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PAN
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1
Este trabajo ha sido realizado gracias a la concesión de dos proyectos de investigación por parte del MINECO: “El
problema del mal y los dioses en el mundo antiguo (s. VI-I a.C.)” (HAR 2011-26096) e “Identidad ciudadana en la polis
griega arcaica y clásica y su proyección espacial y cultual” (HAR2012-30870).
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mismo tiempo. Así, The Angel of pain y The Man who were too far de Edward F. Benson
(1906) presentan a un Pan poderoso y terrorífico que aterroriza a los seres humanos,
mientras que el The Hymn to Pan de John Keats, la poesía de Wordsworth. Shelley o
Byron, el famoso The wind in the willows, de Kenneth Grahame (1908), o The crock of
gold, de James Stephens (1912), muestran a un Pan benéfico, preocupado por el género
humano, imagen viva de los anhelos reprimidos que, de liberarse, permitirían al hombre
encontrar su verdadera esencia y recuperar su comunión con la naturaleza.
El Pan de Machen es la expresión del mundo real que se esconde tras las falsas
imágenes materiales entre las que nos movemos y que, erróneamente, pensamos que son
las auténticas. Es el conocimiento puro de la naturaleza del mundo y, por ello mismo,
terrorífico. En su historia un científico obsesionado con la verdad juega con el cerebro
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ser (humano, divino o animal) que pudiera satisfacer sus intensos apetitos carnales, sus
irrupciones violentas en la vida de los hombres a través de la panolepsia y el pánico e incluso
su tardía utilización como símbolo de la totalidad del cosmos, lo convierten en algunos
ambientes victorianos en una deidad malvada. Así, el terror que idiotiza a la ingenua Mary,
y que paraliza hasta matar a los que se acercan a su temible hija Helen, recuerda mucho
a la posesión panoléptica, descrita por las fuentes como un espectáculo “horrible de
ver”2, o al pánico, considerado un “espanto súbito”3, mientras que el terrorífico ser mitad
cabra mitad humano que algunos testigos creen vislumbrar en el cuento es una visión
muy moderna del teriomorfismo griego, anegado por el auge de la antropomorfización
olímpica, pero visible incluso en época clásica en la marcada propensión de las deidades
griegas a las metamorfosis animales. La obscena concepción de Helen, o la unión animal
que se insinúa en el libro entre el daimon capriforme y una mujer remiten, sin duda, a
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Sobre la importancia de los preceptos y procedimientos rituales en la religión griega remito a una de las últimas
publicaciones del CIERGA, P. Brulé (ed.), La norme en matière religieuse en Grèce ancienne, Kernos, Sup. 21, Liège, 2009,
y a la bibliografía en ella citada.
6
El argumento de la Orestíada de Esquilo insiste precisamente en la defensa a ultranza de Orestes que lleva a cabo Apolo
cuando aquel, siguiendo los requerimientos del dios, asesina a su madre, Clitemnestra, para vengar el crimen cometido
por esta y su amante, Egisto, asesinos a su vez de Agamenón, padre del joven. Las Erinias persiguen el crimen de sangre
perpetrado por Orestes, pero Apolo le purifica en Delfos y le defiende ante los tribunales en Atenas, transformando su
crimen en un acto de justicia y a las Erinias en Euménides.
7
Esta percepción se encuentra en el Physiologus, base importante para el desarrollo de los bestiarios medievales tardíos.
En la Biblia también es frecuente encontrar referencias a lo diabólico de las formas animales y la relación entre pecado,
animales, deformidad y bestialismo (Ap., 12, 9, 2 y 13, 2; 2 Co. 11; Dt., 14, 3-20; Ez., 14, 15; Job, 41; Lv., 11, 13, 14, 15,
26, 2; 1 Pe., 5, 8; 2 R. 17, 25; 3…), que encuentra su punto culminante en los hombres que se metamorfosean en animales
(Cox Miller 1996; Kraatz 1976; Russell 1995b, 87; Thompson 1955-1958, B 20-B 29). Hay algunas excepciones, no
obstante, como, por ejemplo, el cordero, asociado a Jesucristo (Thompson 1955-1958, G 303.3.6.3 y G 303.3.6.3.1), los
Evangelistas con cabezas animales o las representaciones cinocéfalas de San Cristóbal, que fueron perdiendo fuerza en el
mundo moderno. De hecho, en el s. XVIII el Metropolitano de Moscú y los monjes del Monte Atos decidieron arrancarle
la cabeza de perro a San Cristóbal por considerarla pecaminosa (Ameisenowa 1949, 45).
