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acercamientos a la obra de
Carlos Liscano
.
De la isla al mundo :
acercamientos a la obra de
Carlos Liscano
Dirección
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ISBN 9782813002761
9 782813 002761
Avertissement : Les textes publiés dans ce volume n’engagent que la responsabilité de leurs auteurs. Pour
faciliter la lecture, la mise en pages a été harmonisée, mais la spécificité de chacun, dans le système des
titres, le choix de transcriptions et des abréviations, l’emploi de majuscules, la présentation des références
bibliographiques, etc. a été le plus souvent conservée.
Ce livre a été publié grâce au soutien du programme ANR-CHISPA (ANR-13-JSH3-
0006), de l’Institut des textes et manuscrits modernes (UMR8132) et du Laboratoire
3LAM (EA4335) organisateur de la journée d’études du 14 novembre 2012 durant
laquelle l’idée de ce projet éditorial a émergé.
“Escribo, luego existo” 1
Fatiha Idmhand
Universidad de Poitiers (ITEM UMR8132), Francia
El 27 de mayo de 1972, Carlos Liscano fue detenido por la policía militar y encarce-
lado en el Establecimiento Militar de Reclusión Número 1 (EMR Nº1) conocido como
“Penal de Libertad” 3 ; trece años más tarde, el 14 de marzo de 1985, sale del Penal
hacia otra vida. La experiencia carcelaria descarriló para siempre su existencia : co-
noció experiencias extremas (la represión, la tortura física y psicológica) y descubrió
al mismo tiempo la literatura y la expresión artística. En el seno mismo de la cárcel,
la escritura se convirtió en la brújula que le ayudaría a sobrevivir a las condiciones
de su detención y a insertarse en el mundo después de 1985. Desde entonces, Carlos
Liscano se convirtió en un artista con distintas facetas : escribe, dibuja, esculpe y
fabrica. Este libro desea encararlo desde sus diferentes caras, como el artista en el
que se convirtió : escritor (autor de novelas, relatos, cuentos, poesías, teatro y en-
sayos), pintor, dibujante autor de caricaturas, de viñetas y comics (tebeos) y creador
de objetos y esculturas.
Desde aquellas primeras líneas nacidas en una exigua celda del mal llamado Penal de
“Libertad”, Liscano desarrolló una pluma entre las más ricas, profundas y originales
de América latina. Escribir surgió como un acto de supervivencia, oposición y desafío
a la represión sistematizada, contra una política que aspiraba a asentar el terror entre
1. Carlos Liscano en La ciudad de todos los vientos, Montevideo, Planeta, 2000, p. 97.
2. PEN, Chair’s Notebook #2, 2009, https://pen-international.org/es/print/3078
3. “En noviembre de 1972 se inauguró en Uruguay una cárcel para presos políticos [. . . ]. Se la conocía
como “Cárcel de Libertad”. El motivo de este involuntario oxímoron era la vecindad de la prisión con un
pueblo que se llama Libertad. El nombre oficial de aquella institución uruguaya era Establecimiento Militar
de Reclusión Número 1. Había, como es lógico y esperable, un Establecimiento Militar de Reclusión Número
2, donde se encerraba a las mujeres” in Carlos Liscano, “Una vida sin objetos” El lenguaje de la soledad,
Montevideo, Cal y Canto, 2000, p. 25-28, en línea en
2 “Escribo, luego existo”
En esos trece años, hubo períodos más duros que otros. 1980 fue durísimo :
estuve mucho en el calabozo, en la “isla”. [. . . ] Fui torturado de mayo a
setiembre de 1972, más o menos, en Artillería Nº1 de La Paloma, y un
poco en el 6º de Caballería. [. . . ]
Me decía : en esta etapa debo hacer esto. Si no me matan, luego me
dedicaré a escribir, que es lo que realmente me importa. Porque mucho
antes de ingresar al MLN ya quería escribir. 6
4. “Fuimos detenidos en 1972. En ese momento las condiciones no estaban dadas como para asesinarnos
a pesar de que lo intentaron. Después, la única alternativa que les quedaba era volvernos locos. Pusieron
manos a la obra con fruición y esmerada tenacidad. [. . . ] Mostrarnos así delante de la población civil : luego
constaté que eso era una política. Porque ellos partían de la base que nuestros familiares iban a contar a
los demás familiares y al barrio lo que habían visto. . . .Necesitaban aterrorizar.” in Eleuterio Fernández
Huidobro, Mauricio Rosencof, Memorias del calabozo, op. cit., p. 10-17 et p. 26.
5. Álvaro Rico, Investigación Histórica sobre la Dictadura y el Terrorismo de Estado en el
Uruguay (1973-1985) (2008) http://www.universidad.edu.uy/libros/opac_css/doc_num.php?explnum_id=
116http ://www.universidad.edu.uy/libros/opaccss/docnum.php ?explnum*id=116.
6. In (2009).
Fatiha Idmhand 3
Sé con certeza dónde y cómo empecé a escribir. Sé qué fue lo primero que
escribí con intención literaria. Recuerdo la fecha : 1º de febrero de 1981. 7
Salió de la cárcel en 1985 con centenas de folios : 872 páginas escritas entre 1981 y
1984, los borradores de Diario de la cárcel, La mansión del tirano, La edad de la
prosa, El método y otros juguetes carcelarios y una serie de Apuntes que contienen El
juego de la letra cambiada, Los siete mensajeros, La literatura y la política y Apuntes
de lectura. Luego de salvarlos, Carlos Liscano se dedicó a transcribirlos con el fin de
publicarlos y es interesante leer a propósito, la contribución del ex editor de Arca,
Oscar Brando, quien recalca las etapas de lo que llama “el proyecto literario” elaborado
por Carlos Liscano a partir de su salida de la cárcel. Después de 1985, su objetivo
es publicar las obras de la cárcel : pone en marcha este plan desde Suecia donde se
exilia unos diez años (1985-1995), en España donde reside un par de años (1995-1996)
y en Montevideo a donde regresa en 1996. Uno a uno, edita cada uno de los textos
elaborados en la cárcel, pero alterna la edición de unos con la publicación de otros
textos escritos luego de su salida como la novela Camino a Ítaca que estudian Raúl
Caplán y Pauline Berlage ; como Memorias de una guerra reciente que analizan desde
dos puntos de vista distintos el psicoanalista Guillermo Bodner y la investigadora
Norah Giraldi Dei Cas ; como la interesante propuesta de anti novela mágicorrealista
latinoamericana La ciudad de todos los vientos que analizan Giuseppe Gatti Riccardi
y Juan Pablo Chiaparra ; o con obras de teatro como Los idiotas o El informante
estudiados aquí por Roger Mirza, Carina Blixen y Cécile Chantraine Braillon. Es
de notar aquí que las incursiones teatrales de Carlos Liscano han tenido, y siguen
teniendo, una repercusión internacional. La obra más difundida en este sentido es
Mi familia, que fue representada numerosas veces en distintos países del mundo y en
particular en Francia. En la actualidad, desde el año 2016 8 , la productora Ariane
Dumont-Lewi 9 la pone en escena en distintas ciudades del país, en París y en el
festival de Aviñón en particular. 10 El éxito de la obra no se debe sólo a lo lúdico del
texto sino también a la excelente perspicacia con la cual Liscano declina allí el género
absurdo, el de Kafka, Ionesco y Beckett en particular. En Mi familia, lleva al extremo
el humor negro pero sin despojarlo de complejidad y profundidad y logrando el efecto
contrario del que se podría esperar : reírse en lugar de llorar.
En la obra de Carlos Liscano, teatro, texto e imagen traducen cuestionamientos hon-
dos. Uno de ellos tiene que ver con la “figura del autor”, surgida de una cisión en “La
Isla”, de una cortadura que le salvó la vida creando al escritor, pero que al mismo
tiempo instaló en él la coexistencia entre distintos yoes. A menudo, él remite a ese
momento describiéndolo en términos patológicos, enclenques, como si se tratase de
una enfermedad :
inofensivo, pero era delirio, y por momentos también era exagerado, febril,
de una violencia arrasadora, pero invisible para los demás porque era algo
que ocurría íntimamente, entre la palabra y yo. Entonces me iba de la
cárcel y del mundo, a un país poblado de objetos abstractos y absurdos,
territorio de la literatura. Mientras deliraba era otro. La cosa está en que
después de aquel paréntesis, vuelto a la vida fuera de la cárcel, el inventado
no regresó a su sitio, a la no existencia que le correspondía como mera
fantasía. . . 11
Oscar Brando
Instituto Profesores Artigas, Uruguay
1
El presente trabajo rastrea y va cruzando, entre 1986 y 1992 aproximadamente, el
que podría llamarse proyecto literario del escritor Carlos Liscano con el proceso de
edición de su obra. El objetivo tal vez sea, más que iluminar las líneas convergentes,
desmontar y desmentir lógicas y coherencias, señalando los aspectos contingentes y
aleatorios. Elijo ese período porque es el que inicia, luego de los años de escritura
carcelaria, el encuentro y desencuentro entre el ordenamiento y reescritura de la obra
hecha en prisión, la nueva creación en libertad y las intenciones y posibilidades de
hacerlas conocer a través de la publicación. Con este fin utilizaré tres conjuntos de
documentos : unos Diarios que Liscano llevó desde abril de 1986, la correspondencia
que mantuvo con su amigo Juan José Nouached (JJN) remitida en ese tiempo y
lo que sobrevivió del intercambio epistolar que sostuve con el escritor entre 1990 y
su regreso al Uruguay en 1996 (OB). Asimismo recurriré a dos libros escritos sobre
su obra (Blixen 2013, 2016 ; Sosa 2014). Debo confesar que en el origen de estas
especulaciones estuvo mi participación, durante algunos años, en la edición de la obra
de Carlos Liscano. De allí que el relato de estos hechos adquiera, a veces, un sesgo
personal, atado a mis recuerdos. Quede el lector advertido del procedimiento, tan
incitante como falible.
2
En los días en que el Dr. Tabaré Vázquez asumía el primer gobierno municipal del
Frente Amplio en la ciudad de Montevideo y el Dr. Luis Alberto Lacalle la presidencia
de la República, yo comenzaba a trabajar como lector de la editorial Arca. Era fines
de febrero de 1990. Sustituía en ese cargo a Wilfredo Penco quien se estrenaba en
la Dirección de Cultura de la flamante intendencia frenteamplista. Sobre la mesa
de trabajo, Penco me había dejado algunos libros inéditos que esperaban decisión
6 Proyecto literario y proceso editorial. . .
editorial. De uno de ellos me dijo más o menos esto : “Aquí tenés algo muy interesante.”
La frase era enigmática y solo podía adquirir sentido leyendo aquello.
Muchas veces me pregunté qué noticias tenía yo, en aquel momento, del autor del
libro. Hoy, treinta años después, no puedo recordarlo con precisión. Carlos Liscano
había aparecido varias veces en el semanario Brecha, que yo leía desde su fundación
y con el que había empezado a colaborar en 1987. Durante ese año se había publi-
cado un cuento de Liscano y comentado su primer libro, El método y otros juguetes
carcelarios (1987). A lo largo de 1989, en el mismo medio, la periodista María Esther
Gilio le había hecho un largo reportaje y en La Hora, prensa del Partido Comunista
uruguayo, Fernando Beramendi lo había entrevistado y Mercedes Ramírez había es-
crito un artículo sobre él titulado “La inauguración de una nueva narrativa”. Es poco
probable que no me hubiese cruzado con alguna de esas notas, pero sospecho que no
quedaron prendidas en mi retícula ni pude rememorarlas cuando tuve frente a mí el
original de La mansión del tirano. Porque de ella se trataba : el asunto “muy inter-
esante” que aguardaba lectura era el original de esa novela que tenía ya una larga
historia en el proceso de creación de su autor. Pero no nos adelantemos.
3
Volvamos a esa media docena de indicios que hubieran podido orientar mi lectura del
misterioso libro. A mediados de 1989, en el mes de julio, con un intervalo de veinte
días, se habían presentado en Montevideo dos de los tres libros editados hasta la fecha
por Liscano. El 6 de julio la profesora Mercedes Ramírez lo había hecho con el más
reciente hasta ese momento, el libro de poemas ¿Estará no más cargada de futuro ?
que había editado en Montevideo el sello Vintén. Si la nota firmada por ella en La
Hora el 23 de setiembre de ese año fue fiel a sus palabras, la profesora Ramírez había
hecho en aquella oportunidad una apuesta fuerte :
4
Hoy tengo a mano otros datos que forman, debajo de esa trama visible, un tejido
más abigarrado hecho de los movimientos del escritor. Dejo, porque han sido tra-
bajados por otros con aplicación y rigor, los llamados papeles carcelarios (Idmhand
2010), zona de innumerables peripecias que llevó años de construcción, otros tantos
de reconstrucción y un proceso siempre inconcluso de lecturas. Tomo, como punto de
partida, la salida de esos papeles de la cárcel adentro de una guitarra y la posterior
liberación del autor. Dice Blixen :
creación ? El avance de este proyecto no queda claro. Atado a los escombros de vie-
jas escrituras, puede ser que la estadía en Barcelona haya comenzado a revelarle su
nuevo carácter de migrante. “El tema, o el personaje alrededor del que se organiza la
obra, es un exiliado uruguayo en Suecia y Europa.” (Diarios 4/9/86.) Liscano parece
estar buscando, entre la quietud del encierro y el movimiento de la itinerancia, una
nueva corriente de creación. “Mi novela quizá haya encontrado su tema principal :
un hombre sin historia” escribe en sus Diarios el 10/10/1986. Ese protagonista tanto
puede anticipar al futuro Vladimir de El camino a Ítaca, como referirse al pasado
Hans de La mansión del tirano. Es posible que la escritura a venir se presentase aún
inmadura y que la nueva condición de migrancia se ovillara, por su destierro, con
sus antiguas y desterritorializadas criaturas carcelarias. Liscano vislumbraba el efecto
que lo que ya había escrito producía en su vida. Escribe cada cosa con “una doble
atención e intención” : intuye que algo de su nueva novela irá a marcar su conducta
futura (Diarios 25/9/86).
5
En una carta de J.J. Nouached fechada el 10 de setiembre de 1986, Liscano le cuenta
que ha intentado vincularse con editoriales de Barcelona. Consta, por sus Diarios, que
el 11 de julio tuvo una reunión con la editorial Anagrama, en la que le recomiendan
presentarse al premio Herralde. Así lo hace unos días después con La mansión del
tirano, empeñosamente corregida por enésima vez. Sus cuentos viajan a Madrid y a
Montevideo. En esta, participa en el concurso Sorocabana, que falla el 26 de octubre
sin tenerlo entre sus elegidos. De los 570 cuentos que se presentan, la editorial organi-
zadora (MonteSexto) publica los tres premiados y trece menciones. La hora de Liscano
todavía no ha llegado. La mansión. . . sigue teniendo sucesivas versiones : una, más o
menos definitiva se anuncia en esos meses. Desde el 19 de octubre comienza a escribir
un “Diario de Hans” 1 . Tal vez a eso haga alusión la entrada de sus Diarios el 31 de
octubre :
Ordenemos por segunda vez para intentar razonar : Liscano salió de la prisión con un
montón de papeles escritos, que fue pasando en limpio, corrigiendo, reescribiendo. De
esa tarea, había desprendido unos cuantos cuentos dignos de formar un libro (ver nota
3) y presentarse a concursos ; allí estaban, también, La mansión del tirano y La edad
de la prosa, que todavía sufrirían rigurosas mutaciones. Dos caminos de edición había
puesto en marcha : uno, mediante contactos editoriales en Barcelona (Anagrama)
y Montevideo (Arca) ; otro, solicitando ayuda a un organismo sueco que financiaba
ediciones. Finalmente, aparecía, entre la montaña de viejas escrituras, algo nuevo, lo
primero que nacía en libertad.
El 4 de diciembre escribe en sus Diarios : “Hace unos diez días un organismo sueco
aprobó un apoyo de 17.000 kr para un libro de cuentos.” Efectivamente : el 26 de
noviembre le habían anunciado la resolución. A partir de allí comenzaría una pequeña
carrera de vallas. Los Diarios consignan detalles de los esfuerzos que Liscano realizó
para que su libro estuviese pronto en enero. Finalmente, a pesar de las fiestas, en un
mes y medio exacto, consiguió el tan anhelado objetivo : el 11 de enero tuvo entre
sus manos el “engendro” titulado El método y otros juguetes carcelarios. Pudo viajar
a Cuba, el 19 de enero, con su nuevo “pasaporte” de escritor.
Sin duda esta primera prueba tenía para el escritor varias capas de sentidos. En una
de ellas medía, por comparación, su destreza para vivir : “Soy tan incapaz como mi
padre para los negocios. Pero me muevo, consulto, trabajo, empujo, y sigo y sigo.”
(Diarios 4/12/86.) A su amigo Nouached, le hacía saber meses después :
Liscano para publicar. 3 Según allí se dice, correcciones realizadas por el autor habían
demorado su salida y la edición en Suecia dejaba expectante la edición uruguaya, así
Liscano creyese que, de todas maneras, debía realizarse. Agréguese, de la misma carta,
la noticia de que el libro impreso había volado a la URSS, a Chile y a Uruguay con
promesas de comentarios. En los días en que Liscano escribía a su amigo, otras no-
vedades le llegaban de Kulturrådet : el organismo financiador había negado la ayuda
a La mansión del tirano y a ¿Estará no más cargada de futuro ?. En los Diarios, el
28/3/87, escribe :
6
Un pequeño capítulo de cierto interés para el asunto que trato resulta de los esporá-
dicos cruces con Mario Benedetti. Según parece, en noviembre de 1986, Liscano le
había enviado a Benedetti, a través de un amigo, unos originales que el escritor no
recibió. La novela que Liscano quería acercarle a Benedetti no podía ser otra que La
mansión del tirano, así “Mario no [fuese] a publicar la novela, no es editor”, como le
comentaba Liscano a su amigo Nouached en la citada carta del 25 de marzo de 1987.
“Se trataba, antes de haber publicado mi libro, de que Benedetti recibiera algo mío”
(14/5/87) agregaba, concluyendo, en la carta siguiente.
Introduzcamos una breve anécdota. Muchos años después, en 1995, Benedetti pre-
sentaría a Liscano a Alfaguara de Madrid. Todavía hoy Liscano recuerda aquella
entrevista con el poderoso Juan Cruz. “Les dejé mis cosas. Tres meses después me
respondieron que tal vez otra editorial pudiera interesarse por lo que hago. A lo cual
agradecí con entusiasmo, como corresponde.” (Carta a OB, 22/12/1995.) Creo que
el episodio cerraba un vínculo que el manuscrito extraviado de los años 80 había
intentado abrir. Tengo para mí que Liscano, en sus primeras cartas, expresaba con
sinceridad sus intenciones : más que la ayuda en el trámite editorial lo que necesitaba
el novel e inédito escritor era el espaldarazo de una lectura autorizada. Lanzadas las
estrategias de difusión y publicación, y todavía sin retorno alguno, Liscano ponía a
consideración de Benedetti, escritor consagrado, su obra más exigente.
Liscano se encontró con Benedetti en Cuba (Diarios, 30.1.1987), tuvieron una conver-
sación fugaz, intercambiaron libros. Nunca quedó constancia de que Benedetti hubiese
llegado a leer La mansión del tirano. Los dos escritores tuvieron contactos indirectos
a través de los sellos en los que editaron. En este primer período, y luego de su retorno
3. En el texto inédito llamado Cuaderno Esselte que conocí el agosto de 2017 se consigna lo siguiente :
“En el 85 hice gestiones para publicar El método en Banda Oriental. Después de treinta y un años Banda
todavía no me ha contestado. Un día fui a la editorial a recuperar los manuscritos que nadie había leído.
Mientras estaba allí apareció Mario Delgado a buscar ejemplares de sus libros para llevar a Cuba, a donde
viajaba en pocos días o semanas. Me lo presentaron. Fue muy amable, generoso. Me invitó a tomar un café.
Hablamos de mi trabajo. Me dijo que quería leerlo. Se lo di. Después volvimos a vernos. Me dijo que me
olvidara de Banda Oriental. Que él me presentaría en Arca. Me acompañó. Le dejé mis papeles a Wilfredo
Penco. Al poco tiempo se decidió mi viaje a Suecia. Se lo dije a Wilfredo, quien me aseguró que Arca quería
publicarlos. Pero ya mi plan estaba en otro sitio”. En comunicación personal del 2 de setiembre de 2017
Liscano me confirmó esa información, con detalles suplementarios.
Oscar Brando 11
al país en 1985, Benedetti había comenzado a editar en Arca, editorial en la que tra-
bajaba Penco y a la que Liscano se había aproximado con su primer libro. Una nueva
intersección editorial se produciría años después, cuando los dos escritores estuviesen
publicando con el sello Cal y Canto. Por ese motivo, a fines de 1994, cuando salió El
camino a Ítaca, se le pidió a Benedetti que lo presentara : este se negó aduciendo que
no escribía prólogos ni presentaba libros (Diarios 25/11/1994).
7
En la carta de mayo de 1987 a J.J. Nouached, a la que hicimos referencia más arriba,
Liscano insistió en el compromiso de Arca de publicarle los cuentos. La mansión del
tirano había sufrido otra severa modificación y quedaba lista para un concurso en
Nicaragua. Una novela nueva, breve, que acababa de terminar, también marchaba a
un concurso en Madrid.
El momento es emblemático de la fase creativa que atraviesa Liscano : entre los restos
de la escritura carcelaria, que aún no puede abandonar, empiezan a surgir engendros
nuevos.
12 Proyecto literario y proceso editorial. . .
“La vida retirada fue escrita en 15 días como una explosión” escribe en los Diarios
con fecha 16/9/87. Poco después, el 19/10, ya se abría otro cauce : “El cuento sobre
‘el dentista’ podría transformarse en una novela corta.” La vida retirada, que a partir
de diciembre de 1987 se conocerá como Memorias de la guerra reciente, y el “cuento
del dentista” que demorará un poco más en llamarse “Agua estancada”, surgían como
novedades en el trabajo creador de este tiempo. En estas novedades, sin embargo,
había corrientes subterráneas que ya irrigaban la obra anterior :
Céline, los cínicos, el pícaro y la novela filosófica, grandes modelos de su nueva nar-
rativa, encontraban su materia en el magma de la vieja escritura.
8
Pero al mismo tiempo que, en su intimidad, podía reconocer estas conquistas, el
silencio sobre su obra en Uruguay lo desalentaba. Ni edición ni crítica, al darle la
espalda, la patria lejana parecía condenarlo a rumiar sus papeles antiguos. El símbolo
de ese lastre parecía seguir siendo La mansión del tirano. Primera novela escrita en
1981 en el Penal, requisada y reescrita en prisión y vuelta a reescribir y corregir “sin
exagerar unas cuatrocientas veces” (notas a La mansión del tirano 4 ). La mansión. . .
seguía siendo para Liscano –y lo sería por mucho tiempo– la cifra de lo inacabado,
de lo infinito, de lo inabarcable. “En algún momento he creído que sería capaz de
continuar toda mi vida escribiendo La mansión del tirano. . . ” (“Diario de Hans” 5 .)
La Mansión. . . corrió, infructuosamente, detrás de concursos, lecturas, ediciones. Lis-
cano la termina, cada vez, y la siente inconclusa. A lo largo de 1987, luego de una
nueva corrección, persigue el ejemplar que ha intentado hacer llegar a Benedetti. Ya
no es esa la versión final y, aunque crea que en Uruguay “nadie va a hacer nada
por ella”, se empeña en sacar de circulación ese ejemplar : “Te pido, le escribe a su
4. Ver nota 1. La observación pertenece a la presentación del conjunto de “Originales de “La mansión
del tirano” que no fueron incluidos en la versión definitiva. Las llamadas “Notas a La mansión del tirano”
(así se presentan los “Originales. . . ” y el “Diario de Hans” en la copia que poseo) no deben confundirse con
las notas que efectivamente Liscano incluyó en la reedición de la novela hecha en el año 2011.
5. Ver nota 1.
Oscar Brando 13
amigo Nouached, como cosa que a mí me importa mucho que la rescates y la archives
entre tus cosas o la destruyas.” El aletazo kafkiano no le impide confiar en el valor
de su obra : “Por otra parte esa impublicada y quizá impublicable novela es, en mi
insignificante opinión (y la de otros tres o cuatro) de lo más importante que se ha
escrito nunca” en Uruguay (23/11/87). Sin embargo lo gana el desánimo y en enero de
1988, a pesar de dos pequeñas llamadas de atención del semanario Brecha 6 , Liscano
concluye :
Este capítulo continuará más adelante. En el medio debo dar cuenta de los dos años
que siguieron.
9
Solo los Diarios me proporcionan noticias de los años 1988 y 1989, de manera que los
seguiré y resumiré su contenido. La primera mitad del 88 estuvo protagonizada por
Memorias de la guerra reciente, desde la aceptación de su financiación en febrero-
marzo a la salida de la novela en julio. La otra mitad presenció nuevas correcciones
a La Mansión. . . con renovadas promesas de publicación, una versión terminada de
la novelita sobre “el dentista” y la larga preparación de un viaje a su país, el primero
luego de su salida de Uruguay a fines del 1985 : “La pregunta que me hago es : ¿qué
voy a hacer a Uruguay ? Y no tengo respuesta.” (Diarios 25/9/88.)
El 89 encontró, de la mano de Leonardo Rossiello, un título para la novelita del
dentista, “Agua estancada”, y el comienzo del proceso de corrección. También fue el
tiempo de decidir y costear la edición de ¿Estará no más cargada de futuro ? en Vintén
editor y de pensar su presentación en Montevideo. A partir de junio del 89, los Diarios
se ocuparon, con intensidad, de su estadía en Uruguay. “Primer viaje a Uruguay”
tituló Liscano a sus Diarios a partir del 7 de junio. Los esfuerzos se concentraron
en la presentación de dos libros : ¿Estará no más cargada de futuro ? el 6 de julio y
Memorias de la guerra reciente el 25 del mismo mes. Alrededor de estas presentaciones
se organizaron entrevista radiales y para la prensa, reuniones con escritores y críticos.
Las dos presentaciones resultaron exitosas, los libros tuvieron buena acogida y Liscano
recibió invitaciones para colaborar en medios de prensa uruguayos. El 9 de agosto,
como balance de este viaje, escribió :
Estoy conforme, me fue bien en Montevideo con mis libros. Mis amigos
dicen : muy bien, dado el ambiente frío y poco solidario que es el de los
literatos. En 60 días tuve tres largas entrevistas radiales, cuatro reportajes
en la prensa, presenté dos libros con sala llena en el lapso de 20 días. Y cada
uno de estos eventos significa tres, cuatro o aun cinco días de preparación
6. Me refiero a la publicación del cuento “Gambito final” el 4 de setiembre de 1987 y el comentario de
Hugo Fontana “Palabras que fueron ventanas” al libro El método y otros juguetes carcelarios, aparecido
en el número siguiente del 11 de setiembre. El 5/10/87, al ver la publicación de su cuento, escribe en sus
Diarios : “Salí de la inedición en Uruguay.”
14 Proyecto literario y proceso editorial. . .
No logro una justificación para continuar con estas anotaciones, muy pocas
veces recurro al cuaderno, casi siempre me olvido de anotar cosas. Por
tanto : acá se termina, hasta no sé cuándo.
10
En este punto realizo un doble reenganche : con el final del capítulo 7, en el que dejé
en suspenso, como en las viejas películas por episodios, qué haría el autor con La
mansión del tirano ; y con el principio de este trabajo, al que vuelvo luego de extenso
racconto.
En marzo de 1990, dije entonces, me hice cargo de la lectura de originales en la
editorial Arca. No conocía toda la historia que acabo de contar y así fue que leí La
mansión del tirano. Hoy pienso las ventajas que me dio haber leído por primera vez a
Liscano como si se tratara de un autor inédito. Ponía a prueba un juicio sin prejuicios.
A mitad de ese año Liscano le contaba a Nouached :
Hoy diría lo mismo. A pesar del tiempo trascurrido no puedo olvidar, sin embargo, mi
perplejidad ante la lectura. Fue Carina Blixen quien confirmó lo positivo que había
encontrado en ella. Ignoraba todo lo que había debajo de este texto mítico :
Vos sabés cuánto significa para mí. Hace diez años que ando con esos
manuscritos de un lado para otro, sin que nadie haya querido publicarlos.
Es, además, lo más ambicioso que he escrito. [. . . ] También Brecha me
pidió para dar un adelanto de esa novela en el semanario, cosa que autoricé.
(Carta a JJN 6/7/90.)
Oscar Brando 15
7. Daymán Cabrera, uno de los fundadores de Vintén editor en Suecia y su responsable en ese momento
ya instalada la editorial en Montevideo.
16 Proyecto literario y proceso editorial. . .
Creo que debería darme por satisfecho. Sin embargo, en largas conversa-
ciones con Anna siempre surge el tema : es como una insatisfacción física.
Anna casi que me acusa que no voy a detenerme a descansar hasta que. . .
No sé hasta cuándo. Esta es mi raya, mi desarreglo con la vida. No sé qué.
Según esa misma, copiosa carta, no parecía haberle quedado clara la estrategia de
publicación de Arca, tal vez porque no lo fuera del todo.
El año 1990 se cerró con la posible reedición de Memorias. . . en Chile, la aparición de
Agua estancada en Montevideo (aunque Liscano recién verá ejemplares a principios
de enero del 91) y el arribo a esta ciudad de un original de “La vida al margen”,
versión trabajadísima de escritos carcelarios que todavía sufrirían numerosas trans-
formaciones. Un balance hecho en sus Diarios el último día del año decía :
Una vez más quedaba por el camino La mansión del tirano, y aunque no recuerdo que
se me pasara por la cabeza romper la promesa de editarla, la historia de La mansión
podía despertar en el autor viejas susceptibilidades. Lejos estaba Liscano de cejar en
relación a este texto. Pero los años de expectativas en torno a él podían hacerle sentir
cada postergación como un fracaso. Sin embargo, mientras corregía las pruebas de
página que Arca le había enviado, pensaba que “otra vez” sentía ganas de escribir
notas a La mansión y se prometía hacerlo algún día (Diarios 6/3/91) : acometería
esa empresa veinte años después. No dejaba de presentar el libro en concursos (el
Municipal de 1991) ni de insistir con él en España. Por momentos la frustración se
hacía oír :
11
Año 1991. Si no recuerdo mal, La mansión. . . no fue mencionada pero sí lo fue La
vida al margen. Agua estancada llegó a manos de Liscano que abominó de la edición :
consideró “terrorífica” la tapa y encontró demasiadas erratas en el libro. En las cartas
que me llegaron en ese tiempo menudearon las quejas. Por momentos suavizaba su
fastidio y entendía que tal vez fueran necesarias en Uruguay ese tipo de imágenes,
pero él no las quería para sus libros (también se quejó, por el mismo motivo, de la
ilustración en Brecha al adelanto de La mansión del tirano). Más allá de razones
estéticas, siempre opinables, Liscano no quería aparecer como un ex preso : “Con esa
portada el posible comprador que me conoce las andanzas piensa : Esta es otra historia
de la cárcel.” (Carta a JJN, 7/1/1991.) No era solo un asunto de artes visuales. El
24 de marzo anotó en sus Diarios :
Brecha publica una reseña sobre Agua estancada escrita por Mercedes
Ramírez. Mercedes insiste en mi pasado carcelario. No voy a tener más
remedio que reconocerme ‘mono carcelario’ para toda la vida. Es decir :
no puedo escapar a ser escritor ‘que estuvo preso muchos años’.
Vuelta a recapitular, la escritura dramática iba ganando tiempo entre sus ocupaciones,
recibía ejemplares de la edición chilena de Memorias. . . y avanzaba en sus papeles :
no solo podía presentar a concurso una versión de La vida al margen (que había sido
“No hay salida”, “La edad de la prosa” y sería, años después, “El informante”) sino
también de algo emparentado con ella y que por el momento llamaba “El río de las
charlas”.
En cuanto a La mansión, Arca no la había sacado en los primeros meses del año y
como no definía fecha Liscano la presentó al premio municipal, dejando suspendida
la edición hasta su fallo. Sus esfuerzos por publicar en España continuaron : a pesar
de opiniones favorables hecha por lectores profesionales que trabajaban para agentes
literarios, no conseguía la aceptación de las casas editoras. Un agente en Barcelona y
otro en Copenhague intentaban romper el cerco, ofreciendo ediciones o traducciones
en distintos países, pero Liscano se daba cuenta del desinterés del público europeo
por sus temas : demasiado kafkianos, demasiado duros, demasiado ocupados por la
pérdida de la libertad individual. A su amigo Nouached le decía : “El mercado español
es durísimo y siendo latinoamericano es cinco veces más difícil.” (7/1/91.) Y en sus
Diarios escribía : “A nadie le interesa un escritor con ese pasado.” (7/1/1991.)
Liscano va atando algunos cabos : si por una parte está su creación a la que no puede
resistirse, por otro está la situación económica siempre precaria. De manera que una
regla de tres simple lo pone ante la ecuación de que esa inversión de tiempo debería
ser redituable. Ese pensamiento, reunido con la repercusión que comienza a tener su
obra lo deja asomarse a la ilusión de la profesionalización : “Ya estoy viejo y no puedo
hacer dos cosas a la vez, apenas si soy capaz de hacer una. Y como parece que voy a
ser escritor, es mejor que me lo tome en serio” razona en una carta a su amigo. Y a
continuación agrega : “Era mucho más divertido escribir cuando a nadie le importaba
un carajo lo que yo escribía. Ahora, que hay tres o cuatro interesados por lo que hago,
siento que debo cuidarme mucho más.” (7/1/91.)
18 Proyecto literario y proceso editorial. . .
12
Algunos datos de 1992 servirán de cierre a este recorrido. Fue, finalmente, el año de
publicación de La mansión del tirano. La tan castigada Arca tarda pero llega (llega
pero tarda, pensaría Liscano) y entrega el libro impreso en marzo de ese año. “Me
gustó la impresión, la presentación. La tapa quedó muy bien, y la información de la
contratapa es generosa”, escribe ahora Liscano (junio 2 de 1992). Pero quizá se deba
recelar de esas afirmaciones que van dirigidas a mí, el editor del libro. Cierto que
Liscano había corregido pruebas de páginas y había sugerido y enviado desde Suecia
la ilustración de tapa : una reproducción de un cuadro de Giorgio de Chirico, “Misterio
y melancolía de una calle”, descrito y animado en la galería que atraviesa Hans, el
personaje de la novela, en el capítulo 8. En la citada carta del 2 de junio me escribía :
En marzo, Liscano envió a Víctor Manuel Leites una versión teatral de La vida al
margen. Nueva transformación de este texto, que llevaba muchas y sufriría nuevas,
afirmaba al escritor en la vía dramática. “Me hace mucha ilusión la remota posibilidad
de que una obra mía se presente ahí en el teatro. Aunque nunca hay que dar nada
por hecho ; falta mucho todavía para que sea realidad.” (Carta a JJN marzo, 1992.)
La obra haría su recorrido, sin suerte, por los laberintos desiderativos de la Comedia
Nacional. En 1994 se verá en Suecia y recién en 1998, con el título de El informante, se
estrenará en Montevideo, montada por el propio Liscano. Ese mismo año la Comedia
Nacional hará una inconvincente puesta de Mi familia.
Agua estancada obtuvo en 1992 el premio Bartolomé Hidalgo de la crítica : “Agua
estancada ha sido el primer libro en que yo sentí que podía obligar a las palabras,
más o menos, a decir lo que yo quisiera y no lo que a ellas se les antojara.” (Carta a
OB junio 2, 1992.)
Yo una vez me propuse escribir un libro. Ahora he escrito seis, tengo otros
tres en marcha aquí entre mis papeles, he traducido libros, artículos, he
escrito cientos de cuartillas. Todo esto es muy extraño, como si estuviera
ocurriéndole a otro y no a mí. Es como si fuéramos dos, ese otro, el de
los libros, y yo, el que solo busca llegar a algo que no sé dónde está. O
acaso no sea llegar, sino volver a algo que alguna vez tuve, pero si lo
tuve no sé ya cuándo ni dónde. Quizá si lo encontrara, ya no escribiría
nunca más. Siento que cada día que pasa el otro se está quedando con mi
tiempo, mis energías, me llena de obligaciones que no me permiten hacer
lo que quiero, sentarme horas a hablar con los amigos, leer algunos libros,
aprender a soldar. (Carta a OB junio 2, 1992.)
Oscar Brando 19
13
Creo que el primer paso es recortar el centro de este trabajo, así aparezca reclinado
sobre uno de sus extremos : me refiero a la publicación de La mansión del tirano,
acontecimiento importante para el autor de la novela y, por qué no, para el autor
de estas líneas. En el proyecto creativo de Liscano La mansión supuso uno de los
trabajos más complejos, tal vez solo equiparable al que sostuvo con La edad de la
prosa. Como se sabe, la primera versión de La mansión, escrita en la prisión a partir
de febrero de 1981, fue requisada de la celda el 14 de setiembre de 1982 y nunca
recuperada. En febrero de 1983 Liscano comenzó a escribir una segunda versión de la
que se conserva el original (Idmhand 2010), y que difiere de manera sustantiva de la
tercera, publicada finalmente en 1992. Sumemos a esta secuencia la versión anotada
en el 2011 y tendremos treinta años completos ocupados en esta obra.
La existencia de una Ur-Mansión, redacción mental de una novela que Liscano pensó
en régimen de extremo aislamiento para evitar la locura, nos llevaría a pensar que La
mansión arraiga en la entraña narrativa de Liscano. Pero una vez que las versiones
comienzan a respirar, aquel semidelirio inicial se va modificando con la escritura, más
descontrolada o más rigurosamente ceñida a modelos literarios. No es este mi tema.
Para lo que me interesa quiero inferir que el avance narrativo en la obra de Liscano
se vio fielmente reflejado en el proceso de La mansión : en ella se revelaba lo que
iba de la literatura carcelaria a la creación en libertad, una gama de programas de
escritura que Fatiha Idmhand estudia bajo el concepto de “sous contraintes”, primero
inevitables, luego elegidos. Carina Blixen en su ensayo sobre la segunda versión de
La mansión (Idmhand 2010) señaló que la presencia de lo marginal en la tercera era
influencia de La edad de la prosa y sus reescrituras. Puede pensarse, asimismo, que
fue el mero contacto con la realidad el que modificó la lengua de la novela. En algún
20 Proyecto literario y proceso editorial. . .
lugar de este trabajo sugerí que los grandes modelos que Liscano tomó en cuenta para
su literatura : Céline, Beckett, Buzzati, el Oulipo, estaban prefigurados en el magma
primordial de sus escritos carcelarios. La mansión significó en la obra de Liscano una
especie de piedra filosofal de los materiales narrativos o, más modestamente, un banco
de pruebas en el que pudo medir el progreso de su creación.
Cuando la novela llegó a mis manos muchas versiones la habían antecedido y había
sufrido una larga peripecia, contada parcialmente en este trabajo. Pero no puede
decirse que la dificultad de edición hubiese paralizado la creación de Liscano. Mientras
intentaba publicar La mansión, sin parar un momento de corregirla, Liscano consiguió
seguir trabajando sus viejos papeles y vio surgir de allí la nueva producción. Tal como
lo entiendo ahora, no es posible que un proceso editorial, inevitablemente lineal, dé
cuenta precisa de un proceso creador que se plantea con dimensiones diferentes. No
solo no es posible la coincidencia entre estos dos procesos sino que tampoco el proyecto
literario, sea este lo que sea, se revela en un inequívoco proyecto editorial. Lo que
intenté mostrar con el caso Liscano -sospecho que no diferiría de otros casos- fue el
de un autor cuya vocación creadora fue recorriendo, movida y controlada por una
rigurosa voluntad, situaciones imponderables y aleatorias, sin dejar de lado en ningún
momento, con fortuna variada, la necesidad de difusión de su obra. La complejidad
de la trayectoria demuestra que no hay, con exactitud, un proyecto literario, más allá
de intuiciones muy vagas. Y que, por lo tanto, tampoco existe un proyecto editorial
pues, como se ha visto, este fue el resultado de decisiones que se fueron tomando y de
voluntades que se fueron moviendo sin coordinación previa : financiamientos, lecturas
y no lecturas, presentaciones, pérdidas de originales, premios, rechazos editoriales,
espaldarazos, demoras y enroques.
Una vez más, la escritura y la vida. En una de las últimas entradas de los Diarios,
Liscano anota : “Escribo porque estoy vivo, no escribo para vivir. Si dentro de cin-
cuenta años alguien lee esto y siente que le dice algo, entonces quiere decir que yo he
vivido.” (18/4/2005.)
Bibliografía
Blixen, Carina, Cuando la literatura es el surco. Figuras del desplazamiento en la narrativa de Carlos
Liscano. Ficción, autoficción y testimonio, Montevideo, Rebeca Linke, 2016.
Blixen, Carina. “Figuras de la poética de Carlos Liscano : cuando la literatura es el surco del delirio.
Ficción, autoficción, testimonio”, tesis doctoral. Lille, 59 : Universidad Lille 3, 2013.
Gilio, María Esther. “Quizá yo mismo llegue a ser mi casa (entrevista).” Brecha, 18 de agosto de 1989.
Idmhand, Fatiha (coord.). Manuscritos de la cárcel de Carlos Liscano. Montevideo : Ediciones del Caballo
Perdido, 2010.
Liscano, Carlos. “Cartas de Carlos Liscano a Juan José Nouached, inéditas.” s.f.
Sosa, Gabriela. Oficio de escritor. Las escrituras del yo en la obra de Carlos Liscano. Montevideo :
Estuario, 2014.
De la violence à l’écriture
L’écrivain des solitudes
Anne-Marie Combres
Psychanalyste, France
J’ai choisi ce titre – en écho au magnifique texte de Georges Didi-Huberman sur Israêl
Galvan, Le danseur des solitudes - pour plusieurs raisons : l’expérience de la solitude
est une expérience fondatrice pour Carlos Liscano, et le thème en revient avec force
dans tous ses écrits. L’un de ses textes est d’ailleurs Le langage de la solitude et, dans
son dernier livre, il souligne que « pour s’individualiser en tant qu’écrivain il faut
créer sa propre solitude. » 1
Si son œuvre peut intéresser les psychanalystes, c’est en raison d’une grande proximité
avec l’expérience de la cure et de la façon singulière qu’il a eu de traiter, par l’invention
et par une pratique rigoureuse de la lettre, la rencontre du réel. Lacan, à la suite de
Freud, a souligné combien les artistes nous apprennent et nous précèdent, et que nous
avons à « en prendre de la graine », et c’est donc ce que j’ai tenté de faire : apprendre
de Carlos Liscano.
J’ai pris connaissance de son œuvre au printemps 2010, lors de la sortie de L’écrivain
et l’autre 2 , offert par une amie, dans lequel il écrit, à propos des écrivains : « Il faut
essayer de les connaître à travers leurs livres. » 3
Dans ce texte, présenté comme une réflexion sur l’acte d’écrire, il élabore ce qu’est
pour lui l’expérience de la solitude, et un questionnement très précis sur le rapport
de l’écrivain à son inventeur. . . qui n’est pas sans trouver des échos dans les treize
années vécues en prison.
1. Liscano, Carlos. Le lecteur inconstant, suivi de Vie du corbeau blanc. Paris : Belfond, 2011.
2. Publié chez Belfond dans une magnifique traduction de Jean-Marie Saint-Lu.
3. Liscano, Carlos. L’écrivain et l’autre, Paris ; Belfond, 2010, p. 123.
24 De la violence à l’écriture
Ce qui m’a intéressée, c’est ce qu’il écrit et ce qu’il dit – car il en parle dans divers
entretiens – sur la manière dont il a réagi aux épreuves excessivement douloureuses
qu’ont été la prison, la torture, les conséquences qu’il en a tirées et son rapport à
l’écriture par la suite.
Ce qu’il lui reste alors, c’est « son corps et ce qu’il appelle : la parole pensée ». Pour
survivre « on se concentrait tellement sur sa propre nature qu’on n’était plus qu’un
corps, un animal ». Il compare ce temps avec celui de « la solitude essentielle, celle de la
naissance », ce qui ne peut que nous évoquer la détresse originaire (hilflosigkeit) dont
parle Freud, dans Inhibition, symptôme et angoisse soit : le sentiment d’impuissance,
de déréliction, du petit sujet devant une situation de danger où aucun recours à l’Autre
n’est possible. Cette idée aussi que l’on pourrait se réduire à son corps, c’est celle que
Lacan corrèle au surgissement de l’angoisse. . . Malgré tout, il se répétait qu’il devait
vivre, envers et contre tout, que « vivre était nécessaire ». C’est ce qu’il confirmera
lors de l’entretien que nous avons eu en juin 2011. 6
La parole est alors à la fois la seule compagne et la pire ennemie, et les mots ne
cessent de « harceler ce pauvre animal ». Dans ce lieu où pourtant « sans les mots il
ne resterait que l’animal », pas d’autre voix que la sienne propre ; « brusquement » il
4. Ibid., p. 102
5. Liscano, Carlos. Le langage de la solitude (2000), in Frictions, n° 14.
6. - « [. . . ] moi, en prison, je n’avais qu’un seul objectif : sortir vivant ; au bout d’environ deux ans
de prison, j’ai dit : je dois sortir, et pour cela je dois prendre soin de ma santé, physique et mentale.
Alors je devais faire de la gymnastique, je devais soigner ma santé mentale ; c’était interdit de faire de
la gymnastique alors je faisais de la gymnastique la nuit pour qu’on ne me voie pas, et tous les jours de
l’année et prendre soin de ma tête. » Paru dans L’En-je lacanien, 2012/1 (n° 18), Éres, Toulouse.
Anne-Marie Combres 25
s’est mis à parler tout seul, et « la première fois, entendre sa propre voix surprend et
peut effrayer ».
Il a d’abord imaginé que c’était le signe qu’il était passé de l’autre côté, c’est à dire
qu’il avait basculé dans la folie. En réalité, il a pris conscience que « parler, même
tout seul, est sain et nécessaire. Alors, réconcilié, on se raconte des histoires, on se
souvient à voix haute, on se chante des chansons, on formule des phrases qu’on ne
veut pas voir s’échapper dans le torrent de la pensée. » 7
Il dit que cela le sauve, mais il craint le délire : dans un environnement et « dans un
moment très dur on peut se mettre facilement à délirer ; on peut se croire un saint
ou un prophète, n’importe quoi ; quelques fois ce délire-là est sain ; ça peut être tout
à fait sain de parler seul. Mon délire à moi, c’était de me croire écrivain. Mais ça
c’est la partie la moins vaniteuse de l’histoire. Pour être écrivain on doit prendre une
décision radicale et absolue. Si on y réfléchissait bien on ne déciderait pas de devenir
écrivain / des milliers d’heures seul, assis et en silence. » 8
C’est donc dans l’île, alors qu’il est confronté à la solitude et au dénuement les plus
extrêmes, qu’il se reconnaît comme écrivain (auparavant il voulait être chercheur en
mathématiques, mais, dans la prison il s’est rendu compte qu’il n’avait pas les éléments
pour approfondir ses études. Il dira d’ailleurs que renoncer aux mathématiques a aussi
été douloureux). Écrivain ? Alors qu’il n’a pas encore écrit la moindre ligne, et qu’il
n’avait pas les moyens matériels de le faire, aucun objet n’étant à sa disposition – pas
même son matelas qu’on lui apportait le soir et qui était repris tôt le matin.
Il insiste à plusieurs reprises : « C’est une décision et c’est une foi. Un fait tellement
radical que comme les religieux on pourrait dire qu’avoir la foi est déjà une façon
d’être sauvé. » 9
Dans un texte de 2007 : Du chaos à la littérature 10 , il situe la raison de ce passage
dans ce qu’il appelle une « explosion de la langue », en ce que la parole, dans cette
situation ne lui sert ni pour nommer, ni pour communiquer. Il n’y a rien que le vide, et
le langage devient abstrait. « La parole, utilisée hors de tout lien avec la réalité peut
être terrible, nuisible, faire qu’on ne retourne jamais plus au réalisme que nécessite
la vie. » Il sentait alors qu’il y avait un lieu d’où « venaient » toutes les paroles, en
marge des individus.
Les mots perdent leur utilité et passent dans la catégorie de ce qui n’existe que
dans le langage (comme le nombre Pi). La prison, il considère qu’elle « était réelle et
vraisemblable, mais qu’elle n’était pas vraie ». La parole est ce qui était le plus réprimé,
à tel point qu’il en perdait l’habitude et que, lorsqu’il pouvait parler de nouveau il
avait des maux de tête, de dents. . . « alors on préfère écouter le silence. . . ».
Devant le risque de perte de la réalité, ce que Michel Bousseyroux définit comme
perte du borroméen 12 , il me semble que la déclaration de Liscano empêche cette
perte. Perte du borroméen signifie le dénouage des trois ronds : Réel, Symbolique,
Imaginaire dont relève la structure du parlêtre. 13 Ces trois dimensions, j’en rappelle
rapidement les caractéristiques :
• Le symbolique, désigne la chaîne signifiante, celle qui est en jeu dans le dé-
chiffrage et le travail de l’association libre, autrement dit, la parole, mais il ne
s’y réduit pas ; il est aussi défini par Lacan dans le séminaire Les non-dupes
errent comme des éléments disjoints, non noués entre eux (comme des grains
de sable). Ces deux définitions correspondant donc à deux états du signifiant.
• L’Imaginaire : là aussi, il y a eu un changement dans l’idée de Lacan sur cette
catégorie : au départ elle se référait au stade du miroir, puis il l’a étendue à
toutes les significations fantasmatiques, en lien avec fantasme et désir, donc
liées au symbolique de la chaîne signifiante. Avec les nœuds borroméens Lacan
le ramène à sa dimension de corps : l’imaginaire est dénoué du symbolique et,
référé à l’image du corps (ce qui lui fera dire qu’un corps, on l’a, on ne l’est
pas).
• Réel : dont on rappelle toujours que ce n’est pas la réalité qui, dans le discours
courant désigne la réalité psychique, c’est à dire le fantasme. Du réel, quelques
définitions reviennent souvent : l’impossible à penser, impossible à symboliser,
impossible à dire. . . mais le champ du réel du nœud borroméen, c’est le champ
du vivant, de la jouissance, qui inclue le sexe et la mort.
De plus, se constituer comme écrivain entraîne la supposition d’un autre – le lecteur –
susceptible de lire ce qui sera écrit. D’ailleurs, dès sa sortie du cachot, Carlos Liscano
se mettra à l’écriture sur les moindres bouts de papier qu’il trouvera. . . il n’en restera
pas au « roman mental ». Son premier texte La mansion del tirano 14 réécrit parce
que la première version lui a été confisquée – sortira de la prison, découpé en lamelles
de papier collées à l’intérieur de la guitare d’un de ses co-détenus libéré avant lui.
Peut-on considérer cette décision, « se dire écrivain », comme nomination du symp-
tôme et identification au symptôme, dans la mesure où à partir de là il va se faire
une conduite ? Le langage de la solitude s’achève de cette manière, comme dans une
boucle :
Il suffirait que je puisse dire quel est le problème [. . . ] Mais tout le problème
est de savoir ce que c’est que ça, cette chose qui me laisse immobile [. . . ].
Inaccessible à moi-même, je poursuis un objet immobile qui ne se laisse
pas atteindre. 15
Une telle formulation conviendrait pour ce que Lacan appelle objet a, dont on ne peut
avoir idée mais qui nous anime.
À sa sortie du cachot, il va s’employer à devenir ce qu’il s’est dit être et commencera
à écrire sur du papier. Tandis qu’il est au cachot, il considère que « pour le moment
ce ne sera pas un roman écrit », mais un roman « pensé », mais le roman « est en
marche ». Il ne sait pas encore sur quoi écrire et il semble que la question première
qu’il se pose est celle de nommer son personnage. 16 Comme il ne peut lui donner un
nom qui risquerait de porter préjudice à quelqu’un de sa connaissance le jour où les
militaires trouveraient ses papiers, il cherche un prénom étranger : pas Franz, auquel il
a pensé à cause de Kafka, ce sera donc Hans, comme le héros de La montagne magique.
