-
bility for contradictory statements. As a partesan of liberalism as an alternative to
communism and conservatism considered as absolutist, he underlines the need to listen
to the intra-historic people in desperate need ofbeing educated. In the author 's opinion
Unamuno may be considered as one of the first 2(f century democrats.

Mots-clés : Démocratie - Education — Espagne - Instruction — Intellectuels —


Intra-histoire - Libéralisme - Opinion publique - Parlement - Peuple - Politique.

B. HL, n° 1 - Juin 2001 - p. 169 à 190


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BULLETIN HISPANIQUE

Aunque a riesgo de incurrir en una redundancia, conviene comenzar


éste como cualquier otro estudio del talante político de los miembros
de la generación del 98 recordando las bases sobre las que se asientan sus
intereses intelectuales. La pérdida de las últimas colonias no preocupó
excesivamente a estos pensadores sino como barrunto de la inestabilidad de
los derroteros por los que España se había encaminado ; « No se diga, como
se suele, que la tristeza provenía de la consideración del desastre colonial»
(«Madrid», en Obras selectas 97 r4), advierte Azorín. El desastre fue sólo la
prueba definitiva e irrefutable de que España necesitaba un cambio en casi
todos los aspectos de su vida — el político, el social, el industrial, etc. — . La
humillación sufrida ante el ejército americano evidenciaba que el ciclo
imperialista que sucedió al reconquistador había concluido. Era el momento
de impulsar a España a una palingenesia que las circunstancias habían
hecho necesaria: España, antaño Imperio armado de su todopoderoso
Catolicismo, había de adecuarse a su nueva condición de perdedora en el
campo de batalla y en el del progreso, en un mundo regido por los dictados
de su eterna rival, Inglaterra, que sólo cedería su preponderancia en favor de
los Estados Unidos. Los componentes del grupo del 98, amantes verdaderos
y desinteresados de su España y, sobre todo, intelectuales comprometidos
y capaces, sucumbieron a las necesidades de su patria e hicieron de ella
el tema principal de su obra (G. Díaz-Plaja; Fernández Almagro 131, 135).
Este amor patriótico (Oromí 52; Tuñón de Lara 37), que en otras
circunstancias hubiese producido una panegírica exaltación, dio lugar,
después de la derrota militar frente al ejército americano, a la crítica y al
intento de concienciación popular de la existencia de una grave crisis en el
seno de la sociedad española. Unamuno, por ejemplo, no duda en
denunciar la situación como gravísima: «Atraviesa la sociedad española
honda crisis» {En torno al casticismo, en Ensayos I, 42), indica antes de
denunciar las causas.
La actuación intelectual y social de los componentes del 98 posee una
singular relevancia en la historia del pensamiento y de la política españolas,
principalmente porque, salvo ellos, el pueblo español se resistió a asimilar el
problema que esta crisis suponía. Pío Baroja, por ejemplo, ilustra la apatía
y el desinterés de los españoles en su Árbol de la ciencia, acusando a
la sociedad española de ecléctica en su asumida superioridad antes del
conflicto bélico y de abúlica tras la derrota. Los aconteceres del año 1898
incitaron a estos pensadores a ejercer una presión intelectual sobre la
sociedad española con el fin de descubrir los designios más apropiados para
esa España que comenzaba un nuevo periodo después de cuatro siglos de
Imperio. Especial simbolismo guarda la encuesta que llevó a cabo el diario
Alma española en 1903 (en su número 5, de 6 de diciembre), con que

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EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

cuestionaba a los españoles : « ¿ Dónde está el porvenir y cuál debe ser la


base del engrandecimiento de España?» La pregunta fue motivada por la
intervención política que ciertos intelectuales habían iniciado unos años
antes, justo a raíz de la derrota ultramarina. La acción política se había
convertido junto a la literaria en protagonista del ejercicio intelectual del 98.
Azorín afirma tajantemente que los miembros de la generación sentían «el
destino infortunado de España, derrotada y maltrecha más allá de los mares,
y nos prometíamos exaltarla a una nueva vida » (« Madrid », en Obras selectas
975), y añade: «No podía el grupo permanecer inerte ante la dolorosa
mediocridad española. Había que intervenir» («Madrid, en Obras
selectas 981). La puesta en marcha de la acción política, protagonizada
por Azorín, Baroja y Ramiro de Maeztu, fue tan fulgurante que no esperó al
desencadenamiento de la derrota militar en 1898. Aunque su ámbito de
expresión fue el ensayo periodístico, Azorín reconoce incluso la
promulgación de una « proclama », que elude indicando únicamente que « Debíamos
en ella encarecer y promulgar las reformas hidráulicas y agrarias »
(«Madrid», en Obras selectas 982).
Esta primera incursión política de los hombres del 98 estaba
comprometida con las directrices predominantemente económicas que
habían seguido Costa y Macías Picavea, en lugar de con las historiográficas
y etnográficas promovidas por Ganivet. Inmersos en sus planes de carácter
económico - y conscientes de todas las repercusiones sociales que la
economía tiene y que tenía en aquella España subdesarrollada - estos tres
solicitan la cooperación de Miguel de Unamuno. La respuesta del
catedrático de Salamanca, aunque solidaria, fue en extremo cauta y
reservada. Confiesa Unamuno en una carta a Azorín fechada en 1897 que:
« ni entiendo de enseñanza agrícola nómada, ni de ligas de labradores, ni me
interesa, sino secundariamente, lo de la repoblación de los montes,
cooperativas de obreros campesinos, cajas de crédito agrícola y los
pantanos» {Azorín 982).
Tal era el proceder del insigne pensador vasco en cuestiones políticas,
aunque Azorín, Maeztu y Baroja considerasen su pensamiento social como,
quizá, el más relevante de aquella España a punto de resquebrajarse. Hoy
somos conscientes de que Unamuno se entregó a la acción política, tanto
que sus ensayos en torno a España ocupan un lugar en nuestras bibliotecas
junto a su novela, su teatro o su poesía. Su intervención política lo
convirtió en víctima del acoso de los gobernantes : se le precipitó al exilio ;
se le suspendió de su cátedra y su rectorado en Salamanca; fue acusado de
comunista, de fascista y de tantas otras felonías. Unamuno no sabía de
enseñanzas agrícolas, de ligas, de cooperativas y de créditos agrícolas ; sin
embargo, sus disquisiciones políticas le granjearon todo el odio y el

