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EL TRABAJO DE LAS MUJERES EN LA ROMA ANTIGUA.

REFLEXIONES
SOBRE GÉNERO Y ECONOMÍA

Silvia Medina Quintana

Presses universitaires de Franche-Comté | « Dialogues d'histoire ancienne »

2017/2 43/2 | pages 153 à 176


ISSN 0755-7256
ISBN 9782848676111
DOI 10.3917/dha.432.0153
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Dialogues d’ histoire ancienne, 43/2, 2017, 153‑176

El trabajo de las mujeres en la Roma antigua.


Reflexiones sobre género y economía

Silvia Medina Quintana


Universidad de Córdoba
smedina@uco.es
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Hasta el desarrollo de la Historia de las mujeres, en líneas generales, el trabajo
femenino en la Antigüedad era un tema poco tratado. Gran parte de la documentación
histórica no refleja la actividad laboral de las mujeres y, además, los estudios relativos a
la economía están centrados sobre todo en el ámbito contemporáneo, más que en otros
períodos históricos. Los tratados económicos de época clásica no hacen referencia a
ello, por un lado puesto que el ámbito laboral no era un motivo de interés y, en segundo
lugar, porque el objetivo de los mismos no era la población femenina. De esta forma,
el trabajo de las mujeres quedaba diluido en los espacios de la domesticidad o era
considerado como algo excepcional.
Sin embargo, en el nivel actual de la investigación en ciencias sociales, es una
evidencia que a lo largo de la historia las mujeres siempre han trabajado. Se solía aceptar
que la incorporación femenina al mundo laboral en Europa y Norteamérica tuvo lugar
durante los años sesenta y setenta del siglo xx, pero conviene matizar que en tal fecha se
produjo su integración masiva en el trabajo remunerado, dado que las mujeres siempre
han desarrollado actividades productivas, aunque no se les retribuyera, y en todas las
épocas han ejercido determinados oficios y recibido por ello un salario.1
En el siglo xx, gracias al empuje de la Historia Social, se abordaron temas hasta
ese momento inexistentes en la investigación histórica positivista, pero hubo que esperar
hasta el desarrollo de la Historia de las mujeres para que en los estudios científicos y
académicos se percibiera la presencia real de las mujeres.2
1
Medina Quintana 2011.
2
Cid López 2015.

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Como ejemplo de esta incorporación tenemos, en el caso español, la obra


Historia de España. Tercer milenio, de 2001, dirigida por Elena Hernández Sandoica,
cuyo tercer volumen, Hispania y el Imperio, está realizado por Gonzalo Bravo, muestra
una perspectiva más actual.3 Destacamos este libro pues, pese a ser de carácter general,
recoge, aunque sin extenderse demasiado, el papel que las mujeres tuvieron en la
economía de Hispania, e incluso cita algunos de los trabajos ejercidos por ellas.4
Gracias igualmente a las investigaciones llevadas a cabo por especialistas en la
Historia de las mujeres desde los años sesenta y setenta del siglo pasado, se ha generado
también un debate historiográfico sobre el trabajo femenino y la capacidad productiva
de las mujeres. En concreto, se presta especial atención al trabajo doméstico, pues atañe
tanto al ámbito productivo como al denominado reproductivo, espacios en los que se
considera que se han movido las mujeres históricamente. Por este motivo, abordaremos
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en el siguiente punto la consideración de trabajo doméstico.

Discursos y relaciones de género: domesticidad y trabajo femenino

Si bien es cierto que los estudios más recientes apuntan a que la idea del varón
sustentador como pilar básico de la economía familiar, a través de su salario, es producto
de la industrialización y la modernidad,5 tampoco podemos obviar que ya desde los
primeros tiempos históricos, y con las matizaciones que deban realizarse, asistimos a la
división sexual del trabajo.
Desde la perspectiva feminista, se ha analizado cómo en las sociedades patriarcales
se da distinto valor a las actividades que realizan hombres y mujeres, considerando lo
masculino como lo óptimo y relegando a un papel secundario el trabajo femenino. Este
hecho lleva a la filósofa Simone de Beauvoir a afirmar en El segundo sexo:
La pire malédiction qui pèse sur la femme c’ est qu’ elle est exclue de ces expéditions
guerrières ; ce n’ est pas en donnant la vie, c’ est en risquant sa vie que l’ homme s’ élève au-
dessus de l’ animal ; c’ est pourquoi dans l’ humanité la supériorité est accordée non au sexe
qui engendre mais à celui qui tue.6

3
El mismo autor ya había realizado un capítulo referido al papel económico de las mujeres en la Hispania
romana dentro de la edición española de la obra Historia de las mujeres en Occidente, de Georges Duby y
Michelle Perrot (Bravo Castañeda 1991).
4
Bravo Castañeda 2001, p. 119.
5
Carbonell Esteller 2005-2006, p. 245; Nuño Gómez 2010, p. 38-41.
6
De Beauvoir 2008 [1949], p. 92. “La peor maldición que pesa sobre la mujer es estar excluida de estas
expediciones guerreras; si el hombre se eleva por encima del animal no es dando la vida, sino arriesgándola;

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Aunque ya en etapas protohistóricas se evidencia la división de tareas y espacios


en función del género,7 es, sin duda, en las sociedades de la Antigüedad donde se
establece definitivamente la justificación jurídica y religiosa para tal reparto.8 Sin
embargo, este esquema que reduce a las mujeres a la domesticidad y la inactividad se
realiza a un nivel teórico, porque en la práctica encontramos testimonios de mujeres
desarrollando diversas tareas en el exterior y ejerciendo algún tipo de oficio.9 Es evidente
que ese modelo no era asumible para esclavas y mujeres pobres, pero, incluso algunas
damas de la elite como las princesas de la familia imperial y otras aristócratas, entre
quienes dicho discurso tendría mayor predicamento, demostraron una participación
activa en los espacios públicos y de poder.
En este sentido, el espíritu de la domesticidad y del “ángel del hogar” se desarrolla
en el siglo xix,10 pero responde a las mismas motivaciones que están presentes ya en
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el Económico de Jenofonte o en la Política de Aristóteles, donde se establece que la
contribución de las esposas al mantenimiento del hogar debería realizarse únicamente
en el interior de la casa, en respuesta a su condición física y moral. En estas obras parece
apreciarse y reconocerse el trabajo ejercido por las mujeres en el ámbito doméstico,
ya que sin su labor no sería posible el desarrollo de la economía familiar; esto implica
la idea de que los géneros son complementarios y así se cumple esa colaboración
imprescindible entre ambos. Pero de este discurso no deriva la igualdad, ya que es el
padre de familia quien tiene la autoridad, tanto en el exterior como en el interior del
hogar, sobre todos los integrantes del núcleo familiar, y, además, nunca se entiende
como trabajo el realizado por las mujeres en ese ámbito.11
Así, observamos hasta qué punto el modelo de domesticidad ya existía en el
mundo antiguo, pero cabe preguntarse si ese ideal afectaba de la misma forma a las
mujeres libres y de condición humilde. La reflexión sobre el arquetipo del “ángel del
hogar” es similar; aunque estaba ideado para las damas de la burguesía, se trata de un
modelo que triunfó en todas las clases sociales de la época contemporánea, y las obreras