« De là naît M, un nom qui n’est qu’une lettre. C’est M et pas une autre lettre parce
que j’aime son dessin sur le papier, sa symétrie spectaculaire, ses trois angles. » 17
Carlos Liscano ne dit rien de la manière dont il est passé de ces deux prénoms : Franz
et Hans, à M, mais, à plusieurs reprises, il évoque cette lettre. D’ailleurs il précise
que si parfois il aurait voulu être comme certains de ses personnages, « le pire, c’est
M, que je n’ai jamais réussi à développer, à connaître tout à fait. Il est comme une
menace, c’est lui qui me met en marche ». Cette formulation, « c’est lui qui me met
en marche », et ce qu’il dit du dessin / dessein de la lettre permettent-elles de la
situer comme lettre de jouissance, faisant bord entre réel et symbolique, entre savoir
et jouissance ?
15. Liscano, Carlos, L’écrivain et l’autre, Paris : Belfond, 2010, p. 14.
16. Je ne dispose pas du texte en espagnol, mais dans la traduction, il est écrit : « Mon personnage
ne peut pas s’appeler Pedro. . . » Et ce n’est qu’ensuite qu’il évoque « le personnage ». . . l’équivoque du
« mon » pourrait indiquer que, déjà, il s’agissait d’être Autre. . .
17. Liscano, Carlos. L’écrivain et l’autre, Paris : Belfond, 2010, p. 103.
28 De la violence à l’écriture
Alors que le signifiant représente le sujet, la lettre vient border la jouissance irre-
présentable, soit un réel. Plus loin, il dit : « Écrire, c’est faire cas de M. » 18 Ou
encore :
La question de ce que recouvre ou signe cette lettre n’est pas si simple ; en effet,
dans le premier texte qu’il a écrit, et qui n’est pas traduit, La mansion del tirano, la
lettre intervient dès le début : « Despacio, M, me digo, despacio (M soy yo). Lo de
M surgió cuando busqué un nombre y elegí una letra. Cualquier letra me venía bien,
elegí M. Dije : Yo, M. » Bien sûr, n’oublions pas qu’il s’agit d’une œuvre de fiction et
que nous ne pouvons pas identifier complètement le narrateur et l’auteur, mais nous
savons aussi que la vérité a structure de fiction et que ce qu’on écrit n’est pas sans
lien avec ce qu’on est. . . Ce que d’ailleurs soutient Liscano lui-même : « [. . . ] pour
moi ce récit a fonction de vérité. » 20
Dans l’entretien que nous avons eu il précisera :
C’est un choix très simple. Le M est une lettre qui se remarque toute
seule, ce n’est pas L, le L ne se remarque pas, ça aurait pu être H, qui se
trouve dans La mansión del tirano. Le M présente une symétrie inverse
comme face à un miroir, possède 3 angles, c’est une décision pratique et
esthétique. . . le H aussi est symétrique, et le V mais le V se confond avec
le U. J’avais besoin d’une lettre facilement identifiable quand on écrit à la
main, j’ignore s’il y a d’autres raisons.
Comme je lui faisais remarquer qu’il avait écrit : « M m’a inventé dans l’obscurité. . . »,
sa réponse a été :
Ce qui ne peut que nous renvoyer à l’expérience de la cure si on entend cette difficulté
dans le sens de l’accès à une responsabilité qui ne peut être remise à nul autre.
Lors de sa libération, qu’il décrit comme la nuit la plus dure de sa vie, parce qu’il
se retrouvait sans rien, dans un endroit qui avait été le sien mais qui n’était plus, et
qu’il se sentait « comme un enfant de 36 ans, sans les avantages qu’a l’enfant », ce
qui l’a sauvé du désespoir, c’est, dit-il, « que j’ai pris conscience de ma situation et
18. Ibid., p. 23.
19. Ibid., p. 35.
20. Liscano, Carlos. Le lecteur inconstant, op. cit, p. 72.
Anne-Marie Combres 29
du fait que j’avais un personnage à nourrir : l’écrivain que j’avais inventé en prison.
Je me suis consacré à lui. Ç’a été mon salut. Même si ça peut paraître exagéré et
ridicule, avoir inventé une voix, avoir inventé M m’a sauvé » 21 ; sauvé de ne pas avoir
été lui-même, précise-t-il, d’avoir continué à être celui qu’il ne voulait pas être, donc
qui lui a permis de suivre ce qui, depuis longtemps, correspondait à un désir.
En effet, dans un texte de 1993, publié en fin de l’édition de poche du livre Le rap-
porteur et autres écrits, il écrit : « Quand j’avais 11 ans, je savais que je voulais être
écrivain ou rien. C’est peut-être pour cela que j’ai passé de nombreuses années à tout
faire, sauf écrire. » Tout comme il indique avoir renoncé à être autre chose, à tout ce
qui n’était pas être écrivain. « Même sans le faire exprès ma tête voit le monde en
fonction de la lettre écrite. Ecrire est une façon de regarder. » 22
La question de la lettre est présente très tôt dans sa vie : ainsi, au début de son livre
Le fourgon des fous :
C’est à peine si je le sais encore mais je suis un Liscano, nom rare dans
mon pays. J’ai déjà appris à préciser que je ne suis pas Lescano, ni Lascano
ni Lezcano. Liscano, avec un i et un s. Toute une vie à l’expliquer. 23
maternelle. Cela signe pour lui quelque chose de la naissance du sujet responsable,
comme il le souligne, et l’accès à l’écriture, qui, dès ce moment-là est devenue pour
lui indissociable de la vie. . .
C’est donc dans ce texte qu’il écrira très rapidement, qu’il va exprimer ce qu’il en
a été de sa vie en prison et de la torture ; il l’a écrit après avoir retrouvé les urnes
funéraires de ses parents et leur avoir donné une sépulture commune. C’est après un
long séjour de dix ans en Suède et six mois après son retour à Montevideo qu’il a
effectué cette recherche.
Pendant les années de prison, à l’annonce de la mort de sa mère, en 1976 et, deux ans
plus tard, du suicide de son père, il avait affecté l’indifférence afin de ne pas donner
prise aux bourreaux. Il a fallu une visite dans un petit cimetière de Stockholm, devant
une tombe sur laquelle brûlait une bougie, en 1986, pour qu’il puisse les pleurer et dire
« qu’il aimerait qu’il y ait un endroit, un lieu où seraient les restes de ses parents »,
ce qu’il fera donc en 1995, et qui lui procure « une grande paix ». . . « Je viens de
remplir, tard, un devoir, le devoir d’enterrer mes morts. Peut-être simplement remplir
mon devoir envers moi-même. »
Le livre commence donc avec l’évocation de ses parents, ce sont des pages touchantes,
d’une grande sobriété dans lesquelles il leur rend hommage. Leur mort l’a confronté
au fait que :
Mais je ressentirai toujours l’obligation d’être fidèle aux valeurs simples qu’ils m’ont
inculquées, à la dignité élémentaire des gens du travail qui était la leur ». . . Et voici
les dernières lignes du Fourgon des fous :
Mon corps, qui durant tant d’années fut la seule chose que j’avais, en dépit
des coups, des misères, du dégoût qu’il m’est arrivé de ressentir pour lui,
aujourd’hui, sur le chemin de la vieillesse, animal ami, m’est toujours
fidèle.
Je voudrais le dire, et le lui dire, avec les mots les plus banals qu’un homme
habitué à travailler avec des mots puisse trouver : j’aimerais pouvoir choisir
la mort de mon corps, le jour, l’endroit, et la manière. Qu’elle lui soit
sereine et paisible. Et quelque chose d’absolument irrationnel : je voudrais
qu’un jour mes os soient auprès de ceux de mes parents, si c’est possible.
La seule chose que j’ai demandée à mon corps sous la torture, c’est qu’il
me permette un jour de les regarder en face avec dignité.
sept ans pour trouver une voix qui puisse parler des temps anciens » que jusque-là il
ne se sentait pas capable d’écrire sur ces années de prison, bien qu’il puisse raconter
des histoires gaies sur les prisonniers. Quand il trouve cette voix, il écrit d’abord Le
langage de la solitude, et, un an plus tard, donc, Le fourgon des fous.
qu’il s’agira de cerner dans l’expérience analytique, si elle est dirigée, au-delà du père,
vers le pire.
Plus de haine à l’égard des bourreaux, donc, mais c’est la vie – dit-il – qui lui pose
problème. Il a le sentiment d’avoir construit le Liscano écrivain, et que c’est un per-
sonnage derrière lequel il n’y a rien : « Celui qui écrit s’est peu à peu emparé de
l’autre. » Mais « l’inventeur » continue à mener sa vie, et « son seul désir, c’est que
l’autre, celui qu’il invente, ait le temps d’écrire le livre qui n’existe pas. . . La nostalgie
du livre manquant n’a pas de fin ». 36
En même temps, écrivant, il écrit pour avancer sur ce qu’il ne sait pas, et se dit qu’avec
un peu de chance il se peut qu’il arrive à quelque chose de nouveau. . . et qu’il puisse
« répondre à la seule question qui vaille la peine d’être posée : pourquoi suis-je comme
je suis 37 ? ». Pour cela, il lui « faudrait trouver le mot non-dit, celui qui nomme la
petite chose qui lui est propre, sa petite âme, son petit morceau d’infini, ce petit rien
qui ne restera pas : son mot à lui ». 38
Grand lecteur par ailleurs, il se situe dans un dialogue avec les auteurs importants
pour lui : Beckett, Buzatti, Céline, et d’autres, mais ne se limite pas à des fictions et
récits. Lors de son séjour en Suède, après quelques travaux pour survivre, il a travaillé
dans un hôpital psychiatrique et les remarques qu’il en rapporte, que ce soit dans des
articles ou entretiens ou dans La route d’Ithaque sont particulièrement pertinentes
sur le plan clinique, son expérience de la prison lui servant pour accompagner des
patients et notamment des patients délirants.
Traducteur et auteur de pièces de théâtre, il considère que celui-ci doit lui aussi,
tout comme les autres arts, produire des œuvres qui décrivent l’époque et posent
des questions, parce qu’une société qui se recompose sans avoir posé les questions
essentielles reste sans mémoire, ou morcelée, évite de parler des problèmes en ayant
recours à des euphémismes. Il voudrait que l’art serve à expliquer de quelle façon cette
société a produit, non seulement les grands monstres, mais « le petit homme gris, qui
pour défendre son lieu de travail, sa peau, est capable des pires monstruosités ». Je
signale aussi son engagement dans la société : il a été secrétaire d’état à la culture
avant d’être directeur de la Bibliothèque Nationale d’Uruguay. S’il a cessé, en prison,
d’être militant, il a un engagement politique tel qu’il a participé à la révision de la loi
d’amnistie. De plus, dans L’impunité des bourreaux, à partir de l’affaire Juan Gelman,
il décortique la langue de bois et les euphémismes dont il sait qu’ils peuvent détériorer
le lien social.
Par ailleurs, l’importance qu’il accorde à la poésie rejoint nos préoccupations 39 :
Ses poèmes, dont je regrette qu’ils n’aient pas encore été traduits, La sinuosa senda
ou Miscellanea observata, portent en eux les interrogations que l’on retrouve aussi
dans son dernier livre publié Le lecteur inconstant suivi de vie du corbeau blanc. Il y
reprend les thèmes évoqués mais en les affinant. Le récit fonctionne en spirale avec le
précédent ; il raconte plusieurs fois le même souvenir, reprend les mêmes questions,
mais pour aller vers des perspectives nouvelles – ressassement, dont on fait l’épreuve
dans l’expérience analytique pour aller vers ce qui est le plus singulier, vers l’indicible
autour duquel on rôde. « En tournant autour, on parvient à signaler sa présence. Il
sera signalé, mais sera toujours non-dit 40 », rencontre de l’impossible à dire donc.
5 Le corps
L’expérience du cachot a été aussi le point de départ d’un nouveau rapport à son
corps :
Junto a mi ventana
No sé qué querrá decir esto porque en vano me lo pregunto.
De pie, junto a la ventana,
tantas veces he mirado la costa,
la puesta de sol, el incendio de cielo,
creyendo algún día ser arrebatado, desaparecer en esa llama.
En la libertad inmensa de ese fuego.
Y tantas veces he vuelto a este corazón,
a la ceniza de los anocheceres,
a esta vigilia en la ventana,
que me pregunto, si es que algo me quiero decir
o acaso solo converso con la nada 43
Lacan, dans le séminaire Encore, met en avant la jouissance des mystiques comme
jouissance autre, dont l’expérience peut se situer en écho avec celle de la fin de la cure,
jouissance qui n’est pas causée par un objet a. Les mystiques en ont rendu compte par
le biais de l’écriture, ce qui souligne l’importance de la lettre. La façon dont Liscano
rend compte de son rapport à l’écriture nous éclaire sur une autre manière de se situer
dans ce lien-là : « J’écris parce que je suis vivant ; je n’écris pas pour vivre. » 44 Mais
aussi :
Bien des choses encore peuvent concerner le processus analytique. En effet, le langage
se joue de nous ; Liscano dit qu’il ressasse, cherchant une sortie, et c’est l’écriture qui
le lui permet : « Es que el delirio de las palabras me dejaba sin escape. Al intentar
ponerlo sobre el papel se fue creando la salida. » 46 No hay salida est le titre d’un de ses
manuscrits de la prison, c’est qu’il n’y a en effet pas de sortie possible du langage. La
voix de l’Autre est toujours présente et le dialogue permanent. On le retrouve aussi
dans une bande dessinée humoristique et ironique, Nulla dies sine linea. Est-ce cela
qui lui fait écrire dans Le lecteur inconstant, et je vais lui laisser ainsi la conclusion de
ce travail (trop succinct pour rendre compte de la richesse de ce qu’il m’a enseigné) :
« Le texte, c’était moi, qui me proposais seulement d’être là, plutôt que d’être tout
court. » 47
Guillermo Bodner
Psicoanalista
Sociedad Española de Psicoanálisis
Las notas que siguen responden a las resonancias que ha tenido para mí la lectura
de la novela de Carlos Liscano, “Memorias de la guerra reciente” 1 . Hay excelentes co-
mentarios que ayudan a comprender la ubicación literaria de la obra (Blixen, C. 2013 ;
Gatti Ricciardi, G. 2017). En este escrito he seguido algunas de las conexiones y aso-
ciaciones que me ha evocado el texto. Las referencias psicoanalíticas pueden deberse
tanto a mi profesión como al entrelazamiento que existe entre la creación literaria y el
psicoanálisis. Este escrito no pretende “psicoanalizar” a la narración ni al autor, sino
describir algunas ideas que surgen de la lectura. Allí aparecen puentes con otras disci-
plinas y en particular con el psicoanálisis, sin la finalidad de atribuirle una perspectiva
privilegiada.
1 La disciplina
El relato empieza con una patrulla militar que irrumpe en la casa del narrador y le
apremia a vestirse y acompañarlos. Sin usar la violencia física, le dicen de manera
ominosa, que no lleve sus cosas porque no las va a necesitar. El protagonista, obe-
diente, se ve bruscamente separado de su familia y llevado bajo una fuerte custodia
armada hacia un destino desconocido. Este podría ser el relato vivido por miles de
personas con o sin militancia sindical o política, cuyas vidas se vieron repentinamente
truncadas por la acción coordinada de las fuerzas armadas y policiales durante las
dictaduras que azotaron el Cono Sur americano a principios de la década de los 70.
1. Sólo dispongo del texto en un archivo de Word, cedido por el autor. Por ese motivo, las referencias,
capítulos o páginas, puede que no coincidan con la versión editada.
40 “Memorias de la guerra reciente” de Carlos Liscano
Aun conociendo las circunstancias personales del autor y las condiciones de su larga
reclusión, pienso que el relato de las “Memorias. . . ” trasciende la peripecia individual
y expone con crudeza los atributos que constituyen el estado civil de la modernidad.
“Los convenios, cuando no hay temor a la espada, son sólo palabras que no tienen
fuerza suficiente para dar a un hombre la menor seguridad” (Hobbes 2 , 1989, [1651],
cursivas mías). En uno de los ensayos más célebres sobre las bases del estado moderno,
Hobbes nos dice que por fuera del estado civil hay guerra de cada uno contra todos
y en efecto, en el texto de Liscano la guerra está afuera, aunque no se la vea. Desde
este punto de vista, las “Memorias. . . ” expresan la esencia de la sociedad moderna.
Mientras los hombres viven bajo la presión de sus impulsos, sin un poder que los
atemorice, están expuestos a la guerra y la barbarie. La guerra no consiste solo en el
acto de luchar, sino que se da cuando la voluntad de luchar de alguno de los bandos
hace desistir al otro porque se manifiesta de modo suficiente.
Más cerca que la reflexión hobbesiana, la transformación del Uruguay, de sociedad
bárbara en sociedad moderna, fue un fenómeno complejo en el que se combinaron el
militarismo del coronel Lorenzo Latorre y la revolución educativa de José P. Varela.
El historiador José P. Barrán (1990) denomina a esa época decisiva en la construcción
del Uruguay moderno, período de “disciplinamiento”. 3
Estas breves digresiones hacia la filosofía y la historia me sirven para indicar que
la singularidad del relato de Liscano radica en colocar el conflicto entre la guerra
(o barbarie) y la disciplina en una reflexión más universal, de la cual estos breves
ejemplos son muestras de un conflicto general.
En el texto de Liscano la ausencia de violencia física hace más evidente el someti-
miento a las órdenes arbitrarias, precisamente porque la violencia se manifiesta, como
señaló Hobbes, de modo suficiente, rasgo característico del estado civil. En los 70
el descontento popular hizo perder el miedo a la fuerza suficiente. Las sanguinarias
dictaduras de aquellos años quebraron este principio e hicieron un uso desenfrenado
de la violencia contra la población indefensa. La agudeza del autor desnuda la vio-
lencia implícita en el estado moderno más allá de sus manifestaciones efectivas. Sin
referencias de tiempo y lugar, lo que se narra puede ocurrir en cualquier sitio, lo que
refuerza su cualidad universal.
2 La transformación
En “Memorias de una guerra reciente” el narrador desconoce el motivo por el cual se
le arranca de su hogar y no aporta datos que ubiquen los hechos en ningún espacio ni
tiempo precisos. Las órdenes se suceden sin posibilidad de cuestionarlas ; tampoco hay
lugar para la incertidumbre porque el mandato castrense es una certeza indiscutible
que apunta hacia un camino establecido. El texto de Liscano describe la metamorfo-
2. El título completo del ensayo de Hobbes de 1651 es “Leviatán, La materia, forma y poder de una
república eclesiástica y civil”. Hobbes, Thomas, Leviatán, o la materia, forma y poder de una república
eclesiástica y civil, trad. de Manuel Sánchez Sarto—3ª ed.- – México : FCE, 2017.
3. José P. Varela fue uno de los creadores de la escuela disciplinadora, encargada de “regenerar” el país
de la barbarie ; otra versión de este conflicto entre civilización y barbarie, se encuentra en el libro Facundo
(2016[1845]) de Domingo F. Sarmiento.
Guillermo Bodner 41
4. Debe de haberse inspirado del relato de Kafka y de su personaje Gregorio Samsa, que se despierta
transformado en un monstruoso bicho, sin que se explique el proceso por el que se llega a este resultado.
Ver la edición de las obras completas de Kafka, editadas por Jordi Llovet, para Galaxia Gutenberg (2003) :
se elige traducir el título alemán Die Verwandlung, por La Transformación, en lugar de más divulgado de
La Metamorfosis.
42 “Memorias de la guerra reciente” de Carlos Liscano
se nos sirvió lo que la Orden del Día llamaba “un refrigerio a las 19 horas” ; “[ese]
menú novedoso consistió en una ensalada de lechugas con huevo, y para beber, un
líquido rojo, demasiado dulce para mi gusto”. Incluso parece bastante satisfecho con
el nuevo menú, a no ser porque el líquido rojo era “demasiado dulce”. El clima llega a
hacerse más confortable aun cuando un soldado toca el arpa y canta una canción del
antiguo folclore, en la que se exalta el “coraje de los antiguos guerreros”. El proceso
de adaptación avanza y las canciones de exaltación del coraje aportan bienestar.
No obstante, esa placidez se ve perturbada cuando se descubre en una tienda de al
lado a un recluta ahorcado : “Nos preguntábamos qué podía haber ocurrido, un día
que estábamos pasando tan bien”. Que ocurra algo imprevisto “cuando [lo estaban]
pasando tan bien” está por fuera de la lógica imperante, al mismo tiempo, se nota
que el hallazgo de un recluta ahorcado en una tienda contigua no provoca empatía,
curiosidad ni dolor. La preocupación se desplaza luego a las posibles consecuencias
del drama, si puede afectar la moral del grupo. Cuando los oficiales se advirtieron del
peligro de que bajara el estado anímico del personal, “dispusieron una actividad para
que los espíritus se fortalecieran y no se repitiera el mal suceso”. Se sobreentiende que
el mal suceso no es el suicidio de un recluta sino la afectación moral del personal.
La actividad para fortalecer la moral sugiere el típico recurso maníaco para negar los
sentimientos de dolor, negación maníaca que, como nos enseñó Freud (1917), rechaza
al mismo tiempo la realidad de la pérdida y el impacto emocional que nos produce.
Al comienzo de un nuevo año, el protagonista admite que “extrañaba un poco a
[su] mujer, pero [le] consolaba pensar que a la vuelta tendría mucho para contarle”.
La fugaz aproximación a un sentimiento depresivo de nostalgia estimula la reacción
consoladora maníaca. El consuelo se apuntala en un recurso negador de la tristeza : no
importa extrañar un poco, porque volverá “enriquecido de experiencias”. Como vimos
más arriba, la reacción frente a la “primera pérdida” se convierte de inmediato en un
enriquecimiento.
En el desarrollo de la novela, la transformación del protagonista está marcada por el
cambio paulatino de la adaptación a la identificación. La lectura sugiere que la adapta-
ción es parcial, porque permanecen atisbos de diferenciación, de recuerdos personales,
rasgos que irán desapareciendo con la identificación.
3 Escribir el cuartel
Liscano no sólo escribe sobre el cuartel, sino que escribe el cuartel. La escritura del
texto no sólo describe el recinto militar, sino que, al describirlo, lo construye en el
lenguaje. El tejido narrativo encierra al lector en el espacio donde imperan el absurdo y
el sinsentido. El protagonista y sus compañeros de destino lo aceptan a la par que viven
vigilados por diferentes funcionarios militares que no tienen otra función que asegurar
el sinsentido estratificado y el anonimato. Así como los actos del habla (Austin, 1962)
pueden ejercer una función perlocutoria, cuando inducen alguna acción en el receptor,
esta escritura induce en el lector la construcción de un ambiente asfixiante, de un
“cuartel interior” en el que el receptor vive el desarrollo de los acontecimientos. La
fina ironía que acompaña el relato ayuda a que el ambiente claustrofóbico no sólo se
haga tolerable, sino que también permite disfrutar del talento narrativo del escritor.
Guillermo Bodner 43
Desde los primeros momentos, el narrador explica de qué manera se somete a la eficacia
de la fuerza suficiente interponiendo alguna idea diferente. El texto desarrolla luego
el proceso de asimilación a un mundo en el que la incertidumbre va desapareciendo
para dejar espacio a órdenes precisas de sentido arbitrario. Hacer lo que se debe,
se convierte en la máxima, en un imperativo categórico que tranquiliza y elimina la
inseguridad en tanto que elimina la libertad. El protagonista “opera” con las cosas
según reglas despojadas de sentido como ésta : “me mandaron a cuidar la piedra” ;
se construye un mundo de cosas y hechos más que de representaciones. Cuidar la
piedra provisto de un inútil silbato significa estar atento a la (im)posible aparición de
enemigos. La relación con lo inerte o inanimado aparece como una protección frente
a las ansiedades del vínculo con el otro cuya interioridad nos es inaccesible. Nadie
espera señales de alarma en el mundo inerte de las cosas.
En el desarrollo del individuo, la separación, la diferenciación, la actividad reflexiva
son momentos cruciales de la construcción del sujeto y su subjetividad. El curso nar-
rativo de la novela sigue la dirección opuesta : fusión en el grupo, indiferenciación,
supresión de la reflexión, que conducen a la aniquilación de la subjetividad diferen-
ciada. Las costumbres son sustituidas por las normas. El lector siente el encierro de
una subjetivación mecánica, regida por fuera de las pasiones que, según el pensamiento
psicoanalítico, estimulan y dan forma al crecimiento mental.
ante todo aquello que la disciplina autoritaria reprime, escinde, disocia. A pesar de
todo, aquello sigue presente, como siguen en nuestro mundo inconsciente los anhelos
infantiles, los impulsos inhibidos y censurados, a la espera que algún “fondeadero” nos
permita soñarlos y reencontrarlos.
La culminación de este viaje espiritual es conmovedora, llega cuando el viaje espiritual
le permite reencontrar la misma piedra, pero con otro significado :
Ya hablamos más arriba del papel de la pérdida del sentido, del significado. Aquí
se descubre su encuentro, en la piedra, y lo más notable es que se produce sobre el
mismo objeto, la misma piedra. Cambia el significado del mismo objeto : antes inerte,
ahora se vuelve significativo, y no es porque haya cambiado la piedra, sino porque
ha cambiado el sujeto. Es de vincular esta experiencia con el fenómeno descrito por
Freud (1895) como Nachträglichkeit 5 , la resignificación. Freud define así la situación
en la que una vivencia pasada modifica su sentido a raíz de sucesos posteriores, pos-
tulando una circularidad temporal, no lineal, del inconsciente y la posibilidad de que
el curso de la vida, de las experiencias o del proceso psicoanalítico, nos permita abrir
otra comprensión sobre los hechos pasados. En Memorias, el descubrimiento de la
naturaleza y el diálogo con ella ponen en primer plano la naturaleza humana del pro-
tagonista, sometida a la disciplina y a normas sin sentido, que expresa su necesidad
de contacto emocional. Si en muchos pasajes del texto, la experiencia emocional del
protagonista no aparece de forma manifiesta, lo hace en cambio a través de recursos
defensivos, adaptativos, ineludibles para su supervivencia.
El vínculo con los otros es esencial para el sujeto humano, y es tan importante que,
en ocasiones, es preferible tener un vínculo a pesar de sus cualidades negativas, que
tener que afrontar el pánico al vacío o el sentimiento de soledad. En el capítulo 10
leemos :
5. Término acuñado por Freud y de difícil traducción. En castellano se utiliza resignificación, en francés
“après-coup”, en inglés “deferred action”, pero muchas veces se utiliza el original alemán.
Guillermo Bodner 45
La necesidad del otro, de conocer sus desvelos, sin importar la forma como se ma-
nifiesta, no es sólo de primera importancia para el militar, sino que allí radica la
necesidad vital del vínculo con todos los seres humanos.
5 El lenguaje
El lenguaje utilizado por el autor, revela de modo sutil, casi imperceptible, una carac-
terística distintiva y general de los regímenes autoritarios y las estructuras de dominio
en cualquier ámbito. Los sistemas autoritarios del siglo XX llegaron a su máxima ex-
presión en la Alemania nazi. Otros regímenes como el fascismo italiano, el estalinismo
soviético o el franquismo español u otros menos conocidos no alcanzaron el grado de
sofisticación del hitlerismo. La gigantesca revolución tecnológica del siglo XXI abrió
las puertas a nuevas formas de dominio, que algunos llaman “blando” y cuyas conse-
cuencias son todavía difíciles de valorar. No es éste el lugar para extendernos en este
tema, pero deseamos recordar el control ejercido a través del lenguaje.
Despojado de sus cargos académicos e impedido de trabajar por ser judío, el filólogo
alemán Víctor Klemperer (2002, 2003) salvó su vida, posiblemente gracias al hecho
que su esposa, alemana aria, fuera una artista célebre que el régimen nazi no se atrevió
a molestar. El haber evitado el campo de exterminio no le impidió a Klemperer co-
nocer tormentos en su vida cotidiana bajo el nazismo. Los ha contado en testimonios
estremecedores. Como filólogo dedicó su condición de “prisionero-en-libertad” a anotar
en cuadernos los ataques, distorsiones, agresiones a la lengua alemana en el discurso
oficial del nazismo o en las arengas de Goebbels, Göring o Hitler. Su monumental
“Lenguaje del Tercer Reich” (2002) es el resultado de ese trabajo. En Argentina, los
regímenes militares de la “década infame” se aplicaron a purificar el lenguaje : aún se
recuerda la censura de los tangos y en general del lenguaje popular. Las letras típicas
del tango “canalla” fueron prohibidas y sustituidas por otras dictadas por “autoridades
competentes”. En Uruguay, la dictadura impuesta en 1973 prohibió llamar al movi-
miento tupamaro por su nombre y desarrolló un lenguaje híbrido con el que llegó a
bautizar con el nombre “Libertad” la prisión donde miles de presos políticos sufrieron
el rigor del régimen y “estratificó” a los ciudadanos en categorías A, B y C según su
grado de adhesión a la “fe democrática” de acuerdo con los criterios del régimen.
En Memorias. . . , Carlos Liscano llama la atención sobre la retórica castrense que llega
a designar las cosas más banales. Enfatiza la evolución (o involución) psicológica de
un sistema y la denuncia mostrando cómo, al aceptar de manera acrítica esas nuevas
terminologías, el recluta contribuye a reforzar el poder del sistema. El escritor critica
ese proceso empobrecedor. Que la palabra “café” designe al agua caliente que se sirve
como una rutina de la que no se puede escapar más que con una autorización explícita,
señala esta distorsión del lenguaje que por su sencillez es fácil de aceptar. Son esas las
estrategias imperceptibles del ejercicio del poder y la imposición de nuevas reglas que,
por parecer anodinas, no despiertan excesivo rechazo o rebeldía. Tal el caso cuando
el recluta decide renunciar al café : “Pero lo pensé mejor y entendí que no podía
colaborar en crear indisciplina” (pág. 16).
Un análisis serio de la influencia actual de los medios o de las redes sociales mostraría
posiblemente muchos ejemplos de una imposición ideológica a través de un lenguaje
46 “Memorias de la guerra reciente” de Carlos Liscano
Otro día el recluta es llamado por oficiales porque quieren ver si sabe o no inglés. En
realidad ya saben algo de sus conocimientos, pero necesitan confirmarlo. El diálogo no
admite dudas, vacilaciones ni matices, sólo cabe una respuesta afirmativa o negativa.
Finalmente, se le encarga la tarea de copiar documentos del inglés al inglés, y no
de traducirlos. El recluta piensa que para eso no se necesita saber inglés, pero de
inmediato se “adapta” a la lógica cuartelera y razona que de esa manera lo hará más
rápido. El sinsentido se refleja en la imposibilidad de deducir nada, ni siquiera a través
de los documentos que debía copiar, y contradice la necesidad irrenunciable de todo
sujeto de buscar sentido para evitar su cosificación :
La rutina llena informes, partes absurdos, pone horarios reglamentados, incluso resulta
muy distinto ser arrestado a las 17.10 que a las 17.25. Con humor se describe los cuatro
tipos de sanciones, aunque ninguna de ellas tiene consecuencias prácticas porque no
hay calabozos para los sancionados. El protagonista concluye : “la diferencia entre
tener buena conducta y tener espíritu militar es más sutil”.
Con los traslados de algunos reclutas hacia otros destinos aparecen emociones, abra-
zos, lágrimas, el espíritu de cuerpo se va consolidando y el protagonista divulga sus
sentimientos como en una despedida en la que expresa cariño : “Adiós, adiós, com-
pañeros tan queridos. Nuestros corazones latían con los suyos como uno solo” (pág.
30). Contrasta esta despedida con la separación forzada de su hogar y de su mujer
que no genera reacciones ; el protagonista explica que “Eran nuestros camaradas, algo
muy nuestro se iba con ellos”.
7 El regreso
Diecisiete años de ausencia son casi tantos como los que Ulises estuvo fuera de Ítaca.
Pero la épica del protagonista de las Memorias es distinta, cuenta el regreso de una
guerra que no vio pero desde la cual construyó su vida y organizó su identidad,
preparándose para algo que nunca llegará.
El retorno no es directo, ni es una odisea como la homérica : es precedido por un
viaje a la Capital, como transición entre el mundo original y el de la reclusión. En
este reencuentro el protagonista se enferma de alergia, el tratamiento consiste en
conversaciones semanales con un médico. El médico explica que la alergia es una
reacción frente “al sitio que uno ocupa en la sociedad” (pág. 47), así comprende que
“la causa de [su] mal radicaba en el viaje que había hecho” (pág. 47).
El viaje a la Capital también enfrenta al protagonista con su propia transformación.
La Capital es un mundo lleno de ruidos donde se ignora la privacidad individual, hay
hacinamiento y falta de intimidad. Siéndole tan ajena, provoca nostalgia del cuartel :
al analizar la actitud de los personajes de Kafka, que les lleva sin saberlo ni quererlo,
a desenmascarar “las estructuras secretas del mundo”. Cuando Eros y Ananké, amor y
necesidad se influyen recíprocamente. Los principios de placer y de realidad moldean
al sujeto tanto en su singularidad como en su pertenencia al grupo familiar y social.
El texto de Liscano, muestra el camino hacia un dominio casi total de Ananké, la
necesidad ineludible que deja en ridículo a la libertad. No hay libertad por fuera del
cumplimiento de las normas, de la exactitud y de la certeza.
En el funcionamiento psíquico, la estructura del inconsciente influye en nuestras
conductas, en nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Aunque no
podemos escapar de nuestras estructuras, el conocimiento vivo de ellas nos brinda un
mayor grado de libertad. Una lectura posible de Memorias. . . sería que la estructura
castrense se va incorporando, introyectando en el narrador que adquiere de este modo
una nueva identidad. El relato es un doble proceso de adquisición y de pérdida de
una identidad, impuesto coactivamente por una estructura suprasensible que se hace
aparente a través del ordenamiento disciplinario y su absurda justificación.
El Ulises de Liscano no busca su Ítaca, ni su Penélope, este héroe tardo-moderno 6 ,
decide volver a Troya sin buscar un destino heroico : no aspira a ser Aquiles ni Héctor,
sólo aspira a tener un refugio en sus murallas. Henchido de fervor por la disciplina,
elige un sistema que se justifica por ser un lugar de preparación a una guerra, lugar
de seguridad, de normas que sustituyen las costumbres, de certezas incuestionables y
tranquilizadoras.
El actual siglo XXI, que ahogó las utopías y el heroísmo, nos impone un mundo
de normas, vigilado, penalizado, regido por mandos que no conocemos y que nos
presionan hacia la disciplina. Este mundo está en estado permanente de alarma frente
a amenazas que nos aterrorizan, con normas que regulan nuestras conductas, vigilados
por nuestra propia tecnología, con guerras lejanas cuyas víctimas aparecen en nuestras
costas : ¿no sería acaso el mundo del cuartel vislumbrado por Liscano ? ¿No será que
al relatar así su pasado carcelario nos alerta sobre nuestro presente y nuestro futuro ?
Bibliografía
Arendt, H. (1944) Franz Kafka, revalorado, OC, Galaxia Gutenberg, pág. 186, vol. I, Barcelona
Bion, W.R. (1961) Experiences in Groups and Other Papers, Tavistock, London
Blixen, C. (2013) “Carlos Liscano, Jorge Luis Borges y Macedonio Fernández : un triángulo de dos orillas”,
Cuadernos LIRICO, 8, 2013
Gatti Ricciardi, G. (2017) Memorias de una guerra reciente, de Carlos Liscano : recreación novelesca de
una herencia cultural y escritura acerca de la voluntad encauzada, Artifara, 17,
Freud, S. (1917) Duelo y melancolía, OC, vol. XIV, Amorrortu Ed. Bs. Aires, 1975
Freud, S. (1929) El malestar en la cultura, OC, vol. XXI, Amorrortu Ed. Bs. Aires, 1975
Kafka, F. (2003) La transformación [1915], OC, vol. III, Galaxia Gutenberg Ed. Barcelona
6. Utilizo el término tardo-moderno para evitar la confusión del más usado “post-moderno”
50 “Memorias de la guerra reciente” de Carlos Liscano
Klemperer, V. (2003). Quiero dar testimonio hasta el final : Diarios 1933-1941 ; 1941-1944 (2 volúmenes)
Galaxia Gutenberg, Barcelona
Liscano, C. (1996) Versión en formato Word, gentilmente cedida por el autor.
1. Escribí un primer trabajo sobre Memorias de la guerra reciente : “La dictadura en el poder, el
poder de la imagen” in Jacqueline Covo, Los poderes de la imagen. U. Charles de Gaulle, Lille3, Collection
UL3, 1998, p. 315 – 322. Sin refutar lo que dije en aquel momento, y retomando incluso algunos de mis
argumentos, encaro este nuevo trabajo desde la perspectiva de la voz que deviene otra y se refugia en el
desencanto como respuesta a una sociedad sujeta al control y la obediencia de la orden.
2. Carlos Liscano, Memorias de la guerra reciente (1988), Santiago de Chile, Editora Periodística
Emisión S.A., 1991. Cito por esta edición indicando, entre paréntesis, el número de la secuencia de la
novela y el de la página.
52 Memorias de la guerra reciente
matices de este universo opresivo por medio de un discurso elaborado con un lenguaje
claro y directo y, no obstante, lleno de sutilidades.
Las órdenes que recibe el recluta se suceden y se van sumando a lo largo de las 32 se-
cuencias de la novela, componen un cuestionamiento de los sistemas basados en el
control absoluto de la persona, con referencias precisas al régimen militar. Los planes
de ese sistema que el recluta pasa a integrar por la fuerza están secretamente orques-
tados y no se revelan realmente sino por evasivas, y en forma de alerta con respecto a
la guerra que se considera “inminente”. Esta opacidad con respecto a los fines buscados
lleva a la desestabilización de la persona que debe acatar las órdenes. Se trata, por
ejemplo, de tener que respetar la hora de la “pausa café” como un deber y aceptar una
taza de café que, como se compruebe, no tiene más que agua caliente. Asimismo, se le
pide al recluta que traduzca al inglés un manual sobre espoletas que no sabe para qué
servirá ni quién va a utilizarlo, ni si ya ha sido traducido o si está siendo traducido
por otras personas. Estas acciones, como muchas otras que se narran con detalle en
la novela, llevan implícitas en su “razón” misma el efecto de sinrazón para quien las
recibe. Por eso se convierten en una especie de detonador (como son las espoletas) de
angustias e incertidumbre. El recluta, cuando comienza sus entrenamientos, parece
estar a punto de explotar pero no llega a hacerlo. Esta situación pone de manifiesto
un estado de tensión permanente con el que el lector se identifica y, por eso mismo, se
extraña al comprobar que, poco a poco, el recluta va cambiando de comportamiento
hasta que, al final, adhiere a ese régimen en el que ha entrado por la fuerza y va a
valorar algunos de sus aspectos (disciplina, sentido del honor, cohesión). En cambio,
el lector atento a la concatenación de incongruencias acumuladas bajo el modo de la
imposición que define el universo cerrado del cuartel 3 percibe la situación de otra ma-
nera y tiende a “explotar”. La referencia a 1984 de G. Orwell se hace evidente, Carlos
Liscano consigue desconcertar a su lector al representar los mecanismos de control y
de represión que se utilizan en el ejército para conseguir que la persona acate y se
pliegue a la uniformización que caracteriza ese régimen.
El relato corresponde a la mirada y la voz del recluta. Aunque va a ir cambiando
de punto de vista es la única perspectiva que se expresa en la novela a excepción
de las palabras de su esposa que él remite en forma de diálogo con ella. Lo que el
recluta representa tiene constantemente el carácter de algo imprevisible que empa-
rentamos con lo absurdo de la situación en la que se encuentra y que las coordenadas
espaciotemporales del relato corroboran (un lugar y periodos sin límites claramente
definidos). Con su mirada, se exilia de ese lugar, perdiéndose en un vasto horizonte
que escruta sin tener respuesta, símbolo de la incertidumbre que reina en él. Estos
componentes trazan un paisaje de angustiante espera que va amenguando las ansias
de libertad del personaje mientras que se va acostumbrando a obedecer y a encon-
trar una lógica a lo que, en un principio, había considerado aberrante e inútil. Este
recorrido interior que realiza el recluta tiene como consecuencia un cambio profundo
de su personalidad y, por ende, de su mirada con respecto al mundo de los otros. Y
en ese universo esclerosado en el que lo instalan por la fuerza y en el que se le enseña
3. Utilizo el término cuartel, como denominación genérica para identificar el recinto militar al que se
lleva al recluta, aunque no es una palabra utilizada en la novela. La indefinición es una de las características
de ese espacio y a propósito de la misma me cuestiono más adelante.
Norah Giraldi Dei Cas 53
a no pensar por sí mismo, surge de golpe, como única explosión posible, el anhelo de
evadirse mentalmente. El recluta, como los otros soldados en esa situación, se evade
a través de sueños nihilistas que parecen emparentarse con un estado de depresión.
Se dice que están “fondeados”. Cuando recibe por primera vez el permiso de salida, al
cabo de 17 años de reclusión en el cuartel, la novedad es tan importante que vuelve
a renacer en él la expectativa de lo que dejó atrás (su casa y su esposa). Pero esa
salida tiene como única finalidad la de hacerle conocer otra unidad del ejército que
está en la ciudad. De allí vuelve enfermo, con una alergia que lo lleva a consultar al
médico del cuartel, Carlos. 4 Esta figura es ambigua ya que lo trata persuadiéndolo
de que tiene aceptar lo que le ha tocado vivir, es decir, inculcándole la adhesión al
sistema como forma de curar sus males. Y, a partir de ese encuentro con el médico, el
recluta decide olvidar la vida que tenía antes, en particular a su esposa que lo estuvo
esperando 17 años : “esperé, te esperé, esperé tanto”. Estas palabras declinan la an-
gustia que ella expresa en el corto reencuentro que tiene con su marido (secuencia 32)
y ponen de manifiesto la distancia que los separa. Él toma la decisión de “salir urgente
de la confusión” actuando con “el único modo que conocía el militar” (p. 116) lo que
lo lleva a presentarse al Ministerio de Defensa y luego a la Oficina de reclutamiento
para pedir que lo vuelvan a enrolar. Lo consigue y recibe un mínimo reconocimiento
ya que le otorgan “el grado de cabo”. El resultado de esta vuelta denota el cambio
brutal que se ha procesado en él y que significa la aceptación del sistema en el que
fue metido por la fuerza. Desde este punto de vista estas Memorias cuentan cómo
fue dejando de lado su pasado y su adaptación paulatina al régimen cuartelario. Son
Memorias que resucitan resabios de algo que ha quedado reprimido en él, esclerosado,
y que vinculamos con su deseo de satisfacerse únicamente con la compañía de la roca
que conoció al comienzo de sus entrenamientos y que, luego de haber sido para él un
castigo, se transforma en su aliado.
En el pensamiento de Rubén Darío, “lo fatal” es existir con la conciencia de nuestros
propios límites :
En el caso del recluta sometido al régimen militar, su atracción por lo inerte corres-
ponde a su nuevo modo de vida, cuando comienza a aceptar lo que se le impone que
haga. La roca es una manera de vivir alejado de los otros, sin molestias ni remordi-
mientos por lo que dejó atrás. Su deseo de permanecer solo al lado de la roca denota
también un estado de melancolía que se produce a medida que va aceptando la vida
4. Carlos y Elsa son los únicos nombres propios que se mencionan en la novela. El primero es un
homónimo significativo del nombre del autor que cura al recluta por medio de un discurso cargado de
ideología a favor del sistema cuartelario. Más adelante hago referencia a este acercamiento al analizar la
novela con las perspectiva fundada por Michel Foucault sobre discurso y poder y la noción de victimización
(Homo sacer) de Agamben en la sociedad moderna. Y Elsa es el nombre que la esposa del recluta dio a la
tortuga que tenían en su casa y que él recuerda “con una enrome nostalgia” (secuencia 20), expresando así
un sentimiento de ternura que parece no tener por su esposa.
5. Rubén Darío, Antología poética, prólogo y selección por Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada,
1966, p. 181-182.
54 Memorias de la guerra reciente
La ficción apunta con sentido ético a enjuiciar el orden militar como sistema de control
coercitivo que destruye a la persona que adoctrina y encubre las verdaderas razones
que llevan a organizar sus actividades y, en particular, una guerra. Carlos Liscano
declara en la entrevista que le hizo María Esther Gilio que esta novela sobre los
abusos de un poder que somete a durísimas prácticas y castigos se relaciona con su
experiencia de la cárcel :
Así, la “guerra” del título alude a la vida en la cárcel mientras que los
reclutas militares aluden a los prisioneros políticos. Ese modo irónico de
presentar las experiencias de prisionero político obedece a una sensibilidad
más preocupada por registrar no lo que la historia ha hecho con el hombre,
como sería el caso de la literatura testimonial, sino lo que el hombre hace
con lo que la historia ha hecho con él. 6
Carlos Liscano ha escrito esta novela y otros textos después del encierro en la cárcel,
víctima de la dictadura, donde descubrió la escritura y ésta fue su defensa para no
sucumbir. Su ficción se nutre de estas experiencias, pero las figuras que representa se
desglosan y toman fracciones de lo vivido para dar lugar a otros contenidos basados
en un juego que expresa una aparente contradicción y, por lo tanto, abierto a la
interpretación. Se trata, por ejemplo, del recluta que está en la situación del preso
político o del pícaro Vladimir que vive una experiencia de exilio similar a la de los
exiliados políticos. Es decir, que en el origen de la escritura están los materiales
procesados por el juego de metáforas y metonimias que sustenta el texto y, entre otras
cosas, deja traslucir aspectos de la vida en ficción. A esto se refiere Carlos Liscano en
las declaraciones que hace a Fatiha Idmhand 7 sobre la génesis de sus textos :
Memorias es, ante todo, una composición ficcional musicalmente lograda por el juego
en contrapunto de la voz narrativa que se desglosa y se parte en dos. Esta voz compone
la fábula que se basa en la controversia que se origina en el personaje al recibir la
agresión por parte de quienes vienen a sacarlo violentamente de su casa. Con esa escena
comienza el relato que da lugar a una guerra (o combate consigo mismo) y que atañe
a lo más íntimo de su persona y consigue cambiarla. Para representar este conflicto,
el escritor se aboca al “trabajo de contar” afinando y midiendo las modalidades que
producen los efectos de desazón y desconcierto en el lector.
SI la cuestión del comienzo de la escritura en la cárcel ha sido punto de partida de
los análisis más concluyentes sobre la obra de Carlos Liscano, la escritura ficcional no
6. María Esther Gilio, “Quizás yo mismo llegue a ser mi casa”. Montevideo, Brecha, 18 de agosto de
1989.
7. Fatiha Idmhand, “Escribir en la cárcel : una escritura sous contrainte”, in Carlos Liscano, Manuscri-
tos de la cárcel. Edicion Fatiha Idmhand. CECILLE Université de Lille 3 – Ediciones del Caballo Perdido,
2010, p. 13-28.
8. Fatiha Idmhand, “Escribir en la cárcel : una escritura sous contrainte”, op. cit. p. 27.
56 Memorias de la guerra reciente
Hacía poco que me había casado y tenía casa. Allí estaba. Esta tarde vino
una patrulla militar, golpearon la puerta, mi mujer abrió y se metieron
en la casa antes de que pudiéramos decir algo. No hicieron preguntas, se
dirigieron a mí y me dijeron que me vistiera, que me abrigara y calzara,
que no juntara cosas porque no serían necesarias.
Si la violencia del acto evoca los comportamientos que tuvieron las Fuerzas Armadas
en Uruguay y otros países de América durante los largos períodos de totalitarismo
ejercido por las últimas dictaduras, en esta novela se trata también de un sujeto
que entra en guerra consigo mismo. Para captar los diferentes momentos por los que
pasa el personaje recluta hasta que acepta el orden militar y como consecuencia,
pierde su libre arbitrio, la voz que comanda el relato de Carlos Liscano se despliega
en tonalidades diferentes que están en relación con el tiempo que pasa en ese lugar
desconocido adonde llega y en el que se le mantiene aislado. El tratamiento que
elabora Carlos Liscano de las coordenadas espaciotemporales acompaña los cambios
que tiene todo eso para el recluta, su descripción significa el interés que tiene por
saber dónde está y, al mismo tiempo, la imposibilidad de conocerlo mejor. Se trata,
por ejemplo, de la descripción del “cuadrilátero formado por las tres compañías y el
asta de la bandera” ; en el que se encuentran las barracas de los reclutas, la tienda
donde está “el casino de los Oficiales” (22) y otras que se levantan cerca. . . “, en una
se instaló el Casino de Suboficiales y en la otra el Casino de Tropa” y en otra más
que “había sido depósito de equipos se abrió la Cantina de Reclutas” (22). También
está el recinto del “Departamento que era la oficina de al lado, donde trabajaban
dos sargentos viejos y canosos” (18) y donde le toca trabajar un tiempo al recluta.
Están también los corrales para los caballos adonde lo mandan a juntar estiércol
(15). Esta caserna se caracteriza por estar aislada. Se sabe, además, que los Altos
Mandos de Operaciones que la dirigen están en la Capital y que nunca aparecen en el
“teatro de las operaciones”. Este espacio dividido en diferentes compartimentos tiene
que ver también con los estamentos o categorías que existen dentro del ejército. Esa
subdivisión excesiva pone en evidencia que en ese microcosmos, no sólo impera un
poder absoluto y absurdo, sino también una burocracia bien implantada.
Los espacios que va recorriendo el recluta, en sus primeros tiempos de militarización,
reafirman una impresión de desamparo frente a la imposición de reglas : son inhós-
pitos, por eso también es difícil conocerlos y delimitarlos claramente. Estas primeras
descripciones del narrador difieren de las que tienen lugar más adelante, cuando repre-
senta el mismo lugar como acogedor y el campo abierto como un ideal, representado
por las salidas que funcionan como recompensa a los reclutas desanimados y en el que
se reafirma el espíritu de grupo.
La novela ubica al lector sobre todo en ese cuartel / campamento compartimentado
en una serie de espacios que dependen del dominio militar y de la organización de las
Fuerzas Armadas. Ese cuartel es un espacio móvil, va variando de lugar pero se trata
siempre de un espacio indefinido y de oclusión, donde reina la incomunicación. Los
reclutas perciben ese lugar como un descampado ocupado por las Fuerzas Armadas, en
un “campo gigantesco” (p. 33) sin horizonte claro. El paisaje de ese lugar, construido
por la voz con la primera mirada del recluta no tiene perspectiva cierta según la
representación que se hacen los reclutas que pasan su vida en tareas absurdas. En un
momento, los reclutas suponen que están en unas islas (símbolo de aislamiento total).
Allí llegan otros reclutados, ciudadanos de ese país sin nombre ; llegan por tandas y se
entrenan en grupo pero no pueden relacionarse entre sí. Muy pocas veces sucede que
ese espacio genere una relación de trabajo o de camaradería que demuestre que hay
espíritu de grupo. Sólo al final, cuando el recluta se muestra convencido y adopta ese
régimen militar, se invoca el “espíritu de grupo” y “el honor” como forma de reivindicar
la pertenencia a ese sistema.
Ese lugar impresiona, ante todo, como espacio organizado para ejercer la fuerza, que
lleva a la desconfianza y desilusión que va a experimentar el recluta. Cuando los
reclutas van perdiendo confianza, un capitán ejerce otro tipo de poder para calmarlos,
actúa con mayor cuidado para que no se achiquen y les hace “una cordial arenga”.
Pero, poco después corre la voz de que ese capitán fue arrestado y castigado en la
Capital (secuencia 6). Es otra prueba de que el cuartel está aislado y depende de
Norah Giraldi Dei Cas 59
la Orden que siempre llega de lejos, de una autoridad que se sitúa fuera del cuartel,
posiblemente en la Capital. Cuando uno de los reclutas aparece ahorcado, la autoridad
provoca un encuentro y propone medidas excepcionales para evitar que se rebelen o
se desmoralicen (secuencia 7). En ese momento, también se les autoriza por primera
vez a escribir una carta a la familia cuando ya “hacía casi tres años que estábamos
movilizados”(p. 26). Esta situación se presenta a los reclutas como “una gran novedad”.