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que el Diablo no luce pezuñas de cabra, por lo demás muy frecuentes, sino pies en
membrana). Así mismo, tanto al dios Pan como posteriormente al Diablo se le atribuyen
características asociadas a las cabras: mal carácter (aunque la única referencia al mal
genio de Pan en la Antigüedad son unos versos de Teócrito10), sexualidad descontrolada,
dificultad para acatar las normas, capacidad destructiva, pobreza (material primero y
moral después) de sus poseedores y pastores… Las referencias bíblicas a los demonios
con forma de cabra son numerosas11 y Juan Crisóstomo llega a asociar a estos animales
de forma muy especial con los judíos, enemigos de Cristo, así como con vicios como la
gula12.
Es cierto que la equiparación del teriomorfismo y del zoomorfismo con estadios
anteriores y menos desarrollados (que no perversos) que el antropomorfismo se encuentra
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10
Theoc., I, 15-17.
11
2 Cron 11, 15; Is., 13, 21 y 34, 14; Lev., 17, 7.
12
Juan Crisóstomo, Ad. Iud., I, 4, 1.
13
Diod., I, 12, 9; I, 83; I, 87; I, 90, 2; Strb., XVII, 1, 22.
14
S. El. 1387. Esquilo en las Coéforas (1049-1050) las describe como “mujeres vestidas de negro, enlazadas de
innumerables serpientes”.
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La bibliografía al respecto no deja de crecer, de modo que para un análisis más profundo del tema remito a títulos
recientes como M. Bettini e L. Spina, Il mito delle Sirene, Torino, 2007; I. Izquierdo y H. Le Meaux (eds.), Seres híbridos:
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dioses y animales. Tan asumida está la relación entre ambos que Higino en sus Fábulas
cuenta cómo fue la vuelta al zoomorfismo, inducida por el propio Pan, la que permitió que
los dioses escaparan de la furia de Tifón21. El dios cabra salva, pues, de una muerte segura
a sus compañeros olímpicos, y con ellos a la civilización que encarnan, conduciéndoles a
formas que, convenientemente utilizadas, son garantía de supervivencia, lo que simboliza
la permeabilidad y adaptabilidad de la creencia.
El terimorfismo es, además, especialmente significativo en Arcadia ( Jost 2005),
la patria de Pan, donde una diosa tan olímpica y antropomorfa como Deméter, icono
de la madre amantísima, es adorada a través de una advocación teriomorfa, la Deméter
Melena, una mujer con cabeza de caballo y serpientes por cabellos a la que se ofrendaban
sacrificios incruentos22. Muy cerca de su cueva sagrada, concretamente en la confluencia
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21
Hyg., Fab., 196.
22
Paus., VIII, 42, 2-4.
23
Paus., VIII, 41, 5-6.
24
Agust., De civit. Dei, XVIII, 17; Arnob., Adv. Gent., IV, 24; Apollod., Bib., III, 8, 1; E., Or., 1647; Clem. Al., Protr., II,
36, 5; Hes., Fg. 163; Hyg., Fab., 176; Lyc., Alex., 480-481 con escolios; Nonn., D., XVIII, 20; Ov., Met., I, 198-239; Paus.,
VIII, 2, 3-6; Pl., R., 565d; Ps. Pl., Min., 315c; Plin., Nat., VIII, 34, 81-82; Serv., Comm. Virg. En., I, 731.
25
Eratosth., Cat., VIII; Hyg., Astr., II, 1; Ov., Met., II, 409-510; Ov., Fast., II, 155-190; Paus., VIII, 3, 6-4.
26
Epimenid. en Schol. E. Rh v. 36 (FGrHist 316 F 4).
