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La vengeance

sous la direction de Claude Gauvard


en Europe
L’histoire de la vengeance, du Moyen Âge à la fin de

et Andrea Zorzi
l’époque moderne, restait à écrire. Les dix-huit contribu-
tions de cet ouvrage, issues de trois rencontres interna-
tionales, traitent des pratiques de la vengeance en étu-
diant une série de cas pris dans l’Empire, dans le royaume
de France, mais aussi en Italie et en Espagne. Tous les
groupes sociaux sont concernés, nobles comme non-
nobles, paysans et citadins, clercs et laïcs.
L’idée a été de comprendre comment et pourquoi, globa-
lement, la vengeance régresse en Occident. Il fallait pour
cela interroger les outils théoriques dont dispose l’histo-
rien, la notion de « justice privée », qui renvoie à l’idée sous la direction de
d’un État détenteur du monopole de la violence légitime,
ou celle de « civilisation des mœurs » qui accompagne né- Claude Gauvard
cessairement l’idée d’un progrès de l’homme sur ses pul-
sions agressives. Ces notions volent ici en éclats pour faire et Andrea Zorzi
place à des explications plus nuancées et sans doute plus
justes. L’État peut louer la vengeance tout en la condam-
nant par bribes, et la vengeance peut se dérober à l’ob-

La vengeance en Europe
servation ou, au contraire, envahir la documentation au

La vengeance
gré des acteurs qui la manipulent pour en faire mémoire.
Enfin, si le lien entre honneur et vengeance est ici privi-
légié, il n’est pas le seul critère d’explication. Car la ven-

en Europe
geance se révèle multiforme et, de ce fait, reste difficile-
ment saisissable.

Ont contribué à cet ouvrage :


Maria Asenjo González, Iñaki Bazán Díaz, Anna Benvenuti, Anne
Bonzon, Paolo Broggio, Marco Cavina, Martine Charageat, Hervé
xii e- xviii e siècle
Drévillon, Claude Gauvard, Massimo Della Misericordia, Joseph
Morsel, Aude Musin, Michel Nassiet, Marie Nikichine, Michel Porret,
Xavier Rousseaux, Daniel Lord Smail, Jörg Wettlaufer, Andrea Zorzi

PUBLICATIONS DE LA SORBONNE
ISBN 978-2-85944-891-2
ISSN 0292-6679
Prix 28 €

PUBLICATIONS DE LA SORBONNE
Iñaki Bazán Díaz
La pervivencia de la venganza
privada junto al ius puniendi real en
los casos de contumacia, piratería
y de uxoricidio honoris causa en la
Corona de Castilla (siglo XIII al XV)*

ne
C on
on la recepción del derecho común se inició la transición de la
rb
autojusticia a la justicia pública, al arrogarse la autoridad pública la
So
jurisdicción sobre el conocimiento de los delitos cometidos y la imposición
y ejecución de las penas, que pasaron a tener el doble objetivo de resarcir
la

el daño causado y de restablecer el orden y la paz social. En la Corona


de

de Castilla es en el siglo xiii cuando tuvo lugar esa transición hacia el ius
puniendi real con iniciativas legislativas como las Partidas y el Fuero Real
ns

de Alfonso X el Sabio o el ordenamiento de las Cortes de Zamora de 1274.


La venganza y la composición pecuniaria, por tanto, irían dejando paso
io

a la pena como consecuencia pública del delito, generándose un sistema


at

mixto donde convivirían la justicia pública y la privada, aunque esta última


ic

controlada en sus formas y limitada a ciertos casos específicos. Durante el


bl

reinado de los Reyes Católicos se dieron importantes pasos para superar ese
Pu

sistema mixto y resolver la contradicción existente entre la función estatal de


la represión del delito y la pervivencia del derecho privado al ejercicio de la
venganza, al desarrollar una política de corte autoritaria y de preocupación
por imponer el orden y la paz en todos sus reinos. Sin embargo, no se
alcanzó la erradicación absoluta de la venganza privada, que pervivió, bajo
supervisión judicial, en determinadas circunstancias. Tres de ellas son las que
a continuación serán analizadas: cuando los reos eran declarados culpables
en rebeldía, cuando la Corona no podía resarcir a una víctima de piratería y
cuando se producía un adulterio femenino.

* Este artículo se enmarca en el proyecto titulado Solidaridad y/o exclusión en las fronteras maríti-
mas. Castilla en la Baja Edad Media, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad
en la convocatoria 2013.
Las venganzas autorizadas por los tribunales de justicia
en los casos de contumacia del reo
En un sistema de justicia público con la persecución de los delitos, ya fuera
por querella/acusación, por denuncia o por oficio, se pretendía satisfacer una
serie de principios de cara a mantener la paz y el orden público, entre los
que caben destacar los siguientes: 1) castigar al delincuente; 2) salvaguardar
los intereses del querelloso; 3) manifestar el triunfo de la justicia pública;
4) cumplir con la tarea encomendada por Dios a los príncipes; y 5) avisar
a futuros delincuentes que sus acciones no quedarían impunes. De igual
modo, cuando la autoridad pública no reparaba por su intermediación el
daño causado a la víctima, ya fuera por dejación de funciones en el ejercicio
de su deber jurisdiccional, por negligencia, por corrupción o por proceder
con benevolencia contra los malhechores, ocasionaba además un gran per-
juicio a la comunidad1. Ese perjuicio fue expresado por el prelado castellano
Rodrigo Sánchez de Arévalo, en su obra Suma de la política (circa 1454), en

ne
los siguientes términos: «faría [la autoridad pública] injuria al acusador y

on
offensa al común y república, y daría a otros osadía de mal fazer; ofendería
rb
otrosí a Dios, en cuyo lugar tiene la tierra, el qual quiere y manda que los
malfechores sean punidos porque los buenos e inocentes vivan en paz»2.
So

Como ejemplo de inacción de la justicia, por alguna de las causas arriba


referidas, puede traerse a colación el de los carceleros poco diligentes en la
la

210
guarda y custodia de los acusados, requisito fundamental para poder cas-
de

tigarlos y evitar los perjuicios reseñados si finalmente quedaba probada su


culpabilidad en un juicio. En esos casos el legislador había previsto que los
ns

carceleros recibieran en sus personas la misma pena que les hubiera corres-
io

pondido a los presos preventivos fugados. Con este mecanismo se pretendía


at

que de una forma u otra la vindicta pública no quedara sin ejecutarse y sin
ic

proclamar su triunfo ante la comunidad. En 1477 los tribunales de la Corona


bl

condenaron a pena de muerte y ajusticiaron a Martín de Irigoyen, preboste de


Pu

la villa guipuzcoana de Orio, por haber dejado en libertad a Michel de Nicola


cuando estaba siendo juzgado, junto con otros compañeros de andanzas,

1. Sobre la función social del castigo público en la Corona de Castilla a partir del siglo xiii vid.
I. Bazán, «La utilidad social del castigo del delito en la sociedad medieval: “para en exemplo,
terror e castygo de los que lo ovyesen”», en E. López Ojeda (coord.), Los caminos de la exclusión
en la sociedad medieval: pecado, delito y represión, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos,
2012, p. 447-476.
2. I. Bazán, «Control social y control penal: la formación de una política de criminalización y de
moralización de los comportamientos en las ciudades de la España medieval», en S. Castillo,
P. Oliver (coord.), Las figuras del desorden. Heterodoxos, proscritos y marginados, Madrid,
Siglo xxi, 2006, p. 258-259.
por haber asesinado a toda la tripulación de un buque inglés con objeto de
apoderarse de lo que transportaba3.
Al margen de las fugas de cárceles, lo que realmente resultó una verdadera
perturbación del ejercicio de la justicia pública fueron las ausencias de los
acusados en los juicios. Cuando alguien perpetraba un delito o cuando se
enteraba de que era buscado para rendir cuentas del mismo, lo normal era
que pusiera tierra de por medio, evitando de este modo ser procesado. En
efecto, la rebeldía o contumacia ante los requerimientos de los tribunales de
justicia fue un expediente habitual empleado por los imputados en cualquier
acción delictiva y contra el que resultaba difícil luchar.
En los siglos xiv y xv el fugitivo de la justicia o encartado se convirtió