por esta razón, en la humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata”
(2005 [1949], p. 128). Sobre la influencia de Simone de Beauvoir en el desarrollo y planteamiento de la
Historia de las mujeres, vid. Cid López 2009.
7
González Santana 2013.
8
Loraux 1981.
9
Gourevitch, Raepsaet-Charlier 2001; Alfaro Giner 2010.
10
Nash 2004, p. 39-45.
11
Iriarte 2001.

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industriales, que no lo podían asumir debido a su necesidad de trabajar, tal vez llegaron
a interiorizarlo. De esta forma, también en la sociedad antigua el ideal femenino era
la domesticidad, pero desconocemos en qué medida influía en las mujeres humildes,
e incluso en las esclavas, ese modelo propio de la elite con la realidad que tenían que
vivir día a día, con su presencia continua en la vida de la ciudad o de las explotaciones
rurales.12
Las actividades domésticas han sido llevadas a cabo prácticamente en exclusiva
por las mujeres y en ningún caso han tenido la consideración de trabajo, englobadas bajo
los términos “tareas o labores domésticas”, y en algunos estudios históricos y económicos
como “actividades de reproducción”, pero siempre negándoles su carácter productivo.
De hecho, en su obra Women, Work and Family, de 1987, las propias Louise A. Tilly
y Joan W. Scott dejan fuera del concepto “trabajo” las actividades domésticas cuando
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no son remuneradas, para distinguirlas del trabajo orientado al mercado.13 Como se
ha señalado en diferentes investigaciones, de esta forma, las tareas desarrolladas por las
mujeres en el hogar, o fuera de él, adquieren un carácter “natural”, como si fuera algo
innato en ellas y no un trabajo que requiera esfuerzo.14
Algunos estudios económicos, sociológicos e históricos de las últimas décadas
intentan reorientar la consideración del trabajo femenino, rastreando no solo el
remunerado que fue ejercido por las mujeres a lo largo de la historia sino proponiendo
nuevas formas de valorar el trabajo doméstico en la actualidad, con una mirada
verdaderamente renovadora sobre la economía que aporta nuevos enfoques, tales como
la inclusión del trabajo no remunerado en la economía general.15
Sin embargo, dichos estudios no se abordan en exclusiva desde el mundo
contemporáneo, ya que existen destacadas investigaciones que se acercan con nuevos
enfoques, por ejemplo, desde la arqueología feminista y de género. En este sentido
cabe aludir a las “actividades de producción y mantenimiento” o la “producción de
mantenimiento y cuidados”, concepto acuñado por la arqueología feminista frente a las

12
Saller 1998.
13
Tilly, Scott 1987, p. 5.
14
Una reflexión sobre el diferente uso del tiempo entre hombres y mujeres y sobre las actividades
femeninas en la sociedad antigua en Mirón Pérez 2001, para la cultura griega, y en Martínez López 2002 y
López Medina 2008 para el caso romano.
15
Borderías Mondéjar, Carrasco Bengoa, Alemany 1994, p. 17-109; Domínguez Martín 2006.

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expresiones tradicionales “actividades domésticas” o “actividades de reproducción”.16 Las


investigadoras e investigadores que trabajan con esta perspectiva ponen de manifiesto el
carácter productivo que hay en acciones como la reproducción o el amamantamiento,
e incluso en trabajos que no generan un objeto nuevo, por ejemplo, la reparación
de algún utensilio o la limpieza de la vivienda. En sus análisis recogen la necesidad
de analizar el pasado desde un planteamiento que incluya como productivas estas
actividades que han sido desarrolladas por las mujeres y que tradicionalmente se han
considerado “domésticas”, así como estudiar los espacios y la utilización de los mismos
tomando en consideración la presencia de mujeres y de las actividades de reproducción
de mantenimiento y cuidados.17
Somos conscientes, no obstante, de que no se puede generalizar la práctica del
trabajo doméstico como si se tratara de un modelo estático a lo largo de la historia,
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porque presenta diferencias entre las distintas sociedades y de unas épocas a otras.
Además, se corre el riesgo de naturalizar y universalizar esas actividades como propias
de las mujeres si se incide en la idea de que siempre han desarrollado ese trabajo, sin
distinción. Tal como señalan Paloma González, Sandra Montón y Marina Picazo, la
investigación histórica no presta atención a las actividades de mantenimiento
al suponer que tienden a ser similares y sin grandes cambios en todo tiempo y lugar. El
ámbito de las actividades de mantenimiento se ha considerado como una constante,
ajeno, por tanto, a las transformaciones sociales, económicas, ideológicas y políticas que
confieren dinamismo y creatividad a los cambios en las sociedades humanas. […] Han
configurado tradicionalmente un ámbito de escaso interés para el análisis histórico. De
hecho, se las ha concebido como ahistóricas, que equivale a decir que no tienen tiempo.
Sí, se reconoce a veces su presencia, pero no aportan significación a la dinámica histórica.
Y es que al considerarse actividades sin tiempo ni cambio, ¿qué falta va a hacer explicarlas?
Y lo que ni se explica ni se nombra se convierte en invisible.18

Se ha señalado ya que la documentación antigua, tanto literaria como arqueológica,


epigráfica e iconográfica, es más abundante en el caso de los varones que en el de las
féminas. Este hecho se debe tener en cuenta a la hora de analizar cualquier aspecto de las
sociedades clásicas, entre los que está, obviamente, el campo del trabajo. Por poner un
ejemplo, en la zona occidental del Imperio se han atestiguado 91 pedagogos mientras

16
Sánchez Romero, Aranda Jiménez, 2005; González Marcén, Montón Subías, Picazo Gurina 2005 y
2007; Sanahuja Yll 2007.
17
Hernando Gonzalo 1999 y 2007; Sánchez Romero 2005.
18
González Marcén, Montón Subías, Picazo Gurina 2007, p. 176-177.