27
AP, VI, 13, 109, 177 y 188; IX, 337. Aunque los colores asociados al Diablo son, preferentemente, el negro y el rojo,
sobre todo a partir del s. IX (Fuertes 2011b; Link 1995, 52-72; Russell 1995b, 75 y 237), a veces también luce el verde
por su relación con la caza y el mundo agreste, lo que de nuevo recuerda al dios Pan (Baird 1968; Robertson 1954; Russell
1995b, 75). Quizá la representación más conocida es la del famoso lienzo de Michael Pacher, San Wolfgang y el diablo
(ca. 1471), donde un estilizado Satán de color verde con cuernos, pezuñas y alas no tiene poder alguno frente al santo y
su señal de la cruz.
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verse desde el primer instante, caprípedo, bicorne, amante del ruido, de dulce sonrisa”28 y
agradable para todos29.
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más agreste que podía consagrársele a un dios de las cabras y los cabreros en el seno de
núcleos urbanos35.
En el imaginario griego, la cueva situada dentro del asty supone la conjunción de
dos conceptos aparentemente enfrentados pero que se necesitan mutuamente para definirse
plenos: naturaleza salvaje y naturaleza controlada, asty y chora. Lo que en principio podría
entenderse como espacio salvaje, ajeno a las normas cívicas y en el que el ser humano corre
el riesgo de retrotraerse a etapas de barbarie, propias de los seres que suelen habitarlo36, es
también refugio contra la opresión y asilo de perseguidos37 y hogar de seres teriomorfos
pero bondadosos como el centauro Quirón38. Constituye, por tanto, un espacio perfecto
para Pan, a caballo entre su naturaleza agreste y su creciente implicación en las relaciones
socio-políticas de la Grecia clásica, espacio que no había necesitado habitar en Arcadia,
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entre Satanás y Jesús39 y las no menos célebres tentaciones de Antonio40, tienen al desierto y
lo fronterizo como paisajes de excepción. Así pues, no resulta difícil comprender por qué la
cosmovisión cristiana acaba concibiendo al dios Pan, siempre en los límites, solo y apartado,
y frecuentemente presa de ataques de lujuria, como un trasunto del Diablo.
39
Mt., 4.
40
En la Vita Antonii (XLI, 4) de Atanasio de Alejandría los “pobres demonios” se sienten violentados por los eremitas
y santos, ya que, como se queja amargamente Satanás, “ya no tengo lugar, no tengo dardos, ni ciudad. Por todas partes hay
cristianos y hoy hasta el mismo desierto está lleno de monjes”. Antonio se enfrenta a multitud de demonios, algunos de los
cuales tienen un aspecto muy similar al de Pan, como relatan el propio Atanasio (Vita Antonii, LIII, 1-3), que describe a un
demonio con piernas y pezuñas de asno, o Jerónimo (Vita Pauli, VIII) que enfrenta a Antonio con un demonio de aspecto
caprino que se muestra ante el santo como representante de faunos, sátiros e íncubos.
41
Ach. Tat., VIII, 5, 6-9; AP, IX, 317, 330, 338; h. Orph., XI, 9; Hom., Il., XVIII, 525; Hyg., Fab., 274; Longus, I, 27,
2 y II, 34 y 39; Luc., DDeor., XXII, 4; Nonn., D., II, 108 y 118, XVI, 289 y XXXIX, 130; Ov., Met., I, 690; Paus., VIII,
38, 11 y 36, 8; Suda, v. Ιυγζ; Theoc., I, 81-90; II, 17; IV, 28 y VII, 103-106; Tz., Ad Lyc., 310. Las imágenes en las que Pan
practica sexo o mantiene una pose de tipo sexual son también innumerables, destacando el famosísimo grupo escultórico
pompeyano que lo representa copulando con una cabra y que se encuentra en el Gabinete Secreto (primeramente bautizado
con el muy sugestivo nombre de Gabinete de Objetos Obscenos) del Museo Arqueológico de Nápoles.
42
Cristo no suele aparecer desnudo después del s. VI (al menos hasta el Renacimiento) y a partir del X los únicos
desnudos admitidos tienden a ser los de Adán y Eva y los del Diablo, con la diferencia de que la desnudez de los primeros
es muestra de su pureza primero y de su caída después, y es Dios quien la elige para ellos, mientras que el Diablo se desnuda
para escandalizar y seducir (Link 1995, 53; Russell 1995b, 237), demostrando, como defiende Jerónimo (Epístola XXII,
11), unas inagotables ansias sexuales heredadas, en parte, de seres mitológicos como sátiros y faunos, que, presididos por
Pan, encarnan en el pensamiento cristiano la lujuria desenfrenada y la danza extática y pecaminosa (Cox Miller 1996, 222-
225; White 1972, 24-25).
