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Romero Tobar Leonardo. El romanticismo español, cien años después. In: Bulletin Hispanique, tome 106, n°1, 2004. pp. 375-
399;
doi : https://doi.org/10.3406/hispa.2004.5194
https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_2004_num_106_1_5194
Resumen
El artículo ofrece un recorrido sobre la crítica del Romanticismo español escrita por ensayistas
hispanos de los años de la vanguardia. Es, por tanto, un estudio descriptivo que sustenta la
concepción de la Historia literaria como una construcción dinámica del pasado que se fabrica en el
presente. Conclusiones parciales del trabajo: 1) mostrar el arraigo que las interpretaciones del
Romanticismo surgidas en el siglo XIX mantenían aún en los años de entreguerras. 2) señalar la
dependencia que las nuevas líneas de interpretación del Romanticismo tuvieron respecto al
pensamiento político-social vigente en aquel momento, aunque una exégesis minoritaria llegó a
establecer analogías de fondo entre la lírica romántica visionaria y la aparición de la modernidad
estética.
Abstract
This article explores Spanish criticism of Romanticism as expressed in the works of Spanish essayists
in the avant-garde period: this description corresponds with the idea of Literary History as a dynamic
construction of the past in the present. The main conclusions to this are: 1) the interpretations of l9th
century Romanticism remain well rooted till the period between both world wars; 2) new lines of
interprétation were dépendant on the political and social thoughts ofthe time, however a minority
analysis has established fundamental analogies between Romantic visionary poetry and the advent of
modem aesthetics.
El Romanticismo español, cien años después
On prend ici pour objet la critique du Romantisme telle quelle s'exprime dans les
écrits espagnols des années avant-gardistes. Cette étude objective entend s'appuyer sur une
conception de l'Histoire littéraire comme construction dynamique du passé, qu'opère le
présent. Deux conclusions en ressortent : 1 ° Les interprétations du Romantisme surgies
au XIXe siècle demeurent bien enracinées jusque dans les années de l'entre-deux-guerres ;
2° Les nouvelles lignes interprétatives ont été dependentes de la pensée politico-sociale qui
régnait alors, mais une exégèse minoritaire est parvenue à établir des analogies de fond
entre la poésie romantique visionnaire et l'apparition de l'esthétique moderne.
El artículo ofrece un recorrido sobre la crítica del Romanticismo español escrita por
ensayistas hispanos de los años de la vanguardia. Es, por tanto, un estudio descriptivo
que sustenta la concepción de la Historia literaria como una construcción dinámica del
pasado que se fabrica en el presente. Conclusiones parciales del trabajo: 1) mostrar el
arraigo que las interpretaciones del Romanticismo surgidas en el siglo XIX mantenían
aún en los años de entreguerras. 2) señalar la dependencia que las nuevas líneas de
interpretación del Romanticismo tuvieron respecto al pensamiento político-social vigente en
aquel momento, aunque una exégesis minoritaria llegó a establecer analogías de fondo
entre la lírica romántica visionaria y la aparición de la modernidad estética.
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dépendant on the political and social thoughts ofthe time, however a minority analysis
has established fundamental analogies between Romantic visionary poetry and the
advent of modem aesthetics.
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parece -lo he dicho más arriba- una contribución estimulante para pensar
qué sean la literatura y su historia.
En el repaso que voy a realizar no me detendré en las aportaciones de
textos y documentos aportados por la investigación positivista del primer
tercio del siglo XX, una línea de trabajo que, si bien, fue muy sólida en sus
contribuciones materiales, no llegó a gran hondura de penetración en el
orden de las explicaciones teóricas. Los investigadores del primer tercio del
siglo XX ampliaron el canon de los autores rescatados para la nómina del
romanticismo español -Blanco White recobrado por Méndez Bejarano en
1921, Cabanyes por Peers en 1923, Manuel de la Cuesta por Cossío en
1933... -y, lo que metodológicamente era más pertinente, la investigación
hemerográfica avanzó síntesis orientadoras sobre las publicaciones
periódicas de la época- el repertorio de Le Gentil publicado en 1909 que
beneficiaría posteriormente E. A. Peers-, pero el conjunto de las «ideas recibidas»
sobre el romanticismo español seguía manteniéndose incólume. El balance
de la crítica de este periodo repite las estimaciones de su predecesora del
XIX: el romanticismo español había sido desmedrado y tardío, el regreso de
los emigrados -es la hipótesis de Brandes -había sido el factor determinante
de su aclimatación, su impulso original había sido domesticado por un
«eclecticismo» mestizo y los ímpetus de radical modernización ideológica
habrían sido tergiversados por una reacción misoneísta y reaccionaria. La
gran monografía sintética de A. Allison Peers (1940) resumía y reasumía
estos esquemas de valoración.