La pervivencia de la venganza privada


en un verdadero quebradero de cabeza para la justicia, porque al perjuicio
que su no procesamiento ocasionaba a la víctima y a la vindicta pública se
añadía el que generaba su incorporación, por ejemplo en el País Vasco, en las
bandas armadas de los nobles para sus luchas privadas o para sus acciones
de depredación en su ámbito de influencia geográfico. En consecuencia, el

ne
fugitivo, encartado, rebelde o contumaz pasó a ser el protagonista de un buen

on
número de leyes penales4.

Iñaki Bazán Díaz


rb
¿Cuáles eran las causas para huir de la justicia y declararse rebelde a sus
llamamientos y requerimientos? De un lado, la propia naturaleza del proceso
So

criminal, según el cual el demandado se encontraba en una situación de


la

inferioridad, ya que era considerado culpable de entrada y tenía recortadas 211


sus garantías procesales. Y, de otro lado, la severidad de las penas previstas
de

en los ordenamientos jurídicos, especialmente en los delitos de sangre. Todo


ello aconsejaba huir para evitar la ejecución de una probable sentencia de
ns

muerte o de mutilación de algún miembro. ¿Cuáles eran las consecuencias


io

legales de la rebeldía o contumacia? En primer lugar, la ausencia del acusado


at

no paralizaba la acción procesal, ésta continuaba adelante. En segundo lugar,


ic

la fuga se convertía en una prueba de cargo en contra del huido. Y, en ter-


bl

cer lugar, el acusado terminaba siendo considerado culpable y condenado5.


Pu

A modo de ejemplo, los casos de Juan López de Galarreta y Juan Sánchez

3. I. Bazán, «“Degollaron a todos los dichos treynta e tres yngleses e asy degollados dis que los
lançaron en la mar”. Las hermandades vascas y la lucha contra la piratería en la Baja Edad
Media», Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 5, 2006, p. 83 y ss.
4. Sobre las respuestas penales en contra de los acotados o encartados en el caso de la legislación
vasca bajomedieval, vid. Id., «“Sy fuere villano que le enforquen por ello e sy fuere fijodalgo
que le enposen fasta que muera”. La pena de muerte en la legislación vasca medieval», en
C. González, I. Bazán (dir.), El discurso legal ante la muerte durante la Edad Media en el nordeste
peninsular, Bilbao, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 2006, p. 347-349.
5. Sobre la contumacia en la Castilla medieval vid. I. Ramos Vázquez, «El proceso en rebeldía
en el derecho castellano», Anuario de Historia del Derecho Español, 75, 2005, p. 721-754;
M. P. Alonso Romero, El proceso penal en Castilla (siglos xiii-xviii), Salamanca, Universidad de
Salamanca, 1982; I. Bazán, «La pena de muerte en la Corona de Castilla en la Edad Media»,
de Vicuña, por un lado, y el de Juan Ortiz, por otro, permiten visualizar
la equivalencia jurídica existente entre un procesamiento en rebeldía y la
culpabilidad probada, con condena subsiguiente.
El 15 de mayo de 1458 el alcalde de la villa alavesa de Salvatierra, Juan
Pérez de Albéniz, condenó en rebeldía a morir empozados a Juan López de
Galarreta y a Juan Sánchez de Vicuña. Ambos, en unión de otros, secues-
traron en camino real al zapatero Juan Pérez de Opacua cuando retornaba
a Salvatierra desde la limítrofe provincia de Guipúzcoa por el paso de San
Adrián y lo mantuvieron preso, con cepos, en la aldea de Ordoñana. Una vez
libre, Juan Pérez de Opacua acusó a sus captores ante el mencionado alcalde,
quien requirió su presencia mediante cartas de emplazamiento, pero fueron
rebeldes al llamamiento judicial y el proceso continuó en rebeldía hasta que
fueron declarados contumaces y condenados a pena de muerte6.
En 1487 fue juzgado en rebeldía Juan Ortiz, lugarteniente del merino
de la merindad vizcaína de Uribe, por los jueces de la Real Chancillería de
Valladolid. Era acusado de haber sido sobornado para facilitar la fuga de

ne
Catalina de Bedia, acusada, a su vez, de tratar de envenenar en dos ocasiones

on
a Martín Sánchez de Arriaga. A pesar de no comparecer ante los tribunales
rb
para responder de la querella contra él interpuesta por el procurador de este
último, el proceso siguió su curso y fue declarado contumaz y condenado a
So

la «pena de destierro perpetuo para toda su vida de todo el dicho nuestro


la

212 señorio de Viscaya»7.


Como se evidencia a través de estos ejemplos, la justicia pública tomaba
de

cartas en el asunto y condenaba en rebeldía a los acusados, en la mayoría de


los casos a una pena de efusión de sangre. Pero, ¿la sentencia llegaba a ejecu-
ns

tarse? Para ello el convicto debía ser previamente capturado, lo que resultaba
io

sumamente improbable dada la incapacidad de los cuerpos de orden público.


at

En primer lugar, por su escaso número: una ciudad como Vitoria, con unos
ic

5.000 habitantes a comienzos del siglo xvi, tan sólo tenía tres merinos. En
bl

segundo lugar, porque los frentes de lucha contra la delincuencia a fines


Pu

de la Edad Media era muchos, lo que llevaba a las autoridades publicas a


solicitar la colaboración ciudadana. En tercer lugar, porque las ejecutorias de
las sentencias condenatorias impuestas por los tribunales de justicia, como la
Real Chancillería de Valladolid, no eran enviadas a todas las localidades del
reino para que se tuvieran presentes y en caso de que en ellas se encontrara
alguno de los condenados en rebeldía pudiera ser capturado y ajusticiado.

Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 4, 2007, p. 306-352,
concretamente de la página 336 a 343.
6. F. J. Goicolea Julián, Archivo Municipal de Salvatierra-Agurain. Tomo III (1451-1500),
Donostia, Eusko Ikaskuntza, 2002, p. 88.
7. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Reales Ejecutorias: Sig. 6-14.
Y, en cuarto lugar, porque las búsquedas o persecuciones de los fugitivos
condenados eran económicamente inviables para las autoridades públicas.
En consecuencia, en esos casos de fuga y condena en rebeldía ¿cómo ejecu-
tar la sentencia?; ¿cómo resarcir a la víctima o salvaguardar su derecho a ser
desagraviada por el daño sufrido ahora que las autoridades públicas eran las
responsables de castigar los comportamientos delictivos si el culpable había
huido?; ¿cómo evitar que el delincuente quedara impune?; ¿cómo evitar que
la justicia pública no fuera burlada y desprestigiada? Para dar respuesta a este
cúmulo de problemas el legislador puso a punto una serie de mecanismos,
entre los que cabe destacar la autorización de la venganza de sangre a ejercer
por la víctima y sus familiares hasta el cuarto grado.

La pervivencia de la venganza privada


Los jueces podían conceder la facultad de vengar el daño cuando en el
curso de un proceso penal, requisito imprescindible, quedara probado el
mismo y el acusado condenado no pudiera ser habido por haber huido. En
estos casos la sentencia incorporaba una cláusula de garantía para su ejecu-
ción a petición de la parte demandante. En ella se hacía constar que el reo

ne
quedaba por enemigo de la víctima y de su familia, quienes podían ejecutar

on
la pena en caso de localizarlo. De este modo, si los medios de persecución

Iñaki Bazán Díaz


rb
de la justicia no eran los más idóneos para hacer cumplir las sentencias de
muerte que imponía, esa incapacidad e incompetencia se veía compensada
So

por las ansias de venganza de los familiares de la víctima y posibilitaba que


la

sí se cumplieran. Un ejemplo de este planteamiento legal lo protagoniza la 213


Hermandad de villas de Vizcaya constituida en 1479, en cuyo ordenamiento
de

penal puede leerse: «e los que fueren condepnados a muerte e acotados sobre
fecho que merescan muerte, que sy la parte lo pidier, que los jueses gelo pue-
ns

dan dar por henemigo a el e a todos sus parientes, dentro del quarto grado»8.
io

La documentación judicial ofrece muchos ejemplos de sentencias que


at

incorporaron semejante mecanismo o garantía legal para que pudieran ser


ic

ejecutadas por los familiares de la víctima. Uno de esos ejemplos sería la sen-
bl

tencia pronunciada en contra de Íñigo Arbieto y sus consortes. En efecto, en


Pu

1493 fue concedida una carta ejecutoria a favor de Diego de Ochandiano y en


contra de Íñigo Arbieto, Diego de Sojo y Pedro Ortiz, por su responsabilidad
en la muerte de Francisco de Ochandiano, hermano de Diego. En ella se decía
que habían sido condenados en rebeldía a pena de muerte por los alcaldes del
crimen de la Real Chancillería de Valladolid y que allí donde fueran localiza-
dos la justicia debía ejecutar la sentencia; pero también se añadió la siguiente
cláusula: «otrosy que devyan dar e dieron a los dichos Ynnigo de Arbyeto
e Diago de Sojo e Pero Ortyo por enemigos de los parientes e hermanos del

8. C. Hidalgo de Cisneros et al., Colección documental del Archivo General del Señorío de Vizcaya,
Donostia, Sociedad de Estudios Vascos, 1986, p. 89-90.
dicho Françisco de Ochandiano fasta el quarto grado para que los pudiesen
matar e matasen syn pena alguna»9.
Estas disposiciones legales y judiciales que autorizaban la venganza pri-
vada a los familiares de la víctima no se quedaban en meros discursos, ya que
siempre y cuando era factible se ejecutaban, lo que demuestra su eficacia y
el acierto en adoptarla para subsanar la incapacidad señalada de las autori-
dades para perseguir a los condenados huidos. En esos casos, las autoridades
judiciales respaldaban y eximían de responsabilidad penal alguna a quienes
la llevaran a efecto, aunque se querellaran contra ellas los familiares del
muerto objeto de la venganza. Algunos ejemplos que sirven para poner de
manifiesto son los protagonizados por Juan Pérez de Bolumburu en Vizcaya
y por Sancho García de Alvarado en Cantabria. Ambos fueron acusados de
asesinato y ambos fueron declarados inocentes por los tribunales al disponer
de la pertinente licencia judicial para llevar adelante una venganza de sangre.
Juan Pérez de Bolumburu había sido víctima de un intento frustrado de
homicidio por parte de Ochoa de Bolumburu, gracias a que unos vecinos

ne
salieron en su defensa. Por este motivo Juan Pérez se querelló contra Ochoa

on
ante el corregidor de Vizcaya. Como no se presentó ante la justicia para
rb
responder de la querella fue declarado contumaz y condenado a muerte y
«dado el dicho Ochoa por enemigo del dicho Juan Perez e sus parientes».
So

Seis meses más tarde de pronunciada esta sentencia, en junio de 1496, Juan
la

214 Pérez pudo llevar a cabo la venganza que le había sido autorizada por el
corregidor en Zalla (Encartaciones de Vizcaya). Los hermanos y demás
de

parientes del muerto llevaron ante los tribunales a Juan Pérez de Bolumburu
como culpable de asesinato; sin embargo, el corregidor lo exculpó de haber
ns

cometido delito alguno por disponer de la pertinente autorización judicial


io

para proceder del modo en que lo hizo, ya que Ochoa había sido dado por
at

enemigo suyo tras ser declarado contumaz y condenado a muerte10.


ic

Por su parte, Sancho García de Alvarado, vecino de la localidad cántabra


bl

de Limpias, fue acusado por Juan Sánchez de Marrón, vecino de la también


Pu

localidad cántabra de Ampuero, porque en noviembre de 1489, en compañía


de «otros sus hijos e parientes e amigos e valedores», mató a Pedro de Mar-
rón, su hijo, en el interior de una iglesia. Ante esta acusación los alcaldes del
crimen de la Real Chancillería de Valladolid mandaron que el acusado fuera
detenido. García de Alvarado alegó en su defensa que lo había realizado de
forma justificada, ya que la víctima, Pedro de Marrón, previamente había
matado alevosamente a su hijo, por lo que «auia sido condepnado a pena de
muerte e dado por su henemigo e de sus parientes dentro de quarto grado
por jues conpetente e por sentençia». Además, en prueba de ello, es decir,

9. I. Bazán, Delincuencia y criminalidad en el País Vasco en la transición de la Edad Media a la


Moderna, Vitoria, Gobierno Vasco, 1994, p. 486.
10. Ibid., p. 486-487.
de que tenía autorización judicial para vengar la muerte de su hijo y no ser
castigado por ello, «presento çiertas escripturas de escriuanos por donde
dixo que paresçia el dicho Pedro de Marron estaua condepnado a pena de
muerte e dado por henemigo suyo e de los parientes de los dichos muertos
dentro en el quarto grado». Finalmente, en noviembre de 1490, los alcaldes
del crimen dieron sentencia definitiva por la que concluyeron que la querella
de Juan Sánchez de Marrón no había sido probada y sí las alegaciones de la
defensa de García de Alvarado. No obstante, dado que la lícita venganza se
había ejecutado en el interior de una iglesia, sin respetar su inmunidad, lo que
podía entrar en el terreno del sacrilegio, los alcaldes del crimen reservaron a
los jueces eclesiásticos el derecho a conocer y a procesar esta causa11.