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como moral (sexualidad transgresora y desatada), en contraste con los cuerpos asexuados
y andróginos de los ángeles e incluso del propio Cristo, no es de extrañar que la férrea
moral sexual del cristianismo, que premia la virginidad y la abstinencia sobre el goce carnal
(Brown 1988; Clark 1988 y 1991; Knust 2006; Miller 2005; Shaw 1998; Villaseñor
2009)43 y sitúa al dolor en la pirámide de la virtud44, demonizara a un dios que satisfacía
sus deseos de maneras tan variadas (al igual que intentaban hacerlo continuamente los
demonios) y que, para colmo de males, se identificaba con las cabras, que en los bestiarios
medievales son descritas como animales tan lujuriosos que los ojos, desplazados de sus
cuencas, miran hacia los costados (Strickland 2003, 78) y que en la tradición hebrea son
la apariencia corpórea de algunos demonios del desierto45 (Bernheimer 1979, 96-97; Cox
Miller 1996, 224).
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Significativas son las palabras de Pablo (1 Cor 6, 16-18): “Huid de la fornicación., Cualquier otro pecado que el
hombre cometa está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es
el templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y no sois vuestros? (…) Bueno le sería al hombre
no tocar mujer, pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer y cada una tenga su propio marido (…)
Digo, pues, a los solteros y a las viudas que bueno les fuera quedarse como yo, pero si no tienen don de continencia, cásense,
pues mejor es casarse que estarse quemando”. Sobre la sexualidad y las formas de comprender el cuerpo en el cristianismo
primitivo y las diferencias y semejanzas con las formas paganas de aprehensión de lo corpóreo, aparte de la bibliografía
citada, remito a la actualización bibliográfica de S. Ashbrook Harvey y D. G. Hunter (eds), The Oxford Handbook of Early
Christian Studies, Oxford, 2009.
44
De ahí, por ejemplo, los debates acalorados sobre el martirio y su catalogación como ofrenda o como suicidio, así
como la importancia del sufrimiento, la violencia y la renuncia en la ética cristiana (Boyarin 1999; Castelli 2004; Perkins
1995; Salisbury 2004; Young 2001).
45
Is, 13, 21.
46
Longo, I, 27, 2; Nonn., D., II, 108 y 118.
47
Longo, III, 22.
48
Theoc. Siringa.
49
Men., Disc., passim; Schol. Ar. Lys. 1-5.
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dios por no reconocer ni sus poderes eróticos, ni su alegría, ni su pasión por el bullicio y
el baile60.
Se trata de esa música desasosegante, penetrante y espontánea, alejada del
formalismo aúlico (y cívico) de la lira (Cazzaniga 1978, 338-346) y por ello se identifica
a la perfección con el mundo peligroso pero repleto de posibilidades de los espacios
liminales en los que los cabreros la crean con sus siringas. La música pánica funciona, pues,
como un elemento de caracterización de aquello que, calificado como agreste y alejado es,
sin embargo, necesitado por la comunidad, que se identifica a través de ella, como ocurre
con el propio dios. No es extraño, por tanto, que el himno que Píndaro le dedica a Pan
sea una composición inusual (eólicos con mezcla de créticos) que incide en la rapidez y el
extatismo que acompañan al dios cabra (Haldane 1968, 18-31)61 y lo acercan a deidades
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IV. Panolepsia y pánico
En el mundo cristiano la posesión se contempla con frecuencia como expresión de
la crueldad de los demonios y su inquina contra los humanos, débiles para contestarles,
tal y como se percibe con frecuencia en los Evangelios66, donde el propio Cristo llega a
ejercer de exorcista67. En líneas generales, la posesión entendida como alienación de la
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Ya en el mundo romano Ovidio (Met., 146-193) o Higino (Fab., 191) nos transmiten la creación mítica tardía del
enfrentamiento musical entre Apolo y Pan (a veces confundido o identificado con Marsias): Pan se atrevió a desafiar a
Apolo en el arte de tocar la flauta, seguro de su superioridad, pero el jurado de la competición declaró vencedor a Apolo.