Algo más tarde se les ofrece comida mejorada, un rancho con un refrigerio, ensalada,
música y canciones del folclore nacional. Estas propuestas que dan la idea de un
cierto mejoramiento de la situación de los reclutas, corresponden a una estrategia
que se orienta a levantarles el ánimo e impedir que decaigan moralmente. Se trata de
contrarrestar los efectos que pudiera producir en ellos el drama que acaba de suceder,
la muerte de uno de los reclutas que aparece ahorcado y cuyas razones no se dan a
conocer (p. 27-29). Cuando se descubre esa verdad, se arma un vivac en las montañas
y se hace caminar a los reclutas “durante toda la mañana por un terreno pedregoso”
(p. 28). . . Y esa misma tarde se produce otro momento de expansión, cuando se
les permite bañarse en un arroyo. La solución de optar por espacios abiertos y de
recreación obtiene el resultado esperado por la autoridad de las Fuerzas Armadas,
distraerlos para que continúen el aprendizaje de la obediencia, sin decaer y en las
condiciones estipuladas por el sistema. El comentario del recluta muestra que él ya
ha cambiado, relativiza lo que va sucediendo (se trata de la pérdida de una vida),
encuentra cómo explicar lo que va sucediendo y se conforma con lo que le dice la
autoridad. Es la prueba de que ya no piensa más allá de lo que se le ordena :
Pasamos muy bien ese día y yo creo que la moral de la tropa se fortaleció.
El cielo estaba apenas nublado, el verano no era muy caluroso, la Natura-
leza estaba de nuestra parte. El suicidio del joven norteño había quedado
muy atrás, no había sido más que una lamentable desgracia que obedecía
a causas imponderables (29).
No podemos dejar de pensar que argumentos de este tipo fueron y son utilizados
por las Fuerzas armadas durante las dictaduras, en particular la dictadura y post
dictadura en Uruguay, como mecanismo que sirve para preservar secretos y esconder
las verdaderas razones de una política que deja de lado la gestión de un territorio
nacional para transformarse en “biopolítica” de exclusión que, como lo analiza Michel
Foucault 10 , tiene como objetivo controlar y suprimir a las personas que “molestan” al
sistema. Los “perturbadores” del orden impuesto por la fuerza corren el riesgo de morir
impunemente. A ellos se refiere Giorgio Agamben en Homo sacer 11 con la noción de
“vidas al desnudo” que son, por ejemplo, las de los prisioneros desaparecidos y otras
personas que sufrieron la prisión y la tortura durante los años de dictadura. No en
vano esos lugares indefinidos por donde pasa el recluta de la novela de Carlos Liscano
evocan los cuarteles donde se torturó y muchas personas fueron asesinadas. Como
con respecto a esos lugares, hay siempre algo que no se llega a conocer bien en el
relato de las Memorias del recluta, algo que crea un sentimiento de inquietud que
10. Michel Foucault, Surveiller et punir , Paris, Gallimard, 1976 ; Histoire de la folie à l’âge classique,
Paris, Gallimard, 1976.
11. Giorgio Agamben, Homo Sacer L’intégrale 1997-2015, traducción al francés de Marilène Raiola,
Seuil, Collection Opus, 2016.
60 Memorias de la guerra reciente
perturba e inhibe a los reclutas. Esta situación extraña los mantiene alerta pero, a la
larga, los transforma. La carga persistente y excesiva que se ejerce sobre ellos lleva a
que se acostumbren a llevar a cabo tareas insoportables que tienen la característica
de ir transformándolos, volviéndolos insensibles no solamente a la tarea de juntar la
bosta de los caballos con las manos sino a no desconcertarse ni caer en el dolor ante
la muerte de un compañero. Recordemos a Hannah Arendt : el objetivo es que este
tipo de acciones se vuelvan “banales” para quien las recibe y para que se ejecuten
como “normales”. 12 El resultado se comprueba al final del relato : con los años, la
suma de coacciones que recibe el recluta lo vuelve insensible a los cambios, no siente
nada al saber lo que sufrió su esposa durante la larga espera. Ya no desea volver a su
casa, olvida o esconde en él lo que representó ese espacio familiar construido por la
voluntad de vivir con su mujer y se pliega a la intervención de esa fuerza que se arma
para reclutarlo y que representa el poder que ejerce la acción militar en su vida. En
conclusión, el espacio en que vivimos nos modela.
Ese espacio que se representa como paisaje principal de estas Memorias es también
la representación de un estado interior o terreno psicológico en el que el recluta vive
una guerra que tiene lugar en él mismo, como consecuencia de los preparativos para
la guerra “inminente” que no se concreta. Porque “la guerra está ahí (p. 53), así la
presentan los Altos Mandos y con ese deíctico ahí, los reclutas tienen que conformarse
con quedar inmersos en ese todo indefinido que funciona por Órdenes y preocuparse
solamente en responder a lo que requieren los entrenamientos y practicarlos sin que
se les explique la finalidad de los mismos. La jerarquía militar invoca a menudo la
necesidad de estar prontos para la guerra. Si el estar en guerra se vuelve un sentimiento
apremiante “para transitar las difíciles horas que el futuro nos depararía” (p. 53), la
guerra en sí no tendrá lugar. Sin embargo, en la otra guerra, la interna, hay combate
y hay un vencido : el recluta. Los dos espacios (interior o psíquico y exterior de
preparación a la guerra) tienen fronteras movedizas y borrosas hasta que el recluta se
adapta a vivir en obediencia.
El espacio visto como reclusión, abierto sólo a un horizonte lejano e incierto, corres-
ponde con la idea de pérdida de la noción de tiempo que lleva al estado de desconcierto
y melancolía cuando el recluta cae “fondeado” y piensa en alejarse de todo. Da curso a
su imaginación y sueña con lugares en plena naturaleza, un tiempo y un espacio bucó-
licos muy alejados de la realidad en la que está inserto (secuencia 9) ; Y al final de la
novela, ya lo dijimos, siguiendo los consejos del médico, decide asumir la contradicción
admitiendo que puede cambiar y vivir en coherencia con ese lugar que se presentó en
él como un espacio de lucha para tratar de comprender las razones de ese encierro. Y,
finalmente, se vuelve a enrolar y vuelve a pensar en su roca (secuencias 19 y 29), lo
que le permite imaginar un reencuentro con lo inerte que progresivamente se vuelve,
como en el mito de Sísifo, su compañía y su sustento.
12. Empleo el término banalidad con el sentido que le da Hanna Arendt en su ensayo Eichmann en
Jerusalén, para calificar a una persona normal aparentemente que es capaz, adoctrinada, de llevar a cabo
las órdenes más graves e inhumanas. cf. Eichmann à Jérusalem. Rapport sur la banalité du mal. Trad. A
Guérin, Gallimard – Folio Histoire, 1991, p. 443 y sig.
Norah Giraldi Dei Cas 61
Las marcas del tiempo durante ese proceso de adoctrinamiento si bien son nume-
rosas son también poco precisas. Acentúan la pérdida de la noción de tiempo y su
consecuencia es sentir que se pierde el tiempo, lo que lleva a que el recluta se aleje
progresivamente del mundo de afuera. Estas primeras secuencias narran con detalles
episodios que ilustran los primeros entrenamientos del recluta, la vida del cuartel
pautada por el ritmo de horarios y tareas, un ritual que se impone con una severa
disciplina. Se describen los primeros castigos que recibe sin saber por qué razón y
entre ellos la función de cuidar una roca, mencionada por primera vez en la secuencia
3, lo que remite a la idea de eternidad que representa la materia inerte. Situada en
un lugar límite del campamento, el recluta pasa sus días junto a ella para cumplir
con la función de centinela, día y noche. En las noches, las patrullas que pasan de
manera imprevisible lo controlan para que no se duerma. El miedo, la sospecha y
las suposiciones que lo habitan ocupan una buena parte de esta primera parte de
la narración y son las marcas de un tiempo psicológico que transcurre lentamente y
de manera opresiva. Esas marcas ponen de relieve también lo absurdo de los rígidos
entrenamientos que recibe y las condiciones infrahumanas de ese encierro, cuya única
razón explicita es una “guerra inminente” con un país vecino que habla la misma len-
gua. La confusión se instala porque por un lado se denotan signos de acercamiento,
de aproximación con el enemigo (un vecino, la misma lengua) y, por otro, el término
“inminente“es la marca de ese espacio/tiempo que queda por transcurrir, que no se
acaba nunca y que queda abierto, sin solución explícita al final de la novela.
62 Memorias de la guerra reciente
Como nunca llegué a comprender por qué hacia el trabajo aquel, ahora
encontraba un justificativo : traducir textos sobre material bélico era un
alto compromiso, un cargo de confianza, para ello se me había estado
preparando. Quizá yo ya estuviera maduro para esta nueva e importante
misión.
No obtuve respuesta y la vida continuó. (p. 31)
Estos escritos no solamente ponen de manifiesto una parodia del poder que se confirma
con otros rasgos en la escritura misma del relato (que anotamos en el apartado si-
guiente, dedicado a la lengua) sino que son lo opuesto a la escritura de creación. Se
trata de una escritura improductiva y hecha bajo control, la antítesis de lo que lleva
al narrador recluta a producir sus Memorias. Puede resultar extraño que la novela no
diga en qué momento se da y en qué condiciones se produce esta tarea de escritura
memorial : ¿luego de los 17 años de encierro y de haber pedido que lo alistaran por
segunda vez ? ¿el recluta logró salir del cuartel o escribe estas Memorias en prisión
por desacato, recordando su pasión por la soledad y la roca ? La novela queda abierta
a estas interrogaciones, no relata un final que indique el comienzo de la escritura me-
morialista. Para el narrador, la temporalidad del relato es un enigma tan difícil de
resolver como el tiempo que pasa en el cuartel. Para aclarar esta incógnita, recurre a
la primera tonalidad de su voz que cuenta algo distinto que quedó en él y que emerge
en el texto como huella de lo que fue. Esto lo lleva a dar testimonio de su primera
inquietud, de sus vacilaciones y de las alteraciones que va sufriendo y, también, de
sus vacíos y ausencias. Y, con respecto al lector, este mecanismo permite que mida
la distancia / tiempo recorridos por el recluta y el sin sentido de las actividades que
practica, sin sufrimiento aparente, desde que decide adaptarse a las exigencias de la
vida castrense.
Las coordenadas espacio-temporales se emplean para definir la realidad castrense,
aparentemente confusa pero disciplinada, severa y profundamente siniestra, opresiva
y disuasiva al punto de transformar al sujeto. La imagen de las Fuerzas Armadas que
transita en la novela de Carlos Liscano nos hace percibir un sistema que manipula para
justificar el reclutamiento y las acciones que emprende “para salvar al país” sin revelar
la verdad profunda que las motiva. Una situación inquietante reina en ese universo
castrense que, para seguir actuando esconde sus verdaderas razones sometiendo a los
que están bajo su mando, haciéndoles creer que han optado libremente por quedarse
ahí.
Con respecto al lenguaje notamos también que una de las palabras que más se repite en
las primeras secuencias del texto es el deíctico “otro” : el otro país, otros comentarios,
otro campo, correr otros veinte metros. El término “otro” indica la permutación de
una realidad en otra, lo que se pospone, se desplaza, se deja de lado o cambia de
sentido. Es también signo de que lo que no se ve o se esconde, el otro de uno mismo.
En el comienzo de estas Memorias el deíctico señala el juego permanente y pérfido
de las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, cuando se describe el ritual de la taza de café
que se le impone al recluta y que no es otra cosa que agua, pero que se tiene que
tomar como si fuera café y respetando la pausa café. Este tipo de propuestas subraya
nuevamente lo absurdo de la situación y acompaña el desplazamiento mental que se
realiza en el personaje que se va acostumbrando a ser otro y a aceptar lo otro. Este
pasaje se realiza en él a la manera de “un pase”, como esos pases militares que él
comenta en la novela (p. 29). Simbolizado por un papel, la Orden que autoriza a que
se cumpla o no una actividad determinada, no cambia en nada la situación del recluta
que la recibe. Son pases sin verdadero pasaje a otra cosa. Así, el día que el recluta
recibe el pase que le permite salir de la caserna, lo usa como billete de ida y vuelta.
Porque, en definitiva, el recluta decide quedarse ad vitam (eso deja entender el final
de la novela) en ese lugar donde se espera el comienzo de una guerra.
Y finalmente, es interesante detenerse en la circunspecta descripción que hace Carlos
Liscano de la distancia que separa las dos mentalidades : la que representa la Orden
que convoca con sentido univoco y sin apelación posible, y la resonancia equívoca que
tiene en el recluta en los primeros tiempos. El lector va elaborando, así, por peldaños
y en función de estos diferentes matices que componen la anécdota, el sentido ambiguo
y castrador que se desprende de tales proposiciones y adhiere a las primeras reacciones
de expectativa y miedo del recluta, con las que se fundan las bases de su controversia
interna. De ahí también que la reacción del lector frente al acostumbramiento que
podríamos llamar de “conversión” del recluta sea la toma de distancia ya que si se
puede comprender que quede ensimismado y en actitud de “fondeado” (p. 35-37) el
trance de devenir otro por el adoctrinamiento que recibe resulta insoportable.
Aleixandre. Pero esto es el comienzo de un proceso que lleva a que el recluta deje de
ser quien fue, cortado del mundo y sin noción clara del tiempo que pasa, desde que
empieza a aceptar y a dar un sentido a las órdenes que recibe sin explicación clara en
el marco de un adoctrinamiento forzado.
Con la presencia de esta voz inicial, Liscano da cuerpo a las palabras que dan sentido
a la diferencia que existe entre la expresión libre y lo impuesto. Y el sometimiento al
que se pliega finalmente el recluta, aceptando el cambio que se produjo en él como
medio de subsistir, corresponde a un estado de total desencanto que se instala e invade
la conciencia del personaje hasta sumirlo en un nirvana, símbolo de aniquilación de
la persona que no tiene la posibilidad de retornar a la realidad. Nicolas Grimaldi 14
explica que el desencanto es el estado que define “la pérdida de algo importante” y
sucede cuando uno menos se lo espera. Porque, agrega N. Grimaldi, por más atento
que uno esté a los más mínimos detalles de la realidad, uno no ve más que una ínfima
parte de lo real.
“La guerra reciente” del título alude a la del narrador, aunque no deje de ser, también,
una alusión a lo que vivió el autor y al mismo tiempo, sea la metáfora de lo absurdo
de todas las guerras. La voz inicial da a conocer la guerra interna que el recluta como
cada persona experimenta en una situación límite. Pero nos preguntamos ¿por qué se
define como “reciente” ? La palabra está presente en el título pero la narración no da
cuenta de una guerra que haya sucedido justo antes de que se escriban estas Memorias.
Es una paradoja que da cuenta de lo lejos que están los reclutas de la realidad, ya que
tienen la impresión de que la guerra es “cuestión de semanas”(p. 19), es decir de su
inmediatez. Pero esto se debe a falsas noticias difundidas por los mandos superiores
(secuencia 5).
Lo “reciente” de la “guerra” hace referencia a una agresión cercana, la lucha interna
que viven permanentemente los reclutas ; el término sería, también, una referencia a
huellas imborrables que quedan en los reclutas, cuya consecuencia es la angustia que
se extiende (aunque de manera socavada) a lo largo de más de 17 años de encierro
y adoctrinamiento. Reciente podría ser también, la consecuencia de una expectativa
todavía presente en el recluta de una guerra por venir. Por eso, cabe preguntarse si,
con el título, Carlos Liscano nos orienta, directamente, hacia otro tipo de guerra, la
que representa Prometeo metafóricamente y que ocupa la conciencia del ser humano
cuando decide luchar contra un poder siniestro y absurdo hasta comprobar sus lí-
mites y su impotencia. Y, en ese caso, la palabra “reciente” puede referirse, como lo
pensamos, a la voz del narrador que, a medida que da cuenta de sus memorias, va
cambiando de tonalidad y, como Sísifo, acepta seguir adelante con su fardo a cuestas.
Y el problema moral que se presenta en ese caso y que la novela plantea, dejando, con
el final abierto, a juicio del lector, es hasta dónde este estado de obediencia se vuelve
banal y lleva a la destrucción de la persona que lo acepta.
14. Nicolas Grimaldi, Bref traité du désenchantement, Paris, Presses Universitaires de France, 1998,
p. 31.
68 Memorias de la guerra reciente
16. Nicolas Grimaldi, Bref traité du désenchantement, Paris, Presses Universitaires de France, 1998,
p. 31.
70 Memorias de la guerra reciente
17. Michel Foucault, L’ordre du discours, Paris, Gallimard, 1971. Se trata de la publicación de la lección
inaugural que dio Michel Foucault en el Collège de France, en 1970.
Norah Giraldi Dei Cas 71
Foucault explora esa voz singular que se opone a todas las otras que rigen los discursos
reglamentados por una ideología y toda clase de poderes, políticos o de género. Esas
voces responden a ideologías y producen discursos bajo control ; responden a una
organización preestablecida y se emiten según directivas que obedecen a los poderes
mencionados antes. Esa otra voz es singular, según Foucault, porque se distingue de
las que producen los discursos que modelan la sociedad y que ponen de manifiesto el
deseo de poder. En cambio, la voz singular es el objeto mismo del deseo y, a medida
que se “despliega”, el hablante queda ensimismado en ella hasta desaparecer.
La voz singular de la que habla Foucault es asimilable a la de cada escritor. Algunos,
como Felisberto Hernández o Carlos Liscano en el campo de las letras uruguayas, la
ponen en escena y hacen de ella una figura emblemática de sus obras. Carlos Caillabet
la representa en la evocación que hace del encuentro de Carlos Liscano con su voz de
escritor en la cárcel :
Carlos Liscano construye un proyecto de escritura que, desde que comienza a escribir
en la cárcel 20 , pone en escena esta voz singular y las “sinuosas sendas” con las que
construye lazos y variantes en relación con la obra de otros escritores y, posteriormente,
18. cf. Carlos Caillabet, “Prólogo. (Enigmas transparentes)” in Carlos Liscano, Apuntes de la cárcel,
Montevideo, Ediciones del caballo perdido, 2016, p. 7.
19. cf. Carlos Liscano, La sinuosa senda, Montevideo, Ediciones del Caballo Perdido, 2002, p. 13.
20. cf. Fatiha Idmhand (coord.), Carlos Liscano. Manuscritos de la cárcel, Montevideo, Ediciones del
caballo perdido, 2010. Contiene los trabajos de Fatiha Idmhand, “E_scribir_ en la cárcel : una escritura
sous contrainte_”, in_ Carlos Liscano (p. 13-28) ; Alfredo Alzugarat, “El constante retorno”(p. 29 – 41) ;
Carina Blixen, “Los manuscritos de la mansión del tirano : delirio y poesía” (p. 43-57) ; María Ferraro
Osorio, Los manuscritos de El método y otros juguetes carcelarios (p. 59-71). Carina Blixen Cuando la
literatura es el surco. Figuras del desplazamiento en la narrativa de Carlos Liscano, Montevideo, Rebeca
Linke editoras, 2016.
72 Memorias de la guerra reciente
entre sus diferentes obras. La voz que descubrió en la cárcel es la que se impone y le
impone, como lo analiza Fatiha Idmhand 21 , un juego exigente de escritura. Pero lo
que no sabe a priori el escritor y va descubriendo a medida que escribe es que con los
malabarismos verbales que nacen en el silencio de un triángulo formado por su mente,
su cuerpo y el soporte que elige para escribir, la voz genuina, no contaminada por otros
discursos, se impone. Carlos Liscano reflexiona sobre esos juegos con malabarismos
verbales con los que trabaja como curiosas restituciones de la historia de la lengua,
de sus reglas y usos en Legua curiosa. Con ellos evoca un ejercicio que no sólo tiene
que ver con el trabajo de Liscano como profesor de lengua española durante su exilio
en Suecia, sino también el ejercicio de dar lugar a su voz. Son sus Paraísos artificiales
como los que busca Baudelaire para encontrarse consigo mismo, en su interior, en
un encerramiento que no es el impuesto por la cárcel ni por el cuartel y que no
corresponde, por lo tanto, con el que adopta finalmente el recluta de estas Memorias
que tratamos de analizar.
Son muchas las interpretaciones que merece tener esta gran novela de pequeño for-
mato, Memorias de la guerra reciente de Carlos Liscano. En ella se engarzan otros
relatos del autor y, también, mitos de la cultura occidental y textos de otros autores
que relatan episodios de guerra y ponen de manifiesto la lucha del hombre consigo
mismo y ante fuerzas exteriores que se imponen a él. Se trata de una ficción univer-
sal porque nos habla de prácticas que se repiten a lo largo de la Historia y porque
construye poéticamente la imagen trágica de la pérdida del deseo de luchar por ser
libre, frente a un poder que ejerce un control extremo y que se asimila a un sistema
totalitario. Los métodos de adoctrinamiento con los que se forman los reclutas, se les
prepara a acatar órdenes sumisamente para actuar contra todo tipo de enemigo que
se presente, dejan entrever lo que es un país controlado por este tipo de sistema. La
contradicción que define la situación del recluta en novela no tiene salida y quizás por
eso mismo el autor decide no cerrar el flujo que supone la escritura de estas Memorias
y no nos dice, tampoco, desde qué lugar se escriben y cuándo las escribe el recluta.
Por eso hablamos de un no-lugar en el que se instala, al final, el personaje. Como si la
aceptación por parte del recluta del opresivo universo del cuartel, que es lo opuesto al
universo de creación que libera de penas y alegrías por las que luchó Carlos Liscano y
tantos otros Prometeos de nuestro tiempo, fuera presagio de lo peor, representado por
la otra cara de un Jano, la de un hombre banal que deja de pensar por sí mismo y se
somete a la Orden. De ahí la importancia de la voz en este relato que se bifurca para
deslindar los diferentes momentos que llevan al desencanto y luego al sometimiento.
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Carina Blixen
Biblioteca Nacional del Uruguay, Uruguay
Quisiera en este trabajo dejar esbozada una relación posible entre, por una parte,
la elaboración literaria del delirio como origen, realizada por Carlos Liscano, desde
aproximadamente el año 2000 y, por otra, el flujo del testimonio -con atención especial
al delirio vivido- en la cultura de la posdictadura. Es necesario plantear desde el
comienzo que Liscano no quiso ser considerado como un escritor “de la cárcel”, sino
que, en principio, trató de separar su condición de ex preso político de su obra. Hay
un ritmo disímil entre la producción testimonial de los que sobrevivieron a las cárceles
de la dictadura y su literatura. Al atender a la presencia del tema del “delirio” en la
producción testimonial y literaria (ensayos y narraciones) se perciben persistencias,
momentos de irrupción, repliegue y retorno en un movimiento paralelo que tiene, sin
embargo, cruces.
Siguiendo la reflexión de Ricardo Piglia en “El escritor como lector” se puede consi-
derar que Liscano, en entrevistas, ensayos y en su obra autoficticia, gracias a una
autorreflexión incesante, ha promovido “modos de leer” su obra. 2 No voy a hacer un
análisis de esa actividad y las respuestas que pudo o no haber producido en la crítica
de su literatura. Lo tomo como una perspectiva que permite realizar una intersección
entre la obra de Liscano y el medio cultural uruguayo. Voy a hacer otro recorte :
voy a relevar contactos personales, intelectuales y afectivos, con psicoanalistas que,
en conversaciones de las que Liscano da testimonio, parecen actuar como referencia
para un pensamiento sobre la creación en continuo despliegue. El intento es el de ver
la reflexión y sus actores : los impulsos, los desvíos y los encuentros entre una serie de
discursos provenientes de distintos lugares (el ensayo, la conversación, el testimonio,
la entrevista) que pueden llegar a sumarse para generar un matiz, un énfasis o un des-
cubrimiento en un relato que se va armando en el tiempo. Tal vez deba puntualizar
1. Este trabajo toma y reescribe un tema tratado en mi tesis de doctorado realizada en la Universidad
Lille3 bajo la dirección de Norah Giraldi Dei Cas : “Figuras de la poética de Carlos Liscano : cuando
la literatura es el surco del delirio. Ficción, autoficción, testimonio.” Se encuentra también en el libro
publicado a partir de la tesis : Cuando la literatura es el surco, Montevideo, Rebeca Linke editoras, 2016.
2. Piglia, Ricardo. Antología personal, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 83-98.
76 Carlos Liscano : el delirio en el origen
3. Gil, Daniel. “Carlos Liscano : la escritura y la vida” prólogo a El lenguaje de la soledad, Montevideo :
Cal y canto, 2000.
4. Liscano, Carlos. “Del caos a la literatura” en Trazas y Ficciones. Biblioteca uruguaya de psicoanálisis,
vol. VII, Montevideo, nov ? 2007, p. 234-244.
5. Remito al libro de Eugenia Allier Montaño, Batallas por la memoria. Los usos políticos del pasado
reciente en Uruguay, Montevideo : Trilce, 2010. Hace una explicación precisa y rigurosa de este proceso
por demás complejo.
Carina Blixen 77
que la pelea por realizarlo había cambiado “la conciencia y la memoria colectivas”. 6
Daniel Gil condensó en este libro una reflexión sobre la tortura como sistema discipli-
nario iniciada durante los años de dictadura. Comparó la Inquisición, y su aplicación
de la tortura, el tratamiento de los individuos en los campos de concentración nazi
con lo vivido en las cárceles del Uruguay del período dictatorial. Estudió semejanzas
y diferencias, explicó el dispositivo de violencia nazi desde la economía y especificó :
Aldo Marchesi y Peter Winn retomaron el informe de SERPAJ, Uruguay Nunca más
(1989) para volver a la conclusión central de aquella investigación :
La investigación precisa que todos los prisioneros fueron torturados y que “las condi-
ciones de prisión fueron deliberadamente malas para los efectos de perpetrar la conti-
nuación de la tortura a través del período de encarcelamiento”. 13
Si en comparación con Chile y Argentina, en Uruguay hubo un mayor porcentaje de
sobrevivientes, y si es posible establecer una relación entre las condiciones de reclusión
y la experiencia personal del delirio, el testimonio y la literatura sobre la locura vividas
debería ser un rasgo más presente en la cultura uruguaya que en las otras del Cono Sur
que sufrieron también terrorismo de Estado en las décadas de los setenta y ochenta
del siglo XX.
Esta especificidad en la forma de castigo de la dictadura uruguaya es uno de los ele-
mentos a tener en cuenta al considerar los testimonios de delirio de algunos presos
políticos y, particularmente, los considerados “rehenes”, caídos antes del golpe de Es-
tado que instaló la dictadura el 27 de junio de 1973. 14 Fueron sacados de las cárceles,
aislados en cuarteles en condiciones inhumanas y pesó sobre ellos la amenaza de pagar
con sus vidas cualquier ataque a las Fuerzas Armadas. Carlos Liscano no fue “rehén”
de la dictadura, pero sufrió, como otros detenidos del penal de Libertad, el castigo
de ser recluido, por un tiempo indeterminado para quien lo sufría, en una celda de
aislamiento total que los presos llamaron la “isla”.
Tomo de la socióloga del arte Nathalie Heinich en Sortir des camps, sortir du silence
la idea de que en las situaciones límites la identidad manifiesta su debilidad. Heinich
cita a Max Weber y dice que la identidad no es nunca, desde el punto de vista
sociológico, más que un estado de cosas simplemente relativo y flotante. 15 Considera
que es una construcción temporal, vulnerable a las circunstancias, pero que no se
deja reducir a ellas. Señala también que “la experiencia extrema” es reveladora de
los componentes y las condiciones de la “experiencia normal”. En su investigación
consideró que la experiencia concentracionaria puede hacer surgir algo que en una
situación de normalidad permanece oculto. 16 Estos son los presupuestos que guiarán
13. Marchesi, Aldo y Winn, Peter, “Uruguay y las batallas por la memoria histórica en el Cono Sur”,
op. cit. p. 162.
14. Los hombres considerados “rehenes” fueron : Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro, José Mu-
jica, Adolfo Wasem, Julio Marenales, Henry Engler, Jorge Manera, Jorge Zabalza y Maurcio Rosencof.
Las mujeres rehenes fueron : Alba Antúnez, María Elena Curbelo, Raquel Dupont, Yessie Macchi, Flavia
Schilling, Gracia Dri, Cristina Cabrera, Estela Sánchez, Miriam Montero, Lía Maciel y Elisa Michelini.
15. Nathalie Heinich, op. cit., 2011 : 128. “Ainsi, en rendant compte de troubles indentitaires fonda-
mentaux et de leur possible maîtrise, l’analyse de l’expérience concentrationnaire atteste à quel point,
selon la formulation de Max Weber, « l’identité n’est jamais, du point de vue sociologique, qu’un état
de choses simplement relatif et flottant » – et à quel point les individus, en tant qu’ils sont le produit
d’une construction sociale, sont également une construction d’eux-mêmes.”
16. Nathalie Heinich en Sortir des camps. Sortir du silence. De l’indicible à l’imprescriptible, Les
Impressions Nouvelles, 2011, p. 31.
Carina Blixen 79
1 Narrar el delirio
El impacto del testimonio en el espacio público y su producción misma ha estado
condicionado por lo que se ha denominado las “batallas de la memoria”. Voy a consi-
derar los textos testimoniales como fuente de información y como relatos, es decir,
como construcciones subjetivas de una historia sucedida. No me interesa, en esta
oportunidad, detenerme en las diferentes posibilidades que plantean la ficción y el
testimonio.
Una vez recuperada la libertad en marzo de 1985, en entrevistas y declaraciones
públicas algunos ex-presos políticos dijeron haber vivido estados de locura : el más
notorio, dada su trayectoria es José Mujica que aludió en innumerables oportunidades
a la locura vivida. 17 Mauricio Rosencof 18 y Eleuterio Fernández Huidobro 19 dieron
su testimonio, en forma de conversación, sobre lo vivido en Memorias del calabozo, pu-
blicado en tres tomos entre 1988 y 1989. 20 El libro está planteado como una denuncia
en un momento de fuerte discusión sobre la pertinencia de enjuiciar a los responsables
de los crímenes y abusos perpetrados durante la dictadura.
En el prólogo del primer volumen, Huidobro y Rosencof realizan una interpretación
de su encarcelamiento y “secuestro” como “rehenes”. Escriben :
un círculo diferente y peculiar de aquel infierno.” (1987 : 11.) Con ejemplos de otros
compañeros, anécdotas personales, palabras escuchadas, dicen haber vivido estados
de delirio de los que, no sin consecuencias, pudieron salir. Cuentan que a José Mujica
le pasó algo similar que a Henry Engler (ver más adelante). Dice Rosencof :
El Pepe [José Mujica] tomó conciencia de que hablaba en voz alta, como
lo hacíamos nosotros. Ante el temor de que también en sueños lo hiciera y
pudiera decir algo inconveniente, empezó a sospechar que habían instalado
un grabador oculto en su calabozo. Eso, que nunca fue real, lo era para
él, al punto de que ‘sentía’ el zumbido del grabador y ‘creía’ que le subían
el volumen para atormentarlo. Ese grabador que no existía comenzó a
zumbar de tal manera que no lo dejaba dormir y, a veces, Pepe reclamaba
a los gritos que lo apagaran. Para nosotros no había fronteras entre lo real
y lo imaginado. Todo era uno. (1987, p. 85-86.)
En el capítulo “Bloqueos y otras defensas” –dos términos que vienen del Psicoanálisis–
Huidobro cuenta que un cabo estuvo trabajando con una máquina de sumar y que
ese ruido le trajo el recuerdo del banco en donde había trabajado :
Dice también Huidobro que “perdía en absoluto la noción del tiempo, como si no
estuviera en el cuartel” (128). Cito a continuación la descripción de su estado, que
tiene puntos en común con la que Liscano realizará de su escritura en la cárcel :
Esta primera edición de Memorias del calabozo tuvo un impacto de público impor-
tante, pero es recién desde 2005 que comenzó a reeditarse a un ritmo sostenido y
Carina Blixen 81
Tortura y exilio tienen mucho en común : en ambos casos los códigos del
comportamiento habitual se enfrentan a situaciones que exigen reapren-
dizajes violentos y rápidos si no se quiere desaparecer, en ambos casos la
indefensión es física y mental y el individuo conoce soledades que tienden
a privatizarlo patológicamente 29 .
23. La obra fue reeditada, con prólogo de Eduardo Galeano, por Banda Oriental que me proporcionó la
siguiente información sobre el tiraje y las ediciones : 1ª. Edición, mayo 05 : 700 ejs ; 2ª. Edición, junio 05 :
1000 ejs. ; 3ª. Edición, julio 05 : 900 ejs. ; 4ª. Edición, feb. 06 : 700 ejs. ; 5ª. Edición, enero 07 : 750 ejs. ;
6ª. Edición, mayo 09 : 1.000 ejs. ; 7ª. Edición, junio 10 : 1.000 ejs. ; 8ª. Edición, julio 10 : 1.000 ejs. ; 9ª.
Edición, agosto 10 : 1.000 ejs. ; 10ª. Edición, diciembre 10 : 1.000 ejs. ; 11ª Edición, mayo 11 : 1.000 ejs. ;
12ª. Edición, junio 13 : 1.000 ejs. En 2008 hubo una edición de Aguilar que circuló fuera del país.
24. Eugenia Allier Montaño, op. cit. : 101-102. Explica en seguida que toma el término del Psicoanálisis :
“La supresión es una operación psíquica que tiende a suprimir conscientemente una idea o un afecto cuyo
contenido es desagradable. Lo que difiere de la represión, mecanismo enteramente inconsciente.”
25. Francesca Lessa, ¿Justicia o impunidad ? Cuentas pendientes en el Uruguay post-dictadura. Tra-
ducción de María M. Delgado, Montevideo, Sudamericana, 2014.
26. Esta primera novela escrita por Liscano tuvo una larga gestación en la que ahora no me voy a
detener. Comenzó a escribirla en prisión en 1981 y la reescribió una y otra vez en la cárcel y fuera de ella.
Estudio su génesis en “Figuras de la poética de Carlos Liscano : cuando la literatura es el surco del delirio.
Ficción, autoficción, testimonio”. Dirigida por Norah Giraldi Dei Cas, defendida en la Universidad Lille3,
el 20.11.2013 ; y en el libro resultante : Cuando la literatura es el surco, Montevideo, Rebeca Linke, 2016.
27. El bataraz, Montevideo : Arca, 1992.
28. Está dedicada a Raúl Sendic, muerto el 28 de abril de 1989. En la dedicatoria alude al momento en
que se enteró de la enfermedad de Sendic y dice que le contó “de estas páginas”.
29. Maren y Marcelo Viñar, Fracturas de Memoria. Crónicas para una memoria por venir, Montevideo :
Trilce, 1993, p. 3.
82 Carlos Liscano : el delirio en el origen
30. Kotliarenco, M. A., Cáceres, I., & Fontecilla, M., “Estado de arte en resiliencia”. Washington DC :
Organización Panamericana de la salud, 1997, pdf, p. 13.
31. Poseck, B. V., Baquero, B. C., & Jiménez, M. L. V., “La experiencia traumática desde la psicología
positiva : Resiliencia y crecimiento post-traumático”, Papeles del psicólogo, 27 (1), 2006, p. 40-49, pdf.
32. Elisardo Becoña, Facultad de Psicología, Universidad de Santiago de Compostela,
33. Otro ejemplo reciente, del uso del término se encuentra en el artículo de María Eugenia Rodríguez,
titulado “Resiliencia”, publicado en Brecha (13.3.2015) que cuenta cómo sobreviven los refugiados sirios en
Jordania.
34. El Círculo. Las vidas de Henry Engler (2008) es un documental dirigido por José Pedro Charlo y
Aldo Garay en el que Engler cuenta su salida del delirio. José Pedro Charlo, en un mail del 13.03.2015, me
dijo que el proyecto para la película había comenzado en 2005. Sobre la difusión comentó que había distintas
posibilidades de medirla : fueron más de 10.000 entradas vendidas en salas de cine de Montevideo, pero
también está el público de las exhibiciones no comerciales o con formas alternativas de comercialización en
Uruguay : Cinemateca, Efecto Cine ( cine al aire libre nivel nacional) sobre el que no tiene una cifra precisa.
Fue exhibida en televisión en TNU y TVCiudad, fue adquirida y exhibida por ibermedia TV (un programa
de Ibermedia que se exhibe en todos los canales públicos de Iberoamérica) y por Telesur. También se editó
en DVD y ha tenido una buena venta por esa vía.
35. José Pedro Charlo, Aldo Garay y Virginia Martínez, El Círculo. Las vidas de Henry Engler, Mon-
tevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2009.
Carina Blixen 83
de nosotros. Estuvimos locos 36 .” Y recordó que en el año 1978, fecha en que se cum-
plieron 30 años de la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
hubo una campaña por los rehenes. Dice que eso cambió en algo las condiciones en
que estaban y concluye : “Nos comunicábamos un poco y creo que esa comunicación
salvó los rasgos humanos. Si te comunicás, seguís siendo un ser humano.” (2009 : 67.)
Fernández Huidobro se refirió a la manera de sobrevivir : “Más que la cuestión física,
que también es importante, está la lucha por mantener la cordura, por no volverse
definitivamente loco, por ser solamente medio loco 37 .”
Hace del vacío un lugar de gestación, y vuelve fecundo el trabajo mental alienado.
Más adelante, considerará que su primer obra, La mansión del tirano, fue una “novela
mental” concebida en ese momento.
Es imprescindible atender los ocho años en la cárcel, anteriores a la “isla”, en los
que el futuro escritor fue incorporando conocimientos de matemáticas, lenguaje y
literatura. Cuando se produzca la “explosión” de la lengua, según dirá en “Del caos a
la literatura” (2007 : 237), ya tiene la “red” para reconstruir su subjetividad y crear con
las palabras suyas y de los libros leídos algo que lo trascienda. Liscano ha contado que
había proyectado estudiar matemáticas, pero se dio cuenta de que no podía avanzar
solo en la cárcel. La decisión de ser escritor apareció cuando abandonó ese proyecto
primero. El lenguaje tiene una lógica distinta a la de las matemáticas : es un sistema
que integra el juego, la imaginación, la abstracción y el desborde. En La mansión del
36. Jorge Zabalza (Minas, 1943) fue dirigente tupamaro y rehén de la dictadura. Desde la recuperación
democrática fue edil de la Junta Departamental de Montevideo (1994-1997), dirigió, entre otros, el quince-
nario Mate Amargo (1990-1994). Ha escrito testimonio, crónica y ensayo político. En José Pedro Charlo,
Aldo Garay y Virginia Martínez, El Círculo. Las vidas de Henry Engler, Montevideo, Ediciones de la
Banda Oriental, 2009, p. 67.
37. También en José Pedro Charlo, Aldo Garay y Virginia Martínez, El Círculo. Las vidas de Henry
Engler, op. cit. : 73. Fernández Huidobro cuenta : “Pasé meses enteros en una especie de auto hipnosis
viviendo en un Cabo Polonio en pleno verano que construí yo mismo”.
38. “El lenguaje de la soledad” fue una conferencia leída en 1999 en el Colegio de México. El ensayo fue
publicado en El lenguaje de la soledad, Montevideo : Cal y canto, 2000, con prólogo de Daniel Gil.
39. Carlos Liscano, El lenguaje de la soledad.op. cit., p. 30.
84 Carlos Liscano : el delirio en el origen
tirano las imágenes de la memoria, los deseos y la violencia serán dichas a través de
obras de arte. 40
Las obras leídas en el Penal de Libertad constituirán el archivo del escritor : el conjunto
de informaciones, imágenes, palabras, recursos estilísticos, maneras de resolver pro-
blemas literarios a los que recurrirá a lo largo de su vida y su literatura. Al transcribir,
apropiarse y transformar las obras admiradas, explora su subjetividad. Persistirá, a
lo largo de toda su obra, en la idea de la productividad a partir de las reglas, del
pensamiento que necesita el rigor 41 al mismo tiempo en que mantiene la conciencia
de la pertenencia : se rodea de sus libros, sus autores, que lo acompañan en sus bús-
quedas (Beckett, Buzzati, Kafka, Céline, Onetti, Borges, etc). No realiza el parricidio :
cambia los modelos. Si los niega es a partir de la ironía y la parodia que son también
formas de reconocimiento y homenaje. La creación surgida del “caos” o del “delirio”
es una imagen de cuño romántico que el escritor modula con una concepción “clásica”
del hacer literario, en el sentido ya señalado de reconocimiento de una tradición que,
obviamente, no está dada, sino que el escritor reafirma y transforma obra a obra.
En el ensayo “Del caos a la literatura” (2007) Liscano encuentra una alucinación en
el origen, a la que vuelve, y de la que solo quedan restos que la escritura trabaja,
modula, analiza :
El título retoma la palabra “caos” e instala el tema del delirio. Si hacemos un breve
rastreo del uso del término “caos”, vemos que aparece en los “Apuntes 42 ” que Liscano
llevó en la cárcel : son anotaciones de sus lecturas, en las que habría que deslindar
lo que es reproducción exacta de los libros leídos, las reescrituras y los agregados.
Falta también realizar la labor de determinar los datos completos de los textos ci-
tados (autor, obra, fecha, editorial, página). Copiando fragmentos, transcribiéndolos,
Liscano comenzó el largo trabajo de encontrar su voz. Es evidente la preocupación
del lector-copista por entender los mecanismos de la creación, el sentido del arte y el
lugar y la función del lector. Agrupa reflexiones en pequeños capítulos sobre lenguaje,
lógica, comunicación, idioma español. Predominan los textos de reflexión y la poesía.
Una Antología del Romanticismo alemán de Antoni Marí puede abrir el camino para
40. María Herminia Ferraro-Osorio estudia con precisión la creación a partir de obras de arte en La
mansión del tirano : “Por una poética del espacio en la novela La mansión del tirano de Carlos Liscano.”
Dirección de investigación : Prof. Juan Carlos Mondragón, Université Stendhal, Grenoble III, octubre 1995.
41. Fatiha Idmhand ha estudiado en detalle este proceso. Remito fundamentalmente a su último trabajo :
“Carlos Liscano : de la contrainte à l’œuvre.” (2019)
42. Fueron publicados fragmentariamente con el título “Apuntes : la literatura y la política” en Manus-
critos de la cárcel. Edición Fatiha Idmhand, Montevideo : Ediciones del caballo perdido, 2010. Idmhand
los recogió en forma completa y los puso a disposición en la página Web : https ://liscano.nakalona.fr. En
esta página llevan el título “Apuntes” que es el que seguiré. Idmhand considera que es posible postular que
el “Diario”, los “Apuntes”, el “Juego de la letra cambiada” y “Los siete mensajeros” se empezaron a escribir
antes de 1982. Ver Fatiha Idmhand, “Escribir en la :cárcel : una escritura “sous contrainte” en Carlos
Liscano, Manuscritos de la cárcel. Fatiha Idmhand Coordinadora, :Montevideo : Ediciones del caballo
perdido, 2010 :, p. 20.
Carina Blixen 85
Todo arte es un juego con el caos y una lucha con él ; está siempre avan-
zando, cada vez más peligrosamente, hacia el caos, y rescatando provincias,
cada vez más extensas, del espíritu, de su garra. Si hay algún progreso en
la historia del arte, consiste en el constante crecimiento de estas provincias
rescatadas del caos.
43. Arnold Hauser, Historia de la literatura y el arte, Madrid, Guadarrama, 1971 (Colección Universi-
taria de bolsillo, 21), vol III : 297. En el catálogo del Penal de Libertad figura con los números 5370 y 5371
en El libro de los libros, op. cit. p. 103. https ://liscano.nakalona.fr/collections/browse
44. “Z” es Theodore Ziolkowski, erudito en estudios de alemán e Historia Comparada. Escribió sobre
Hermann Hesse : Las novelas de Hermann Hesse. Temas y estructura (1965) y Hermann Hesse (1966).
45. https ://liscano.nakalona.fr/collections/browse
46. https ://liscano.nakalona.fr/collections/browse
86 Carlos Liscano : el delirio en el origen
Aunque su reflexión sobre los orígenes coagule alrededor del año 2000, desde que co-
mienza a escribir Liscano concibió la escritura como un trabajo de “sanidad” mental :
salida de sí y descubrimiento, transformación del “caos” y preservación de la concien-
cia. Empezó La mansión del tirano, después de la “isla”, el 1° de febrero de 1981 47 .
Entre el 31 de mayo de 1982 y el 17 de marzo / 7 de junio de 1984 48 llevó un diario
de escritor, imprescindible para entender el proceso de elaboración de su obra. Dice
una anotación del 1.6.1982 :
En este ensayo aparece con fuerza la imagen del “caos” como tentación que no estaba en
los escritos, presumiblemente suyos, de la cárcel. Establece una precisión importante
al señalar que entendió que podía salir “escribiendo algo reconocible” porque no es
solo el acto de escribir el salvador sino hacerlo para crear literatura, respetando (para
transgredirlos o no) sus modelos, sus normas, géneros, formas. Si la primera escritura
admite el adjetivo “delirada” es porque el escritor fue capaz de cernir el impulso
primero en los modelos literarios que volvieron legible lo que escribía. Es posible
considerar que las narraciones iniciales : “La mansión del tirano” y “La edad de la
prosa” formalizan ese “caos” : no plantean una verosimilitud realista sino otra que, a
partir de los textos leídos, del lenguaje de los sueños y la libre asociación de sonidos
y sentidos crea una sutil, dolorosa sensación de desorden mental y emocional.
En el principio está la fascinación por la palabra. En el cuento “El método” escrito
entre el 30.9.84 y el 22.11.84 51 , dice el narrador :
Me fascinan las palabras, me fascina oír hablar por radio –que aquí re-
tumba en parlantes–, me quedo en el aire, indeciso ante las palabras. A
veces no sé qué dice o quiere decir el que está hablando y permanezco per-
dido, dándole vueltas a una frase mientras la exposición sigue, creciendo,
como un organismo, indetenible, exuberante. Entonces empiezo a obser-
var mis palabras, cómo las uso, por qué, pero fundamentalmente : ¿qué
me propongo decir cuando digo algo ? Digo, dije, quiero decir. ¿Pero qué
quiero decir ? No importa, bien puede quedar porque quise decir. Ya es
bastante querer decir. Esto ya lo usé antes. (2010, p. 424-425.)
3 La escritura es el “surco”
Como simple lectora, busqué el sentido de “delirio” en algunos textos de difusión del
Psicoanálisis. Sigmund Freud piensa el delirio como el inicio de un camino de sana-
ción 54 . Jean-Claude Maleval en su libro Logique du délire explica que las alucinaciones
53. “No hay salida” fue un título que Liscano pensó para el texto que después llamó “La edad de la prosa”.
Fatiha Idmhand explicó que el título fue un hallazgo posterior a la escritura en “Escribir en la cárcel : una
escritura sous contrainte”, op. cit. p. 26.
54. Dictionnaire de la Psychanalyse sous la direction de Roland Chemama y Bernard Vandermersch,
Paris, Larousse, 2009 : “Délire : Selon S. Freud, tentative de guérison, de reconstruction du monde
Carina Blixen 89
Ces visions, ces auditions ne sont pas une affaire privée, mais forment
les figures d’une histoire et d’une géographie sans cesse réinventées. C’est
le délire qui les invente, comme processus entraînant les mots d’un bout
à l’autre de l’univers. Ce sont des événements à la frontière du langage.
Mais quand le délire retombe à l’état clinique, les mots ne débouchent
plus sur rien, on n’entend ni ne voit plus rien à travers eux, sauf une nuit
qui a perdu son histoire, ses couleurs et ses chants. La littérature est une
santé. 56
Corominas dice que “delirar” viene del latín delirare, “apartarse del surco”.
Y el Diccionario de la Academia de la Lengua : “Desvariar, tener per-
turbada la razón por una enfermedad o una pasión violenta.” En sentido
figurado es “decir o hacer despropósitos o disparates”. “Delirio de grande-
zas”, según la misma autoridad, es la “actitud de la persona que sueña con
una situación o con lujos que no están a su alcance” (2007 : 234).
En este fragmento el narrador realiza el traslado del “delirio” a secas al “delirio” “de
la literatura”. En esa posibilidad de especificación es que el “delirio” se transforma en
productividad.
En “El lector salteado” (2009) 61 retoma las dos definiciones elegidas en el ensayo “Del
caos a la literatura” y agrega :
Razonar sobre el delirio propio es tan absurdo como pretender hablar sobre
el silencio. Razonar y delirar no se pueden conjugar a la vez. Yo intento
hacerlo y entiendo que no debería. Aunque siento que si consiguiera un
dibujo, por más tosco que fuera, de la experiencia vivida, podría salir del
punto cero en que estoy. (2015, p. 66)
una puerta. La puerta era una palabra y yo la abría. Detrás de la palabra había
una escalera. Enseguida concluía que había abierto la palabra escalera y comenzaba
a bajar.” (Ov1 : 17.) La contemplación de una palabra, la idea de que una palabra
puede contener un mundo se reitera. La escritura abre puertas y traza senderos por
los que se baja. Al elegir el descenso se acentúa la posibilidad de relacionar la “puerta”
al “cauce” y el “surco”.
Como ya señalé, María-Herminia Ferraro Osorio analizó la estructura de La mansión
del tirano a partir de la figura de la espiral. La imagen está planteada en “La edad de
la prosa” :
La noción se puede extender para pensar que la escritura traza una “espiral” que
permite salir del círculo del delirio y la obsesión. La espiral combina la apertura de
la “puerta” y la continuidad del “cauce” y el “surco” en un movimiento de avance y
retroceso. Alfredo Alzugarat señaló un movimiento similar : “La escritura de Carlos
Liscano traza órbitas en torno a ese momento preciso en el que se inventó escritor.”
(2010 : 30.) En el retorno está siempre la posibilidad de extasiarse con una palabra
que abre una puerta y reinicia el movimiento. 64
63. “La Edad de la prosa” fue pasada en limpio en la cárcel entre el 27.3.84 y el 7.6.84. Este fragmento
fue escrito el viernes 6.4.84.
64. Anota en el diario de la cárcel el 2.7.82 : “No he avanzado una palabra. Me puse a escribir la discusión
con el lorolector y lo que salió fue espantoso, insustancial. Hoy, por mera disciplina, he escrito una carta
y ahora este papelito salvador que es como un agujero por el que entra un poco de aire donde metí en
este encierro donde metí mi imaginación. De tanto pensar y dar vueltas a ideas, temas, frases, me quedo
achatado, reducido a la contemplación de una palabra sola con la que no sé qué hacer ni sé cómo llegué
a ella. Desaparecen los temas, las frases, las ideas” (2010 :88). La palabra aparece como la detención y la
puerta.
Carina Blixen 93
término “delirio” permite unir la experiencia vivida y una larga tradición para decir
la inspiración.
Para cercar ese segundo momento de elaboración del término “delirio” vale la pena
recordar una entrevista de 1996 en la que el escritor-lector crea una “escena de lectura”
de una página de La Montaña Mágica de Thomas Mann 66 :
Diez años después, en una entrevista hecha por Gilles Anquetil y François Armanet,
Liscano estableció una secuencia que encadena la muerte de los padres 69 , la necesi-
dad de abandonar las matemáticas y la “isla”. En la interpretación que hace en esta
entrevista de 2010 la “isla” parece objetivar un vacío interior :
las matemáticas y eso me hizo mucho mal. Debía encontrar una ocupa-
ción. Podría ser cualquier cosa, pero desde la infancia quería ser escritor.
Entonces decidí escribir una novela. Pero tenía que pasar todavía muchos
meses aislado antes de volver a la celda y poder tener hojas y una birome.
Decidí entonces escribir una novela mental, en mi cabeza. Era una manera
también de controlar el delirio y de olvidar toda la mierda que había en
mi vida. Lo que no entendía es que entraba en otro delirio. Todos los días
empezaba el día pensando en mi novela y no avanzaba, me quedaba al co-
mienzo. Lo importante es que eso me hizo bien para mi salud mental [. . . ]
Salí de la isla en noviembre de 1980 y estaba muy débil, física y mental-
mente. Estuve hasta enero para restablecerme. Mi compañero de celda me
cuidó como una madre. Decía todo el tiempo que iba a escribir una novela,
hasta que me fijé una fecha : 1° de febrero de 1981. Debo ser de los pocos
escritores que conoce exactamente la fecha de su inicio. Escribía todos los
días por lo menos 2 horas. Pasé 6 meses para escribir mi primer libro. Es-
taba prohibido escribir, lo que hacía que fuera más interesante y peligroso.
Después de 6 meses se volvió algo muy estimulante. Era como tener un
juguete nuevo. Continué escribiendo pequeñas historias. Creo que empecé
a entender entonces algunas cosas de la literatura. [. . . ] Pasaba todo el
tiempo escribiendo y hoy creo que eso tiene algo que ver con el delirio.