La pervivencia de la venganza privada


Podía ocurrir que los intereses retributivos y vengativos de las familias
de las víctimas colisionaran con los intereses de la Corona en relación a
sus empresas políticas. En efecto, en el siglo xiv se recuperó por parte del
monarca Fernando IV el denominado privilegio de homiciano con el fin de
favorecer la defensa y la repoblación de las villas fronterizas con el Islam.

ne
Según ese privilegio, los condenados a muerte o fugados de la justicia por

on
la comisión de un delito, con excepción hecha de traición y quebranto de

Iñaki Bazán Díaz


rb
tregua, redimían la pena combatiendo al servicio del rey durante un plazo
de tiempo determinado, que se estipulaba, por término medio, en un año
So

y un día. A finales del siglo xv, durante el reinado de los Reyes Católicos,
la

la concesión de estos privilegios o perdones de homiciano se acrecentaron 215


con objeto de proceder a la conquista del reino nazarí de Granada. En otras
de

palabras, la monarquía recurrió a los perdones de homicianos y a las penas de


carácter utilitario (servicios en el ejército o en la armada) para llevar adelante
ns

su política de expansión. Muchos de los condenados a muerte en rebeldía


io

recurrieron por su parte a estos privilegios de homiciano para conseguir el


at

perdón real, como en el caso de Juan de Guinea, vecino de la villa de Salinas


ic

de Añana (Álava). Había sido condenado a pena capital por haber dado
bl

muerte a Diego López de Corcuera, vecino de la también localidad alavesa


Pu

de Leciñana. Tras conocer la sentencia se dirigió al campamento base que


los Reyes Católicos habían emplazado en Santa Fe «a servir el privillejo
por nos [los reyes] dado a los omezyanos que nos fuesen a servir contra los
moros del dicho reyno de Granada». Sin embargo, los parientes del difunto
no estaban dispuestos a tolerar que el homicida saliera indemne del daño
causado simplemente por el hecho de servir en el ejército. Así, Diego de
Corcuera, hijo de la víctima, se presentó en el mencionado campamento
solicitando que fuera ejecutada la sentencia de muerte impuesta a Juan de
Guinea. Éste, en su defensa, alegó que ya se encontraba prestando el servicio,
gozando del privilegio de homiciano concedido a Santa Fe y, por tanto, no
podía ser perseguido por la muerte de Diego López de Corcuera. Para aclarar

11. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Reales Ejecutorias: Sig. 32-42.


la cuestión, nuevamente volvió a abrirse el proceso judicial contra Juan de
Guinea ante los alcaldes de Casa y Corte, quienes determinaron que se les
remitieran las pruebas del «serviçio que començo a fazer en Santa Fee» y en
caso contrario se le aplicaría la pena de muerte12. En resumen, las necesidades
bélicas de la Corona pasaron a ser prioritarias frente al derecho de venganza
por parte de los familiares de la víctima, lo cual no quiere decir que los
responsables del daño no purgaran por sus acciones a través del referido
servicio de armas.

Las cartas de marca y represalia en favor de las víctimas


de piratería y corso
El problema de la rebeldía y contumacia, esto es, la imposibilidad de que el
delincuente se enfrentara a la justicia para responder de sus acciones y resar-
cir a la víctima también se hallaba presente, en cierto modo, en muchos de

ne
los casos de piratería y corso que sufrían los transportistas de mercancías que

on
navegaban por el Atlántico o por el Mediterráneo13. Cuando estas acciones
rb
tenían lugar y los asaltantes pertenecían a otro país, no siempre era fácil
conseguir justicia de los tribunales de ese país, con el que se podía estar en
So

guerra o con el que se mantenían unas difíciles relaciones. Por ello, el navío
que sufría el pillaje recurría a su propia Corona en busca de amparo, pero
la

216
como ésta era incapaz de ejecutar la vindicta pública en estos casos, ya
de

que carecía de los recursos policiales y judiciales necesarios para perseguir,


detener y juzgar a los asaltantes, concedía una carta de marca y represalia
ns

al propietario o patrón de la nave abordada para que pudiera resarcirse por


io

su propia mano del daño sufrido en mercancías o propiedades del causante


at

del mismo, e incluso en su propia persona, manteniéndolo como rehén hasta


ic

el pago de un rescate y satisfacer de este modo el perjuicio ocasionado. En


bl

esta situación de rehén se encontraba en 1472 el francés Antonio de Vonibal


Pu

como consecuencia de la carta de marca y represalia que había concedido


el monarca Enrique IV a Pedro de Segura, vecino de San Sebastián, «contra
las personas e byenes de qualesquier subditos e naturales del dicho reyno de

12. I. Bazán, Delincuencia y criminalidad..., op. cit., p. 599.


13. Se han realizado más estudios sobre el corso y la piratería en el Mediterráneo occidental a
fines de la Edad Media que sobre el Atlántico: J. Hinojosa Montalvo, «Piratas y corsarios en la
Valencia de principios del siglo xv (1400-1409)», Cuadernos de Historia. Anexos de la Revista
Hispania, 5, 1975, p. 93-116; J. Guiral, «Course et piraterie à Valence de 1410 à 1430», Anuario
de Estudios Medievales, 10, 1980, p. 759-765; A. Unali, Mariners, pirates i corsaris catalans a
l’època medieval, Barcelona, Edicions de la Magrana, 1986, p. 124; M. D. López Pérez, «Piratería
y corsarismo en el Mediterráneo occidental medieval, el control de las actividades corsarias en
Mallorca a finales del siglo xiv y principios del xv», en VII Jornades d’Estudis Històrics Locals:
La Mediterrània. Antropologia i història, Palma de Mallorca, 1990, p. 173-203.
Françia por seis mill coronas en emianda de muy grandes dapnos e robo que
le avia fecho en tienpo de pas la armada del dicho rey de Françia»14.
Por tanto, en estos casos de pirarería o corso, en los que la Corona,
como autoridad pública, carecía de los recursos necesarios para perseguir
el delito, que traspasaba las fronteras de su propia jurisdicción, se facultaba
a las víctimas para resarcirse por su cuenta mediante la concesión de una
licencia regia recogida en un documento legal denominado carta de marca
y represalia. En esos documentos se establecía el tiempo de vigencia de la
autorización para llevar a cabo la represalia, la cuantía a la que ascendía y
sobre qué persosonas o naturales de qué reino se podía actuar. Así, en 1499,
por ejemplo, se concedió el plazo de nueve meses a Juan de Arbolancha para

