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et Andrea Zorzi
l’époque moderne, restait à écrire. Les dix-huit contribu-
tions de cet ouvrage, issues de trois rencontres interna-
tionales, traitent des pratiques de la vengeance en étu-
diant une série de cas pris dans l’Empire, dans le royaume
de France, mais aussi en Italie et en Espagne. Tous les
groupes sociaux sont concernés, nobles comme non-
nobles, paysans et citadins, clercs et laïcs.
L’idée a été de comprendre comment et pourquoi, globa-
lement, la vengeance régresse en Occident. Il fallait pour
cela interroger les outils théoriques dont dispose l’histo-
rien, la notion de « justice privée », qui renvoie à l’idée sous la direction de
d’un État détenteur du monopole de la violence légitime,
ou celle de « civilisation des mœurs » qui accompagne né- Claude Gauvard
cessairement l’idée d’un progrès de l’homme sur ses pul-
sions agressives. Ces notions volent ici en éclats pour faire et Andrea Zorzi
place à des explications plus nuancées et sans doute plus
justes. L’État peut louer la vengeance tout en la condam-
nant par bribes, et la vengeance peut se dérober à l’ob-
La vengeance en Europe
servation ou, au contraire, envahir la documentation au
La vengeance
gré des acteurs qui la manipulent pour en faire mémoire.
Enfin, si le lien entre honneur et vengeance est ici privi-
légié, il n’est pas le seul critère d’explication. Car la ven-
en Europe
geance se révèle multiforme et, de ce fait, reste difficile-
ment saisissable.
PUBLICATIONS DE LA SORBONNE
ISBN 978-2-85944-891-2
ISSN 0292-6679
Prix 28 €
PUBLICATIONS DE LA SORBONNE
Iñaki Bazán Díaz
La pervivencia de la venganza
privada junto al ius puniendi real en
los casos de contumacia, piratería
y de uxoricidio honoris causa en la
Corona de Castilla (siglo XIII al XV)*
ne
C on
on la recepción del derecho común se inició la transición de la
rb
autojusticia a la justicia pública, al arrogarse la autoridad pública la
So
jurisdicción sobre el conocimiento de los delitos cometidos y la imposición
y ejecución de las penas, que pasaron a tener el doble objetivo de resarcir
la
de Castilla es en el siglo xiii cuando tuvo lugar esa transición hacia el ius
puniendi real con iniciativas legislativas como las Partidas y el Fuero Real
ns
reinado de los Reyes Católicos se dieron importantes pasos para superar ese
Pu
* Este artículo se enmarca en el proyecto titulado Solidaridad y/o exclusión en las fronteras maríti-
mas. Castilla en la Baja Edad Media, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad
en la convocatoria 2013.
Las venganzas autorizadas por los tribunales de justicia
en los casos de contumacia del reo
En un sistema de justicia público con la persecución de los delitos, ya fuera
por querella/acusación, por denuncia o por oficio, se pretendía satisfacer una
serie de principios de cara a mantener la paz y el orden público, entre los
que caben destacar los siguientes: 1) castigar al delincuente; 2) salvaguardar
los intereses del querelloso; 3) manifestar el triunfo de la justicia pública;
4) cumplir con la tarea encomendada por Dios a los príncipes; y 5) avisar
a futuros delincuentes que sus acciones no quedarían impunes. De igual
modo, cuando la autoridad pública no reparaba por su intermediación el
daño causado a la víctima, ya fuera por dejación de funciones en el ejercicio
de su deber jurisdiccional, por negligencia, por corrupción o por proceder
con benevolencia contra los malhechores, ocasionaba además un gran per-
juicio a la comunidad1. Ese perjuicio fue expresado por el prelado castellano
Rodrigo Sánchez de Arévalo, en su obra Suma de la política (circa 1454), en
ne
los siguientes términos: «faría [la autoridad pública] injuria al acusador y
on
offensa al común y república, y daría a otros osadía de mal fazer; ofendería
rb
otrosí a Dios, en cuyo lugar tiene la tierra, el qual quiere y manda que los
malfechores sean punidos porque los buenos e inocentes vivan en paz»2.
So
210
guarda y custodia de los acusados, requisito fundamental para poder cas-
de
carceleros recibieran en sus personas la misma pena que les hubiera corres-
io
que de una forma u otra la vindicta pública no quedara sin ejecutarse y sin
ic
1. Sobre la función social del castigo público en la Corona de Castilla a partir del siglo xiii vid.
I. Bazán, «La utilidad social del castigo del delito en la sociedad medieval: “para en exemplo,
terror e castygo de los que lo ovyesen”», en E. López Ojeda (coord.), Los caminos de la exclusión
en la sociedad medieval: pecado, delito y represión, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos,
2012, p. 447-476.