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que solo conservamos inscripciones de 7 pedagogas.19 Esta diferencia numérica reafirma


la idea de que el mundo laboral estaba asociado principalmente al sector masculino, sin
olvidar las particularidades de la epigrafía como fuente histórica,20 como es el hecho
de que las inscripciones pretenden reflejar esos modelos ideales a los que se aludía con
anterioridad.21
La necesidad de trabajar, es decir, de obtener algún dinero a cambio de una
actividad, era entendida como negativo por la mentalidad aristocrática;22 el trabajo se
definía como un castigo de los dioses, un mal. Únicamente el cultivo de la tierra era
honorable y se consideraba que los oficios manuales, es decir, el artesanado y el pequeño
comercio, envilecían a las personas y eran impropios de ciudadanos. La política y la
guerra no se concebían como trabajo en sí mismas, sino como un honor, y los negocios
de la elite que no estaban relacionados con la explotación de la tierra, por ejemplo el
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comercio a mayor escala, solían estar gestionados por terceras personas en quienes la
aristocracia delegaba.
Teóricamente, se rechazaba ese imperativo laboral, que estaba presente en gran
parte de la población libre, pero de condición humilde, y, junto a esta, se relegaba el
desarrollo de esas actividades a personas de condición servil. En el caso de las mujeres,
se esperaba que cumplieran sus deberes de esposas y madres, y que atendieran el hogar,
pero estas funciones no eran consideradas trabajo, sino actividades concebidas como
innatas a la naturaleza femenina, y que no requerían esfuerzo.23
Si tenemos en cuenta que estos escritores no se preocuparon de las cuestiones
laborales de los varones de las clases populares, el silencio es aún mayor cuando se
refieren a mujeres, pues la literatura refleja la visión elitista de los escritores, quienes no
encontraban ningún interés en el trabajo femenino.24

Los oficios femeninos en la epigrafía latina

Frente al desprecio por el trabajo que muestra gran parte de la literatura latina,
la epigrafía evidencia, sin embargo, el propio orgullo de los trabajadores que aparecen
19
Zaccaria 2003, p. 26; D’ Aloja 2016, p. 647.
20
Meyer 2011, p. 205-215.
21
Larsson Lovén 2016, p. 201; D’ Aloja 2016.
22
Joshel 1992; Rodríguez Neila 1999.
23
Martínez López, Mirón Pérez 2000.
24
Molas Font 1994, p. 83; D’ Aloja 2016, p. 640.

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reflejados en sus epitafios como artesanos, desempeñando algún oficio y donde se resalta
la solidaridad de los collegae.25 Por ejemplo, a través de esta fuente se puede apreciar
cómo se generó una identidad vinculada al mundo laboral.26
En lo que respecta a las trabajadoras, el número de epígrafes es inferior al de
varones en Hispania y en todos los territorios del Imperio, pero existen numerosas
inscripciones en donde se recuerda a mujeres a través de la ocupación que desarrollaron
en vida; algunos estudios pioneros en esta temática son los de de Susan Treggiari27,
Joël Le Gall28 o Jean Maurin29, por citar solo algunos.
Gracias, por tanto, a la información epigráfica hay constancia de oficios
realizados por mujeres en distintos sectores: textil, alimentario, de salud y cuidados,
entre otros atestiguados. Este tipo de ocupaciones, desempeñadas por mujeres libres y
esclavas, se encuentran entre las actividades que, socialmente a lo largo de la historia,
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han sido consideradas aceptables para ser ejercidas por las mujeres y que no cuentan con
trabajadores masculinos, o si los hay es en un número inferior.30
De igual forma que sucede entre la población masculina, los oficios ejercidos las
romanas quedaron grabados en las inscripciones, aunque algunos no aparecen recogidos,
como ocurre con el caso de la prostituta; de este no encontramos referencias en la
información epigráfica, si bien hay alusiones en la literatura, en algunas representaciones
iconográficas y en diferentes grafiti de ciudades como Pompeya. Otro ejemplo es el de
las mujeres que trabajaron en las minas, quienes no aparecen expresamente definidas
como mineras en sus epitafios, pero se sabe que ejercieron labores relacionadas con la
minería.31
Es significativo recordar en este punto el caso de Cornelia Venusta, en cuya
inscripción aparece el término clauaria.32 Existen muy pocos epígrafes que hablen de

25
Rodríguez Neila 1999, p. 14; Augenti 2008, p. 98.
26
Joshel 1992.
27
Treggiari 1979.
28
Le Gall 1969.
29
Maurin 1983.
30
Pelletier 1984; Pomeroy 1987; Mossé 1990; Duby, Perrot 1991; Cantarella 1997; Cenerini 2002;
Alfaro Giner 2010; D’ Aloja 2016.
31
Medina Quintana 2014, p. 107-117.
32
Del Castillo Álvarez 1974, p. 71; Le Gall 1969, p. 125 y Treggiari 1979, p. 70. CIL V 7023; AE 2003
115.

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clauarii, y solo una, la de Cornelia Venusta, que se refiera a una mujer, un oficio que,
de no aparecer en este epitafio, tal vez no habría tenido la consideración de trabajo
femenino. Desconocemos con exactitud cuáles serían las labores de Cornelia Venusta
(productora, vendedora, propietaria…), pero es probable que fueran realizadas en el
marco de un negocio familiar, ya que en la misma inscripción aparece su marido, el
augustal Publio Aebutio, definido como clauarius.33
También se da el caso de trabajos que no han sido relacionados con mujeres
porque no aparecen en las evidencias epigráficas, o literarias, que se refieren a ellas. Por
lo tanto, puede que las mujeres hayan desarrollado algunos oficios, aunque fuera en
número reducido respecto a los varones, pero que, al no contar con ejemplos epigráficos
que lo atestigüen, no se vinculan al mundo femenino.
Y del mismo modo que en la Península Itálica hay consignados algunos trabajos
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femeninos que no aparecen en Hispania, podemos deducir que las romanas tal vez
desempeñaran algunos oficios sobre los que no nos ha llegado información. Es curioso
el hecho de que no haya registro epigráfico sobre obstetrices (comadronas) en Hispania,
una labor que, con toda seguridad, ejercieron muchas mujeres; y si una actividad
eminentemente femenina como la de partera no aparece en el territorio hispano, cabe
preguntarse cuántos oficios desempeñados por mujeres no habrán quedado silenciados
con el paso del tiempo.
Dentro de la consideración de trabajo femenino en la Roma antigua, tienen
también cabida aquellas actividades que, más allá del trabajo manual, se podrían
considerar intelectuales, o que requieren una formación intelectual.34 Por ejemplo,
podríamos encajar en esa apreciación la labor de magistrae y paedagogae, que
desarrollarían su labor en el interior de las domus.35 Otros casos similares, tal como
aparecen en algunas inscripciones, serían: lectrix (lectora), anagnostria (tal vez,
especialista en lectura de textos griegos), notaria graeca (escribana en griego)…36 Es
interesante resaltar este tipo de oficios que, ejercidos por esclavas o libertas, requerían
de una formación previa para desarrollar las labores de secretaría, escritura y lectura
tan necesarias en las residencias aristocráticas. Estas profesiones, que se circunscriben