La pervivencia de la venganza privada


resarcirse de las 23.000 coronas que le fueron tomadas por ciertos bretones.
En ocasiones, las vívtimas de corsarios o piratas, al no ver atendidas sus
demandas por los tribunales de justicia del reino del que eran naturales los
asaltantes y sus naves, se vengaban y resarcían directamente sin recurrir a la

ne
justicia de su propio país para conseguir la correspondiente carta de marca
y represalia. Un ejemplo de este proceder es el protagonizado por Pedro

on
de Urtega, vecino de Bilbao, cuando en 1499 fue acusado de apoderarse de una

Iñaki Bazán Díaz


rb
nave en Irlanda, cuya mercancía esta valorada en 2.000 ducados de oro. Lle-
So
vado ante los tribunales de la Corona de Castilla, su procurador argumentó en
su defensa que años atrás, concretamente en 1494, cuando se dirigía a Escocia
la

en su nao Trinidad, transportando trigo por valor de 2.000 ducados de oro, 217
la nao Crisona, perteneciente al almirante del Rey de Romanos y capitaneada
de

por Juan Epilano, «recudio contra él en la costa de Ynglaterra e en la canal


de Flandes» y por fuerza se apoderó de su flete. Además, el propio Pedro de
ns

Urtega fue hecho prisionero y durante todo su cautiverio «trataronle mal no


io

dandole de comer salvo pan e agua»; y «el se ovo de rescatar por çinquenta
at

e çinco florines de oro». Urtega presento una demanda en Borgoña, ducado


ic

que estaba bajo la órbita política del Rey de Romanos, y otra ante el propio
bl

monarca, reclamando justicia por el robo de su transporte y el secuestro de su


Pu

persona, pero sin ningún resultado. Como consecuencia de no recibir amparo


de los tribunales del Rey de Romanos, y sin recurrir a los de los Reyes Católi-
cos para solicitar la carta de marca y represalia, decidió tomarse la justicia
por su mano y actuar en contra de los intereses económicos de sus asaltantes.
Finalmente, Pedro de Urtega salió indemne de la demanda presentada contra
su persona por la captura de la nave en Irlanda, a pesar de haberse tomado la
justicia por su mano y carecer de la carta de represalia requerida. Quizás en
este caso el secuestro del propio Pedro de Urtega pudo pesar en la decisión de
los jueces de la Real Chancillería de Valladolid.

14. Las referencias a este caso y a los que se mencionan a continuación pueden consultarse en
I. Bazán, «“Degollaron a todos los dichos treynta e tres yngleses e asy degollados dis que los
lançaron en la mar”. Las hermandades…», art. cité, p. 71-76.
Las venganzas de honor en los casos de adulterio:
el uxoricidio honoris causa15
El adulterio femenino fue un pecado y un delito que se mantuvo dentro
de la esfera de lo privado durante toda la Edad Media. La venganza privada
era concedida al marido y estaba facultado para matar in situ a los adúlteros
que sorprendiera en flagrante delito. En el Fuero de Cáceres de 1229, por
ejemplo, se señalaba que «tod omne que fallare otro con su mugier o con
su parienta, usque ad secunda, si habuerit uirum ad benedictiones ad iuras,
matedlos ad ambos sine calumpnia, et non exeat inimicus»16.
La razón de este proceder radicaba en una triple justificación: por un lado,
había que defender el honor, entendido como la buena reputación social
derivada de una vida virtuosa y de mérito, en especial de la honestidad y
recato de las mujeres del núcleo familiar; en segundo lugar, había que defen-
der el linaje familiar evitando incluir como herederos a extraños al mismo,
nacidos de relaciones extraconyugales; y, en tercer lugar, había que defender

ne
la propiedad, ya que la mujer era entregada como un bien al marido y su

on
uso tan sólo a él le estaba reservado17. Un repaso por la legislación medieval
rb
castellana permite observar en qué casos y cómo se autorizó la venganza
privada frente al adulterio femenino.
So

Fuero Juzgo
la

218
Se trata de la versión romanceada y no exacta del Liber Iudicorum del
de

siglo vii que Fernando III el Santo mandó traducir para ser concedido en
ns

calidad de fuero local o municipal a los territorios de al-Andalus que iban


siendo reconquistados, otorgándose por primera vez a Córdoba en 1241.
io

Sobre el adulterio se trata en el Libro iii, título iv, y se define como el delito
at

cometido por una mujer casada que mantenía relaciones extraconyugales


ic

y por su amante varón. Estaban facultados para acusar el delito el marido,


bl

los hijos legítimos o los parientes próximos al marido; además de la justicia


Pu

pública en caso de que no hubiera sido denunciado y tuviera noticia del


mismo. La sanción penal prevista en estos casos: 1) autorización diferida de

15. Una versión más completa de este apartado puede consultarse en I. Bazán, «Las venganzas de
honor en los casos de adulterio: el uxoricidio honoris causa», en P. Díaz, G. Franco, M. J. Fuente
(eds.), Impulsando la Historia desde la Historia de las mujeres. La estela de Cristina Segura,
Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, p. 249-258.
16. J. C. Monterde García, «El sentido de la honra en los fueros de Cáceres y Plasencia», Revista de
Estudios Extremeños, 58/2, 2002, p. 704.
17. Sobre el adulterio en la Castilla medieval vid. F. Rodríguez Gallardo, «El ius puniendi en delitos
de adulterio. Análisis histórico-jurídico», Revista de derecho penal y criminología, 5, 1995,
p. 881-929; E. Osaba, El adulterio uxorio en la Lex Visigothorum, Madrid, 1997; J. M. Mendoza
Garrido, «Mujeres adúlteras en la Castilla medieval. Delincuentes y víctimas», Clio & Crimen.
Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 5, 2008, p. 151-186.
la venganza al marido tras ser concedida por los tribunales y 2) autorización
directa de la venganza. En el primer caso, la mujer adúltera y su amante
eran entregados por el juez al marido ofendido para que de ellos y de sus
bienes hiciera lo que quisiera, sin limitación alguna. Ahora bien, únicamente
cuando el matrimonio se hubiera producido, ya que si estuvieran desposados
no podría hacerlo y, en ese caso, serían puestos en su poder para que «sean
sus siervos». Por otro lado, si una mujer soltera cometía adulterio con un
hombre casado, aquella debía ser entregada a la mujer legítima de éste para
«que se vengue della cuemo se quisiere». En el segundo caso, el padre estaba
autorizado a matar a la hija adúltera, pero sólo si la sorprendía in fraganti
en la casa paterna; lo mismo que sus hermanos o tíos si el padre hubiera

La pervivencia de la venganza privada


fallecido. El marido, por su parte, podía matar a la adúltera y a su amante,
pero a los dos, aunque no se especificaba que debieran ser sorprendidos in
fraganti. La prescripción legal de matar a los dos era de suma importancia,
ya que si el marido mataba al amante y dejaba con vida a la adúltera, o
viceversa, cometía un fraude de ley. Una fazaña del propio monarca Fer-

ne
nando III el Santo vino a aclarar esta cuestión en el libro iv, título iv y ley

on
iv del Fuero Juzgo que se encuentra recogida en el Libro de los Fueros de

Iñaki Bazán Díaz


rb
Castilla (no 116). Al parecer, un caballero de Ciudad Rodrigo sorprendió a
otro yaciendo con su mujer e in situ «prísol este cavallero e castról de pixa
So

et de coiones», muriendo de las heridas; sin embargo, dejó viva a su mujer.


la

La familia del muerto se querelló ante el rey Fernando III, quien mandó traer 219
ante su presencia al acusado. Comprobado que había habido adulterio, pero
de

que sólo había matado al amante y no también a la mujer, como prescribía la


mencionada ley, el rey dicto sentencia de muerte en su contra y fue ahorcado.
ns

En la referida sentencia aclaró que «quando atal cosa abiniere que fallar
io

a otro yaziendo con su muger quel ponga cuernos, sil quisiere matar e lo
at

matar, debe matar a su muger. Et si la matar, non sera enemigo nin pechará
ic

omezidio. Et si matare a aquél quel pone los cuernos e non matare a ella,
bl

debe pechar omezidio e seer enemigo. Et dével el rrey justiçiar el cuerpo por
Pu

este fecho»18.