2. I. Bazán, «Control social y control penal: la formación de una política de criminalización y de
moralización de los comportamientos en las ciudades de la España medieval», en S. Castillo,
P. Oliver (coord.), Las figuras del desorden. Heterodoxos, proscritos y marginados, Madrid,
Siglo xxi, 2006, p. 258-259.
por haber asesinado a toda la tripulación de un buque inglés con objeto de
apoderarse de lo que transportaba3.
Al margen de las fugas de cárceles, lo que realmente resultó una verdadera
perturbación del ejercicio de la justicia pública fueron las ausencias de los
acusados en los juicios. Cuando alguien perpetraba un delito o cuando se
enteraba de que era buscado para rendir cuentas del mismo, lo normal era
que pusiera tierra de por medio, evitando de este modo ser procesado. En
efecto, la rebeldía o contumacia ante los requerimientos de los tribunales de
justicia fue un expediente habitual empleado por los imputados en cualquier
acción delictiva y contra el que resultaba difícil luchar.
En los siglos xiv y xv el fugitivo de la justicia o encartado se convirtió
ne
fugitivo, encartado, rebelde o contumaz pasó a ser el protagonista de un buen
on
número de leyes penales4.
3. I. Bazán, «“Degollaron a todos los dichos treynta e tres yngleses e asy degollados dis que los
lançaron en la mar”. Las hermandades vascas y la lucha contra la piratería en la Baja Edad
Media», Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 5, 2006, p. 83 y ss.
4. Sobre las respuestas penales en contra de los acotados o encartados en el caso de la legislación
vasca bajomedieval, vid. Id., «“Sy fuere villano que le enforquen por ello e sy fuere fijodalgo
que le enposen fasta que muera”. La pena de muerte en la legislación vasca medieval», en
C. González, I. Bazán (dir.), El discurso legal ante la muerte durante la Edad Media en el nordeste
peninsular, Bilbao, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 2006, p. 347-349.
5. Sobre la contumacia en la Castilla medieval vid. I. Ramos Vázquez, «El proceso en rebeldía
en el derecho castellano», Anuario de Historia del Derecho Español, 75, 2005, p. 721-754;
M. P. Alonso Romero, El proceso penal en Castilla (siglos xiii-xviii), Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1982; I. Bazán, «La pena de muerte en la Corona de Castilla en la Edad Media»,
de Vicuña, por un lado, y el de Juan Ortiz, por otro, permiten visualizar
la equivalencia jurídica existente entre un procesamiento en rebeldía y la
culpabilidad probada, con condena subsiguiente.
El 15 de mayo de 1458 el alcalde de la villa alavesa de Salvatierra, Juan
Pérez de Albéniz, condenó en rebeldía a morir empozados a Juan López de
Galarreta y a Juan Sánchez de Vicuña. Ambos, en unión de otros, secues-
traron en camino real al zapatero Juan Pérez de Opacua cuando retornaba
a Salvatierra desde la limítrofe provincia de Guipúzcoa por el paso de San
Adrián y lo mantuvieron preso, con cepos, en la aldea de Ordoñana. Una vez
libre, Juan Pérez de Opacua acusó a sus captores ante el mencionado alcalde,
quien requirió su presencia mediante cartas de emplazamiento, pero fueron
rebeldes al llamamiento judicial y el proceso continuó en rebeldía hasta que
fueron declarados contumaces y condenados a pena de muerte6.
En 1487 fue juzgado en rebeldía Juan Ortiz, lugarteniente del merino
de la merindad vizcaína de Uribe, por los jueces de la Real Chancillería de
Valladolid. Era acusado de haber sido sobornado para facilitar la fuga de
ne
Catalina de Bedia, acusada, a su vez, de tratar de envenenar en dos ocasiones
on
a Martín Sánchez de Arriaga. A pesar de no comparecer ante los tribunales
rb
para responder de la querella contra él interpuesta por el procurador de este
último, el proceso siguió su curso y fue declarado contumaz y condenado a
So
tarse? Para ello el convicto debía ser previamente capturado, lo que resultaba
io
En primer lugar, por su escaso número: una ciudad como Vitoria, con unos
ic
5.000 habitantes a comienzos del siglo xvi, tan sólo tenía tres merinos. En
bl
Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 4, 2007, p. 306-352,
concretamente de la página 336 a 343.
