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Cristián Buchrucker, El fascismo en el siglo XX. Una historia comparada,


Buenos Aires, Emecé, 2008, 270 p.

Article in Nuevo Mundo Mundos Nuevos · September 2009


DOI: 10.4000/nuevomundo.57127 · Source: OAI

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Humberto Cucchetti
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Nuevo Mundo Mundos
Nuevos
Reseñas de libros y CD roms, 2009

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Humberto Cucchetti
Cristián Buchrucker, El fascismo en
el siglo XX. Una historia comparada,
Buenos Aires, Emecé, 2008, 270 p.
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Humberto Cucchetti, « Cristián Buchrucker, El fascismo en el siglo XX. Una historia comparada, Buenos Aires,
Emecé, 2008, 270 p. », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Reseñas de libros y CD roms, 2009, Puesto en
línea el 24 septembre 2009. URL : http://nuevomundo.revues.org/index57127.html
DOI : en cours d'attribution

Éditeur : EHESS
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Cristián Buchrucker, El fascismo en el siglo XX. Una historia comparada, Buenos Aires, E (...) 2

Humberto Cucchetti

Cristián Buchrucker, El fascismo en el


siglo XX. Una historia comparada, Buenos
Aires, Emecé, 2008, 270 p.
1 Estamos aquí frente a una interpretación global del fenómeno fascista. En sus principios
metodológicos y en sus conclusiones, una interpretación sustancialmente diferente a la historia
intelectual realizada ya hace unos años por Zeev Sternhell1 y que tantas repercusiones causó
en el mundo intelectual francés. La diferencia también se marca en relación a las sociedades
analizadas, siendo la Italia de Mussolini y la Alemania hitleriana los dos terrenos centrales
priorizados por Buchrucker, un ahínco también distinto al peso (polémico, contestado) que
el historiador israelí le otorgó a la cultura antiparlementaria de izquierdas en la Francia de
principios del siglo XX2. Sin reducirse a estos dos terrenos analizados prioritariamente, el
autor agrega la consideración de otros casos en Europa, Asia y América Latina.
2 El carácter comparado de la investigación de Buchrucker da una primera imagen de
consistencia a su estudio. Así, no es casual que su objeto se base prioritariamente en regímenes
fascistas y no en movimientos fascistas, diferencia ya resaltada por Ernst Nolte por un
lado, Renzo de Felice, por otro lado, lo que realza comparativamente las características que
pueden distinguir ciertos movimientos antidemocráticos en la primera mitad del siglo XX, y
experiencias específicas de poder. En efecto, el carácter liminar del fascismo como experiencia
de poder se trasluce en el relato de Buchrucker; su omisión era uno de los aspectos que, por
ejemplo, Pierre Milza cuestionaba a Sternhell3.
3 En relación a su estructura, el libro cuenta con nueve capítulos, además de su introducción y
conclusión. En el primero se ofrece una prehistoria del fascismo, que incluye un breve relato
sobre la Italia previa a Mussolini y la Alemania previa al ascenso del nacional-socialismo,
enfatizando en ambos casos el papel de ambos países en el contexto internacional de la
época. El segundo capítulo describe el contexto de crisis bélica que marcó la emergencia de
ambos fenómenos y cuyas características explican en parte sus configuraciones autoritarias
posteriores. En el capítulo siguiente se analiza al fascismo italiano retomando la discusión
sobre si su ascenso constituyó una toma del poder, tal cual se presentó simbolizada en la
propia retórica del movimiento, o si el proceso fue más gradual e implicó una entrega y
legitimación por parte del conservadurismo entonces gobernante. Dilema crucial para entender
los regímenes según el autor, ya que en el cuarto capítulo se describe la experiencia nazi,
cómo esta retomó temas entonces clásicos de la extrema derecha alemana confiriéndoles
rasgos más plebeyos (p. 71), problematizando de igual manera si el acceso al poder se
trató de un “asalto” por parte de la nueva dirigencia nacional-socialista o si fue en cambio
producto de concertaciones. Posteriormente, en el capítulo cinco, nos encontramos con la
trayectoria de la experiencia en Italia, la naturaleza e intensidad de las transformaciones
que impuso en la sociedad italiana. El capítulo siguiente retoma la consolidación del
hitlerismo en Alemania, sobresaliendo el estudio de sus rasgos represivos, su rol durante la
segunda guerra y el desarrollo de sus “políticas de asesinato estatal masivas” (p. 149). El
capítulo séptimo constituye un momento comparativo donde Buchrucker se detiene en otros
movimientos fascistas, reagrupados por regiones europeas (occidental p. 161; centro oriental
p. 169), analizando seguidamente Argentina y Brasil (p. 176), y finalmente Japón y China
(p. 179). El capítulo octavo realiza un balance sintético sobre el fascismo en su contexto,
analizando sus antecedentes, su ascenso, su experiencia político-Estatal y sus relaciones con
el conservadurismo autoritario (p. 192). El último capítulo desarrolla las posibilidades de