Eso me protegía de la realidad. [. . . ] Cuando salí de la cárcel, lo hice para
volverme escritor. Era lo único que me interesaba. 70 (Subrayado mío.)
Retoma la imagen de “novela mental” y continúa una distinción que había esbozado
en “Del caos a la literatura” (2007) : hubo un delirio primero al que respondió con
el “delirio de la escritura” que fue el cauce que hizo posible la salvación. Este ensayo
comienza con la constatación de que hace diez años que no puede escribir ficción.
Había encontrado a partir de La ciudad de todos los vientos (2000) y El furgón de
los locos (2001) una posibilidad de escritura autoficticia y testimonial, pero parece
conservar el anhelo de aquella fecundidad primera que había emergido, en la cárcel,
con una fuerza indetenible.
En el prólogo a la edición de La mansión del tirano, con “anotaciones del autor” (2011),
Liscano discute a Gabriela Sosa, quien realiza un estudio introductorio, pues dice que
debe considerarse esa “escritura mental” como una versión primera de la novela. Sosa,
como todo geneticista o crítico literario, solo considera versión a la que se manifestó en
la escritura. El énfasis del autor presente en el prólogo tal vez responda a la necesidad
de preservar un origen que recupera el momento anterior a la separación de sí y su
obra.
70. Anquetil, Gilles, Armanet, François, “La voix de l’Uruguay”, interview de CL par Le Nouvel Obser-
vateur ”, 11.3.2010.También se refiere a lo mismo en la entrevista de Le matricule des Anges. Le mensuel
de la littérature contemporaine N° 112, Avril 2010, Dossier Liscano, Couverture : Oliver Roller. Thierry
Guichard, “Au nom des siens” (L’écrivain et l’autre) et interview “Les chemins de la liberté”. Tal vez los
entrevistadores franceses tengan más curiosidad por saber lo que pasó en las cárceles de la dictadura que
los uruguayos, o tal vez la distancia haga más fácil para el escritor hablar de aquellos años. Estas dos
entrevistas son de 2010 que es el año de la traducción al francés de El escritor y el otro, publicado en
español en 2007.
96 Carlos Liscano : el delirio en el origen
La idea de la novela escrita en la mente solo puede ser una fantasía del autor. Es una
manera de referir al sololiquio interior, al trabajo mental. Sigo a Paul Ricœur cuando
dice :
71. Paul Ricœur, “Regards sur l’écriture”, en La naissance du texte (ensemble réuni par Louis Hay),
Paris : José Corti, 1989, p. 213.
Paseo con Valent
El furgón de los locos
o de la incomodidad del testimonio
“Lo que hasta el momento había sido una sombra continua en la obra del
autor (el universo de la detención, tortura y cárcel militares) ahora se
vuelve figura directa. [. . . ] Se ‘habla’ de eso, no solo desde eso.” (Benítez
Pezzolano, 2001 : 5.)
Liscano hará transcurrir dieciséis años de libertad para transformar la cárcel –la expe-
riencia de la tortura en particular– en tema explícito de su literatura. Ya ha publicado
narrativa de ficción, poesía ; ya ha presentado en Europa obras de teatro. El escritor
puede ir acercándose en la escritura a su experiencia de vida sin sentir que ser de
la cárcel le quita profesionalismo. Así surgirá un texto como El furgón de los locos ;
su publicación se integra a la constante presencia por esos años de la literatura de
tema carcelario, que incluye testimonios, memorias, diarios, ensayos, cuentos, obras
de teatro 1 .
Luego de su novela La ciudad de todos los vientos (2000) pareciera iniciarse en Liscano
una crisis con la escritura de textos narrativos de ficción. Si bien nunca dejará de
formar parte activa del campo literario, ya que continuará publicando de manera
periódica, el escritor apela a otros espacios vinculados a la creación que suplanten la
crisis creativa. Las llamadas escrituras del yo 2 cobran una presencia mayor que en
1. La novela Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof, Jaque Mate a la guardia y otros cuentos
de Ruben Abrines, Sendic de Samuel Blixen, la novela De punta y para arriba de Ramón Machado,
Las vidas de Rosencof de Miguel Ángel Campodónico, el libro de poemas 20 tanguitos de guerra de
Miguel Ángel Olivera, los relatos Sable, Biblia y calefón de Iris Sclavo, todos títulos del año 2000. En
2001 aparecen En la nuca de Eleuterio Fernández Huidobro, el libro de poemas Nomeolvides de Carlos
Caillabet y Annabella Balduvino, los testimonios de Memoria para armar – uno (escrito por ex-presas del
Penal de Punta de Rieles)
2. “Literatura intimista que plantea al yo como objeto de análisis, de introspección, de especulación, de
investigación o de enigma” (Miraux, 2005 : 13).
100 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
1
En El furgón de los locos ciertas pretendidas competencias de un lector entrenado en
la vida del escritor, en conocimiento de circunstancias sociales y políticas vividas por
él resultan de orden para entablar complicidades, reconocer guiñadas y cruces entre
elementos textuales y sus referentes : su participación en el Movimiento de Liberación
Nacional Tupamaros en la década del sesenta y comienzos del setenta ; su encierro
durante más de trece años en el Penal de Libertad como preso político ; la decisión de
hacerse escritor entre rejas y el simultáneo pedido de baja del Movimiento 3 . La lógica
interna del texto, innegable en los mecanismos novelescos, se vuelve insuficiente para
explicar un pacto de lectura que obliga permanentemente al diálogo con lo no dicho,
al posible reproche del olvido, a la significancia de aquello que se ocultó en la mirada
retrospectiva de una secuencia de vida. Tal como lo afirmara José María Pozuelo
Yvancos respecto de la autobiografía, dicho fenómeno “de la postulación significante de
los olvidos o silencios” proporciona a ciertas modalidades textuales “una especificidad
que lo aleja de ser un mero discurso ficcional, en ese nivel pragmático, sí, pero que es
3. En una entrevista que le realizara Clara Aldrighi en el 2000, incluida en Memorias de la insurgencia
(2009), Liscano expresa : “Debo aclarar que en 1975, en el penal de Libertad, yo pedí la baja del MLN. Eso
tiene que marcar esta entrevista. Hace un cuarto de siglo que no pertenezco al MLN. No recibo órdenes
del MLN ni necesariamente comparto sus opiniones. Después de pedir la baja continué, claro, diez años
más en el segundo piso del penal, conviviendo con los compañeros del MLN, y de otras organizaciones.
Eso hace que con algunos tupamaros, unas decenas, nos hayamos conocido mucho. Tengo amigos de aquel
entonces, que no sé si están en el MLN ahora, con los cuales compartí miserias y afectos, cosa que, aunque
no nos veamos muy a menudo, une mucho” (Aldrighi, 2009 : 129). Las razones a las que alude Liscano para
tomar dicha decisión son explicadas de la siguiente manera : “Un día me di cuenta de que había pertenecido
a dos aparatos cerrados, verticales, autoritarios, la Fuerza Aérea y el MLN. Yo no quise pertenecer más
a un aparato, de ningún tipo, nunca, jamás, hasta hoy. Me molesta el Estado, la autoridad, el poder,
todo tipo de sectas, legales o no” (op. cit., pág. 136). La decisión de consagrar su vida a la literatura
se asienta inicialmente en la negación de estas estructuras, que, según Liscano, limitan la libertad y la
autonomía. Muy escasos son los comentarios que se integran a su literatura acerca del accionar político
dentro del MLN. En el presente, a la luz de su posterior participación en la vida política del país, primero
como subsecretario del Ministerio de Educación y Cultura en el último período del gobierno de Tabaré
Vázquez (fines del año 2009), y luego, desde 2010 a 2015 como director de la Biblioteca Nacional, aquella
afirmación del año 2000, “Nunca estuvo en mi horizonte integrarme a la izquierda tradicional” (op. cit., pág.
131) queda desmentida. Sin respuestas que dar y darse frente a esta contradicción, en la primera parte de
Escritor indolente (2013), y a raíz de una conversación con el investigador brasileño Selomar Borges sobre
literatura y política, Liscano escribirá : “Pero luego ¿qué pasó ?, me preguntó Selomar, ¿cómo terminaste
en la política ? Muy buena pregunta” (Liscano, 2014 : 70).
Gabriela Sosa San Martín 101
consustancial a lo que un género es, también como forma” (Pozuelo Yvancos, 2005 :
44).
El furgón de los locos resulta un espacio que tensiona los límites de la referencialidad
testimonial en la medida que, sin declararse ajeno a la representación de un contexto
histórico y político preciso, opta por eliminar siempre del primer plano la postura
política que necesariamente se encuentra en la base de la relación con un mundo de
tortura y cárcel del que se fue protagonista. Es decir, el texto toma postura política
–no podría no hacerlo– aunque negándose en apariencia como artefacto político ; el
escritor ex tupamaro alejado de la política partidaria en el momento de creación de El
furgón de los locos relata la experiencia de la tortura desde el lugar del descreimiento :
se recuerda la agresión del enemigo atacando el cuerpo indefenso de alguien que ya
no cree en la causa por la que luchó. El efecto es desolador. Imposible para el lector
evitar el cruce entre literatura y ética, imposible que el espacio autobiográfico no cobre
la dimensión política propia del testimonio, aunque dicha dimensión se mantenga,
aparentemente, en un plano menor.
Liscano no denuncia responsables concretos de las atrocidades sufridas, más allá de
que la publicación se integraba a un contexto de comienzos de siglo en el que un
nuevo impulso indagaba la verdad de lo ocurrido durante la dictadura 4 : la primera
Marcha del Silencio en 1996 ; el proyecto Memoria para armar, organizado por las ex
presas del Penal de Punta de Rieles en el 2000 para dar a conocer la mayor cantidad
de testimonios posibles ; se creaba la Comisión para la Paz al iniciarse el gobierno de
Jorge Batlle y se comenzaban a investigar –a pesar de innumerables trabas– casos de
desaparecidos durante la dictadura –como el de la nieta del escritor Juan Gelman,
por ejemplo, en el que el propio Liscano colaboró con una publicación sobre el tema :
Ejercicio de impunidad (2004)–.
Pero en El furgón de los locos, desde la concepción del escritor pareciera jugarse el valor
estético del texto en su alejamiento del modelo del testimonio como pacto de verdad
con el mundo representado y predominio de la función referencial del lenguaje 5 . Sin
4. Diversos ejemplos de testimonios uruguayos de presos políticos podrían mencionarse en la postura
contraria. En la primera oleada testimonial, cuando Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro
publiquen Memorias del calabozo en 1988, la cercanía en el tiempo de la puesta en libertad de los presos no
amedrentó que esta desgrabación a dos voces nombrara a los grandes responsables de la represión ; algunos
capítulos se titulan : “Gavazzo nos comunica la condena a muerte” ; “El General Gregorio Álvarez en los
calabozos” ; “Queirolo : queso y dulce”. Este primer empuje de lo testimonial, marcado por la imperiosa
búsqueda de justicia, “fue aplastado por el resultado del plebiscito” (Blixen, 2009 : 1). Casi veinte años más
tarde, en otra etapa en la que el discurso testimonial vuelva a cobrar impulso, otros textos continuarán con
el propósito de denunciar los nombres de los militares que buscaron denigrar el diario vivir de los presos.
Tomo el ejemplo de El hombre numerado (2007) de Marcelo Estefanell. Quizá estos nombres no en todos
los casos se encuentren en la primera plana de la Historia reciente, pero sí en las vivencias que muchos
presos tuvieron con el funcionamiento del aparato militar : Estefanell destina por ejemplo tres capítulos a
la figura del sargento Wenceslao Bueno, encargado del segundo piso del Penal de Libertad, quien no hacía
“justicia a su apellido” (Estefanell, 2007 : 79).
5. Recurro nuevamente a uno de los textos fundacionales de la literatura carcelaria de la posdictadura,
como es Memorias del calabozo de Rosencof y Fernández Huidobro. Sus autores expresan en la intro-
ducción : “Decidimos no hacer “literatura” con la grabación. Retocar solo lo imprescindible para eliminar
superfluidades y hacer inteligible el lenguaje hablado al ponerlo por escrito. Mantener, en lo posible, las
virtudes y aun los defectos de toda recordación espontánea. Otra cosa podría, a nuestro juicio, ser irres-
petuosa para con el sufrimiento de tantos” (Rosencof /Fernández Huidobro, 1988 : 12). Podrían también
mencionarse ejemplos pertenecientes a nuevos contextos en los que el discurso testimonial cobró empuje.
En 2010 Roberto Caballero escribe en la introducción a sus testimonios –junto a los de Víctor Braccini– la
responsabilidad que le acarrea “narrar hechos reales, escribirlos y revivirlos” (Caballero/Braccini, 2010 : 5).
Asimismo Gualberto Trelles Merino afirma en el primer capítulo de Libertad, a propósito de su experiencia
102 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
tener del todo claro el rumbo a seguir, el camino más profesional parecía ser el del
ensayo y la ficción permeada de política. Expresa en una entrevista :
“Yo no quería hacer un testimonio, por eso me pasé catorce años, desde
que salí de la cárcel, sin escribir sobre eso, porque no encontraba la forma
de escribirlo.” (Liscano, 2013 : 22.)
La figura del capitán torturador que lo tuvo a su cargo ocupa capítulos enteros pero
no hay nombres :
En todo caso la ocasión de que su descripción pudiera tener ecos referenciales solo res-
tringe las posibles correspondencias al lector-compañero, no aquel con actitud cómplice
dispuesto a comparecer junto al preso en sus sufrimientos a través de la experiencia
estética sino solo al buen conocedor de similares experiencias de vida :
“Mi capitán tiene unos años más que yo, quizá treinta. Es un poco gordo,
más bajo que yo, taciturno, de voz gruesa. Fuma todo el tiempo. A veces
me da un cigarrillo.” (Liscano, 2001 : 80.)
Sabido es que la literatura carcelaria propone cruces con la ficción cuando sus autores,
mediados por el discurso de la memoria, se encuentran en condiciones de distanciarse
y elaborar literariamente su experiencia. El furgón de los locos se ubica en los inicios
del siglo XXI, cuando los cambios en la mirada del género testimonial uruguayo mos-
traron una mayor conciencia en el uso del lenguaje y cuando la escritura “desconfía de
la inocencia de la referencialidad sin negarla” (Blixen, 2010 : 6), inocencia que había
predominado en la primera etapa. Para los presos, jugar con las barreras que rom-
pieran los límites de la ficción y la no ficción había supuesto un pasaje anterior por
la etapa del testimonio atento a denunciar la verdad de los hechos (Alzugarat, 2009).
Alberto Giordano (2008 : 28) propone la escritura confesional –querer-ser-sincero-
consigo-mismo– como antesala de lo que luego significará la cultura de la intimidad
7. Las secciones 34-38 de la primera parte de Escritor indolente, que tratan el tema de la tortura, fueron
originalmente un texto independiente, preparado para el Coloquio Écrire la guerre, écrire le conflict que
se desarrolló en la Universidad de Lille en octubre de 2012. Se titulaba “El relato de la tortura es parte de
la tortura”.
8. La hipótesis de que los comentarios de Blixen sobre El furgón de los locos tuvieron incidencia en la
reflexión posterior de Liscano se apoya también en otros ejemplos. Blixen afirma : “La primera persona que
cuenta lo sucedido integra a su voz la de los torturadores. No hay en el texto discurso directo propiamente
dicho (un diálogo en el que las palabras de uno y otro aparezcan claramente diferenciadas). Eligió crear
un relato en primera persona desde la que surge la voz del torturador. Por esta elección, quien narra hace
ver al lector que la voz de ese otro que lo ha torturado está dentro de sí, forma parte de su vida, de su
historia y de su lenguaje” (Blixen, 2009 : 5). En Escritor indolente, Liscano dirá : “Lo que uno cuente será
continuación de la tortura. Es una historia de dos contada por una sola voz, pero la voz que no cuenta está
agazapada en la voz del que sí cuenta. El torturador quiere hacer hablar al torturado para que nunca más
pueda hablar de la tortura. Cuando lo cuente, el torturador estará presente en la historia que el torturado
cuenta” (Liscano, 2014 : 52). Agradezco a Liscano y a Blixen la posibilidad de trabajar con esta conferencia
que se mantiene inédita.
104 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
como espectáculo propia del siglo XXI. El proceso del testimonio parece tener su cor-
relato en el Uruguay : una primera etapa que busca querer-ser-sincero-con-los-demás
–porque se denuncia que esto, que indirectamente nos incumbe a todos, ocurrió porque
me pasó a mí– y una etapa posterior –que podríamos llamar testimonios de escri-
tores– en los que, sin abandonarse la referencialidad de base, tanto la opacidad del
lenguaje como la reflexión a propósito del acto de recordar promueven un acerca-
miento a la ficción que termina interrogando el pacto de lectura propuesto por los
primeros testimonios.
Dos prólogos en los que participa Liscano años más tarde de la publicación de El
furgón de los locos demuestran su diálogo con los procesos de elaboración del dis-
curso testimonial en el Uruguay. El primero, escrito para Batallas de una guerra
perdida (2005), de su amigo y excompañero de prisión, Rodolfo Wolf 9 . Aunque al-
gunos nombres fueron cambiados, lo cierto es que las historias de Wolf se proponen,
según Liscano, “Contar hechos que realmente ocurrieron” (Liscano, 2005 : 7). Pero
se niega a catalogarlas como crónicas o testimonios, y en cambio fuerza su entrada
a la categoría de ficción –de literatura– : pareciera ser la manera de afirmar el valor
artístico de los relatos, la condición de escritor y no de mero cronista de Wolf. Que
los relatos sean ficción posibilita rescatarlos, y rescatar también El furgón de los lo-
cos como texto que involucra objetivos que van más allá de proponerse “decir cosas,
contar hechos que realmente ocurrieron”. El comentario final del prólogo se acerca al
conjunto de escrituras del yo de Liscano que proponen reflexionar sobre el proceso de
construcción de la voz textual en diálogo con ese otro de carne y hueso que escribe ;
la cita confluye con la elaboración por esos años de El escritor y el otro (2007) :
“Este es el primer libro de Rodolfo Wolf. Tengo para mí que quien escribe
es que quiere ser otro, sin dejar de ser el que siempre ha sido. Wolf, ahora,
entra oficialmente al territorio de la literatura. Bienvenido a la experiencia
de ser dos, que no tiene por qué ser difícil, pero a veces es terrible” (Liscano,
2005 : 9.)
haber salido en libertad los presos enfrentan el desafío de narrar para sanar y olvidar.
Para ello, el lenguaje y sus posibilidades creativas y ficcionales, la literatura como fin
en sí mismo y no solo como medio de denuncia :
“Las palabras nunca son inocentes. Por eso tampoco se recuerda en modo
inocente. El pasado se mueve. La serie puede organizarse de diferentes
modos, ¿cuál es la real, cómo fue lo que fue ?” (op. cit., pág. 8 10 .)
Casi todos los textos posteriores reescribirán a su manera, según las circunstancias, la
reflexión de aquellos años, que a su vez reelabora y fija el proceso iniciado a comienzos
de los ochenta en la propia prisión durante la escritura del “Diario de la cárcel” : nada
más que para referirme a los títulos más significativos menciono El escritor y el otro
(2007), “Del caos a la literatura” (2007), Lector salteado (2015), Escritor indolente
(2014).
Desde la escritura del pasado carcelario Carlos Liscano construye su identidad como
creador. El furgón de los locos inaugura dentro de su literatura una línea en la que el
testimonio deviene en un proceso de ficcionalización que es producto de una conciencia
del lenguaje como mundo autónomo pero que al mismo tiempo se resiste a no tensionar
los propios alcances de su autonomía. Realidad y ficción. El escritor y el otro. Como
resultado, la ambigüedad en los protocolos de la lectura que debemos atender. La
contratapa a su primera edición expresa : “Texto intenso como una novela, real como
un testimonio, intenso y real como la vida misma.” (Planeta, 2001.) En un artículo
de ese mismo año Hebert Benítez escribía : “Lo que se rescata de la cita es la señal
del como, que no termina de decidir de qué se trata.” (Benítez Pezzolano, 2001 : 5.)
No obstante, lo medular no se sitúa en la dicotomía ficcionalización/no ficcionali-
zación sino en lo que refiere al problema de la valoración estética. El caso de los
trabajos titulados Memoria para armar y el lugar de relevancia que adquirieron en
el discurso testimonial uruguayo de la posdictadura como fenómeno colectivo servirá
10. La preferencia de Liscano por un testimonio en el que predomine el discurso de la subjetividad
se confirma cuando le enviara en 2007 sus apreciaciones a Marcelo Estefanell a propósito de su reciente
publicación de El hombre numerado, libro sobre la vida de los presos en el Penal de Libertad y en el cual
predomina claramente lo narrativo-anecdótico sobre el espacio subjetivo –tal es así que su propio autor
lo define en varias oportunidades como un conjunto de “crónicas” (Estefanell, 2007)–. Escribía Liscano a
Estefanell : “Sobre el final, cuanto más personal se vuelve el libro, más me gustó.” Agradezco a Estefanell
el envío de dicha información.
106 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
para argumentar esta línea de análisis. En el prólogo del primer tomo se explica el
proyecto por parte del Taller de Género y Memoria ex-Presas Políticas de “recoger
testimonios, reales o ficcionados, de todas las mujeres que vivieron la dictadura uru-
guaya en cualquiera de las situaciones posibles” (el subrayado es mío). La naturaleza
de la convocatoria impedía que los criterios fueran estéticos a la hora de la elección
de los textos a publicar ; los integrantes de la comisión encargados de seleccionarlos
aclaraban :
“Esto no es un concurso, claro. Se dice fácil, pero fue muy difícil elegir los
textos para este primer tomo, porque todas las historias valen lo mismo,
todas llevan la carga de una experiencia vivida y superada con coraje.”
(Sapriza, Peyrou, Garrido, Achugar, 2001 : 12.)
Quizá la clave esté entonces en atender las diferencias entre los dos polos que, desde
hace ya mucho tiempo, se plantea el problema de la valoración estética : la creación
como acto desinteresado o el propósito interesado que supone la creación ; la kantiana
finalidad sin fin o el valor instrumental de toda obra. La literatura de Carlos Lis-
cano, podría decirse que incluso en aquellos textos que proponen un pacto de lectura
tendiente hacia la no ficción –el conjunto de escrituras del yo 11 – pareciera querer
responder a una concepción de la literatura siempre más atenta a sí misma que al
mundo. Porque si en el plano de los propósitos sociales y políticos todas las histo-
rias de los presos valen lo mismo –porque reanudan el deber con el pasado y con el
futuro– el escritor, que no es un elegido para Liscano pero sí un ser perseverante y
comprometido hasta el cansancio con la tarea que se ha propuesto, solo el escritor,
testimonia como “profesional de la palabra”. Y El furgón de los locos debe responder
a la obra de un escritor.
2
En El furgón de los locos la retórica de la memoria se impone sobre la escritura de
los recuerdos, siguiendo la terminología propuesta por Alberto Giordano (2006). Es
decir, el despliegue de estrategias para una autofiguración del yo en el presente que se
apropie del pasado predomina sobre la exploración problemática del mismo. Esto es :
dicho pasado, a pesar de su naturaleza traumática, no logra narrativamente inquietar
ni desestabilizar el presente del yo.
En Liscano la revisión de la vida como proceso de autoconciencia parte de la elección
de ciertos recuerdos que asientan las características tempranas de un yo que más
adelante elegirá hacerse escritor estando preso 12 . A Liscano le interesa señalar que el
niño que aprendió a leer la hora, en una sala de espera mientras su hermana nacía, es
11. Sobre este punto ver Oficio de escritor. Las escrituras del yo en la obra de Carlos Liscano (2014).
12. No atañe mayormente a nuestro enfoque la asunción de perspectivas psicoanalíticas que puedan
establecer las relaciones entre lo dicho y lo no dicho con arreglo a una teoría del inconsciente. Si desde el
proyecto de escritura del autor la actividad de relatar los recuerdos implica necesariamente la selección y
representación de ciertos sucesos y no de otros, esto no afirma ni niega de mi parte que haya habido en
todos los casos un propósito consciente y razonado en el tratamiento de los recuerdos por parte de Liscano.
No obstante, el trabajo crítico con el texto literario y sus referentes apunta a desmantelar la construcción
del yo autobiográfico elegida como la única posible.
Gabriela Sosa San Martín 107
“Por aquel entonces, con poco más de treinta años, me hice el propósito
de siempre intentar conducir mi vida. O, dicho más ajustadamente, de no
permitir que otros condujeran mi vida.” (Liscano, 2011 : 148.)
Formas de autoafirmación y de resistencia a una realidad que, durante casi trece años,
impidió que el preso pudiera decidir sobre cuestiones tan básicas de su existencia como
la hora de comer o si deseaba prender o apagar la luz de su celda.
La apropiación del pasado incluso se logra considerando la tortura como experiencia
inenarrable. En concordancia con la reflexión de Primo Levi en Si esto es un hombre
(1958) –autor de quien Liscano habla con admiración– refiere lo inefable de dicha
experiencia, aquello que no puede verbalizarse en su esencia. Afirma : “El único relato
posible de la tortura, si existiera, sería inconexo, hecho de frases sueltas, fragmentario,
con un lenguaje sucio, cargado de gritos y silencios.” (Liscano, 2014 : 52.) No es ese
el camino que elige para construir narrativamente El furgón de los locos. En lugar de
permitirse que el espacio de la escritura abra una revelación que inquiete y desestabi-
lice el presente –quizá el trauma de la tortura y el encierro no se lo permiten– Liscano
opta –o la estrategia de elaboración de lo vivido no le permite más que optar por–
recuerdos precisos y nunca titubeantes, incluso cuando lo narrado incursiona en las
más crueles de las experiencias 16 . “Hay un desborde de lo narrado que el discurso del
narrador niega. Es por esto un texto tenso.” (Blixen, 2009 : 4.) Tensión por tratar un
tema íntimo e inconfesable con un lenguaje que se propone mucho más como certeza
que como búsqueda. El yo asume discursivamente la tortura, a pesar de su naturaleza
13. Me refiero a las secciones 2 y 3 de la primera parte de El furgón de los locos, titulada “Dos urnas
en un auto”. Liscano relata las circunstancias del nacimiento de su hermana menor adoptando el punto de
vista del niño que queda solo en la sala de espera del hospital con apenas siete años, y que aprovecha esas
circunstancias para aprender la hora con el reloj de la sala.
14. Salvando las distancias, cuando Liscano es removido abruptamente de su cargo de director de la
Biblioteca Nacional, a comienzos de mayo de 2015, escribirá en su cuenta de Facebook : “Cuando en 2010
asumí el cargo dije que solamente podía prometer que soy trabajador y disciplinado. Puse todo lo que
sé, todo mi tiempo y todas mis energías en cumplir con lo prometido” (6 de mayo, 14 :01). He aquí las
fortalezas que reconoce de sí mismo, en todos los órdenes.
15. “A los cinco minutos me dejan despedir de mi padre con un abrazo. Me llevan de nuevo a la celda y
le cuento al Cholo lo poco que sé de lo que ocurrió. [. . . ] Le digo al Cholo que tenemos que continuar con
la lección de ese día. Me dice que por él no, que podemos tomarnos libre. Insisto en que la lección tiene
que seguir adelante, porque eso es lo acordado” (Liscano, 2001 : 24-25).
16. Responde Liscano a una entrevistadora psicoanalista : “Yo nunca me he psicoanalizado. [. . . ] Mis
temores son que si veo a un psicoanalista luego deje de funcionar” (Liscano, 2011 : 4).
108 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
La hipótesis que manejamos, la que afirma que en El furgón de los locos predomina una
retórica de la memoria, matiza en algún punto la perspectiva manejada por Roberto
Ferro quien, a partir de la observación del uso de los tiempos verbales en el texto –un
predominio del presente en las dos primeras secciones– plantea que :
“La vida como unidad inteligible no aparece como algo dado [. . . ]. Hay in-
numerables secuencias narrativas de vidas posibles, cada una de las cuales
puede aspirar a un modo de representatividad que la instala como la ver-
dadera.” (Ferro, 2013 : 132-133.)
“Las escrituras del yo irán ocupando cada vez un espacio de mayor im-
portancia en lo que refiere a la valoración de sí como escritor. El manejo
solvente de la técnica, de la palabra, el reconocimiento social del oficio
al que dedicó su vida –hacer literatura, pues– lo irán alentando a expe-
rimentar con mayor audacia en los límites en que siempre se mueve la
autoficción.” (Sosa San Martín, 2014 : 34.)
¿Qué trayectoria de valoración recorre El furgón de los locos al ser uno de los textos
inaugurales de la autorreferencialidad del yo, y al incursionar en ese género cercano
al testimonio que parece imponer un deber de memoria 20 ? Liscano parece tener una
relación compleja con los propósitos que guiaron su elaboración. Por momentos lo
entiende como “mi declaración o estriptís 21 ” ; en otros –las más de las veces– confirma
su condición literaria al afirmar, como en Lector salteado, que lo referido en el 2001 es
verdadero pero está “organizado literariamente”. Lo cierto es que querrá incorporar
a su literatura la experiencia carcelaria de manera explícita cuando considere que el
relato no es mero testimonio de escritor circunstancial ; cuando crea que la historia
sobre la cárcel puede tener valor literario por sus juegos temporales, su compleja
construcción del yo ; cuando la narración también se transforme en ensayo. Todo eso es
El furgón de los locos, aunque en un principio –solo en un principio– con la inseguridad
18. En una nota a La mansión del tirano Liscano aclara por qué llamó “M” al personaje : “No podía
usar ningún nombre propio que los militares pudieran intentar identificar con algún compañero. De ahí
Hans y ahora M” (Liscano, 2011 : 67).
19. Uno de sus últimos trabajos, El trabajo de recontar, supone por parte del autor una puesta en
práctica de lo que él ha dado en llamar “escritura creativa” : el ejercicio de demostrar que la escritura
puede sostenerse sin necesidad de contar una historia tradicional. Para ello los elementos narrativos que se
desarrollan, trabajados con humor –los personajes situados en el espacio de Porquerizas y los hechos que
a estos le ocurren– son permanentemente subvertidos : a partir de presentaciones de personajes que luego
nunca son protagonistas de una historia ; a partir de juegos de lenguaje que detienen la atención en el cómo
y no en el qué –como la deconstrucción de un término y sus fugas de sentido, desde el desmenuzamiento
de la definición del diccionario– ; a partir de la reescritura de los mismos motivos ; de juegos intertextuales
con otras obras de Liscano.
20. Utilizo la expresión de Carina Blixen, quien desde la lectura de Paul Ricoeur, retoma la expresión de
Primo Levi para cuestionar su posición –con ese título se publicó una famosa entrevista que le hicieran al
sobreviviente de Auschwitz en 1983–. Expresa Blixen : “La frase acuñada como una consigna de resistencia
ante un olvido impuesto desde el poder : ‘deber de memoria’, encierra una contradicción. En su libro
La memoria, la historia, el olvido Paul Ricœur se asombra de la ‘paradoja gramatical que constituye la
intimación a acordarse. ¿Cómo es posible decir tú te acordarás, por lo tanto, harás conocer en el futuro esta
memoria que se da como guardián del pasado ? Más concretamente : ¿cómo se puede permitir decir debes
acordarte, por lo tanto, debes enunciar la memoria en modo imperativo, cuando corresponde al recuerdo
poder surgir como una evocación espontánea. . . ?’ ”
21. Correo electrónico del autor, que me envió el 29 de setiembre de 2010.
110 El furgón de los locos o de la incomodidad del testimonio
de quien transita por formas nuevas de escritura y no puede aun evaluar su ingreso
a la obra de un escritor. El momento de su publicación supondrá para Liscano una
gran incertidumbre respecto del valor que pueda tener este texto al considerarlo en los
márgenes de la ficción ;tal es así que se incluye la justificación de por qué escribirlo :
“Pasarán veintisiete años antes de que encuentre una voz que pueda hablar
de los viejos tiempos. Un día la voz entenderá que la relación entre el in-
dividuo aislado y las palabras tiene suficiente jerarquía, e interés literario,
como para ser contada, y escribiré ‘El lenguaje de la soledad’, y creeré que
eso es todo lo que soy capaz de decir.
La retórica del recuerdo conocerá sus límites cuando Liscano constate que ese movi-
miento realizado en El furgón de los locos hacia la exteriorización del espacio de lo
íntimo lo revela más allá de lo deseado. A medida que transcurren los años, el escritor
ha resuelto hacer literatura de su propia vida, y aunque reflexione acerca de los ries-
gos que pueda tener el manejo público de lo privado, eso no impide que igualmente
opte por la vía de la exposición. ¿Pero cuál es el límite ? Liscano cuenta en Escritor
indolente el episodio en el cual debió irse de una conferencia sobre El furgón de los
locos al no tolerar que se hablara de sí, de sus padres, de sus experiencias. Días más
tarde escribirá sobre el incidente :
“Nunca más asistiré a algo que tenga que ver con El furgón. Hice mi
declaración o estriptís en el libro y no puedo más.[. . . ] todo el mundo
tiene derecho a opinar sobre el libro. Pero yo no tengo la obligación de
escucharlo 22 .”
Por qué entonces la necesidad de volver una y otra vez a las heridas del pasado. En
el prólogo a Oblivion de Edda Fabbri Liscano expresaba :
“Ir hasta donde están los recuerdos, ver cómo son y ponerlos en palabras.
Para así crear el olvido. El olvido no es la falta de memoria : son los re-
cuerdos que se fueron a su sitio, el país del olvido, organizado en palabras.
Lo contrario de la palabra no es el silencio : es el vacío.” (Liscano, 2012 :
7.)
culmina así : “Edda : tu libro me ayuda a organizar los recuerdos. Que me ayude a
olvidarlos.” (Op. cit., pág. 10.) Sin querer queriendo olvidar.
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P edro
Paradojas del ser para la escritura :
Carlos Liscano en su laberinto
Con un gesto a menudo reiterado en su obra, el uruguayo asume una suerte de filiación
literaria, inserta sus pasos y su letra en una matriz magistral, reclama a su manera el
parentesco con los consagrados cuyas lecturas lo han formado y reivindica la vocación
mimética de una escritura que es propia y no, entendida más bien como variaciones
en torno a otros textos, ecos y reescrituras, que como creaciones propiamente dichas :
“El inventado escribe para sus maestros [. . . ] El inventado no quiere ser original, sino
que se reconozca en su trabajo el parecido con los que sí han sido originales.” 3 Como
1. Jorge Luis Borges, “Borges y yo”, en El Hacedor, Buenos Aires, Emecé, 1977.
2. Carlos Liscano, El escritor y el otro, Montevideo, Ed. Planeta, 2007, p. 44.
3. Carlos Liscano, ibid, p. 62.
114 Paradojas del ser para la escritura. . .
4. Carlos Liscano en la entrevista realizada por Pascal Jourdana con el escritor y su traductor,
Jean-Marie Saint Lu, en Le Magazine littéraire, www.magazine-litteraire.com/actualite/entretien/carlos-
liscano-ecrivain-est-invention-04-09-2013-80577 : “Yo no tenía ninguna historia para contar durante mi
cautiverio, por lo tanto reescribí los libros que había leído.” (Traducción nuestra.)
5. “Al cabo de ocho años de prisión comencé a escribir y mi vida cambió para siempre. Hay que entender
que alguien como yo no tenía legitimidad para tomarse por un escritor. Sin embargo, es lo que hice.” (Ibid.,
traducción nuestra.)
María A. Semilla Durán 115
el deseo a la duda- no solo provoca la disociación del pensar y el escribir, sino que
sitúa a ambos : el escritor y la persona, en la senda de una búsqueda que podríamos
comparar con la tensión mística, cuyo objeto es a la vez la escritura y la vida, ambas
esquivas :
Solo que en este caso no hay objeto divino, y que el desasimiento propio del abismarse
de sí en lo deseado no parece ser consentido, sino impuesto. Como si quien dice “yo”
en este caso –y no siempre el “yo” alude al mismo término de la dualidad– resistiese
aquella fatalidad de la escritura ya señalada por Michel Foucault, y que se muestra a
la vez como entrega y como alienación :
Una vez más emerge la tensión propia a la paradoja : “perseguir un objeto inmóvil que
no se deja alcanzar” es una construcción que anula el tiempo y el movimiento, es decir,
la vida. La contemplación no lleva a la beatitud, sino al despojo y la suspensión, y es
el escritor, creado por el yo, quien opera en ambos planos para hacerlo desaparecer :
ni escribe, ni deja vivir. A la vez sublimación de sí y entidad salvadora, el escritor
funciona como el enemigo de la vida y el dador de literatura ; y la escritura como
instancia sacrificial a la vez mortífera y redentora :
luminoso del lenguaje donde todo bulle, donde está la locura [. . . ] Escribir debería ser
un camino para llegar a la contemplación luminosa, y así no escribir nunca más.” 14
La paradoja propia de la aspiración mística opera en toda su intensidad : si la obra
(entendida como cuerpo místico deseado) pudiese alcanzarse, mataría a la escritura.
Recordemos las palabras de Gérard Pommier : “Deseamos aquello que, de ir hasta el
extremo de su impulso, anularía al deseo mismo”. 15
Pero sin escritura no hay sentido, y sin sentido no hay vida. Es por ello que la bús-
queda, exceptuando algunos momentos puntuales de plenitud, tan fugaces como ir-
repetibles, se convierte en una especie de tormento de Sísifo, en el que el eterno
recomenzar anticipa el fracaso eterno. En esa dialéctica se inscriben el sufrimiento, la
impotencia, la atracción de la muerte, en oposición agónica con el deseo de vivir libe-
rado del tormento, de recuperar la simplicidad perdida del inventor, de resistir siendo.
La paradoja deviene aporía, la tensión se agudiza hasta el límite de la ruptura, y al
impulso menguado pero siempre presente de vivir : “Aunque no se llegue a ella [la
contemplación luminosa], algún día hay que parar, dejar las palabras en su sitio, no
escribir sobre la vida, dedicarse a vivir de verdad 16 ”, alterna con la tentación de de-
jarse ir, que emerge como un eco pudoroso en las últimas palabras de los capítulos 42 y
43 : “Esta noche, y tantas de los últimos años, vuelvo a sentir que ya es hora de dejar
de escribir 17 .” Y luego : “En una noche como esta me gustaría morir 18 .” La fantasía,
recurrente, del suicidio, podría entenderse en este caso de confrontación conflictiva
con el otro que soy yo, a la manera de Daniel Sibony, como “un meurtre de l’Autre en
soi 19 ”, a la vez castigo y renunciamiento. La imagen, a menudo utilizada por Liscano,
de la literatura como una cárcel, como una trampa de la que es imposible escapar,
o como una condena a la que el inventado somete a su inventor, podría compararse
incluso con ciertas formas de la adicción, en la medida en que parece responder a la
dinámica de “fuir la douleur dans une puissance qui a pour effet la douleur 20 ”. El
vacío del mundo debe ser llenado por la potencia de la literatura, pero la potencia de
la literatura mengua, y sin ella no hay mundo. El dolor de la desposesión es también el
de la ausencia de sentido, el de una palabra que se ha vuelto impotente por esquiva. El
objeto de deseo es a la vez el instrumento de la propia destrucción, y es en ese círculo
cerrado de sometimiento a un mandato oscuro e indispensable donde se entrecruzan
el placer y la muerte.
En el impulso místico hacia lo sagrado, la plenitud del encuentro con lo divino a la que
se aspira es, en sí, garantía de trascendencia : el ser sale de sí para excederse y volverse
uno con el objeto de su deseo. En el caso de la ardua búsqueda de la obra –de un estilo–
el escritor se vuelve hacia sí mismo, su exploración es antes que nada introspectiva
–la literatura como camino de autoconocimiento–, y la única trascendencia a la que
se podría pretender no es la de la fama póstuma, sino la del reconocimiento de la
14. Carlos Liscano, op. cit., p. 72. Para Gérard Pommier, ¿Qué es lo “real” ? Ensayo psicoanalítico,
Nueva Visión, Buenos Aires, 2004, p. 43.
15. Ibid.
16. Carlos Liscano, idem. El subrayado es nuestro.
17. Carlos Liscano, op. cit., p. 72.
18. Carlos Liscano, ibid, p. 73.
19. Daniel Sibony, Perversions. Dialogues sur des folies « actuelles », Paris, Points Seuil, 2000, p. 299.
20. Daniel Sibony, op. cit., p. 143.
120 Paradojas del ser para la escritura. . .
Porque yo soy lo que escribo y no soy nada más que eso. Y como lo que
escribo es lo que es, entonces no soy nada. Extranjero de mí mismo, yo no
debería existir. Es el momento en que desearía ser otro, que tantas veces
he tratado de escribir. No ser yo, ser otro. 23
en aras del inventado, y ahora sólo pueden apuntar como ficciones – es decir, como
criaturas de la criatura. El engranaje vuelve a funcionar, el drama de la autoreferencia
traza su círculo ciego, pero la literatura construye conciencia del lenguaje, y es en el
lenguaje donde el milagro se produce :
Buscar la letra que diga lo que se quiere decir equivale a buscarse a sí mismo en la
letra, o quizás a hacerse en y por ella. En el origen, la literatura era una plenitud
a alcanzar, así como un espacio imaginario capaz de sustraerlo del infierno de la
prisión y convertirse en un gesto obstinado de supervivencia. La creación del escritor,
entonces, equivalía a la creación regeneradora del yo privado de sus vidas posibles,
la apertura de un horizonte infinito de expectativas. Pero también la imposición de
un esfuerzo sobrehumano : la propia existencia dependía de que el invento se volviese
realidad. La libertad viene a ser, así, un espacio de absoluta coacción. La supremacía
del escritor, finalmente encarnado en una obra que lleva su nombre, invierte la relación
de fuerzas y cancela en parte las expectativas iniciales : ahora el criterio de realidad lo
determina el personaje ficticio, y la vida del escritor encerrado en su laborioso intento
de seguir siendo no sólo absorbe la energía vital, sino que aniquila toda existencia que
la desborde. En ese juego especular que refleja al dominador y sustrae al dominado,
cabe la pregunta que sintetiza la apuesta esencial de la(s) creación(es) : “¿Quién piensa
esto, yo, el narrador de la novela o el personaje 26 ?”
No es casual, por otra parte, que la formulación de esa relación conflictiva entre
las diversas facetas y funciones del yo, entre las diversas identidades que asume o se
atribuye, varíe de la pareja inventor/inventado a la de sirviente/escritor, infinitamente
más dolorosa y menos gratificante, que da cuenta minuciosamente de las condiciones
de cohabitación de ambos personajes en un mismo cuerpo, en términos que podrían
compararse, desde el punto de vista de su interrelación dialéctica, con aquellos que
describían el cuerpo a cuerpo que caracteriza la relación torturador/torturado en El
furgón de los locos o en el capítulo 38 de El escritor y el otro. Se trata también,
aunque en una dimensión otra, de cautiverio, de entrega y de resistencia ; se trata de
servidumbre física y de voluntades enfrentadas, de miserias y debilidades secretas, de
palabras que no se pueden decir, de materias maleables y dolorosas. Y así como no
hay palabra verdadera que pueda intercambiarse entre el torturador y el torturado,
25. Carlos Liscano, ibid., p. 87.
26. Carlos Liscano, El escritor y el otro, op. cit., p. 28.
122 Paradojas del ser para la escritura. . .
“no hay diálogo posible entre el inventado y el otro 27 ”. En ambos casos la apuesta es
la libertad, la libertad interior, la posibilidad de sostener una elección, la más difícil,
la más extrema : no hablar en un caso, escribir en el otro. La batalla moral de la
tortura la gana el prisionero que se calla, y trasciende así su condición sufriente, su
miseria física. La batalla de la escritura la gana el escritor cuando la letra adviene,
porque sólo él puede producir la iluminación, la herida ardiente de la lucidez, a pesar
de todas las servidumbres del cuerpo y las banalidades de lo cotidiano. No hay luz
posible en el pozo de la tortura, hay destellos fugaces pero quizás suficientes en el
pozo de la escritura. Dos encierros, dos apuestas radicales a la libertad.
A medida que “le vertige du manque” del que habla Sibony se acentúa, los términos
de la relación con el otro se tensan. La última formulación, quizás por ser extrema,
provee la clave que permite, gracias a una operación resiliente, salir de la paradoja.
Nos referimos a la figuración del cultivador de la nada, introducida a través de la
transcripción de un texto en el texto, intitulado “Vencer el tiempo” e identificado en
su especificidad por el uso de las cursivas a través de las cuales se hace efectiva la auto-
citación. Esa intrusión de una escritura practicada fuera del texto y que es también
intrusión de un tiempo otro, constituye un dispositivo de distanciación no sólo por
el juego de mediaciones –y con ello está dando lugar a la reflexión metaliteraria–
sino también por la utilización de una tercera persona que externaliza el conflicto
interior, lo objetiva y lo teatraliza. Pero que además juega permanentemente, a través
de un diálogo imaginario, con la ambigüedad entre el yo y el otro, su confusión o su
especularidad :
del adentro, entre la conciencia de la nada que acecha y el sentido de la búsqueda que
salva. Para que, en definitiva, surja como en una epifanía esa palabra : “Habría que
encontrar la palabra no dicha, la que nombra la pequeña cosa propia, alma pequeña,
trocito de infinito, nadita que no permanecerá : la suya 40 .”
No es el fin de las paradojas, es un estadio más del infinito camino de perfección de
un místico que tiene una sola fe : la de la literatura, y que la profesa tanto más cuanto
más descree de ella.
Sólo que lo que Liscano busca también, más allá de la letra o quizás, inducida por ella,
es la lucidez, la fisura crítica que rompe el sistema autorreferencial, las bifurcaciones
del texto que permiten “salir del juego” de la narración para teorizar lo narrado. La
ironía es la forma que asume la primera, la metaliteratura el camino al que conducen
las últimas. Dos fisuras que se suman a las mediaciones en acto, para poner en cues-
tión la autorepresentación por un lado, el texto que representa por otro. Como si la
impotencia para el ejercicio de narrar fuese el precio a pagar para afirmar la conciencia
de la escritura, y el gesto reflexivo la posibilidad, salvadora, de seguir practicándola.
La tensión entre la historia que no llega –el no saber/poder crear una trama ficticia,
romanesca- y la Historia–la necesidad de dar testimonio por la escritura –aparece así
como el eje de una doble paradoja : la del escritor que no escribe sobre la vida sino
sobre la escritura ; la del testigo para quien, luego de haber testimoniado sobre el
horror, las rutinas cotidianas están vacías de palabras.
Contra ese vacío se insurge la escritura, aunque el sentido sea esquivo y la muerte
cercana.
Antoine Ventura
Université Bordeaux Montaigne, France
En dos artículos, que forman parte de una colección de estudios acerca de los autores
“raros uruguayos”, Carina Blixen y Norah Giraldi Dei Cas aluden a la obra de Carlos
Liscano como a la de un “raro 1 ”. El mismo autor, en El escritor y el otro, se aplica este
calificativo de manera indirecta, diciendo que es “un raro por necesidad” (160) 2 . En
ese sentido se puede entender el análisis de Fernando Aínsa, para quien la literatura
de fin de siglo en Uruguay se deriva de la situación política de los años 1970-1980 y de
la influencia de Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández, lo que hubiera generado
una “mirada descreída” y una “postura deliberadamente ‘descolocada’ y marginal” en
“las fronteras de un realismo sesgado y oblicuo 3 ”.
La extrañeza puede ser una de las impresiones dominantes producidas por una obra
como El escritor y el otro. Se podría también pensar en La mansión del tirano,
Memorias de la guerra reciente, en La ciudad de todos los vientos, en varios cuentos,
en la versión narrativa o dramática de Mi familia, incluso en El furgón de los locos.
Podría tener que ver con lo que viene contado, los personajes, la representación de
la realidad, algo distorsionada, como en una pesadilla o un espejo deformante. Puede
también tener que ver con la forma de escribir y narrar, la abstracción del discurso, el
carácter a veces escueto o inexistente de la anécdota, los niveles metadiscursivos y la
puesta en abismo. La que se desprende de El escritor y el otro tiene que ver, por una
parte, con la dificultad de identificar el tipo o categoría de discurso del que se trata o,
para hablar en los términos pragmáticos del teórico Philippe Lejeune, cuál es el pacto
1. Carina Blixen. Variaciones sobre lo raro. Cuadernos Lírico, n° 5 “Raros uruguayos. Nuevas miradas”,
2010, p. 55-72. . Norah Giraldi Dei Cas. ¿Por qué raros ? Reflexiones sobre territorios literarios en devenir.
Cuadernos Lírico, n° 5, p. 29-53. En la red : http ://lirico.revues.org/394, páginas consultadas el 16 de
octubre de 2012.
2. Carlos Liscano. El escritor y el otro, Montevideo : Planeta, 2007. Para este libro, objeto del presente
ensayo, se indicarán las páginas donde aparecen los fragmentos citados de este modo, entre paréntesis.
3. Fernando Aínsa. Una narrativa desarticulada. Desde el sesgo oblicuo de la marginalidad. Entre lo
local y lo global. La narrativa latinoamericana en el cambio de siglo (1990-2006). Jesús Montoya Juárez,
Ángel Esteban (éds.). Madrid / Frankfurt am Main : Iberoamericana / Vervuert, 2008, 35-50, p. 35-37.
126 Hibridación autobiográfica e intención. . .
o contrato de lectura instaurado 4 . La extrañeza puede tener que ver, por otra parte,
con la orientación dada a su discurso por el autor, en particular las oscilaciones,
las reiteraciones y el tenor paradójico general que parece plenamente asumido. En
efecto, la relativa indecisión que manifiesta la voz autorial da al libro el aspecto
de una búsqueda en progreso que se va desarrollando sin que las consideraciones
siguientes deban borrar las anteriores, como si el autor hubiera querido mostrarse
tanteando, dudando en el mismo acto de dar a conocer quién es, qué hace y qué
piensa. Trataré de examinar y reflexionar sobre tres aspectos del libro : primero,
acerca de su dimensión autobiográfica ; luego, en torno a su tema principal, el ser
escritor ; por fin, intentaré interrogar lo que puede haber llevado el autor a plantearse
cuestionamientos existenciales y metafísicos 5 .
1 Lo autobiográfico
En el libro se ve aparecer una idea central que corresponde a una especie de ecuación :
para Carlos Liscano, la vida ha sido igual a la literatura. Esto implica y justifica el
hecho de que hablar de sí y de su propia vida, consista en hablar de la escritura y
de la literatura. Daniel Gil, en su presentación de El lenguaje de la soledad, señala
la probabilidad de esta ecuación y el propio autor ya había declarado la validez de
semejante ecuación en libros anteriores 6 .
Sin embargo, para llegar a esta sencilla ecuación, se puede tener la impresión de que
hubo que escribir todo el libro, como si el tema hubiera necesitado ser examinado a
fondo. Porque, a lo largo del proceso de escritura, se multiplican las interrogaciones
y las dudas.
Puede ser útil partir de las concepciones canónicas de la autobiografía para hacer
resaltar las principales especificidades de El escritor y el otro en este sentido, e ilustrar
su carácter híbrido 7 .
4. Philippe Lejeune. Le pacte autobiographique. París : Seuil, 1975 ; col. “Points”, 1996.
5. No pretendo sintetizar ni reflexionar sobre lo que se ha escrito acerca del concepto de intención.
Tomo la palabra en su sentido más común que es también el sentido que se le da, en primera instancia
por lo menos, en los estudios literarios y lingüísticos. Véase la síntesis que propone, en cuanto a literatura,
Antoine Compagnon (Le démon de la théorie, París : Seuil, 1998, p. 73-77 y p. 85-110 ; o El demonio de
la teoría. Barcelona : Acantilado, 2015) : “Notre conception du sens d’une oeuvre humaine comprend la
notion d’activité intentionnelle” (p. 108). Por supuesto, entre las tres intenciones descritas por Umberto Eco
(Les limites de l’interprétation. París : Grasset, 1992, p. 29-32), auctoris, operis y lectoris, privilegiaré
la segunda, sin renunciar a las otras dos y con el objeto de acercarme, interpretativamente, a la primera.
Véase también el artículo de John Searle (Le statut logique du discours de la fiction. Sens et expression :
études de théorie des actes de langage. París : Minuit, 1982, p. 101-119, p. 109 y p. 118-119), en cuanto
a la relación con la teoría de los actos de habla.