6. F. J. Goicolea Julián, Archivo Municipal de Salvatierra-Agurain. Tomo III (1451-1500),
Donostia, Eusko Ikaskuntza, 2002, p. 88.
7. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Reales Ejecutorias: Sig. 6-14.
Y, en cuarto lugar, porque las búsquedas o persecuciones de los fugitivos
condenados eran económicamente inviables para las autoridades públicas.
En consecuencia, en esos casos de fuga y condena en rebeldía ¿cómo ejecu-
tar la sentencia?; ¿cómo resarcir a la víctima o salvaguardar su derecho a ser
desagraviada por el daño sufrido ahora que las autoridades públicas eran las
responsables de castigar los comportamientos delictivos si el culpable había
huido?; ¿cómo evitar que el delincuente quedara impune?; ¿cómo evitar que
la justicia pública no fuera burlada y desprestigiada? Para dar respuesta a este
cúmulo de problemas el legislador puso a punto una serie de mecanismos,
entre los que cabe destacar la autorización de la venganza de sangre a ejercer
por la víctima y sus familiares hasta el cuarto grado.
ne
quedaba por enemigo de la víctima y de su familia, quienes podían ejecutar
on
la pena en caso de localizarlo. De este modo, si los medios de persecución
penal puede leerse: «e los que fueren condepnados a muerte e acotados sobre
fecho que merescan muerte, que sy la parte lo pidier, que los jueses gelo pue-
ns
dan dar por henemigo a el e a todos sus parientes, dentro del quarto grado»8.
io
ejecutadas por los familiares de la víctima. Uno de esos ejemplos sería la sen-
bl
8. C. Hidalgo de Cisneros et al., Colección documental del Archivo General del Señorío de Vizcaya,
Donostia, Sociedad de Estudios Vascos, 1986, p. 89-90.
dicho Françisco de Ochandiano fasta el quarto grado para que los pudiesen
matar e matasen syn pena alguna»9.
Estas disposiciones legales y judiciales que autorizaban la venganza pri-
vada a los familiares de la víctima no se quedaban en meros discursos, ya que
siempre y cuando era factible se ejecutaban, lo que demuestra su eficacia y
el acierto en adoptarla para subsanar la incapacidad señalada de las autori-
dades para perseguir a los condenados huidos. En esos casos, las autoridades
judiciales respaldaban y eximían de responsabilidad penal alguna a quienes
la llevaran a efecto, aunque se querellaran contra ellas los familiares del
muerto objeto de la venganza. Algunos ejemplos que sirven para poner de
manifiesto son los protagonizados por Juan Pérez de Bolumburu en Vizcaya
y por Sancho García de Alvarado en Cantabria. Ambos fueron acusados de
asesinato y ambos fueron declarados inocentes por los tribunales al disponer
de la pertinente licencia judicial para llevar adelante una venganza de sangre.
Juan Pérez de Bolumburu había sido víctima de un intento frustrado de
homicidio por parte de Ochoa de Bolumburu, gracias a que unos vecinos
ne
salieron en su defensa. Por este motivo Juan Pérez se querelló contra Ochoa
on
ante el corregidor de Vizcaya. Como no se presentó ante la justicia para
rb
responder de la querella fue declarado contumaz y condenado a muerte y
«dado el dicho Ochoa por enemigo del dicho Juan Perez e sus parientes».