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supervivencia histórica y política de los fascismos, centrándose en lo sucedido en Europa, la


América latina durante la guerra fría y la Rusia postsoviética.
4 Dos grandes líneas orientadoras de la reflexión marcan inicialmente la estructura lógica de
la obra (p. 12-13). En primer lugar, un conjunto de interrogantes enumerados que apuntan
a desentrañar las causas del fascismo, su carácter específico o, al contrario, su mayor
universalidad histórica, las relaciones del mismo con otros universos y clivajes ideológicos,
intelectuales y políticos, los residuos fascistas después del fin de la segunda guerra. En segundo
lugar, encontramos las tesis que el autor discute: el carácter revolucionario del fascismo, su
exterioridad en relación al conservadurismo, y la hipótesis que lo define como nacionalismo
agresivo en el campo de sociedades con capitalismo tardío. Al final del libro aparecerán los
autores concretos con los que la interpretación de Buchrucker disiente -De Felice, Sternhell,
Payne, Mosse, entre otros (p. 238). Retomaremos más adelante ciertas implicancias de esta
discusión.
5 Puede interpretarse que la obra tiene una articulación metodológica que la hace por
demás sugerente. Un costado fenomenológico resulta completamente claro: partir de aquello
entendido como fascista por quienes asumían esa identidad y quienes luchaban contra ella (p.
13). Así, la introducción del libro se completa con un conjunto de citas de hombres políticos
sobre la naturaleza y el vínculo entre la experiencia italiana y la alemana en el contexto mismo
de la aparición y crecimiento del fenómeno. Allí emergen algunas de las ideas del autor,
justificándolas en relatos de los mentores y sus enemigos: el parentesco de ambas experiencias,
la vocación totalitaria atribuida al Estado y al partido, la comunidad de enemigos, los vínculos
con el conservadurismo, la mezcla entre rasgos anacrónicos y técnicas modernas, la voluntad
imperialista –en estos casos, de imperialismos perdedores (p. 16).
6 Esta aproximación subjetiva, anclada en lo político de acuerdo a cómo se autodefinen los
protagonistas y cómo estos son definidos por sus adversarios, es acompañada por todo un
trabajo historiográfico no menor al momento de construir el argumento de interpretación
histórica. El fascismo, tal cual lo entiende Buchrucker, no puede ser considerado de manera
aislada de algunos datos históricos de la estructura económico-político-social. El IRP (índice
de recursos de poder) de Vanhanen hace inteligible la exposición. Su capítulo sobre la
prehistoria de los fascismos, el tratamiento de las relaciones entre economía y sociedad, no son
sólo aspectos eruditos, o simplemente un relato persuasivo que busca convencer a partir de la
acumulación de ciertos datos. El estudio comparativo de la evolución del IRP en las diferentes
sociedades consideradas es un punto medular para conocer las características del fascismo.
No porque este indicador de la modernización explique al fascismo o sea la consecuencia de
éste sino porque, en el caso italiano y en el alemán, el IRP en ambas sociedades no indica una
particularidad del fenómeno en tanto que vía privilegiada de una modernización tardía, a pesar
de los avances en la industrialización en ambos países: al contrario, otras sociedades habían
alcanzado avances similares sin desarrollar un Estado totalitario (p. 155).
7 La obra tiene un gran mérito, que constituye un objetivo muy difícilmente asequible
en investigaciones sobre fenómenos tan complejos y controversiales: la cantidad notable
de temas, aspectos, matices, particularidades y tensiones tocados por Buchrucker y la
manera sintética con que son articulados. Es una interpretación global, decíamos más arriba
e insistimos ahora, que ordena lógicamente un abanico de acontecimientos, dinámicas,
abarcando desde los aspectos organizativos de los movimientos fascistas hasta sus elementos
intelectuales, desde los mesianismos carismáticos que los caracterizaron hasta la intensidad
o no en las transformaciones sociales que impusieron, desde el reconocimiento de sus bases
sociales hasta su articulación con las redes políticas de la época.
8 Al hablar en su capítulo octavo del fascismo clásico, el libro ofrece una primera conclusión
histórica que considera las características de las sociedades donde se generó el fenómeno, la
emergencia de los movimientos fascistas, y la experiencia de poder de los mismos –que el