33
Cresci Marrone 2003.
34
D’ Aloja 2016, p. 655 y 658.
35
Hemelrijk 2004; Zaccaria 2003.
36
Segenni 2003.

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a un ambiente culto,37 serían menos numerosas que otras ya mencionadas (vinculadas


al mundo del mantenimiento y los cuidados) y que parecen tener mayor acogida en la
historiografía sobre el trabajo femenino, por vincularse a actividades consideradas más
propias de las mujeres.
Asimismo, es necesario mencionar, por sus particularidades, el trabajo
relacionado con el mundo del espectáculo, en el que también tenían cabida mujeres,
mayoritariamente de condición servil; desde los juegos gladiatorios al teatro y la danza,
es conocida la participación femenina en el sector del ocio de la Roma antigua.38
La mima o actriz diferencia a la sociedad romana de la griega, en la cual, se cree,
los papeles femeninos eran interpretados por hombres con máscaras de mujer. Había
algunas que participaban en espectáculos públicos y, en ocasiones –dependiendo de la
moralidad del momento- eran consideradas casi delincuentes por cometer infamia, y no
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solo las actrices, sino también las cantantes y músicas, las bailarinas, las gladiadoras y las
prostitutas, estas últimas con diferentes estatus.39 Por ejemplo, la literatura rememora a las
bailarinas de Gades, que practicaban bailes sensuales, semejantes a la danza del vientre y que
gozaron de gran fama en Roma.40 O se sabe que había gladiadoras, entre otras evidencias,
por las continuas leyes que prohibían tales prácticas, lo que indica, precisamente, que
tenían lugar, aunque fuese de forma excepcional y no con la frecuencia de los varones.41
Como se ha señalado anteriormente, no se ha pretendido realizar un listado ni un
análisis pormenorizado de los distintos oficios que aparecen en las inscripciones latinas,
puesto que el objetivo principal es reflexionar sobre el trabajo femenino en la Roma
antigua desde un punto de vista global, que permita realizar algunas conceptualizaciones.
Con esta idea en mente, abordaremos ahora la consideración social de los oficios ejercidos
por mujeres, desde las libres a las esclavas, pasando por las libertas.

Diferencias sociales en el trabajo de las mujeres

Respecto a la condición social de las mujeres que aparecen en la documentación


epigráfica, se tendía a interpretar tradicionalmente que la mayoría eran de origen
servil, teoría que se apoyaba en otras fuentes, como los documentos sobre aprendizas
37
D’ Aloja 2016, p. 657.
38
Leppin 2011.
39
Guzzo, Scarano Ussani 2009, p. 9-26 y 113-120; McGinn 2011; D’ Aloja 2016, p. 653 y 660.
40
Rodríguez Neila 1999, p. 99.
41
Lasheras González 2015, p. 121.

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conservados en el Egipto romano, que se vinculan a esclavas y libertas, y no a mujeres


libres.42 Sin embargo, también había mujeres humildes y libres ejerciendo algún tipo de
trabajo, por ejemplo, en talleres, donde resultaría más rentable remunerar el salario de
una ingenua que comprar una esclava,43 o en negocios familiares.
Algunas libertas trabajaban en el taller o negocio de su marido, por lo que
hablaríamos probablemente de una labor no retribuida al colaborar en el negocio
familiar.44 Además, la propia legislación confirma su capacidad laboral, puesto que el
Digesto recoge que una liberta no puede ser despreciada (ingrata) “porque ejercite su
arte en contra de la voluntad de su patrona”.45
En relación a la actividad laboral de las libertas, y su consideración en la
historiografía, podemos aludir al ejemplo de una brattearia, término que conocemos
gracias a dos epígrafes de Roma, y que deriva de brattea, lámina metálica, normalmente
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de oro. Las inscripciones son las siguientes:46
C(aius) Fulcinius C(ai) l(ibertus) A(ulus) Septicius A(uli) l(ibertus)
Hermeros Apollonius
brattiarius brattiari(us)
Fuluia Melema Septicia A(uli) l(iberta)
uixit annis XXXXVIII Rufa brattia(ria)
brattiaria ollas II

Estas inscripciones aparecen frecuentemente citadas en la bibliografía sobre


oficios de mujeres. Autores como Joël Le Gall47 y Arcadio del Castillo48 consideran
que Fuluia Melema era quien vendía los productos elaborados por Caius Fulcinius,
posiblemente su marido, mientras que Susan Treggiari49 y José Pérez Negre50 estiman
que ambas bratteariae podían intervenir también en el proceso productivo, y no limitarse
únicamente a la venta. No obstante, señalan que quizá el pesado trabajo del martillo

42
Hemelrijk 2004, p. 20, nota 4.
43
Molas Font 1994, p. 80.
44
Kampen 1981, p. 125; Rodríguez Neila 1999, p. 113.
45
Digesto, 37, 15, 11. Papinianus, libro XIII. Responsorum.
46
CIL VI 9211 (Fuluia Melera) y CIL VI 6939 (Septicia Rufa), ambos procedentes de Roma.
47
Le Gall 1969, p. 125-126.
48
Del Castillo 1974, p. 71.
49
Treggiari 1979, p. 66-67.
50
Pérez Negre 1998, p. 152-153.