So
Seis meses más tarde de pronunciada esta sentencia, en junio de 1496, Juan
la
214 Pérez pudo llevar a cabo la venganza que le había sido autorizada por el
corregidor en Zalla (Encartaciones de Vizcaya). Los hermanos y demás
de
parientes del muerto llevaron ante los tribunales a Juan Pérez de Bolumburu
como culpable de asesinato; sin embargo, el corregidor lo exculpó de haber
ns
para proceder del modo en que lo hizo, ya que Ochoa había sido dado por
at
ne
Según ese privilegio, los condenados a muerte o fugados de la justicia por
on
la comisión de un delito, con excepción hecha de traición y quebranto de
y un día. A finales del siglo xv, durante el reinado de los Reyes Católicos,
la
de Añana (Álava). Había sido condenado a pena capital por haber dado
bl
ne
los casos de piratería y corso que sufrían los transportistas de mercancías que
on
navegaban por el Atlántico o por el Mediterráneo13. Cuando estas acciones
rb
tenían lugar y los asaltantes pertenecían a otro país, no siempre era fácil
conseguir justicia de los tribunales de ese país, con el que se podía estar en
So
guerra o con el que se mantenían unas difíciles relaciones. Por ello, el navío
que sufría el pillaje recurría a su propia Corona en busca de amparo, pero
la
216
como ésta era incapaz de ejecutar la vindicta pública en estos casos, ya
de
ne
justicia de su propio país para conseguir la correspondiente carta de marca
y represalia. Un ejemplo de este proceder es el protagonizado por Pedro
on
de Urtega, vecino de Bilbao, cuando en 1499 fue acusado de apoderarse de una
en su nao Trinidad, transportando trigo por valor de 2.000 ducados de oro, 217
la nao Crisona, perteneciente al almirante del Rey de Romanos y capitaneada
de
dandole de comer salvo pan e agua»; y «el se ovo de rescatar por çinquenta
at
que estaba bajo la órbita política del Rey de Romanos, y otra ante el propio
bl
14. Las referencias a este caso y a los que se mencionan a continuación pueden consultarse en
I. Bazán, «“Degollaron a todos los dichos treynta e tres yngleses e asy degollados dis que los
lançaron en la mar”. Las hermandades…», art. cité, p. 71-76.
Las venganzas de honor en los casos de adulterio:
el uxoricidio honoris causa15
El adulterio femenino fue un pecado y un delito que se mantuvo dentro
de la esfera de lo privado durante toda la Edad Media. La venganza privada
era concedida al marido y estaba facultado para matar in situ a los adúlteros
que sorprendiera en flagrante delito. En el Fuero de Cáceres de 1229, por
ejemplo, se señalaba que «tod omne que fallare otro con su mugier o con
su parienta, usque ad secunda, si habuerit uirum ad benedictiones ad iuras,
matedlos ad ambos sine calumpnia, et non exeat inimicus»16.
La razón de este proceder radicaba en una triple justificación: por un lado,
había que defender el honor, entendido como la buena reputación social
derivada de una vida virtuosa y de mérito, en especial de la honestidad y
recato de las mujeres del núcleo familiar; en segundo lugar, había que defen-
der el linaje familiar evitando incluir como herederos a extraños al mismo,
nacidos de relaciones extraconyugales; y, en tercer lugar, había que defender
ne
la propiedad, ya que la mujer era entregada como un bien al marido y su
on
uso tan sólo a él le estaba reservado17. Un repaso por la legislación medieval
rb
castellana permite observar en qué casos y cómo se autorizó la venganza
privada frente al adulterio femenino.
So
Fuero Juzgo
la
218
Se trata de la versión romanceada y no exacta del Liber Iudicorum del
de
siglo vii que Fernando III el Santo mandó traducir para ser concedido en
ns
Sobre el adulterio se trata en el Libro iii, título iv, y se define como el delito
at
15. Una versión más completa de este apartado puede consultarse en I. Bazán, «Las venganzas de
honor en los casos de adulterio: el uxoricidio honoris causa», en P. Díaz, G. Franco, M. J. Fuente
(eds.), Impulsando la Historia desde la Historia de las mujeres. La estela de Cristina Segura,
Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, p. 249-258.
16. J. C. Monterde García, «El sentido de la honra en los fueros de Cáceres y Plasencia», Revista de
Estudios Extremeños, 58/2, 2002, p. 704.
17. Sobre el adulterio en la Castilla medieval vid. F. Rodríguez Gallardo, «El ius puniendi en delitos
de adulterio. Análisis histórico-jurídico», Revista de derecho penal y criminología, 5, 1995,
p. 881-929; E. Osaba, El adulterio uxorio en la Lex Visigothorum, Madrid, 1997; J. M. Mendoza
Garrido, «Mujeres adúlteras en la Castilla medieval. Delincuentes y víctimas», Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5, 2008, p. 151-186.