Al citar al patriarca del hispanismo británico, implícitamente aludo al
inapreciable trabajo de los hispanistas del primer tercio del siglo XX, aquel
entusiasta equipo internacional que aplicó al estudio de los textos literarios
españoles los métodos de la filología positivista según el paradigma
científico dominante en aquella época. El siglo XIX fue para muchos de estos
apasionados de las cosas de España la auténtica «segunda edad de Oro» —la
denominación es del bibliógrafo del Centro de Estudios Históricos Homero
Serís 2-, de modo que las monografías académicas dedicadas a estudiar la
«vida y la obra» de abundantes escritores y las cuidadas ediciones interesadas
en la corrección textual de sus textos conforman un sólido continente en la
bibliografía del hispanismo del primer tercio del XX.
Numerosas tesis y estudios académicos de esta etapa tuvieron como objeto
a escritores románticos que, desde la perspectiva cronológica del primer tercio
2. Homero Serís, Guía de nuevos temas de Literatura Española, Madrid, Castalia, 1973,
100-105.
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del siglo, pudieron parecer a sus autores actos de identificación personal con
escritores que sentían muy cercanos, incluso contemporáneos. Recordaré
algunos estudios que siguen siendo obras de referencia inexcusable. De 1909
es la monografía de Le Gentil sobre Bretón de los Herreros, de 1914 la de
Schneider sobre Bécquer, entre 1917 y 1920 aparecieron los tres volúmenes
de Alonso Cortés sobre Zorrilla, del año 20 data el trabajo de Churchman
sobre Espronceda y lord Byron, del 21 la obra de Sainz Rodríguez sobre
Gallardo, en 1926 Boussagol publicaba su libro sobre Rivas, en 1928 iniciaba
Tarr la publicación de sus estudios larrianos que proseguiría Rumeau desde
1935, de 1930 es el importante libro de Sarrailh sobre Martínez de la Rosa...
La publicación de estos trabajos encontraba su paralelo de divulgación en la
edición de textos románticos significativos en la colección «La Lectura»,
donde aparecieron los artículos de Larra (Lomba y Pedraja, 1923-1927), las
poesías de Espronceda (Moreno Villa, 1923) y Zorrilla (Alonso Cortés,
1925), el teatro de Martínez de la Rosa (Sarrailh, 1933). ..¡Todo un catálogo
de los mejores productos del hispanismo de signo positivista!
Y junto al abundante repertorio de monografías específicas, no deben
echarse en olvido los estudios de conjunto sobre el romanticismo en los que
se manifiesta de forma más evidente la pervivencia de las «ideas recibidas» a
que acabo de referirme anteriormente: el volumen de Enrique Piñeyro de
1904; el estudio de Pedro Bohigas premiado en 1917 por la Biblioteca
Nacional y que aún permanece inédito; la antología de textos traducidos al
francés por Américo Castro a la que precede un prólogo estimulante que
Russell Sebold ha aducido oportunamente para recordar que el maestro
definía el movimiento como «une métaphysique sentimentale, une
conception panthéistique»; y la obra de conjunto de Farinelli sobre el
Romanticismo en el mundo latino (1927) o la indagación sistemática de la huella de
Shakespeare en España que sacara a la luz Alfonso Par en 1935..., y tantos
artículos y trabajos de circunstancias -como la tesis doctoral de César
Vallejo de 1915 o la de Eduardo Ospina de 1927 3- que mantenían viva en
la memoria de los estudiosos y los lectores la presencia del romanticismo
(Romero Tobar, 1994, 30-35).