6. Daniel Gil. Carlos Liscano : la escritura y la vida. El lenguaje de la soledad. Carlos Liscano. Mon-
tevideo : Cal y Canto, 2000, p. 7-21, p. 7-8. Sin embargo, Liscano desmiente esta afirmación al introducir
el primer volumen de su antología Oficio de ventriloquia 1. Relatos 1981-2011 (Montevideo : Planeta,
2011), diciendo, “en estos treinta años la escritura (no la literatura) ha sido el centro de mi vida.” (p. 9)
Pero, en el libro pueden aparecer afirmaciones como esta : “También puede la literatura transformarse en
una reflexión sobre el acto de escribir” (El escritor y el otro, p. 121), así que la distinción entre la escritura
y la literatura no es tan radical como lo deja entender la primera cita. Esta idea de equivalencia entre
vida y literatura, también la va barajando Carina Blixen en su estudio (Palabras rigurosamente vigiladas.
Dictadura, lenguaje, literatura. La obra de Carlos Liscano. Montevideo : Ediciones del Caballo perdido,
2006), a lo largo de la segunda parte, en particular.
7. Lo presupone de antemano el análisis de Roberto Ferro (El escritor y el otro, de Carlos Liscano.
Un abismo tendido sobre un paisaje de médanos. Revista de la Biblioteca Nacional de Uruguay, n° 4-
5 “Escrituras del yo”, 2011, p. 275-284), para quien parece evidente que el libro mezcla hechos y ficción,
por eso hablará el crítico de “renuncia fingida” a la vida por parte del autor (p. 275).
Antoine Ventura 127
grafía, por el tenor no retrospectivo, sino inmediato, del primero 13 . La diferencia, por
consiguiente, es formal y no exactamente de contenido (es decir : temas relativos a la
vida personal, que son comunes al diario y a la autobiografía). Si se puede dudar de
la forma exacta, en el caso de El escritor y el otro, es porque las fechas no son muy
precisas, no son sistemáticas y no llegan desde el principio de cada fragmento, como
sucede muy metódicamente en “Diario de El informante 14 ”. En ese sentido, El escritor
y el otro parece ser una mezcla, a nivel formal, entre “Diario de El informante” y El
furgón de los locos.
El carácter híbrido resulta de la falta de continuidad de la dimensión autobiográfica
y, por consiguiente, de los demás ingredientes que vienen a alterar la dimensión au-
tobiográfica que tendría que dominar si se tratara de una autobiografía canónica. Sin
lugar a dudas, la autobiografía presenta una flexibilidad próxima a la de la novela
y hay ejemplos de dispositivos muy sorprendentes que sin embargo entran a formar
parte de la categoría 15 . Lo que es de notar es que la obra de Liscano es autobiográfica
y a la vez intenta ser otra cosa, que no es inmediatamente identificable, a no ser a
través del título que puede dar la impresión de que se va a tratar de un ensayo sobre
la creación literaria o la condición de escritor. En efecto, se podría decir que hay una
persistente tendencia digresiva a abandonar el terreno de lo personal para orientarse
hacia el de la especulación más o menos teórica 16 .
Rápidamente, en el segundo capítulo del libro, el lector se topa con una meditación
sobre la escritura, primero subjetiva, como lo sería un diario, y de inmediato más gene-
ralizadora hasta dar la impresión de transformarse en ensayo. Al “yo” de las primeras
formas verbales y pronominales sucede un “uno” y luego una impersonalidad mayor
todavía, de frases en las que los conceptos resultan personificados (p. 12 y 13). Lo
que hay es un vaivén entre discurso subjetivo y discurso generalizador, ya que el “yo”
vuelve a aparecer, luego a desaparecer detrás de personificaciones de conceptos, fór-
mulas sintácticas impersonales corrientes (“Hay que”, “uno”) y otra vez una parataxis
que vacía el discurso de su subjetividad explícita gracias (para el caso) a nominaliza-
ciones (“Obligación de”, “Demolición de”, p. 13) y se termina con una dominante de
pronombres “uno”, después de una que otra oración en segunda persona del singular,
como si el autor tuteara al lector y/o se dirigiera a sí mismo (“No te creas nada, y
si sospechás. . . ”, p. 13). Este deslizamiento de un discurso personal hacia algo más
abstracto es muy frecuente y caracteriza en gran medida el libro. A veces ni siquiera
hay deslizamiento sino de antemano una reflexión de orden general, dentro de la cual
irrumpe de vez en cuando alguna consideración personal o dato biográfico.
Así que a esa forma difusa de diario o confesión poco o nada situada en el tiempo
vivido (o fundamentalmente relacionada con el tiempo presente nombrado, el de la
13. Le Pacte autobiograhique, op. cit., p. 14 y Le Pacte autobiograhique 2 op. cit., p. 28.
14. Texto contenido en la recopilación El lenguaje de la soledad, op. cit.
15. Piénsese, por ejemplo, en el dispositivo infrecuente y sutil de Georges Perec en W ou le souvenir
d’enfance, con su alternancia de relato de ficción infantil reescrito y relato autobiográfico. Para más detalles,
véase Dominique Viart. “L’illusion biographique” ou Bourdieu après la bataille ? Bourdieu et la littérature.
Jean-Pierre Martin (éd.). Nantes : Editions Cécile Ledefaut, 2010, p. 207-235.
16. Selomar Claudio Borges (Performance autor-escritura en El escritor y el otro de Carlos Liscano.
Quinto Congreso Internacional de Literatura. Florianópolis : Universidade Federal de Santa Catarina,
2012, p. 511-517) señala la “incertidumbre” (p. 516) de lo que es El escritor y el otro, pero considera que
se trata de “escenificar el trabajo con la escritura” (p. 514), es decir “ficcionalizar” (p. 512).
Antoine Ventura 129
enunciación, que va de 2000 a 2007 más o menos) se asocia dicha dimensión reflexiva,
esa dimensión de ensayo literario que, sin lugar a dudas, determinó la ubicación del
libro en los estantes de las librerías 17 . Esta dimensión corre, a lo largo de El escritor
y el otro, paralela a las irrupciones o puntos de partida subjetivos, personales, incluso
íntimos. Son todas esas frases de tipo sentencioso o aforístico encabezadas por la fór-
mula definitoria y aparentemente normativa, “La literatura es” o fórmulas asimilables,
la primera de las cuales es “Escribir es un arte quieto, me digo” (p. 15 o p. 142, por
ejemplo). De hecho, el libro contiene un sinnúmero de definiciones de lo que es un au-
tor y de lo que es la literatura, a veces bajo la forma de breves aforismos, es decir sin
desarrollos explicativos, como si fueran “pensamientos para uno [mí] mismo” (según
la expresión del emperador y filósofo Marco Aurelio). Estas reflexiones y confesiones
acerca de la escritura y el escritor pocas veces entran a competir con otros temas,
pero es el caso por lo menos con los temas de la pasión (p. 93-94) y el de la libertad
(p. 117-118) que consiguen eclipsar la cuestión de la creación literaria.
Otro tema o problemática omnipresente –problemática a la que las reflexiones sobre el
qué es y cómo es la literatura y la vida de escritor son, de cierto modo, aproximaciones–
es la pregunta sobre el por qué o el para qué, que vuelven como leitmotiv en el libro
(véanse las páginas 23, 26, 31, 45, 63, 89, 94, 138, 139, 152, 159, 167). Estas preguntas,
de índole metafísica en algún sentido, conciernen a la vez la existencia en general y la
escritura en particular, como actividad. Para Liscano, vida y literatura son una misma
cosa (aunque él quisiera que no fuera así, véase p. 143). Son las preguntas típicas de la
búsqueda de sentido : ¿Por qué vivo ? ¿Para qué vivo ? Para escribir. ¿Por qué escribo
y para qué seguir escribiendo ? Y también, ¿por qué estoy escribiendo cuando voy
acumulando estas páginas, que llegarán a constituir El escritor y el otro ? Para poner
dos ejemplos, uno en el que se entrelazan el cuestionamiento existencial y el poético
(en el sentido de reflexión sobre la creación), otro en el que lo poético no está presente,
baste con citar las frases siguientes : “Cuando uno ha estado más de veinte años solo
escribiendo, lo mínimo que puede ocurrir es que uno se pregunte para qué, por qué”
(p. 23) ; “Llega la noche, como siempre, silenciosa y quieta. Llegan las preguntas, la
busca de sentido. ¿Cómo fue todo ? ¿Por qué ? Y los golpes y la vida y todo lo que
hay que aguantar, ¿por qué ?” (p. 63).
Por fin, como tercer tipo de ingrediente, se podría distinguir el caso de fragmentos,
en general mucho más breves, que se relacionan con sueños, ensoñaciones y recuerdos.
En este sentido, el libro se abre de un modo que se parece más al de una novela
que al de una autobiografía o un ensayo sobre temas literarios. Es una especie de
confesión íntima acerca de algo que suena a descripción de un insomnio, enunciada
en primera persona del singular, en presente de indicativo (“espero que algo ocurra”,
p. 11). Otros ejemplos son el relato de un sueño recurrente relativo a la niñez (capítulo
53, la madre y el hijo intentando atravesar un arroyo), otro relato sobre la niñez en
La Teja (capítulo 59) y un relato sobre los tíos (capítulo 60). Si se situaran en otro
contexto editorial, podrían funcionar como mini-cuentos. Estos se encuentran entre
las páginas 80 (secuencia o capítulo 49) y 124 (secuencia o capítulo 68) 18 , en la zona
17. En las librerías donde busqué sus libros, en Burdeos, los encontré después de los de Lejeune y antes
de los de Todorov, es decir en los estantes dedicados a teoría y crítica literaria.
18. Secuencias o capítulos 49, 50, 55, 57, 58, 61.
130 Hibridación autobiográfica e intención. . .
central del libro, cuando aparece una serie de textos relativamente continua desde el
punto de vista de la enunciación y de la temática, acerca de la construcción y vida
del autor como escritor desde principios de los años 1980, en la cárcel. Curiosamente,
en este tramo es donde se encuentran formulaciones más canónicas de lo que sería un
discurso autobiográfico, pero que alterna, por consiguiente, con muchas otros capítulos
que constan de reflexiones, y confesiones en algunos casos, sin elemento narrativo o
muy escueto 19 , relacionados con los temas de la escritura y de la edificación de la
figura del escritor, y con estos breves relatos que remiten a la niñez y que, por eso,
no entran en la cronología de los hechos biográficos que van de principios de los años
1970 a mediados de los años 1980.
2 Vida = Literatura
Carlos Liscano va escribiendo, y parece ser que de la misma escritura van emanando los
temas, las tendencias generales del libro, su propia organización que da la impresión
de una yuxtaposición muy subjetiva de fragmentos, de piezas, como si se tratara de
mimar o de respetar el trabajo de la mente (consciente y a veces subconsciente),
de la memoria y de la imaginación, como siguiendo un camino errabundo. Hay una
frase que me parece que delata este proceso : “Uno da a conocer que ha marchado a
tientas y ha llegado a un punto. Es todo.” (p. 161.) En efecto, lo que pretende hacer,
escribiendo así, es comprender su propia trayectoria, la razón por la cual se esfuerza
en seguir escribiendo ficción y no lo logra y también entender por qué no consigue
inventar historias, como lo confirman sus declaraciones en una entrevista de 2006 en
la que anuncia la preparación y publicación del libro, evocando las dificultades para
publicarlo en Uruguay, cuando no es el caso en Francia :
• el problema es saber qué es esto, esta cosa que me deja quieto. Quieto y
fuera de todo, días y días (p. 12) ;
19. Secuencias o capítulos 51, 52, 54, 56, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 68.
20. Entrevista citada por Carina Blixen en su tesis de doctorado (bajo el nombre de María Carolina
Brando), Figuras de la poética de Carlos Liscano : cuando la literatura es el surco del delirio. Ficción,
autoficción, testimonio, Université Charles-de-Gaulle – Lille 3, 2013, p. 253. La ambigüedad del libro, o
sea su dimensión híbrida, se manifiesta también en las lecturas divergentes que provoca : en este trabajo
académico, la crítica uruguaya argumenta a favor de una hipótesis de lectura que hace del libro una
autoficción y, además, lo designa categóricamente, en la bibliografía, como “novela”.
Antoine Ventura 131
A través de estas citas, se percibe una forma de progresión hacia una meta que no
estaba del todo clara al principio. Y resulta esto, que se puede leer y comentar, y
que el título señala como la comprobación de un proceso y, luego, de un estado de
desdoblamiento, El escritor y el otro (p. 24). Lo reconoce el autor en el libro, al
principio de la quinta secuencia : “Escribir sobre literatura es una excusa. Para no
escribir sobre la vida. Mi vida.” (p. 18.) Esta afirmación constituye una especie de
doble metadiscurso : a la vez deja entender el autor que hubiera querido escribir sobre
su vida pero que le cuesta trabajo ceñirse a la subjetividad y/o a lo puramente factual ;
y también establece una equivalencia entre discurso autobiográfico y discurso sobre la
literatura, o sea entre su vida y la literatura, lo que viene explicitado inmediatamente
después, en el capítulo 6 :
Mucho de lo que se cita aquí y que dice Carlos Liscano en El escritor y el otro ya
había aparecido en obras anteriores 21 . Así, desde este punto de vista, se trata de una
síntesis, de una profundización. Algo nuevo parece ser el otro motor de este libro, una
fase de esterilidad literaria 22 .
En las primeras páginas del libro, el autor se refiere a una novela que no avanza :
“Empecé la novela en un plano muy alto, con una gran generalidad, con mucha ironía.
[. . . ] Pero no soy capaz de encontrar una continuación para la historia.” (p. 18-19.)
Así, Liscano deja entender que lo que vamos leyendo puede constituir la derivación
de ese intento, lo que se va confirmando poco a poco, conforme se van repitiendo
21. Véase el muy completo estudio de Carina Blixen/María Carolina Brando. Figuras de la poética de
Carlos Liscano, p. 255-271, que pone de relieve la continuación de esta temática en obras de Liscano menos
difundidas o inéditas. Véase también Selomar Claudio Borges, Performance autor-escritura en El escritor
y el otro, op. cit.
22. Evidentemente, el tema no es del todo nuevo, algunas quejas en cuanto a falta de inspiración o de
productividad ya aparecían en “Diario de El informante” ; véase El lenguaje de la soledad (p. 58) por
ejemplo. Aquí, adquiere más importancia.
132 Hibridación autobiográfica e intención. . .
las referencias a esa novela, como si leyéramos el diario de una novela abortada, del
mismo modo que hubo un “Diario de El informante”, aunque dicho “Diario” no tuviera
que ver con las dificultades para escribir sino más bien con interrogaciones sobre las
formas de la escritura y el estilo propio 23 .
Desde el principio, el autor se pregunta si, gracias a su suprema plasticidad, una novela
no podría llegar a integrar las consideraciones sobre escritura y literatura hacia las
cuales se muestra irremediablemente atraído : “Tal vez pueda la novela, género que
todo lo acepta, deglutirse este texto. ¿Seré capaz de contar y decir algo sobre el oficio
de contar ?” (p. 15) Aunque parezca posible, esta vez no va a concretarse en novela.
Lo que va a dominar, en este libro, no va a ser la dimensión ficcional 24 . Hacia el
final del libro, sigue el autor con el mismo escepticismo y con la misma preocupación
en escribir algo, lo que sea, y así las confesiones sobre su búsqueda, su trabajo, sus
dificultades y las reflexiones que le provocan acaban por conformar esta sorprendente
autobiografía, intelectual se podría añadir : “Escribo y escribo y no tengo aún ninguna
presa en la mano. Lo que quiero cazar se me escapa. La explicación que quiero darme
y dar, ¿cuál es ? Quiero explicarme algo, pero ¿qué ? La vida no es una explicación.
Es probable que esto sea una excusa para salvar este tramo del desierto en que estoy,
donde no soy capaz de escribir una página.” (p. 162) 25
Liscano parece haber intentado hablar de lo que ha ocupado más espacio y tiempo
en su vida : la creación literaria. Por eso, se interrelacionan principalmente dos di-
mensiones en esta perspectiva : un discurso autobiográfico, que es la base de todo, lo
vivido, la carne del libro o por lo menos algo como un marco existencial ; y un discurso
metaliterario, que no es de teoría literaria propiamente dicha, que más bien se parece
a un ensayo de autor sobre temas literarios, solo que esos temas vienen tratados de
una manera muy concreta o, por lo menos, desde la misma experiencia, para lo cual
23. Véase Carlos Liscano, El lenguaje de la soledad, op. cit., p. 45-49, por ejemplo.
24. No pretendo argumentar específicamente respecto a este planteamiento. Carina Blixen, en su tesis
doctoral antes citada, Roberto Ferro en su artículo y Selomar Claudio Borges en los suyos (añado otro al
antes citado : Contar e contar-se em Carlos Liscano : a problematização da narração em El escritor y el
otro. Revista NUPEM, vol. 2, n° 3, agosto-dic. 2010, p. 77-88), adoptan el postulado inverso, tampoco
demostrado, de que se trata de ficción, de novela e incluso de autoficción, como ya lo señalé. La última
de estas perspectivas interpretativas me parece ser la más defendible, en la medida en que la voz –o por
lo menos una de las voces, si se acepta postular una pluralidad al respecto– se designa a sí misma, o por
lo menos al “personaje” que inventó, como “Liscano” (El escritor y el otro, p. 14). Es verdad que otros
textos del autor como “El método”, “Contar el cuento”, “Los planes” o “Diario de El informante” han sido
recogidos en colecciones de “cuentos” o “relatos”, cuando su dimensión primordial es especulativa y a veces,
ni siquiera irónica, al modo de un Borges o de un Monterroso que se divirtieron parodiando. Se puede
pensar en la proximidad con Paul Nizon quien, en cierto momento, reivindicó para sus obras la categoría
de autoficción. Al respecto, véase Philippe Gasparini, De quoi l’autofiction est-elle le nom ? (conferencia
en Lausana, 9 de octubre de 2009), http ://www.autofiction.org/index.php ?post/2010/01/02/De-quoi-l-
autofiction-est-elle-le-nom-Par-Philippe-Gasparini, en particular el §VI titulado “Revendications”, página
consultada el 23 de marzo de 2015. El escritor y el otro tiene una cohesión superior a la de una recopilación
de textos independientes (con sus propios títulos) y, sin embargo, se parece bastante poco a La ciudad de
todos los vientos (merecerían ser comparadas las dos obras, en ese sentido). Gabriela Sosa San Martín, en
su estudio sobre “las escrituras del yo” en la obra del autor uruguayo (op. cit.), parece dudar entre postular
la dimensión ficcional de la obra (p. 34, p. 38, p. 43) recurriendo también al concepto de autoficción, y
reivindicar su dimensión factual (p. 95-113 y p. 105 en particular).
25. La expresión “autobiografía intelectual” se usó para presentar Tristes tropiques (1955) del antropó-
logo Claude Lévi-Strauss, que es un libro considerado como inclasificable porque no es exactamente una
monografía o estudio etnográfico, tampoco es un diario o una reflexión puramente teórica aunque se oriente,
a veces, hacia la filosofía, sino algo bastante subjetivo y a la vez centrado en la cuestión del trabajo antro-
pológico. Véase la contraportada de la editorial Plon (París)
Antoine Ventura 133
se percibe un ejercicio de generalización que deja sobre todo entrever una base de
reflexión personal.
Esta articulación compleja o, por lo menos, con la cual resulta difícil distinguir entre
lo que es autobiográfico y lo que no, se relaciona con la cuestión de la intención :
¿qué quiso hacer Carlos Liscano al publicar este libro ? Esto, él lo aclara una primera
vez, aunque la aclaración consista en reconocer que nada resulta muy claro en lo
que trata de hacer, a partir de la comprobación de su dificultad en escribir y en leer
novelas : “Me repito, vuelvo a las mismas cosas, vuelvo a retorcer la punta del hilo.
[. . . ] Me digo que la única forma de salir no es pensando. Es escribiendo. Escribiendo
lo que me pasa.” (p. 12). Así que está presente desde el principio la intención de
escribir biográficamente : “Escribir lo que me pasa” suena a definición de lo que sería
un diario o un conjunto de confesiones. Lo paradójico es que El escritor y el otro
consta de muchas consideraciones teóricas o, por lo menos, generalizadoras, es decir
que para Liscano, escribir, una vez más, ha sido pensar, que es también lo que pasa
en muchas obras anteriores suyas como La ciudad de todos los vientos 26 , “Diario de
El informante” y algunos textos breves más ; pensar, es decir, pensar en la literatura
y la escritura 27
Si para Liscano, la vida se reduce a la literatura (p. 27, 31), queda por examinar lo
que dice al respecto y eventualmente tratar de entender por qué dice lo que dice.
3 Ser escritor
Lo que también puede sorprender, o parecer atípico en esto que podría ser llamado
“autobiografía intelectual” o “literaria” y que el título del libro pregona en cierta
medida, es que Carlos Liscano no cuenta a quién conoció, quién le ayudó en los medios
autorizados, en el campo literario, mediático, cultural, qué relaciones estableció, qué
grupos frecuentó o no, a qué acciones colectivas del mundo cultural se asoció, o sea,
no cuenta los eventos de su vida social literaria. Como lo declara la contraportada de
la edición original uruguaya, un texto distinto del que sirve de preámbulo, en primera
persona del singular : “La creación literaria, como pretexto para ser, ha dejado de
interesarme. Me ocupa la escritura como acto de reflexión. Creo que esto me ha
llevado a tratar de escribir sin contar ninguna historia.”
A la pregunta implícita (o no) de cómo se hizo escritor, contesta de una manera
muy peculiar, describiendo algo que podría ser designado como un mecanismo y, por
lo demás, un método. Por otra parte, expone los diversos estados de ánimo por los
que anda el escritor o más bien, los que él, Carlos Liscano, experimenta, según una
modalidad bastante íntima, y que se extienden del deseo de crear primerizo a una
forma de misticismo.
26. Carlos Liscano. La ciudad de todos los vientos, Montevideo : Planeta, 2000.
27. Como lo hicieron muchos, los Borges y Monterroso ya mencionados, con su propio ethos. Véanse
también las filiaciones o convergencias sugeridas por Carina Blixen en su prólogo a El escritor y el otro
(p. 9-10). Mi planteamiento coincide con lo que la crítica uruguaya dice al comentar Vie du corbeau blanc :
“Es posible considerar que, a la manera de Macedonio Fernández o Felisberto Hernández, Liscano explora
una forma de narrar pensando o de pensar narrando” (Figuras de la poética de Carlos Liscano, op. cit.,
p. 256).
134 Hibridación autobiográfica e intención. . .
Con ironía y lucidez el autor explica cómo se hizo escritor : gracias al invento del
personaje de escritor. Una parte importante del libro está dedicada a la formulación y
reformulación de este dispositivo, esta duplicidad : ser un ser social, un tal Liscano, y
ser un escritor, por añadidura o al lado del ser social, lo que sería falso ya que, según
lo explica la voz enunciativa, el otro se deja dominar por el escritor en cuanto decide
hacerse escritor.
Empieza a introducir el tema a partir del capítulo 12 :
Tengo la sensación de haber construido un personaje que es un escritor y
sé que detrás del personaje no hay nada. (p. 31)
Pero las explicaciones y detalles llegan sobre todo a partir del capítulo 22 :
Todo escritor es un invento. Hay un individuo que es uno solo y que un
día inventa a un escritor y pasa a hacerle de sirviente y desde entonces
vive como si fuera dos. (p. 48)
A partir de entonces, estos capítulos sobre la construcción y la evolución de la pareja
del sirviente/inventor y del escritor/inventado van a alternar de modo irregular con
otras secuencias más breves en las que se expresan pensamientos existenciales, esen-
cialmente respecto a la distancia que puede establecerse entre un individuo y la vida
común. En el texto “Vencer al tiempo” (única parte del libro que lleva un título), la
situación dramática es la misma : un personaje escribe y, a la vez, dialoga consigo
mismo, desdoblándose en un “cultivador de la nada” u “otro” y el que no es designado
por ninguna fórmula (p. 126). Las problemáticas, por consiguiente, son las mismas que
en el resto del libro, entre las cuales está la del desdoblamiento del escritor (p. 126).
Después de “Vencer al tiempo”, sigue apareciendo el tema del desdoblamiento, solo
cambian las formas de expresión 28 .
A esta temática del desdoblamiento, Carlos Liscano casi le da la apariencia de un
cuento articulado en episodios en los que va añadiendo precisiones. Pero el tono es
más bien el de un discurso de verdad general, con fórmulas impersonales y presente
de indicativo, no del todo alejado del tono de un manual de uso o de un libro de
cocina, y en esto radica la auto-ironía y lo divertido de esta parte del libro, si se le
suma cierta cantidad de hipérboles y de paradojas a través de las cuales Liscano va
enunciando las reglas casi absolutas para lograr inventar a un buen escritor 29 .
Constituye la temática del desdoblamiento una etapa importante en el intento de
aclarar o establecer elementos de respuesta a una pregunta que se hace el autor y
que sería : ¿cómo me hice escritor ? La repuesta, sintetizándola del modo más directo,
consistiría en decir : inventándome un personaje, un doble que cree ser, actúa y se
reconoce como literato, incluso antes de que el reconocimiento público lo atestigüe
(p. 54, 77). Es lo fundamental del dispositivo moral y afectivo : creer en sí como
escritor antes de haber sido designado como tal, incluso antes de haber escrito cosa
alguna. A continuación, el proceso consiste en seguir edificando y manteniendo esa
28. Por ejemplo, en el capítulo 69, la voz o Liscano se interpela y se tutea, sin recurrir a las expresiones
de “el sirviente” versus “el escritor” (p. 143) ; “Siempre la sensación de ser dos, de ser otro” (p. 187).
29. Véanse las p. 49, 52, 88, por ejemplo. Se puede percibir, lejanamente, la sombra del Quiroga de “El
manual del perfecto cuentista” y del “Decálogo del perfecto cuentista” (en Los desterrados y otros textos.
Edición de Jorge Lafforgue. Madrid : Clásicos Castalia, 1990).
Antoine Ventura 135
creencia. De este modo, a través de este cuento (próximo a un suave delirio), que es a
la vez algo totalmente verosímil, el autor define una parte del sentido que busca, en
su intento de comprenderse : describe el mecanismo íntimo que lo llevó a conseguir
esa identidad social de escritor.
Juan Pablo Chiappara estudió la figura del doble en La ciudad de todos los vientos 30 .
Carlos Liscano, por su parte, también había formulado este tipo de discurso acerca
de un tándem, por ejemplo en “El que escribe” de El informante 31 . Poco después,
incluso redactó y publicó un texto (por lo menos) que retoma en El escritor y el otro,
el texto de apertura de este ciclo interno al libro, sobre el tema del desdoblamiento
como dispositivo para llegar a ser escritor (capítulo 22). Fue publicado en el semanario
montevideano, Brecha, titulado “El inventado y su sirviente”, del 20 de abril de 2000 32 .
Carina Blixen se refiere a este texto/artículo y lo cita cuando evoca el tema del
“nacimiento” del escritor en la cárcel 33 . Como lo señala oportunamente, al analizar
Vie du corbeau blanc :
Más allá del mecanismo que Liscano identificó y aplicó, también se inventó un método :
el de escribir sobre la escritura, el de discurrir sobre el discurso, es decir el método
literario que consiste en introducir en cualquier tipo de texto, en general relatos, no-
velas, cuentos, formas autobiográficas, una reflexión sobre la escritura u observaciones
o comentarios sobre lo que se supone debe ser el relato o argumento principal, incluso
para decir que no lo hay, que el tema es la búsqueda de un argumento.
Esto preocupa al autor desde un principio : se puede comprobar, por ejemplo, en “Dia-
rio de El informante”, el uso frecuente de la palabra, “método”, en esas meditaciones,
cuyas fechas se alargan de 1982 a 1984, sobre la escritura de sus primeras obras en la
cárcel 35 . Incluso hay un texto breve que lleva ese título, un título que sirve para todo
el primer libro de cuentos, El método y otros juguetes carcelarios 36 : es precisamente
otro texto sobre la escritura, sobre cómo avanzar, qué escribir, cómo hacerlo, cómo lo
hace él. Ahí ya va definiendo una misma poética el autor :
30. Véase Juan Pablo Chiappara. Ficciones de vida. La literatura de Carlos Liscano, Montevideo :
Editorial del Caballo Perdido, 2011, p. 187 y siguientes.
31. “El que escribe” en Carlos Liscano. El informante, Montevideo : Trilce, 1997, p. 157-158.
32. Véase la bibliografía del autor en El lenguaje de la soledad, op. cit, pág. 147. Gabriela Sosa San
Martín (Oficio de escritor, op. cit., p. 138-139) refiere la aparición del tema del desdoblamiento a un artí-
culo de Liscano de 1998 sobre Horacio Quiroga. Carina Blixen (Carlos Liscano, Jorge Luis Borges, Macedo-
nio Fernández : un triángulo de dos orillas. Cuadernos Lírico, n° 8. En la red : http ://lirico.revues.org/954,
§1 y §13 ; páginas consultadas el 14 de marzo de 2015) la refiere, por su parte, al año 1993, cuando se publicó
(supongo que por primera vez) “El que escribe”, en la revista Brecha.
33. Carina Blixen, Palabras rigurosamente vigiladas, op. cit., p. 83-84.
34. Carina Blixen, Figuras de la poética de Carlos Liscano, op. cit., 257. Véase también el tercer
capítulo de su estudio, sobre la reescritura de La mansión del tirano, p. 272-288.
35. Carlos Liscano, El lenguaje de la soledad, op. cit., p. 42.
36. “El método”, en Carlos Liscano, Oficio de ventriloquia 1. Relatos 1981-2011, op. cit., p. 76-94.
136 Hibridación autobiográfica e intención. . .
está la del origen : es la misma pregunta del cómo, pero esta vez desde un plantea-
miento más autobiográfico, o como una etapa anterior al invento del mecanismo (de
desdoblamiento creativo) ; cuestión del origen, es la del origen del deseo.
Liscano proporciona entonces dos tipos de datos biográficos, uno ya conocido por los
lectores de El furgón de los locos, de algunos otros textos (El informante, “Diario de El
informante”) o de algunas de sus entrevistas 41 ; el otro menos conocido, más alejado
en el tiempo de su existencia. Liscano dijo muy claramente que se hizo escritor en
la cárcel, a principios de los años 1980, y que esto ocupó su mente, su tiempo de
preso, durante varios años (p. 80, 82-84, 146-147). En este sentido, forma parte de
esos autores identificados por Alfredo Alzugarat 42 . El dato que me parece añadir la
dimensión autobiográfica de El escritor y el otro, es que se le ocurrió esta idea de
hacerse escritor cuando tenía 12 años (p. 20, 27, 28, 31). La idea o deseo primerizo,
luego la necesidad de hacer algo con su mente, de ocupar el tiempo vacío de la cárcel
(abandonando las matemáticas por la lectura y la escritura, p. 96-97) y el deseo en
acto (los primeros intentos de escritura, mental o material, que dieron nacimiento,
según declara el propio autor, a la mayor parte de sus obras, empezando por La
mansión del tirano 43 ; véanse las páginas 99-101, 147, 154).
El sufrimiento parece ser la matriz de su creación. Sigue siendo, un leitmotiv en
este libro, pero más bien como algo protohistórico, como el contexto originario del
nacimiento a la escritura y como si luego, pasara a segundo plano una vez el ser del
preso focalizado en las tareas literarias. Se puede pensar en términos de “protohistoria”
si se considera que la historia, para Liscano, empieza cuando decide hacerse escritor,
que es la historia que parece pretender contar el libro (el mismo Liscano habla de
“prehistoria” a este propósito, p. 80).
Liscano dice haberse dado cuenta de que escribir no fue un derivativo sino una nece-
sidad : “Yo me puse a escribir, yo empecé a escribir en la cárcel porque debía cumplir
con mi vida de escritor, contra lo que fuera.” (p. 80) En el mismo sentido, añade
lo siguiente, a propósito de lo que él describe como una vocación : “Elegí iniciar el
camino que siempre había sabido que era mío” (p. 83). Esta vez la ecuación no sería :
me puse a escribir porque sufría, sino me puse a escribir a pesar del sufrimiento. Y
el efecto retroactivo es que la necesidad de escribir ayudó a proyectarse más allá del
sufrimiento, a “sobrevivir” (véase p. 29), “me ayudaba a vivir”, dice también el autor
(p. 80).
41. Me refiero a entrevistas sin publicación y conversaciones informales, como durante la estancia en
Burdeos de Carlos Liscano y Jean-Marie Saint-Lu su traductor, convidados por la asociación “Lettres du
Monde” y entrevistados por el autor de estas líneas en actos celebrados en la Universidad de Bordeaux
3, en la Librería Mollat de Burdeos y en la Biblioteca de Bègles (6-7 de marzo de 2007) ; y al encuentro
“Écrivains du Río de la Plata” (con Carlos Gamerro y Martín Kohan) en la Universidad de Bordeaux 3 y en el
Instituto Cervantes de Burdeos, en el marco del congreso internacional “Las armas y las letras : la violencia
política en la cultura del Río de la Plata desde los años 1960” (Bordeaux 3, EA 3656 AMERIBER, 27-
28 de marzo de 2008). Véase también Carlos Liscano. La dictadura como vacío. Las armas y las letras. La
violencia política en la cultura del Río de la Plata de los año 1960 hasta nuestros días. Cecilia González,
Dardo Scavino, Antoine Ventura (éds.). Pessac : Presses Universitaires de Bordeaux, col. “Maison des Pays
Ibériques”, 2010, p. 43-49.
42. Alfredo Alzugarat. Trincheras de papel. Dictadura y literatura carcelaria en Uruguay, Montevideo :
Trilce, 2007.
43. Carlos Liscano. [1992] La mansión del tirano. Montevideo : Argumento, 2011.
138 Hibridación autobiográfica e intención. . .
La relación con la escritura que formula Liscano merece ser comentada más allá de
las ideas filosóficas a las que remite. Merece ser comentado en particular el léxico
empleado por el autor para designar la plenitud que le procuró la escritura en el
pasado y la que lo mantiene todavía en una forma de esperanza. Dicho léxico, es un
léxico casi místico o, por lo menos, fundamentalmente religioso.
Esto se observa en su modo de expresar la búsqueda existencial y literaria que lo
mantiene vivo, primero en momentos en los que evoca su idealismo y su radicalismo en
tiempos de su adolescencia y su juventud, luego cuando describe qué espera o quisiera
esperar, todavía hoy, en cuanto a resultado de su trabajo de escritura : “Escribir
debería ser un camino para llegar a la contemplación luminosa y así no necesitar
escribir nunca más” (p. 72, véase también p. 56, 71, 77, 113 “el estado luminoso”,
p. 119 “luminosidad” y “rayo”). Habla también de la búsqueda del escritor en términos
de “infinito” (páginas 18, 21, 48-50, 87, 113-114, 156, 159). Lo hace también para
caracterizar la búsqueda del personaje de “Vencer al tiempo” (páginas 128-129, 134,
137-138, 140-141). Las otras palabras que llaman la atención en este sentido son,
principalmente, “fe” y todos los derivados de “creer” (páginas 48, 54, 56, 64, 77, 145,
159), “salvación” y los derivados del verbo (páginas 43, 70, 77, 152 donde se cita
una oración y p. 158). También se le puede prestar atención al vocablo “lucidez” que
incluso aparece en la contratapa del libro ; vuelve por lo menos 5 veces (p. 54, 56, 134,
159 “lucidez total”, p. 171) –puede hacer pensar en el concepto de estado despierto
y de despertado del budismo o del taoísmo 44 . Estos términos podrían andar sueltos
por todas partes y no configurar ningún tipo de encadenamiento de significación.
El caso es que a menudo coinciden. Por ejemplo, en el mismo capítulo (el 74), se
pueden encontrar dos ocurrencias de “salvación”, tres del verbo salvar, “fe”, “lucidez”,
y “camino de perfección” (p. 159-161) ; en otro “afán de trascendencia” (p. 162) y
“salvarme” (p. 164). “Camino de perfección” es el título de dos obras, una de Santa
Teresa de Jesús (1583), la otra de Pío Baroja (1902). En ambos casos, la temática es
religiosa, cristiana. La segunda saca su título de su antecesor 45 . Los valores expuestos
por Santa Teresa en su guía de espiritualidad son la pobreza, la caridad, la humildad,
el desasimiento, la meditación y la oración 46 . Algunos de estos valores y conceptos
encuentran resonancia en el ethos de Carlos Liscano tal como se expresa en El escritor
y el otro, en particular el desasimiento.
Acaba por hablar el mismo autor de misticismo, cuando evoca un contacto entre su
cuerpo y el de otro prisionero durante una transferencia de la cárcel a un lugar de
tortura (p. 184). Y cuenta cómo el delirio tenía su función 47 , en la desolación del
44. Para una presentación general de la espiritualidad de Extremo oriente, véase el libro de Anne Cheng.
Histoire de la pensée chinoise. París : Seuil, 1997 ; o Historia del pensamiento chino. Barcelona : Edicions
Bellaterra, 2002.
45. Véase Luis Landínez. Camino de perfección. Baroja y su mundo. Fernando Baeza (éd.). Madrid :
Ediciones Arión, 1961, p. 117-124. Landínez señala “la ironía sutil de titular la obra con el título mismo
de uno de los libros-clave de Santa Teresa” (p. 118) para contar la historia de “un señorito protestón
con lecturas, que pretende justificar metafísicamente el vacío de su vida” (p. 119). Algunas coincidencias
temáticas con el libro de Liscano (salvadas las grandes diferencias de todo tipo) tal vez no lo sean : nihilismo,
rebelión, meditación existencial, sentimiento religioso. . .
46. Véase Tomás Álvarez. Introduction aux oeuvres de Thérèse d’Ávila 2. Le Chemin de Perfection.
París : Cerf, 2011, p. 127 ; del mismo autor, 100 fichas sobre Teresa de Jesús. Burgos : Monte Carmelo,
2007.
47. Véase también Carina Blixen. Figuras de la poética de Carlos Liscano, op. cit., p. 54-62.
Antoine Ventura 139
Los estados oscuros. Porque el escritor cree haber llegado al límite y cree
que es capaz de avanzar más allá del límite. Porque siente y sabe que
después del límite hay mucho para descubrir. Allí no hay palabras, es
conocimiento previo, intuición, saber puro. Pero no sabe cómo describir
ese estado. (p. 175) 49
4 La escritura y la muerte
¿Por qué escribir, por qué seguir escribiendo ? Para seguir luchando contra los de-
terminismos (sociales, culturales : p. 26-27 ; p. 165-166). Para intentar sufrir menos :
del pasado traumático (capítulos 10, 11, 38, 83) ; del aislamiento y de las dudas del
escritor en su búsqueda (p. 140, p. 157, p. 159-160) ; de la renuncia a ciertas posibili-
dades existenciales como la de ser menos escritor y más ciudadano común (p. 39-40,
p. 91) : “Porque el escritor lucha contra la muerte, y al escribir recibe constancia de
la muerte. Porque la muerte es la no palabra.” (p. 87) Y no solo esto, también para
testimoniar, que es otra forma del discurso autobiográfico 50 :
48. En una carta a Sigmund Freud, Romain Rolland comenta un libro que le mandó el sabio austríaco
para señalarle el que ahí no evoca esa impresión sin relación con una fe religiosa particular, “le fait simple et
direct de la sensation de l’« éternel » (qui peut très bien n’être pas éternel, mais simplement sans bornes
perceptibles, et comme océanique)”. Véase Romain Rolland. A Sigmund Freud (Autriche). Un beau visage
à tous sens. Choix de lettres de Romain Rolland (1866-1944). Romain Rolland. París : Albin Michel,
1967, p. 264-266, p. 265. “J’ajoute –dice– que ce sentiment « océanique » n’a rien à voir avec mes
aspirations personnelles. Personnellement, j’aspire au repos éternel ; la survie ne m’attire aucunement.
Mais le sentiment que j’éprouve m’est imposé comme un fait. C’est un contact.” (ibid.)
49. Cómo no pensar en ese famoso verso en el que la lengua de la Esposa parece trabarse, recordando
lo que le dicen del Amado : “y todos más me llagan / y déjame muriendo / un no sé qué que quedan
balbuciendo” (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual).
50. Véase Philippe Lejeune. Je est un autre. París : Seuil, col. “Poétique”, 1980, p. 203-316.
140 Hibridación autobiográfica e intención. . .
Aquí estoy, tratando de contar lo único que de verdad tiene sentido, que
es la lucha contra la muerte, las ansias de verlo todo antes de desaparecer,
de dejar testimonio de lo que se ha visto. (p. 120) 51
Liscano escribe qué le está pasando, el relato de su intento de escribir una ficción,
escribe lo que se le ocurre cuando recuerda por qué mecanismo extraño pasó a ser
ante todo escritor. Es posible que su fracaso en escribir una novela sea también una
solución, aunque no del todo asumida por la figura del escritor, una solución para
no dejar dominar a dicho escritor, y dejar más posibilidades de expresión al otro,
el sirviente inventor. Pero ante todo, la voz en El escritor y el otro, que será la del
escritor, se desespera de no escribir nada satisfactorio. De no escribir nada. Entonces
escribe sobre la nada. La nada, como la noche, es un motivo temático que aparece
muy a menudo, en particular en los primeros capítulos, donde precisamente Liscano
plantea el problema de la escritura, desde una postura circunstancial, esa fase de
esterilidad en la que se encuentra, luego más bien hacia el final del libro, después del
texto “Vencer al tiempo” pero antes de las veinte o treinta últimas páginas (p. 20,
p. 23, p. 28, p. 30-31, p. 60 [idea], p. 148-149, p. 151-152, p. 156). Nada es el resultado
que obtiene al intentar escribir su novela. La nada se opone al concepto de infinito
con el que describe sus ilusiones respecto al quehacer literario, su relación con la
escritura (véase p. 48-49), el objeto de su búsqueda literaria (p. 114, p. 128, p. 159).
En “Vencer al tiempo” esta búsqueda de infinito parece ser la de un infinito interior, o
por lo menos, personal, solipsista (habla de “infinito propio, el de cada quien”, p. 141 ;
véase también p. 156), y no una dimensión metafísica colectiva como la que describen
los monoteísmos.
Esta nada (que trata incluso de representar describiendo un pasatiempo intrascen-
dente, hacer rodar una gota de tinta entre la pluma y el papel y tratar de reconocer
semblantes en la mancha, p. 60) lo lleva a observar el tema del suicidio, en los primeros
capítulos (13, 28, 30) y luego, más adelante, este vuelve presentado como un acceso
(algo) casi irreprimible (p. 111, p. 115, p. 172, p. 174). La nada enemiga, padecida,
pasa a ser cultivada (p. 148, p. 151-152, p. 170, p. 171). Pero tampoco resulta ser una
solución, como no lo fue tratar de vaciar su mente mientras estaba en la Isla, en el
Penal de Libertad. De la nada deriva todo y así fue cómo la mente se volvió a poblar
de un sinfín de objetos. Este será su cogito. ¿Esto fue lo que lo salvó y lo mantiene
hoy en la escritura ? Según Cioran : “chaque désir humilie la somme de nos vérités
et nous oblige à reconsidérer nos négations”. 52 Además, “Savoir que rien ne vaut la
peine devient implicitement une croyance, donc une possibilité d’acte ; c’est que même
un rien d’existence présuppose une foi inavouée” 53 , una fe en el hecho de que puede
merecer la pena escribir, decir, hacer saber, difundir las verdades a las que uno ha
llegado, aunque sepa que son formas de la ilusión. ¿La escritura o la muerte ? ¿Sería
esa, en última instancia, la alternativa presente ? En el futuro, ambas coexisten : la
51. “La escritura evita la muerte. El libro es una nave para flotar en el agua estancada de la vida ; esto es
posible a medida que el libro se escribe” dice Juan Pablo Chiappara en Ficciones de vida, op. cit., p. 193.
52. “Cada deseo humilla la suma de nuestras verdades y nos obliga a reconsiderar nuestras negaciones.”
Traducción personal de E.M. Cioran Précis de décomposition. París : Gallimard, col. “Tel”, 1977, p. 103.
53. “Saber que nada merece la pena se vuelve implícitamente una creencia, por consiguiente es una
posibilidad de acto ; es que incluso un residuo de existencia presupone una fe inconfesada.” In Précis de
décomposition, op. cit., p. 104.
Antoine Ventura 141
Hay que entender que para Cioran, la creación es una forma de cobardía benéfica 54
Liscano tiene un aforismo sencillísimo para decirlo “El fin de la literatura es superar
la muerte” (p. 161). Lo ha ido repitiendo al mismo tiempo que evocaba la posibilidad
del suicidio :
Escribir es querer figurar, es querer estar más allá del día en que venga la
muerte. [. . . ] Porque [el escritor] aspira a crear la gran obra que le permita
seguir siendo más allá de la muerte. (p. 116)
Y, ¿qué representa envejecer, después del sufrimiento ? (p. 50-57) Una muerte lenta,
aburrida, apaciguada, casi imperceptible. Es lo que hay. Existe también la otra posi-
bilidad. Esa posibilidad que el autor paladea con acritud a lo largo del libro, como si
fuera la salida, la única salida del callejón o más bien, la única alternativa a la marcha
atrás que se impuso en su vida. Porque, dar marcha atrás no quiere decir que se pueda
salir, al otro lado del callejón. ¿Sin salida por ambos extremos ? El principio del libro,
en particular, da la impresión de que está ahí, al acecho, la opción del suicidio, como
una manera de dejar de buscar salidas al callejón : dejar de sufrir, dejar de tratar
54. “La confesión por la palabra, el sonido o el color detiene la aglomeración de las fuerzas internas y las
debilita al expulsarlas hacia el mundo de afuera. Es una disminución saludable que hace que todo acto de
creación sea un factor de huida.” op. cit., p. 77.
142 Hibridación autobiográfica e intención. . .
55. Véase el artículo sintético de Daniel Gambetta. Primo Levi’s Last Moments. Boston Review (1ero
de junio de 1999), http ://www.bostonreview.net/BR24.3/gambetta.html, última consulta el 20 de marzo
de 2015.
56. Carlos Liscano. Le lecteur inconstant, suivi de Vie du corbeau blanc, París : Belfond, 2011.
57. Carlos Liscano. Manuscritos de la cárcel (coord. Fatiha Idmhand), Montevideo : Ediciones del Ca-
ballo perdido, 2009 ; La libreta negra, Montevideo : Ediciones del Caballo perdido, 2010.
Antoine Ventura 143
sobre el arte de escribir que aparece sobre todo como el arte de inventar a un perso-
naje (o identidad) de escritor y una oportunidad para meditar sobre la existencia, la
identidad propia, la trayectoria de vida elegida y/o padecida, como si se tratara de
sacar un balance, sin mucha ilusión en cuanto al resultado. A esto parece añadirse la
necesidad de declarar una desesperanza o melancolía profunda y mortífera que mu-
chas veces adopta el aspecto de un discurso suicida (p. 32, p. 57, p. 73 ; la muerte y
la noche son dos leitmotiv omnipresentes) y quejumbroso (p. 28, p. 58). 60
El escritor y el otro, y Le lecteur inconstant también, se parecen mucho a “Diario de El
informante” como metalibros : libros sobre un libro cuya escritura el autor va tratando
de hacer avanzar. Comparto lo escrito por Carina Blixen quien señala la semejanza,
que puede ser continuidad, entre El escritor y el otro y Le lecteur inconstant 61 No
es de sorprender que la contraportada de la edición francesa de este último declare :
“Un essai bouleversant sur la dualité entre l’écrivain et l’homme. 62 ”
En un librito titulado Huit questions de poétique, Román Jakobson proponía un medio
para determinar, en el análisis lingüístico por lo menos, algunas características o
rasgos : el concepto de dominante. 63 ¿Qué es lo que domina en el libro de Liscano ?
No me parece que sea la ficción. Y sí me parece que se equilibran lo autobiográfico y la
reflexión sobre la literatura, la escritura, el ser escritor ; por lo menos se complementan,
en un marco que es el de la meditación existencial.
Es verdad que la voz, la que se ha considerado, hasta aquí, como la de Liscano,
escritor e inventor de la figura del escritor (conforme al desdoblamiento evocado),
declara : “Nunca hay que creerle del todo, al escritor, y tampoco creerme lo anterior”
(p. 158). Si se le toma como clave de interpretación, uno puede llegar fácilmente a
dudar de la vericondicionalidad (como dicen los lingüistas y los filósofos lógicos 64 ) del
discurso, del contrato de lectura autobiográfico. Además se puede leer, en la misma
página : “Intento no creerme nada de lo que digo, pero no puedo evitar decírmelo”.
Tan enrevesado metadiscurso acaba por anular sus efectos, o por lo menos, estas
consignas de lectura acaban por perder su pertinencia. A fuerza de decir que no hay
fondo, que no hay base, que no hay suelo donde apoyarse, desde donde empezar a
construir, lo que queda es la idea de que todo ha sido ilusión, está bien, pero esa
ilusión o construcción, es lo que hay, es el fenómeno, en última instancia. Es decir que
el discurso que se ha ido leyendo y analizando, ni es del todo cierto ni del todo falso,
no por el hecho que sea ficción, sino por tratarse de una construcción. Como todo
60. Después de haber escrito estas páginas, leo una de las respuestas finales del autor a la entrevista
publicada en Le Magazine Littéraire de sept. de 2013 que me parece confirmar lo que traté de examinar :
“Jean-Marie Saint-Lu dit que L’écrivain et l’autre est un livre obscur, angoissant : il correspond en effet
à une période sombre de ma vie, marquée par le désamour et par l’alcool. Je savais que le meilleur
moyen d’en sortir était d’écrire un roman, mais je n’y suis pas arrivé.. . . ”
61. Carina Blixen. Figuras de la poética de Carlos Liscano, op. cit., p. 253. Y confío en que la continui-
dad se prolonga con Escritor indolente que Gabriela Sosa San Martín evoca (Oficio de escritor, op. cit.,
p. 102-103), por haber consultado la obra en su forma inédita, obra que se ha publicado a finales del año
2014 (en Montevideo, Irrupciones Grupo Editor). Véanse también sus comentarios sobre los vínculos entre
El escritor y el otro y Lector salteado (Oficio de escritor, op. cit., p. 114 y siguientes).
62. “Un ensayo conmovedor acerca de la dualidad entre el escritor y el hombre” (traducción personal),
entre el autor y la persona social, para así decirlo.
63. Roman Jakobson. Huit questions de poétique, París : Seuil, col. “Poétique”, 1977, p. 77-88.
64. Véase, por ejemplo, John Searle. Le statut logique du discours de la fiction, op. cit.
Antoine Ventura 145
discurso, no es un reflejo exacto de la realidad (si es que algún reflejo exacto pueda
existir). Esto es la cultura : la expresión y la interpretación de la experiencia. 65
Y volviendo al tema del tipo de discurso que constituye el libro, al hecho de saber si es
una novela, un discurso de ficción, una autoficción, u otra cosa, un libro autobiográfico,
en el que domina lo factual y testimonial, es de recordar que muchos de los grandes
testimonios latinoamericanos (Juan Pérez Jolote ; Biografía un cimarrón ; Hasta no
verte Jesús mío ; Me llamo Rigoberta Menchú) han sido vistos por la crítica literaria
tanto como por antropólogos y sociólogos como obras que, ante todo, movilizaban la
imaginación. 66 Selomar Claudio Borges también se refiere a El furgón de los locos ex-
plicando que ahí “experiências carcerárias serão ficcionalizadas, trabalhadas em torno
da mentalidad tanto do torturador quanto da vítima”. 67 Me parece problemático usar
esta palabra para hablar de la obra que es considerada como el relato que Liscano
hizo de su experiencia carcelaria (1972-1985) y que, comúnmente, se designa como
un testimonio. 68 Parece corresponder a una de las confusiones acerca del manejo del
concepto de ficción, la que consiste en recurrir al concepto para designar cualquier dis-
curso narrativo (aunque se trate de relato histórico, periodístico o autobiográfico). 69
Por lo demás, como se puede comprobar al leer el tratamiento minucioso y sistemático
que le dedica Philippe Gasparini, el concepto de “autoficción” es demasiado polémico
y plurívoco para constituir una etiqueta suficiente, en sí misma. 70 Privilegiar, en la
interpretación, la dimensión de imaginación, de invención o de ficcionalización entra
en completa contradicción con la intención de los autores/editores de los testimonios,
a menudo. 71 Por otra parte, presupone que las fronteras entre lo factual y lo ficcional
definen espacios estancos entre sí. 72 Por fin, el trabajo de interpretación opera una
contaminación a partir de una lógica hermenéutica, la de la crítica literaria univer-
sitaria por un lado, la de las ciencias humanas y sociales, por el otro, en su ilusión
65. En ese sentido son muy interesantes los análisis harto conocidos del discurso histórico propuestos
por Paul Veyne [1971]. Comment on écrit l’histoire. París : Seuil, col. “Points”, 1996. Y, más tarde, por
Paul Ricoeur [1983-1986]. Temps et récit (3 vol. ). París : Seuil, col. ”Points”, 1991 ; Tiempo y narración.