Midas, no satisfecho con el resultado, aseguró que Pan era mucho mejor flautista, lo que conllevó un duro castigo que
desfiguró su cabeza con unas horrendas orejas de asno. La lectura ideológica es clara: lo cívico, representado por la música
apolínea, se impone sobre lo rústico, encarnado en Pan, al igual que el asty lo hace sobre la chora. En la misma línea se
sitúa el castigo impuesto a Midas: el nacimiento de unas orejas de burro le entronca con el mundo animal (con el animal
más desprestigiado, además) y, por tanto, con una regresión al salvajismo (sobre la carga ideológica de las fábulas y la
frecuente ridiculización que hacen del asno remito a los acertados artículos de J. Cascajero, “Lucha de clases e ideología:
introducción al estudio de la fábula esópica como fuente histórica”, Gerión, 9, 1991, p. 11-58; “Lucha de clases e ideología:
aproximación temática a las fábulas no contenidas en colecciones anónimas”, Gerión, 10, 1992, p. 23-64 y “Apología del
asno. Fuentes escritas y fuentes orales tras la simbología del asno en la Antigüedad”, Gerión, 16, 1988, p. 11-39).
66
Ap., 12, 10; Jn., 6, 70; 13, 2 y 13, 27; Lu., 11, 24-28 y 22, 3; Mt., 9, 34 y 12, 28 y 43-45.
67
Lu., 8, 26-39; 9, 37-43 y 11, 17-20; Mc., 5; Mt., 8, 28, 34.
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V. Pan y la totalidad
Una de las transformaciones más sorprendentes del dios Pan, y quizá de las que más
influyeron en su demonización posterior, es la que le conduce desde las tierras arcadias
al centro del universo y aparece explícitamente por primera vez en el Crátilo de Platón78.
En esta obra tanto Hermógenes como Crátilo defienden que el lenguaje es el único
medio para conocer la realidad, mientras que Sócrates sostiene que los seres mismos son
anteriores y más complejos que sus nombres. Para Platón, que rechaza a través de la figura
de Sócrates tanto la postura convencionalista de Hermógenes como la naturalista de
Crátilo, el lenguaje es un camino tortuoso y engañoso para conocer la realidad, pero el
diálogo exige presentar las distintas teorías sobre el lenguaje, entre ellas las que conciben
al Lenguaje como la Totalidad. En este punto, Platón juega con la falsa etimología
77
Longo, II, 20, 27.
78
Pl., Cra., 408a.
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de Pan79 (asumida ya por su Himno Homérico, en el que se explica que al dios “solían
llamarlo Pan porque a todos agradaba”80) y contribuye a hacerla real, ya que es un vehículo
filosóficamente adecuado para representar la Totalidad que implicaría el Lenguaje, esa
Totalidad simbólica (ese dios Pan) que, por su sola existencia, otorga carta de naturaleza
a la realidad, pues solo gracias al Lenguaje nombramos y damos sentido (y, por tanto,
creamos) al mundo que nos rodea. Platón no recurre a Pan como ser divino en sí mismo,
sino porque su etimología facilita lo que él pretende expresar en ese momento del diálogo:
el lenguaje es divino y lo es Todo, luego es Pan. Como lo es Todo alberga en su seno tanto
lo bueno como lo malo, lo elevado como lo grosero, al igual que Pan, que representa la
unión de los contrarios: lo humano y lo animal, la paz y la ferocidad, la dulzura amorosa
y la lujuria desenfrenada, la sensibilidad artística y la obscenidad, la capacidad creativa y la
destrucción. Así, Pan sería el Lenguaje porque el Lenguaje lo es Todo.
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79
Sin entrar en las complejidades etimológicas del nombre de Pan, se acepta en general que el teónimo no procede,
como el texto platónico da a entender, del adjetivo πἇς, πἇσα, πἇν. Sobre esta problemática etimológica remito a Borgeaud
1979, 263-265 y, en especial, al completo análisis filológico que presenta Bader 1989.
80
h. Pan, 46-47. El Himno homérico a Pan se fecha a finales del s. V o principios del s. IV a.C., aunque la datación es
altamente problemática, como analiza Borgeaud 1979, 85, n. 78. También a finales del V o principios del IV se fecha otro
himno a Pan hallado en Epidauro (PMG, 935 y 936).