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que veía la acción pública de este grupo como una hipertrofia de retórica
emocional, Azaña afirmaba que «el Ateneo de los románticos nace liberal, y
liberal templado, con propósito de civilizar mediante la difusión de las
luces» (Azaña, 1966, 621).
Pero no pasó indiferente la fecha de 1835 a las instituciones públicas de la
segunda República. El Estado convocó ese año el premio Nacional de
Literatura para los trabajos que respondiesen a este asunto: «Las características
del romanticismo español, sus períodos, bibliografía, con notas biográficas».
El premio fue obtenido por Guillermo Díaz-Plaja. A la convocatoria habían
acudido poetas y estudiosos, como Ramón Sijé (1935); no me consta que la
ponderada monografía de José García Mercadal (1943) hubiera concurrido a
este concurso, y en su versión impresa que incorpora juicios de la obra que fue
premiada. Algunas revistas literarias, por su parte, dedicaron números o
secciones especiales a la fecha memorable; de estos monográficos tienen
interés especial el madrileño Almanaque literario y la gaditana Isla donde
Pedro Pérez Clotet planteaba una indagación entre treinta y seis escritores
jóvenes que la revista enunciaba bajo el título de «Primera encuesta de Isla. La
nueva literatura ante el centenario del romanticismo» 4. En este significativo
documento prevalece una entusiasta afirmación de la vigencia del
romanticismo decimonono entre las poetas y escritores interrogados, muchos de los
cuales evocan la figura de Gustavo Adolfo Bécquer.
El centenario del nacimiento del poeta sevillano encontraría en la prensa
del año 36 la resonancia publicitaria que su figura despertaba entre amplias
capas de lectores y lectoras. Pero la fecha conmemorativa sonaba en un
momento difícil para la lírica, como lo habían sido, poco antes, los
centenarios mortuorios de Garcilaso o Lope de Vega. La ruptura trágica de la guerra
civil posiblemente atenuó la que, desde años antes, venía anunciándose
como una lectura innovadora y creativa de las «Rimas», tal como
anunciaban el adelanto en Revista de Occidente de un capítulo de la biografía de
Benjamín Jarnés —«Un himno gigante» se titulaba— y los varios homenajes
líricos que algunas rimas habían suscitado y que se pueden compendiar en
los «Tres recuerdos del cielo» de Sobre los ángeles (1927-1928).
La nota pintoresca para marcar fecha del centenario la había dado mucho
tiempo antes Azorín, cuando en sus Lecturas españolas evocaba como texto
representativo de 1836 el folleto de Fermín Caballero Fisonomía natural y
4. Juan Cano Ballesta (1972, 255-258) dio una primera noticia sobre esta encuesta. No
atiende a este importante aspecto de la revista el libro de J. A. Hernández Guerrero, Cádiz y
las generaciones poéticas del 27 y del 36. La revista «Isla», Cádiz, Universidad, (1983).
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5. Además de los conocidos libros que Azorín dedicó al Romanticismo español (Castilla,
Rivas y Larra, Lecturas españolas, Clásicos y modernos...) deben ser releídos las selecciones de
artículos efectuadas por José García Mercadal, como ocurre con el volumen titulado Crítica
de años cercanos, 1967.
6. Otro lugar común que repite la crítica, desde Valera y Menéndez Pelayo, es la fijación
de una fecha de caducidad en el desarrollo del movimiento. Bermúdez de Castro (1935, 55)
afirma, por ejemplo, que puede «encerrarse entre 1834 y 1841 ó 42 el período brillante de
esta escuela».