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autor considera como trayectorias. El momento previo supone desvincular el fenómeno de un


índice específico de modernización, haciendo hincapié en cambio en el rechazo marcado al
igualitarismo y cultura democráticos, la salida catastrófica de un conflicto bélico internacional
y la aparición de movimientos autoritarios como recomposiciones del sentido nacional. El
activismo fascista desplegaría entonces un sentimiento comunitario-tribal de la nación, con
una base multiclasista con arraigo en los sectores medios, preconizando un anticomunismo
extremo. Su trayectoria se caracterizó por la reducción de la autonomía obrera, su pretensión
totalitaria, y una modernización que no era mayor a la de otros países. Así Buchrucker enuncia
una pregunta que es al final de cuentas recurrente: ¿por qué en otros países, con presencia
de movimientos genéricamente fascistas, no se desarrolló un régimen de tales características?
La insatisfacción con el lugar internacional del propio Estado, una relectura del sentido de la
Gran Guerra, una descalificación de la democracia como repuesta sustantiva a los problemas
económico-sociales, una participación de las élites en la decisión de habilitación de soluciones
desembozadamente autoritarias son las condiciones de la construcción de este tipo de vía
política. Éstas, según el autor, sólo estaban dadas en Italia y Alemania (p. 192). Esta base de
cultivo nos habla en gran medida del lastre de la Primera Guerra Mundial.
9 Algunas observaciones puntuales pueden realizarse, algunos puntos débilmente logrados
lo cual es casi evidente en un tema vasto que es tratado en su amplitud a pesar de las
síntesis notables logradas por el autor. Si un gran mérito consiste en retomar otras sociedades
con movimientos fascistas o experiencias políticas que pudieron haber sido consideradas
como continuidades vernáculas, algunas de esas reconstrucciones habrían precisado ciertos
matices. La consideración de la trayectoria d’Action Française resulta globalmente acertada
aunque excesivamente descriptiva. Muy parcial cuando no dudable resulta afirmar que dicha
organización perdió peso después de 1918 (p. 163), justamente en un clima paroxístico de
nacionalismo francés que veía en esta organización uno de los espacios político-intelectuales
más intensos en la legitimación de un sentimiento anti alemán, en la pluma polemista y literaria
de Charles Maurras y en la arenga también polemista del diputado Leon Daudet. La pérdida
de peso del royalisme d’Action Française es sensiblemente posterior y más dramática ante
la condenación pontifical y la desautorización por parte del pretendiente que ella recibe –
la primera en 1926, la segunda, bastante más tardía, en 1937. Aunque correcto es parcial el
señalamiento del maurrassisme como fundamento de la Revolución Nacional de Vichy, y
de la radicalización de los acentos antisemitas y finalmente filonazis en ciertos nacionalistas
franceses. Otra parte de esa realidad es la existencia de un núcleo disperso pero igualmente
importante de ex militantes d’Action Française en las filas de la resistencia –aquí se pueden
citar, entre otros, un admirador del fascismo y la organización corporativa de los obreros, ex
discípulo de Georges Sorel y ex militante igualmente royaliste como Georges Valois. El libro
de Simon Epstein no sólo desmenuza este paso de ex militantes antisemitas a la resistencia
sino que, también, analiza el pasaje de antifascistas de los años treinta al gobierno de Vichy4.
10 En alusión a este tipo de matices que enriquece la argumentación histórica, el análisis de los
“nuevos fascismos” omite algunos aspectos que han sido cuando menos discutidos. ¿Puede
el universo de extremas derechas posterior al fin de la segunda guerra ser calificado de
neofascismo? Las respuestas son varias, y algunos autores han enfatizado la especificidad
de las nuevas extremas derechas en relación a las herencias fascistas5. Pierre Milza, por su
parte, estima que el Front National français no ingresa en la familia de los fascismos y
neofascismos, a pesar de sus rasgos extremistas en los años ’70, o de la atracción que Jean-
Marie Le Pen manifiesta hacia los regímenes autoritarios, o una memoria condescendiente
con los crímenes cometidas por el nazismo6. En este punto, la ubicación del líder máximo
del Front National en el universo neofascista (p. 211) merecería una breve aclaración o
paréntesis. El universo extremista adherente al Frente Nacional ha incluido trayectorias
que han realizado una memoria positiva del nazismo; al mismo tiempo, ha incluido otras