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BULLETIN HISPANIQUE

desprecio de que sólo eran capaces las dos Españas. En este breve ensayo no
me propongo encasillar a Unamuno dentro de una de las dos principales
tendencias políticas que existían en la España de principios de siglo, sino
analizar en qué consistía para él hacer política y cuáles eran las bases
dialécticas y los objetivos de la política que practicó. Con tal fin, no
contemplaré al pensador bilbaíno desde la perspectiva historicista, como han
querido hacer críticos tan recientes como Fernández Urbina, Irrutia, Rojas,
Núñez y Ribas al denunciar acciones o expresiones del autor en cuestión
para incluirlo en uno u otro pensamiento político según ciertas etapas de su
vida; muy por el contrario, dedicaré mis esfuerzos a entender sus
manifestaciones políticas a la luz de su sistematicismo dialéctico, como
han hecho con su obra literaria Zavala, Morón Arroyo o Ilie, demostrando
sus tendencias dialógicas.
El amor que Unamuno profesó a España es tan evidente como el de los
demás componentes de la Generación del 98, acaso mayor, o, al menos,
más acentuado y doloroso. Unamuno se declaraba orgulloso de su
condición de español : « Soy español, español de nacimiento, de educación,
de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión u oficio» (Niebla
243). Siempre comprometido en su papel de intelectual, fue consciente de
las implicaciones de su manifiesto españolismo y declara: «mi conciencia...
es una conciencia española, hecha en España » (Del sentimiento trágico de la
vida, en Ensayos II, 924). Y Unamuno, el atormentado del grupo, aquel de
quien sabemos que sufrió angustiosas crisis religiosas y existencialistas,
experimentó con esa misma vehemencia la zozobra de la vida política
española. Su preocupación por España es, como en el caso de sus
compañeros de generación, producto de una incólume sinceridad patriótica;
y, como también les ocurriera a ellos, este apasionado amor por España
choca irremediablemente con la España consueta, o, más exactamente, con
los españoles, que son los únicos y últimos responsables del denigrante
estado de la patria. Sus primeras consideraciones acerca de la política se
sostienen sobre dos ideas : que la política es reflejo de la vida y que es
necesario ser político. En efecto, la política es reflejo de la vida, y la vida en
sociedad está condicionada por los ciudadanos que la conforman. Son los
miembros de una sociedad quienes hacen la sociedad en que viven, quienes
desde su actitud imponen las prioridades de la política. Unamuno se
mostraba convencido de que la actividad política es una necesidad en
cualquier país, y la intervención en política un deber que le dictaba su
«conciencia española». En su artículo «Los antipoliticistas » muestra su
enojo con el conjunto de la ciudadanía que se declara apolítica, y les
increpa, ya que sólo en una sociedad decadente los ciudadanos ignoran los
problemas políticos.

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EL « HACER POLÍTICA » DE UNAMUNO

Por tanto, la política era para Unamuno una necesidad impuesta por su
amor a España y por el delicado momento histórico. En este respecto
apunta Antonio Sánchez Barbudo que las obras de Unamuno « resultan ser
básicamente ideológicas; es decir, que parecen escritas sobre todo para
comunicar ciertas ideas» (Miguel de Unamuno 13). Los numerosos ensayos
unamunianos reflejan la vida española y responden, en consecuencia, al
interés político por España, unos en mayor medida que otros, pero, en
definitiva, todos tratan de España y de su porvenir, y eso era para
Unamuno acción política. Como sugiere Sánchez Barbudo, además de en sus
ensayos, las ideas se filtran en el resto de su producción literaria, que rebosa
España y rezuma un sincero españolismo. Tomo a modo de ejemplo Niebla.
Para Julián Marías (7) esta novela es un excelente ejemplo de que toda la
obra unamuniana es predominantemente filosófica antes que artística;
Serrano Poncela (104-106, 186-187) afirma que el objetivo de Niebla es
retratar y demostrar lo absurdo de la estructura del universo ; y Alexander
Parker y Eugenio de Nora (I, 23-24) la consideran un documento
confesional e intimista en que el yo lírico del autor expone sus tribulaciones
y ejemplifica el concepto de irrealidad. Todo el discurrir filosófico de la
nívola, de tintes tan angustiosos, tan existencialistas y kierkegaardianos,
podría reflejar también un descontento que emana del españolismo de
Unamuno : ¿ no pueden entenderse los ansiosos titubeos de Augusto Pérez
— solo en el mundo y deseoso de iniciar una nueva y esperanzada existencia
con Eugenia — como la alegoría filográfica del estado de España, sola sin su
prole ultramarina, despojada de todo y obligada a esa palingenesia que la
refirme en la nueva era posterior al Imperio ?
Mas la incursión de Unamuno en política fue mucho más obvia que mi
anterior interpretación de Niebla. Unamuno concibió una precisa
concepción de cómo hacer política que respondía a esa obligación impuesta
por su «conciencia española». E hizo política, tanta que, como él mismo
expresó en el ya aludido « Los antipoliticistas », vivía bajo el convencimiento
de haber sido uno de los españoles que más política activa habían
desarrollado, con la particularidad de no haber militado en ningún partido
político (cf. Brown 18-19). Esta singular afirmación, a que José Luis
Aranguren recurre para resaltar la originalidad de la percepción unamunesca
de la política, resume la intensidad y los modos en que el rector salmantino
se involucró en la escena política. Y digo « intensidad » porque Unamuno,
siendo consciente de ello, se comprometió en política más que muchos
políticos de profesión; tanto como se colige de la afirmación de Ortega
«...estoy seguro de que ha muerto de «mal de España» («En la muerte de
Unamuno»). España, es decir, los españoles que son y hacen España, se
sintieron tan perturbados por las ideas de Unamuno como por las de

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BULLETIN HISPANIQUE

Ramiro de Maeztu o García Lorca, y fueron tan culpables de su muerte


como lo fueron de las de estos otros. En cuanto al modo de ejercer la
acción política, la acusación de Ortega enfatiza también el neutralismo del
concepto de hacer política según Unamuno : Maeztu fue asesinado por el
comunismo republicano, García Lorca por el falangismo nacional, y a
Unamuno lo hirió de muerte España, España toda, sin prejuicios partidistas.
En una época, ese primer tercio de siglo, en que comunismo y
conservadurismo — cada vez más absolutistas — eran considerados más que
como ideas como la única solución a los muchos problemas sociales que
acuciaban a España y al resto de Europa, Unamuno blasonaba de no haber
pertenecido a ningún partido político. Unamuno rechazaba, a priori,
cualquier identificación con agrupaciones políticas, como ilustra, por
ejemplo, su candidatura para la presidencia de la Segunda República en
1931, propuesta por los intelectuales, que, quizá, por negarse reiteradamente
a comprometerse con un partido o una tendencia política determinada, se
saldó con una derrota en Cortes por 362 votos a uno, el emitido
precisamente por el ganador, Alcalá Zamora (Romero 73). El concepto de
hacer política era, por tanto, harto diferente para Unamuno de lo que era
para la clase política.
Como Azorín, Maeztu y Baroja, Unamuno ejerció su actividad política
fundamentalmente a través de los artículos que publicaba en la prensa. Su
actividad periodística se prolonga a lo largo de toda su carrera, y a ella
corresponden los ejemplos más comprometidos de su incursión en política.
En 1915, años antes de la dictadura de Primo de Rivera y de que
comunismo, socialismo y anarquismo se realizaran en la Segunda República,
Unamuno dio a conocer su particular concepción de responsabilidad y
acción política en un artículo que precisamente tituló «Hacer política».
« Hacer política » es un brevísimo ensayo en que la concisión de las ideas
no deja lugar a dudas en cuanto al modo en que Miguel de Unamuno creía
que se debía trabajar por el porvenir de la España que tanto le preocupaba.
El artículo se abre con una afirmación de cristalina clarividencia:

