Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
A U X É D IT IO N S D U C E R F
VÉRITÉ ET DÉSIR
Expérience spirituelle
et expérience psychanalytique
F r a n ç o is e Baldé, R ic h a r d C a d o u x , F r a n c is C a p r o n ,
V é r o n iq u e D onard , N ic o l e F abre, G h is l a in L afo nt,
J e a n - B a p t is t e L e c u it , L aurent L e m o in e , A l a in Pa u lay ,
É r ic T . de C ler m o n t-T onnerre
ESPACE
CATHERINE
DE SIENNE
2010
46 LA VÉRITÉ GUÉRIT-ELLE?
L a sublim a tio n .
I. L2, p. 47.
Collection « Psychanalyse et Religion »
dirigée par
Pa u l -L aurent A ssoun
Déjà paru :
L’ILLUSION
D’UN AVENIR
Confrontation amicale
avec le professeur D r Sigmund Freud
É d itio n c ritiq u e
présentée et com m entée p a r
Pa u l - L a u r e n t A ssoun
Psychanalyse et religion
L ’éthique.
1. Le désir n'est pas comme tel un concept freudien. C ’est Lacan qui lui a
donné sa grande importance. Le passage de la pulsion au désir n’est pas
linéaire. Le désir est un rejeton - au sens d ’une greffe - du refoulement
originaire. C ’est le fantasme qui soutient le désir.
50 LA VÉRITÉ GUÉRIT-ELLE?
La pulsion.
Eros et Agapè
1. Anders N ygren , Eros et Agape, 1930-1936, trad. fr. 1962, Éditions du Cerf,
2009.
U
100
esto, es por tu bien». Pero el deseo es total
mente distinto. Es lo que no capta el neuró
tico cuando toma la petición del Otro como
expresión de un deseo.
¿Qué hacer ante esta naturaleza incom
pleta de lo simbólico, ante esta im posibili
dad del lenguaje? ¿Cómo no desesperamos
en la angustia del no saber acerca del deseo
del Otro? ¿Tenemos que refugiamos en la
huida y el rechazo de toda relación? Preci
samente para responder a estas preguntas el
psicoanálisis ha optado por una ética distin
ta de la del servicio de los bienes: la ética de
la ley del deseo.
U na ética distinta
101
PHILIPPE JULIEN
PSIC O AN A LISIS
Y R E L IG IÓ N
Freud - Jung - Lacan
E D IC IO N E S SÍG U E M E
SALAM ANCA
2018
A l hablar del cristianismo, Lacan toma
del evangelio de san Mateo el enunciado de
dos mandamientos: el de amar a Dios y el
de amar al prójim o como a uno mismo (M t
22, 37-39). Y lo interpreta en el siguiente
sentido: «Lo que el cristianismo nos pro
pone es un drama que encama literalmente
esta muerte de Dios».
Y puesto que Dios está muerto, «a partir
de ahora el único mandamiento es: ‘Ama
rás a tu prójim o como a ti mismo’ ». Y aña
de: «Los dos términos, la muerte de Dios
y el amor al prójim o, son históricamente
solidarios»1.
Así pues, ¿qué interpretación hay que dar
a este «único» mandamiento?
95
Prim era interpretación
96
Por consiguiente, el «yo quiero tu bien» se
basa en el «yo sé cuál es tu bien», puesto que
«te amo como a mí mismo». Y en nombre de
este saber someto al otro a mi voluntad: «Tú
debes obedecerme por tu bien». Esto puede
funcionar durante cierto tiempo; a veces, in
cluso, durante mucho tiempo. Pero llega un
día en que se revela el lím ite del amor, lím ite
expresado en dos objeciones: una proceden
te de mí mismo y otra del prójimo.
La primera la presentó muy brillante
mente Freud en el quinto capítulo de su li
bro Malestar en la cultura. Comentando el
precepto: «Amarás a tu prójim o como a ti
mismo», Freud llama la atención sobre un
punto clave: «M i amor es algo precioso, que
no tengo derecho a malgastar». El prójim o
debería merecerlo, pero a menudo no es así.
No solo me es ajeno, sino que además hay
en él una agresividad y una maldad que me
recerían más bien mi odio. De este modo,
Freud constata amargamente el fracaso de
la cultura sobre este punto.
Pero a esta objeción se añade otra que
proviene del prójim o mismo, que rechaza mi
amor: «M i bien no es el que tú quieres para ti
mismo. Tú crees saber cuál es m i bien, pero
97
yo soy distinto de ti; luego ¡deja de imponer
me tu amor!». Esta terrible objeción surge
un día con ira en la vida de una pareja, en la
vida profesional, en la vida política entre dos
naciones, o en la vida religiosa si el clérigo
cree saber cuál es el bien del laico.
En consecuencia, ambas objeciones se
unen en una misma revelación: hay una al-
teridad irreductible de ese que llamamos el
prójim o, que hace imposible poder identifi
carse con él.
O tra interpretación
98
íntima, la ex-timidad que es lo inconscien
te reprimido y que reaparece con sorpresa y
estupefacción.
«Hazte próximo de esta extrañeza que
hay en ti mismo»: esto es amar al p ró ji
mo como a ti mismo. En efecto, lo que el
psicoanálisis enseña contra la paranoia es
que todos somos responsables de nuestro
inconsciente: «Donde había Ello, debo lle
gar a ser Yo» (Wo es war, so il ich werden).
Asum ir el propio inconsciente, yendo más
allá de las dos dimensiones de la imagen del
Yo, es reconocer en uno mismo una tercera
dimensión que asombra, una capacidad de
bien o de mal que se ha reprim ido y que hoy
reaparece: no hay represión sin una vuelta
desplazada de lo reprim ido. De este modo,
lo que el sujeto ha odiado en el otro por
su maldad, lo reconoce en sí mismo: «Eso
horrible y devastador que él o ella ha he
cho, ¡yo soy totalmente capaz de hacerlo!».
Como decía Lacan a propósito de Sade, el
desafío es que uno se haga «lo bastante ve
cino de su propia maldad como para encon
trar allí a su prójim o»2.
99
les, estas dos pasiones que son el miedo y la
piedad, pasiones que únicamente purifica el
arte de hablar bien de ellas, por ejemplo en
la tragedia. De este modo, la belleza vuel
ve insensible al horror. Esta es la sublima
ción. Sociológicamente, el amor cortés de
los trovadores fue la invención de este arte
del acercamiento que todo amante ha sabido
retomar a su manera en su vida privada, con
las puertas y las cortinas echadas.
Pero según la ley del deseo, este arte no
es sino un preámbulo que permite pasar a un
segundo momento: el de lo pulsional. Esto
es un descubrimiento freudiano. En efecto,
puesto que a la pregunta dirigida al Otro
acerca de su deseo no hay respuesta en la
palabra, solo queda una solución: responder
uno mismo. ¿De qué manera? A l identifi
carse con el objeto de gozo del otro como
cuerpo, es decir, en el fantasma como sostén
del deseo, el sujeto se hace objeto de un plus
de gozo del cuerpo del otro (genitivo subje
tivo). Dicho con otras palabras, en lugar de
una carencia en el lenguaje para responder,
el sujeto colma él mismo otra carencia en el
cuerpo del otro, carencia representada por
las cuatro aberturas corporales que son la
102
boca, el ano, la vista y el oído. Estas cuatro
fisuras en el otro hacen posible una relación
que el sujeto se arriesga a instaurar en él
mismo según las cuatro pulsiones:
-hacerse besar y absorber por la boca;
-hacerse eyectar por su ano;
-hacerse ver por su mirada;
-hacerse oír por su oído.
103