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formas de legitimidad política, desde el pasaje de antiguos comunistas, hasta la afirmación


de ciertos rasgos neoliberales, aspecto muy lúcidamente señalado por Buchrucker. La idea de
neofascismo no resuelve algunas de las características empíricas abordadas.
11 Este tipo de apreciación cabe al estudio de las redes transnacionales neofascistas, que resulta
en sí misma una acotación por demás necesaria, y que remite al análisis transnacional de las
legitimidades nacionalistas. En estas redes se incluye entre otras organizaciones y círculos de
reflexión, por ejemplo, el GRECE (Groupement de recherche et d’étude pour la civilisation
européenne), y el Club de l’Horloge, este último marcó la integración de algunos de sus
miembros al Front National. Aquí se habla de la influencia de Alain de Benoîst, cuyo papel,
reconoce Buchrucker, se aleja con el tiempo del fascismo (p. 229), y es según su punto de
vista la expresión de un neofascismo “velado por el culturalismo” (p. 228-229). Este solo
personaje complejiza bastante la idea de una internacional negra, no porque estos transferts
sean inexistentes sino porque, al contrario, pueden ser mucho más amplios y complejos.
Basta recordar las constantes polémicas alrededor de de Benoîst, según Pierre-André Taguieff
« un intellectuel atypique »7. Su trayectoria e influencia ejercida va mucho más lejos de
los ambientes fascistas o revisionistas. Una de las polémicas que lo involucró, por ejemplo,
en 1992-93, abarcaba a ciertos comunistas atraídos por su pensamiento. La amenaza de
sanción por parte del Partido Comunista francés a aquellos militantes y dirigentes relacionados
con de Benoîst expresa no la delimitación de las circulaciones político-intelectuales sino,
al contrario, el carácter inclasificable de algunos de estos vínculos. En cierta medida, estos
hechos pueden abordarse parcialmente reconociendo al menos cierta forma de descomposición
de los clivajes políticos tradicionales o complejizando la naturaleza de la persistencia actual de
éstos. O quizás se explique por un rasgo propio del sistema político francés que, remitiéndonos
a Duverger, construye centros ideológicos separando a sus extremos; una consecuencia
de la conjonction des centres8de la que habla Duverger podría ser el acercamiento entre
trayectorias de diferentes extremos. La inclusión de estos acentos y particularidades no va en
sí contra las ideas fuerzas del libro reseñado, que pretende sobre todo cuestionar las relecturas
relativamente recientes que han subrayado los rasgos de izquierdas de los fascismos, sus
características revolucionarias, sus intercambios con ideas, programas y personajes de diversas
izquierdas.
12 América Latina también ocupa un lugar en algunas de las preguntas y conclusiones de
Buchrucker. En el libro se desarrolla la cuestión de la naturaleza histórica del primer peronismo
(1946-1955), desarrollo incluido sintéticamente por el autor analizando continuidades y
rupturas entre este movimiento político y los fascismos europeos, subrayando sobre todo sus
distancias (p. 216)9. Muy lúcido es igualmente su análisis de dictaduras latinoamericanas
como las de Onganía, Videla y Pinochet. Evitando la utilización simplista (y peyorativa) del
término, se sostiene la imposibilidad de aplicar dicha definición sobre ellas. Con contundencia,
su consideración respecto a la situación política en Rusia, “si el fortalecimiento del Estado
frente a los barones de la economía surgidos en los años noventa y una actitud más enérgica
en las relaciones exteriores ya alcanzan para usar tal calificativo (fascismo), un observador
consecuente debería endilgárselo a muchos gobiernos del mundo y se perdería todo criterio
razonable de precisión conceptual y rigor empírico”(p. 225), refleja que las perspectivas
comparadas no buscan sólo establecer continuidades sino también, y a veces de manera más
importante, reforzar el conocimiento de particularidades históricas.
13 A nivel general, la obra de Buchrucker resalta la especificidad histórica del nazismo alemán
y del fascismo italiano y sus diferencias con el liberalismo democrático, la socialdemocracia,
el conservadurismo y el comunismo (p. 159). En la conclusión del libro, el autor centra
la discusión en las definiciones típico-ideales de “sociedad” y “comunidad”, la primera
tendiente hacia el racionalismo, el individualismo, el empirismo, y la segunda tendiente hacia
el organicismo, el etnocentrismo, la mentalidad mítica, para analizar lo que constituyó en