81
Ya en los Catasterismos del Pseudo Eratóstenes (I) Pan es presentado como hijo de la Cabra y hermano de leche de
Zeus y se cita a Epiménides como fuente para explicar el honor recibido refiriéndose a la alianza de Pan con Zeus durante
la Titanomaquia.
82
h. Orph. Pan, 2.
83
h. Orph. Pan, 13-15.
84
Plot., III, 8, 101-105; III, 9, 7, 1; IV, 8, 6, 7-16; V, 1, 7, 9-10; V, 4, 1, 20-40; V, 3, 15, 33-35; VI, 4, 9, 24-25; VI, 8, 9,
44; VI, 8, 18, 25-32; VI, 9, 5, 35.
85
Plot., VI, 8, 13, 1-5.
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contiene en sí la plenitud de todas las formas posibles, todas incorpóreas, que dan lugar
a la Inteligencia, del mismo modo que esta da lugar al Alma, en un proceso de donación
sin merma86 que, sin embargo, constituye también una degeneración progresiva87 hasta
llegar a las formas materiales, inferiores a la perfección última de la que partieron, incluso
contrarias y despreciables en ocasiones por su materialidad corpórea88, ya que la materia
es sinónimo de privación y negación89 y solo es productiva en el sentido de que aloja
realidad90, pero no puede estructurarse sola, para lo cual necesita al Alma que la generó91.
Las creencias neoplatónicas, por tanto, facilitan la progresiva transformación de
Pan en representante de la Totalidad abstracta, que acoge en su seno la inmensidad del
Universo, su diversidad y su unidad, pero también la corrupción material que lo habita.
La siringa pastoril, atributo por excelencia del dios cabra y pastor, se convierte en la
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(dejando la bondad y la pureza para su propio dios) y que las características de Pan
fueran malinterpretadas por un mundo que ya no se sentía cómodo con ellas y que las
consideraba antagonistas de sus propios ideales y anhelos.
De la Cabra divina al Diablo solo había un paso, y a darlo ayudó el famoso
hápax de Plutarco sobre la muerte del Gran Pan93. Las interpretaciones que se le han
dado a este texto son innumerables y sería imposible, en este artículo, analizarlas
pormenorizadamente94, pero sí creo necesario insistir en cómo contribuyó a conectar las
figuras de Pan y el Diablo95.
Ni siquiera en un mundo donde el prodigio estaba a la orden del día96 podía
pasar desapercibida la muerte de un dios, y mucho menos para Tiberio. Según el texto
de Plutarco, Tiberio encarga a un grupo de estudiosos que analicen cuidadosamente el
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siguiendo la etimología clásica, que la muerte del Gran Pan es la de todos los demonios y
que se produjo en la misma época en la que vivió Cristo, porque fue él, y no otro, quien
acabó con todos ellos98. Mucho más tarde, en el siglo XVI y de la mano de Rabelais99, se
populariza la versión contraria, que el Gran Pan es una transfiguración de Cristo, y ya en
el XIX y principios del XX autores como E. B. Browning, J. Michelet, I. Tourgueniev o
D. H. Lawrence vuelven al texto de Plutarco como referente de separación y unidad de lo
pagano y lo cristiano, con Pan como eje entre un mundo y el otro (Merivale 1969; Irwin
1961).
Con el tiempo, no obstante, se comprobará que el anuncio plutarqueo es
terriblemente tramposo y que, lejos de morir, Pan ha demostrado una innata capacidad
de supervivencia que lo ha conducido de la Arcadia al resto de Grecia, de allí a todo el
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Eusebio, Praep. Evan., V, 18, 13. En Historia Eclesiástica (VII, 17). Eusebio vuelve a la carga contra Pan, esta vez por el
santuario del dios en Paneas (rebautizada como Cesarea de Filipo), a los pies del monte Paneion, cerca del nacimiento del
río Jordán, que para él era lugar de culto de un demonio y no de un dios pagano.
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Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, IV, 28.
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Figuras
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Fig. 2: El Diablo, con formas caprinas, se enfrenta a Cristo. MS M43. Huntingfield psalter fol. 20v. Oxford, England (ca. 1212-
1220). Fotografía tomada por Pierpont Morgan (1837) y conservada en la Pierpont Morgan Library, New York (MS M.43).
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En la bibliografía siempre se cita la fecha de la edición empleada, que no siempre coincide con la original.
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