Lo cierto es que... vengo haciendo política en España, vengo trabajando,


en la medida de mis fuerzas y en el círculo de mi acción, por fraguar
opinión pública, ya sobre un problema, ya sobre otro, en nuestra patria,
único modo de que las libertades, todas nuestras libertades legales, de
que tanto cacareamos, no resulten estériles. (« Hacer política », en
Monodiálogos 27)

« Hacer política » es, por tanto, « hacer opinión pública », u opinar - en


su caso con la autoridad que le confiere el intelecto — acerca de los
problemas de la nación. Unamuno podría no entender de todas aquellas

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EL « HACER POLÍTICA » DE UNAMUNO

cuestiones a que aludía en su carta a Azorín, pero sí comprendía otros


problemas tanto o más acuciantes, y su « conciencia española » le obligaba a
discutirlos como único modo de construir un digno porvenir para España.
«Debemos contribuir a hacer la opinión pública» («Hacer política», en
Monodiálogos 31), grita Unamuno a sus conciudadanos españoles exaspera-
damente, porque, como afirmaba en « Los antipoliticistas », hacer política es
un deber, pero, sobre todo, porque los políticos no la hacen.
Unamuno observa atentamente la labor social de los políticos de
profesión : los ciudadanos que ocupan un escaño en el Parlamento y que se
llaman y son llamados políticos no hacen opinión pública. Del Parlamento,
en contra de quienes lo creen el «mayor perorador hoy en España», dice
Unamuno que « no representa la opinión pública española » (« Hacer
política», en Monodiálogos 28), y que es sólo «una ficción — donde se
falsifica todo, hasta los enojos y las rupturas, y se ponen dos compadres de
acuerdo para que aparezca el uno enemistado con el otro, y echándole de su
puesto — y sabemos que eso es así por no haber opinión pública » (« Hacer
política», en Monodiálogos^)^). El Parlamento es, inexcusablemente, lo que
de él han hecho los parlamentarios, que Unamuno no vacila en tachar de
«beocios y filisteos... que ríen las mayores gansadas» («Hacer política», en
Monodiálogos 28) y que «se hacen los vivos de puros muertos. Porque lo
que espanta es el ambiente de mediocridad, de ramplonería, de mentecatez
que allí [en el Parlamento] se respira. Los que pasan allí por listos, llevados
a otro ámbito, a un ámbito verdaderamente intelectual, resultan unos
perfectos majaderos» («Hacer política, en Monodiálogos 29). Y es que hacer
opinión pública requiere una capacidad intelectual, como reclamó Platón. Si
Unamuno hubiese escrito acerca de la intelectualidad en la vida política
seguramente hubiese recurrido al análisis lingüístico de vocablos a que tan
aficionado era. Intelectual es aquel que posee un intelecto, y el intelecto, o
intellectus, no es sino la capacidad de entendimiento. Para que se produzca
un entendimiento o potencia cognoscitiva racional de un problema - porque
son los problemas, según Unamuno, aquello que los políticos deben
entender — es condición indispensable que se comprenda, conciba, juzgue y
razone. El mayor impedimento al desarrollo de España es la incapacidad de
comprender, concebir, juzgar y razonar de que sus políticos adolecen; es
decir, que no utilizan su intelecto, ya sea porque no quieren o porque
carecen de él. Unamuno no pretende desacreditar a los parlamentarios para
reducir la legitimación de la acción política a la élite intelectual a que él
pertenecía e incluso lideraba; muy por el contrario, su intención es tratar
el problema de la irresponsabilidad política y concienciar a sus políticos de
que con sus actitudes no se levanta a la maltrecha España. Y eso, para
Unamuno, es hacer opinión pública.

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BULLETIN HISPANIQUE

Esta mordaz exposición del Parlamento y los parlamentarios tiene un


corolario : si hacer política es fraguar opinión pública y ésta no se fragua en
el Parlamento, los parlamentarios no son verdaderos políticos. Como réplica
a esta situación surge la crítica de Unamuno y las del resto de los
componentes del 98 a quienes tienen la política como profesión. Azorín
es igual de explícito acerca de las ineptitudes y actitudes de los políticos
españoles :

No hay cosa más abyecta que un político : un político es un hombre que


se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que
hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a
quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa
automática («La voluntad», en Obras selectas 144).

Si bien el parecer de Unamuno, como el de Azorín en la anterior cita,


puede parecer generalizador en demasía, conviene matizar que sus ataques a
la vida parlamentaria y a quienes participaban de ella fueron a menudo
específicos. Más adelante veremos cómo Unamuno arremete contra esas
ideas políticas a que los pueblos habían confiado ciegamente su porvenir,
por ahora baste recordar lo directo de las críticas de Unamuno a Salmerón,
a quien acusaba de « funestísimo republicano ». ya que « calumnió una vez
más a su patria diciendo que es hostil al progreso, palabras que recuerdan a
las de aquel triste discurso que dejó caer en el Congreso el día 9 de junio
de 1902, y en que pedía que nos pongamos a la cola y al servicio de
Francia» («Isabel o el puñal de plata», en Ensayos I, 1071).
De la oposición que Unamuno establece entre la política del Parlamento
y la verdadera política se desprende un término unamunesco : la electorería
(«Hacer política», en Monodiálogos 29), que es hacer elecciones en lugar de
hacer política. En la vida política de la España de principios de siglo habría
por tanto que distinguir entre los parlamentarios que hacen electorería y
los intelectuales que hacen política. Unamuno, insisto, no pretendía por
medio de estas aseveraciones reivindicar el derrocamiento de la clase política
española para dejar que los intelectuales ocupasen los escaños del
Parlamento : expresa nuestro autor que la opinión política ha de hacerse
desde «el periódico... la tribuna» ya que «No es el Parlamento el que ha de
hacer opinión pública, es la opinión pública la que debe hacer un
Parlamento no ficticio» («Hacer política», en Monodiálogos 29). Según todo
lo dicho, el panorama político español tal y como Unamuno lo percibía
quedaría del siguiente modo : existen dos modos de hacer política u opinión
pública, uno desde dentro del Parlamento y otro desde fuera del
Parlamento, fundamentalmente en la prensa; la acción política es además
un deber de todos los ciudadanos y aunque se haga eminentemente en el