la venganza al marido tras ser concedida por los tribunales y 2) autorización
directa de la venganza. En el primer caso, la mujer adúltera y su amante
eran entregados por el juez al marido ofendido para que de ellos y de sus
bienes hiciera lo que quisiera, sin limitación alguna. Ahora bien, únicamente
cuando el matrimonio se hubiera producido, ya que si estuvieran desposados
no podría hacerlo y, en ese caso, serían puestos en su poder para que «sean
sus siervos». Por otro lado, si una mujer soltera cometía adulterio con un
hombre casado, aquella debía ser entregada a la mujer legítima de éste para
«que se vengue della cuemo se quisiere». En el segundo caso, el padre estaba
autorizado a matar a la hija adúltera, pero sólo si la sorprendía in fraganti
en la casa paterna; lo mismo que sus hermanos o tíos si el padre hubiera
ne
nando III el Santo vino a aclarar esta cuestión en el libro iv, título iv y ley
on
iv del Fuero Juzgo que se encuentra recogida en el Libro de los Fueros de
La familia del muerto se querelló ante el rey Fernando III, quien mandó traer 219
ante su presencia al acusado. Comprobado que había habido adulterio, pero
de
En la referida sentencia aclaró que «quando atal cosa abiniere que fallar
io
a otro yaziendo con su muger quel ponga cuernos, sil quisiere matar e lo
at
matar, debe matar a su muger. Et si la matar, non sera enemigo nin pechará
ic
omezidio. Et si matare a aquél quel pone los cuernos e non matare a ella,
bl
debe pechar omezidio e seer enemigo. Et dével el rrey justiçiar el cuerpo por
Pu
este fecho»18.
Fuero Real
La redacción de este código legal impulsado por Alfonso X el Sabio se
data entre 1252 y 1255. Sobre el adulterio se trata en el Libro iv, título
vii, y se define como el delito cometido por la mujer casada que mantenía
relaciones extraconyugales y por su amante varón. Estaban facultados para
acusar el delito el marido o cualquier hombre; pero si aquél no quisiera
acusarla, nadie podría hacerlo y la justicia no admitiría esa denuncia. La
sanción penal prevista en estos casos: 1) autorización diferida de la venganza
18 . Los Fueros de Castilla, ed. de Javier Alvarado y Gonzalo Oliva, Madrid, 2004.
al marido tras ser concedida por los tribunales y 2) autorización directa de la
venganza. En el primer caso, la mujer adúltera y su amante eran entregados
por el juez al marido ofendido para que de ellos y de sus bienes hiciera lo
que quisiera, sin limitación alguna, incluido darles la muerte a ambos («que
no pueda matar al uno y dejar al otro»). Ahora bien, únicamente cuando
el matrimonio se hubiera producido, ya que si estuvieran desposados no
podría hacerlo y serían puestos en su poder para que «sean sus siervos».
En el segundo caso, el padre de la adúltera, o sus hermanos y parientes más
cercanos si era huérfana, podían matarla sin pena alguna si la sorprendían in
fraganti en el hogar familiar. No se exigía que la venganza se ejecutara sobre
los dos miembros de la pareja adúltera, ya que podían «matar al uno dellos,
si quisiere, e dexar al otro».
Las Partidas
La redacción de este código legal impulsado por Alfonso X el Sabio se data
ne
entre 1256 y 1265. Sobre el adulterio se trata en la Partida vii, título xvii, y se
define como el delito cometido por la mujer casada que mantenía relaciones
on
extraconyugales y por su amante varón. Las Partidas puntualizaban que el
rb
marido también podía incurrir en pecado de adulterio, pero no en delito de
So
adulterio contra su mujer, por lo que ésta no podía acusarlo ante un juez
seglar. Estaban facultados para acusar el delito el marido, los padres, los
la
220 hermanos o los tíos de la mujer. Si aquellos que hubieran sufrido la ofensa no
de
los bienes eran entregados al marido. Por lo que al amante se refiere, sí era
bl
ne
de que los adúlteros fueran sorprendidos in fraganti en el hogar familiar y
el marido matara a los dos, sin perdonar la vida a ninguno de ellos. Este
on
planteamiento legal establecido por el Ordenamiento de Alcalá de Henares
Alcalá de Henares.
ns
venganza diferida. Nadie podría tomarse la justicia por su mano sin que antes
Pu
ne
sería entregada a su marido, Nicolás García, para que hiciera con ella lo que
on
considerara oportuno19. En 1510, Beatriz Álvarez, tras ser confirmado en
rb
juicio su adulterio, fue condenada, junto a su amante, a ser entregada a su
marido y en la sentencia se explicó cómo efectuar esa entrega: «que desde
So
222 garganta, e con pregón e pregonero sea llevada por las plaças e logares acos-
tumbrados de la dicha çibdad de Éçija, e sea llevada a la picota o rollo […]
de
para que della e dellos haga lo que quisiere e por bien toviere»20.
Esta potestad judicial otorgada al marido no se quedaba en un mero for-
ns
mulismo jurídico o literatura procesal, sino que se llevaba hasta sus últimas
io
y los entregó al marido para que procediera contra ellos según considerara
oportuno: «y por la gran injuria que le hicieron y por restituir su honra los
degolló por justicia»21.