Fuero Real
La redacción de este código legal impulsado por Alfonso X el Sabio se
data entre 1252 y 1255. Sobre el adulterio se trata en el Libro iv, título
vii, y se define como el delito cometido por la mujer casada que mantenía
relaciones extraconyugales y por su amante varón. Estaban facultados para
acusar el delito el marido o cualquier hombre; pero si aquél no quisiera
acusarla, nadie podría hacerlo y la justicia no admitiría esa denuncia. La
sanción penal prevista en estos casos: 1) autorización diferida de la venganza

18 . Los Fueros de Castilla, ed. de Javier Alvarado y Gonzalo Oliva, Madrid, 2004.
al marido tras ser concedida por los tribunales y 2) autorización directa de la
venganza. En el primer caso, la mujer adúltera y su amante eran entregados
por el juez al marido ofendido para que de ellos y de sus bienes hiciera lo
que quisiera, sin limitación alguna, incluido darles la muerte a ambos («que
no pueda matar al uno y dejar al otro»). Ahora bien, únicamente cuando
el matrimonio se hubiera producido, ya que si estuvieran desposados no
podría hacerlo y serían puestos en su poder para que «sean sus siervos».
En el segundo caso, el padre de la adúltera, o sus hermanos y parientes más
cercanos si era huérfana, podían matarla sin pena alguna si la sorprendían in
fraganti en el hogar familiar. No se exigía que la venganza se ejecutara sobre
los dos miembros de la pareja adúltera, ya que podían «matar al uno dellos,
si quisiere, e dexar al otro».

Las Partidas
La redacción de este código legal impulsado por Alfonso X el Sabio se data

ne
entre 1256 y 1265. Sobre el adulterio se trata en la Partida vii, título xvii, y se
define como el delito cometido por la mujer casada que mantenía relaciones

on
extraconyugales y por su amante varón. Las Partidas puntualizaban que el
rb
marido también podía incurrir en pecado de adulterio, pero no en delito de
So
adulterio contra su mujer, por lo que ésta no podía acusarlo ante un juez
seglar. Estaban facultados para acusar el delito el marido, los padres, los
la

220 hermanos o los tíos de la mujer. Si aquellos que hubieran sufrido la ofensa no
de

la quisieran denunciar y, sin embargo, quisieran «cansentir, et sofrir, et callar


su deshora», entonces la justicia pública no debía inmiscuirse. La sanción
ns

penal prevista en estos casos: 1) no se concedía al marido la autorización


diferida de la venganza por los tribunales y 2) sí la posibilidad de ejercer la
io

venganza privada directamente. En el primer caso, la mujer adúltera debía


at

ser azotada públicamente y encerrada en un monasterio, pero no ejecutada;


ic

los bienes eran entregados al marido. Por lo que al amante se refiere, sí era
bl

condenado a pena de muerte. En el segundo caso, el de la venganza privada


Pu

directa, el marido estaba autorizado a matar al adulterador si lo sorprendía in


fraganti en cualquier lugar, siempre que no fuera su señor u «home honrado
et de grand logar». El padre de la adúltera sí podía matar a ambos en caso
de sorprenderlos in fraganti en su casa o en la de su yerno, pero debía matar
a ambos dos, o en caso contrario sería acusado de homicidio. Ahora bien,
en caso de incurrir en homicidio se tendría en cuenta como atenuante el
adulterio, ya que «non es guisado que reciba tant gran pena como los otros
que facen homicidio sin razón». La pena impuesta dependería del rango
social del homicida y de su víctima: homicida de mayor rango que la víctima,
destierro por el tiempo que considerara el juez; de igual rango, destierro por
cinco años; y si fuera de rango inferior, condenado a servir perpetuamente
en las «labores del rey».
Ordenamiento de Alcalá de Henares
La redacción de este código legal impulsado por Alfonso XI se data en
1348. Sobre el adulterio se trata en el título xxi y se define como el delito el
cometido por la mujer casada que mantenía relaciones extraconyugales y por
su amante varón. Tan sólo se menciona al marido como al único facultado
para acusar el delito. La sanción penal prevista en estos casos: 1) autorización
diferida de la venganza al marido tras ser concedida por los tribunales y
2) autorización directa de la venganza. En el primer caso, la mujer adúltera
y su amante eran entregados por el juez al marido ofendido para que de
ellos y de sus bienes hiciera lo que quisiera, sin limitación alguna, incluido
darles la muerte a ambos. Ahora, y a diferencia del Fuero Juzgo y del Fuero

La pervivencia de la venganza privada


Real, las mujeres desposadas no quedaban exentas de esta pena, ya que ello
favorecería que «muchas dellas façer maldat e meter en ocasión e verguença
a los que fueran desposados con ellas, porque non pueden casar en vida
dellas». En el segundo caso, el adulterio era eximente del homicidio en caso

ne
de que los adúlteros fueran sorprendidos in fraganti en el hogar familiar y
el marido matara a los dos, sin perdonar la vida a ninguno de ellos. Este

on
planteamiento legal establecido por el Ordenamiento de Alcalá de Henares

Iñaki Bazán Díaz


rb
sería el que finalmente triunfaría y tendría continuidad a lo largo de los siglos
So
posteriores. Así, por ejemplo, en la recopilación legislativa realizada por el
jurista Alonso Díaz de Montalvo y ordenada por los Reyes Católicos, esto
la

es, las Ordenanzas Reales de Castilla u Ordenamiento de Montalvo (1484), 221


se recogería literalmente, en el libro viii, título xv, ley ii, lo establecido en
de