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EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

Parlamento, aquella que se hace fuera de él resulta un complemento


equilibrante y necesario para que el pueblo ejerza su derecho a la libertad ;
la política externa al Parlamento podría estar liderada por la élite intelectual,
los políticos del Parlamento no tienen por qué pertenecer a esa élite, pero sí
deben basar su ejercicio político en el intelecto, o en comprender, concebir,
razonar y juzgar. Reclama, de este modo, la necesidad, casi dependencia,
que la política tiene, o debe tener, de los intelectuales. A diferencia del
modelo de república propuesto por Platón en que la escena política debía
reservarse a los intelectuales, Unamuno sitúa a la clase intelectual fuera de
las Cortes, pero entiende que su voz debiera ser una referencia inexcusable
en la vida política del país.
La necesidad de alcanzar un equilibrio político entre los políticos de
escaño y aquellos otros ciudadanos que hacen política u opinión pública
fuera del Parlamento sería argüida sólo doce años después por Ortega y
Gasset. En la serie de artículos publicados en el diario El Sol entre octubre y
noviembre de 1927 que constituyen su ensayo «El poder social», Ortega
analiza el papel político que en España desempeñaban quienes hacían
opinión pública desde fuera del Parlamento. Para ilustrar el estado de la
cuestión evalúa el «poder social» que a políticos e intelectuales otorga la
sociedad española. Primeramente, expone lo que él entiende por poder
social: «la influencia que un oficio o persona tiene más allá de la que
estrictamente se origina en su acción propia» («El poder social» 237), o, en
el ámbito de la política, la atención que la sociedad presta a quienes hacen
opinión pública dentro o fuera del Parlamento. Ortega considera
desproporcionado el poder social de que gozan los políticos españoles y
discute su reparto : los políticos acaparan el poder social, mientras que los
intelectuales, a quienes debería corresponder buena parte, quedan
desprovistos de él. Como Unamuno, Ortega está convencido de la
necesidad de un equilibrio entre políticos e intelectuales en el ejercicio de
la política u opinión pública, y este equilibrio será inexistente mientras la
distribución de la influencia o poder social sea desigual. Mas no sólo es
desproporcionado el reparto de poder social, aún más grave y preocupante
es el hecho de que los políticos sobre quienes recae sean unos ineptos. Se
queja Ortega de que «cualquier mequetrefe que durante veinticuatro horas
ha sentado sus nalgas en una poltrona ministerial queda para el resto de
su vida como socialmente consagrado» («El poder social» 229). En
conclusión, mientras que los políticos detentan el poder social, éste se les
niega a quienes deberían ostentarlo, que son los intelectuales.
La reprimenda de Ortega al sistema político español comparte los
contenidos de la del rector salmantino. Ortega no duda en ahondar en las
causas y las repercusiones de la detentación del poder social por parte de la

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BULLETIN HISPANIQUE

clase política. La razón primera por la cual los españoles hacen caso omiso
de las recomendaciones de sus intelectuales es harto sencilla: «No creo que
exista entre las civilizaciones alguna menos dócil al influjo intelectual que la
nuestra» («El poder social» 237). De la congénita animadversión por la
intelectualidad y la extrema veneración de la negligente clase política resulta
la perpetuación del retraso español con respecto a las demás naciones
europeas. En otros países del viejo continente - y analiza los ejemplos
francés, inglés y alemán - el poder social se reparte entre políticos e
intelectuales, creándose así el mencionado equilibrio político.
Sabemos ya en qué consistía para Unamuno hacer política; debemos
preguntarnos a continuación cómo hizo política. Según sus indicaciones en
« Hacer política » la acción política que correspondería a un intelectual de su
talla debía ejercerse fuera del Parlamento y jamás en las filas de un partido
político como defensor de unas siglas. Ya he mencionado que Unamuno
fue tachado de comunista por los conservadores y de fascista por los
comunistas, pero nada más peregrino e inconcordante con su neutralismo.
En la España del primer tercio de siglo existían dos tendencias políticas
perfectamente delimitadas : la conservadora o calderoniana y la progresista o
arandina. Unamuno, tras su ruptura con el partido socialista en 1897, no se
adscribe abiertamente a ninguna de las dos; por el contrario, denuncia
sistemática y despiadadamente las fallas que encuentra en ambas, en un
mordaz ataque que dirige a los partidos y a la clase política en general.
Pedro Laín Entralgo (191-236) señala tres direcciones críticas en el análisis
unamuniano de España : la vida española, es decir, la sociedad con todos sus
mecanismos y revulsiones internas ; la historia española ; y las
particularidades psicológicas del español. De estos tres aspectos dos son, en mi
opinión, fundamentales para el examen de la vida política española: el
estudio de la sociedad española y el análisis del español como carácter
definidor de ésta. Laín Entralgo enumera nueve elementos calificadores de la
sociedad española que Unamuno entiende como harto nocivos para España;
de los nueve, cinco son producto de la vida política : el carácter polémico de
los partidos políticos, la falsedad del Parlamento, el dogmatismo, los
anticatólicos y la política de Salmerón.
Una atenta lectura de las críticas de Unamuno revela que éstas no son en
absoluto excesivas, muy por el contrario, las más destacadas de sus virtudes
son la exhaustividad y el detallismo, condiciones indispensables en cualquier
análisis de rigor científico. La razón de esta oposición minuciosa e
implacable a los partidos políticos y a las ideas que defendían se halla en
el carácter crítico y científico-filosófico del pensamiento unamunesco. La
independiente actitud de Unamuno le ha granjeado una cierta fama de
inconformista. José Ferrater Mora lo considera un polemista a quien jamás