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definitiva la solución fascista. Ésta es considerada como un intento de reversión (p. 234),
como un modernismo reaccionario, engañoso y reencantador del mundo (p. 235). Si las
similitudes estructurales entre fascismo y comunismo podían destacarse en otros estudios
donde se entendía al primero como la respuesta a la amenaza bolchevique, tarea realizada
por Ernst Nolte y reafirmada por Stéphane Courtois, El fascismo en el siglo XX matiza
notablemente este parentesco. Más aún, su interpretación entra en colisión con la idea de
revolución modernizante propuesta por Gregor, o con los pretendidos alcances de la derecha
revolucionaria estudiada por Sternhell, derecha tributaria del sindicalismo de acción directa
y del marxismo antiparlamentario según este autor. En este contexto, analizar el ascenso de
Hitler y de Mussolini más allá de la retórica revolucionaria de ambos, y enfatizando en cambio
el acceso al poder “que siempre surgió de una negociación con los conservadores” (p. 87)
resulta un punto clave de la interpretación, anticipado en las primeras páginas del libro. En el
caso de Italia, la concepción de la legitimidad “… tuvo poco de moderna, porque rechazaba
el principio contractual-voluntarista encarnado en el voto de las mayorías para sustituirlo por
unas tesis militarista-elitistas” (p. 98), y en Alemania se trató de la continuación re-trabajada
por los nazis de un conjunto de mitos elaborados ya por la élite conservadora de ese país,
empezando por la relectura paranoica de la guerra de ’14-18 (p. 71-72).
14 En los últimos párrafos, el autor trasluce su preocupación que excede, lo que es común
en este tipo de temas de investigación, el rigor científico, y que ha atravesado aquello
que se piensa de fondo al analizar un fenómeno asociado a experiencias bélicas, matanzas,
discriminaciones, violencias inusitadas. Si una constelación de condiciones históricas y
decisiones políticas explican el fascismo clásico, Buchrucker no niega que sus características
puedan repetirse. Debate en la que un historiador incluye para reflexionar sobre algo que podría
ocurrir. Del presente, preocupación y trasfondo ineludibles, pueden extraerse algunos rasgos
“preocupantes”: “sería demasiado ingenuo pensar que “el huevo de la serpiente” ya no puede
ser incubado” (p. 241), son las palabras que cierran el libro.

Notas
1 Zeev Sternhell, La droite révolutionnaire 1885-1914. Les origines françaises du fascisme, Paris,
Folio- Gallimard, 1997. La interpretación de este autor le otorga un papel decisivo a la cultura intelectual
francesa de principios del siglo XX en la formación de los movimientos fascistas. Esta idea fue criticada
por diferentes autores –entre otros, Jacques Julliard, Pierre Milza, Phillipe Burrin.
2 En la obra de Sternhell, Georges Sorel constituía un caso típico de una izquierda antiparlamentaria que
conducía, por su propia trayectoria intelectual, a posiciones de una derecha autoritaria y revolucionaria.
3 Pierre Milza, « Le fascisme n’est pas une invention française », en La droite depuis 1789. Les hommes,
les idées, les réseaux, Michel Winock (comp.), Paris, Seuil, p. 264-265.
4 Simon Epstein, Un paradoxe français. Antiracistes dans la Collaboration, antisémites dans la
Résistance, Paris, Albin Michel, 2008.
5 José Luis Rodríguez Jiménez, ¿Nuevos fascismos? Extrema derecha y neofascismo en Europa y
Estados Unidos, Barcelona, Península, 1998.
6 Pierre Milza, « Le Front national : droite extrême… ou national-populisme ? », en Sirinelli Jean-
François (dir.), Histoire de droites, 1. Politique,Paris, Gallimard, 2006 (1992).
7 Pierre-André Taguieff, Sur la nouvelle droite, Paris, Descartes & Cie, 1994.
8 Maurice Duverger, « L’éternel marais. Essai sur le centrisme français », Revue française de science
politique,1964, Volume 14, Numéro 1
9 Este punto fue el centro de una obra anterior de Buchrucker, Nacionalismo y peronismo. La Argentina
en la crisis ideológica mundial (1927-1955), Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1999.

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Buenos Aires, Emecé, 2008, 270 p. », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Reseñas de libros
y CD roms, 2009, Puesto en línea el 24 septembre 2009. URL : http://nuevomundo.revues.org/
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