Alcalá de Henares.
ns

Como se ha podido comprobar, la legislación bajomedieval de la Corona


de Castilla, con excepción de las Partidas, ideó un doble mecanismo para
io

someter a control el uxoricidio honoris causa legalmente establecido en el


at

marco de un adulterio y superar, de este modo, la resolución exclusivamente


ic

privada de este asunto. En primer lugar, se optó por la fórmula jurídica de la


bl

venganza diferida. Nadie podría tomarse la justicia por su mano sin que antes
Pu

hubiera pasado por los tribunales para demostrar la infidelidad cometida y


tras hacerlo, entonces sí, el marido era facultado por el juez para realizar
con su esposa infiel y su amante lo que considerara oportuno, desde darles
muerte hasta perdonarles la vida. De este modo el marido se convertía en un
verdugo legalmente investido que ejecutaba públicamente, y no en privado,
su venganza en el patíbulo de la localidad y ante toda la comunidad vecinal,
recuperando de este modo su honor mancillado. Así pues, aunque el marido
ultrajado tuviera «justa causa para lo faser», esto es, matar a su mujer según
la tradición legislativa del derecho foral local, ahora, con el derecho común,
se había introducido un importante matiz para hacerlo sino quería verse
perseguido por homicidio por la justicia: la autorización judicial previa tras
la acusación, el procesamiento y la condena de los adúlteros.
Y, en segundo lugar, se autorizaba la venganza privada directa, pero sólo
en determinadas circunstancias, en especial la de sorprender in fraganti a
los adúlteros en el hogar familiar y sin posibilidad de matar a uno de ellos
y dejar al otro con vida. No obstante, con posterioridad, con las leyes de
Toro de 1505, como se expondrá más adelante, se buscaría poner coto a esta
venganza directa. Por ello, cuando alguien se tomaba la justicia por su cuenta
(mataba «por su propia autoridad») y sin atenerse a la nueva normativa
(«non aver guardado en la dicha muerte la forma e horden que las leyes de
nuestros reynos en tal caso quieren e mandan») se convertía en blanco de la
justicia al ser acusado de homicidio.
Algunos ejemplos que demuestran que la fórmula jurídica de la venganza
diferida había conseguido introducirse en el cuerpo social son los de Catalina
Gutiérrez y el de Beatriz Álvarez. La primera de ellas, vecina de Jaén, fuera
detenida y condenada por adúltera a que «la fagan cavalgar ençima de un
asno con una soga de esparto a la garganta e con pregón e pregonero sea
trayda por las plaças e logares acostumbrados [...] a la picota o rollo», donde

ne
sería entregada a su marido, Nicolás García, para que hiciera con ella lo que

on
considerara oportuno19. En 1510, Beatriz Álvarez, tras ser confirmado en
rb
juicio su adulterio, fue condenada, junto a su amante, a ser entregada a su
marido y en la sentencia se explicó cómo efectuar esa entrega: «que desde
So

la cárçel […] vaya cavallero ençima de un asno, e una soga de esparto a la


la

222 garganta, e con pregón e pregonero sea llevada por las plaças e logares acos-
tumbrados de la dicha çibdad de Éçija, e sea llevada a la picota o rollo […]
de

para que della e dellos haga lo que quisiere e por bien toviere»20.
Esta potestad judicial otorgada al marido no se quedaba en un mero for-
ns

mulismo jurídico o literatura procesal, sino que se llevaba hasta sus últimas
io

consecuencias, como lo demuestra el caso de Martín Sánchez. En 1478 este


at

vecino de la localidad sevillana de Dos Hermanas sorprendió a su mujer,


ic

Ana López, con Juan Alfonso en flagrante adulterio («hallándolos en uno»)


bl

y los llevó presos ante la justicia de Sevilla. Ésta dictaminó su culpabilidad


Pu

y los entregó al marido para que procediera contra ellos según considerara
oportuno: «y por la gran injuria que le hicieron y por restituir su honra los
degolló por justicia»21.
La realidad cotidiana mostraba que erradicar la venganza privada y
directa del marido ultrajado era sumamente difícil, ya que incluso la ejercía

19. L. M. Mendoza Garrido, Delincuencia y represión en la Castilla bajomedieval, Granada, Grupo
Editorial Universitario, 1999, p. 400.
20. M. Á. Martín Romera et al., «Delincuencia y justicia en la Chancillería de Ciudad Real y Granada
(1495-1510). Segunda parte. Documentos», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del
Crimen de Durango, 4, 2007, doc. no 35.
21. R. Córdoba de la Llave, «El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Primera parte.
Estudio», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2, 2005,
p. 459.
en el momento en que tenía conocimiento el adulterio sin que los hubiera
sorprendido en flagrante delito, porque había que luchar contra el arrebato
de aquél tras tener noticia del hecho, contra la inercia de los tiempos y
contra la aceptación social de semejante proceder justiciero. En efecto, la
documentación judicial ofrece muchos ejemplos de maridos que mataron a
sus mujeres adúlteras, y sólo a ellas, tras tener noticia del adulterio y no al
ser sorprendidas en flagrante delito como especificaban las leyes referidas, o
sin esperar al fallo judicial que les otorgara la autorización para consumar
su venganza en defensa de su honor mancillado. Sin embargo, esos maridos
uxoricidas honoris causa consiguieron aminorar el castigo por el delito de
homicidio e incluso, en la mayoría de los casos, salir impunes gracias al

La pervivencia de la venganza privada


perdón y a la comprensión de sus familias políticas o de las autoridades judi-
ciales, pues consideraron que estaban en su derecho por el «justo dolor» que
ellas les habían causado con sus comportamientos deshonestos e injuriosos.
Ejemplos de sentencias condenatorias por uxoricidio, pero rebajando la
pena que la legislación prescribía por semejantes delitos, son los de Cristó-

ne
bal Páez y Diego Muñoz. En 1491 Cristóbal Páez, vecino de Almonacid de

on
Zorita, mató a su esposa adúltera, siendo condenado a un año de destierro

Iñaki Bazán Díaz


rb
«por lo aver cometido por su propia autoridad», es decir, sin autoridad
judicial, pero como atenuante se consideró que «tuvo justa causa para lo
So

faser»22. Ese mismo año de 1491, Diego Muñoz, vecino de Málaga, decidió
la

envenenar a su esposa adúltera con hierbas: «quel sintiendose de su ynjuria 223


e de la fama tan publica la ovo de matar e mato». Pero como no respetó en
de

ello «la forma e horden que las leyes» del reino disponían, fue condenado
a un año de destierro a la fortaleza de Salobreña, donde sirvió a la Corona
ns

durante doce meses23.


io

Y ejemplos de perdones de la justicia pública o de las familias de las


at

adúlteras víctimas de uxoricidio, en contra de lo que prescribía la ley y en


ic

los que se pone de manifiesto las justificaciones aducidas que sirvieron para
bl

disculpar el arrebato homicida, son los de Diego del Poyo, Marcos de Segura
Pu

o Alfonso González. El primero de ellos, Diego del Poyo, vecino de Murcia,


mató a su mujer en 1449 por mantener relaciones con otros hombres y
para evitar problemas con la justicia decidió huir. Sin embargo, poco tiempo
después retornó y el concejo municipal entendió que «según la fama de
aquella mala mujer lo que aquel hizo tuvo mucha razón para ello» y además
consideró la ejecución de la mujer adúltera a manos de su marido en los
mismos términos que la ley penal y los jueces en sus sentencias: «porque sea

22. L. M. Mendoza Garrido, Delincuencia y represión..., op. cit., p. 178.


23. M. T. López Beltrán, «Repoblación y desorden sexual en el Reino de Granada en época de los
Reyes Católicos», en M. Barrios, A. Galán (eds), La Historia del Reino de Granada a debate.
Viejos y nuevos temas. Perspectivas de estudios, Málaga, Centro de ediciones de la Disputación
Provincial de Málaga, 2004, p. 528-529.
de otras mujeres ejemplo y se guarden de semejantes errores»24. El segundo,
Marcos de Segura, estaba casado con Catalina Sánchez, vecina de Marbella,
quien cometió adulterio con un vecino de Tarifa, por lo que la denunció y
fue detenida por la justicia de Marbella y encarcelada. Sin embargo, pudo
huir de la cárcel y refugiarse en una iglesia. Estando así las cosas Marcos de
Segura fue convencido para perdonar el adulterio en consideración de la hija
que tenían en común y de que «ella seria buena muger y se enmendaria del
yerro en que avia caydo». Dos meses y medio más tarde, Catalina volvía a
tener relaciones adúlteras, ahora con un tal Diego de Astorga, con quien se
fugó, no sin antes desvalijar al marido los bienes que poseía en su casa. Éste
salió a perseguirles y antes de que embarcaran en una nao la detuvo y tras
una acalorada discusión la mató a puñaladas. Marcos de Segura huyó de
Marbella y en su ausencia y rebeldía fue condenado a muerte. Finalmente, en
1495 pudo librarse del castigo porque su suegro y su cuñado le perdonaron
atendiendo a las poderosas razones que tuvo para proceder como hizo25. El
tercer, y último, ejemplo es el protagonizado por Alfonso González, vecino

ne
de Sevilla, que fue perdonado en 1477 por los reyes por la muerte dada a su

on
mujer Catalina Rodríguez. Ésta también se había fugado con su amante y
rb
con los bienes. En un primer momento, Alfonso perdonó a Catalina su falta
con la condición de que permaneciera encerrada en el monasterio de Santa
So