178
EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

le faltaron ideas para contravertirlo todo sistemáticamente desde un excesivo


egotismo prepotente; y en el criticismo científico de Unamuno, que a
Ferrater Mora sirve para calificarle de polemista, se justifica Adolfo P. Carpió
para bautizarlo como el «filósofo de la subjetividad».
Pero no puede condenarse a Unamuno por subjetivo y polemista sin
más. Anteriormente he resaltado el incólume y sincero amor de Unamuno
por España ; amor que la caótica situación política y social de aquellos años
tornó exacerbado. Su reacción ante los políticos a quienes los intelectuales
con toda la razón de su parte vituperan no podía haber dejado de armarse
de contundencia. No es Unamuno un polemista que vilipendia a los
españoles y en particular a la clase política, sino uno de los más avezados
conocedores de la historia y la cultura españolas, verdaderamente
preocupado por la situación política que entonces vivía. Unamuno se
adscribe al grupo de políticos que hacen política u opinión pública desde
fuera del Parlamento, desde la prensa; su función consiste en colaborar en
el arbitraje del concierto político español desde su respetable posición de
intelectual, y la forma de proceder a este ejercicio político no es el
dogmatismo o la defensa de un partido político determinado, sino la
aproximación rigurosamente científica a la vida española. (Y es que los
cuatro procederes del intelectual — comprender, concebir, juzgar y razonar —
son patrimonio de las ciencias, por esta razón la acción política del
intelectual es científica en lugar de comunista, socialista o conservadora). El
Unamuno político es un intelectual, científico y filósofo de España, por lo
que al aproximarnos a su modo de contemplar la política debemos
primeramente entender su concepción de la verdad filosófica.
Según Paul Ilie, la mecánica filosófica unamuniana se halla condicionada
por el desdoblamiento del ego en precógito y cogito. Mientras que el
precógito asume la pre-reflexión y es la propia presencia del ego en el
mundo, el cogito se encarga de reflexionar sobre el papel del ego. El rasgo
más destacable del cogito es que puede llegar a conocer todo acerca del ego
menos su propia naturaleza, por lo que posee una predisposición a enfrentar
lo conocido con lo desconocido. Esta incertidumbre produce una constante
duda que condiciona cualquier razonamiento, y su ejemplo más
representativo son sus terribles y angustiosas crisis religiosas (Zubizarreta,
Corominas, Sánchez Barbudo en «Una experiencia decisiva...»). Las
vacilaciones reducen el método científico unamunesco al ignorabimus
socrático (« Sobre la europeización », en Ensayos I, 889) ; y de la alianza
entre la incertidumbre dubitativa y una acentuada humildad - que Iüe
destaca también en Unamuno — resulta un inquebrantable escepticismo
hacia cualquier postura que se presente como inalienable o dogmática.
Unamuno enfatiza este escepticismo en artítulos de juventud como « Pistis y

179
BULLETIN HISPANIQUE

no gnosis » o « La fe » y lo mantiene a lo largo de toda su vida, con la única


excepción de San Manuel Bueno, mártir.
La duda que impide al Unamuno filósofo creer es la misma que
condiciona su parecer político. El dudar sistemático produce un constante
cuestionamiento de todas las posturas políticas que inevitablemente le hacen
enunciar unas afirmaciones que en principio pueden parecer contradictorias.
Las contradicciones políticas de Unamuno se limitan a condenar ciertos
aspectos de una postura ideológica aunque antes la hubiese designado como
abanderada imprescindible del porvenir de España, v.gr. si en En torno al
casticismo se manifiesta un entusiasta del progresismo, en La vida es sueño
condena a los progresistas y entrega su confianza política a los
conservadores. Unamuno explicó en Del sentimiento trágico de la vida la
razón de sus contradicciones :

¿ Contradicción ? ¡Ya lo creo ! ¡ La de mi corazón, que dice sí, y mi


cabeza, que dice no!... ¡Contradicción!, ¡naturalmente! Como que sólo
vivimos de contradicciones, y por ellas ; como la vida es tragedia, y la
tragedia es perpetua lucha sin victoria ni esperanza de ella: es contradicción
{Del sentimiento trágico de la vida, en Ensayos II, 740).

Dichas contradicciones, incluyendo las políticas, son una consecuencia de


su método filosófico. Ciriaco Morón Arroyo demuestra concluyentcmente
que la dialéctica unamunesca se sostiene sobre los principios de las
dialécticas platónica y kierkegaardiana, esto es, en la afirmación de los
contradictorios. La aplicación de este método filosófico es harto sencilla y en
absoluto original de Unamuno, puesto que ya desde la Grecia clásica venía
poniéndose en práctica hasta alcanzar su cénit con Kierkegaard y los
existencialistas. La afirmación de los contradictorios se deriva del análisis
de fenómenos con antinomias en lugar de silogismos. Este proceder es
ciertamente inusual en política, y en este campo sí es Unamuno un
pionero. El político, sobre todo el español en su enfermizo dogmatismo
intelectualista, fundamenta sus ideas por medio de silogismos en que dos
premisas le proporcionan una conclusión a que se aferra y que defiende
ciegamente. Unamuno, en un área tan sumamente subjetiva como la
política, rechaza la inflexibilidad taxativa del silogismo y considera en sus
análisis todas las posibles antinomias, es decir, las incompatibilidades - o
contradicciones — que aparecen en ciertos puntos de la inteligencia entre el
neúmeno y el fenómeno. La antinomia implica la aporía, que es el contrario
del silogismo, esto es, la preposición con una dificultad lógica insuperable.
Son las aporías que emanan de sus consideraciones políticas aquello que
le impide la adhesión total a cualquier idea o partido político. Con
posterioridad a las tesis de Arroyo, el estudio de Iris Zavala Unamuno y el

180
EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

pensamiento dialógico ha mostrado al Unamuno literato bajo la perspectiva


del bajtinismo. En la opinión de Zavala, las aparentes contradicciones que
afloran en la producción literaria unamuniana surgen del desdoblamiento
del ego en « tres dramatis personae o tres voces, el yo-para-mí (que no existe
fuera del reconocimiento del otro), el yo-para-el-otro (reflejo del otro) y la
tercera voz genuina que no reconoce a uno o al otro, y que no existe fuera
del propio otro, de su propia conciencia» (160), de tal modo que en el
punto de vista del autor confluyen tres diferentes, lo que hace que, en
palabras de Zavala, « La dimensión de la verdad dialogizada es componente
esencial en el lenguaje del ser. Unamuno concibe el diálogo como acto de
comunicación y comprensión de ese tercero que interroga y afirma
simultáneamente» (160). Para esta crítica, Unamuno pretende con su
obra literaria «crear la sospecha del locutor» (19), lo que lo convierte en un
«maestro de la sospecha» (18), comparable al mismo Nietzsche
(cf. Sobejano 149 ; Fox 177). La perspectiva bajtiniana que Zavala atribuye
a la obra de Unamuno concomita con la platónico-kierkegaardiana y al
aplicarse al discurrir político del autor demuestra un sistematicismo
dialéctico dotado de una evidente coherencia.
Unamuno, como él mismo se declaró, era liberal1, pero no liberal como
pudiera entenderse en la época, es decir, comunista o socialista. Si nos
atenemos a la máxima unamunesca que respeta el poder de antinomias y
aporías rechazando toda consideración lógica, ya que « lo real es irracional »
{Del sentimiento trágico de la vida, en Ensayos II, 733) y « La lógica es una
servidora de la razón, y la razón una potencia conservadora y
seleccionado ra » {Sobre la filosofía española, en Ensayos!, 559), entonces su
visión política, al no basarse en la lógica, no es lógica y, por tanto, tampoco
conservadora. Esta deducción es lógica antiunamunesca ; y tengo la absoluta
certeza de que Unamuno la protestaría. Sin embargo, no estoy afirmando
que Unamuno estuviese en contra del partido Conservador, sino que no era
conservador (tampoco era creyente pero siempre insistió convencido en la
necesidad de la fe [Sánchez Barbudo, en «Una experiencia decisiva...»]).
Unamuno no era conservador porque, como acabo de adelantar, era liberal,
mas de un modo harto particular.
En el artículo «El ideal histórico», publicado en el diario bonaerense La
Nación en marzo de 1922, Unamuno comenta la existencia en la escena
política española de aquellos años de esas dos posibles posturas políticas a
que ya he aludido, y explica que la conservadora pretendía perpetuar el