La realidad cotidiana mostraba que erradicar la venganza privada y
directa del marido ultrajado era sumamente difícil, ya que incluso la ejercía
19. L. M. Mendoza Garrido, Delincuencia y represión en la Castilla bajomedieval, Granada, Grupo
Editorial Universitario, 1999, p. 400.
20. M. Á. Martín Romera et al., «Delincuencia y justicia en la Chancillería de Ciudad Real y Granada
(1495-1510). Segunda parte. Documentos», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del
Crimen de Durango, 4, 2007, doc. no 35.
21. R. Córdoba de la Llave, «El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Primera parte.
Estudio», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2, 2005,
p. 459.
en el momento en que tenía conocimiento el adulterio sin que los hubiera
sorprendido en flagrante delito, porque había que luchar contra el arrebato
de aquél tras tener noticia del hecho, contra la inercia de los tiempos y
contra la aceptación social de semejante proceder justiciero. En efecto, la
documentación judicial ofrece muchos ejemplos de maridos que mataron a
sus mujeres adúlteras, y sólo a ellas, tras tener noticia del adulterio y no al
ser sorprendidas en flagrante delito como especificaban las leyes referidas, o
sin esperar al fallo judicial que les otorgara la autorización para consumar
su venganza en defensa de su honor mancillado. Sin embargo, esos maridos
uxoricidas honoris causa consiguieron aminorar el castigo por el delito de
homicidio e incluso, en la mayoría de los casos, salir impunes gracias al
ne
bal Páez y Diego Muñoz. En 1491 Cristóbal Páez, vecino de Almonacid de
on
Zorita, mató a su esposa adúltera, siendo condenado a un año de destierro
faser»22. Ese mismo año de 1491, Diego Muñoz, vecino de Málaga, decidió
la
ello «la forma e horden que las leyes» del reino disponían, fue condenado
a un año de destierro a la fortaleza de Salobreña, donde sirvió a la Corona
ns
los que se pone de manifiesto las justificaciones aducidas que sirvieron para
bl
disculpar el arrebato homicida, son los de Diego del Poyo, Marcos de Segura
Pu
ne
de Sevilla, que fue perdonado en 1477 por los reyes por la muerte dada a su
on
mujer Catalina Rodríguez. Ésta también se había fugado con su amante y
rb
con los bienes. En un primer momento, Alfonso perdonó a Catalina su falta
con la condición de que permaneciera encerrada en el monasterio de Santa
So
daño que le causaba. Volvió a ser detenida y estando en la cárcel fue condu-
io
cida ante el tribunal, momento que aprovecho su marido para asestarle dos
at
cuchilladas mortales. Fue perdonado por actuar con «justo dolor». Además
ic
24. L. Rubio García, Vida licenciosa en la Murcia bajomedieval, Murcia, Academia Alfonso X el
Sabio, 1991, p. 26 y 234-235.
25. M. T. López Beltrán, «Repoblación y desorden sexual en el Reino de Granada en época de los
Reyes Católicos»…, op. cit., p. 527.
26. R. Córdoba de la Llave, «El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda Parte.
Doc.», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2, 2005,
doc. no 11.
en ocasiones el amante de la mujer adúltera era el foco de la venganza de la
familia ultrajada, que podía llevarla a efecto como si de un linchamiento se
tratara, sin atender a ningún tipo de consideración. Es el caso protagonizado
por Juan Ferrández, criado de Andrés García de Lasa, a fines del año 1395.
Según el relato de los hechos efectuado por su madre ante las autoridades de
Murcia, Juan Ferrández era acusado por la familia de Catalina de Vilacorta de
haberse fugado con ella a la localidad de Guardamar, donde «fizieran en uno
adulterio». El padre de Catalina, Pedro de Vilacorta, en compañía de otros
familiares, salieron el pos de los fugados. Al enterarse de la persecución, Juan
Ferrández trató de buscar refugió en una iglesia, pero de nada le valió porque
fue sacado de ella por la fuerza. Los familiares de Catalina «conpraron tres
ne
Murcia y a devolver a la madre de Juan Ferrández los bienes mencionados
on
que le sustrajeron27.
las Leyes de Toro de 1505. Con ellas se buscaba, en primer lugar, fortalecer
at
la venganza diferida; en segundo lugar, romper con una tradición legal que
ic
ne
privada directa ejercida al mabrgen de las disposiciones legales que exigían
sorprender a los adúlteros en flagrante delito.
on
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So
la
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de
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io
at
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