María la Real de Sevilla por un tiempo. Sin embargo, Catalina se fugó y


la

224 vivió ejerciendo la prostitución: «fiso adulterio no solamente con particulares


personas, más antes públicamente se puso a la mançebia a ganar dinero e
de

se dava e echava a quantos la querían». Esto provocó en Alfonso González


«grand deshonrra e vergença de la gente», ya que era notorio y público el
ns

daño que le causaba. Volvió a ser detenida y estando en la cárcel fue condu-
io

cida ante el tribunal, momento que aprovecho su marido para asestarle dos
at

cuchilladas mortales. Fue perdonado por actuar con «justo dolor». Además
ic

la familia de Catalina fue animada a interponer querella contra el uxoricida,


bl

pero rechazó hacerlo26.


Pu

Como se comprueba, quien salía peor librada de una relación de adulterio


era, casi siempre, la mujer. El amante, el varón adulterador, conseguía eludir
con frecuencia la acción de la justicia y la venganza de la familia porque
huía o porque el asunto terminaba con la muerte exclusiva de la mujer. Esto
no quiere decir que su acción quedara impune y no se le persiguiera. Así,

24. L. Rubio García, Vida licenciosa en la Murcia bajomedieval, Murcia, Academia Alfonso X el
Sabio, 1991, p. 26 y 234-235.
25. M. T. López Beltrán, «Repoblación y desorden sexual en el Reino de Granada en época de los
Reyes Católicos»…, op. cit., p. 527.
26. R. Córdoba de la Llave, «El homicidio en Andalucía a fines de la Edad Media. Segunda Parte.
Doc.», Clio & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 2, 2005,
doc. no 11.
en ocasiones el amante de la mujer adúltera era el foco de la venganza de la
familia ultrajada, que podía llevarla a efecto como si de un linchamiento se
tratara, sin atender a ningún tipo de consideración. Es el caso protagonizado
por Juan Ferrández, criado de Andrés García de Lasa, a fines del año 1395.
Según el relato de los hechos efectuado por su madre ante las autoridades de
Murcia, Juan Ferrández era acusado por la familia de Catalina de Vilacorta de
haberse fugado con ella a la localidad de Guardamar, donde «fizieran en uno
adulterio». El padre de Catalina, Pedro de Vilacorta, en compañía de otros
familiares, salieron el pos de los fugados. Al enterarse de la persecución, Juan
Ferrández trató de buscar refugió en una iglesia, pero de nada le valió porque
fue sacado de ella por la fuerza. Los familiares de Catalina «conpraron tres

La pervivencia de la venganza privada


palos e fizieron forca dellos e todo los sobredichos enforcaron al dicho mi fijo,
en tal manera quel dicho mi fijo murio en la forca […] e tomaronle al dicho
mi fijo treynta e tres doblas de oro moriscas, e quarenta e çinco florines, e
una lança e un puñal guarnido con plata, que vale todo ochenta maravedis».
Los participantes en este linchamiento fueron condenados a destierro de

ne
Murcia y a devolver a la madre de Juan Ferrández los bienes mencionados

on
que le sustrajeron27.

Iñaki Bazán Díaz


rb
En resumen, a pesar de la fórmula jurídica de la venganza diferida y de
la venganza privada directa sólo en caso de sorprender a los adúlteros in
So

fraganti, el caso es que los maridos ofendidos continuaron matando a sus


la

mujeres porque, como se ha podido comprobar, conseguían salir impunes 225


con suma facilidad, al contar con la comprensión social, la de la familia de la
de

víctima o de las autoridades judiciales. Esta situación llevó a que el legislador


se planteara nuevos mecanismos de control que sirvieran para refrenar o
ns

disuadir de prácticas semejantes. Ese nuevo mecanismo vino de la mano de


io

las Leyes de Toro de 1505. Con ellas se buscaba, en primer lugar, fortalecer
at

la venganza diferida; en segundo lugar, romper con una tradición legal que
ic

había pervivido a lo largo de toda la Edad Media, la de la autorización de


bl

la venganza directa en casos de flagrante delito; y, en tercer lugar, evitar que


Pu

el marido noticioso del adulterio matara a su mujer en cualquier momento,


sin control judicial o legal alguno. Así, en la ley número 82 se señalaba que
«el marido que matase por su propia autoridad al adúltero y á la adúltera,
aunque los tome in fragante delito, y sea justamente hecha la muerte, no gane
la dote, ni los bienes del que matare; salvo si los matare ó condenare por
autoridad de nuestra Justicia, que en tal caso mandamos, que se guarde la ley
del Fuero que en este caso dispone»28. El adulterio seguía siendo un problema
privado, pero su resolución, en caso de ser trágica, debía contar siempre con
el visto bueno de la justicia pública. Obviamente la posibilidad de perder la
dote y los bienes de la adúltera, así como también los de su amante, podía

27. L. Rubio García, Vida licenciosa…, op. cit., p. 156-159.


28. Novísima Recopilación de las leyes de España: 12, 28, 5.
servir de acicate para refrenar los impulsos homicidas. De este modo se
daba una nueva vuelta de tuerca al afianzamiento de la autoridad penal de
la monarquía (ius puniendi real) frente al ejercicio de la venganza privada.

En estas páginas se ha querido poner de manifiesto de manera breve e


introductoria algunos casos en los que la venganza privada convivió con el
ius puniendi real, pero siempre ejercida con autorización por parte de los
tribunales de justicia para significar que era el monarca, sustentado por el
derecho público, quien disponía de la capacidad para juzgar y castigar. Tan
sólo en los casos mencionados de contumacia del reo, de asaltos de piratas
y corsarios o de adulterio femenino se otorgaba la licencia correspondiente
para que el querelloso, la víctima de los asaltos o el marido deshorrado pudie-
ran ver resarcido el daño sufrido, ya fuera en su persona, en sus bienes o en su
honor. En los dos primeros casos por incapacidad de la justicia publica para
ejecutar la sentencia y en el tercero como recurso para erradicar la venganza

ne
privada directa ejercida al mabrgen de las disposiciones legales que exigían
sorprender a los adúlteros en flagrante delito.

on
rb
So
la

226
de
ns
io
at
ic
bl
Pu

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