1. Véase Miguel de Unamuno, «El ideal histórico», donde analiza el concepto de


«liberalismo» para llegar a la conclusión de que «Un gobierno debe ser liberal» (en
Monodiálogos 139).

181
BULLETIN HISPANIQUE

régimen capitalista y que la comunista deseaba reducir la humanidad a una


única clase social eliminando las demás. Unamuno denomina estas dos
tendencias « absolutistas », puesto que cada una de ellas aspiraba a imponer
sus ideas aniquilando cualquier otra que se le opusiese. Las posturas
absolutistas son contrarias a la misma Historia, puesto que para que exista
Historia, y la Historia ha de existir, debe producirse una oposición de
ideas ; lo contrario sería la utopía, y la utopía es irrealizable. Unamuno
apunta una tercera postura que llama la « histórica » o « liberal », y que no es
absolutista. Esta postura es la natural, puesto que se somete a la Historia, y
además la más justa. El liberalismo de Unamuno consiste pues en respetar
todas las ideas y en abogar por la tolerancia. El liberalismo según lo
entendía Unamuno desaprueba el conservadurismo, como censura también
el comunismo y el socialismo, porque, por encima de todo descansa el
interés primero de los pensadores del 98, que es el porvenir de España y el
rigor de la verdad.
Unamuno cuestiona esos aspectos que señala Laín Entralgo y todo
aquello que no sea liberal según su acepción del vocablo - comunismo,
socialismo y conservadurismo, que son la totalidad de las tendencias
políticas de la época -. En su artículo «De la democracia bolchevista»
(1920) se escuda en el antisocialismo de Inge para acusar al bolchevismo de
institución marcial, incivil y anticivil, y a la Internacional de agravadora de
las diferencias nacionales de los pueblos. En « Guerra, vida y pensamiento ;
paz, muerte e idea» (1920) recuerda cómo Merejkovski equiparaba el
bolchevismo ruso al capitalismo norteamericano, puesto que ambos eran
adoradores del Becerro de Oro. Más de una década después, en « Organeros
y organistas», publicado el 23 de abril de 1933, Unamuno reprocha a los
comunistas que « ofrecen la paz provocando la guerra » (« Organeros y
organistas», en Monodiálogos 183) aludiendo a los innumerables asesinatos
que estaban cometiendo. En ese mismo año, Unamuno publica « La clase y
el fajo», donde califica el clima político de la España del 33 de «guerra
civil» en dos ocasiones. En este artículo se refiere al fascismo como «fajo»,
y lo define como :

un régimen en que una exigua minoría se haga casi totalidad, o un régimen


totalitario, de Estado antiliberal, que acabe con lo que se llama clasismo,
que uniforme a todos y a todos imponga una vida de privaciones materiales,
intelectuales y hasta morales. O de otro modo, a un caciquismo, que es
acaso todavía el régimen genuinamente español (« La clase y el fajo », en
Monodiálogos 188).

Sin duda es ésta la definición del más terrible de los estados políticos,
pero Unamuno se apresura a advertir que la alternativa a esta postura no

182
EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

debe ser absolutista, y pregunta al lector retóricamente : « ¿ Es que hay hoy


aquí mayores fajistas que esos denunciadores del fajo ? ¿ Esos a quienes otros
llaman clasistas ? Clasista y fajismo son una y la misma cosa » (« La clase y el
fajo», en Monodiálogos 189).
Unamuno no polemiza dotando sus artículos de contradicciones sin
sentido ; muy por el contrario, cuestiona las posturas que la misma Historia
se encargaría de denunciar. Y, sobre todo, Unamuno propone la postura
liberal frente a las absolutistas, porque absolutistas eran tanto los comunistas
que durante la Segunda República anunciaban la proximidad de una
revolución proletaria aún más violenta que la Rusa como los conservadores
que ganaron la Guerra Civil e impusieron una dictadura. También
encuentra Unamuno inconvenientes a la democracia (Abellán et al 362 ;
Sobejano 483). En «De la democracia bolchevista» pregunta: «¿y qué es
democracia ? » para responder, « hablando del Gobierno de Atenas, que se le
llamaba democracia porque se regía, no por pocos, sino por los más, por la
mayoría » ; y concluye : « Nada más imperialista que una democracia » (« De
la democracia bolchevista», en Monodiálogos 115). Resulta sorprendente que
ninguno de sus compañeros de generación que habían experimentado otras
culturas europeas de una u otra manera — como el Ganivet diplomático,
Gasset el estudioso en Alemania, el Baroja italiano o el Maeztu inglés —
expresaran con tanta claridad la diferencia entre la percepción española de
los conceptos democracia y libertad y el modo en que los entienden la
mayoría de los países occidentales : en España el ciudadano entiende la
democracia y la libertad que le es implícita como el estado en que la
mayoría decide las normas de convivencia; en otros países la libertad y la
democracia se basan en el respeto a los derechos del individuo y no en los
dictados de la mayoría. Frente a la democracia propone Unamuno la
« ideocracia », que es al liberalismo lo que la democracia es al absolutismo.
La « ideocracia » quedaría definida como el estado político en que todas las
ideas, por minoritarias que sean, son atendidas con el respeto que toda
sociedad debe a cada uno de sus individuos2.
Mas no son todo críticas en este hacer opinión pública que su conciencia
española imponía a Unamuno. Propone también soluciones, las cuales
emergen a la superficie de la sociedad española desde la historiología
unamunesca para salvar el panorama político español que se ahogaba casi sin
remedio. El método historiológico de Unamuno se basa en «La tradición
eterna española, que al ser eterna es más bien humana que española» {En

2. Escribe Unamuno : « ¿ Ideas verdaderas y falsas decís ? Todo lo que eleva e intensifica la
vida refléjase en ideas verdaderas, que lo son en cuanto lo reflejen, y en ideas falsas todo lo
que la deprime y amengüe» («La ideocracia», en Ensayos I, 238).