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La visión del romanticismo en la España del primer tercio del XX, igual
que en el resto de los países europeos, no fue sólo el resultado de las
revisiones de los investigadores historicistas. Las ideas heredadas de la crítica del
XIX y los apriorismos que explicaban la Historia de las naciones modernas
sirvieron de bases ideológicas de interpretación que, desde luego, estaban
presentes incluso en los trabajos más asépticamente positivistas. Las
revisiones sobre la crítica del romanticismo de principios del XX (Remak, 1972,
476-477; Wellek, 1983, 180-181) han dejado muy patentes las
implicaciones políticas con que fue abordado el movimiento por parte de los
estudiosos alemanes y franceses. Del conjunto de estudios generales de esta
época creo que sí pueden señalarse en la crítica española remotas huellas de
la tesis de Fritz Strich 7, que hipertrofiaba el componente pangermánico del
romanticismo alemán, y de la más desconfiada crítica francesa —republicana
o reaccionaria, Lasserre (1907), Seillière (1908), Reynaud (1929)...— que
estimaba al romanticismo como una fractura sensible en la tradición
racionalista y republicana o como una peligrosa subversión de los sólidos valores
nacionales establecidos en el siglo de Luis XIV 8.
En esta dirección, la lectura estrictamente política del romanticismo
español tuvo su encarnación en la publicística política de signo autoritario
que, tomando pie en el viejo diagnóstico goetheano sobre el «enfermizo»
movimiento, llegaba a sostener que, en el pensamiento político de los años
treinta, «la moderna escuela contrarrevolucionaria abomina de todo lo que se
refiere al romanticismo, al que hace sinónimo de revolución» ya que sus
7. Fritz Strich, Deustcbe Klassik und Romantik : oder Vollendung und Unendlichkeit,
München, 1922.
8. Azorín en 1926 (1959, 1072) reducía esta compleja cuestión a un esquema de
tradiciones nacionales diversificadas: «En España el problema romántico no se ha dado con
tanta fuerza como en Francia ; existía menos necesidad aquí de romanticismo; no había aquí
las razones que en Francia para desear una liberación estética. Siempre en España ha existido,
en literatura, el impulso personal, la espontaneidad creadora, la libre determinación del
escritor» .
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10. Leonardo Romero Tobar, «Moreno Villa, editor de clásicos y románticos», en AA.
W., Moreno Villa en el contexto del 27, ed. de C. Cuevas , Málaga, 1989, 92-120.
11. H. J. C. Grierson, «Classical and Romantic», apud The Background of English
Literature, London, 1934, 256-290.
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12. Debo esta referencia a mi colaboradora Marta Marina Bedia que prepara un
trabajo sobre el término «romántico» en las revistas de esta época.
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frondoso árbol lírico que nos dejaron los románticos y los postrománticos,
quedamos asombrados ante dichos versos» (García Lorca, 1967, 45).
Afirmaciones de este tenor podrían reunirse para un extenso centón que
probaría cómo la preocupación de la «joven literatura» española por el
romanticismo respondía a una necesidad de su propia afirmación. El
imperativo del orden sistemático y de la eficacia racional que exigían los tiempos
modernos no eran afines con la teatralización emocional del gesto cotidiano
que exhibían los románticos. Ortega y Gasset encarna, en su aversión y en
su interés por el romanticismo, la compleja actitud que observarían los más
jóvenes. Ortega, ya desde sus escritos juveniles, marcó las distancias con el
siglo recién concluido, aunque siempre queda en su conciencia la estima que
le merecía el vitalismo de los románticos; las «altas llamaradas de esfuerzo»
con que se refiere en «Vieja y nueva política» (1914) a las vidas de Riego y
de Narváez. «Vidas españolas del siglo XIX», precisamente, fue el título
inicial de la serie de biografías históricas que concibió en 1929 y en la que
los prosistas españoles del momento alcanzaron altas cotas de acierto en un
género literario -la biografía- muy poco frecuentado en las letras españolas.