DHA, 43/2, 2017


El trabajo de las mujeres en la Roma antigua. Reflexiones sobre género y economía163

recayera en los esposos, mientras que Carmen Lázaro Guillamón apunta que la labor de
la brattearia, en tanto productora de hojas de metal, es una actividad que parece impropia
del sexo femenino.51 En este punto cabe recoger la opinión de Elena Conde Guerri,
quien señala que el trabajo del brattearius requiere más de precisión y de pericia que de
fuerza,52 por lo que es lícito pensar que también Fuluia Melema y Septicia Rufa podrían
realizar las láminas de oro. Por su parte, Emily Hemelrijk y Greg Woolf se refieren a
ambos como una pareja de trabajadores, probablemente colliberti.53
Si aceptamos, como se desprende de la información epigráfica, que ambas mujeres
eran las esposas de los bratteari, podemos suponer que no recibirían un salario, sino que
trabajarían en un negocio familiar. Aun así, es lógico pensar que estaban especializadas en
dicho trabajo, de ahí que hayan pasado a la posteridad definidas como tal, con la intención
de dar prestigio al oficio que desarrollaban, tal como sucede en el caso de los varones.54
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En cuanto al trabajo femenino esclavo, también es necesario realizar una serie
de consideraciones. Las funciones llevadas a cabo por las esclavas pueden indicar cierta
especialización, formación específica o dedicación exclusiva, por ejemplo, si hablamos
de una comadrona o una ornatrix; pero también había esclavas que realizarían diversas
y variadas actividades de producción y mantenimiento.
Si nos ceñimos a un caso concreto, el de la nodriza, vemos la problemática del
trabajo femenino esclavo con claridad. Por un lado, está la función de una mujer libre de
amamantar a su descendencia; no se considera un oficio, aunque sí es necesario señalar
el carácter productivo, o económico, que tiene esta tarea. Por otra parte, había mujeres,
libres o libertas, que cobraban por alimentar a bebés recién nacidos, en cuyo caso sí
podemos considerar un oficio, el de nutrix, el acto de amamantar. Pero la dificultad
radica en la consideración que tal actividad representa en el caso de una esclava. Una
mujer de condición servil podía ser nodriza de las criaturas de sus compañeras y también
de su propia descendencia; cuando era empleada por su dueño o dueña no existiría
ningún pago, pero había ocasiones en que su amo cedía los servicios de su esclava a
otra persona a cambio de una prestación económica, diríamos un alquiler. La esclava no
recibiría un salario en ningún caso, pero si se especializaba en esta función puede llegar

51
Lázaro Guillamón 2003, p. 177-178.
52
Conde Guerri 2006, p. 128.
53
Hemelrijk, Woolf 2013.
54
D’ Aloja 2016, p. 640.

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164 Silvia Medina Quintana

a considerarse un oficio, al margen de que ella no percibiera la retribución económica


de tal actividad.
Junto a estos aspectos, se deben tener en cuenta igualmente los conceptos de
peculium y de contubernium para abordar el trabajo de las esclavas.
Es conocido que en la sociedad romana había esclavos que contaban con un
peculium, probablemente una minoría que tendría ciertos cargos y la confianza de su
dueño, por ejemplo, en la casa imperial, en el mundo de los negocios o en determinados
talleres, entre otros casos.55 Al respecto, Joaquín Muñiz Coello señala que el officium
dispensatoris, encargado de controlar las fortunas tanto públicas como privadas, permitió
a algunos un amplio poder económico y tener a su cargo a uicarii en el desempeño de
su actividad.56 Más recientemente, Leonard Schumacher enfatiza que, en algunos casos,
aunque reducidos, la capacidad económica de estos esclavos fue realmente elevada57 y
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que los serui Caesaris tendrían propiedades y uicarii a su servicio, aunque no gozarían
de los mismos privilegios que los libertos imperiales.58 En cuanto a los trabajadores de
talleres, Cristina Camacho Cruz señala que en las alfarerías de los conuentus Astigitanus
y Cordubensis los esclavos que estaban al frente del negocio eran recompensados con el
peculium.59
Es decir, gracias al trabajo desarrollado podrían ir acumulando dinero con el fin
último de comprar su libertad, aunque por ley no podían ser propietarios del mismo,
sino que estaría en manos de su dueño. Schumacher apunta que el peculium, es decir,
la propiedad que se le permitía tener a un esclavo, era un incentivo para garantizar su
productividad y su buen comportamiento, y que podía incluir no solo dinero sino
esclavas, quienes, en ocasiones, pasaron a ser sus contubernales.60
Está atestiguado que se daba el mismo caso con las esclavas, cuyo peculium, igual
que el masculino, podría consistir en una cantidad de dinero, o podrían ser objetos
concretos. Merece la pena recordar el brazalete de oro del siglo i d. C., procedente de
Pompeya, que contiene la siguiente inscripción: Domnus ancillae suae.61 Esta pieza
55
Augenti 2008, p. 24.
56
Muñiz Coello 1989, p. 117.
57
Schumacher 2011, p. 595.
58
Schumacher 2011, p. 599.
59
Camacho Cruz 1997, p. 122.
60
Schumacher 2011, p. 595.
61
Augenti 2008, p. 124; Licandro 2004-2005; Scarano Ussani, 2003.

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El trabajo de las mujeres en la Roma antigua. Reflexiones sobre género y economía165