México : Fondo de Cultura Económica, 2007.
66. Véase Antoine Ventura. Testimonio y antropología : ¿cómo leer Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas ?
Fronteras de la literatura y de la crítica (35 Congreso Internacional de Literatura Ibero-americana del
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana - Poitiers, 28 de junio-1° de julio de 2004). Fernando
Moreno (éd). Poitiers : CRLA, 2007 (formato CD).
67. Selomar Claudio Borges. Contar e contar-se em Carlos Liscano, op. cit., p. 78.
68. Véase la presentación y el análisis de la obra por Fatiha Idmhand, Carlos Liscano : la torture, l’épreuve
« hors normes ». Les Littératures d’Amérique latine au XXe siècle : Une Poétique de la transgression ?
Laurent Aubague, Jean Franco, Alba Lara-Alengrin (éds.). París : L’Harmattan, 2009, p. 229-241 ; la autora,
sin embargo, no usa este término.
69. Véase Dorrit Cohn [1999]. Le propre de la fiction. París : Seuil, col. “Poétique”, 2001, p. 11-34, p. 22
y siguientes en particular.
70. Véanse también las consideraciones al respecto de Gérard Genette [1991], Fiction et diction. , París :
Seuil, col. “Points”, 2004, p. 154-163 ; Ficción y dicción, Barcelona, Lumen, 1993. El teórico valida los aná-
lisis propuestos por Vincent Colonna en su tesis de doctorado, L’Autofiction. Essai sur la fictionalisation
de soi en littérature (1989). Para Genette, el caso de la autoficción es el de un relato en que el autor
cuenta una historia de la que es el héroe pero que no le ha ocurrido realmente (op. cit., p. 161). Para
Doubrovsky, el padre del concepto, la autoficción designó formas de discurso autobiográfico muy variables.
Véase Philippe Gasparini, De quoi l’autofiction est-elle le nom ?, op. cit. Véase también Arnaud Schmitt,
La perspective de l’autonarration, Poétique, n°149 (febrero de 2007), p. 15-29.
71. Si se les presta una consideración mínima a los discursos de introducción asumidos por ellos. Véanse
Ricardo Pozas, Juan Pérez Jolote. Biografía de un tzotzil. México : FCE, 1952, p. 7-13 ; y Elisabeth
Burgos, Me llamo Rigoberta Menchú. Barcelona : Argos Vergara, 1983, p. 9-19.
72. De esto nos desengañan tanto Paul Veyne y Paul Ricoeur en cuanto al discurso histórico, como John
Searle y Gérard Genette en cuanto a la ficción literaria.
146 Hibridación autobiográfica e intención. . .
73. A imagen y semejanza del análisis que hace Jean-François Lyotard de la cultura occidental, en térmi-
nos de “grandes relatos”, en La condition postmoderne. París : Minuit, 1979 ; La condición postmoderna.
Madrid : Cátedra, 2006.
¿A dónde vamos ?
Partida(s) de (re)nacimiento :
El camino a Ítaca de Carlos Liscano (1994)
Raúl Caplán
Université Grenoble-Alpes, ILCEA4, France
Si casi todas las vidas pueden resumirse en cuatro o cinco fechas y lugares, la de
Carlos Liscano debería incluir, a título provisorio :
• 1949 : nacimiento en Uruguay.
• 1972 : a los 23 años es detenido por razones políticas
• 1985 : tras 13 años pasados en la cárcel de Libertad (en donde ha descu-
bierto/inventado su vocación de escritor) es liberado ; abandona el país y se
instala en Suecia.
• Entre 1985 y 1996 vive en Suecia, y esporádicamente en Barcelona.
• 1996 : regreso al Uruguay. ¿Retorno a Ítaca ?
Este recorrido coincide en sus grandes líneas con el del narrador-protagonista de El
camino de Itaca, quien abandona el Uruguay en el mismo período que el novelista.
Pero Vladimir es sensiblemente más joven que Liscano y abandona el Uruguay por
razones diferentes, para escapar de la policía por un asunto vinculado con las drogas.
Su periplo lo lleva también “de Uruguay [. . . ] a Suecia” –donde vive temporalmente
con una mujer y tiene una hija-, de allí a Barcelona 1 y de allí, quizás, de nuevo a
Suecia. Estos continuos desplazamientos tienen una motivación doble :
1. Carlos Liscano, El camino a Ítaca, Montevideo, Cal y Canto, 1997, p. 7. Todas las citas de la novela
pertenecen a esta edición, a la que remitiremos indicando el número de página entre paréntesis.
150 Partida(s) de (re)nacimiento. . .
El autor, en el proceso escritural, ha recorrido los vértices del mismo triángulo que
su personaje, pero en un orden diferente y en un tiempo en gran medida posterior 4 :
como si la escritura viniera después de la vivencia, estableciendo una continuidad entre
personaje y autor : así, en un mismo gesto, lo autobiográfico es expuesto y evacuado.
Este desdoblamiento del yo hace de El camino de Ítaca un texto que abre una serie de
interrogantes en torno a las identidades : la uruguaya, en primer lugar, identidad que
ya no puede definirse en términos puramente territoriales : con una parte considerable
de su población en el exterior (cercana al 15%), con una presión emigratoria constante,
el Uruguay se ha transformado en un país “fragmentado y disperso” ; la noción misma
de nacionalidad “se [adecua] a su nueva condición desterritorializada y transterrada 5 ”.
Pero la novela cuestiona también otras identidades (la europea, la masculina. . . .) y
postula la reaparición de una identidad antigua, la del “meteco”, que corresponde aquí
2. El pozo de J.C.Onetti es el intertexto mayor de El camino. . . , reivindicado como tal en una nota
final del autor.
3. El juego intertextual con el inicio del Quijote (“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme. . . ”), transforma el “no querer” en “no poder” : el nombre mismo del país se vuelve doloroso tabú
para el emigrante.
4. El tiempo de la diégesis culmina en 1991 o a más tardar a inicios de 1992 : “Barcelona se acercaba a
los Juegos Olímpicos así como España se acercaba a toda la cosa de 1992” (p. 163).
5. Abril Trigo, Memorias migrantes. Testimonios y ensayos sobre la diáspora uruguaya, Buenos Aires,
Beatriz Viterbo/ Trilce, 2003, p. 12 y 11.
Raúl Caplán 151
a la del individuo proveniente del mundo subdesarrollado que vive -más mal que bien-
en las sociedades occidentales postindustriales.
El período en que se desarrolla/se escribe la novela es en Europa una etapa clave, en la
cual se está produciendo al Este una redefinición de fronteras, no siempre de manera
pacífica 6 , y de manera concomitante y concatenada, una reformulación del espacio
comunitario europeo al Oeste (1992-1993 : Tratado de Maastricht). Todos estos fenó-
menos también conciernen a todos aquellos que, de una manera u otra, tienen lazos
con este continente, como es el caso de los uruguayos. Además, el Uruguay está en-
tonces en plena mutación : parcialmente terminada la transición democrática, ingresa
en el Mercosur y vive las premisas de una de las mayores crisis económicas del siglo
XX. Tras la esperanza que supuso el retorno a la democracia en 1985, el movimiento
migratorio vuelve a tomar importancia, y el emigrante económico “recupera” el lugar
del que había sido desplazado por el exiliado político en los 70.
El Uruguay, en las primeras décadas del siglo XX, se había dado una identidad de país
urbano, europeizado y culto, con una economía basada en un modelo exportador y
un Estado protector ; los cimientos de dicho modelo comienzan a ser atacados por las
sucesivas crisis a partir de los 60 y terminan desmoronándose a golpes de bayonetas
en los 70 y primera mitad de los 80. Tras la furia dictatorial, queda más vigente que
nunca la necesidad no ya de “repensar” al país sino de pensarlo, no ya de reconstruirlo
sino de construirlo 7 .
Aunque el periplo de Vladimir resulte algo anacrónico –Suecia acogió a uruguayos
(exiliados políticos) sobre todo en la década del 70- resulta representativo de esa
identidad migrante del joven uruguayo de los 90-2000, cuyo objetivo suele ser irse
a donde sea, largarse, hacerse humo, rajarse, pelárselas, para utilizar alguno de los
múltiples verbos que remiten a este deseo –muchos de los cuales aparecen en la novela
de Liscano.
Vladimir no busca atrincherarse detrás de la pertenencia a un grupo : ha asistido al
fracaso del padre, que se había construido una identidad basada en su credo comu-
nista y que, en medio del “naufragio”, del “desastre universal”, se aferra a “la cáscara”,
como una manera de disimular que ya no cree en nada y que ya no es nada (“era un
señor que ya había sido” [p. 158]) ; al fracaso de la madre, cuya identidad se había
construido en base a la admiración a su marido, y que ahora “lo protegía más que ad-
miraba”, porque ya no quedaba nada admirable en él (p. 159) ; ha estado confrontado
a los ex-exiliados políticos rioplatenses, transformados en inmigrantes legales, enter-
radores de sus antiguos ideales revolucionarios que sólo piensan en “[hacer] la suya”
(p. 148) : ha compartido momentos con mujeres, cuyo único proyecto identitario es
ser madres y/o esposas 8 . Negándose a esa farsa, a esa disolución del yo (en un partido
político, pareja o núcleo familiar), sus constantes huidas –del Uruguay, de Ingrid (la
sueca a la que deja embarazada y que le dará una hija no querida por él)- son un
intento por no pertenecer, por conservar la libertad. El protagonista de El camino. . .
será primero un personaje sin pertenencia y luego sin pertenencias : la separación, el
abandono impuesto o escogido, serán su destino. ¿Qué queda al final de ese periplo ?
Acaso lo único que no se pierde, lo inalienable : la lengua y la capacidad de soñar 9 .
El título de la novela puede leerse al menos en dos niveles : como una metáfora del
recorrido del protagonista, Ulises degradado y posmoderno ; o como metáfora de la
escritura : el camino que el protagonista recorre solo, lo vuelve a hacer como narrador
acompañado esta vez por su lector. Y es como lector que voy a intentar desandarlo
aquí, en cuatro movimientos que son, en un momento u otro, los de todo viajero, y
que pueden sintetizarse en cuatro verbos : ir, ser, estar y regresar.
1 Ir
Vladimir va de un lado a otro, pero sobre todo se va de (y se evade) : irse “a donde
fuera”, “a otra parte” (p. 7), “[cambiar] de lugar” (p. 7), “largar[se]” (p. 8), “hacer[se]
humo” (p. 34), “salir” (p. 95), “arrancar” (p. 95). . . Se podrían multiplicar los verbos
o perífrasis que refieren a este deseo de escapar a un encierro en múltiples niveles :
espacial (los lugares a los que se ve confinado por su condición de menesteroso),
laboral (el psiquiátrico o el hogar de ancianos en los que sucesivamente trabaja), de
la cotidianeidad (la mujer que, con su embarazo, lo quiere inmovilizar).
Para un latinoamericano (y en particular para un intelectual o artista), el viaje a
Europa fue, a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, un pasaje obligado ; viaje
de formación, de descubrimiento, de búsqueda de reconocimiento, de contacto con la
modernidad central. París fue el foco, el centro imantado hacia el cual se dirigían los
intelectuales deseosos de traer las novedades, los numerosos ismos que, en particular
nutrieron las artes y el pensamiento en las primeras décadas del siglo XX. Fascina-
ción y rechazo eran los sentimientos presentes, a menudo de manera simultánea –el
caso de Alejo Carpentier es paradigmático de esta constante tensión entre ambos
sentimientos-. El viaje a París, etapa fundamental de la formación intelectual, permi-
tió en muchos casos la emergencia de una conciencia identitaria continental (la que
Carpentier formula en su definición de lo real maravilloso y que otros formularon en
términos políticos). Sin duda este viaje ha perdido su prestigio en las últimas décadas
–a partir de fines de los 60, cuando los movimientos de liberación pululan en el Ter-
cer Mundo y La Habana se transforma en el meridiano intelectual de América- o ha
cambiado de signo -durante los 70, cuando Europa se transforma en refugio obligado
de miles de exiliados políticos de todo el continente-. Europa deja entonces de ser
ese espejo invertido revelador de una identidad latinoamericana cargada de valores
positivos, para transformarse en definidor de una identidad latina, sudaca, meteca,
de una subidentidad impuesta, hecha de rechazo. Es esa compleja identidad la que
explora Liscano en su novela, haciendo de la condición de meteco un emblema de la
identidad del hombre contemporáneo, a la manera de Camus en El extranjero.
El destino del narrador es doblemente parricida : del punto del vista del escritor,
porque Vladimir anhela irse “a donde fuera, menos a París” (p. 7, el subrayado es
nuestro) ; del punto de vista del personaje, porque no se le pasa por la cabeza irse
a un país comunista a pesar de que su padre lo destinó implícitamente a tal fin al
bautizarlo con el nombre del héroe de la revolución de octubre. Más parricida aún,
si consideramos que al abandonar el Uruguay el narrador “pensaba ir[se] a Estados
Unidos” (p. 19) y que es la casualidad (“Mi primer viaje a Suecia no estaba en mis
planes”, p. 19), el encuentro con una sueca en Río de Janeiro, la que le brinda la
posibilidad de abandonar el continente americano. Se trata de un verdadero viaje
a las antípodas, la fuga adolescente por excelencia, como rechazo de una identidad
impuesta por el padre. Si irse presenta la ventaja de que pone al individuo en una
total disponibilidad, de que representa un (re)nacimiento, presenta el inconveniente
de llegar, de aterrizar -tocar tierra, poner los pies en la tierra-, supone destruir la
ilusión de que “lo nuevo va a ser diferente”, de que “el nuevo [sitio] va a ser mejor”.
Ilusión tenaz, constantemente alimentada a pesar de que “uno [. . . ] sabe [que] allí será
igual que aquí” (p. 21).
Si Suecia representa un espacio relativamente poco transitado por el imaginario riopla-
tense 10 , España es obviamente otra cosa. Vladimir, que está lejos de ser un militante
político, conserva sin embargo de su infancia la imagen de la España republicana,
exiliada, intelectual, resistente. Y es ingenuamente que decide “conocer esa España,
la heroica, la del gallo rojo 11 ” ; ingenuamente, decimos, porque obviamente la España
a la que llega no es ésa, sino la España recientemente ingresada en la Comunidad
Europea (1986). La inmediata desilusión 12 renueva el ciclo iniciado con la partida a
Suecia : anhelo de irse > partida > ilusiones respecto al nuevo lugar > desencanto >
nuevo anhelo de irse > nueva partida > etc. Este segundo fracaso, esta nueva puerta
que se cierra –y que clausura la utopía paterna y la de varias generaciones- permite
al narrador asumir su nueva identidad : la de inmigrante tercermundista en el primer
mundo o, en sus propias palabras, la de meteco.
2 Ser
Como ya apuntamos, Liscano presenta un narrador cortado parcialmente de su filia-
ción (no conocemos sus apellidos paterno ni materno, usuales en un uruguayo). Sólo
conocemos su nombre, que establece una filiación “artificial” ; un nombre que fuera
bandera de la superación de lo nacional mediante un internacionalismo proletario, y
que en el mundo postcomunista se transforma en cáscara vacía, evocando a lo sumo la
furia literalmente iconoclasta que sacó de sus pedestales en el este europeo las estatuas
de Lenin.
10. Suecia se transformó en un referente para los uruguayos a partir de la dictadura militar, y en particu-
lar gracias a la política de su Primer Ministro, Olof Palme (1969-1976), quien llevó adelante una generosa
política de asilo político para los latinoamericanos tras los golpes de estado de inicios de los 70 en el Cono
Sur.
11. P. 114. El “gallo rojo” remite a la conocida canción “Los dos gallos”, que popularizara en el Uruguay
predictatorial el dúo de cantantes de protesta Los olimareños.
12. “En la frontera de España empecé a sospechar que aquel no era el país de los exiliados que yo había
conocido en casa de mis padres” (p. 115).
154 Partida(s) de (re)nacimiento. . .
Vladimir escoge una voluntaria orfandad al inicio cortando con sus genitores, y ter-
minará realmente huérfano al final, cuando el padre le anuncia el cáncer de la madre
y su inminente muerte (p. 249). Sin papeles y sin domicilio, el narrador es un resto, o
peor aún, el resto de un resto. “Había logrado convertirme en el resto de piltrafa que
el perro callejero abandona en una esquina 13 .” ¿Peor aún ? En realidad, el narrador
considera este estado como “un privilegio”, ya que “menos no se podía ser” (p. 255).
Ha llegado a desprenderse de todo lo material, en un descenso que le ha permitido
conservar su verdadero deseo : soñar 14 .
Pero ¿cómo ha llegado el protagonista a concebir y a llevar a cabo este proyecto
de no ser nada, de ser nadie, de despojarse de todo, de tocar fondo ? El narrador
ha llegado a este ascetismo digno de un anacoreta tras un desencantado recorrido
europeo de Norte a Sur. Todos los movimientos en el continente europeo lo confirman
en la idea de que Europa se cierra sobre sí misma : “Esto debería ser aclarado, alguien
debería hacerlo. España está en Europa [. . . ]. Un español se parece en casi todo a un
alemán, derechos, forma de ver el mundo y así.” (P. 115.) Y esta identidad europea se
ha venido construyendo en base al rechazo de lo extraeuropeo, como lo constata con
pragmatismo Vladimir : “Bien, ahora yo entraba en España, es decir en Europa. Y en
Europa a los metecos no los quieren.” (P. 116.)
El epígrafe de la novela provee de manera significativa la definición usual y académica
del término “meteco”, aquella que hace referencia a cierta clase de extranjeros en la
antigua Grecia. Liscano hace de este término la esencia misma de su personaje. El
camino a Ítaca no es el regreso al lugar en que se nació, al origen, sino el camino
que consiste en aceptar que se es “Otro”, que se está “afuera”. La elección del término
es significativa : si bien en la novela el sustantivo “inmigrante” aparece en numerosas
ocasiones, adquiere por lo general un valor colectivo, designa una (sub-)categoría de la
población ; en cambio, el término “meteco 15 ” remite en la novela no sólo al grupo sino
también –y más a menudo- al individuo. Vladimir descubre en un primer momento (en
Suecia) su identidad meteca, por no ser ciudadano 16 ; progresivamente esta identidad
se ampliará, consistirá en “[estar] fuera” (p. 137), no solo de la sociedad, sino de todo,
incluso del círculo de los des-clasificados, de los inmigrantes. Resto de piltrafa, meteco
entre los metecos, meteco al cuadrado.
Rápidamente, Vladimir constata que el grupo de los inmigrantes no es homogéneo,
como se lo suele presentar etiquetándolo desde afuera ; los inmigrantes comparten un
territorio por la obligada “guetoización” en las ciudades europeas ; pero ese espacio,
visto del interior, es explícitamente presentado como una Babel : “Yo nunca había
imaginado que pudiera existir tanta gente de tan diversos países sobre la Tierra, ni
13. P. 255. Un poco como otro Vladimir célebre, el de Beckett en Esperando a Godot.
14. Prolongando la actividad de Eladio Linacero, el narrador-protagonista de El pozo de Onetti, quien
anuncia de este modo su proyecto en las primeras páginas : “Me gustaría escribir la historia de un alma, de
ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños. [. . . ]. Lo curioso es que,
si alguien dijera de mi que soy “un soñador”, me daría fastidio. Es absurdo. He vivido como cualquiera o
más.” Juan Carlos Onetti, El pozo, Montevideo, Arca, 1995 (1939).
15. El término “meteco” es poco usual, y cuando se lo utiliza para hacer referencia a un extranjero, está
cargado de un matiz peyorativo.
16. Problemática que, si bien estaba contemplada en las legislación uruguaya (que distinguía residentes
y no residentes, e incluso ciudadanos naturales y legales), no tenía en la cotidianeidad prácticamente
consecuencias visibles.
Raúl Caplán 155
que se hablaran tantas lenguas diferentes.” (P. 35, el subrayado es nuestro.) Lejos
de encarnar la armonía de un espacio multicultural, este gueto (Rinkeby, un barrio
de Estocolmo) es una Babel en la cual “transcurr[e] una silenciosa guerra mundial
de todos contra todos” (p. 35). El universo de los inmigrantes está extremadamente
compartimentado y, sobre todo, jerarquizado, remedando una organización social en
castas. Esta escala de los desclasados responde en primer lugar a la mayor o menor
cercanía respecto a la cultura local ; así en Suecia “Los finlandeses se creían casi suecos,
y despreciaban al Resto” (p. 35). Los latinoamericanos, a su vez, “consideraban por
debajo de sí a todos los demás” (p. 35), es decir a los inmigrantes no occidentales
(africanos, chinos, kurdos. . . ).
Los inmigrantes se organizan en clanes o círculos, generalmente en función de la na-
cionalidad, a veces en función de una identidad más amplia –caso de los africanos–,
o más restringida –Vladimir descubre que un restaurante de Barcelona, propiedad
de un uruguayo, emplea sólo uruguayos, nativos “de la misma ciudad, de Paysandú”
(p. 162)–. Estos círculos constituyen a veces redes de subsistencia o de solidaridad,
pero resultan más a menudo formas larvadas de explotación económica ; los inmi-
grantes que han conseguido cierto estatus socioeconómico, brindan trabajo -muy mal
pago- a los indocumentados de su mismo origen, poniéndole a la explotación un disfraz
de solidaridad. A pesar de que los inmigrantes son globalmente víctimas, Liscano no
construye una visión idealizada de este grupo en la novela : el egoísmo, la corrupción,
la xenofobia, la explotación del otro, están tan presentes entre los “metecos” como
entre los “ciudadanos”.
Para el narrador, sólo quedan entonces dos opciones : una consiste en aceptar su
condición y buscar la manera de sobrevivir, de “arreglárselas”, de “rebuscársela”, de
“hacer la suya”. Esta es la posición tradicional del pícaro, y de hecho Liscano elabora
su novela a partir de una serie de procedimientos o de tópicos de la picaresca : la
estructura de la novela como novela de aprendizaje, la narración retrospectiva en
primera persona, el relato cronológico siguiendo un itinerario geográfico, la presencia
de una serie de “amos” (patrones) que explotan al protagonista, las pruebas por las
que pasa este antihéroe, el final abierto. . . En esta neopicaresca o picaresca de la
posmodernidad, los inmigrantes, como el pícaro tradicional, son descastados por tener
origen “dudoso” o más precisamente por no pertenecer, por venir de fuera, por ser
metecos, extranjeros indeseables –aunque a menudo necesarios-. Ejemplo del pícaro
con experiencia es “Lumumba”, el cuidador africano del manicomio sueco, quien dice
ser médico aunque no le reconocen el título, y a quien el narrador aprecia e incluso
admira ; de hecho Lumumba va a formar a Vladimir, mostrándole todas las estrategias
para salir adelante ; Lumumba “robaba toallas en el hospital y después las vendía”, “se
acostaba con todas las mujeres del hospital que se le ponían a tiro” (p. 81) como una
manera de ejercer un poder sobre ellas, etc.
Pero no es ésta la elección del narrador autodiegético, quien abandonará poco después
de su llegada a España la opción de sobrevivir, de arreglárselas, y se dejará deslizar
de la categoría de meteco a la de vagabundo 17 . Más que de una decisión precisa y
17. Usamos este término a falta de otro más adecuado. Conviene señalar sin embargo que Vladimir
no “vaga”, sino que se instala en la Plaza Real de Barcelona y allí permanece. Tampoco términos como
“menesteroso”, “indigente” o “necesitado” son adecuados, ya que todos definen en función de lo que no
156 Partida(s) de (re)nacimiento. . .
3 Estar
Como vimos, a Vladimir lo mueve la voluntad de huir, de buscar nuevos lugares,
a pesar de su conciencia de que “las cosas [no van] a cambiar porque uno cambie
de lugar 20 ”. Sin embargo irse supone siempre llegar, ocupar un espacio, o al menos
hacerse un espacio. Ahora bien, la mayor parte de los espacios “reales” a los que llega
y en los que se instala Vladimir son espacios de encierro : empezando por la casa de
Ingrid en Suecia, a pesar de ser “como una casa de campo” (p. 21). Prisión agradable, si
se quiere, pero prisión al fin : “En casa de Ingrid [. . . ] había un desafío, una trampa, en
la que era fácil caer.” (P. 49.) Esta casa, presentada como un Arca de Noé sui generis
(“Había un conejo, varias gallinas, un perro, cuatro gatos y dos niñitas de cinco y seis
años”, p. 21), es precisamente por su carácter matricial 21 un lugar inquietante, por lo
que Vladimir decide abandonarla para trasladarse a un apartamentito que califica de
“guarida” (p. 33-34).
El segundo espacio de encierro es el hospital psiquiátrico sueco en el cual consigue
trabajo. Espacio engañoso, ya que “Desde fuera parecía el mejor lugar del mundo para
vivir” (p. 59). Una vez adentro la realidad se impone más crudamente : “En síntesis,
aquel hermoso hospital era una mierda.” (P. 59.) Espacio alegórico de las sociedades
posmodernas (¿o de la sociedad a secas ?), es lugar de encierro y sufrimiento para
todos los que allí están : “La cosa era vivir dentro, como paciente, o como empleado,
daba igual.” (P. 59.) Aunque Vladimir esté como empleado, sus pensamientos tienen
el mismo carácter obsesivo que los de un preso en su celda : “De acá hay que irse,
pensaba casi todos los días, tengo que irme o en cualquier momento me declaran senil,
me dejan vitalicio.” (P. 93.)
Pero la huida no conduce a un espacio de libertad, sino a un nuevo encierro, al cuarto
de una pensión de Barcelona, “cuartucho sin aire, sin luz y pasablemente malolien-
te” que adquiere de entrada un aspecto carcelario que Vladimir resume así : “Mil
pesetillas por aquel calabozo, sin derecho a visitas en la pieza, y riguroso pago por
se tiene, de una carencia, y no dan la idea de desprendimiento o al menos de indiferencia que anima a
Vladimir.
18. P. 181. Este vocablo del español rioplatense designa a una persona muy deteriorada físicamente como
resultado, por lo general, de una adicción a la droga o, como en el caso de Vladimir, al alcohol.
19. En el sentido que le da Salvador Puig en su poemario homónimo : además de su sentido propio
(“concertar de palabra”), “apalabrar” es “poner en palabras”. Ambas acepciones dan cuenta del trabajo del
poeta o del escritor en general (Salvador Puig, Apalabrar, Montevideo, Arca, 1980).
20. P. 7. Son casi las mismas palabra con las cuales Mersault, el narrador-protagonista de El extranjero
de A. Camus, le responde a su patrón cuando éste le propone instalarse en París y así cambiar de vida : “J’ai
répondu qu’on ne changeait jamais de vie, qu’en tout cas toutes se valaient.”. A. Camus, L’étranger,
Folio, 1975, p. 68 (1942).
21. Es decir, madre y modelo.
Raúl Caplán 157
asignaba” (p. 169). Como suele suceder en las grandes ciudades, algunos espacios cén-
tricos son ocupados por los marginados, los sin domicilio ; tal el caso de la Plaza Real
de Barcelona ; y Vladimir, “sin familia, sin documentos, sin trabajo, sin casa” (p. 170),
sólo puede ir a parar allí, a ese espacio de máxima visibilidad –por estar en una zona
altamente turística- paradójicamente frecuentado por seres invisibles, “restos de seres
humanos, alcohólicos y drogadictos, locos de tristezas infinitas” (p. 171). Allí parece
conseguir ese estado de máxima disponibilidad, de vaciamiento, de no pertenencia :
nada le pertenece y a nadie pertenece, ya no necesita “[hacerse] humo 24 ”, escapar de
los otros ; allí, en medio del ajetreo urbano, ha encontrado la soledad absoluta. Lo que
no quiere decir que haya alcanzado el paraíso : la Plaza Real es un nuevo microcosmos,
como el manicomio, en el que se representa la misma comedia : sus moradores tam-
bién se agrupan en función de su origen (andaluces, árabes, latinoamericanos) o de
su aspecto físico (negros) y sólo algunos “exóticos” (como un escocés) permanecen
solitarios.
4 Regresar
Ir (se) para ser/estar y luego regresar. Pero ¿a qué Ítaca regresa –o se propone
regresar– Vladimir ?
La circularidad, el retorno al lugar del que se es originario tras haber pasado por
una serie de peripecias es un esquema característico de la novela de aprendizaje y
de uno de sus modelos fundadores, la picaresca, con la cual El camino. . . teje una
serie de lazos intertextuales. Pero a diferencia de esos modelos, Liscano abandona a
su personaje mucho antes del momento de recapitular y de elaborar el relato de su
vida ; si la narración es lo que le da una identidad al sujeto, la narración del meteco
sólo puede ser fragmentaria y quedar inconclusa. Si el título sugiere un retorno al país
natal, la estructura de la novela deja una ambigüedad “perfectamente deliberada”, de
modo que Liscano puede afirmar que “yo mismo no sé lo que realmente le ocurre a
Vladimir 25 ” al final : el relato se cierra con Vladimir en la Plaza Real imaginando un
posible retorno a Suecia, y la posibilidad de que Estocolmo sea la Ítaca tan anhelada.
Pero eso queda voluntariamente fuera de la diégesis, la novela se presenta como el
camino y no como el regreso a Ítaca, se inicia en un tren rumbo a Estocolmo y se
cierra con otro viaje (¿imaginario ?) rumbo a ese mismo norte.
De hecho, dos espacios pueden adquirir el valor de Ítaca en la novela : uno, real, es
la casa de Ingrid, presentada desde el inicio como “una casa en una isla” (p. 20) ;
el otro, imaginario, es la cabaña situada en “una aldea en la costa”, probablemente
también insular, puesto que el narrador sueña que llega a ella “en un bote” (p. 18).
La novela nos muestra que el primero de esos espacios es más bien una trampa,
y que Ingrid es más Calipso que Penélope ; sólo la imaginación parece proveer un
espacio al cual regresar. Esa aldea de la costa, que no puede situarse en ningún mapa,
es sin embargo profundamente uruguaya, ya que remite al territorio imaginado por
el protagonista de El Pozo de Juan Carlos Onetti, texto fundacional de la nueva
24. Expresión rioplatense que designa el acto de desaparecer de un lugar sin que nadie se dé cuenta.
25. Entrevista con Isabelle Roche, 7/03/05, in http ://www.lelitteraire.com/rubrique9.html. Página
consultada el 1/09/2005.
160 Partida(s) de (re)nacimiento. . .
narrativa uruguaya. Pero mientras la novela narra las peripecias vitales de Vladimir
en su camino a Ítaca, la escena de la ensoñación se limita a evocar la llegada : el camino
es rápidamente evacuado, ya que el narrador imagina siempre “el bote llegando a la
aldea” (p. 58) y no las contingencias del viaje ; esta aldea primitiva funciona como
un espacio protegido, una “guarida”, un retorno al útero materno. Se trata de una
utopía al principio individual, pero que adquiere luego una dimensión colectiva : así,
en la parte final de la novela, durante una brutal borrachera, Vladimir sueña con
ese retorno : “Pero en la barca no iba solo, como siempre me ocurría en el sueño.
Esta vez íbamos todos los reventados que yo había conocido.” (P. 203.) La aldea de
la costa aparece así como una nueva encarnación de esas utopías primitivas que han
estado asociadas al continente americano desde los proyectos misioneros de la época
colonial : estas utopías pretenden encontrar en América un espacio y un hombre
incontaminados, un mundo del Génesis o pre-genésico.
El héroe de Los pasos perdidos (1953) de A.Carpentier, personaje emblemático de ese
proyecto utópico asociado a una búsqueda identitaria, intenta encontrar esa utopía
en las entrañas de la selva americana ; aunque lo logra –o cree lograrlo- durante un
tiempo limitado, termina siendo expulsado de ese paraíso original por ser un intruso,
un extranjero 26 . Cuatro décadas más tarde, ya no quedan espacios “vírgenes” en el
planeta, ya no hay islas robinsonianas. La epopeya del moderno Ulises no consiste en
enfrentarse a la Naturaleza y a la acción conjurada de los elementos ; su antiepopeya
(no desprovista de heroísmo pero sí de reconocimiento) se desarrolla en el centro 27 y
no en remotas periferias ; su utopía abandona el Tercer Mundo y se instala en el
Primero, o mejor dicho en su patio trasero, en el Cuarto. La cabaña soñada por
Vladimir (y antes por Eladio Linacero), espacio de regeneración posible, no está, él
lo sabe, “En ninguna parte” (p. 200) : pero su lucidez no le impide seguir remando
hacia ella (seguir viviendo), quizás porque tal cabaña puede ser construida en un
espacio desterritorializado. El mundo avanza hacia su propia destrucción, como se lo
explica a Vladimir uno de los pacientes del psiquiátrico, “el Gran Loco”, ex-ingeniero
constructor de rutas que un día decidió quedarse a un lado del camino (p. 98) ; pero si
“todo se iba a hundir” como en una nueva Atlántida, “vendrían otros que comenzarían
de cero” (p. 92). Es con “locos” como el Ingeniero, o la vietnamita, con ancianos como
Johan (quien sólo quiere que lo dejen morir en paz, p. 107-110), con metecos como
Lumumba, con marginados como Manuel (el hombre que pasa sus últimos treinta años
de vida en un pequeño apartamento, conservando en bolsas de plástico sus propios
excrementos, p. 173-174), con los que Valentín sueña su regreso a Ítaca ; parafraseando
a José Martí, es con esos nuevos pobres de la tierra con los que quiere su suerte echar.
26. cf. Fernando Aínsa, “¿Infierno verde o Jardín del Edén ? El topos de la selva en La vorágine y Los
pasos perdidos” in N.Ponce (coord.), La représentation de l’espace dans le roman hispano-américain,
Nantes, éds.du Temps, 2002, p. 9-36 (p. 11). Del mismo Aínsa, véase también La reconstruction de l’utopie,
Paris, Arcantères/ Unesco, 1997 (traduction de Nicole Cantò).
27. En Barcelona reciben los Reyes Católicos a Colón tras el regreso de su primer viaje en 1493.
“Un requeche era yo” :
Vladimir, un cuerpo fuera de lugar
Pauline Berlage
Université de Liège, Belgique
Comprender cuál es el lugar de cada uno/a y su por qué son cuestiones que han
estado en el centro de atención de las feministas desde hace décadas, dada la falta de
acceso de las mujeres a los mismos lugares –reales o metafóricos– que los hombres. De
hecho, el lugar del cuerpo es imprescindible en la construcción de los mismos cuerpos
ya que, en palabras de la geógrafa N. Smith “el lugar establece la frontera entre el
yo y el otro, tanto en el sentido social como en el físico, e implica la creación de un
‘espacio personal’que se añade al espacio literalmente fisiológico” (Smith, 1993 : 102).
Desde hace dos décadas, geógrafas feministas, lesbianas y gays han profundizado en
este tema. Pienso, por ejemplo, en D. Bell y Valentine (1995), en Estados Unidos ; o
en M. Blidon (2008) en, Francia que se han interesado en la segregación sexual y en
la jerarquización del poder según los géneros en grandes urbes como París o Nueva
York.
Un principio organizador de estos estudios es la propia noción de ciudad que, en el
caso de los relatos de la migración, muy a menudo se pone en tela de juicio al igual
que el concepto de hogar. Aunque los inmigrantes estén asignados a espacios distintos
en función del género al que se les asocia, los mismos individuos pueden situarse y
escribirse en otro sitio distinto al esperado. Así pues, un relato puede contribuir a
mantener o, por el contrario, a socavar los paradigmas espaciales que funcionan en
binomio con ciertos géneros 1 . A este aspecto se le dedicará esta exégesis que se centra
en la novela El camino a Ítaca de Carlos Liscano, publicada por primera vez en 1994 2 .
Primero se partirá del microcosmos que es la casa familiar –el hogar– para estudiar
su vigencia en este marco de migración transnacional y de búsqueda existencial de
1. A nivel de la literatura latinoamericana contemporánea, pienso, por ejemplo, en obras como The
House on Mango Street de la chicana Sandra Cisneros (1984) u otras novelas recientes como Los daños
materiales de Matilde Sánchez (2010), que han cuestionado los motivos de casa como espacio femenino y
proponen una mirada femenina sobre la ciudad.
2. La edición manejada en este análisis es la publicada por la editorial Montesinos en Barcelona en el
2000.
162 “Un requeche era yo”. . .
Desde las ciudades clásicas griegas, el ágora es el centro del poder del pueblo donde
se debate el poder económico y religioso, así como el conocimiento. Por su presencia
en este espacio público, el inmigrante sin papeles y sin poder pone en tela de juicio
dichos principios democráticos. Vladimir utiliza el espacio público porque no tiene
otro lugar, no tiene un espacio privado en el que vivir. Así pues, el escoger la Plaza
Real como espacio privado revela la estrategia denunciadora del inmigrante indeseado ;
y es entonces cuando, después de irse del albergue que ya no se puede costear, vemos
que el joven se queda debajo de la pensión, en la Plaza Real, y reflexiona sobre su
estatus de indeseado :
Las reflexiones de Vladimir acerca del lugar que ocupa en el mundo están compuestas
tanto de culpabilizaciones como de introspección honesta. Por una parte, el joven
echa la culpa a los supuestos responsables de su desgracia, es decir, a Ingrid, que
le ha robado su libertad, a su jefe que lo explota y a los españoles, en general, que
no lo han acogido como se debiera. Por otra parte, el meteco reconoce que nunca
le ha interesado entrar en “el sistema” que, según él, consiste en trabajar y en tener
una mujer y “pensar que no hay nada mejor en la vida que preñarla y hacerla largar
un monstruito a la calle, a la vida, a la guerra general” (Liscano, 2000 : 135). Por
tanto, Vladimir escoge no rebajarse a seguir este modelo absurdo y elige la plaza, el
centro simbólico de la ciudad, para minar los valores que representa, reapropiándosela.
dos espacios–, los barrios –lugares que se destacan y se diferencian por características que hemos integrado
mentalmente–, los nodos –puntos de conjunción estratégicos en una ciudad –, y los referentes –unos puntos
de referencia notables por su significado histórico– (Rovira, 2005 : 21).
164 “Un requeche era yo”. . .
Además, su elección de lugar también puede ser una forma de resistir a la autoridad
y a las reglas impuestas en cuanto a la repartición de los lugares en función de la
raza/ciudadanía. El inmigrante ilegal impone su cuerpo desnutrido y sucio en este
lugar turístico vedado por las autoridades y denuncia, de esta manera, el “orden”
capitalista y su repartición impuesta por los cuerpos a su servicio.
Si nos centramos en el sentido de “lugar”, se puede señalar que Vladimir no ocupa
su lugar a pesar de que ocupa un lugar geográfico central de la ciudad. T. Cresswell,
interesándose en dicha conexión estrecha entre el comportamiento normativo y el
lugar geográfico, sugiere así que :
La elección de la Plaza Real como hogar temporal por parte de Vladimir no corres-
ponde a las relaciones esperadas entre lugar, sentidos y prácticas. Los límites fron-
terizos entre el espacio privado –la casa– y el espacio público –el ágora– están aquí
totalmente borrados ; incluso la validez de esta bipartición se pone en tela de juicio
al surgir una metafísica de la “errancia” cada vez más discutida hoy día. Como ya
destacaron pensadores postcoloniales como A. Appadurai (1992) y E. Said (2008),
y antropólogos como L. Malkki (1992), el localizar gente e identidades en espacios
particulares y dentro de límites específicos empuja a pensar en la gente “sin lugar” de
manera totalmente negativa, mientras que este pensamiento se basa en un modo de
vida sedentario y obsoleto para un número creciente de gente.
Esta reconfiguración espacial también llamó la atención de los teóricos de la “écriture
migrante” quebequense. Así, en Les passages obligés de l’écriture migrante, S. Harel
revisita la noción de écoumène (ecúmene) –o habitabilidad del lugar– al intentar cir-
cunscribir el fenómeno de reterritorialización que conlleva la migración (Harel, 2005).
Esta noción de écoumène, un neologismo acuñado originalmente por A. Berque, per-
mite estudiar los lugares como sitios habitables sin reducirse al domus latín, a seme-
janza del oikos griego, se extiende más allá del hogar doméstico (Harel, 2005 ; Dupuis,
2007). Como subraya otro crítico quebequense, el interés de esta noción que abarca
tanto el centro como la periferia, el ágora y el foro, es el de concebir el espacio como
un lugar abierto a la negociación de la identidad (Dupuis, 2007 : 145).
Por consiguiente, la decisión de Vladimir de vivir entre sus cartones en la Plaza Real
revisita, de cierto modo, esta nueva comprensión de la ecúmene que algunos tachan
ya de “global” (Capone, 2004). Sin embargo, esto no debe ser óbice para reconocer que
la asociación hombre-ciudad reactiva la creencia tradicional según la cual los hombres
suelen representar la civilización –encarnada por la ciudad– mientras que las mujeres
están asociadas al mundo “natural”. Asimismo, el texto puede reactivar la metáfora
casera asociada a las mujeres si se atiende al hecho de que para lavarse y comer
Vladimir tiene que entrar en sitios de mujeres, como pueden ser el piso de Conchita,
Pauline Berlage 165
o las casas de Dolores y Olga. Cada uno de los personajes femeninos del relato está,
de hecho, asociado al espacio doméstico, a la vida familiar y a la maternidad.
Por ende, se puede concluir que, aunque el discurso de Vladimir sobre el espacio
público y el espacio privado renueva la concepción de hogar y de habitabilidad en
relación a la narrativa del exilio, la repartición de los espacios masculinos/femeninos
hace de este discurso un relato de adscripción prioritariamente masculina. Por esta
razón se ha de profundizar ahora en esta temática del cuerpo físico y de su escritura
en el espacio de la ciudad para entender cuáles son las pautas a partir de las que se
describe dicho cuerpo masculino.
Ahora pienso que me gustaba mucho estar allí, cargar mis bolsas llenas de
objetos absurdos. Me sentía bien siendo la basura del mundo, andar por
ahí dando un poco de lástima [. . . ]. (Liscano, 2000 : 210.)
166 “Un requeche era yo”. . .
Vladimir se siente meteco en todas partes, lo que convierte a este joven sin papeles
en un paradigma al que podríamos llamar el Extranjero 5 . En este contexto, dicha
distancia para consigo mismo nos recuerda las palabras de J. Kristeva acerca de la
“extranjeridad” ; la psicoanalista francobúlgara analiza en su obra Étrangers à nous-
mêmes (1988) las reflexiones que animan a los individuos frente al sentimiento de la
“extranjeridad”. Afirma, así, que al extranjero, en tránsito perpetuo, le gusta definirse
por la ausencia de sí mismo :
taking norms as sacred and finding ambiguity and double edges a source
of wisdom and delight. (Lugones, 2003 : 96.)
Shoes are not dirty in themselves, but it is dirty to place them on the di-
ning table ; food is not dirty in itself, but it is dirty to leave cooking uten-
sils in the bedroom, or food bespattered on clothing, similarly bathroom
equipment on the drawing room, clothes lying on chairs. (Douglas, 1966 :
36.)
cuyo único objetivo es encontrar un macho para perpetuar su especie 6 . En otras oca-
siones, son los europeos quienes son asociados a los animales por seguir los discursos
maniqueos de los políticos que quieren defender Europa de una supuesta invasión por
inmigrantes de toda clase. Vladimir convoca, de esta manera la vileza del ser humano
y sus pulsiones más bajas para dar sentido al mundo que lo rodea y del que se siente
extranjero y al que, sin embargo, pertenece, tal como lo reconocerá paulatinamente.
Cabe resaltar que la conciencia y el respeto del cuerpo son elementos cruciales en
las reflexiones de C. Liscano que se explican, sin duda, por su propia experiencia del
maltrato físico y de la tortura. F. Idmhand, en su reseña sobre el relato autobiográfico
El furgón de los locos (2001) –en el que C. Liscano emprende, por primera vez, un
relato de su condición de preso político– resalta así la dimensión fundamental de la
degradación del cuerpo :
3 Un informe distópico
Para dar cuenta de esta “extranjeridad”, el camino migratorio se nos narra bajo la
forma de lo que se podría considerar como un informe muy detallado y una novela de
aprendizaje. Sin embargo, veremos que, a pesar de intentar relatar lo que ha vivido
de manera bastante “objetiva” y sin detalles innecesarios, el narrador no evita los
juicios personales y las digresiones complementarias. Asimismo, el bildungsroman del
uruguayo prófugo no concluye con un arrepentimiento rotundo de lo que ha sido y,
al mantenerse en una postura antiheroica y crítica, tampoco estamos seguros de si el
inmigrante ha decidido realmente sentar la cabeza.
Lo que sorprende al lector al emprender la lectura de la novela de C. Liscano es el
tono con el que el narrador –intra-homodiegético, según la terminología genettiana–
relata sus peripecias. Por una parte, éste parece confiar en sí mismo y en su capacidad
de transmitir su historia y dar sentido a su experiencia migratoria : aunque no precisa
las fechas y las horas, su relato da cuenta del encadenamiento de acontecimientos que
explican por qué y cómo viajó de su Uruguay natal a la fortaleza europea. Vladimir
precisa, así, los lugares en los que vivió, la gente que conoció y las razones por las cuales
tomó tal o cual decisión. El relato resulta ser todo menos impresionista, dado que casi
nunca se mencionan los colores, el paisaje en el que vive o el tiempo que hace. Vladimir
ni siquiera alude a las sensaciones –cuando menos desagradables– como el frío y la
humedad que siente al vivir y dormir en la calle en Barcelona, ni a los sentimientos
que le afligen al perder a su madre o al abandonar a su hija. Éstos parecen ser datos
irrelevantes para el narrador, quien prefiere apoyarse en hechos concretos –como se
hace en los informes– para dar cuenta de lo que vivió, lo que pensó y lo que hizo en
su migración.
Este formato podría ser una invariante en la obra del autor montevideano. En muchas
de sus obras, como sus cuentos Agua estancada y otras historias (1991), su relato
autobiográfico El furgón de los locos (2001) o incluso su obra de teatro Mi familia
(1999), se percibe este anhelo de distancia, de relato caso oficial de unos hechos a
menudo absurdos –al estilo beckettiano–. Sus textos no están cargados de figuras de
estilo barroco, de largas descripciones de paisaje o de los sentimientos que uno puede
sentir, sino que, al contrario, el narrador se centra en los actos y en los pensamientos.
La narrativa de C. Liscano sigue varias de estas pautas –como la dimensión del cuerpo
o la importancia de los sueños– y, especialmente, a este deseo de objetividad que nutre
varios de sus textos. C. Blixen, refiriéndose a los textos carcelarios de nuestro autor,
vincula este deseo de objetivar la obsesión por decir la verdad por parte de Liscano,
una verdad que sabe inalcanzable por ser el lenguaje necesariamente opaco :
10. S. Bolaki, en la introducción a su estudio comparativo de la deconstrucción del motivo del bildung-
sroman en obras de mujeres “étnicas” estadounidenses, afirma que : “in the twentieth century there has
been a resurgence of interest in the form of Bildungsroman, especially by marginalized subjects, which
can be explained in part by alluding to phenomena such as the women’s and civil right’s movements,
multiculturalism, decolonization, and various experiences and histories of diaspora” (Bolaki, 2011 : 10-11).
Pauline Berlage 171
Vladimir parece querer ser honesto consigo mismo y con sus lectores, y su relato
está plagado de comentarios evaluativos, como reconocer que sus prejuicios sobre los
extranjeros son infundados, que su búsqueda constante de otro lugar no tiene sentido
y que nunca ha tenido la valentía de escoger su vida, pues prefirió “dejarse llevar, no
hacer resistencia” (Liscano, 2000 : 12).
No obstante, a diferencia del héroe de Goethe –máximo representante del género
del bildungsroman– Vladimir no acepta los consejos de su familia y parece no tener
ningún amigo o maestro. La única persona con la que el fugitivo intercambia acerca del
sentido de la vida es el Ingeniero –uno de los pacientes del hospital psiquiátrico en el
que trabaja en Estocolmo–, y éste resulta ser, paradójicamente, un contramodelo, ya
que ha decidido dejar de luchar para tener sitio en la sociedad. Además, los avances de
Vladimir al final de su recorrido son muy relativos ; siempre queda la duda de saber
si acepta realmente “ser él mismo” y si no ha vuelto a huir después de su reunión
con Ingrid. De hecho, el narrador se refiere a acontecimientos que tuvieron lugar
172 “Un requeche era yo”. . .
Yo sabía eso. O por lo menos sabía una parte. Ya tenía aprendido lo mío,
no era por ahí que me venía todo. Era por alguna otra puerta que el viento
me entraba en la sesera. Pero creo que aun conociendo cómo era el asunto,
en pleno regreso a Estocolmo igual se me pasó por la cabeza la idea de
macharme, a cualquier sitio, por ahí, a ver si en otra parte existía un poco
de alivio. (Liscano, 2000 : 9.)
Por tanto, no queda claro si el joven volvió, o no, a huir hacia otros horizontes después
de haber descansado un momento al lado de Ingrid, una sensación que se agudiza con
la estructura cíclica 11 de la novela, que no hace sino resaltar este sentimiento de
repetición inevitable.
De todo lo dicho anteriormente, se puede deducir que este relato intenta informar
de la migración moderna acercándose a dos tipos de géneros literarios. Se trata del
típico informe oficial y de la novela de aprendizaje, otro género literario marcado por
el género (social) al ser un relato de crecimiento masculino o de aprendizaje a la mas-
culinidad. Sin embargo El camino a Ítaca no copia del todo la novela de aprendizaje
ya que su relato migratorio comprende, en varias ocasiones, una retórica distópica.
De hecho, a pesar de sus sueños sobre lugares Otros Vladimir se desilusiona con su
migración, un desengaño que se percibe en su lenguaje y en su estilo. F. Idmhand
habla de humor negro y de un tono sarcástico cuando el uruguayo describe el mundo
de los inmigrantes de Estocolmo (Idmhand, 2012). De manera general, caracteriza el
estilo de la novela como de realista y despiadado :
Es cierto que el tono es muy a menudo sarcástico y las frases entrecortadas e intran-
sigentes. Vladimir se dedica a criticar de manera virulenta el mundo que lo rodea, y
su relato compila numerosos datos negativos : los retratos de sus lugares de vida, de
los grupos locales de inmigrantes, o de los conflictos familiares no se quedan nunca a
11. En la primeras líneas de su relato, el uruguayo explica que “Ahora estaba volviendo a Suecia” (Liscano,
2000 :9), una afirmación que funciona como una prolepsis, que anuncia otro viaje, al que aludirá la diégesis.
De hecho, al principio Vladimir cuenta las modalidades de su primera llegada a esta ciudad antes de detallar
su vagabundeo transnacional posterior. Por último, la novela se cierra con el sueño del migrante vagabundo
de volver a Suecia en tren, tal como se describe en la primera escena.
Pauline Berlage 173
medias tintas, como tampoco lo hacen sus descripciones de las privaciones debidas a
la migración y la soledad existencial que experimenta.
A lo largo de esta exégesis, se ha cuestionado la noción de hogar y la dilución entre la
esfera pública y privada que, paradójicamente, no permiten la emergencia de nuevas
lógicas de afiliaciones, de afinidades y de agrupamientos pragmáticos. A continuación,
se ha intentado circunscribir la manera de la que este yo masculino se escribe como
cuerpo indeseado en el espacio público para, en última instancia, analizar esta revisión
escéptica y antiheroica de la Ilíada a través de un informe distópico. El modelo del
bildungsroman surge como telón de fondo al escribir de la migración, un modelo que,
sin embargo, se cuestiona a través de varios mecanismos narrativos. En definitiva, a
través de una voz singular, minoritaria y, paradójicamente, intransigente, Vladimir
da cuenta de sus peregrinaciones tanto geográficas como interiores, un camino hacia
una Ítaca imposible de encontrar si no es dentro de sí mismo.