183
BULLETIN HISPANIQUE

torno al casticismo, en Ensayos I, 22), la misma tradición eterna que hace


que la imposición de conservadurismo o de comunismo sea inviable. La
tradición eterna es representante de la Historia, concepto en que Unamuno
discierne dos aproximaciones que han caracterizado su método historioló-
gico: la Historia y la intrahistoria. La intrahistoria en sí es un término
contradictorio, ya que, como sugiere Morón Arroyo, surge de la unión
ambigua del filósofo krausista y del filólogo romántico. A grandes rasgos
- puesto que resultaría redundante extenderse en éste que es uno de los
aspectos del pensamiento unamunesco más tratado por la crítica —, la
Historia la hacen los políticos, de los que ya sabemos que son unos
perfectos ineptos ; por el contrario, la intrahistoria la realiza el pueblo. La
reivindicación de la intrahistoria en detrimento de la Historia responde al
interés de Unamuno por descender a lo más profundo del pueblo para así
encontrar la « casta íntima » de que habla en En torno al casticismo. Mas no
debe concebirse la intrahistoria como exclusiva de las poblaciones remotas
de la más vieja de las Castillas, sino como concepto compilador de la labor
de todos aquellos que desempeñan el papel que ocupan en la sociedad, pues
es el conjunto de estos lo que verdaderamente mantiene el presente y el
porvenir de España. La verdadera España es la España intrahistórica y no la
Histórica que se nutre de las acciones del Parlamento y de esos políticos
cuya ineptitud y despreocupación los convierte en casi unos traidores
- que es lo único de lo que a Unamuno, Azorín y Ortega les faltó por
acusarles -.
La acción política ha de iniciarse en el pueblo, intrahistórico por
antonomasia. El político que hace opinión pública debe hacerla desde y
para el pueblo. En este sentido era conveniente que el pueblo superase el
exasperante estado de incultura en que se hallaba sumido para que de él
surgiesen políticos y para que le fuese posible reaccionar ante la inadecuada
acción política ejercida por el Parlamento. Sólo la palingenesia popular tan
reclamada por los intelectuales de la época podía abrirle a España el camino
hacia el brillante porvenir que todos anhelaban. La respuesta de Unamuno a
la encuesta de Alma Española con que iniciaba este ensayo así lo expresa:
« [España] necesita adquirir hábitos de trabajo, ahogar el espíritu de
mendicancia que nos corroe, aplicarse a industrias y rehacer la instrucción
en sentido más práctico ». La instrucción a que Unamuno alude sólo puede
alcanzarse a través de la educación que el pueblo español no estaba
recibiendo.
Acerca de esta cuestión escribió Unamuno su artículo «Educación e
instrucción», publicado en el diario Nuevo Mundo en 1922. El parecer de
Unamuno en torno al estado de la educación académica en España coincide
con la del resto de los intelectuales que la estimaban vergonzosamente

184
EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

decadente. Según él «lo más de lo que está pasando ahora aquí... se debe a
falta de instrucción y hasta a deficiencia intelectual» («Educación e
instrucción», en Monodiálogos 110). Y no es que el Estado Español no
proveyese a sus ciudadanos con una educación : una parte del pueblo asistía
a la escuela y en ella se le brindaba una educación ; esa educación no era la
apropiada para lograr la formación de ciudadanos cultos, porque no se les
instruía. Unamuno es contundente en este respecto:
¿Usted cree, verbigracia, que es educativo, que es disciplinario, enseñar
Historia de España para encender el patriotismo ortodoxo y declamar sobre
las llamadas glorias nacionales? ¿No cree usted que es más educativo,
mucho más educativo, enseñar como quien enseña química? Y al enseñar
química, nadie se indigna contra el ácido prúsico, ni canta las excelencias
del platino, ni se pone a comparar los méritos del sodio y del potasio, ni
otras mentecatadas por el estilo (« Educación e instrucción », en
Monodiálogos 110).
El problema es el de siempre : el desmesurado dogmatismo, que también
se ha introducido en las escuelas. Frente a la educación dogmática
Unamuno propone la instrucción. No pretende el pensador vasco que el
pueblo se aventure a divagar acerca de las posibles implicaciones de
antinomias y aporías que en un fenómeno se puedan detectar; mas el
entendimiento del ciudadano ha sido contaminado con dogmas, y por eso
una de las premisas de los silogismos que pueda construir ha sido impuesta
por la subjetividad de la educación ortodoxa ; en consecuencia, la conclusión
de los silogismos de los españoles será siempre esclava de su educación
dogmática. Unamuno propone que el ciudadano sea instruido para que las
premisas de sus consideraciones sean en todo lo posible justas y objetivas.
Concluye Unamuno su «Educación e instrucción» insistiendo en que
«todo procede de la mala educación social y civil, y... esa mala educación
proviene de falta de instrucción» y añade: «Mientras no se discuta a la
Patria, el patriotismo no será más que superstición» («Educación e
instrucción», en Monodiálogos 112). La patria ha de discutirse, y no sólo
dentro del Parlamento, también debe discutirla el pueblo, haciendo opinión
pública. Unamuno desea que el pueblo piense, porque sólo pensando
logrará alcanzar soluciones para España. Por ello, la acción política que con
tanto esmero desarrolló consistió predominantemente en inquietar al pueblo
por medio de las aporías de su dialéctica dialógica, proyecto que es efectivo
sólo sobre un pueblo instruido, capaz de pensar y de exigir.
Como el pueblo español carecía de instrucción intelectual, Unamuno
exige de sus dirigentes una pronta reforma de la enseñanza en favor de la
objetividad antidogmática que haga posible la instrucción, y establece a
través de sus ensayos las pautas que él cree más efectivas para este proyecto.