parece pertenecer a una esclava cuyos restos óseos fueron hallados en una caupona
pompeyana y que, además de sendos brazaletes, fue enterrada con unas monedas y
otras joyas, lo que parece configurar el peculium de esta esclava. Por su condición servil,
podría recibir y disfrutar de objetos cuya propiedad no le pertenecía sino que sería de
su dueño (peculii libera administratio), lo que ejemplifica las complejas relaciones entre
personas serviles y sus propietarios o propietarias.62
Pese a que resulta difícil conocer la capacidad económica que podía tener
una esclava, aunque sea a efectos prácticos y no legales, sí parece desprenderse de la
documentación jurídica y epigráfica que una serua podría poseer determinados recursos.
Por tanto, y aun admitiendo que quizá no fue una práctica generalizada, una determinada
actividad realizada por una esclava podía serle retribuida económicamente.63 De
cualquier forma, y al margen de estas valoraciones, las actividades desarrolladas por
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las esclavas fueron productivas y, en este sentido, merecen la consideración de trabajo;
además, algunas veces sí fueron remuneradas, como ejemplifica el peculium, o cuando el
señor o la señora alquilaban su fuerza de trabajo a otras personas.
De la misma forma que el peculium era legalmente propiedad del amo, tampoco
la unión entre personas de origen servil tenía validez jurídica, ya que no podían contraer
matrimonium sino que su relación se consideraba contubernium. En muchos casos, las
pésimas condiciones de vida de esclavos y esclavas haría imposible cualquier tipo de
convivencia, pero la esclavitud no era un conjunto homogéneo y se dieron circunstancias
bien diferentes entre unos grupos y otros; así, algunas personas pudieron contar con el
favor de sus dueños que, a modo de incentivo, les permitirían disponer del peculium y
tener un o una contubernal.64 Otra diferencia la marca el período histórico, ya que no
hubo homogeneidad en toda la historia de Roma; parece que durante la etapa imperial
el contubernium, incluso sin validez legal, era reconocido por algunos dueños y dueñas,
quienes pudieron participar incluso presentes en la ceremonia.65
En el mismo sentido que el matrimonio no es aplicable a la población esclava,
tampoco lo sería el término familia; sin embargo, podemos considerar que estas uniones
permitidas harían las veces de familias, si no en un sentido legal, al menos en la práctica.
Incluso en algunos epígrafes aparecen empleados los términos uxor o coniux, aunque

62
Scarano Ussani 2003, p. 473-474.
63
Lázaro Guillamón 2003, p. 192.
64
Schumacher 2011, p. 593.
65
Augenti 2008, p. 19.

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166 Silvia Medina Quintana

no sea lo habitual.66 Esta idea permite hablar de las formas de resistencia que pudieron
llevar a la práctica las personas de condición servil, una manera de ahondar en su
individualidad y construir su identidad frente a los imperativos legales. Carla Rubiera
señala otro ejemplo de esta resistencia de la población servil en la maternidad de las
esclavas, al ir más allá de los “cuerpos gestantes” a que las reducía la legislación.67
Contamos con un número considerable de inscripciones donde aparece algún
contubernal, por lo que mencionaremos solamente un caso para ejemplificar la idea
de que, salvando los términos legales, también las personas de condición servil podían
formar una unidad familiar.
C(aius) Licinius Felix a(nnorum) LX
Placidus C(ai) Lic(ini) Him(eri)
s(eruus) a(nnorum) XXXV Felicula
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C(ai) Lic(ini) Him(eri) s(erua) a(nnorum) XVIII h(ic) s(iti) s(unt)
suis et sibi
Florus f(aciendum) c(urauit) patri
fratri contubernali

Esta inscripción, aparecida en Asturica Augusta, Astorga (en el noroeste


hispano), muestra las relaciones familiares del liberto Caius Licinius Felix con sus
hijos, de condición servil, y su nuera, también esclava.68 Parece que Caius Licinius Felix
había sido esclavo de Caius Licinius Himerus, de ahí que tome su nombre cuando fue
liberado, mientras que sus dos hijos, Placidus y Florus, continuaban siendo esclavos;
es, precisamente, este último quien dedica el epitafio a su padre, a su hermano y a su
contubernal, Felicula, esclava a su vez de Himerus. Llama la atención que Felicula tenga
una onomástica similar a su suegro, Felix, lo que, tal vez, podría explicarse en relación a
que ambos pertenecieron al mismo dueño. En cualquier caso, lo significativo es que ante
la ley no estarían reconocidos como una familia, pero parece obvio que en la práctica
sí lo eran y, por tanto, conformarían una unidad doméstica similar a la formada por
personas libres. En todo el territorio imperial encontramos epígrafes que evidencian las
relaciones familiares de esclavos y esclavas; no se trata únicamente de uniones de pareja,
sino relaciones con padres, madres y descendientes, lo que indica esa complejidad social
que la consideración jurídica no recoge.

66
Augenti 2008, p. 19.
67
Rubiera Cancelas 2014.
68
CIL II 2655 (p. 911).

DHA, 43/2, 2017


El trabajo de las mujeres en la Roma antigua. Reflexiones sobre género y economía167

Esto no quiere decir, quizá, que todos los contubernales vivieran en compañía,
pero dado que aparecen los lazos familiares en los epitafios, que se entierran juntos y que
tienen descendencia, nada impide pensar que sus relaciones eran similares a las de una
familia libre, aceptando, en cualquier caso, ciertos matices. En lo que respecta al trabajo
de las mujeres, podemos deducir que realizarían las mismas labores que las libres en
el interior de su hogar, pero, además, cabe preguntarse si contribuirían a la economía
familiar con su peculium, especialmente cuando los dos integrantes de la pareja son de
condición servil.
Frente a estos sectores humildes en la escala social, encontramos a mujeres con
mayor capacidad económica, que desarrollaron una actividad emprendedora, dado
que la mayoría de las familias de la elite invirtieron en otros negocios que aumentaron
su riqueza. Se conservan pocas evidencias de mujeres que estuvieran al frente de esos
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negocios, pero la literatura y el material epigráfico han preservado algunos nombres
femeninos de negotiatrices –comerciantes de alto nivel o “empresarias”– en diversas
zonas del Imperio Romano.69
En la Península Ibérica se conoce la existencia de muchas mujeres que
intervinieron en el negocio del aceite, desde las propietarias de fundi donde se cultivaban
los olivos, hasta mujeres que ejercieron de difussores olearii.70
Otro ejemplo es el de la producción de ladrillos; algunas mujeres de la casa
imperial y dominae de importantes linajes desempeñaron un papel destacado en este
sector mediante figlinae en sus propiedades, a partir de las cuales se realizaban no solo
ladrillos sino también productos como tejas u otros objetos cerámicos.71
En relación con el desarrollo urbanístico que experimentaron muchas ciudades,
se conocen mujeres de las oligarquías locales que intervinieron en negocios relacionados
con el sector de albañilería y construcción72 o en otros campos como el vidrio,
esculturas y ornamentación, donde desarrollarían un papel en calidad de propietarias y
“emprendedoras”.73 Igualmente, no se puede olvidar su participación como banqueras y
prestamistas, actividad de la que nos habla, entre otros, Cicerón.74
69
Chelotti 2003.
70
Gallego Franco 1991.
71
Setälä 2002, p. 184-198; García Garrido 2010, p. 67.
72
Gallego Franco 1991, p. 105 y 177.
73
Mainardis 2003.
74
García Garrido 2010, p. 69.