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Allá vamos
Cartografía del desarraigo literario :
reflexiones sobre el arte de escribir en
La ciudad de todos los vientos
“Era una máscara, pero se daba cuenta de que ahora continuaba mirándolos a través de
agujeros para los ojos de otra máscara que tenía puesta. Y otro se la quitaba, y le
quedaba otra máscara ; después se las quitaba él mismo, interminablemente ;
desesperado, iba hasta un espejo y se miraba : era el que había sido.”
“Que notre vie n’ait pas de valeur artistique, c’est très possible.
Raison de plus pour que la littérature en ait une.”
páginas Web, ajeno a las certezas y marcado por la multiplicidad de información que
recibe a cada instante” (Noguerol Jiménez, 2011 : 70).
A partir de una modalidad de creación artística, y literaria en particular, que se apoya
en formas abiertas de escritura donde la narración ya no pretende ser legitimadora, en
las páginas que siguen se intenta demostrar cómo la novela de Liscano se coloca dentro
de una de las tendencias conceptuales que han ido caracterizando el espacio cultural-
literario del continente sudamericano en las últimas tres décadas : es decir, plantear un
examen del proceso de creación literaria que traza un corte radical con las prácticas
tradicionales de escritura que marcaron con anterioridad la narrativa continental.
Dentro del ámbito de esas modalidades creativas, que se dirigen hacia el cultivo de
formas de escritura de rasgos universalistas, el sesgo de la mirada de Liscano se coloca
de manera oblicua y linda con esa literatura transnacional que no solo cuestiona los
presupuestos nacionales sino que multiplica las perspectivas facilitando a la vez un
reconocimiento de la alteridad y un progresivo descubrimiento de los propios orígenes
en la distancia. Se trata de una escritura movida, o inspirada, por la errancia, en
cuyos moldes el “viajero como transeúnte ha desplazado las preocupaciones sobre lo
nacional o continental, tal como se vivían en el siglo XIX y buena parte del XX. Lejos
de reivindicaciones patrióticas o identitarias, el escritor, homo viator por excelencia,
puede preguntarse [. . . ] dónde queda el extranjero tras tantas fusiones y mestizajes,
viajes, ausencias y retornos” (Aínsa, 2010 : 70).
Ahora, si bien la producción literaria del escritor parece acercarse a la línea de las
tendencias dominantes, unidas en el común rechazo de las representaciones ficcionales
de pseudovalores patrióticos anacrónicos, el conjunto de su obra (y La ciudad de todos
los vientos en particular) propone una visión personal del arte de escribir ejercido en
un umbral fronterizo, suspendido entre el lugar de origen y el de acogida. Aunque sea
cierto que el concepto de extraterritorialidad que proponen las nuevas promociones
literarias es paradigmático de los cambios que se producen en las relaciones entre
el escritor y su patria, no se puede negar que la adopción de prácticas de escritura
extraterritoriales implica el creciente abandono de las dinámicas literarias dirigidas a
la búsqueda de la identidad nacional, en favor del cultivo de una diversidad cultural
supranacional. En este sentido, la clave interpretativa que sustenta la comprensión de
la postura de Liscano conecta con los motivos centrales de la novela, vinculados con
la recodificación de inputs culturales y la redefinición de la conciencia identitaria.
Para comenzar el estudio del texto, cabría arrinconar temporariamente la relevan-
cia cuantitativa (y, ¿por qué no ?, cualitativa) que están adquiriendo en las últimas
tres décadas tanto la producción de textos literarios “apátridas” (es decir, directa-
mente compuestos fuera de las fronteras nacionales, como ha sido el caso de la obra
de Roberto Bolaño), como la difusión de obras narrativas geográficamente eclécticas
(aquellas que, si bien escritas dentro de los confines nacionales, ubican sus tramas en
países y continentes diversos). El difundido rechazo que las tendencias literarias más
actuales oponen a los límites fronterizos, en búsqueda de una forma de globalización
de la escritura, no impide que las reflexiones de Liscano abarquen una dimensión
distinta y múltiple acerca de motivos como :
180 Cartografía del desarraigo literario. . .
“El personaje estaba en algún sitio por ahí y había unos arbustos. Puse
indios detrás de los arbustos, y eso me llenó de expectativas. Si uno es la-
tinoamericano [. . . ] tiene derecho a escribir sobre indios, ponchos, quenas,
pipa de la paz, coca, mezcal y otros alucinógenos que nos caracterizan.”
(Liscano, 2000 : 13.)
El examen de varios fragmentos del texto –que está salpicado de referencias a inquie-
tudes vinculadas con la identidad personal y/o cultural– permite advertir la presencia
de una continuidad de “pasajes” que borran la certezas geo-culurales, estableciendo
espacios en que los elementos idiosincráticos se compenetran y se distancian, como
si en este reiterado juntarse y separarse las identidades subjetivas se fragmentaran
en una duplicidad/pluralidad que une el presente (lo que se está escribiendo) con el
pasado (lo que se está recordando).
A esta hibridación –en la cual se vislumbra una negociación obligada entre lo propio
y lo ajeno– alude el autor cuando analiza, crítica e irónicamente, los desperfectos
geo-sociales y raciales de Montevideo y se pregunta :
“O sea, lector, no solo será personaje de una novela sino que además él
mismo escribirá una. Con esto hemos dado un gran paso hacia nuestro
objetivo : esta es la novela que tiene como héroe a C, y trata de los
intentos de C por escribir una novela.” (Liscano, 2000 : 20.)
La presencia del autor en su propio texto ficcional pone en crisis las categorías mismas
del ser, pues insinúa la duda -desde una postura simétrica y ex post-, acerca de si
la presunta “realidad” no es mera ficción. Esta modalidad de inversiones alude a la
posibilidad concreta planteada por Borges que “si los caracteres de una ficción pueden
ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios”
(Borges, 1974 : 669). El giro autobiográfico que otorga Liscano a su novela –y que
la hace susceptible de acercarse a la permeable frontera del género de la autoficción–
establece inevitablemente una relación con el motivo de la fuerza demiúrgica del autor
dentro del escenario de su misma ficción : si se acepta que los posibles narrativos
de la ficción constituyen un ámbito foráneo en el que los planos ficcionales y de la
realidad se pueden superponer (precisamente a causa de los distintos referentes que los
dos planos comparten), entonces la consecuencia de este ámbito foráneo es la fuerza
creadora cuasi divina del autor.
Giuseppe Gatti Riccardi 183
“El carro pasaba a mi lado y los personajes no notaban que yo estaba allí.
Esto me hacía suponer que iban demasiado ocupados en la discusión y por
eso no se daban cuenta de mi presencia. Pero luego sospechaba que quizá
en este libro yo era invisible.” (Liscano, 2000 : 54.)
5. En su reflexión sobre la dinámica contrastiva que existe entre los procesos de globalización cosmopo-
lita y el fortalecimiento de patrones culturales arraigados a las idiosincrasias locales, Ángel Esteban utiliza
los dos términos Heimweh y Hinausweh recuperando el dúplice sentimiento de añoranza que expresa el
poeta alemán Matthias Claudius.
Giuseppe Gatti Riccardi 187
perspectiva europea, es menester regresar pues solo allá la novela que el personaje
C. se propone escribir podrá nacer.
Dentro de esta línea de pensamiento antilogocentrista, lidiar con la evidencia del
regreso a Montevideo significa también conectar con la visión de la literatura como
modalidad algo nostálgica : una interpretación y un uso del arte de escribir que se
plantean –a partir de un constante intento de conservación de las identidades y las
memorias– la búsqueda permanente del sentido de la existencia. Recuperemos por
un instante el fragmento ya citado en que el narrador expresa sus inquietudes acerca
de su condición, al regresar a Uruguay : “Pero luego sospechaba que quizá en este
libro yo era invisible.” Claro está que la sensación de pérdida de la condición de
consistencia corpórea no tiene que interpretarse como el deseo de alcanzar un modo
de ser de radical pasividad y mucho menos como la extinción de la voluntad de
expresión o de manifestación de sí por parte del sujeto. No obstante, la percepción
de estar viviendo una existencia más “difusa” pone de relieve un proceso de tránsito :
se trata del pasaje del ser a un estado existencial que ya no es el de un individuo
localizado de manera determinada en un medio dado de cosas y personas. El regreso
de Estocolmo a Montevideo, la dífícil búsqueda de un héroe ficcional que cumpla
con ciertos requisitos culturales y antropológicos, la identificación de este con una
proyección (C) del mismo escritor, la sensación de invisibilidad experimentada en
Montevideo : todo representa un conjunto de condiciones que parecen conectar con la
“desistencia [. . . ] de la voluntad de identidad, de fijeza, de constancia, para convertirse
en una cosa (una fluctuación) expuesta a la impresión de lo que cada vez, para ella,
aparece” (Laddaga, 2007 : 89).
Esta presunta (y plausible) desistencia de la voluntad de identidad y fijeza es, nos
parece, un reflejo de ese rol que la narración literaria desempeña cuando alimenta
la duplicidad del escritor : el sujeto que se entrega a la tarea de escribir simula
una suerte de “renuncia a la vida” con el objetivo explícito de colocarse a sí mismo
en el territorio de la literatura 6 . Sin embargo, esta renuncia no es sino una forma
imaginaria y transitoria de abdicación de sí, pues nunca es asumida definitivamente
por las voces del texto. Éstas, en efecto, pretenden encontrar en la escritura una
alternativa existencial, que se intenta alcanzar mediante esa renuncia fingida.
6. Esta forma de situarse en el espacio de la literatura que el escritor pone en práctica –al sustentar la
duplicidad de éste último– entra en conflicto con la visión, algo irónica, que Edgard M. Foster propone de
la relación entre el personaje de la ficción y su creador, y con la distinción entre homo fictus (es decir, el
héroe novelesco) y el homo sapiens (o sea, la persona en carne y hueso). No entramos en el detalle de las
reflexiones de Foster pues nos llevarían por otros caminos de análisis.
188 Cartografía del desarraigo literario. . .
y cifras prefijados que respondieran a un cierto ideal del arte de escribir, sino que se
planteaba (y necesitaba) también la existencia de un público receptor entendido como
“lector solitario e informado”, capaz de comprender e interactuar con la densidad del
lenguaje y los eventuales localismos de los textos literarios.
Ahora, esta clase de lector ha cambiado : no siempre posee el conocimiento de saberes
pertenecientes a una determinada tradición cultural y no siempre es un público que
comparte con el escritor la idea de la confrontación solitaria entre el ser humano y el
libro. Las reflexiones que Liscano plantea en La ciudad de todos los vientos conectan
precisamente con la pregunta acerca de qué tipo de texto literario debería ofrecer un
escritor ante la difícil coexistencia entre el espacio de la narración y el espacio de la
información. Ambos espacios deberían coincidir en textos –es decir, en “artefactos de
lenguaje”– que funcionan como “secuencias de mensajes puntuales, lacónicos, de una
brevedad que es el efecto del hecho de que sobre ellos gravita una presión de tiempo :
es como si en ellos se sugiriera que no hay tiempo de acabar de escribir lo que se
escribe, que es preciso que se proyecte de inmediato” (Laddaga, 2007 : 21). En el
ejercicio de auto-observación de las formas de escritura que propone Liscano parece
claro que el escritor está reflexionando sobre el concepto mismo de género novelístico,
sobre su alcance y su potencial inmediatez ; la fragmentación de la narración en una
serie de análisis puntuales establece así una relación –tal como se ha adelantado– con
la presunta (in)capacidad creativa del escritor mismo.
En la novela misma, el “yo de la escritura” se detiene a reflexionar sobre la estructura
fragmentada de su propio texto y afirma :
texto adquiere al final del proceso de reflexión no puede evitar del todo la dispersión
formal, pero puede alcanzar una forma mínima y frágil, de fronteras inciertas y per-
meables 7 . Reemplazar una sucesión definida de eventos por otra alternativa parece
ser un ejercicio al alcance del lector, nos dice Liscano ; y sin embargo estas inversiones
o estos accesos laterales a los que el escritor alude (textualmente se dice : “en el lugar
que quisiera”) no conllevan la conversión del texto literario en una sucesión total-
mente casual de eventos/relatos/espectáculos inconexos. No obstante, esta escritura
(y lectura) por fragmentos, que ofrece incluso la posibilidad al público de leer solo
las glosas al márgen que el autor del relato va añadiendo como comentarios (Liscano
hace explícita alusión a “los textos que yo iría introduciendo al margen”), no repre-
senta una anulación de toda coordenada lógica y toda secuencialidad. Simplemente,
la trama va conformándose según una congruencia que es, en realidad, una indetermi-
nación : desplegar la práctica de las letras significa componer historias que apuntan a
un mínimo de continuidad y si también significa componer secuencias desconectadas
entre sí, estas secuencias tienen que ser capaces de construir escenas coherentes que
no alteran la idea unitaria de conjunto.
Cabría preguntarse cuál es la conexión existente entre –por un lado– estas estructu-
ras fragmentarias (o disipativas, pues introducen un imaginario de la liquidez), que
reflejan una creación literaria donde se despliegan apariciones vacilantes y –por otro
lado– la condición misma del escritor. Este puede enfrentarse a la tarea de escribir,
ya lo hemos visto en parte, como una empresa de confesión que le permita no solo
reflexionar sobre el propio pasado, sino también empezar una reedificación ex post de
los pasos dados para llegar a su condición y su estado del presente. El objeto de la
investigación se traslada así, gracias a la mediación de la escritura, al descubrimiento
de ese cronotopo en el que se encuentran “inmediatamente articulados la regla de es-
critura y la regla de vida, el saber escribir y el saber vivir. Y los momentos del pasado
en cuya observación la investigación se conduce son ‘hechos de lenguaje’, eventos en
los que se anudan palabras y cosas, zonas de intimidad entre estas dos dimensiones”
(Laddaga, 2007 : 66).
En esta empresa de confesión, el “impulso de la novela” y el “impulso de la narración”
coinciden insertándose en el flujo de una prosa cortada, donde aparecen las frases y
las reflexiones del “yo” más auténtico del escritor : éste, en suma, acabaría sirviéndose
del “territorio del relato” como si fuera una suerte de diario (y, en efecto, se había
observado previamente cómo el texto –en su indeterminación genérica– remite también
a la forma de “cuaderno del escritor”). A su vez, las páginas escritas de este diario deben
encargarse de aumentar la sensibilidad del escritor al impacto del tiempo presente,
momento en el que tienen lugar precisamente aquellas acciones cumplidas que quien
escribe despliega en lo real y decribe en su diario, como si estuviera organizando
continuamente su material. La estructura no completamente lineal ni progresiva del
relato responde, en efecto, a este diálogo entre lo real y lo ficcional, pero también entre
7. La fragilidad de las historias y de los discursos, que se refleja en la fragmentación de las estructuras
narrativas, enlaza con la crisis de los metarrelatos de la modernidad. Según observa María Caballero
Wangüemert, los fenómenos de deconstrucción de la integridad del texto son “cuestiones exploradas por la
crítica en las últimas décadas (Lyotard, Vattimo, Deleuze, Derrida, Baudrillard. . . ) y cuyo corolario, más
que previsible, está a la vista : deconstrucción, collage, metadiscurso lúdico, diseminación, interculturalidad,
intertextualidad” (Caballero Wangüemert, 2011 : 17).
Giuseppe Gatti Riccardi 191
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8. “. . . tomar en serio a personajes literarios que se van desplazando en búsqueda de un contrato. Mucho
más estimulante es considerar las cuitas del escritor, deseoso de crear de la nada un tipo humano que se
parezca a todos y a nadie” (la traducción es mía). En este “proyecto” del artista literario de crear un tipo
humano a la vez originalísmo y capaz de recuperar rasgos de moldes existentes, se vislumbra otro elemento
de la visión de la escritura que propone Liscano. Si la forma de contar una historia y la estructura misma
de un libro pueden (y suelen) apoyarse en ejemplos del pasado, los contenidos mantienen un componente
esencial de autenticidad : en esta duplicidad de relación entre presente y tradición reside la idea del diálogo
entre artistas que sustenta Liscano. A partir del presupuesto por el que cualquier artista guarda en su
conciencia la percepción de las obras en que se ha inspirado, el ejemplo iluminador de Liscano remite a las
reiteradas representaciones pictóricas que Picasso hizo de Las Meninas. En este caso, el pintor malagueño
no tenía la intención de rehacer “sus” Meninas, sino establecer un diálogo a través de los siglos con Diego
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Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz :
un diálogo inverosímil hecho realidad
Las diferentes obras que ha publicado Carlos Liscano se pueden leer en diálogo con
un corpus literario que merece su ampliación en relación a lo que se ha hecho hasta
el presente momento, ya sea a nivel académico o periodístico. Iniciativas como éstas
tienen lugar cada vez más entre los lectores asiduos de su obra y creemos que esa
actitud debe ser ratificada y expandida. No pensamos tanto o tan solo en lo que
implica su última obra publicada –Vida del cuervo blanco– que, como el propio autor
lo ha hecho saber, remite a una serie de obras de ficción que homenajea y parodia,
gesto que en realidad está presente en toda la producción ficcional del autor. En
verdad, nos referimos a una necesidad de asumir un análisis crítico que se deje guiar
por las asociaciones que todas nuestras lecturas nos van sugiriendo.
La ampliación que imaginamos requiere revalorar la idea bastante generalizada en
torno a la obra de este autor, que ha partido del presupuesto (verdadero) de que Lis-
cano ha escrito desde un lugar particular, en una determinada sociabilidad pautada
por hábitos propios. A su vez pensamos que este lugar ha impuesto una precariedad,
una dificultad para insertarse en un determinado grupo literario tanto en el ámbito
local, regional, como en el global. El hecho innegable de que haya cavado (término que
él mismo ha usado) su obra en su peculiar biografía y en su peculiar biblioteca y de
que haya tenido unos primeros lectores muy particulares (tan aislados como él, porque
todos estaban presos en la cárcel política de la dictadura militar uruguaya), puede
haber inhibido, en cierta medida, la posterior tarea de crítica comparada. Lo que
proponemos es señalar aproximaciones con obras de autores que han escrito antes que
Liscano, pero también, y en particular, con autores que escriben y publican contem-
poránea o posteriormente a él.
194 Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz. . .
Bob Dylan, The Beatles o inclusive a tantos y tantos escritores que cita Vila-Matas,
pero tampoco hay, por lo menos en Mac y su contratiempo (novela en que el tema
central es la repetición como forma de hacer literatura) ninguna mención a Samuel
Beckett, algo que habría que explorar más en Liscano, en el sentido de entender de
qué modo actúa en su obra la repetición como estética influenciada por la obra de
este irlandés cuya impronta es clara en la pieza teatral Mi familia 3 , pero también,
por ejemplo, en El camino a Ítaca.
Para demostrar de qué manera la obra de Liscano puede ser leída cotejándola con un
corpus que podría parecer inverosímil, pasaremos, a continuación, a desarrollar una
lectura comparada de La ciudad de todos los vientos con otra novela uruguaya más
reciente, La vista desde el puente.
La ciudad de todos los vientos 4 es la obra que proponemos comentar aquí como novela
que dialoga con la tradición nacional, yendo del surrealismo uruguayo a Onetti en lo
referente a la literatura, y de José Gervasio Artigas a José Enrique Rodó, en lo que
concierne al espíritu nacional y latinoamericanista. Propone algo que la enfrenta a
dicha tradición para cavar su propio espacio en el contexto del pensamiento uruguayo
y para encontrar un modo de construir una vida en la Montevideo natal del autor,
luego de más de veinte años de ausencia. Concomitantemente, proponemos leer La
vista desde el puente 5 , publicada once años después en Montevideo por un autor
treinta años más joven que Liscano, Ramiro Sanchiz, del que no se puede decir que
haya sido influenciada por éste (probablemente no), sin embargo, ambas corresponden
a una forma nueva, y aún en ciernes, de representar y de releer nuestra forma de
entendernos como nación y de colocarnos frente a ella como individuos.
Hacer dialogar a dos autores como Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz parece inve-
rosímil en la medida en que ambos quizás concordarían en que sus biografías y sus
miradas sobre la literatura nacional y universal difieren tanto como sus proyectos de
escritura. No obstante, estos dos autores pueden ser comparados si se piensa en las
mencionadas novelas o, por lo menos, en el momento en el cual éstas encuentran a un
lector que no puede dejar de relacionarlas. Al mismo tiempo, aproximar dos novelas
surgidas a partir de realidades tan diferentes, pero que en algún punto esencial per-
miten conclusiones tan próximas acerca de la forma como la sociedad uruguaya puede
empezar a imaginarse a sí misma como nación, nos hace sospechar que algo fuerte se
está gestando efectivamente en dicha sociedad.
La clave de lectura para ambas novelas se desprende de la cuestión de cómo vivir
en relación a lo que se sigue llamando la patria. Ambas nos resultan esenciales en el
contexto de la sociedad uruguaya contemporánea que, como muchos Estados nacio-
nales, busca reordenar su pasado de forma tal que pueda imaginar un futuro a partir
de un nuevo contrato imaginario de identidad.
Tanto la una como la otra nos hacen pensar que, de un punto de vista teórico, se puede
asociar la actitud de Giorgio Agamben en su forma de postular la singularidad cualsea
“[. . . ] el hecho nuevo de la política que viene es que ya no será una lucha por
la conquista o el control del Estado, sino una lucha entre el Estado y el no-
Estado (la Humanidad), la disyunción inseparable entre las singularidades
cualsea y la organización estatal.” (Agamben, 2006, p. 69.)
No se trata, para Agamben –y así lo creemos también para Liscano y para Sanchiz o,
mejor dicho, para las novelas en cuestión–, de apatía o resignación, sino de concebir
una relación de pertenencia al grupo que se desentiende de categorías. Así me parece
que pueden funcionar La ciudad de todos los vientos y La vista desde el puente, como
libros que se insertan en cierta tradición literaria e histórica, que de alguna forma
la representan y al mismo tiempo la niegan. Es también en relación a ese punto que
estas novelas pueden ser leídas comparativamente.
1
La vista desde el puente, concebida como una ucronía, está publicada por Estuario
Editora, un sello del grupo HUM, que desde hace más de una década publica la narra-
tiva escrita en Uruguay por escritores jóvenes y menos jóvenes, pero que no encuentra
siempre espacio en editoriales más tradicionales o inclusive en multinacionales. En
dicha novela la república uruguaya es el resultado de un desdoblamiento diferente al
registrado en la historiografía. Su punto jonbar consiste en que Artigas vence la batalla
de Tacuarembó (1820) y, en vez de irse al exilio en Paraguay, se convierte en el presi-
dente de una república anfiuruguaya, o sea, extendida a los dos lados del río Uruguay,
que ocupa parte de lo que fue la Liga Federal en el siglo XIX –liderada efectivamente
por Artigas antes de 1820–, en particular por las provincias argentinas de Corrientes
y el actual Uruguay, habiéndose perdido las otras provincias, Córdoba, Entre Ríos y
Santa Fe, en favor de Juan Manuel de Rosas y el territorio de las Misiones a favor de
Rio Grande del Sur. Lo que la novela plantea es un posible desdoblamiento histórico
y político bajo esas condiciones en las cuales Artigas se hubiera visto efectivamente
conminado a gobernar un Estado, a trabajar efectivamente en el campo político de la
constitución de las instituciones que edificarían al país y eso en un contexto ideológico
como el del siglo XIX, es decir, pautado por el darwinismo en los más variados ámbitos
del conocimiento y la política, y por la dicotomía civilización y barbarie, explicitada
por Domingo Faustino Sarmiento y asumida, por ejemplo, por el poeta Juan Zorrilla
de San Martín en el poema narrativo Tabaré, luego elevado a obra fundacional en la
primera mitad del XX.
El personaje Federico Stahl viaja de Montevideo (la capital del sur y étnicamente
blanca) a Corrientes (la capital del norte de ese Uruguay novelesco y étnicamente
indígena) para ocuparse de un legado de su padre, quien habiendo sido un historiador
reconocido en la academia correntina, se ha suicidado. Le cabe al hijo terminar una
investigación en curso y publicar los descubrimientos que el padre estaba realizando,
los que revelan una Orden secreta y fanática (dirigida desde las esferas del poder
6. Giorgio Agamben, La comunidad que viene. Valencia : Pre-Textos, 2006.
Juan Pablo Chiappara 199
estatal) que estaría eliminando a todos los indios charrúas de forma brutal (los cuales
en esta ucronía no fueron exterminados, tal como ocurrió durante el primer gobierno
republicano uruguayo, en 1831). Dicha orden estaría directamente vinculada a raíces
ideológicas artiguistas, movimiento que, en la novela, utiliza como símbolo identifica-
dor una svástica originaria de la India, ubicada en el centro de una estrella de cinco
puntas, símbolo que circuló en Occidente a partir de la segunda mitad del XIX, a
instancias de Madame Blavatsky 7 .
Por haber sido publicada en 2011, año en que el Uruguay decidió inusitadamente
festejar su bicentenario (algo que muestra muy bien el interés oficial en reordenar el
pasado y el presente a través de una reinterpretación –legítima, pero no “natural”–
de la Historia), algunos lectores han dicho que la novela es oportunista, ya que la
fecha elegida por el stablishment uruguayo está vinculada al inicio del liderazgo de
José Artigas en torno a las luchas de independencia que se propagaron por toda
América hispánica a partir de 1810, año que determinó el bicentenario en el resto
del subcontinente, celebrado en 2010. Pero la lectura de estos críticos habrá sido
lo suficientemente superficial y prejuiciosa como para ver en la novela un ejercicio
gratuito de ficción, lo cual en sí ya sería un logro, porque la ficción es buena. Pero lo
cierto es que no se escribe una novela como esa (con la preparación e investigación
que le supuso al autor) por el simple hecho de celebrar o de aguar una fiesta. Un buen
escritor hace otra cosa. Un escritor escribe porque tiene que escribir y de un lector se
espera que lea lo más despojado de prejuicios posible.
De hecho, despojados de prejuicios (o quizás con otros que alguien nos podrá señalar),
es legítimo afirmar que La vista desde el puente no es una ficción más arbitraria
en su forma de imaginar la historia, por ejemplo, que Tabaré, de Juan Zorrilla de
San Martín, obra fundacional de la nacionalidad imaginada uruguaya, publicada en
1888, y tomada luego en el siglo XX por el Estado para hacer patria en las escuelas.
¿Qué tiene que ver de hecho este largo y fantástico poema narrativo de Zorrilla y su
consecutiva mitificación del indio con el histórico genocidio charrúa perpetrado por la
primera generación republicana uruguaya al mando de Don Fructuoso Rivera y con el
sentimiento nacional que se quería diseminar y diseminó hasta la segunda mitad del
siglo XX con bastante éxito ? Hoy por hoy, sobre todo para las nuevas generaciones,
y del punto de vista del imaginario, creemos que casi nada. Pero del punto de vista
estrictamente histórico, casi nada tampoco. Esta obra se justificaba plenamente en
su contexto cultural y en las décadas siguientes, cuando se creía en lo que figuras del
porte de un Andrés Bello, un Bartolomé Mitre y un Eduardo Acevedo Díaz tenían
como verdad. O sea que las nuevas repúblicas americanas precisaban elaborar obras
narrativas más que de corte historiográfico para afianzar el sentimiento nacional tan
querido y tan codiciado a fines del XIX 8 . Por eso, y por otros motivos que no cabe
analizar aquí, en los últimos 60 años, grosso modo, Tabaré se convierte cada vez más
7. Helena Petrovna Blavatskaya, una de las gurús del Modernismo Hispano-americano, quien divulgó,
en el marco de la Teosofía, una supuesta teoría oriental sobre la existencia de razas superiores e infe-
riores, creencia que contribuirá a desembocar, nada más ni nada menos, que en la ideología nazi, ápice del
nacionalismo de Estado moderno.
8. Epoca marcada por un deseo de erguir naciones lo más fuertes posible y muy demarcadas del punto
de vista territorial e identitario entre sí, algo que comenzaría a poder ser revisto en Occidnete después de
la experiencia del nazismo y de la segunda Guerra Mundial.
200 Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz. . .
en una mentira, si se lo compara con la recepción popular que la daba casi como
historia trastocada por lo mítico.
Al contrario de Tabaré, la novela de Sanchiz, al postular ficcionalmente una historia
posible, mezclada con hechos acaecidos –aunque sin la pretensión de borrar la memoria
guardada a lo largo de doscientos años de vida republicana–, apunta hacia el interés
de pensar en una nueva forma de seguir construyendo esa comunidad que se aglutina
bajo el adjetivo oriental, lo cual llevó probablemente a Liscano a hablar de “el país
que no existe” en la novela que aquí nos ocupa –La ciudad de todos los vientos–, tal
vez (aunque no solamente) porque oriental y Uruguay no son propiamente el nombre
de un país, sino la localización geográfica de un territorio en relación a ese río. Es
en la encrucijada que suscitan estas cuestiones que tanto la ficción de Sanchiz como
la de Liscano pueden recuperar su carácter de discurso portadores de verdaderas
preguntas que vuelvan inteligible la historia, señalen contradicciones y aligeren el
pasado excesivamente nacionalista para pensar el porvenir.
Efectivamente, al leer La vista desde el puente nos damos cuenta de que no es la
primera vez en los últimos años que un escritor uruguayo se mete con el mito nacional
artiguista y propone una perspectiva nueva, personal, pero que seguramente revela
inquietudes sociales que trascienden a los propios escritores. En la novela La ciudad
de todos los vientos, publicada en el año 2000, Carlos Liscano se propone algo que a
nuestro modo de entender hacía esperar que un libro “como” el de Sanchiz fuese escrito
y publicado en Uruguay. Liscano, luego de trece años de cárcel política y diez de vida
en Suecia, vuelve a radicarse en Uruguay, pero no lo puede hacer sin su (y en su) novela
de regreso –como la he bautizado en otro lugar 9 –, donde deja claro –para él y para los
demás– en qué (y con qué) condiciones vuelve a su país de origen ; la principal de esas
condiciones, según nuestra lectura, es provocar al culto del mito artiguista y armar
una mitología personal con un fuerte trasfondo del Onetti de La vida breve y “Un
sueño realizado”. Ese regreso, pautado por la recurrencia de un fragmento de El Pozo,
había incubado en la anulación de la identidad uruguaya que Vladimir, protagonista
de su novela El camino a Ítaca, había cargado por su periplo de meteco en Europa.
Si Liscano escribe dos novelas para volver, la impresión que se tiene al leer La vista
desde el puente es la misma, es decir, que Sanchiz debió escribirla como un ladrillo
más de ese patchwork o gran mosaico que es su obra actual (el Proyecto Stahl). En
definitiva, Sanchiz y Liscano parecen decirnos : éste es nuestro Uruguay o nuestro
Uruguay puede existir a partir de acá, o sea, de una condición regida por el discurso
ficcional que establece parámetros para la vida en sociedad.
Y sin embargo, los puntos de partida para cada uno de ellos son bastante diferentes
y diferentes son los elementos que componen sus novelas, a no ser por el hecho de
proponer una reflexión sobre la reelaboración de lo nacional en torno a una crítica
de un punto simbólico neurálgico : la del mito artiguista. Al hacerlo, las preguntas
implícitas que traen estas narrativas nos obligan a interrogarnos sobre nuestra forma
de relacionarnos con lo nacional y nos llevan a rever lo domesticadas que están ciertas
formas de constituirse a sí mismo en un pequeño héroe cuando cada uno se mira en
el espejo Artigas, algo aprendido y que parece natural, algo que ni siquiera se nos
9. Ficciones de vida : la literatura de Carlos Liscano, Montevideo : Ed. Caballo Perdido, 2011.
Juan Pablo Chiappara 201
2
Es preciso, a su vez, que la lectura de La ciudad de todos los vientos sea contextuali-
zada en la obra en general de Liscano. Lectores primerizos de dicha obra pueden estar
interesados en saber que la misma está absolutamente atravesada por la experiencia
de la represión estatal. Hablar de una y de otra es hablar de los últimos cincuenta
años de la historia uruguaya. Liscano nació en 1949 y a fines de los años 1960 entró al
MLN, grupo armado fundado en 1963 cuyo objetivo era llevar el país a una revolución
que instaurase un gobierno de izquierda. Una de las finalidades de esta organización
era “nacionalizar el país”, el que estaría siendo desnacionalizado por la entrada de in-
tereses económicos extranjeros. Es importante resaltar, a su vez, que buena parte de
la legitimidad que obtuvo la Dictadura militar se debió al argumento que expresaba la
necesidad de defender la nación y el Estado de la injerencia de intereses extranjeros,
en particular de la Unión Soviética y del Comunismo. En nombre de esto, se entró
en un régimen de terror para defender la nación, para defender, también, el legado
artiguista.
Desde 1972, cuando Liscano tenía veintitrés años e iba preso, hasta 1996, pasaron
veinticuatro años en que Liscano vivió fuera de la sociedad uruguaya. La novela La
ciudad de todos los vientos marca su regreso a casa y es el “cierre” de ese ciclo. Como
escritor, cava en ella la posibilidad de reinstalarse en su país de origen, algo que es
mucho más difícil de lo que se supone para cualquiera, pero todavía más para alguien
que ha pasado por trece años de cárcel política y diez en un mundo tan extranjero
al Uruguay como lo es Suecia. Vuelve y lo hace con una novela en la que el título
del primer fragmento provoca ese estado de alerta necesario que el escritor parece
reclamar del lector : “De la alegría de haber nacido en el país que no existe.” Para
volver, Liscano se dedica a escribir una novela que forja una identidad particular, de
resistencia, que le permita identificarse con una memoria afectiva, mucho más que con
10. Aunque en Argentina el símbolo no lleve el nombre de Mariana, se trata de una figura femenina de
túnica y gorro frigio que remite naturalmente a la Marianne francesa.
11. Ver el artículo “Otro Artigas siempre”, de Santiago Delgado, Lento, Montevideo, Nº 15, Junio 2014.
202 Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz. . .
formación. Lo que habría que entender es que esto es un capital rarísimo en un mundo
dividido por odios de distinto tipo –racial, religioso, cultural, lingüístico–, que llevan
a creer en la solución del Estado Nacional cuando aún no existe y lo reivindican como
un derecho que conduciría a la libertad. En ese sentido, Uruguay cuenta con un capital
cultural que trasciende lo meramente político o la realidad económico-arancelaria de
la integración regional. Hay en la sociedad uruguaya algunos atisbos de que queremos
construir un país diferente al modelo salido del proceso de la construcción de los
Estados nacionales modernos, cuyo ápice en el siglo XX fueron el Tercer Reich, Franco,
Mussolini, Stalin, las dictaduras militares y los personalismos, sin contar la forma
como actualmente los Estados nacionales aún se aferran a su particularidad para
enfrentarse a través de guerras ideológicas, religiosas y económicas a sus rivales. La
vista desde el puente y La ciudad de todos los vientos son, según nuestra lectura, uno
de esos atisbos de deseo de cambiar el valor de lo nacional heredado de la Modernidad.
Estas novelas abren la posibilidad de que se asuma la condición de frontera y de
hibridez o mestizaje nacional que aporte una forma de diversidad y de apertura hacia
la diferencia que no suelen caracterizar a los dos sólidos y autorreferenciales estados
que son sus vecinos.
3
Es preciso decir también que, a pesar de lo propuesto hasta aquí, la lectura comparada
de La ciudad de todos los vientos con La vista desde el puente puede resultar tanto más
insólita cuanto que en muchos otros aspectos las dos novelas se amparan en lecturas
distintas de tradiciones literarias comunes, así como también reclaman influencias de
linajes ficcionales diferentes.
En concreto, la novela de Sanchiz se sitúa en la línea de lo fantástico y de la ciencia
ficción, campo que su autor se esfuerza por describir/crear en Uruguay, a partir de
su trabajo como crítico y, sobre todo, en sus propias novelas. En ese sentido, Sanchiz
trabaja arduamente para construir una tradición que adopta a Mario Levrero como
una de las referencias literarias nacionales clave, así como a Isidore Ducasse, Jorge Luis
Borges, pero también a H. P. Lovecraft, a Philip K. Dick, entre otros, todos presentes
de algún modo en la novela en cuestión, ya sea como personajes (el detective Varlotta,
el asesino en serie Ducasse), ya sea a través de menciones y/o influencias declaradas
o implícitas, como en el caso de los otros autores citados. En este sentido, Sanchiz
siente la necesidad de armar una tradición en la cual el establishment de su país pueda
leer y concebir a un autor de ciencia ficción, dada la poca importancia que las letras
uruguayas le han dado a este género 12 . Es también por esto que La vista desde el
puente se vuelve contestataria, por el ambiente raro, que la vuelve inclasificable, por
los narradores que incorporan la cuestión de la identidad nacional y del mito artiguista
así como en La ciudad de todos los vientos. Es efectivamente en esta tradición de lo
inclasificable que, muchas veces, encaja la obra de Liscano (pensemos en La mansión
del tirano). También sabemos, porque el propio autor lo ha dicho, que es posible
encontrar sus bases en el ubicuo Jorge Luis Borges, pero también en Robert Musil, en
12. Recomendamos en este sentido leer los ensayos de Pablo Dobrinin publicados en la revista argentina
en línea Axxón.
204 Carlos Liscano y Ramiro Sanchiz. . .
Samuel Becket o el propio Franz Kafka, como ya hemos mencionado, así como Onetti
u otros como Melville o Buzzati.
Por otro lado, si pensamos en lo contestatario que tanto la novela de Liscano como
la de Sanchiz arrastran consigo, también debemos señalar influencias y reacciones
diferentes de ambos autores.
Primero es necesario entender que los años 60, en Uruguay y en el mundo, corres-
ponden no solo al surgimiento de una cultura contestataria y de protesta vinculada a
movimientos y partidos de izquierda que se enfrentaron en el plano político e ideoló-
gico con el poder establecido, sino que también corresponden al surgimiento de otra
cultura contestataria (que se entremezcla muchas veces con la anterior, pero con la
cual también a veces entra en conflicto), la representada por una contracultura que
demanda libertad, paz, amor, sexo, drogas y rock and roll, así como se conmueve con
la cuestión de los viajes espaciales. En Uruguay, como en todos lados, ambas corrientes
fueron reprimidas por lo menos desde el gobierno de José Pachecho Areco, pasando
por el de Juan María Bordaberry y luego por la dictadura, pero cabe precisar que en
el Uruguay la primera vertiente mencionada de lo contestatario estuvo sin duda más
representada que la segunda. 13
Así, lo contestatario en Sanchiz suele llegar filtrado por una lectura particular de la
contracultura de los años 60 de la cual filtra como elementos esenciales los sedimentos
que deja la cultura del rock en su sentido amplio, pasando por el rock progresivo,
el punk, el post punk y llegando al metal de los años 1990, extrayendo de todo ello
un comportamiento estético y ético frente a la sociedad y a los valores establecidos
que podemos entender como el substrato de una mirada que el autor echa desde
otro lugar de lo libertario y de la protesta. Pero es necesario entender, a su vez,
que si a Carlos Liscano se lo puede relacionar con otra tendencia contestataria, la
más política, también habrá que hacerlo con la debida precaución de mencionar y
comprender que éste se ha dedicado también en su obra –y reflejo de eso es La ciudad
de todos los vientos– a rever algunos aspectos de ese discurso enarbolado por las
izquierdas latinoamericanas post Revolución Cubana, como se ha dedicado a reverlos
en sus decisiones personales, ya desde 1975, preso en el Penal de Libertad 14 . Aunque
ambos autores tengan una relación diferente con ese período clave de la historia del
último medio siglo, es el resultado de una mirada crítica en cada caso propia lo que
lleva dos obras diferentes a encontrarse en un punto común esencial por rever y volver
a pensar el papel que juega en la identidad nacional la figura central de José Artigas.
Sanchiz, como Liscano, busca deconstruir (aunque con presupuestos diferentes) ideas
más o menos establecidas como nuevas verdades más o menos indiscutibles que em-
pezaron a imponerse en la sociedad uruguaya a partir de ese seísmo político que
significó la organización de la izquierda en la década del 60 y su institucionalización
a principios de los 70 con la fundación del Frente Amplio. A su vez, Liscano, como
13. Vale la pena consultar el libro Ideación/Psiglo, de Luis Fernando Iglesias, publicado por Estuario
Editora, en Montevideo en 2018, en el cual se puede entender, aunque parcialmente, de qué modo estas
dos vertientes contestatarias se relacionan antes de la dictadura en Uruguay.
14. Liscano ha hablado varias veces de esto. La última vez que lo hizo públicamente, hasta donde sabemos,
es en la entrevista que le realizó Ana Cecilia Olmos, publicada en Carlos Liscano. La literatura pertenece
a la lengua. Colección Cuadernos de recienvenido. São Paulo : USP, 2013, p. 14-15.
Juan Pablo Chiappara 205
Sanchiz, en su novela amenaza el statu quo del Uruguay de derecha pero también
de izquierda al desestabilizar una figura tan incuestionable como la de Artigas ; pero
Liscano, al hacerlo, consigue interrogarse sobre algunas ideas que en algún momento
fueron centrales para sustentar su actividad de guerrillero en la clandestinidad. En ese
sentido, reorganiza literariamente su pasado al mismo tiempo que desestabiliza ver-
dades esenciales para la izquierda que se forjó en los años 60 y que desembocó en la
fuerza política más influyente en el Uruguay actual, el Frente Amplio. Sanchiz, por su
parte, al cuestionar el mito artiguista, al imaginar un juego ucrónico que desestabiliza
en la ficción algunas ideas dadas como naturales y espontáneas sobre la heroicidad
del llamado padre de la patria, lo hace desde una poética que busca ser influenciada
por esa contrapartida contestataria algo olvidada en el Uruguay institucional de hoy,
la llamada contracultura de las dos décadas mencionadas, la cual fue también una
corriente estética y de valores que atacó el buen comportamiento burgués, sus gustos
y sus prejuicios. También lo hace desde una narrativa fantástica y policial que desafía
al realismo preponderante en la tradición literatura uruguaya.
Son rovos no solo son sovornos
El teatro y la (re)construcción
del sujeto y la memoria colectiva
Roger Mirza
Universidad de la República, Uruguay
de Gabriel Calderón. Pogled (2011) de Iván Solarích, Antígona oriental (2012) de Marianella Morena,
Argumento contra la existencia de vida inteligente en el Cono Sur (2013) de Santiago Sanguinetti, en
una proliferación de obras que en los últimos años incorpora la autoficción, la ciencia ficción y la caricatura.
4. Sobre los unipersonales de testimonio ver Beatriz Trastoy, 2002.
Roger Mirza 211
también el caso de Memoria para armar que se apoya en el libro del mismo título
(2002), donde se reúnen textos testimoniales de mujeres que relatan sus propias expe-
riencias traumáticas durante la dictadura. Como señalamos la publicación previa de
estos relatos favoreció su recepción como espectáculos teatrales, por la socialización
y legitimación que implican la aparición y circulación del libro.
Nos detendremos ahora en ese notable ejemplo de relato confesional en primera per-
sona, El informante 5 de Carlos Liscano, estrenado en Estocolmo con dirección del
autor en 1994 y en Montevideo en 1998, también bajo su dirección y cuyo texto se
incluye en el libro Teatro (2001). A partir de la primera didascalia (que naturalmente
no se encuentra en la versión narrativa anterior publicada en 1997) se ubica un lugar
indeterminado y casi totalmente despojado, y se informa que el personaje “habla a
una Comisión que ha venido a verlo”. El personaje inicia su monólogo diciendo : “A
pedido de la comisión que se ocupa de mí voy a contar mi tragedia. . . ” introduciendo
el intertexto kafkiano (el famoso Informe para una academia), como forma de propo-
ner una situación de enunciación (Liscano, 2001, 149). En el mismo sentido aunque
en forma más vaga el manuscrito original decía : “Habla a un público imaginario.”
Por otra parte se agrega como elemento desrealizante que introduce un aspecto no
mimético y con algo de sueño surrealista :
“Tiene en la mano un paraguas sin tela, que abre y cierra, con el que
apoya su discurso. El violoncelista está en escena. Se oye el violoncelo.
El personaje entra con el paraguas abierto. Cierra el paraguas, Fin de la
música.” (Liscano, 2001, 149).
7. Las versiones al español de las citas del libro de Marco de Marinis, del mismo modo que las del
francés de Anne Ubersfeld o de Patrice Pavis, son mías.
Roger Mirza 213
“Era la busca, me buscaba como sujeto, quería saber quién era, quería ser
yo. El que yo quería ser se definía escribiendo. Toda mi vida estaba en
función de la escritura.” (Sosa, 2014, 74.)
Pero agrega : “Ya no es así [. . . ] La creación literaria como pretexto para ser, ha
dejado de interesarme. Me ocupa la escritura como acto de reflexión.” (74.) De allí la
permanente reescritura de sus textos. En realidad se trata de otra forma de construirse
como sujeto, siempre a partir de la escritura. Una variante de la misma obsesión que
apuesta a la literatura como un absoluto.
Volviendo al Informante, después de la referencia a la Comisión como forma de jus-
tificar el relato del yo y de compensar la brutalidad de los hechos el personaje hace
una síntesis de su tragedia y de su punto de partida :
Esa distancia y laconismo conspiraban, incluso, contra las necesidades del actor Pepe
Vázquez quien buscaba ‘detalles morbosos’ en el texto para poder construir su papel,
como nos declaró en una entrevista (Mirza, 2003b). Los necesitaba para descubrir la
vibración del personaje detrás de las acciones, la emoción que le permitiera encontrar
el tono, la voz, para dar cuerpo y crear al personaje. A su vez esa necesidad de detalles
concretos que reclamaba el actor se oponía a las defensas del escritor, así como a su
exigencia de despojamiento y máxima concentración en la palabra, un rigor y un
pudor que le hacen utilizar con frecuencia la simple alusión, la reticencia o incluso el
humor, para referirse a los detalles de la violencia física :
Ese pudor reaparece en forma permanente en el texto, porque “no se puede hablar de
la tortura y mucho menos mostrarla, es algo demasiado íntimo, que pertenece a las
intimidades del cuerpo, como la actividad sexual” (Mirza, 2003a).
La escritura literaria (narrativa o dramática), como otras actividades simbólicas,
frente a la experiencia del aislamiento, el castigo físico, la violación del cuerpo, además
de la vigilancia y el control total del individuo impuestos por el poder, en el panóp-
tico de la vigilancia permanente (Foucault, 1993, 177), posibilita la recuperación de la
intimidad con uno mismo y con el propio cuerpo, abre un espacio de libertad para la
palabra y el lenguaje, así como la posibilidad de un encuentro simbólico e imaginario
no coactivo con el otro y con los otros, un encuentro que en el teatro se vuelve al
mismo tiempo contacto directo a través de la voz y el cuerpo.
La obra termina, después de una falsa salida, con una interpelación al público que
cobra la fuerza de un grito : “¿Qué carajo hacemos aquí ?” (2001, 170) como ruptura
discursiva y gestual al mismo tiempo, un corte con el tono declarativo de la elocución
que sacude a los espectadores y cambia el sujeto y el contexto de enunciación, un
grito de alguien que toma conciencia de la presencia de los espectadores y replantea
las convenciones introduciendo un “nosotros” que compromete al actor, al personaje
y al público.
El informante y En voz alta
Esa búsqueda de un encuentro no coactivo con los otros es llevado al extremo en
otro espectáculo estrenado en el mismo año que El informante, un par de meses
después : En voz alta de Lupe Barone, bajo la dirección de Iván Solarich y con Lucía
Arbondo y un músico en escena (Puertoluna, 1998). El paralelo no puede ser mayor,
se trata de otro espectáculo unipersonal que también retoma en primera persona y
con total despojamiento la experiencia de la tortura y la reclusión pero que en lugar
de presentarse como un “informe” elige el tono intimista de una “confesión” personal
dirigida a cada uno de los espectadores. El título alude al tránsito entre lo que se
Roger Mirza 215
calla y lo que se dice “en voz alta”, aunque en la obra se trata de una elocución
apenas susurrada. En un tono de confidencia, un susurrado monólogo de una víctima
del terror, el personaje relata en primera persona algunos aspectos de su peripecia.
Allí, la delicadeza del contacto de la actriz/personaje con sus propios recuerdos y
fantasmas, junto con su total despojamiento en vestimenta y gestualidad, intensifican
el tono y la calidad de la comunicación. Descalza y cubierta con una liviana túnica,
en el reducido espacio de una habitación lo que genera una gran proximidad con el
público (una treintena de personas) la actriz/personaje, interpela con su voz queda y
su mirada al espectador, dirigiéndose por momentos a cada uno de ellos, sosteniendo
su mirada, tendiendo la mano, ofreciendo algún objeto.
Esas condiciones de la enunciación determinan la particularidad de esa intimidad y
resultan esenciales en la producción de efectos de sentido en el espectador, reforzando
la situación confesional del monólogo y la tematización de la necesidad de revelar lo
secreto, de contar lo nunca dicho, como forma de compartir un recuerdo excesivo,
pero también una culpa no confesada. Al sufrimiento físico se agrega el largo sufri-
miento moral, el sentimiento de culpa por “las heridas que ha causado a otros” y la
imposibilidad o dificultad de curarlas, lo que acentúa la soledad y el desamparo del
sujeto. A su vez las repeticiones generan un ritmo salmodiado, la música estructura
y articula la emoción, las dificultades del decir son superadas por la cadencia.
A diferencia de En voz alta, en la obra de Liscano todo es distante y desapegado. No
existe interpelación directa al espectador ni contacto visual y gestual deliberado. Del
mismo modo, la distancia física entre el actor y los espectadores es mayor. En la obra
de Barone los espectadores están sentados alrededor de la actriz en el mismo nivel e
igualmente iluminados por una luz neutra mientras que la actriz se acerca a ellos en
voz baja e incluso parece dirigirse a cada uno mientras habla recorriendo el círculo
al mismo tiempo que los interpela en segunda persona como destinatarios posibles de
su confesión : “No, no te asustes, son cosas nomás que se me ocurren” en un recurso
que se reitera varias veces como hilo conductor y forma de escandir esa interpelación :
“No, no te pongas así. . . ”, “No, no te rías, no, estaría mal”, del mismo modo que la
creación de una intimidad con el espectador : “Ahora que lo pienso, nunca le dije esto
a nadie”, “Cada uno sabe qué penas arrastra, cada uno sabe dónde le duele el dolor
que no puede confesar al médico” (Barone, 1998).
El personaje retoma el tema de la enunciación, la necesidad de contar, antes de in-
iciar el relato propiamente dicho, con los fragmentos de acciones y circunstancias,
pero también, como en El informante, la necesidad de reconocerse en el receptor-
expectador, la reivindicación de su condición humana, de su pertenencia al grupo, de
remontar los desencuentros y sufrimientos : “Sí, sí, te cuento. Hacía unos siete u ocho
meses que estaba detenida, todavía una andaba con la piel erizada de la máquina.”
(1998.)
Nuevamente aparece el estilo alusivo y el pudor, ya señalados en El informante de
Liscano para referirse a la tortura, como sucede también en El bataraz de Rosencof,
donde un gallo imaginario que acompaña al preso es el que sufre los golpes y maltratos
cuyos efectos se mencionan. Los extremos de la violencia y la violación de la intimidad
del cuerpo se evitan, y sólo aparecen por lo no dicho y por las escasas y metonímicas
216 El teatro y la (re)construcción del sujeto y la memoria colectiva
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El teatro de Carlos Liscano :
un puente entre varios mundos
Carina Blixen
Biblioteca Nacional del Uruguay, Uruguay
Carlos Liscano ha recordado, en distintas oportunidades, que tomó impulso para hacer
teatro de su participación como traductor en la puesta en escena de Peer Gynt de
Henrik Ibsen, dirigida por Ingmar Bergman, en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, entre
el 15 y el 18 de junio de 1992 1 . En Estocolmo había estado seis meses trabajando con
la obra para poder realizar la traducción simultánea 2 . La situación plantea un nudo
sugerente para estudiar el proceso creador de Liscano, pues a un tiempo consolidó
el aprendizaje del sueco y potenció al dramaturgo que desde hacía poco se venía
ejercitando 3 . Había llegado a Estocolmo a fines de 1985. En los años que van hasta
la experiencia de Sevilla estudió sueco, consiguió trabajo y se insertó en la nueva
sociedad. La inseguridad lingüística, que no puede no ser afectiva e intelectual, es
inevitable cuando se aprende una lengua de adulto. La nueva sociedad coloca al sujeto
en una situación similar a la del niño en relación al mundo de los mayores : sabe
menos y necesita de la buena voluntad de los otros ; no puede, mientras no incorpore
cabalmente la nueva lengua, hablarles de igual a igual. De la misma manera, llegar
a traducir la lengua nueva a la natural no es solo el resultado de la adquisición de
1. Este trabajo surge del curso, realizado entre el 5 de abril y el 5 de mayo de 2016, sobre el teatro
de Carlos Liscano, en el marco de la maestría de teatro de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación. El 3 de mayo de 2016, Liscano asistió al curso para conversar con los alumnos. María H. Ferraro
Osorio describe y analiza el surgimiento del teatro de Liscano en “Le théâtre de Carlos Liscano : une écriture
contrainte” en Théâtre contemporain dans les Amériques. Une scène sous la contrainte. Cécile Chartraine
Braillon, Fatiha Idmhand, Norah Giraldi Dei Cas (dir.), Bruxelles, P. I.E. Peter Lang, 2015, p. 141-156.