En Revista de Occidente, sin olvidar las varias viñetas de cubiertas de 1 934
y 1935 dedicadas a motivos evocadores del romanticismo decimonono 13,
fueron frecuentes los artículos dedicados al comentario de ediciones de
textos o a la exégesis de cuestiones más abstrusas, como la batallona
dialéctica del «clasicismo y el romanticismo» a que me he referido. Jaime Torres
Bodet (1930, 285) en una presentación de las «Vidas» había señalado que
«la negación del romanticismo es una actitud demasiado cómoda, en
España, para no ser una actitud estéril» y, años antes, Antonio Espina (1923,
407) no se recataba en sostener que «si para Europa entera el romanticismo
significó algo así como una sacudida sísmica del pensamiento, para España
fue terremoto profundo». En la revista se publicaron adelantos de algunas
de las biografías de la colección: la de Teresa Mancha escrita por Rosa
Chacel, la jarnesiana de Bécquer, la que Antonio Espina dedicó a Julián
Romea... No es, pues, necesario acudir a las estimaciones del Unamuno
becqueriano de Teresa, a las nostalgias de Los últimos románticos de Baroja ni
a la devoción que los habituales de la tertulia de la Granja del Henar — Valle-
Inclán, Azaña, Rivas Cherif... - para encontrar en el curso de los años veinte
y primeros treinta un caluroso clima de atención al viejo romanticismo.
En las páginas anteriores he pergeñado el clima de interés, favorable o
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literaria en los años últimos, no era sino la postrera etapa de una sensibilidad
en liquidación. Los literatos neoclasicistas se han quedado en literatos a secas.
La verdadera vanguardia será aquella que ajuste sus formas nuevas de expresión
a las nuevas inquietudes del pensamiento. Saludemos al nuevo romanticismo
del hombre y la máquina, que harán un arte para la vida, no una vida para el
arte» (Díaz Fernández, 1985, 58) 15.
«Nuevo romanticismo» o «neorromantismo» pasaron a ser
denominaciones semánticamente complejas, puesto que tanto podían albergar significados
como el que defiende Díaz Fernández en este ensayo como servir de marbete
para situar el estilo de un pintor como Hipólito Hidalgo de Caviedes
(Manuel Abril, 1935) y, llegado el caso, sustituían eufemísticamente a la
palabra «surrealismo», tal como hace Dámaso Alonso al hablar de Vicente
Aleixandre en Poetas españoles contemporáneos. En cualquier caso, «nuevo
romanticismo» ha sido denominación que la crítica reciente de la poesía
vanguardista ha relacionado con la lírica impura del surrealismo, del compromiso
y la rehumanización inmediatas a la guerra civil (Cano Ballesta, 1972, y otros
muchos a su zaga). Los libros poéticos de Emeterio Gutiérrez Albelo
Romanticismo y cuenta nueva (1933), Júbilos ( 1 934) de Carmen Conde, La voz cálida
(1934) de Ildefonso-Manuel Gil, Abril (1935) de Luis Rosales, Sonetos
amorosos (1936) de Germán Bleiberg, Candente horror (1936) de Gil-Albert,
Destierro infinito (1936) de Arturo Serrano Plaja son otros tantos testimonios
de los nuevos caminos que iniciaba la lírica española más joven.
15. A(ntonio) E(spina) (1930, 376) en su reseña del libro resume que «la literatura de
avanzada significa, pues, no una simple escuela de estética deportiva, egoísta, y aparte, llena
de pequeños trucos, fácilmente asequibles a cuatro señoritos pueriles, ansiosos de convertir la
literatura en una especie de labor casera, encaje de bolillos o cosita análoga, sino un conjunto
de formas de expresión; todo lo diversas y exquisitas que se quieran, pero que tengan, como
fondo común, verismo en el pensamiento y autenticidad en la emoción. Calidades que
difícilmente se hallan en las zonas frivolas del mero deportismo literario. He aquí el camino
por el que de nuevo se sale al encuentro de lo específico romántico». López de Abiada (1985)
en sus anotaciones a la edición del librito propone identificaciones precisas a las alusiones sin
nombre de Díaz Fernández.
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16. A(ntonio) G(arrigues) firma una expresiva nota sobre «La revolución personalista» en
p. 126-132 y J(osé) M(aría) S(emprún) G(urrea) comenta el primer año de la revista francesa
(en Cruz y Raya ¿e 1933, p. 126-132; 150-153, en abril).
17. Agradezco a José-Carlos Mainer el texto de Espinosa.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 18
18. La cifra incluida entre paréntesis corresponde al año de la edición primera del texto, la
que sigue es la de fecha de edición por la que cito en este trabajo.
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