DHA, 43/2, 2017


168 Silvia Medina Quintana

Hemos hecho en este apartado un breve recorrido por el mundo laboral de


diferentes grupos sociales. Es evidente que existían enormes diferencias entre unas y
otras, y que las condiciones de vida de las damas de la oligarquía serían radicalmente
distintas a las que tendrían las trabajadoras de los grupos populares, fueran de
condición servil o libre. La romana era una sociedad que permitía cierta movilidad y
un mismo estatuto jurídico abarcaba realidades muy distintas. No siempre el estatuto
implicada una condición de vida determinada, es decir, no todas las esclavas vivían con
dificultades como tampoco todas las nacidas libres gozaban de una vida llevadera. Más
allá de la posición dentro de la escala social, el trabajo determinaba en buena medida la
realidad de estas mujeres.75
De esta forma, por ejemplo, la uilica disfrutaba de ciertos beneficios, tal como le
sucedía al uilicus, respecto al resto de la población esclava de la uilla, por lo que gozaría
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de una existencia más ventajosa. También tendrían distintas condiciones de vida las
esclavas de una gran propiedad, expuestas a un trabajo más duro por lo general, en
relación a aquellas que trabajaran en una vivienda más modesta, tal como sucedía en
el caso de los varones.76 La condición servil reducía la vida de las esclavas a los deseos
de sus dueños y dueñas, que podían someterlas a todo tipo de explotación y vejaciones,
incluyendo espacios insalubres y una pésima alimentación, que propiciaría innumerables
enfermedades.77 Como se ha visto, se puede suponer que las esclavas que se dedicaban
a labores administrativas o intelectuales tendrían una situación más favorable, alejadas
de los rigores del trabajo manual. Sin embargo, no se debe generalizar, ya que existía una
gran variabilidad.
En cuanto a las libertas, se ha hecho referencia a aquellos matrimonios que
trabajarían en conjunto, en talleres y pequeños negocios, y cuya vida sería similar a la
de una mujer libre, determinada, por tanto, por el nivel económico de la familia (que
permitiría una mejor alimentación o una vivienda más salubre). Igualmente, conviene
señalar que se dieron casos de importante promoción social que, seguramente, no son
muy numerosos, pero sí significativos de esa permeabilidad de la sociedad romana, la
cual se evidencia más claramente aún en la promoción masculina. A modo de ejemplo
se podría citar el caso de Acilia Plecusa que pasó de esclava a evergeta y personaje
distinguido de su ciudad.78
75
Lasheras González 2015, p. 120.
76
Garnsey, Saller 1991; Joshel 2010.
77
Augenti 2008; Schumacher 2011.
78
Medina Quintana 2014, p. 191-199.

DHA, 43/2, 2017


El trabajo de las mujeres en la Roma antigua. Reflexiones sobre género y economía169

En lo que atañe a las mujeres libres y humildes, como se ha expuesto, podrían


ejercer algunos oficios, además de los trabajos de mantenimiento y cuidados dentro de la
familia, pues no debemos olvidar que la domus era entendida como unidad doméstica79
y, por tanto, la labor de estas féminas resultaba imprescindible.
En cualquier caso, las mujeres de todos los grupos sociales contribuyeron con su
trabajo a generar el mapa de la economía romana.

Categorías para analizar el trabajo femenino

Partiendo de esa división modélica de la sociedad que diferencia entre doméstico


y público, a la que se aludía al inicio del presente texto, podemos realizar una serie de
valoraciones sobre las grandes categorías que se han empleado para analizar el trabajo
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de las mujeres.
Para ello, comenzamos recogiendo la reflexión de Cristina Segura en cuanto a la
remuneración del trabajo femenino en época medieval; esta autora propone considerar
los trabajos de las mujeres como remunerados o no remunerados, preferentemente a su
definición como domésticos o extradomésticos.80 El esquema que separa los trabajos
según hayan sido realizados en el hogar o fuera de él es demasiado rígido para expresar
la complejidad de las actividades femeninas, y parece que se está superando en parte de
la historiografía.
Por este motivo, Cristina Segura propone situar el acento en la remuneración,
o no, del trabajo femenino, independientemente del lugar donde fuera realizado. Las
lavanderas, zurcidoras, nodrizas o criadas realizaban las mismas actividades que la
mayoría de las mujeres en su propia familia, pero la diferencia es que cobraban un salario
por su trabajo; no importa tanto, desde un punto de vista teórico, si una determinada
actividad económica es doméstica o extradoméstica, sino si es remunerada, o podría
serlo en caso de ser ejercida por una persona ajena a la familia.81
De esta forma, se pone en valor no solo el carácter económico del trabajo
doméstico sino también la contribución que las mujeres hacían en la esfera
extradoméstica; por ejemplo, en la explotación agraria y ganadera o en el taller urbano
del padre de familia, y que, de otra forma, pasaría inadvertido. Si en vez de hablar de
79
Garnsey, Saller 1991, p. 153.
80
Segura Graiño 2004, p. 235.
81
En la relación entre los conceptos de familia y trabajo desde una visión de género se fundamenta la obra
pionera de Tilly, Scott 1987 a la que se aludió anteriormente.