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BULLETIN HISPANIQUE

De la instrucción saldrá «una verdadera juventud, animosa y libre» (En


torno al casticismo, en Ensayos I, 123), capaz de pensar y de fraguar opinión
pública. Sobre el pueblo español instruido, que a principios de siglo era
minoría pero que espera que será mayoritario cuando llegue esa juventud,
hace Unamuno una política orientada a la motivación intelectual, que ha de
llevarse a cabo excitando su inteligencia y entendimiento. Y así lo
confesaba : « Lo más de mi labor ha sido siempre inquietar a mis prójimos
(con la palabra, ya se entiende), removerles el poso del corazón, angustiarlos
si puedo» (Mi religión, en Ensayos II, 299). Unamuno, «excitador
Hispaniae» como lo llama Ernst Curtius, inquieta al pueblo español
desenmascarando la hipocresía de los partidos políticos que habían
convencido a los españoles de que sólo con las ideas que promulgaban se
podía salvar a España de la tiranización que el partido contrario anhelaba
imponer. La defensa del liberalismo y de la República no hace de las
afirmaciones en « De la democracia bolchevista » contradicciones, como
tampoco son contradictorios su apoyo a la derecha en los años treinta y
su mordaz definición del « fajo ». La posición política de Unamuno es
inamovible : liberalismo como alternativa al comunismo y al
conservadurismo que son absolutistas. Ahora bien, en una sociedad sumida en una
encarnecida y letal disputa política, Unamuno debe hacer opinión política
en torno a esos dos partidos; si las posturas no son satisfactorias en su
esquema liberal, no podía limitarse a apuntar a la más conveniente para el
futuro de España, debía también advertir de los peligros que la política
podía entrañar, y eso sólo era posible inquietando al pueblo.
En definitiva, la acción política de Unamuno no tiene por objeto y
referencia los partidos políticos, sino el porvenir de España. Al contrario que
la mayoría de sus contemporáneos, Unamuno no defiende este o aquel
partido porque estime una ideología mejor que otra sino porque la cree más
adecuada para el afianzamiento de España en la nueva era histórica que se
abría después de la caída definitiva del Imperio. (Actitud ésta de máxima
actualidad: el Parlamento francés dedicó un emocionado aplauso al Primer
Ministro británico Tony Blair durante su visita oficial a Francia en marzo
de 1998 cuando en el discurso que les ofrecía afirmó que no existe una
economía de derechas o de izquierdas, sino una buena o una mala
economía). La política de Unamuno se caracteriza por su sinceridad y su
objetividad : por la sinceridad a que obligan su amor a España y su siempre
presente conciencia española; y por la objetividad de su pensamiento,
puesto que su método político no se sustenta en restringidos dogmas, sino
en la más amplia y minuciosa de las observaciones críticas — siempre
supeditada por antinomias y aporías que precisamente suponen la dificultad
última de la investigación humanística — . Es absurdo identificar a Unamuno

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EL «HACER POLÍTICA» DE UNAMUNO

con ninguna otra postura política que no sea ese liberalismo de su


invención que entonces no existía en España — y del que ahora se jactan los
políticos que se llaman demócratas; en efecto, Unamuno es uno de los
primeros demócratas españoles, o, en su terminología, ideócrata —. El
liberalismo no es una postura política sino una actitud, la tolerante o
antiabsolutista. Las posturas sobran y sólo cuenta el porvenir de España; y
Unamuno lo demuestra en su análisis lingüístico de los términos
«derechas» e «izquierdas» en el artículo «Ceros a la derecha o a la
izquierda». Arguye Unamuno que en los principios de la democracia al
partido en el poder se le sentaba en el Parlamento a la derecha del
presidente de la cámara; de ahí que los conservadores, que solían ser la
fuerza gobernante y, por tanto, los que se sentaban a la derecha, se
conozcan como « derechas », y los progresistas como « izquierdas » por
ocupar la parte izquierda al presidente de la cámara parlamentaria. Cuando
los progresistas alcanzan el poder pasan a ocupar los escaños situados a la
derecha del presidente, y se convierten en las « derechas ». Unamuno explica
por medio de esta reflexión lo ridículo que le parecen quienes blasonan
de sus ideales de « derechas » o de « izquierdas », cuando estos son términos
de semántica tan inestable. Unamuno concluye «Ceros a la derecha o a la
izquierda» con la siguiente reflexión:
Nadie ha sabido decirme, de los dos extremos, el del individualismo - el
anarquismo contra el Estado -, y el del socialismo o estatismo — el
bolchevismo - cuál es el de izquierda y cuál el de derecha. Y si me dicen
que los extremos se tocan, pregunto si por la derecha o por la izquierda.
Como nadie ha sabido decirme cuál es de derecha y cuál de izquierda entre
la absoluta libertad de conciencia y, por lo tanto, de enseñanza, y la religión
de Estado - no del Estado —, de Estado docente, o sea, lo que se llama
laicismo, que no es ni debe ser neutralidad (« Ceros a la derecha o a la
izquierda», en Monodiálogos 180).
No son las derechas ni las izquierdas quienes han de forjar los destinos de
España, sino el pueblo español e intrahistórico. De hecho, la beligerancia
ideológica que flotaba en el clima político de la España de principios de
siglo y de la preguerra era la más perjudicial de las rémoras en el avance
hacia un óptimo porvenir, tanto que sumiría a España en una feroz y
destructiva guerra civil. Unamuno discute el problema elocuentemente
afirmando que «Pretender entendernos con eso de derechismo e
izquierdismo no es sino buscar desentendernos del examen de los
problemas» («Ceros a la derecha o a la izquierda», en Monodiálogos 118),
porque los partidos políticos no ofrecían por solución más que la
aniquilación de sus oponentes en el Parlamento en lugar de proponer un
efectivo plan de desarrollo. Y pongo como ejemplo de lo dicho los conatos

187
BULLETIN HISPANIQUE

de reforma educativa. Muchos fueron los intentos reformadores surgidos


del Parlamento, principalmente entre 1909 y 1917, para mejorar la calidad
de la docencia en las escuelas españolas. Pero en lugar de encontrar modos
de promover la educación por medio de la creación de escuelas y la mejora
del profesorado y las metodologías didácticas, los gobiernos se limitaron o a
culpar a la Iglesia de monopolizar la enseñanza o a afianzar el papel de ésta
en el sistema educativo español. Las maniobras políticas culminarían en
1933 con la absolutista prohibición de la enseñanza religiosa en 1932 y la
expulsión de los jesuitas y la confiscación de todos sus bienes - Unamuno
firmó una propuesta contra esta decisión política (Rojas 22) -. Sólo los
intelectuales que se esfuerzan en hacer opinión pública, como Unamuno,
discuten objetivamente las fallas del sistema educativo, los políticos se
limitan a utilizar la educación como motivo de ataque a sus antagonistas : y
en ello estriba la diferencia entre la verdadera política y la electorería
demagoga, dogmática e intelectualista. Lejos de tildarlo de polemista
contradictorio, «reluctant Republican» (Roberts xv), «mal fascista» (Bravo)
o «liberal que fustiga» (Núñez et al 42), debe tenerse a Unamuno como
uno de los primeros demócratas (en el sentido actual de esta voz) del siglo
XX español, ducho especialista en, como apunta Zavala, descubrir
«indicaciones sagaces para crear la sospecha» (29), que lo convierte en
un patriota « crítico » (Granjel 205) y un político digno de la república de
Platón.

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