En el artículo “El teatro y la (re) construcción del sujeto y la memoria colectiva”, que forma parte de esta
publicación, Roger Mirza refiere también a la experiencia fundadora de traducir Peer Gynt.
2. El equipo que viajó a Sevilla estaba integrado por más de 90 personas. Unas 50 hacían algo en el
escenario : actores, bailarines, bolos. Trabajaban los grandes actores de Bergman. Los traductores fueron
CL, Maria Carme Dahlin y Sven Dahlin. En 1994, Liscano tradujo la obra “Tu momento en la tierra” de
Vilhelm Moberg También trabajó junto al director, fue estrenada a fin de año en Montevideo, en el teatro
La gaviota. Fue editada en 1995 por la editorial Cal y canto.
3. En el diario sueco anota el 17 de octubre de 1986 que vio la obra de Rosencof “El hijo que espera” y
que se entusiasmó para hacer teatro ; el 1 de marzo de 1991 da cuenta de que está haciendo la prueba de
escribir teatro. Como señalo más adelante, en marzo de 1992 ya existía una versión teatral de “La vida al
margen”.
220 El teatro de Carlos Liscano. . .
Tal vez resulten pocas referencias en el conjunto, pero son significativas dada la im-
posibilidad de realizar teatro en el momento en que anota y porque sintéticamente
apuntan a elementos que persisten en la creación posterior, narrativa y teatral : la pre-
sencia de Felisberto Hernández (los maniquíes), de Samuel Beckett (Acto sin palabras)
y el tema de la relación realidad/representación
1 Volver a Beckett
En los años setenta, en la cárcel, cuando en la cultura empezaban a predominar los
valores de la posmodernidad, Liscano transformó en modelos a los grandes autores de
la Modernidad literaria. En principio, adoptó de Felisberto Hernández, Juan Carlos
Onetti, Franz Kafka, Dino Buzzatti, Louis Ferdinand Céline, Samuel Beckett, entre
otros, una idea de la literatura que, tal vez, pueda sintetizarse en el trabajo de “exca-
var” aludido reiteradamente en su obra. En los apuntes sobre las lecturas que realizó
en la cárcel hay varios extractos del libro de Klaus Birkenhauer : Samuel Beckett 5 ,
entre ellos, la transcripción de una cita de un trabajo de Beckett sobre Proust :
Esta noción, así formulada por Beckett, alimenta una actitud ante la literatura soste-
nida a lo largo de los años y será parcial y puntualmente aludida –me detendré más
adelante- en la obra de teatro “Los idiotas”, estrenada en el año 2000.
De Samuel Beckett, Liscano leyó en prisión : Molloy, El Innombrable, Esperando a
Godot / Fin de partida 7 . Algunas características del mundo levantado en la trilogía
narrativa del irlandés : Molloy, Malone muere y El innombrable parecen haber ac-
tuado, de maneras y en niveles y tiempos diferentes, en la creación de Liscano : los
personajes sufren alguna forma de disminución (física y/o mental), la trama es una
sumatoria de instantes : la narración y el tiempo están estancados y el tono es siempre
distanciado e irónico. La voz que se escucha en los textos de Beckett muestra su auto-
nomía y desapego de sus circunstancias diciendo que tiene un “estilo”. De esta manera
evita extenderse sobre el dolor o la desgracia, sin dejar de mencionarlos 8 . La idea
de tener un estilo tendrá en la obra de Liscano modulaciones muy diferentes : desde
el laconismo del personaje de “El Informante” al humor negro y golpe fuerte del de
“Cambio de estilo”.
En Malone muere el protagonista-narrador está en agonía, en una cama y se cuenta
historias. Esta manera de concebir el relato como una forma de hacer que el tiempo
pase está también en Esperando a Godot y en el conjunto de la literatura de Liscano.
El innombrable pone en escena una voz que persiste cuando todo terminó : algo de esa
convicción y sustrato emocional se encuentra en La mansión del tirano y la voz que no
cesa de “La edad de la prosa”. Además de estos rasgos generales, más concretamente
se puede señalar que Liscano toma de Molloy la presencia del guardián, las órdenes,
el sujeto que escribe informes 9 .
De alguna manera, el autor que expone sus modelos multiplica el desafío de la escri-
tura : para no ser epígonal, la obra nueva deberá sostenerse sola, bastarse a sí misma
y, al mismo tiempo, si se sigue el juego intertextual, junto al reconocimiento de la cita,
apostará a una reconsideración de la obra admirada. En sentido amplio, la reescritura
es un movimiento de vuelta a alguno de los autores preferidos : se retoma una idea,
una manera, un tono. En sentido más estricto, refiere al acto de volver a escribir,
6. Klaus Birkenhauer, op. cit. : 46. Beckett publicó su Proust en 1931. Hay una edición reciente en
Buenos Aires, Tusquets. Marginales, 2013, que reúne ese trabajo y tres diálogos con Georges Duthuit. La
traducción de Juan de Sola difiere un poco de la que se realiza a partir del libro de Birkenahuer : p. 70.
7. Alfredo Alzugarat coordinó la edición de El libro de los libros. Catálogo de la Biblioteca Central
del Penal de Libertad, Montevideo, Biblioteca Nacional, XXX. Molloy está en el catálogo con el número
2359 y Esperando a Godot/ Fin de partida con el número 2360. No todos los libros leídos en el Penal
están registrado en el catálogo. Para la lectura en la cárcel ver también de Alfredo Alzugarat, Trincheras
de papel, Montevideo, Trilce, 2007,www.trilce.com.uy/pdf/trincheras%20de%20papel.pdf, y “El pan y el
aire. Bibliotecas de presos políticos en Uruguay (1968 – 1985)” en La biblioteca vista por sus lectores.
Revista de la Biblioteca Nacional 11/12, Montevideo, 2016, p. 199-223.
8. Molloy ve al hombre y al perro, proyecta acercarse pero no lo hace : “Y estoy otra vez, no diré solo,
no, ese no es mi estilo” (p. 11). En El innombrable dice la voz : “Estaba lanzado, no había motivo para
que de pronto me pusiera a alejarme, no era mi estilo” (p. 39).
9. Manejo : Molloy. Traducción Roberto Bixio, Buenos Aires, Sur, 1961 ; Malone muere. Traducción
José Bianco, Buenos Aires, Sur, 1958 ; El innombrable, edición digital, 2007. Editorial Lumen, Barcelona,
1966, https ://literaturauniversalbygermanherreraj.files.wordpress.com/2013/09/6825132-beckett-samuel-
el-innombrable.pdf. “La mansión del tirano” fue la primera novela escrita en la cárcel, a la que siguió “La
edad de la prosa”, origen de “La vida al margen” / “El Informante”.
222 El teatro de Carlos Liscano. . .
“Uno de los dos ladrones se salvó. Aunque, mal mirado todo, se sabe que
el otro fue condenado. Parecería que no hay certeza sobre qué decidir.
Llegado el momento, el último, hay que elegir ; hay que tirarse al agua. ¿Y
si este que se dice Dios lo fuera de verdad ? ¿Y si lo que dice fuera cierto
y del otro lado él es el rey ? Es seguro que con un pie ya en el estribo,
preguntas así pasan por la cabeza de todo el mundo.” (Ov2, 2011 : 43.)
La versión de Liscano exalta la aptitud para sobrevivir. La escena puede leerse como
una variante de una contada al comienzo de El camino a Ítaca : su protagonista,
otro Vladimir, recuerda la historia del muchacho que saltó del tren a último momento
antes de chocar con otro que venía de frente : “Los maquinistas murieron aplastados.
El muchacho corrió cien metros, recién entonces notó que se había torcido un tobillo.”
(1994 : 8.) La imagen del tobillo torcido crea otra secuencia en la obra de Liscano,
pero interesa en este momento señalar el sentido picaresco y vital que transforma el
tono beckettiano.
creación de la narración en “Carlos Liscano : “De la contrainte a l’œuvre”, Dossier d’Habilitation à Diriger
les Recherches, Université d’Angers, 2014. Dice que de “La edad de la prosa” quedaron 56 folios manuscritos,
fechados entre el 27 de marzo y el 7 de junio de 1984.
14. Así lo anota en el diario el 5.9.1989.
15. Idmhand señala la existencia de cinco bloques en la narración y anota que el borrador de “El Infor-
mante” se encuentra en los trece primeros folios de “La edad de la prosa” (2014 : 273).
16. Ver en esta publicación el artículo de Óscar Brando, “Proyecto literario y proceso editorial : notas de
afinación”. El jurado estuvo integrado por Miguel Ángel Campodónico, Eduardo Galeano y Juan Introini.
El primer premio lo sacó Jorge Bañales por Cerros y aceras
17. CL, “El cuento del domingo”. “Fragmento de la novela inédita : la vida al margen”, Montevideo, La
República, domingo 15.8.1993. Un recuadro dice que leyó el fragmento en el ciclo “Martes de tragos y
letras” que funciona semanalmente en el boliche “Utopías”. Roberto Mascaró entrevistó a Liscano en El
País Cultural N° 211, Montevideo, 19.11.1993. “La libertad está en el lenguaje”. Se publicó un fragmento
de “La vida al margen”, titulado “A las tres, sin discutir”.
224 El teatro de Carlos Liscano. . .
Pero antes de seguir esa evolución como narración, “La vida al margen” había dado una
obra de teatro que en marzo de 1992 fue enviada a Víctor Manuel Leites (1933-2016),
narrador y dramaturgo uruguayo, en ese momento director artístico de la Comedia
Nacional (lo fue entre 1990 y 1993). La obra no fue representada por la Comedia y
no sabemos por qué, aunque sí se sabe que en esos años se hacía muy poco teatro que
tratara el tema de la dictadura en Uruguay 18 . La versión teatral fue puesta en escena
en Suecia, en 1994, dirigida por el mismo Liscano y actuada por el conocido murguista
Pepe Alanís 19 . Sergio Altesor, escritor y ex preso político, residente en Suecia en ese
momento, comentó para el semanario Brecha la obra, desconocida todavía en Uruguay.
Altesor dice que el estreno simboliza “el deshielo de un tema que se ha convertido en
un tabú para los uruguayos : el de los presos políticos durante la dictadura militar”.
Sigue :
Liscano volvió al Uruguay en 1996 con la idea de hacer teatro, sin encontrar una
recepción que facilitara su inserción en el medio. Los motivos -en los que no me
detendré- pueden ser variados y de distinto orden : una renuencia al tema de la
dictadura al comienzo de los noventa, una incomprensión de la estética propuesta en
“Mi familia” –como señalaré más adelante– o el conflicto con una manera de hacer
teatro que cada vez más fue postergando la importancia del texto y del autor en
sentido tradicional. La versión teatral “La vida al margen” fue recortada y condensada,
y se transformó en la obra de teatro “El Informante”, dirigida por Liscano y actuada
por Pepe Vázquez en Montevideo en 1998. Tuvo una buena respuesta del público y
una escasa repercusión crítica. Acompaña, hacia fines de la década, a algunas obras
que comienzan a generar una apertura hacia el tema del pasado “reciente 21 ”.
es posible pensar que esta imagen de la “Y” como una sombrilla es la que alimenta
la acotación inicial de “La vida al margen” / “El Informante” que indica que el actor
debe tener en la mano un paraguas sin género que abre y cierra y con el que apoya
su discurso.
Tal vez la inspiración haya surgido de la lectura de El caballo perdido de Felisberto
Hernández : Después de que el niño sufre el castigo de Celina y emerge el sujeto
dividido que narra, este percibe que la emoción se separa de sus pensamientos :
El relato “El acompañante” fue escrito, como “Mi familia” en 1995 24 . Según contó
Liscano, se inspiró en un poema de José Carlos Cataño, titulado “Virtud de la sangre
débil” que dice en su último verso : “Bien mirado, por llegar a alguna parte, mejor
hacerlo de idiota y acompañante 25 .” A diferencia de lo señalado para los anteriores
procesos de traslado de la narrativa al teatro, el texto primero narrativo “El acom-
pañante” es más breve y condensado que la obra de teatro posterior, titulada “Los
idiotas” estrenada en Nîmes en el 2000 26 .
Con respecto al cambio de título, se puede entender que el segundo acentúa un sentido
que está en el primero, y que, de esta manera, inserta la obra más claramente en
diálogo con Beckett. El “acompañante” es alguien que no decide, que está definido por
estar con otro. El término “idiota” lleva ese elemento de pasividad a una condición de
disminución mental y de personalidad 27 . Liscano toca el tema del estilo y la idiotez
en otros textos : “Cuando se es no se tiene conciencia de ser”, recogido en Oficio
de ventriloquia 2 (44) y en “Cuestión de estilo”, estrenada en 1998 en Nîmes 28 , de
tono más paródico. Tal vez sea posible trazar una línea de reflexión irónica sobre la
“normalidad” de la que participan estos textos de Liscano, que antes de pasar por
Beckett, se encuentra en las “Memorias del subsuelo” de Dostoievski : “Lo declaro sin
falsa vergüenza. Todo hombre como es debido, en nuestro tiempo, es y tiene que ser
pusilánime y servilón 29 .”
Además de cambiar el título, “Los idiotas” expande el texto de “El acompañante” :
desarrolla más los diálogos, agrega dos personajes últimos : dos “idiotas” que susti-
tuyen a los protagonistas : Ke y Ku, e incorpora elementos que reinsertan la obra en
el conjunto de la literatura de Liscano. Es evidente la alusión a Kafka y el nombre
K del protagonista de El castillo. La letra está desdoblada en dos partes que eluden
la connotación de género : Ke/Ku, forman una pareja que admite todas las combina-
ciones posibles.
En “Los idiotas” se redimensionan los personajes Ke y Ku : es mayor el contacto físico
y el movimiento, pero también los diálogos calan más. “Yo caigo en el torbellino”
dice ahora Ke (2001 : 109) y en sus palabras resuenan las de la cita, reproducida al
comienzo de este artículo, de Beckett sobre Proust, que Liscano transcribió del libro
de Klaus Birkenhauer. La palabra “torbellino”, la reflexión de la que forma parte,
coloca a Ke en el lugar del alter ego de Liscano ; como el Vladimir de Esperando a
Godot, del lado más intelectual del dúo. Pero en “Los idiotas” los lugares no son fijos,
pues Ku tiene la potestad de inventar el árbol para darle sombra a Ke (2001 : 114).
24. Fue publicado en en Cuadernos de Marcha No 115, Montevideo, mayo1996, y recogido en Ejercicio
de Ventriloquia 2, Montevideo, Planeta, 2011.
25. “Entrevista a Carlos Liscano y Ramiro Perdomo” en Escuela Práctica de Autores Teatrales 2009.
EPAT. Alejandro Gayvoronsky, Carlos Liscano, Richard Riveiro, INAE, MEC : 114. Reúne una experiencia
de trabajo entre actores, directores y autores de la que formó parte Liscano y “Los idiotas”.
26. “Los idiotas” fue publicada en el volumen citado Teatro en 2001 y en 2009 en una publicación citada
en la nota anterior : EPAT.
27. Antes me referí a las características de los personajes de Beckett. Tal vez no sea ocioso recordar que
en Esperando a Godot se plantea la sospecha de la idiotez de Lucky, op. cit. : 28
28. Fue publicada en el volumen Teatro (2001) y formó parte del espectáculo Maratón Liscano realizado
en el Teatro Solís en marzo de 2016. La primera versión fue una obra titulada “El nacimiento”.
29. Fedor Dostoievski, “Memorias del subsuelo” (1864), Obras Completas, Tomo 1, Madrid, Aguilar,
1949 : 1454.
Carina Blixen 229
Esta imagen establece un diálogo con el conjunto de la de Liscano, que puede ser leída
como un viaje simbólico y real hacia el árbol.
Tanto “El acompañante” como “Los idiotas” plantean un tema que atraviesa la obra
de Liscano : la pregunta por el sentido de la vida metaforizada en la detención del
movimiento. “¿Me muevo o me quedo quieto ?” se pregunta Ke (2001 : 106 30 ). El
detenimiento genera un quiebre, y este la posibilidad de pensar. La ruptura del ritmo
habitual hace suponer que algo pasa. Así, la expresión “no pasa nada” se vuelve
inquietante y propicia un minucioso, por momentos maníaco, análisis del lenguaje
para escrutar los sentimientos. La golondrina percibida al comienzo de la obra y la
primavera anunciada son indicios de un orden cósmico que resulta perturbador. La
comprobación de su existencia deja latente la pregunta por el sentido.
Como señala en una noticia del citado volumen de Teatro, Liscano reescribió la escena
del bosque de Molloy (que estaba también en “La edad de la prosa”) y la del hombre
que siempre come pan viejo de La mansión del tirano. Ke hace el cuento del hombre
en el bosque que reitera literalmente unas líneas del pasaje en que Molloy sale de la
ciudad, va hacia su madre y atraviesa el bosque 31 . Son unas irónicas indicaciones para
no perderse, que más allá de su ambigüedad, parecen propiciar una interpretación del
movimiento final de Ke y Ku como un retorno al útero materno : en la última imagen
de ambos está uno encima del otro, bajo una nieve que tiene algo de mágico. La
sustitución por los idiotas 1 y 2 establece un sentido de legado, de circularidad plena,
de algo que sigue, que no estaba en “El acompañante”.
Ana Laura Barrios llevó un diario de trabajo de la experiencia realizada con “Los
idiotas”, publicada en EPAT. Al hacer la crónica del primer ensayo dice que “en la
primera lectura todos encontraron lazos con el teatro del absurdo y con la influencia
de Beckett y su Esperando a Godot (2009 : 114). Es evidente que esta obra de Beckett
marcó el teatro posterior desde su primera representación en Paris, en 1953, dirigida
por Roger Blin 32 : es casi imposible ver dos personajes en atuendos que remiten a
una situación de mendicidad, en un escenario despojado y no recordar Esperando a
Godot. Sin embargo, más allá del impacto visual de “Los idiotas”, “El Informante”
parece más cercano a Esperando a Godot por su manera de aludir a una experiencia
extrema, sin nombrarla, pero recreando el clima de opresión a través del lenguaje.
Valentín y Pierre Temkine han realizado una lectura histórica y situada de Esperando
a Godot que insiste en los elementos que en la obra señalan a una realidad geográ-
fica concreta y las alusiones a la Francia ocupada por los nazis 33 . Beckett escribió
“Esperando a Godot” en 1948, en la inmediata posguerra. En 1942 había tenido que
huir de Paris hacia el sur de Francia porque la GESTAPO capturó a algunos de los
integrantes de su grupo de resistencia. Los Temkine señalan los nombres de los lugares
30. El tema se puede seguir en “Movimiento interrumpido” y “Hombre que no sabía cómo hacer” de Oficio
de ventriloquia 2 (2011) y el final de El camino a Ítaca (1994).
31. Cotejar Teatro : 116 y Molloy 113.
32. Antes de ser representada había sido publicada en Éditions de Minuit en 1952.
33. Ver “D’où viennent tous ces cadavres ? Une lecture historique de En attendant Godot”. Dialogue entre
Pierre et Valentin Temkine (Texte inédit) : http ://www.revue-texto.net/Dialogues/Temkine*Godot.pdf :
Pierre Temkine, filósofo, entrevista a su abuelo Valentín, historiador, que vio la obra innumerables veces,
desde la primera representación en 1953. Valentín explica todas las alusiones situadas de la obra y entiende
que sucede en la primavera de 1943.
230 El teatro de Carlos Liscano. . .
1 Los absurdos
En el Dictionnaire du Théâtre, el académico y teórico Patrice Pavis define el Teatro
del Absurdo de esta manera :
“La forme préférée de la dramaturgie absurde est celle d’une pièce sans in-
trigue ni personnages clairement définis : le hasard et l’invention y règnent
en maîtres” 6 .
1. Este título se inspira de unos grafitis anónimos, visibles en la ciudad de Montevideo en abril 2014,
en la rambla de Montevideo (foto consultable en https ://www.facebook.com/ceccb).
2. http ://bouquet2chardons.com/
3. Festival que se da en Pont-à-Mousson.
4. Los idiotas y Mi familia fueron traducidas al francés por Françoise Thanat y publicadas en Editions
Théâtrales en 1998 y 2003.
5. En el marco del Festival Annuel de Innovation Théâtrale (FAIT) en L’Assomption (Provincia de
Quebec, Canadá).
6. Pavis, Patrice, Dictionnaire du Théâtre, Paris, Armand Colin, p. 2.
232 Somos unos idiotas
Si se examina Los idiotas desde esta definición, se puede considerar que la obra no
tiene verdadera intriga, incluso se puede decir que no pasa casi nada en ella y que
la única acción es la de un personaje que arrastra a otro y viceversa. Además Ke y
Ku, la pareja principal de la actuación, mueren al final de la obra ; después de su
desaparición, aparece otra pareja que repite lo que hizo y dijo el binomio anterior.
Esta segunda escena es interrumpida in medias res por el final de la obra : un final
abrupto que crea la sensación de que tampoco hay desenlace, de que las acciones de
Ke y Ku forman parte de un ciclo que se repite sin fin. El sentimiento se ve reforzado
por el hecho de que el segundo dúo parece ser una copia del anterior : “tienen las
mismas características que los anteriores” según las didascalias iniciales 7 . Tampoco
llevan nombre : se llaman Idiota Uno e Idiota Dos y además de ser idénticos, tienen
pocos atributos :
La caracterización endeble de los personajes es típica del Teatro del Absurdo como
lo subraya Patrice Pavis y con semejante apariencia, los cuatro idiotas parecen ser
“bosquejos” de personajes. Tampoco tienen entorno, origen, ni historia, con lo cual
es imposible otorgarles una personalidad propia : su edad es imprecisa, podrían ser
vagabundos, o no. Patrice Pavis indica también que en el drama absurdista la forma
que cobra la acción teatral puede ser metateatral, habla incluso de meta-obra cuando
ésta se centra en el discurso 9 como es el caso de este intercambio en el cual Ku
cuestiona la forma de hablar de Ke :
KE
¿Sabes qué me ocurre, Ku ?
KU
(Ku no presta mucha atención, sigue arrastrando) No.
KE
Bueno, me ocurren cosas.
KU
¿Todo el tiempo o sólo ahora ?
KE
Todo el tiempo y ahora también.
7. Liscano, Carlos, “Los idiotas” in Teatro, Montevideo, Caballo perdido, p. 90.
8. Liscano, Carlos, op. cit
9. “En centrant la fable sur les problèmes de communication, la pièce absurde se transforme fréquemment
en un discours sur le théâtre, une métapièce.” in Pavis, Patrice, op. cit.
Cécile Chantraine Braillon 233
KU
Bueno, si te ocurren todo el tiempo, es claro que también te ocurren ahora.
Bastaría que eligieras la primera variante para que también estuviera in-
cluida la segunda.
KE
¿Cómo dices, Ku ?
KU
Digo que, si dices una frase como “todo el tiempo”, uno entiende que en ella
incluyes el pasado e incluyes el futuro, ¿por qué no ibas a incluir también
el presente ?
KE
Es claro, no hay motivo para no hacerlo.
KU
Hasta el condicional podrías incluir en una frase como aquella.
KE
¿O sea que puedo elegir ?
KU
Creo que sí
KE
Bueno, entonces elijo la primera variante 10 .
A primera vista, el intercambio parece vacío, e incluso inútil, pero en realidad, inicia
una reflexión sobre el lenguaje. Lo notamos en la expresión temporal “Todo el tiempo
y ahora también”, que usa Ke para definir su propia situación ; ésta sugiere que las
palabras no son capaces de reflejar exactamente la realidad del tiempo que pasa,
o sea su transcurrir. El lenguaje aparece aquí como una construcción verbal cuya
función se limita a “re-presentar” un contexto a partir de un punto de vista subjetivo.
Estas pocas réplicas reenvían al acto de creación teatral como lugar de elaboración
de una visión del mundo y al escenario como lugar de transmisión de esta visión,
como lugar de reproducción exacta de éste. También alejan Los idiotas de la ilusión
teatral que predomina en la dramaturgia de tipo “clásico” y del teatro didáctico, en el
cual prevalece la afirmación de una tesis sobre el mundo. La dimensión “metateatral”
de Los idiotas se construye a partir de los diálogos de Ke y Ku y de Idiota Uno e
Idiota Dos : ambas parejas intercambian a propósito del hecho de que posiblemente
no ocurra nada en su existencia :
KU
¿De verdad no pasa nada, Ke ?
10. Liscano, Carlos, op. cit., p. 104-105.
234 Somos unos idiotas
KE
No, no pasa nada.
KU
(Impaciente.) Cómo que no, Ke, algo pasa. Por más que insistas, me doy
cuenta de que algo está pasando. ¿Por qué no me lo dices y así salimos de
una vez por todas ?
KE
Ku, te digo que no pasa nada.
KU
¿No pasa nada, nada de nada, de verdad ?
KE
Buenos, entonces sigue.
KU
Es que no sé. Me parece que no voy a seguir.
KE
¿Cómo que no ? ¿Nos vamos a quedar aquí todo el día, buscando esa
golondrina estúpida ?
KU
¿Ves ? Ahora resulta que no es sólo la golondrina, que hay una cosa. Bueno,
¿qué es lo que pasa, entonces ?
KE
Nada. Yo creo que no pasa nada 11 .
El hecho de que haya pocas acciones descritas en el texto y que prevalezcan las pa-
labras que describen inacciones, redunda con la desocupación obvia de los personajes
e introduce una “no-acción” que contradice, de alguna manera, lo que sería el género
dramático : acción. En efecto, en el teatro las palabras suelen ser “performativas” en
el sentido de que constituyen el soporte de la acción teatral de forma que Los idio-
tas rompe con esta convención creando un desfase antiteatral típico de los dramas
absurdistas. La distinción entre lo mimético de la obra teatral (un discurso dramá-
tico que reenvía a una acción (casi) inexistente) y lo performativo (que supone que
en el escenario los personajes “actúen” y que pase “algo” frente a los espectadores)
recuerda obras como Esperando a Godot de Samuel Beckett o La cantante calva de
Eugène Ionesco. Pero la obra de Liscano amplifica el efecto introduciendo una tonali-
dad específica del género y que Patrice Pavis llama lo “absurdo satírico” : “L’absurde
satirique [. . . ] rend compte d’une manière suffisamment réaliste du monde dépeint 12 .”
11. Ibid., p. 94-95.
12. Pavis, Patrice, op. cit.
Cécile Chantraine Braillon 235
KE
¡Vamos, por favor, sigue, Ku ! No quiero volver a repetírtelo. No me obligues.
(Ke lo acaricia, le sugiere que siga, lo agarra de la ropa. Le da un golpe
en la cara con la mano abierta. Ku se mantiene en lo suyo. Ke se pone en
cuclillas junto a Ku, lo mira).
KU
¿No quieres marchar ? ¿Piensas quedarte aquí, eh ? (Le da un puño en la
cara.) ¿Es eso lo que quieres, verdad ? Y piensas que lo voy a consentir,
que te quedes ahí y yo tenga que seguir solo, ¿no ? No lo conseguirá 13 .
En esta secuencia, es de notar que la violencia es gradual : primero hay una intimi-
dación verbal con una serie de órdenes, y luego, una violencia física con un primer
“golpe en la cara” y después, un “puño en la cara” que marca el cambio de escala.
Esta brutalidad emerge sin razón : el hecho de moverse de un lugar a otro no la jus-
tifica. Es precisamente el punto sobre el cual nos interpela Carlos Liscano : los actos
de violencia, a veces sin razón, cometidos por el régimen militar uruguayo contra los
opositores, los detenidos y los presos. Por otro lugar, en el marco de esta violencia,
se ve que la relación de Ke con respecto a Ku, oscila entre ternura y perversidad,
lo cual no deja de recordar al régimen dictatorial, que alternaba entre un discurso
protector y paternalista en su retórica pública por un lado 14 y, por otro, con métodos
terroristas “a puerta cerrada” para aniquilar la oposición política. También recuerda
a la figura dual del verdugo cuyo retrato esboza aquí Carlos Liscano y que desarrolló,
de manera más amplia e impactante, en El furgón de los locos. La duda de Ku cuando
Ke afirma que “no pasa nada” sería entonces una alusión a las distintas caras de la
Guerra “sucia”, latente y silenciosa, del Uruguay bajo la dictadura. Una paz engañosa
escondía el hecho de que miles de opositores políticos, declarados o supuestos, eran
torturados en los centros de detención o en las cárceles, o desaparecidos a los que se
alude cuando Idiota Uno e Idiota Dos pasan “cerca de los cadáveres de Ke y Ku 15 ”.
En efecto, ni les hacen caso :
13. Liscano, Carlos, op. cit., p. 90-91.
14. Nahum, Benjamín, Manuel de Historia del Uruguay, Tomo II : 1903-2000, Montevideo, Banda
Oriental, p. 268.
15. Ibid., p. 122.
236 Somos unos idiotas
IDIOTA DOS
¿Qué es eso ?
IDIOTA UNO
No sé
IDIOTA DOS
Parecen cuerpos.
IDIOTA UNO
Son cuerpos. Dos cuerpos.
IDIOTA DOS
Pobre gente. ¿Están muertos ?
IDIOTA UNO
Parece que están muertos.
IDIOTA DOS
(Tratando de que Idiota Uno lo arrastre hasta los cuerpos.) Quiero verlos.
IDIOTA DOS
¡Quiero verlos !
IDIOTA UNO
(Idiota Uno no oye lo que el otro le dice. Luego de un instante, señalando
el cielo.) ¡Mira 16 !
Idiota Uno no quiere ver a los muertos, no quiere saber qué pasó y en lugar de
enfrentar la realidad, mira hacia otro lugar, el cielo, como si negara su existencia.
Aquí, la obra denuncia la organización de la desaparición forzada de personas en los
países del Conosur y las actuaciones del gobierno, que podía negar las ejecuciones y
el terrorismo de Estado desapareciendo a los cadáveres de las personas asesinadas :
si no se hallaban, el asesinato no podía ser imputado a nadie. Tampoco cabe duda
de que la forma en que Idiota Dos insista para “ver” los cuerpos alude al trauma que
viven las familias que buscan a su(s) pariente(s) desaparecido(s).
2 ¿Ser o estar ?
Además del desfase entre lo mimético y lo performativo, una serie de elementos re-
cuerdan que el tiempo pasa y que la impresión de inmovilismo que rebosa en la intriga
es un engaño. Las alusiones a las diferentes estaciones permiten medirlo : al principio
de la obra, se alude a “la primavera 17 ”, luego, al “verano” con “un día caluroso 18 ” y
16. Liscano, Carlos, op. cit., p. 122-123.
17. Ibid., p. 90.
18. Ibid., p. 104.
Cécile Chantraine Braillon 237
KE
La golondrina
KU
¿La golondrina ? ¿Qué golondrina ?
KE
Una golondrina
KU
¿Dónde ?
KE
En el aire.
KU
¿En el aire ? No la veo. ¿Dónde está la golondrina ?
KE
(Señalando el cielo sigue el vuelo imaginario de la golondrina)
Ahora la perdí de vista. ¿Por qué andan golondrinas ?
19. Ibid., p. 117.
20. Ibid., p. 91.
21. Ibid., p. 115.
22. Ibid., p. 90.
23. Ibid., p. 90.
24. El reloj es un objeto importante en otra obra teatral de Carlos Liscano : El informante.
238 Somos unos idiotas
KU
Es la primavera, Ke.
KE
Sí, pero no la veo.
KU
¿No ves la primavera ? Está en todas partes. Hace semanas.
KE
No. A la primavera la veo, a la que no veo es a la golondrina.
KU
Ya va aparecer, Ke, no te preocupes. O aparecerá otra. Hay muchas. En
primavera siempre hay cantidad de golondrinas.
[. . . ]
KU
¿Entiendes lo que te explico sobre las golondrinas ?
(Silencio.)
KU
¿Entiendes o no 25 ?
KE
Lo acepto, Ku, pero igual me ocurre. No puedo evitarlo. Yo pienso y me
quedo tan quieto, tan quieto, que me viene vértigo de moverme a tanta
velocidad. Entonces es cuando se me formula la pregunta, “¿me muevo
o me quedo quieto ?” Cuando no pienso estoy en constante movimiento,
Ku, tú lo sabes. Hago cosas con las manos, muevo los ojos, los labios, las
piernas, las cejas. Acumulo movimientos de tal modo, simultáneamente,
que me doy cuenta de que, en realidad, no hago nada. Me muevo y me
muevo y me muevo y no hago nada de nada. Estoy paralizado.
KU
¿Paralizado como para morirte ?
KE
Sí, Ku, siento que ya el corazón ha dejado de latirme. Siento que me muero,
y que, aun en la muerte, mi cuerpo seguirá moviéndose, descomponiéndose,
convirtiéndose en gusano, en planta, en piedra, avanzando, hacia algo,
hacia algún sitio. Entonces, en medio de la orgía de movimientos que es la
vida, yo ya estoy a punto de petrificarme, pero moviéndome, tratando de
llegar a este sitio, al final del viaje, de este viaje en que vamos todos. Pero
yo no sé de dónde partimos, me perdí el comienzo, la salida del origen.
Por eso, no sé a dónde vamos, Ku 26 .
El “arrastre” de Ku, luego de Ke y por fin de Idiota Uno a Idiota Dos, ilustra la
negación de la condición humana. Al imponer uno al otro una vida de arrastre, se
aniquila la fuerza vital del uno y del otro convirtiendo a ambos en “muertos vivos”, a
una vida en un presente interminable, sin pasado ni futuro. El arrastre es entonces la
imagen simbólica de la muerte de forma que la cuestión que dramatiza la obra teatral
de Carlos Liscano es la aceptación o no de la muerte como condición existencial del
hombre. Así de forma paródica, la pregunta de Ke "¿me muevo o me quedo quieto ?"
recuerda la de Hamlet que en el drama epónimo de Shakespeare dice :
“¿Ser o no ser, esa es la cuestión ? ¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este
torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia ? Morir es
dormir 27 .”
KE
No te preocupes, Ku. Nadie comprende nada. Ni les interesa mi pregunta.
Tú haces como todo el mundo. Yo caigo en el torbellino y los demás siguen,
en sus cosas, en sus hábitos. Ellos son. Yo, estoy en dudas, no sé si soy.
No sé cómo hay que hacer para ser, ni dónde estoy, ni cuánto falta. Solo
sé que me muevo, que estoy en marcha, sin poder parar 28 .
26. Ibid., p. 108.
27. Hamlet.
28. Ibid., p. 109.
240 Somos unos idiotas
KE
[. . . ] “¿O acaso yo no tengo derecho, como todo el mundo, a estar ?”
KU
Sí que lo tienes. Tú tienes tanto derecho como cualquiera a estar en algún
lugar 29 .
En efecto, Ku desea convertir el tiempo en espacio para superar la finitud del hombre
y por lo tanto la muerte. Del verbo intransitivo al verbo transitivo, de Ke a Ku,
de Idiota Uno a Idiota Dos, y viceversa, Los idiotas de Carlos Liscano escenifican
entonces visiones opuestas de la existencia humana ; por un lado, una concepción
equivocada pero tranquilizadora, que tiene la aprobación de la mayoría al negar la
muerte, y por el otro, una visión que afirma la muerte y que la reconoce y asume
como parte de la existencia. Pero si bien es cierto que es un tema universal el que
lleva Liscano al escenario, tampoco hay que descartar lo que está también detrás de
los cuerpos caídos que uno arrastra de un lado para el otro. Es la denuncia evidente
de lo que fue la dictadura y de lo que es la justicia. Liscano denuncia los cuerpos
caídos a causa de la represión, los cuerpos desaparecidos, acaso arrastrándolos, hacia
lugares desconocidos, y la “ley de impunidad” 30 que niega lo que ha pasado.
KE
Es que hay días en que yo pienso lo mismo. Tal vez sea cierto lo que ellos
dicen, me digo. Tal vez todo pueda llegar a ser cierto, algún día, en algún
sitio. Porque solo hay dos posibilidades, Ku, o todo es cierto y no hay
nada falso, o algo es falso y por tanto nada es cierto. Esa es la pregunta,
la principal, Ku. ¿Hay alguna vida que no sea falsa ?
KU
¿Tú eres falso, Ke ?
KE
Sí, Ku, lo soy. Soy falso. Yo miento. Miento un poco. Quizá también miento
mucho. Es probable que también mienta mucho. Sí, es muy probable.
KU
¿A mí me mientes, Ke ?
KE
Sí, lo siento, Ku, pero también a ti te miento. Tal vez a ti es a quien más
miento. No olvides que te tengo todo el día a mi lado, desde hace años 36 .
KU
¿Qué es una buena idea ?
KE
Eso que has dicho, que tú podrías arrastrarme a mí.
KU
(Ku, sorprendido por lo que acaba de escuchar, se levanta de un salto. Se
acerca a Ke. Lo mira a la cara.) Bueno, Ke, yo no sé qué te pasa, si será
la primavera o qué, pero me parece que estás soñando y lo mejor sería que
te despertaras.
35. Ibid., p. 90.
36. Ibid., p. 112-113.
242 Somos unos idiotas
KE
No, Ku, no estoy soñando.
KU
¿Estás haciéndote el loco, acaso 37 ?
La alusión al sueño refuerza el vínculo intertextual con el teatro barroco y más parti-
cularmente con la obra teatral La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca. En
ella, Sigismundo es víctima de una manipulación maquiavélica que lo hace incapaz
de distinguir la ilusión de la realidad : tanto su existencia encerrada en la fortaleza
como la vida en palacio le parecen un sueño. El juego sobre el sueño también tiene
que ver con el doble sentido de la palabra “sueño” en lengua española ya que designa
a la vez el hecho de soñar y el de dormir. Por lo tanto, les pasa a los cuatro perso-
najes de Los idiotas de Carlos Liscano lo que le pasa a Sigismundo : su existencia se
asemeja a un ensueño, a un sopor perpetuo, o sea a una forma de muerte. Pero lo
que distingue a los idiotas del príncipe de Polonia, es que Ke, Ku, Idiota Uno e Idiota
eligen esta vida ilusoria : se hacen los idiotas y son a la vez los autores y víctimas de
su propio engaño. De este modo, la “puesta en abismo” permite que la actitud de los
cuatro idiotas ideados por Carlos Liscano reenvíe al mundo real : en efecto, como fue
el caso con “El asesinato de Gonzago” en Hamlet, el “teatro en el teatro” que realizan
los personajes adquiere un estatuto de “verdad” en la mente del lector/espectador,
mientras que la postura “verdadera” de “todo el mundo 38 ” (la de la “verdadera” vida)
se mantiene en una dimensión ficcional. Si pensamos en lo que fue o podría ser una
representación de esta obra (versión performativa de la obra), la presencia física de
los actores en el escenario, personajes “de carne y hueso”, les da más veracidad a éstos
que a “ellos 39 ” ya que se se opera así una identificación metateatral entre el destino de
los idiotas y el del lector/público. Éste se da por aludido percibiendo cierta “cercanía
de estatuto” con los personajes en el escenario, cercanía que se plasma también en la
postura físicamente pasiva tanto del lector como del espectador. De esta manera, Los
idiotas llevan al lector/público a preguntarse : ¿No seré yo también un idiota ? ¿No
llevaré yo asimismo una existencia soporífera ? ¿Estaré también ciego ante la realidad
ineluctable de la muerte ?
Además, al encarnar sucesivamente los roles de uno y otro, cada idiota origina en
el lector/público un sentimiento catártico de compasión y de temor que compromete
también la responsabilidad del lector/público en su “posible” y propia ilusión. Más allá
de un cuestionamiento, el drama absurdista de Carlos Liscano pretende suscitar una
“reacción” en el lector/público y llevarle a reaccionar contra el inmovilismo y la ceguera
que caracterizan la existencia humana (el destino de los idiotas). El procedimiento
subraya entonces la potencia del teatro como arte capaz de parodiar la vida recreando
un acontecimiento efímero en el escenario. Como dice Mauricio Kartún, el teatro
“teatra 40 ” porque produce un cronotopo que nace, vive y luego perece delante de los
37. Ibid., p. 98-99.
38. Ibid., p. 109.
39. Ibid., p. 110.
40. “El teatro teatra”, frase pronunciada por el teatrista argentino, Mauricio Kartun que analiza el Pr.
Jorge Dubatti en muchas de sus conferencias y monografías.
Cécile Chantraine Braillon 243
espectadores. El teatro “está” por antonomasia y encarna de este modo una resistencia
profundamente “existencialista” contra una concepción esencialista de la vida que
niega la finitud de ésta. Exhibiendo cuerpos en las tablas, el género dramático afirma
la objetividad de la muerte contra la retórica del último régimen dictatorial que sigue
ocultando hasta hoy el destino final, los cuerpos, de muchos desaparecidos.
Equilibrio 2
La libreta negra de Carlos Liscano
Experiencia, trazo, enceguecimiento
Una decisión radical : ser escritor. Radical por las implicaciones que tal elección supone
con respecto a la vida de aquel que no satisfecho tan solo en escribir esporádicamente
lo hará como centro de la experiencia y, ¿por qué no ?, de la existencia. Carlos Liscano
decide ser escritor en condiciones radicales, ya preso durante años. Lo acompaña la
pérdida y la falta ; también el silencio, la soledad. Además, está el trazo de la escritura
que lo impele a trabajar con la experiencia y la inexperiencia.
Aún en la cárcel, Liscano se propone realizar algunos trabajos manuales. Los dibujos
todavía no hacen parte de su producción creativa, con excepción de algunas formas
geométricas que fabricaba para los compañeros de la cárcel. Me cuenta, en una en-
trevista que le hice en enero de 2015 que el interés por las artes plásticas ya existía
previamente a la cárcel. Antes de caer preso le interesaba el arte abstracto, por ejem-
plo, visión que cambia drásticamente más tarde. Me dice que incluso llegó a sentir
enorme rechazo por el arte abstracto. Decide entonces que la figura humana tiene
que estar presente, como que a tener una cara. En la cárcel, a despecho de las obvias
privaciones del espectro cultural y artístico, consigue, a través de los libros, apreciar
algunas reproducciones de pinturas. O sea, desde allá proyecta algo que muchos años
después se concretiza cuando se pone a trabajar con el arte de dibujar.
Ya libre, en Suecia donde vivió durante casi diez años, junto a su producción litera-
ria 1 desarrolla proyectos paralelos con las artes plásticas –o, como quiero tratar más
adelante, proyectos transversales, contaminados y contaminantes unos a otros –. Allí
estarán, por ejemplo, sus trabajos con alambres. Pero también los dibujos. En prin-
cipio, el interés por las historietas. Me relata que se portó como un ávido estudiante
de historietas : lecturas, visitas a museos, conversaciones con dibujantes ; llevó dos
1. Allí pasará en limpio los manuscritos de la cárcel y publicará varios libros.
246 La libreta negra de Carlos Liscano
años estudiando. Como lo hace con la escritura, por esos tiempos reflexiona sobre el
universo de los dibujos e historietas, incluso reflexiona sobre la reflexión que emerge
de esta inmersión. Surge la pasión por la complejidad de ese mundo. Demora un poco
a que le dé forma para una publicación. De vuelta a Uruguay, publica en 2003 Soy
el tarumba les presento es al ñudo empujar. Monólogo de mi socio carlos liscano. Es,
claro, un libro con historietas.
En 2006 sale Nulla dies sine linea, nuevamente una compilación de dibujos con per-
sonajes que manifiestan el deseo de bocas hablantes, como sugieren los textos dentro
de los globos. La Libreta negra, de 2011, libro de dibujos que propongo analizar más
detenidamente en este libro, rompe con la relación dibujo-texto o texto-dibujo, carac-
terística muy fuerte en las demás publicaciones. Además, en sus más recientes libros
de dibujos, los textos acompañan los dibujos a modo de relato, así los globos dan
lugar a la escritura libre que comenta, reflexiona, cuenta. A veces, la escritura se da
casi en forma didascálica. Es el caso de los libros últimos, del año 2014, La libreta
de cuero y Viaje a la noche. Abunda en ellos la escritura paralela, también cierta
unidad como historia narrada. Es posible proponer una mirada de estos libros como
retrato de experiencias cotidianas, de reflexiones sobre el lenguaje y el arte, incluso
de experiencias íntimas o de autorretrato. Y además, pensarlos desde un discurso que
parte de los contornos de los dibujos. Así se presenta la cuestión de la leyenda, o aún,
como gozo reflexionante, la cuestión de los parerga. Los parerga, según Derrida (2001),
son notas, sean de pie de página, en un final de capítulo, o entre paréntesis, en fin,
frases que atraviesan el discurso pero que no anuncian un significado completo con
relación al texto mencionado.
Liscano afirma que sus dibujos son una continuación de la reflexión sobre la escritura.
Además, “traté de contar historias sin palabras”, dice, pero con el dibujo en función de
un texto. Incluso la historia de nacimiento de ambas producciones, escritura y dibujo,
se asemeja. Liscano me dice que empezó con los dibujos sin tantas pretensiones, como
cuando daba los primeros pasos con la escritura. La escritura con el tiempo se tornó
una actividad seria, pesada. Y si antes desechaba mucho de lo que dibujaba, ahora
posee un archivo, libros publicados con sus dibujos, exposiciones.
Muchas veces trabaja en libretas regaladas por amigos. Al dibujar en ellas, busca
cierta unidad. Si el pensamiento, la imaginación, el lenguaje, son fragmentarios, y un
dibujo es un fragmento, una libreta que los junte pretende dar la idea de pedazos que
se unen. Me comenta que una vez destacó de un cuaderno los dibujos que hacía en
ese momento y se puso a armarlos en una secuencia, a formar un todo para ver la
totalidad.
A Liscano, por lo tanto, no le interesa hacer un dibujo, sino una serie. Para él dibujar
en una libreta es como escribir un libro, tiene una continuidad, un nudo, un asunto.
Y claramente lo comprobamos en La libreta de cuero, de 2014, que se constituye de
apuntes para la vida del señor L, copista. Una historia con personajes, con narración,
que se puede fácilmente relacionar con alguna de las series de su obra literaria. De
hecho, posteriormente, esta historia pasa a ser pura escritura como parte del libro El
escritor indolente.
Selomar Claudio Borges 247
Lo mismo sucede con Viaje a la noche, también de 2014. Dibujos y escritura se unen
a partir de San Juan de la Cruz, a quien dedica el epígrafe : “¡O noche amable más
que la alborada !” En este libro de dibujos y escritura se cuenta la noche y se cuenta
en la noche y, una vez más, se exponen reflexiones y fragmentos de la historia de
Hans, personaje itinerante en la obra de Liscano, protagonista de su primera novela
La mansión del tirano, escrita en la cárcel.
Estando todavía en la cárcel Liscano conoce el trabajo de Jean Dubuffet, lo que
seguramente le impactó, con su trazo simple, en la producción de autorretratos. Pasa
a interesarle el arte pequeño, me cuenta, el art brut, como ya lo había percibido
Ignacio Bajter en su texto El orden del sirviente. Un archivo pese a todo. Le atrae el
arte de “los sin formación”. Además, Liscano, en cuanto a la simplificación se refiere,
usa la pintura y el trazado “a veces al estilo Kafka, otras como algunos esperpentos de
Grosz [. . . ]” (BAJTER, 2013, p. 39). Eso provoca la idea de que las pequeñas historias
son contadas para sí o de sí de forma directa, árida. Movimientos constantes que, de
alguna manera, atraviesan también todos sus escritos.
Fernando Loustaunau considera :
Por lo tanto cuando nos acercamos a la obra de Liscano vemos un tramado de piezas
que se entrecruzan. Piezas de otros, piezas de su propia obra, y que retornan como
un fragmento de reflexión que comenta y renueva la misma producción. También
fragmentos de la reflexión sobre el acto de crear, sobre el ser artista. Por eso los
dibujos, además de proponer contar una historia, trabajan como si fueran un diario.
Por veces, con anotaciones dispersas y aparentemente inconexas, reflejando aquel atlas
delirante.
Me llama la atención entre los varios trabajos de dibujos publicados por Liscano uno
que se aleja del sentido de aquellos dibujos que quieren contar una historia como
248 La libreta negra de Carlos Liscano
Son 128 páginas, usadas solo en el anverso, con imágenes que no tienen
unidad, ni manifiesta ni escondida. Creo que sí muestran una evolución
visible que va de lo oscuro hacia el humor y las cosas pequeñas. Una etapa
en que en mi vida ocurrieron muchos cambios. Dejé un apartamento para
vivir en el campo, me convencí definitivamente de que el trabajo manual
es muy importante para mí, pasé a ser dueño de tres perros, creí que
había llegado el momento de retirarme de todo y dedicarme a contemplar
lo pequeño. (LISCANO, 2011a.)
Sus comentarios, intencionalmente o no, inducen a una lectura de sus dibujos, de-
linean cierta dirección. En el instante en que de algún modo glosan, anticipan una
interpretación, y acaban, por lo tanto, limitando o definiendo, más o menos, lo que
es intrínseco a lo dibujado. Podríamos, bajo esa influencia, leer con ojos de perros,
de campo, de mundo pequeño. También sugieren, así, lo que les es extrínseco. Y lo
paradójico es que, por otra parte, el mismo acontecimiento puede desestabilizar la
lectura.
En los dibujos de la libreta las fechas o años impresos sugieren la estructura de diario.
Y no solo la forma, sino también el contexto y su contaminación : el conjunto, el
soporte. Es una especie de libreta usada de hecho unos dos años después de haberla
recibido como regalo. Cuenta Liscano :
Lo que hace Liscano en la libreta, a despecho del trazo subjetivo y de diálogo consigo
mismo, es también un decir a un interlocutor.
Didi-Huberman alude en Cuando las imágenes toman posición (2008) al Diario de
trabajo de Brecht, donde dice que en él el escritor alemán trabaja con imágenes,
formas, poemas, en fin, con escrituras, como forma de registrar la Guerra del Pacífico,
dándole forma a un material histórico-personal por medio de montajes temporales y
reminiscencias. Considera Didi-Huberman que para Brecht esas imágenes de guerra
solicitan las reminiscencias propias, imágenes de sus experiencias durante la Primera
Guerra. Trabajaba Brecht con el epigrama, como con lo ya muerto, o las formas en que
el muerto se ofrece ante nuestros ojos. Pero también, fundamentalmente, el epigrama
se caracteriza por “manejar juntos simplicidad y variación”. De ahí la relación que
busco aquí al recordar a Brecht por medio del pensador francés, ya que advertimos
que Liscano, que dicho sea de paso ha sido lector de Brecht, hace uso en sus dibujos de
una mezcla de distanciamiento brechtiano y de la aproximación de su propia historia.
Y similar, por así decirlo, es lo que Didi-Huberman ya había notado en Brecht :
“Distanciar es saber manipular el material visual y narrativo como un montaje de
252 La libreta negra de Carlos Liscano
3. Ver por ejemplo Derrida en “La différance“, conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa de
Filosofía en 27 de enero de 1968, publicada simultáneamente en el Bulletin de la Societé française de
philosophie (jul.-set. 1968) y en Thorie d’ensenble (col. Quel, ed. de Seuil, 1968) ; después aparecerá en
Marges de la philosophie (ed. de Minuit, 1972).
Selomar Claudio Borges 253
Figure 3 – ¿el uno, el otro ? Carlos Liscano, dibujo 20, La libreta negra
Por lo tanto, del dibujo que posibilita la paradoja del “texto en imagen”, “de la imagen
con su leyenda”, en que el signo verbal y la representación visual están en cruce,
254 La libreta negra de Carlos Liscano
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