DHA, 43/2, 2017


170 Silvia Medina Quintana

los espacios en los que las mujeres desarrollaban su trabajo tratamos la consideración
económica que tenían, es decir, si eran remunerados o no, se pone de manifiesto, según
esta autora, la contribución económica del trabajo femenino y, además, no se reduce su
ámbito de actuación únicamente al hogar, puesto que, frente al modelo estereotipado
de la domesticidad, realizaron actividades en el exterior.
Pero esta idea, asumible como punto de partida, presenta ciertas complicaciones a
la hora de aplicarla a la Antigüedad. En el caso de las esclavas, no habría tal remuneración
de su trabajo y, sin embargo, ejercieron diferentes oficios que han sido registrados en la
epigrafía o en la literatura y textos jurídicos. Su actividad fue productiva pero ellas no
obtuvieron el fruto de su trabajo, puesto que iba a parar a su propietario o propietaria,
como sucedía también en el caso de los esclavos. Las personas de condición servil
realizaban un trabajo que no era retribuido o, en caso de serlo, no les beneficiaba
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directamente a ellas, sino a su dueño o dueña. De esta forma, tampoco la dicotomía entre
trabajo remunerado y no remunerado es válida para el trabajo femenino en la Roma
antigua, pues las actividades llevadas a cabo por esclavas no encajan en este planteamiento.
Por último, cabe plantearse una tercera división, la que distingue entre trabajo
productivo y no productivo. Tradicionalmente, como ya se expuso, se solía entender
como trabajo propiamente dicho el que se realizaba fuera de la casa y era ejercido por
un varón. Así pues, se consideraba, y aún hoy se hace, que el trabajo verdaderamente
productivo era el remunerado, aquel que recibe un pago, porque, en términos actuales,
está en el mercado y, por tanto, tiene un valor. Pero muchas de las actividades realizadas
por las mujeres, sobre todo en el ámbito de la familia, no se pagan, no han sido nunca
retribuidas, ni tampoco valoradas.
No obstante, ese trabajo femenino es productivo. Hay análisis y estudios recientes
sobre el trabajo doméstico en la actualidad para calcular su productividad,82 pero esos
análisis no se pueden aplicar a la época antigua. No es posible computar cuánto supondría
para la economía del Estado romano o para una familia la contribución del trabajo de las
mujeres porque apenas hay datos para hacer cualquier cálculo económico, cuanto más para
hacer este tipo de estudios. De cualquier forma, en el presente texto partimos de la idea de
que ciertas actividades, aunque no se remuneren, son productivas y generan riqueza.
Por este motivo, tal como se entiende en esta obra el trabajo de las mujeres,
tampoco tiene mucha aplicación la diferencia entre productivo y no productivo, pues

82
Según estudios de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el
trabajo doméstico en algunos países supone hasta el 30% del PIB (http://www.oecd.org/).

DHA, 43/2, 2017


El trabajo de las mujeres en la Roma antigua. Reflexiones sobre género y economía171

actividades como las de mantenimiento tienen valor económico per se. Además de
ser doméstico y extradoméstico, remunerado y no remunerado, el trabajo femenino
es productivo, porque incluso aquellas actividades que se realizan en el hogar tienen
carácter económico y generan riqueza.
En el caso del mundo antiguo es especialmente complicado, sino imposible,
calcular la productividad del trabajo femenino. No obstante, dicha consideración
no debería impedir poner de manifiesto el papel que las mujeres desarrollaron en la
economía antigua, por un lado como posibles trabajadoras con un salario remunerado,
aun aceptando que fuera en menor medida que los varones, y, por otro, a través de estas
actividades “domésticas”, que ejercerían libres y esclavas, recibiendo o no un salario.
Como señala Encarna Sanahuja respecto a estas últimas,
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más allá de la crítica que podría formularse por la sistemática adscripción de estos papeles
protagonistas de la historia al sexo masculino, cabe asimismo destacar el constante olvido
de ciertos ámbitos de la organización social, a los cuales se ha prestado muy poca atención.
La reproducción de nuevos hombres y mujeres, el cuidado y la socialización de niños y
niñas, las atenciones a enfermas/os y ancianos/as, el mantenimiento del ajuar doméstico,
el procesado de los alimentos, el abastecimiento de leña o agua, la confección de prendas
de vestir, la producción cerámica de tipo doméstico, la construcción de las viviendas;
en una palabra, todo lo relacionado con el mantenimiento de la vida y de los objetos y,
por tanto, básico para la reproducción social de cualquier grupo, no ha sido ni tan solo
nominado.83

La diferencia, por tanto, está en el ámbito en que se desarrolla, entendiendo


este no como un espacio físico en su consideración de doméstico/extradoméstico, sino
en un sentido social, es decir, si se realiza en el entorno familiar voluntariamente –sin
recibir pago alguno– o bien si se remunera (en el caso de las libres o libertas) o se hace
por obligación (en el de las esclavas). Por lo tanto, como ya se señaló, entendemos que
a la hora de definir un oficio no interesan las dicotomías doméstico/extradoméstico,
productivo/no productivo, y se debe ir más allá de la consideración remunerado/no
remunerado, para analizar si se desarrolla en el ámbito de la familia propia o fuera de ella.

Reflexiones finales

A través de las inscripciones latinas que han llegado hasta la actualidad, y


también de la literatura y la arqueología, queda de manifiesto que muchas romanas
trabajaron en sus hogares, algunas también fuera de ellos, y cuidaron a sus familias. Sin

83
Sanahuja Yll 2002, p. 64.

DHA, 43/2, 2017


172 Silvia Medina Quintana

embargo, a pesar de su importancia, esta contribución económica quedó diluida tras el


estereotipo de la domiseda, la madre abnegada encerrada en el hogar, que fue ensalzada
por los autores antiguos. De igual forma que sucedió en la etapa contemporánea, y
con las diferencias que cabe establecer entre dos sistemas económicos tan diferentes
como el romano y el actual, las mujeres no recibían un salario por las actividades de
mantenimiento y cuidados, las cuales, sin embargo, deben ser consideradas como un
verdadero trabajo.
Acercarse a los oficios ejercidos por las mujeres, analizar cómo fueron
representadas en las inscripciones epigráficas y realizar comparaciones con otras épocas
históricas, con las debidas precauciones, permite profundizar en el conocimiento de la
sociedad romana y reflexionar sobre la propia metodología de investigación. De esta
forma, este texto pone de manifiesto la complejidad del objeto de estudio, ya que si
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siempre es difícil abordar análisis referidos al mundo antiguo, en el caso de la población
femenina es especialmente complicado, debido a la invisibilidad de las fuentes a lo
largo de la historia y al errado enfoque de la investigación contemporánea respecto a la
economía antigua.84
El análisis de los materiales conduce a la necesidad de modificar la forma de
tomar en consideración la economía, ideada por una elite masculina que deja al margen
a las mujeres, esclavos, ciudadanos pobres y algunos libertos. Por tanto, no se trata de
incluir casos o ejemplos de mujeres en las estructuras masculinas, sino avanzar en una
nueva forma de entender la economía, porque de otra forma se está excluyendo a la
mayoría de la sociedad.

Bibliografía

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y profesionales”, Mélanges de la Casa de Velázquez, 40/2, p. 15-38.
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Borderías Mondéjar C., Carrasco Bengoa C., Alemany C. (1994), Las mujeres y el trabajo. Rupturas
conceptuales, Barcelona-Madrid.
Bravo Castañeda G. (2001), Hispania y el Imperio, III: Historia de España III Milenio,
El. Hernández Sandoica (dir.), Madrid.

84
Mirón Pérez 2004, p. 68-69.

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